Los grandes temas y el sentido histórico en mi pintura

Texto de Pedro Nel Gómez

A los frescos llevé mis grandes motivaciones de toda una vida, enraizadas en el contexto humano y cultural en que pase mis primeros años: la minería, la lucha en general por los recursos naturales y riquezas del País, el trabajo, los derechos del pueblo, la democratización, la participación de la mujer en la vida colectiva, la defensa de nuestras fuerzas biológicas, las fuerzas migratorias del País, la alabanza de nuestros héroes y la de los contemporáneos que vienen contribuyendo a la construcción del futuro de la Nación. No dejaré de citar el culto a la maternidad; las mil y una maternidades que hay en estas Obras, son algo más que mero divertimiento artístico: son un llamado al País sobre los derechos de la vida; pero veo que las "pastillas" están borrando este poema inmenso de la humanidad. Creo sin modestia que hay mucho por explorar en estas obras: estudios sobre el carácter, sobre nuestras virtudes como pueblo digno de un puesto en la historia. El que no haya conocido la minería a antioqueña tiene que muy a fondo en nuestra tradición oral y en nuestra literatura para saber la riqueza de sus mil vetas y filones y cuánto debe a las minas y a su época el proceso de formación de nuestra cultura y del carácter de nuestra gente.

Me siento como pintor un hombre muy de carne y hueso, muy de la realidad, de mi lugar y de mi momento, y he tenido y cultivado esta pasión más que deliberadamente. Soy consciente de que hago parte de una Cultura en formación, pero con raíces propias muy profundas y, concretamente, con raíces de una significación plástica innegable. Y dentro de las limitaciones que ello entraña y contra los enojos de todos los críticos irascibles que tanto reniegan del criollismo y tanto anhelan la estandarización, he creído siempre en una cultura nacional y en una cultura americana, en su substrato histórico y humano propio que va dando ya expresiones valiosas que atestiguan su existencia y nos aseguran un florecimiento futuro indudable y sobre el cual cada día se ira perfilando mejor una identidad continental. Soy terrígena y amo lo telúrico. Y estoy entre los que piensan que éstas no son palabras huecas ni mera literatura. Amo mi circunstancia y creo que este subproducto de la eternidad que es el arte, como dicen los que de esto saben, tiene el deber de hacer luz sobre ella y de elevar sus mejores rasgos a un grado de dignidad que la haga memorable. He exaltado a los héroes de la Patria; en mis frescos, Bolívar es aconsejado por las deidades de la floresta tropical, que lo guían y orientan por entre las cordilleras y a través de los intrincados laberintos de nuestros bosques y praderas. Pero, así mismo y como fruto de igual concepción de la vida, inclinada a consagrar todo lo que es expresión de lo mejor del hombre, aún aquello que se da en el nivel de la diaria faena, he ido tomando de la corriente de la vida, de mi propia vida, los rostros de mis contemporáneos. En mis frescos están Alejandro López, Alfonso López Pumarejo, Enrique Olaya Herrera, Marco Fidel Suárez, Carlos E. Restrepo, Eduardo Santos, Tulio y Mariano Ospina, Aurelio Mejía, Fernando González, Efe Gómez, Ricardo Rendón, Tomás Carrasquilla, León de Greiff , Gabriel García Márquez, Otto Morales, Benítez, nombres éstos que cito al azar, del gran número de los personajes ligados a nuestra cultura y a nuestra historia. Creo que he elevado el retrato a la jerarquía más alta de que he sido capaz, movido no sólo por la fe del pintor en los grandes valores específicos con que este asunto puede contribuir al enriquecimiento y galanura de su oficio, sino por la convicción de que el culto del hombre, en abstracto y en concreto, con dimensión temporal y personal, debe ser mantenido en alto como una lámpara, para que ilumine las rutas del arte y de la vida.