Los reposados milagros de Mefisto

Tapete persa / Lápiz sobre papel 

Coles y cubios /Lápiz sobre papel 

Cesta con uvas / Lápiz sobre papel 

Cesta de duraznos / Lápiz sobre papel 

Calabazas y limatón / Óleo sobre lienzo / 37 x 54 cm  

Cesta con alcachofas / 1974 / Óleo sobre lienzo / 37 x 42 cm  

Rincón de cocina / 1979-80 / Óleo sobre lienzo / 60 x 80 cm  

Rincón de cocina (detalle) / 1979-80 / Óleo sobre lienzo / 60 x 80 cm  

Lechugas y alcachofas / Óleo sobre lienzo / 65 x 90 cm  

Lechugas y alcachofas (detalle) / Óleo sobre lienzo / 65 x 90 cm  

Manzanas / 1977 / Óleo sobre lienzo / 47 x 63 cm  

Cesta con uvas / 1981 / Óleo sobre lienzo / 27 x 30 cm  

Coles rojas y calabacín / 1983 / Óleo sobre lienzo / 38 x 55 cm  

Coles y cubios / 1986 / Óleo sobre lienzo / 38 x 57 cm  

Caja de queso / 1974 / Óleo sobre lienzo / 47,5 x 59,7 cm  

Lechugas / 1985 / Óleo sobre lienzo / 37,5 x 56,5 cm  

Bodegón con calabaza / 1985 / Óleo sobre lienzo / 38 x 57 cm  

Rábano y auyama / 1987 / Óleo sobre lienzo / 47 x 57,5 cm  

Berenjenas / 1980 / Óleo sobre lienzo / 48 x 66 cm / En comodato, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá 

Berenjenas (detalle)/ 1980 / Óleo sobre lienzo / 48 x 66 cm / En comodato, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá 

Vegetales / Óleo sobre lienzo / 34 x 50 cm  

Texto de: Juan Gustavo Cobo Borda, 1992

Primer contraste en la pintura de Iriarte: la quietud abismal de su atmósfera y la furiosa intensidad pictórica de sus hortalizas y flores. En un tiempo inmóvil, las hojas y los frutos crecen y se abren con la callada fuerza de quien ejerce el control y aprovecha los límites para potenciar al máximo el poder de la naturaleza sobrepasándose a sí misma. Tal es el caso de sus lechugas.

Abriéndose, tanteando el aire, desparramándose, llegan a ser objetos animados y un tanto fantasmagóricos que nos envuelven con sus ondulaciones y bordes dentados. Que germinan sin moverse a fuerza de pura sabiduría plástica. Lo que ha convertido a una simple lechuga en algo tan elocuente radica quizá en un segundo contraste: la caja pictórica en que encierra sus legumbres, del nabo al calabacín de Tabio, de la alcachofa a la berenjena, con la insondable negrura de sus fondos sin fin, está siempre claustral y luminosamente enmarcada por el material sobre la mesa, el nicho de la ventana, la madera desnuda, los azulejos de la cocina, o el poyo cuarteado de esos recintos donde despliega sus artes.

Una luz cruda y en ocasiones ultraterrena acentúa los relieves, el granulado de la auyama o la coraza de espina de las guanábanas, enfoncándolas en su desnudez de signos plásticos. Despliega así un sobrio alfabeto que podrá combinar hasta el infinito: flores y frutos, marco y atmósfera, luz y sombra.

Singular en el caso de Iriarte es su capacidad para americanizar, en alguna forma, su obra introduciendo con la naturalidad de quien tiene derecho a todos los bienes de este mundo, frutas tropicales y legumbres europeas, penumbra milenaria y luz reciente, realidad y arte...

Sólo una larga accesis espiritual, el despojo que implica una convivencia infinita, permite llegar a esa síntesis minuciosa de una flor que nos habla o de una pera que nos dice el táctil y luminoso brillo de su piel. Como lo escribió Enrique Lafuente Ferrari del mundo de Velázquez, este también es “un mundo de grave paz, un dejar que las cosas sean como son, entregadas a su propia existencia y presentadas en ese inalterado sosiego de la plena ocupación de sí mismas”. Un aura despojada las ha individualizado, al máximo, nítidas y perdurables, en el frutero transparente o en el canastillo de mimbre...