Los mitos de la selva

Combate mítico, patasolas y barequeros. Acuarela. 1948 

Explosión de la selva (Proyecto para fresco ya ejecutado). Acuarela. 1957 

La llorona de la selva (Ejecutado en mármol). Acuarela. 1947 

La patetarro. Acuarela. 1968 

Danza de los gallinazos. Detalle fresco. Universidad de Antioquia. 1970 

Combate mítico. Fresco. Casa Museo 

Paisaje. Acurela 

La selva. Acuarela 

Paso Bermina (Suiza, 1978). Acuarela 

La selva del Magdalena. Acuarela 

La caracolera. Acuarela 

Rapto en el Magdalena (Europa americana). Acuarela. 1970 

La llorona. Detalle fresco. Banco Popular de Medellín 

Rapto de Europa. Dibujo a lápiz 

Detalle fresco. Banco popular de Medellín 

Violencia. Acuarela 

Paisaje. Acuarela 

Amazona herida. Dibujo a lápiz 

Rapto en el Casanare. Acuarela. 1970 

Danza frenética. Acuarela. 1974 

El Cauca en forma de serpiente. Acuarela. 1948 

Texto de Pedro Nel Gómez

En aquél medio tenían su reino grandes penurias y grandes fuerzas primitivas: la aventura, la ambición, la fiebre, la soledad, los pobladores del mundo de lo imaginario, el crimen y todos los sentimientos y pasiones, en demoníaco desenfreno. Un mundo de saturación humanísima en tensión permanente.

De la Llorona, que afligla los montes; de la Patetarro, que reía a histéricas carcajadas y para castigo envenenaba las fuentes y sembraba las epidemias; del Gritón, que era el ánima sola del último minero perdida aún entre los riscos de las montañas; de la Patasola, que en las noches pedía a gritos un minero para acostarse con él; de todos, los genios, musas y divinidades rústicos y montaraces, de los ecos de todo aquello estaba embriagada mi infancia, que linda con lo maravilloso, con el esfuerzo humano, con la pobreza y el terror y con el sobrecogimiento del trasmundo. Desde el fondo más sincero de mi alma, rindo culto a estos valores ancestrales, a estas voces que se oyen apenas desde lejos como un reclamo ahogado en el curso de la sangre, y no solo a ellos, sino la misma existencia de unos llamados que nos hablan desde la más remota raíz de la herencia histórica y también al sentido, al instinto, a la necesidad arcaica de mitologizar, de personificar realidades indefinibles reduciéndolas a un rostro, a una mirada venidos de regiones desconocidas. Una fuerza indescifrable recorre y conturba desde sus orígenes la conciencia humana; el eco de lo que en el más noble idioma poético dijeron los griegos retumba en el bárbaro, en el minero, en el oscuro habitante de las vastas llanuras tropicales, cuya noche se puebla de resonancias desconocidas. Por allí, por los desechos de Anori, ya emprendía desde mi infancia el camino hacia el mito helénico, que siempre me ha apasionado tanto. En estos caminos me encontré con mi Madona de los Andes y con otros genios y endriagos que cruzan por el cielo de mi pintura. Creo que el terror del silencio, el peso de la noche, el ulular de los montes, el misterio pavoroso de la soledad en caminos y cañadas, todo ello engendra una necesidad de expresión y de plasmación antropomórfica. A mí no me arrullaron con fábulas inocentes. Mi infancia fue un recuento de historias ocurridas a la vera de mi cercado. Al fin y al cabo, el mito es expresión dé las grandes fuerzas misteriosas de la naturaleza y de la vida; puedo decir que yo fui acunado por ellas.