- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Richter visto por sus contemporáneos
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1941 38 x 33 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 c. 33.5 x 25 cm.
Acuarela Década del 50 35 x 31.5 cm.
Acuarela Década del 50 34 x 28 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 c. 33.5 x 25 cm.
Bosque con maloca Témpera sobre papel Década del 50 54 x 40 cm.
Pareja de pájaros Litografía 1955 31 x 25 cm.
En la canoa Litografía 1955 60 x 48 cm.
Familia Témpera sobre papel 1955 48 x 40 cm.
Dos etnias Técnica mixta sobre papel 1955 40 x 38 cm.
Pescando con barbasco Gouache 1953 36 x 29.5 cm.
Mujer sentada Témpera sobre papel 1955 40 x 38 cm.
Indios con arco y flecha Témpera sobre papel Década del 50 39 x 30 cm.
Tres mujeres Témpera sobre papel 1953 31 x 28 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 33.5 x 24.5 cm
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 34.5 x 27.5 cm
Pacífico Témpera sobre papel 1954
Pescadoras Técnica mixta sobre papel 1953 55 x 45 cm.
Baile Técnica mixta con pastel 1953 c. 45 x 40 cm.
Técnica mixta sobre papel 1953 c. 45 x 33 cm.
Pareja indígena Témpera sobre papel 1956 51 x 39 cm.
Ritmo Témpera sobre papel 1956 50.5 x 38.5 cm.
La vida como búsqueda de valores vitales e intento de plasmar lo encontrado llegó a ser, después de estas largas permanencias en la selva con sus seres vivientes, la última tarea de mi vida. No me cansé de dibujar aquellos hombres y mujeres y al hacerlo aprendí a ver cómo se movían, cómo realizaban sus actividades cotidianas, casi a paso de baile, cómo se sentaban o cómo jugaban con sus hijos en el agua y al sol.
(L.R. Al recordar mi vida)
No son pocos los testimonios que sobre su labor científica y su perfil humano han ofrecido sus colegas. El profesor Luis Eduardo Mora-Osejo ha señalado la importancia de los manuscritos de Richter, “donde se destacan con mayor nitidez las dos vertientes de su creatividad, la artística y la científica, lo mismo que en la vasta colección de dibujos ilustrativos de las especies de membrácidos y de la diversidad de formas del apéndice pronotal de este mismo grupo de insectos homópteros. El lenguaje plástico le resultaba muchas veces más transparente y preciso para representar la plasticidad de las formas orgánicas, ya que en su trabajo biológico le interesaba más aprehender el organismo en sí que los fenómenos puntuales”.
Mora-Osejo pone de relieve la preocupación humanística de Richter y recuerda que tal vez influenciado por el pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer, “suponía ver en todo ello manifestaciones de los impulsos creativos completamente libres de lo orgánico”. El impulso creativo de lo viviente, es ésta una expresión recursiva en Leopold Richter. “En varias ocasiones le escuché relatar –recuerda Mora-Osejo– a modo de sustentación de sus tesis, de qué manera diversas especies de las selvas vírgenes de La Macarena convivían cercana y pacíficamente y ni siquiera la presencia de los científicos que la visitaban por primera vez causaba la menor molestia o miedo a especies de animales tales como: jaguares, micos, saínos, venados, monos de anteojos, paujiles, entre otros”.
El profesor Jesús Idrobo, uno de sus más aventajados discípulos, ha destacado la importancia de la labor investigativa de Richter. Veía en él un hombre supremamente culto, irónico, con un gran sentido del humor y con un conocimiento excepcional del arte. Pese a no ser un entomólogo de formación académica, su sabiduría empírica resultaba mucho más profunda. Richter –recuerda Idrobo– se lamentaba por la falta de interés en la investigación científica de campo. En esta clase de investigación se había formado y su sentido de la observación y la síntesis había sido uno de los mayores aportes para sus discípulos. Pionero en el estudio de la entomología, impuso de alguna manera su método a sus alumnos. Es preciso coleccionar para saber lo que se tiene y lo que se puede perder. Esta era su preocupación: en su gigantesca riqueza, la biodiversidad colombiana debía ser compilada y reseñada. Richter estudiaba las relaciones entre vegetales y animales, esa relación de beneficios mutuos que ha dejado consignada en sus escritos. El “fino observador” que era Richter revelaba, además, un hombre a quien no le gustaba perder el tiempo. El testimonio de Idrobo es corroborado por su colega el profesor Roberto Jaramillo. Interesa, a fin de ofrecer un perfil humano aproximado, el recuerdo que Jaramillo conserva de su maestro y amigo, con quien emprendió numerosos viajes. Al margen de su aporte científico, Richter era un personaje insólito en medio de la rigidez y solemnidad de la Bogotá de la época. Pensador panteísta, era al mismo tiempo un hombre de principios y disciplina, exigente sin ser autoritario, flexible sin llegar a ser complaciente. De sus enseñanzas surgió una generación de naturalistas empíricos más que teóricos.
Roberto Jaramillo recuerda al profesor Richter como un hombre temerario y decidido, y no son pocas las anécdotas que ilustran esta parte de su carácter. Nunca aprendió a hablar bien el español, pero esto nunca fue un obstáculo para comunicarse con sus colegas, discípulos o amigos. Todos sus diarios y apuntes fueron redactados en alemán. Allí está la otra fase del “legado Richter”, en los voluminosos cuadernos que esperan ser traducidos. Para Jaramillo e Idrobo, el paso de Richter por el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional fue decisivo en aquella época.
“Del mismo modo –ha escrito Mora-Osejo–, otros conocimientos enunciados por Richter en las exposiciones a sus alumnos informales del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional sobre las peculiaridades de las selvas de la Amazonia, han sido luego confirmadas por estudios realizados mediante métodos más sofisticados, entre otros por Sioli y sus colaboradores”.
El eminente científico destaca, en este sentido, una observación fundamental en Richter: “Los árboles de la selva amazónica no extraen sus nutrimentos minerales del suelo, éste solamente les sirve de sostén”. Y el corolario de esta observación: “Las raíces de los árboles de la selva amazónica no crecen en profundidad, se extienden superficialmente, y por ello cuando se descuaja la selva y quedan algunos expuestos, el viento se encarga de derribarlos”.
Leopold Richter visto por Gisela Richter
“Conocí a Leopoldo Richter en una excursión a La Guajira, en 1953. Yo tenía 25 años y había venido a Colombia dos años antes a trabajar en la Embajada de Alemania. Leopoldo tenía 57 años. Me fascinaron sus cuentos sobre vivencias compartidas con la gente en sus viajes a las selvas y regiones apartadas de Colombia. Yo también quería conocerlas, como efectivamente ocurrió.
Conocí a Colombia por sus ojos: me explicó y me mostró las plantas, me las presentaba por sus nombres y, sobre todo, dibujaba. Esto me cautivó. Un día llegó a la Embajada y me entregó una carpeta. ‘Ahí le dejo estos dibujos’ –me dijo–. Era generoso, pero no sólo conmigo, lo era con todo el mundo. Otro rasgo característico era su sencillez.
Nos casamos en 1956 y tuvimos dos hijos: Juanita y Christof. Juanita sigue con el arte que aprendió de su padre, la pintura sobre cerámica. Christof, seis años menor, es violinista residente en los E.E.U.U. A su padre le gustaba mucho oírlo en la casa estudiando obras de los grandes clásicos europeos.
En los años 50 estaba en el apogeo de su madurez. Todo se dio para que las vivencias anteriores y un trabajo constante dieran sus frutos. Era como una explosión de creatividad y de alegría. El disfrute de la vida y el gusto por lo que hacía eran sus mayores rasgos característicos.
Nuestra casa en la sabana de Bogotá se construyó en 1959. La diseñó Loli Obregón de Echavarría y ella misma se encargó de supervisar la obra. El nombre de la casa, ‘El Barzal’, viene de los escritos del sabio Mutis, quien llamaba barzales a estos montes donde crecen el chusque y las zarzas.
Nuestra casa estaba siempre abierta a todas las personas que quisieran visitarnos. A la gente le encantaba oír sus charlas salpicadas de anécdotas: las adornaba con arabescos siempre nuevos y ponía creatividad a todo cuanto hacía. Derrochaba vitalidad. Era como los robles que sembró alrededor de la casa: se abrazaba a sus troncos para impregnarse de su fortaleza y energía.
Los alemanes residentes en Bogotá lo apodaron Urwaldrichter ‘Richter de la Selva’. Era cordial y generoso con sus amigos, repito. Disfrutaba mucho de una buena comida, un buen vino y un trago de ‘kirsch’ compartido con sus amigos.
Su relación con las mujeres fue decisiva. Lo ayudamos a crecer. Una frase del Fausto de Goethe es válida para su vida: ‘Lo eterno femenino nos eleva.’
Trabajaba a diario y constantemente. Cuando terminaba un cuadro, siempre me llamaba para que lo viera. Vivía obsesionado con su trabajo. Tomaba mucho tinto y decía que en la universidad lo habían acostumbrado a tomarlo en cantidades. Por las mañanas ponía Radio Nacional y trabajaba con música clásica. Mozart era su ídolo. Hasta las lágrimas se le brotaban al escuchar su música. Dedicaba sus tardes a la lectura. Aún conservo la biblioteca de los clásicos griegos y latinos traducidos al alemán, heredados de su padre.
En 1951 había hecho una exposición en casa de Hernán y Loli Echavarría. Cuenta Loli que el ‘Profe’ –como lo llamaban– llegó un día con una carpeta llena de dibujos y acuarelas. Ella le dijo que tenía que exponerlos. Leopoldo se resistía al principio porque –decía– eso lo abstraería de sus investigaciones. Un día se decidió. Las pinturas ni siquiera estaban enmarcadas. Se resolvió el problema de falta de sala de exposición pegándolas con cinta a las paredes de la casa. Rafael Obregón llevó un grupo de arquitectos. Se vendieron todos los cuadros. Así Richter se dio a conocer artísticamente en un ámbito reducido.
Fue también Hernán Echavarría, y por su conducto, la empresa Corona en Madrid (Cundinamarca), quienes le facilitaron la posibilidad de realizar su pintura sobre cerámica.
En los años sesenta, cada vez más personas se empiezan a interesar por su obra: colombianos, suizos, alemanes y norteamericanos, entre muchos otros. Expone en Washington y Toronto, donde Walter Engel llega a ser su representante. La revista The Texas Quarterly, del otoño de 1965, lo incluye en su número dedicado al arte contemporáneo latinoamericano. La revista Visión, de noviembre de 1967, le dedica un artículo escrito por Eddy Torres: Exaltación del Trópico.
La década del setenta es dedicada principalmente a los grandes murales cerámicos. Es la época en la cual fue más conocido y solicitado. Gracias al prestigio que llegó a tener, sus pinturas y cerámicas se encuentran dispersas en muchas partes del mundo.
Leopoldo trabajó creativamente hasta 1983, es decir, hasta la edad de 87 años.
Hago énfasis en el hecho de que ha sido Colombia el país donde Leopoldo Richter pudo realizarse como artista y naturalista. Colombia lo acogió, aquí encontró el respaldo y las posibilidades de trabajo propicias que lo empujaron a realizar su obra”.
Richter visto por sus amigos
Gabriel Echavarría conoció al “profe” (“Dein profe”–le escribía al ex-alumno del colegio Helvetia–) a los siete años de edad. Era su maestro ocasional. Gabriel lo llevaría donde su madre, Loli Obregón de Echavarría y de allí nacería una amistad. Richter se convirtió en una memorable figura protectora para el niño. Lo recuerda ahora, a sus 52 años, como a un magnífico contador de cuentos. Enseñaba con sus fábulas, que a menudo eran una mezcla de muchas otras fábulas. Por su imaginación y sus palabras pasaban héroes de las mitologías griega y latina, castillos de 1.001 cuartos, princesas europeas e indígenas americanas. Para el niño de entonces, era un placer jugar o pintar con aquel hombre con aspecto de fauno nórdico. Fascinado con la naturaleza, comunicaba a sus discípulos esta fascinación.
Doña Loli de Echavarría, quien conoció a Richter por medio de su hijo, ve en él a un personaje digno de las ficciones de Joseph Conrad. Generoso, noble, desprendido, vivía más cerca de la leyenda y el mito que de la realidad. Era un alemán tan compenetrado con el trópico que la idea de regresar a Alemania ya era inconcebible. “Creo que quería perderse del mundo europeo, como si de éste llevara un dolor interno” –dice la señora de Echavarría y su hijo José Antonio tal vez lo describe– “él odiaba la guerra y lo metieron en una trinchera a echar bala contra otros individuos que ni odiaba ni tenía intención de matar”. Los principios de la inocencia y la bondad presidían su vida.
El librero Hans Ungar destaca que tal vez el rasgo más sobresaliente era su personalidad, empezando por su figura impresionante. Persona positiva, parecía haber gozado ampliamente de la vida. Temerario, no se detenía ante ninguna dificultad. Artista de gran modestia, no le gustaban el alarde ni las reuniones mundanas: “Llevaba la vida de alguien que sabe perfectamente lo que quiere”.
En muchos, si no en todos los aspectos, sus amigos coinciden en ver a Richter como una personalidad fascinante y auténtica, excepcional en muchos sentidos. En su creatividad obsesiva, en su humildad pero también en la firmeza de sus convicciones. ¿Excéntrico? Tal vez. Porque la condición del excéntrico es esa manera de separarse de los hábitos y actitudes al uso. Más que el éxito, que parecía no interesarle, lo que le interesaba era su propio trabajo y el placer derivado de él.
Las anécdotas que se recuerdan de su vida cotidiana y de su comportamiento social contribuyen a crear una imagen excepcional del hombre. Sobreviven incluso anécdotas, poco probables, pero en todo caso significativas, algunas con caracteres de leyenda. ¿Que su temeridad lo llevó alguna vez a convivir con serpientes? ¿Que como cuenta el profesor Jaramillo, su sentido de la observación corría parejo a una actitud temeraria? ¿Que cuando se proponía algo no había obstáculo que impidiera su realización? ¿Que era malhumorado, tanto como amigable? Sólo un personaje de las características de Leopoldo Richter podía dar origen a estas pequeñas leyendas. Christof, su hijo, ha aportado a este anecdotario un ligero toque de humor. Recuerda “que caminando por el jardín (de ‘El Barzal’), de pronto con un zarpazo muy ágil de setenta y ochoañero, atrapó una abeja que volaba de flor en flor y, con el mismo manotazo, se la llevó a la boca. Mantuvo los labios sellados por cinco segundos y abrió la boca: la abejita salió a toda velocidad. Esta era su manera muy peculiar y convincente de enseñarme que las abejas de género masculino, más pequeñas que las hembras, no tienen aguijón y, por lo tanto, no representan peligro”. Tal vez la ciudad, que visitaba con frecuencia a partir de la fecha en que se trasladó con su familia a “El Barzal”, en la sabana de Bogotá, no le fuera muy querida. Allá, en aquel hábitat, donde con los años creció una vegetación que él mismo había sembrado con sus manos, su vida lo separaba de ese mundo urbano al que sólo algunos compromisos lo acercaban esporádicamente. Réplica de la selva que había nutrido su sensibilidad, “El Barzal” fue el lugar de trabajo propicio y sólo allí, su vida familiar y social cobraba sentido.
#AmorPorColombia
Richter visto por sus contemporáneos
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1941 38 x 33 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 c. 33.5 x 25 cm.
Acuarela Década del 50 35 x 31.5 cm.
Acuarela Década del 50 34 x 28 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 c. 33.5 x 25 cm.
Bosque con maloca Témpera sobre papel Década del 50 54 x 40 cm.
Pareja de pájaros Litografía 1955 31 x 25 cm.
En la canoa Litografía 1955 60 x 48 cm.
Familia Témpera sobre papel 1955 48 x 40 cm.
Dos etnias Técnica mixta sobre papel 1955 40 x 38 cm.
Pescando con barbasco Gouache 1953 36 x 29.5 cm.
Mujer sentada Témpera sobre papel 1955 40 x 38 cm.
Indios con arco y flecha Témpera sobre papel Década del 50 39 x 30 cm.
Tres mujeres Témpera sobre papel 1953 31 x 28 cm.
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 33.5 x 24.5 cm
Estudio de caballos Témpera sobre papel 1949 34.5 x 27.5 cm
Pacífico Témpera sobre papel 1954
Pescadoras Técnica mixta sobre papel 1953 55 x 45 cm.
Baile Técnica mixta con pastel 1953 c. 45 x 40 cm.
Técnica mixta sobre papel 1953 c. 45 x 33 cm.
Pareja indígena Témpera sobre papel 1956 51 x 39 cm.
Ritmo Témpera sobre papel 1956 50.5 x 38.5 cm.
La vida como búsqueda de valores vitales e intento de plasmar lo encontrado llegó a ser, después de estas largas permanencias en la selva con sus seres vivientes, la última tarea de mi vida. No me cansé de dibujar aquellos hombres y mujeres y al hacerlo aprendí a ver cómo se movían, cómo realizaban sus actividades cotidianas, casi a paso de baile, cómo se sentaban o cómo jugaban con sus hijos en el agua y al sol.
(L.R. Al recordar mi vida)
No son pocos los testimonios que sobre su labor científica y su perfil humano han ofrecido sus colegas. El profesor Luis Eduardo Mora-Osejo ha señalado la importancia de los manuscritos de Richter, “donde se destacan con mayor nitidez las dos vertientes de su creatividad, la artística y la científica, lo mismo que en la vasta colección de dibujos ilustrativos de las especies de membrácidos y de la diversidad de formas del apéndice pronotal de este mismo grupo de insectos homópteros. El lenguaje plástico le resultaba muchas veces más transparente y preciso para representar la plasticidad de las formas orgánicas, ya que en su trabajo biológico le interesaba más aprehender el organismo en sí que los fenómenos puntuales”.
Mora-Osejo pone de relieve la preocupación humanística de Richter y recuerda que tal vez influenciado por el pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer, “suponía ver en todo ello manifestaciones de los impulsos creativos completamente libres de lo orgánico”. El impulso creativo de lo viviente, es ésta una expresión recursiva en Leopold Richter. “En varias ocasiones le escuché relatar –recuerda Mora-Osejo– a modo de sustentación de sus tesis, de qué manera diversas especies de las selvas vírgenes de La Macarena convivían cercana y pacíficamente y ni siquiera la presencia de los científicos que la visitaban por primera vez causaba la menor molestia o miedo a especies de animales tales como: jaguares, micos, saínos, venados, monos de anteojos, paujiles, entre otros”.
El profesor Jesús Idrobo, uno de sus más aventajados discípulos, ha destacado la importancia de la labor investigativa de Richter. Veía en él un hombre supremamente culto, irónico, con un gran sentido del humor y con un conocimiento excepcional del arte. Pese a no ser un entomólogo de formación académica, su sabiduría empírica resultaba mucho más profunda. Richter –recuerda Idrobo– se lamentaba por la falta de interés en la investigación científica de campo. En esta clase de investigación se había formado y su sentido de la observación y la síntesis había sido uno de los mayores aportes para sus discípulos. Pionero en el estudio de la entomología, impuso de alguna manera su método a sus alumnos. Es preciso coleccionar para saber lo que se tiene y lo que se puede perder. Esta era su preocupación: en su gigantesca riqueza, la biodiversidad colombiana debía ser compilada y reseñada. Richter estudiaba las relaciones entre vegetales y animales, esa relación de beneficios mutuos que ha dejado consignada en sus escritos. El “fino observador” que era Richter revelaba, además, un hombre a quien no le gustaba perder el tiempo. El testimonio de Idrobo es corroborado por su colega el profesor Roberto Jaramillo. Interesa, a fin de ofrecer un perfil humano aproximado, el recuerdo que Jaramillo conserva de su maestro y amigo, con quien emprendió numerosos viajes. Al margen de su aporte científico, Richter era un personaje insólito en medio de la rigidez y solemnidad de la Bogotá de la época. Pensador panteísta, era al mismo tiempo un hombre de principios y disciplina, exigente sin ser autoritario, flexible sin llegar a ser complaciente. De sus enseñanzas surgió una generación de naturalistas empíricos más que teóricos.
Roberto Jaramillo recuerda al profesor Richter como un hombre temerario y decidido, y no son pocas las anécdotas que ilustran esta parte de su carácter. Nunca aprendió a hablar bien el español, pero esto nunca fue un obstáculo para comunicarse con sus colegas, discípulos o amigos. Todos sus diarios y apuntes fueron redactados en alemán. Allí está la otra fase del “legado Richter”, en los voluminosos cuadernos que esperan ser traducidos. Para Jaramillo e Idrobo, el paso de Richter por el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional fue decisivo en aquella época.
“Del mismo modo –ha escrito Mora-Osejo–, otros conocimientos enunciados por Richter en las exposiciones a sus alumnos informales del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional sobre las peculiaridades de las selvas de la Amazonia, han sido luego confirmadas por estudios realizados mediante métodos más sofisticados, entre otros por Sioli y sus colaboradores”.
El eminente científico destaca, en este sentido, una observación fundamental en Richter: “Los árboles de la selva amazónica no extraen sus nutrimentos minerales del suelo, éste solamente les sirve de sostén”. Y el corolario de esta observación: “Las raíces de los árboles de la selva amazónica no crecen en profundidad, se extienden superficialmente, y por ello cuando se descuaja la selva y quedan algunos expuestos, el viento se encarga de derribarlos”.
Leopold Richter visto por Gisela Richter
“Conocí a Leopoldo Richter en una excursión a La Guajira, en 1953. Yo tenía 25 años y había venido a Colombia dos años antes a trabajar en la Embajada de Alemania. Leopoldo tenía 57 años. Me fascinaron sus cuentos sobre vivencias compartidas con la gente en sus viajes a las selvas y regiones apartadas de Colombia. Yo también quería conocerlas, como efectivamente ocurrió.
Conocí a Colombia por sus ojos: me explicó y me mostró las plantas, me las presentaba por sus nombres y, sobre todo, dibujaba. Esto me cautivó. Un día llegó a la Embajada y me entregó una carpeta. ‘Ahí le dejo estos dibujos’ –me dijo–. Era generoso, pero no sólo conmigo, lo era con todo el mundo. Otro rasgo característico era su sencillez.
Nos casamos en 1956 y tuvimos dos hijos: Juanita y Christof. Juanita sigue con el arte que aprendió de su padre, la pintura sobre cerámica. Christof, seis años menor, es violinista residente en los E.E.U.U. A su padre le gustaba mucho oírlo en la casa estudiando obras de los grandes clásicos europeos.
En los años 50 estaba en el apogeo de su madurez. Todo se dio para que las vivencias anteriores y un trabajo constante dieran sus frutos. Era como una explosión de creatividad y de alegría. El disfrute de la vida y el gusto por lo que hacía eran sus mayores rasgos característicos.
Nuestra casa en la sabana de Bogotá se construyó en 1959. La diseñó Loli Obregón de Echavarría y ella misma se encargó de supervisar la obra. El nombre de la casa, ‘El Barzal’, viene de los escritos del sabio Mutis, quien llamaba barzales a estos montes donde crecen el chusque y las zarzas.
Nuestra casa estaba siempre abierta a todas las personas que quisieran visitarnos. A la gente le encantaba oír sus charlas salpicadas de anécdotas: las adornaba con arabescos siempre nuevos y ponía creatividad a todo cuanto hacía. Derrochaba vitalidad. Era como los robles que sembró alrededor de la casa: se abrazaba a sus troncos para impregnarse de su fortaleza y energía.
Los alemanes residentes en Bogotá lo apodaron Urwaldrichter ‘Richter de la Selva’. Era cordial y generoso con sus amigos, repito. Disfrutaba mucho de una buena comida, un buen vino y un trago de ‘kirsch’ compartido con sus amigos.
Su relación con las mujeres fue decisiva. Lo ayudamos a crecer. Una frase del Fausto de Goethe es válida para su vida: ‘Lo eterno femenino nos eleva.’
Trabajaba a diario y constantemente. Cuando terminaba un cuadro, siempre me llamaba para que lo viera. Vivía obsesionado con su trabajo. Tomaba mucho tinto y decía que en la universidad lo habían acostumbrado a tomarlo en cantidades. Por las mañanas ponía Radio Nacional y trabajaba con música clásica. Mozart era su ídolo. Hasta las lágrimas se le brotaban al escuchar su música. Dedicaba sus tardes a la lectura. Aún conservo la biblioteca de los clásicos griegos y latinos traducidos al alemán, heredados de su padre.
En 1951 había hecho una exposición en casa de Hernán y Loli Echavarría. Cuenta Loli que el ‘Profe’ –como lo llamaban– llegó un día con una carpeta llena de dibujos y acuarelas. Ella le dijo que tenía que exponerlos. Leopoldo se resistía al principio porque –decía– eso lo abstraería de sus investigaciones. Un día se decidió. Las pinturas ni siquiera estaban enmarcadas. Se resolvió el problema de falta de sala de exposición pegándolas con cinta a las paredes de la casa. Rafael Obregón llevó un grupo de arquitectos. Se vendieron todos los cuadros. Así Richter se dio a conocer artísticamente en un ámbito reducido.
Fue también Hernán Echavarría, y por su conducto, la empresa Corona en Madrid (Cundinamarca), quienes le facilitaron la posibilidad de realizar su pintura sobre cerámica.
En los años sesenta, cada vez más personas se empiezan a interesar por su obra: colombianos, suizos, alemanes y norteamericanos, entre muchos otros. Expone en Washington y Toronto, donde Walter Engel llega a ser su representante. La revista The Texas Quarterly, del otoño de 1965, lo incluye en su número dedicado al arte contemporáneo latinoamericano. La revista Visión, de noviembre de 1967, le dedica un artículo escrito por Eddy Torres: Exaltación del Trópico.
La década del setenta es dedicada principalmente a los grandes murales cerámicos. Es la época en la cual fue más conocido y solicitado. Gracias al prestigio que llegó a tener, sus pinturas y cerámicas se encuentran dispersas en muchas partes del mundo.
Leopoldo trabajó creativamente hasta 1983, es decir, hasta la edad de 87 años.
Hago énfasis en el hecho de que ha sido Colombia el país donde Leopoldo Richter pudo realizarse como artista y naturalista. Colombia lo acogió, aquí encontró el respaldo y las posibilidades de trabajo propicias que lo empujaron a realizar su obra”.
Richter visto por sus amigos
Gabriel Echavarría conoció al “profe” (“Dein profe”–le escribía al ex-alumno del colegio Helvetia–) a los siete años de edad. Era su maestro ocasional. Gabriel lo llevaría donde su madre, Loli Obregón de Echavarría y de allí nacería una amistad. Richter se convirtió en una memorable figura protectora para el niño. Lo recuerda ahora, a sus 52 años, como a un magnífico contador de cuentos. Enseñaba con sus fábulas, que a menudo eran una mezcla de muchas otras fábulas. Por su imaginación y sus palabras pasaban héroes de las mitologías griega y latina, castillos de 1.001 cuartos, princesas europeas e indígenas americanas. Para el niño de entonces, era un placer jugar o pintar con aquel hombre con aspecto de fauno nórdico. Fascinado con la naturaleza, comunicaba a sus discípulos esta fascinación.
Doña Loli de Echavarría, quien conoció a Richter por medio de su hijo, ve en él a un personaje digno de las ficciones de Joseph Conrad. Generoso, noble, desprendido, vivía más cerca de la leyenda y el mito que de la realidad. Era un alemán tan compenetrado con el trópico que la idea de regresar a Alemania ya era inconcebible. “Creo que quería perderse del mundo europeo, como si de éste llevara un dolor interno” –dice la señora de Echavarría y su hijo José Antonio tal vez lo describe– “él odiaba la guerra y lo metieron en una trinchera a echar bala contra otros individuos que ni odiaba ni tenía intención de matar”. Los principios de la inocencia y la bondad presidían su vida.
El librero Hans Ungar destaca que tal vez el rasgo más sobresaliente era su personalidad, empezando por su figura impresionante. Persona positiva, parecía haber gozado ampliamente de la vida. Temerario, no se detenía ante ninguna dificultad. Artista de gran modestia, no le gustaban el alarde ni las reuniones mundanas: “Llevaba la vida de alguien que sabe perfectamente lo que quiere”.
En muchos, si no en todos los aspectos, sus amigos coinciden en ver a Richter como una personalidad fascinante y auténtica, excepcional en muchos sentidos. En su creatividad obsesiva, en su humildad pero también en la firmeza de sus convicciones. ¿Excéntrico? Tal vez. Porque la condición del excéntrico es esa manera de separarse de los hábitos y actitudes al uso. Más que el éxito, que parecía no interesarle, lo que le interesaba era su propio trabajo y el placer derivado de él.
Las anécdotas que se recuerdan de su vida cotidiana y de su comportamiento social contribuyen a crear una imagen excepcional del hombre. Sobreviven incluso anécdotas, poco probables, pero en todo caso significativas, algunas con caracteres de leyenda. ¿Que su temeridad lo llevó alguna vez a convivir con serpientes? ¿Que como cuenta el profesor Jaramillo, su sentido de la observación corría parejo a una actitud temeraria? ¿Que cuando se proponía algo no había obstáculo que impidiera su realización? ¿Que era malhumorado, tanto como amigable? Sólo un personaje de las características de Leopoldo Richter podía dar origen a estas pequeñas leyendas. Christof, su hijo, ha aportado a este anecdotario un ligero toque de humor. Recuerda “que caminando por el jardín (de ‘El Barzal’), de pronto con un zarpazo muy ágil de setenta y ochoañero, atrapó una abeja que volaba de flor en flor y, con el mismo manotazo, se la llevó a la boca. Mantuvo los labios sellados por cinco segundos y abrió la boca: la abejita salió a toda velocidad. Esta era su manera muy peculiar y convincente de enseñarme que las abejas de género masculino, más pequeñas que las hembras, no tienen aguijón y, por lo tanto, no representan peligro”. Tal vez la ciudad, que visitaba con frecuencia a partir de la fecha en que se trasladó con su familia a “El Barzal”, en la sabana de Bogotá, no le fuera muy querida. Allá, en aquel hábitat, donde con los años creció una vegetación que él mismo había sembrado con sus manos, su vida lo separaba de ese mundo urbano al que sólo algunos compromisos lo acercaban esporádicamente. Réplica de la selva que había nutrido su sensibilidad, “El Barzal” fue el lugar de trabajo propicio y sólo allí, su vida familiar y social cobraba sentido.