- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
El escenario
“Paso” y cargueros de las Procesiones Chiquitas. Semana de pascua en Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Los deportes náuticos constituyen un motivo para visitar la Isla de San Andrés, el principal territorio de Colombia en el Caribe. En cambio, a Popayán, ciudad situada en las montañas andinas, los turistas llegan atraídos por sus tradiciones varias veces centenarias. Jeremy Horner.
El colorido de los paracaídas puede engañar sobre la rigidez del entrenamiento de los “Lanceros” y paracaidistas del Ejército colombiano, unos veteranos de varias décadas en el combate contraguerrillero en selvas y montañas, cuya base se encuentra en el Fuerte de Tolemaida, en los límites entre el Tolima y Cundinamarca. Jeremy Horner.
Los antiguos tratados de alquimia afirman que la paciencia es la escalera que conduce hasta las puertas de la sabiduría y que la humildad es la llave que las abre. El ciudadano de hoy, seguramente, está más preocupado por las llaves de su seguridad cotidiana. Jeremy Horner.
En la región amazónica colombiana habitan todavía cerca de ochenta grupos étnicos, que van desde tribus de cazadores y recolectores, muy poco interesados en el mundo “civilizado”, hasta comunidades que han perdido casi totalmente su cultura debido al contacto con mestizos y blancos. Jeremy Horner.
La industria textil fue una de las primeras en desarrollarse en la Colombia republicana, especialmente en Antioquia, Boyacá y el llamado “Viejo Caldas”. La fábrica de la foto queda en Ibagué, capital del Tolima. Este Departamento algodonero, en el valle del Magdalena, también tiene su propio desarrollo industrial. Jeremy Horner.
La religiosidad esta presente en buena parte de los lugares donde transcurre la vida cotidiana de los colombianos, a través de imágenes escultóricas o pictóricas de clara extracción popular, como en esta escena en el Caquetá. Jeremy Horner.
La riqueza en aguas de Colombia, desde las lagunas de los páramos y los arroyos que allí nacen hasta los grandes ríos de las selvas y las costas en los dos océanos, produce una gran diversidad de peces que son base importante de la alimentación en las distintas regiones del país. Jeremy Horner.
Palacio de Nariño -sede de la Presidencia de la República- Bogotá Jeremy Horner.
Palacio de Nariño -sede de la Presidencia de la República- Bogotá Jeremy Horner.
Ensayo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el auditorio de la Universidad Nacional, Bogotá. Jeremy Horner.
Día de elecciones en el Palacio Liévano, Bogotá. Jeremy Horner.
Ensayo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el auditorio de la Universidad Nacional, Bogotá Jeremy Horner.
Clase de educación física en el colegio Gimnasio Moderno, Bogotá Jeremy Horner.
Estudiantes de la Universidad de Los Andes, Bogotá Jeremy Horner.
“Armada” del diario El Tiempo, Bogotá. Jeremy Horner.
Taller de arte gráfico en Bogotá Jeremy Horner.
Emisión de billetes en el Banco de la República, Bogotá Jeremy Horner.
Grabador de lápidas de mármol en el Cementerio Central, Bogotá Jeremy Horner.
Estaciones del Via crucis en el ascenso a Monserrate, Bogotá Jeremy Horner.
Estaciones del Via crucis en el ascenso a Monserrate, Bogotá Jeremy Horner.
Escenas de la feria agropecuaria Agroexpo en Bogotá Jeremy Horner.
Escenas de la feria agropecuaria Agroexpo en Bogotá Jeremy Horner.
Vendedora de la plaza mayorista de Corabastos, Bogotá Jeremy Horner.
“Zona Rosa”, al norte de Bogotá Jeremy Horner.
Reparador de bicicletas en la ciclovía de Bogotá Jeremy Horner.
Festival de la cerveza y feria agropecuaria en el recinto de Corferias, Bogotá Jeremy Horner.
Festival de la cerveza y feria agropecuaria en el recinto de Corferias, Bogotá Jeremy Horner.
Monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas en Villa de Leiva, Boyacá Jeremy Horner.
Plaza de Bolívar de Tunja, Boyacá Jeremy Horner.
Familia campesina en Tibaná, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Cultivos de cebolla en las orillas de la laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Cultivos de cebolla en las orillas de la laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Fábrica de tabacos en Piedecuesta, Santander Jeremy Horner.
Fabricación de campanas en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
Tejedor artesanal en Velez, Santander. Jeremy Horner.
Girón, Santander Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Mercado callejero en Girón, Santander Jeremy Horner.
Calle de Barichara, Santander Jeremy Horner.
Niñas haciendo tareas en el parque de San Gil, Santander Jeremy Horner.
Calle del Socorro, Santander Jeremy Horner.
Niños viendo la trasmisión por televisión de un partido de fútbol de la Selección Colombia en Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Niños viendo la trasmisión por televisión de un partido de fútbol de la Selección Colombia en Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Supermercado en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Fotógrafo de parque en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Cementerio de carros en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Misa en la catedral, Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Indígenas Wayúu en el Parque de Uribia, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Monumento a Bolívar en la quinta de San Pedro Alejandrino. Santa Marta, Magdalena Jeremy Horner.
Trabajadores de las bananeras de Ciénaga, Magdalena Jeremy Horner.
Bañistas en Puerto Colombia cerca a Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Mercado flotante en la Ciénaga Grande, Magdalena Jeremy Horner.
Bahía de Taganga cerca a Santa Marta, Magdalena Jeremy Horner.
Niños pescadores en Taganga, Magdalena Jeremy Horner.
Puerto de Barranquilla sobre el río Magdalena, Atlántico Jeremy Horner.
Discoteca Ipacaraí en Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Discoteca Ipacaraí en Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Escenas callejeras del Carnaval de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Escenas callejeras del Carnaval de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Fuente en el parque de Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
“Tres son compañía”, Santo Tomás cerca de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Cochero y coche junto a las murallas de Cartagena, Bolivar Jeremy Horner.
Parque Bolívar en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Castillo de San Felipe en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Policía de tránsito en la ciudad amurallada. Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Descanso en la muralla delante de las Bóvedas en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Descanso en la muralla delante de las Bóvedas en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Después de la misa de domingo en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Después de la misa de domingo en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Alimentando tiburones en el Acuario de las Islas del Rosario Jeremy Horner.
“Varada” cerca de Montería, Córdoba Jeremy Horner.
Jardín Botánico “Guillermo Piñeres” en Turbaco cerca a Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Pescador de Fisherman’s Bay, San Andrés Jeremy Horner.
Criador de gallos, Isla Providencia Jeremy Horner.
Escultura de una Barracuda en la Isla de San Andrés Jeremy Horner.
Descanso de una familia frente a su casa en la Isla de Providencia Jeremy Horner.
Niños beisbolistas en la Isla de San Andrés Jeremy Horner.
Festival del Gallo Fino y gallera en Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
Colocándole al gallo las espuelas de carey, Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
Entrando a la gallera en Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
“Frente al atrio” en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Típica ventana de la arquitectura tradicional antioqueña en Santa Fe de Antioquia Jeremy Horner.
Negociante de café en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Ganadero en Bolombolo, Antioquia Jeremy Horner.
Cementerio en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Aseo de la mañana en el Palacio de Nariño, Bogotá Jeremy Horner.
Toreros aprendices en la Plaza de Santamaría, Bogotá Jeremy Horner.
Almacén de artículos religiosos en el barrio 20 de Julio, Bogotá Jeremy Horner.
Catedral del Rosario en la plaza central de Villa de Leiva, Boyacá. Jeremy Horner.
Instalaciones industriales de Paz del Río en Belencito, Boyacá Jeremy Horner.
Museo Arqueológico de Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
“Bailando en las calles” durante el Carnaval de Barranquilla en Santo Tomás, Atlántico Jeremy Horner.
Puerta del reloj y recinto amurallado de Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Página siguiente, Stillwater Bay, Isla de Providencia Jeremy Horner.
Playas de la Isla de Providencia Jeremy Horner.
Juego de cartas en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Centro administrativo de la Alpujarra en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Centro administrativo de la Alpujarra en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Antigua “Estación Medellín”, hoy sede de la Fundación Ferrocarril de Antioquia Jeremy Horner.
Salón Botero del Museo de Antioquia. Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Escultura “La Gorda” de Botero en el parque Berrio de Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Secadero de café, Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Torres de liofilización en Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Recolector de café en Bolombolo, Antioquia Jeremy Horner.
Plaza de Bolívar, Manizales, Caldas Jeremy Horner.
Iglesia de La Inmaculada en Manizales, Caldas Jeremy Horner.
“Camino de la escuela” Manizales, Caldas Jeremy Horner.
Reproducción de orquídeas en laboratorio cerca a Pereira, Risaralda Jeremy Horner.
Museo de Historia Natural de la Universidad de Caldas, Manizales Jeremy Horner.
Sacos de café para la exportación en Pereira, Risaralda Jeremy Horner.
Cosecha de café en Armenia, Quindío Jeremy Horner.
Mercado de plátano en Armenia, Quindio Jeremy Horner.
Pesca en el río Magdalena durante la subienda en Honda, Tolima Jeremy Horner.
Pesca en el río Magdalena durante la subienda en Honda, Tolima Jeremy Horner.
Sala de cirugía en la clínica Marly, Bogotá Jeremy Horner.
Escanografía de cerebro en la clínica Marly en Bogotá Jeremy Horner.
Fanático de la Selección Colombiana de fútbol en el estadio El Campín, Bogotá Jeremy Horner.
El “arrastre” del toro en la Plaza de Santamaría, Bogotá Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bogotá Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bogotá Jeremy Horner.
Salón Elíptico del Capitolio Nacional, Bogotá Jeremy Horner.
Catedral y Plaza de Bolívar, Bogotá Jeremy Horner.
Filmación de un documental en Girardot, Cundinamarca Jeremy Horner.
Pilotos de helicóptero en el Aeropuerto de Guaymaral, Bogotá Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Estudiantes de trombón del Conservatorio de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Instalaciones del Conservatorio de Música de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Gimnasia aeróbica y jugadores de ajedrez en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Gimnasia aeróbica y jugadores de ajedrez en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Piscina olímpica en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Reparación de la rueda de un trapiche cerca a Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Cultivo de arroz en el Guamo, Tolima Jeremy Horner.
Recolectores de tabaco y café en el Huila Jeremy Horner.
Recolectores de tabaco y café en el Huila Jeremy Horner.
Horno de panadería artesanal en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Trabajador de horno industrial en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Hipogeos o tumbas indígenas de Tierradentro, Cauca Jeremy Horner.
Hipogeos o tumbas indígenas de Tierradentro, Cauca Jeremy Horner.
San Agustín, Huila Jeremy Horner.
Chiva o bus de escalera por los caminos del Huila Jeremy Horner.
Corte de crin a un caballo.San Andrés de Pisimbalá, Cauca Jeremy Horner.
Cosecha de caña de azúcar en Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Restauración de casa colonial en Honda, Tolima Jeremy Horner.
iscoteca “Bahía” en la vía a La Calera, Bogotá Jeremy Horner.
Pintores de carteles de cine en Bogotá Jeremy Horner.
Estudios del Noticiero QAP, Bogotá Jeremy Horner.
Aprendiz de saxofón del Conservatorio de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Descanso dominical cerca a Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Pozo petrolero en el desierto de La Tatacoa, Huila Jeremy Horner.
Zoocriadero de iguanas en una isla fluvial cerca a Neiva, Huila Jeremy Horner.
La fiesta “está que arde” en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Estatuaria lítica de San Agustín, Huila Jeremy Horner.
Corte de crin a un caballo.San Andrés de Pisimbalá, Cauca Jeremy Horner.
Calle de Popayán en Viernes Santo por la mañana, Cauca Jeremy Horner.
Factoría de azufre “El Vinagre” en Puracé, Cauca Jeremy Horner.
Palacio Nacional de Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Calle de Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Tallador de madera en Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Reconstrucción del campanario de San Francisco, Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Archivo Histórico “José María Arboleda Llorente”, Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Niño guambiano. Silvia, Cauca Jeremy Horner.
Indígenas guambianos. Silvia, Cauca Jeremy Horner.
Un vulcanólogo mide gases cerca al cráter del Galeras, en vecindades de Pasto, Nariño Jeremy Horner.
Terapia manual en el hospital siquiátrico de Pasto Jeremy Horner.
Taller de escultura en madera en Pasto, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de Yacuanquer, en la cara sur del Galeras, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de Yacuanquer, en la cara sur del Galeras, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de la laguna de La Cocha, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de la laguna de La Cocha, Nariño Jeremy Horner.
Indígenas del valle de Sibundoy, Putumayo Jeremy Horner.
Indígenas del valle de Sibundoy, Putumayo Jeremy Horner.
“Leyendo la prensa”, Tumaco, Nariño Jeremy Horner.
“Vendiendo la prensa”, Buenaventura, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Niña guapireña, Guapi, Cauca Jeremy Horner.
“Elevando cometa” en el barrio de San Antonio en Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Vendedor de dulces frente al museo de La Tertulia, Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Escuela de ballet de Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
“Reposando el almuerzo” frente al río Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
“Preparando pescado”, Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Vendedor de lotería en Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Cortero de caña de azúcar, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Quema previa a la cosecha de la caña, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Quema previa a la cosecha de la caña, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Después de la lluvia en Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Escopeta de juguete hecha en caña. Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Mercado en el malecón. Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Mazamorreo o “lavado” de oro en el Chocó Jeremy Horner.
Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Niños de la región. Utría, Chocó Jeremy Horner.
Gente costeña en Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Gente costeña en Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Domingo de ramos en Mompox, Bolívar Jeremy Horner.
“Poniéndole color” a una fachada en Mompox, Bolívar Jeremy Horner.
Vaqueros al atardecer en los Llanos Orientales, Casanare Jeremy Horner.
Actividades ganaderas en los Llanos Orientales, Meta Jeremy Horner.
Actividades ganaderas en los Llanos Orientales, Meta Jeremy Horner.
“Pilando” maíz en Puerto Nariño, Amazonas Jeremy Horner.
Mujeres indígenas y mestizas del Amazonas Jeremy Horner.
Mujeres indígenas y mestizas del Amazonas Jeremy Horner.
Texto de Gustavo Wilches Chaux.
Si el territorio colombiano se pudiera desenrollar como una alfombra, sólo sería posible alisar más o menos una parte la mitad correspondiente a lo que en el país se conoce como los Llanos Orientales o la Orinoquia, y a la región Amazónica. La otra mitad, en donde están la región andina, la costa del Pacífico y la llanura del Caribe, necesariamente debería permanecer arrugada.
Esa es, básicamente, la orografía del escenario sobre el cual se desarrolla la vida de los colombianos un país a donde la cordillera de los Andes penetra desde el Sur, para bifurcarse y trifurcarse y ramificarse como la nervadura de una hoja o las raíces de un mangle, para desembocar como un río, junto a las costas sobre el océano Atlántico, en la llanura del Caribe.
Pequeñas serranías, aparentemente aisladas de los Andes, afloran en medio del desierto guajiro habitado por los indios wayúu, en la región de Colombia que más se aventura hacia el norte de la línea del ecuador. Una pirámide triangular de casi seis mil metros de altura sobre el nivel del mar, la Sierra Nevada de Santa Marta, el territorio sagrado de los arhuacos, los arsarios, y los kogis, y la cordillera más alta del mundo al pie de un litoral, hunde las raíces de una de sus caras, en el Tairona, en arrecifes de coral.
Después, la llanura del Caribe, donde literalmente desembocan los ríos Magdalena, Cauca, San Jorge y Sinú, antes de verter oficialmente sus aguas en el mar desde épocas precolombinas sus habitantes han desarrollado culturas anfibias, adaptadas a permanecer varios meses del año en condiciones de inundación.
Hacia el Occidente, como un andén paralelo a la cordillera de los Andes, la costa del Pacífico o Chocó Biogeográfico, uno de los lugares más lluviosos quizás la zona tropical más lluviosa del planeta y uno de los más ricos en biodiversidad. Arranca al norte de la costa del Ecuador y penetra hasta Panamá. El río Atrato, el más caudaloso del mundo en relación con su longitud, conecta como un ombligo la costa del Pacífico con la del Atlántico a través del golfo de Urabá.
Dos grandes valles en medio de las tres ramas principales de la cordillera de los Andes las que aquí se llaman cordillera occidental, cordillera central y cordillera oriental. Entre las dos primeras, el angosto valle del río Cauca. Entre la segunda y la tercera, el anchísimo valle del Magdalena. Trepados en esas tres cordilleras y en sus valles, viven por lo menos dos terceras partes de los colombianos.
Si uno asciende desde el nivel del mar hasta las cimas nevadas de la cordillera central y de la oriental, o de la Sierra de Santa Marta, se va encontrando paisajes y climas equivalentes a todos los ecosistemas que existen en la Tierra, entre el ecuador y los polos. Por eso en Colombia, en menos del uno por ciento de la superficie emergida del planeta, existe algo así como el diez por ciento de todas las especies conocidas de animales y de plantas.
Desde los glaciares de la serranía del Cocuy, en la cordillera oriental, se divisan planísimos y enormes los Llanos Orientales, bañados por grandes ríos que desembocan en el Orinoco.
En el sur de la cordillera oriental, en el Macizo Colombiano y en el Nudo de los Pastos (las yemas de donde arrancan las ramificaciones de los Andes), nacen los ríos que tributan al Amazonas.
En la Serranía de La Macarena se juntan características de la región andina, de la orinoquia y la amazonia. Seguramente, junto con la pequeña serranía de Chiribiquete, en el Guaviare, está geológicamente emparentada con los tepuyes de Venezuela.
Alguna vez, en el siglo XIX, la fachada de Colombia miraba hacia los Llanos. Por el puerto de Orocué, sobre el río Meta, se realizaban los principales intercambios comerciales con Europa, a través del Orinoco y de Ciudad Bolívar, en la costa venezolana. Después se abrió la puerta principal sobre la costa Atlántica, y la orinoquia y la amazonia quedaron a la espalda. Hasta hace poco, cuando el auge de los yacimientos petroleros de los Llanos, comenzó a cambiar de nuevo la fisonomía de la zona.
Las más grandes ciudades de Colombia se encuentran en la región andina y en la costa del Atlántico Santafé de Bogotá, posiblemente la ciudad del mundo con más habitantes a esa altura sobre el nivel del mar, ocupa varios miles de hectáreas de Sabana. Barranquilla, el principal puerto del país, junto a la desembocadura del Magdalena en el Atlántico. Medellín, también en las montañas. Cali, sobre el planísimo valle geográfico del Cauca, entre los caprichosos meandros de ese río y los picos de los Farallones. Bucaramanga, exactamente sobre un punto en las entrañas de la Tierra, donde se encuentran la placa suramericana, la placa de Nazca y la placa del Caribe.
Con alguna frecuencia se perciben en la zona los tremores del choque. Y las llamadas ciudades intermedias, entre otras, Santa Marta, la más antigua de América; Cartagena de Indias, la ciudad amurallada; Quibdó, la única capital de departamento en la costa del Pacífico; Buenaventura, el principal puerto de Colombia en esa costa; Pasto, en las faldas del volcán Galeras, entre la frontera con el Ecuador y los abismos profundos del cañón de Juanambú; Popayán, una ciudad colonial asentada sobre un valle pequeño y ondulado entre el volcán Puracé y las alturas de Munchique, al Occidente; Buga, Palmira, Tuluá, Cartago, las ciudades intermedias del departamento del Valle. Las capitales de la región cafetera, en el viejo Caldas Armenia, Pereira, Manizales. Neiva, en el alto Magdalena, e Ibagué, situada precisamente donde el Nevado del Tolima vierte sus aguas hacia el valle del mismo río Magdalena. Tunja, en el altiplano cundiboyacense; Cúcuta, en la frontera con Venezuela; Valledupar, la capital del vallenato, agazapada entre las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía de Perijá. Villavicencio, en el piedemonte llanero; Yopal y Arauca, las nuevas capitales petroleras. Leticia, en el extremo sur del trapecio amazónico.
Sí todos los que han nacido sobre ese escenario se llaman, por definición, colombianos.
Hace quinientos años, cuando llegaron los primeros conquistadores españoles, ya habían desaparecido los primeros, y seguramente los segundos, y también los terceros.
El hombre del Tequendama, que hace 12.500 años dejó sus huellas en la Sabana de Bogotá. O las culturas que alguna vez existieron en los manglares del Chocó Biogeográfico y que algunos arqueólogos creen emparentadas con remotas culturas del Japón. O las que dejaron sus vestigios en la llanura del Caribe, en la Depresión Momposina. O los escultores de piedra de San Agustín. O los constructores de cámaras funerarias (naves subterráneas para viajar al más allá) en las inaccesibles profundidades de Tierradentro.
De alguna manera las culturas andinas y de las costas atlántica y pacífica aprendieron las técnicas de cultivo y en general de convivencia con la naturaleza de las culturas de la selva Amazónica. En algunas partes de Colombia esas técnicas todavía se conservan.
Entonces llegó Europa, hace apenas 20 o 25 generaciones. Todavía no existían colombianos, porque no existía Colombia. Pero comenzaron a gestarse, unos y otra.
Hace 300 años 15 generaciones comenzaron a llegar los negros del Africa. Y se enriqueció, se multiplicó, se biodiversificó la mezcla de culturas, de razas, de dioses, de adrenalinas, de violencias, de posibilidades.
Todavía se necesitan unas cuantas horas para ascender los pocos kilómetros que separan las cálidas llanuras del Valle de Upar de las poblaciones escondidas en los pliegues de la Sierra Nevada. En algún momento desciende el estruendoso volumen de los vallenatos y se comienza a percibir el viento que transporta las meditaciones de los mamos arhuacos y kogis. La transición entre nuestras raíces africanas y precolombianas es al mismo tiempo abrupta y sutil.
(En el colombiano de la costa atlántica también son evidentes las raíces africanas, pero de una manera distinta a como se expresan en el Pacífico. Cada costa colombiana es un universo diferente). En la costa del Pacífico los territorios más o menos se comparten, aunque los límites entre indígenas y negros están bien definidos. Se convive pero con mutuos recelos. Allí también está en minoría el blanco, el mestizo, con su visión andina, depredadora, impositiva, del trabajo, de la naturaleza, del progreso.
En los Andes el mestizaje está mucho más extendido, aunque existen departamentos, como el Cauca y el Putumayo, en donde todavía las culturas indígenas conservan en mayor o menor medida su carácter. Aún entre los indios de un solo departamento, la diversidad es grande los hay de origen inca, como los guambianos y los yanaconas, y de origen caribe, o pijao, como los paeces.
En algunas regiones, como Antioquia, el Tolima, el viejo Caldas y los Santanderes, en el mestizaje parecen haber predominado los rasgos del blanco, sin que por ello los demás estén ausentes. Por el torrente sanguíneo de los colombianos corren genes de todas las latitudes y longitudes de la Tierra.
Los colombianos del Amazonas son, por una parte, indígenas de cerca de 80 grupos étnicos diferentes, desde recolectores y cazadores, hasta indios que en su contacto con los mestizos y los blancos han perdido casi por completo su identidad y su cultura. Y por otra parte, colonos procedentes de distintas regiones de Colombia, que llegaron allí huyendo de la violencia los años 40 y 50, o en busca de las oportunidades de supervivencia que les niega la superpoblada región de los Andes.
En los Llanos Orientales la colonización también es grande, pero la condición de llanero tiene raíces más hondas. La Campaña Libertadora de 1919 se hizo principalmente con soldados reclutados por Bolívar, Santander y Páez, en los llanos de Colombia y Venezuela.
Una palabra, además de diversidad, es necesaria para describir la condición de colombiano simultaneidad. Porque todos los colombianos son al mismo tiempo, a veces en lugares distantes, a veces en los mismos espacios.
Simultáneamente es colombiano el empresario bogotano o antioqueño que se desplaza de una ciudad a otra en helicóptero propio, y es colombiano el indio nómada del Vaupés o del Casanare.
Simultáneamente son colombianos la negra que lava oro en una batea de madera, en la costa pacífica, y el que dirige las empresas que extraen y transportan el mineral de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, en La Guajira.
Al mismo tiempo poseen la condición de colombianos los indígenas que van al Congreso de la República en representación de sus etnias, y los que han sido llevados a las curules vecinas por los grandes grupos económicos.
El científico que se aventura en las fronteras de la ingeniería genética en los laboratorios de las universidades y el mamo que le toma el pulso al Universo en los picos de la Sierra Nevada, y es colombiano el más sabio de los mamos, que nunca se deja ver de los blancos.
El niño que asiste a los colegios de las grandes ciudades y el que aprende a manejar el canalete y el potrillo en los ríos del Pacífico o la atarraya en el Magdalena o en las ciénagas de la costa atlántica.
La mujer que gana nuevos espacios en los ministerios y en el alto gobierno, y la que cada vez tiene que caminar más kilómetros para conseguir leña y agua, o la que levanta por autoconstrucción su propia casa.
El ejecutivo que viaja en jet, en pocos minutos, de un extremo a otro de Colombia, y el shamán que, en un viaje de yajé, se escurre en forma de jaguar o de culebra por entre los misterios de la naturaleza humana.
El que siembra papas junto a los páramos boyacenses o caucanos, o cebolla en la laguna de Tota o frutas en La Cocha, y el que pesca en Providencia o bucea en San Andrés con sus solos pulmones.
El habitante de los campos y el de las grandes ciudades. El de los páramos y el de los manglares. El de los desiertos guajiros y el de las casas palafíticas de la Ciénaga Grande.
El de los monocultivos agroindustriales de los valles del Cauca y del Magdalena y el de las huertas de maloca de la selva Amazónica.
En un país donde la biodiversidad nos salta a la cara en cada vuelta, donde el destino juntó de manera arbitraria tantos universos, tantas historias; donde unas fronteras más o menos convencionales, que encierran dentro de sus límites paisajes tan contrastantes y seres humanos tan contradictorios, nos otorgaron a cuantos los habitamos la condición común de colombianos, sólo hasta hace un par de años, en la Constitución Política de 1991, se comenzó a aceptar formalmente que Colombia es una nación de múltiples diversidades, y que la identidad nacional solamente es concebible y comprensible a partir del reconocimiento y de la valoración del otro, de sus diferencias, de sus particularidades, de su entorno.
Las cifras oficiales indican que Colombia es uno de los países más violentos del mundo sin que exista de por medio una guerra formal declarada. Para entendernos, tenemos que mirar hacia el pasado los cuatro siglos largos que duraron la Conquista y la Colonia (desde principios del XVI hasta la primera mitad del XIX), fueron de permanentes sometimientos, de imposiciones, de exclusiones. Nuestra identidad se trató de construir sobre la negación de las diferencias y el irrespeto a las particularidades. Se trató de reducir a la invisibilidad todo cuanto no correspondiera a un modelo determinado, tendencia que ha continuado vigente hasta nosotros.
Los historiadores cuentan que en el siglo XIX, además de la Guerra de Independencia, se produjeron en el país no menos de noventa eventos violentos entre rebeliones y levantamientos populares o de caudillos regionales, de los cuales nueve fueron guerras civiles generalizadas. Durante ese siglo el país cambió varias veces de sistema político, de Constitución, de leyes, de propósito, de nombre.
Desde ese punto de vista, este siglo ha sido menos convulsionado. Colombia ha sido el país de América del Sur con menos golpes militares (sólo uno entre 1953 y 1957), con la economía menos sobresaltada, con la democracia más estable. Aún así, las últimas tres décadas han transcurrido bajo estado de sitio, casi permanente. Durante dos generaciones la regla general ha sido el estado de excepción.
La crisis, dicen los chinos y así dibujan el ideograma que la expresa es simultáneamente peligro y oportunidad. Para quienes durante los últimos 500 años han ocupado el escenario colombiano, las crisis no han sido coyunturas temporales, sino la condición permanente de su existencia cotidiana.
La vida en Colombia es hoy y ha sido siempre, una tensión entre las posibilidades creativas de la existencia y los sinos fatales de la muerte. Igual para la gente y para la naturaleza.
La enorme biodiversidad del Chocó Biogeográfico es, en gran medida, el resultado de los esfuerzos de la vida por sobrevivir a los cataclismos que, desde los orígenes mismos de los actuales continentes, han azotado y siguen golpeando con cierta frecuencia a esa esquina del planeta.
Algunas de las tierras más fértiles de Colombia deben su regalo de vida a la vecindad con volcanes activos o a las periódicas salidas de madre de los ríos.
Los colombianos deforestan hoy por lo menos 600 mil hectáreas anuales de selvas tropicales y páramos, pero al mismo tiempo logran sobrevivir y crear esperanza a cada paso, en las más inverosímilmente inhóspitas condiciones en campos y ciudades.
En el escenario mismo de la mayor biodiversidad del planeta que no es otra cosa que la explosión de la vida en toda su exuberancia el valor de la vida humana puede alcanzar sus niveles más bajos.
Y sin embargo, de ese mismo país en donde la violencia del narcotráfico ha hecho sus peores estragos, ha salido para el mundo, por citar sólo un ejemplo, el regalo de la vacuna contra la malaria. A veces en el extranjero no se entiende que la Colombia de Botero, de García Márquez o de Patarroyo, pueda ser la misma Colombia del narcotráfico, de la guerrilla y de los paramilitares.
La vida en Colombia es la lucha diaria contra las evidencias aniquiladoras el esfuerzo de todos los días para contradecirlas, para derogarlas.
Casi todo lo que se dice sobre Colombia en las noticias internacionales es cierto. No es sólo mala prensa.
Pero no solamente eso es cierto la otra parte de la realidad nunca se cuenta. El Yin sin el Yang, o viceversa. La Colombia que nace y crece y se reproduce y también muere todos los días.
La Colombia de la Vida, así, con V mayúscula, generalmente no se relata. Como que no interesara.
Podemos afirmar que las actuales generaciones de colombianos son somos en cierta forma, privilegiadas. Porque si bien nos ha tocado sentir, como a otras generaciones del pasado, en carne propia, las expresiones más destructivas y dolorosas de la crisis, también hemos sido conscientes de nuestra dimensión, de nuestra responsabilidad histórica. De nuestras raíces remotas en toda su complejidad y de nuestro deber con el futuro.
Por primera vez una generación de colombianos comienza, de manera masiva, a reconocerse en la imagen del otro. A valorarse en el otro. A entenderse en el otro. En las identidades y en las diferencias.
Lenta pero inequívocamente, en los escenarios donde la presencia de la muerte ha sido más permanente, donde la vulnerabilidad y la fugacidad de la vida parecen más irrevocables, actos tan simples como la manera misma de saludarse, comienzan a ser distintos, más cálidos, más amables. El saludo se ha ido volviendo como una caricia, a veces imperceptible, fugaz, en la espalda, en la cabeza; un como apretón suave en el antebrazo, en el hombro. No basta con pasarle la mano al otro para demostrarle que estamos desarmados, sino que hay que tocarlo sutilmente para sentirlo, para que sienta que estamos vivos, para que se sienta, que se sepa vivo.
Eso que se percibe en el ritual casi íntimo del saludo, corresponde a una voluntad de Vida que bulle en escenarios más grandes, en otros niveles. La misma voluntad de Vida que impide tercamente que el país retroceda, que se detenga.
Por donde mire (y en ese sentido este libro podría ser una especie de aproximación a las Páginas Amarillas del directorio telefónico), uno encuentra en Colombia fábricas de esperanza.
De hecho, la cotidianidad está llena de señales. No pasa un mes sin un foro sobre el amor, sobre la caricia, sobre la utopía. En uno de los momentos más duros, los estudiantes de la Universidad Nacional, en Bogotá, convocaron a un encuentro sobre la ternura.
Se invita a un festival de poesía y asisten veinte, treinta mil personas como a fútbol. Por eso hoy, en Colombia, la poesía se lee también en los estadios, en los coliseos cubiertos, a campo abierto.
En últimas, la vida es eso la posibilidad consciente o inconsciente de la poesía. Que crece, muchas veces, como los hongos, de la descomposición y de la muerte. Pero que, como los hongos, es capaz de convertir la muerte y la desesperanza en suelo fértil.
Y en nuestro caso, en esa realidad difusa, tangible, contradictoria, real, diversa, confusa, llena de vida (y al mismo tiempo violenta y destructiva), que hoy se llama Colombia.
#AmorPorColombia
El escenario
“Paso” y cargueros de las Procesiones Chiquitas. Semana de pascua en Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Los deportes náuticos constituyen un motivo para visitar la Isla de San Andrés, el principal territorio de Colombia en el Caribe. En cambio, a Popayán, ciudad situada en las montañas andinas, los turistas llegan atraídos por sus tradiciones varias veces centenarias. Jeremy Horner.
El colorido de los paracaídas puede engañar sobre la rigidez del entrenamiento de los “Lanceros” y paracaidistas del Ejército colombiano, unos veteranos de varias décadas en el combate contraguerrillero en selvas y montañas, cuya base se encuentra en el Fuerte de Tolemaida, en los límites entre el Tolima y Cundinamarca. Jeremy Horner.
Los antiguos tratados de alquimia afirman que la paciencia es la escalera que conduce hasta las puertas de la sabiduría y que la humildad es la llave que las abre. El ciudadano de hoy, seguramente, está más preocupado por las llaves de su seguridad cotidiana. Jeremy Horner.
En la región amazónica colombiana habitan todavía cerca de ochenta grupos étnicos, que van desde tribus de cazadores y recolectores, muy poco interesados en el mundo “civilizado”, hasta comunidades que han perdido casi totalmente su cultura debido al contacto con mestizos y blancos. Jeremy Horner.
La industria textil fue una de las primeras en desarrollarse en la Colombia republicana, especialmente en Antioquia, Boyacá y el llamado “Viejo Caldas”. La fábrica de la foto queda en Ibagué, capital del Tolima. Este Departamento algodonero, en el valle del Magdalena, también tiene su propio desarrollo industrial. Jeremy Horner.
La religiosidad esta presente en buena parte de los lugares donde transcurre la vida cotidiana de los colombianos, a través de imágenes escultóricas o pictóricas de clara extracción popular, como en esta escena en el Caquetá. Jeremy Horner.
La riqueza en aguas de Colombia, desde las lagunas de los páramos y los arroyos que allí nacen hasta los grandes ríos de las selvas y las costas en los dos océanos, produce una gran diversidad de peces que son base importante de la alimentación en las distintas regiones del país. Jeremy Horner.
Palacio de Nariño -sede de la Presidencia de la República- Bogotá Jeremy Horner.
Palacio de Nariño -sede de la Presidencia de la República- Bogotá Jeremy Horner.
Ensayo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el auditorio de la Universidad Nacional, Bogotá. Jeremy Horner.
Día de elecciones en el Palacio Liévano, Bogotá. Jeremy Horner.
Ensayo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el auditorio de la Universidad Nacional, Bogotá Jeremy Horner.
Clase de educación física en el colegio Gimnasio Moderno, Bogotá Jeremy Horner.
Estudiantes de la Universidad de Los Andes, Bogotá Jeremy Horner.
“Armada” del diario El Tiempo, Bogotá. Jeremy Horner.
Taller de arte gráfico en Bogotá Jeremy Horner.
Emisión de billetes en el Banco de la República, Bogotá Jeremy Horner.
Grabador de lápidas de mármol en el Cementerio Central, Bogotá Jeremy Horner.
Estaciones del Via crucis en el ascenso a Monserrate, Bogotá Jeremy Horner.
Estaciones del Via crucis en el ascenso a Monserrate, Bogotá Jeremy Horner.
Escenas de la feria agropecuaria Agroexpo en Bogotá Jeremy Horner.
Escenas de la feria agropecuaria Agroexpo en Bogotá Jeremy Horner.
Vendedora de la plaza mayorista de Corabastos, Bogotá Jeremy Horner.
“Zona Rosa”, al norte de Bogotá Jeremy Horner.
Reparador de bicicletas en la ciclovía de Bogotá Jeremy Horner.
Festival de la cerveza y feria agropecuaria en el recinto de Corferias, Bogotá Jeremy Horner.
Festival de la cerveza y feria agropecuaria en el recinto de Corferias, Bogotá Jeremy Horner.
Monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas en Villa de Leiva, Boyacá Jeremy Horner.
Plaza de Bolívar de Tunja, Boyacá Jeremy Horner.
Familia campesina en Tibaná, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
“Chircales” donde se fabrica ladrillo en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Secciones de la planta siderúrgica de Acerías Paz del Río en Boyacá Jeremy Horner.
Laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Cultivos de cebolla en las orillas de la laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Cultivos de cebolla en las orillas de la laguna de Tota, Boyacá Jeremy Horner.
Fábrica de tabacos en Piedecuesta, Santander Jeremy Horner.
Fabricación de campanas en Sogamoso, Boyacá Jeremy Horner.
Tejedor artesanal en Velez, Santander. Jeremy Horner.
Girón, Santander Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Mercado callejero en Girón, Santander Jeremy Horner.
Calle de Barichara, Santander Jeremy Horner.
Niñas haciendo tareas en el parque de San Gil, Santander Jeremy Horner.
Calle del Socorro, Santander Jeremy Horner.
Niños viendo la trasmisión por televisión de un partido de fútbol de la Selección Colombia en Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Niños viendo la trasmisión por televisión de un partido de fútbol de la Selección Colombia en Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Supermercado en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Fotógrafo de parque en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Cementerio de carros en Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Misa en la catedral, Bucaramanga, Santander Jeremy Horner.
Indígenas Wayúu en el Parque de Uribia, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Trabajadores de El Cerrejón y Puerto Bolívar, La Guajira Jeremy Horner.
Monumento a Bolívar en la quinta de San Pedro Alejandrino. Santa Marta, Magdalena Jeremy Horner.
Trabajadores de las bananeras de Ciénaga, Magdalena Jeremy Horner.
Bañistas en Puerto Colombia cerca a Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Mercado flotante en la Ciénaga Grande, Magdalena Jeremy Horner.
Bahía de Taganga cerca a Santa Marta, Magdalena Jeremy Horner.
Niños pescadores en Taganga, Magdalena Jeremy Horner.
Puerto de Barranquilla sobre el río Magdalena, Atlántico Jeremy Horner.
Discoteca Ipacaraí en Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Discoteca Ipacaraí en Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Escenas callejeras del Carnaval de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Escenas callejeras del Carnaval de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Fuente en el parque de Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
“Tres son compañía”, Santo Tomás cerca de Barranquilla, Atlántico Jeremy Horner.
Cochero y coche junto a las murallas de Cartagena, Bolivar Jeremy Horner.
Parque Bolívar en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Castillo de San Felipe en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Policía de tránsito en la ciudad amurallada. Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Descanso en la muralla delante de las Bóvedas en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Descanso en la muralla delante de las Bóvedas en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Después de la misa de domingo en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Después de la misa de domingo en Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Alimentando tiburones en el Acuario de las Islas del Rosario Jeremy Horner.
“Varada” cerca de Montería, Córdoba Jeremy Horner.
Jardín Botánico “Guillermo Piñeres” en Turbaco cerca a Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Pescador de Fisherman’s Bay, San Andrés Jeremy Horner.
Criador de gallos, Isla Providencia Jeremy Horner.
Escultura de una Barracuda en la Isla de San Andrés Jeremy Horner.
Descanso de una familia frente a su casa en la Isla de Providencia Jeremy Horner.
Niños beisbolistas en la Isla de San Andrés Jeremy Horner.
Festival del Gallo Fino y gallera en Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
Colocándole al gallo las espuelas de carey, Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
Entrando a la gallera en Sincelejo, Sucre Jeremy Horner.
“Frente al atrio” en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Típica ventana de la arquitectura tradicional antioqueña en Santa Fe de Antioquia Jeremy Horner.
Negociante de café en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Ganadero en Bolombolo, Antioquia Jeremy Horner.
Cementerio en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Aseo de la mañana en el Palacio de Nariño, Bogotá Jeremy Horner.
Toreros aprendices en la Plaza de Santamaría, Bogotá Jeremy Horner.
Almacén de artículos religiosos en el barrio 20 de Julio, Bogotá Jeremy Horner.
Catedral del Rosario en la plaza central de Villa de Leiva, Boyacá. Jeremy Horner.
Instalaciones industriales de Paz del Río en Belencito, Boyacá Jeremy Horner.
Museo Arqueológico de Cúcuta, Norte de Santander Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
Salinas de Manaure, La Guajira Jeremy Horner.
“Bailando en las calles” durante el Carnaval de Barranquilla en Santo Tomás, Atlántico Jeremy Horner.
Puerta del reloj y recinto amurallado de Cartagena, Bolívar Jeremy Horner.
Página siguiente, Stillwater Bay, Isla de Providencia Jeremy Horner.
Playas de la Isla de Providencia Jeremy Horner.
Juego de cartas en El Retiro, Antioquia Jeremy Horner.
Centro administrativo de la Alpujarra en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Centro administrativo de la Alpujarra en Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Antigua “Estación Medellín”, hoy sede de la Fundación Ferrocarril de Antioquia Jeremy Horner.
Salón Botero del Museo de Antioquia. Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Escultura “La Gorda” de Botero en el parque Berrio de Medellín, Antioquia Jeremy Horner.
Secadero de café, Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Torres de liofilización en Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Recolector de café en Bolombolo, Antioquia Jeremy Horner.
Plaza de Bolívar, Manizales, Caldas Jeremy Horner.
Iglesia de La Inmaculada en Manizales, Caldas Jeremy Horner.
“Camino de la escuela” Manizales, Caldas Jeremy Horner.
Reproducción de orquídeas en laboratorio cerca a Pereira, Risaralda Jeremy Horner.
Museo de Historia Natural de la Universidad de Caldas, Manizales Jeremy Horner.
Sacos de café para la exportación en Pereira, Risaralda Jeremy Horner.
Cosecha de café en Armenia, Quindío Jeremy Horner.
Mercado de plátano en Armenia, Quindio Jeremy Horner.
Pesca en el río Magdalena durante la subienda en Honda, Tolima Jeremy Horner.
Pesca en el río Magdalena durante la subienda en Honda, Tolima Jeremy Horner.
Sala de cirugía en la clínica Marly, Bogotá Jeremy Horner.
Escanografía de cerebro en la clínica Marly en Bogotá Jeremy Horner.
Fanático de la Selección Colombiana de fútbol en el estadio El Campín, Bogotá Jeremy Horner.
El “arrastre” del toro en la Plaza de Santamaría, Bogotá Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bogotá Jeremy Horner.
Museo de Arte Moderno de Bogotá Jeremy Horner.
Salón Elíptico del Capitolio Nacional, Bogotá Jeremy Horner.
Catedral y Plaza de Bolívar, Bogotá Jeremy Horner.
Filmación de un documental en Girardot, Cundinamarca Jeremy Horner.
Pilotos de helicóptero en el Aeropuerto de Guaymaral, Bogotá Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Entrenamiento de paracaidistas en Tolemaida, Tolima Jeremy Horner.
Estudiantes de trombón del Conservatorio de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Instalaciones del Conservatorio de Música de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Gimnasia aeróbica y jugadores de ajedrez en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Gimnasia aeróbica y jugadores de ajedrez en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Piscina olímpica en Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Reparación de la rueda de un trapiche cerca a Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Cultivo de arroz en el Guamo, Tolima Jeremy Horner.
Recolectores de tabaco y café en el Huila Jeremy Horner.
Recolectores de tabaco y café en el Huila Jeremy Horner.
Horno de panadería artesanal en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Trabajador de horno industrial en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Hipogeos o tumbas indígenas de Tierradentro, Cauca Jeremy Horner.
Hipogeos o tumbas indígenas de Tierradentro, Cauca Jeremy Horner.
San Agustín, Huila Jeremy Horner.
Chiva o bus de escalera por los caminos del Huila Jeremy Horner.
Corte de crin a un caballo.San Andrés de Pisimbalá, Cauca Jeremy Horner.
Cosecha de caña de azúcar en Chinchiná, Caldas Jeremy Horner.
Restauración de casa colonial en Honda, Tolima Jeremy Horner.
iscoteca “Bahía” en la vía a La Calera, Bogotá Jeremy Horner.
Pintores de carteles de cine en Bogotá Jeremy Horner.
Estudios del Noticiero QAP, Bogotá Jeremy Horner.
Aprendiz de saxofón del Conservatorio de Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Descanso dominical cerca a Ibagué, Tolima Jeremy Horner.
Pozo petrolero en el desierto de La Tatacoa, Huila Jeremy Horner.
Zoocriadero de iguanas en una isla fluvial cerca a Neiva, Huila Jeremy Horner.
La fiesta “está que arde” en Neiva, Huila Jeremy Horner.
Estatuaria lítica de San Agustín, Huila Jeremy Horner.
Corte de crin a un caballo.San Andrés de Pisimbalá, Cauca Jeremy Horner.
Calle de Popayán en Viernes Santo por la mañana, Cauca Jeremy Horner.
Factoría de azufre “El Vinagre” en Puracé, Cauca Jeremy Horner.
Palacio Nacional de Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Calle de Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Tallador de madera en Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Reconstrucción del campanario de San Francisco, Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Archivo Histórico “José María Arboleda Llorente”, Popayán, Cauca Jeremy Horner.
Niño guambiano. Silvia, Cauca Jeremy Horner.
Indígenas guambianos. Silvia, Cauca Jeremy Horner.
Un vulcanólogo mide gases cerca al cráter del Galeras, en vecindades de Pasto, Nariño Jeremy Horner.
Terapia manual en el hospital siquiátrico de Pasto Jeremy Horner.
Taller de escultura en madera en Pasto, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de Yacuanquer, en la cara sur del Galeras, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de Yacuanquer, en la cara sur del Galeras, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de la laguna de La Cocha, Nariño Jeremy Horner.
Campesinos de la laguna de La Cocha, Nariño Jeremy Horner.
Indígenas del valle de Sibundoy, Putumayo Jeremy Horner.
Indígenas del valle de Sibundoy, Putumayo Jeremy Horner.
“Leyendo la prensa”, Tumaco, Nariño Jeremy Horner.
“Vendiendo la prensa”, Buenaventura, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Niña guapireña, Guapi, Cauca Jeremy Horner.
“Elevando cometa” en el barrio de San Antonio en Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Vendedor de dulces frente al museo de La Tertulia, Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Escuela de ballet de Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
“Reposando el almuerzo” frente al río Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
“Preparando pescado”, Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Vendedor de lotería en Cali, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Cortero de caña de azúcar, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Quema previa a la cosecha de la caña, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Quema previa a la cosecha de la caña, Valle del Cauca Jeremy Horner.
Después de la lluvia en Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Escopeta de juguete hecha en caña. Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Mercado en el malecón. Quibdó, Chocó Jeremy Horner.
Mazamorreo o “lavado” de oro en el Chocó Jeremy Horner.
Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Niños de la región. Utría, Chocó Jeremy Horner.
Gente costeña en Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Gente costeña en Bahía Solano, Chocó Jeremy Horner.
Domingo de ramos en Mompox, Bolívar Jeremy Horner.
“Poniéndole color” a una fachada en Mompox, Bolívar Jeremy Horner.
Vaqueros al atardecer en los Llanos Orientales, Casanare Jeremy Horner.
Actividades ganaderas en los Llanos Orientales, Meta Jeremy Horner.
Actividades ganaderas en los Llanos Orientales, Meta Jeremy Horner.
“Pilando” maíz en Puerto Nariño, Amazonas Jeremy Horner.
Mujeres indígenas y mestizas del Amazonas Jeremy Horner.
Mujeres indígenas y mestizas del Amazonas Jeremy Horner.
Texto de Gustavo Wilches Chaux.
Si el territorio colombiano se pudiera desenrollar como una alfombra, sólo sería posible alisar más o menos una parte la mitad correspondiente a lo que en el país se conoce como los Llanos Orientales o la Orinoquia, y a la región Amazónica. La otra mitad, en donde están la región andina, la costa del Pacífico y la llanura del Caribe, necesariamente debería permanecer arrugada.
Esa es, básicamente, la orografía del escenario sobre el cual se desarrolla la vida de los colombianos un país a donde la cordillera de los Andes penetra desde el Sur, para bifurcarse y trifurcarse y ramificarse como la nervadura de una hoja o las raíces de un mangle, para desembocar como un río, junto a las costas sobre el océano Atlántico, en la llanura del Caribe.
Pequeñas serranías, aparentemente aisladas de los Andes, afloran en medio del desierto guajiro habitado por los indios wayúu, en la región de Colombia que más se aventura hacia el norte de la línea del ecuador. Una pirámide triangular de casi seis mil metros de altura sobre el nivel del mar, la Sierra Nevada de Santa Marta, el territorio sagrado de los arhuacos, los arsarios, y los kogis, y la cordillera más alta del mundo al pie de un litoral, hunde las raíces de una de sus caras, en el Tairona, en arrecifes de coral.
Después, la llanura del Caribe, donde literalmente desembocan los ríos Magdalena, Cauca, San Jorge y Sinú, antes de verter oficialmente sus aguas en el mar desde épocas precolombinas sus habitantes han desarrollado culturas anfibias, adaptadas a permanecer varios meses del año en condiciones de inundación.
Hacia el Occidente, como un andén paralelo a la cordillera de los Andes, la costa del Pacífico o Chocó Biogeográfico, uno de los lugares más lluviosos quizás la zona tropical más lluviosa del planeta y uno de los más ricos en biodiversidad. Arranca al norte de la costa del Ecuador y penetra hasta Panamá. El río Atrato, el más caudaloso del mundo en relación con su longitud, conecta como un ombligo la costa del Pacífico con la del Atlántico a través del golfo de Urabá.
Dos grandes valles en medio de las tres ramas principales de la cordillera de los Andes las que aquí se llaman cordillera occidental, cordillera central y cordillera oriental. Entre las dos primeras, el angosto valle del río Cauca. Entre la segunda y la tercera, el anchísimo valle del Magdalena. Trepados en esas tres cordilleras y en sus valles, viven por lo menos dos terceras partes de los colombianos.
Si uno asciende desde el nivel del mar hasta las cimas nevadas de la cordillera central y de la oriental, o de la Sierra de Santa Marta, se va encontrando paisajes y climas equivalentes a todos los ecosistemas que existen en la Tierra, entre el ecuador y los polos. Por eso en Colombia, en menos del uno por ciento de la superficie emergida del planeta, existe algo así como el diez por ciento de todas las especies conocidas de animales y de plantas.
Desde los glaciares de la serranía del Cocuy, en la cordillera oriental, se divisan planísimos y enormes los Llanos Orientales, bañados por grandes ríos que desembocan en el Orinoco.
En el sur de la cordillera oriental, en el Macizo Colombiano y en el Nudo de los Pastos (las yemas de donde arrancan las ramificaciones de los Andes), nacen los ríos que tributan al Amazonas.
En la Serranía de La Macarena se juntan características de la región andina, de la orinoquia y la amazonia. Seguramente, junto con la pequeña serranía de Chiribiquete, en el Guaviare, está geológicamente emparentada con los tepuyes de Venezuela.
Alguna vez, en el siglo XIX, la fachada de Colombia miraba hacia los Llanos. Por el puerto de Orocué, sobre el río Meta, se realizaban los principales intercambios comerciales con Europa, a través del Orinoco y de Ciudad Bolívar, en la costa venezolana. Después se abrió la puerta principal sobre la costa Atlántica, y la orinoquia y la amazonia quedaron a la espalda. Hasta hace poco, cuando el auge de los yacimientos petroleros de los Llanos, comenzó a cambiar de nuevo la fisonomía de la zona.
Las más grandes ciudades de Colombia se encuentran en la región andina y en la costa del Atlántico Santafé de Bogotá, posiblemente la ciudad del mundo con más habitantes a esa altura sobre el nivel del mar, ocupa varios miles de hectáreas de Sabana. Barranquilla, el principal puerto del país, junto a la desembocadura del Magdalena en el Atlántico. Medellín, también en las montañas. Cali, sobre el planísimo valle geográfico del Cauca, entre los caprichosos meandros de ese río y los picos de los Farallones. Bucaramanga, exactamente sobre un punto en las entrañas de la Tierra, donde se encuentran la placa suramericana, la placa de Nazca y la placa del Caribe.
Con alguna frecuencia se perciben en la zona los tremores del choque. Y las llamadas ciudades intermedias, entre otras, Santa Marta, la más antigua de América; Cartagena de Indias, la ciudad amurallada; Quibdó, la única capital de departamento en la costa del Pacífico; Buenaventura, el principal puerto de Colombia en esa costa; Pasto, en las faldas del volcán Galeras, entre la frontera con el Ecuador y los abismos profundos del cañón de Juanambú; Popayán, una ciudad colonial asentada sobre un valle pequeño y ondulado entre el volcán Puracé y las alturas de Munchique, al Occidente; Buga, Palmira, Tuluá, Cartago, las ciudades intermedias del departamento del Valle. Las capitales de la región cafetera, en el viejo Caldas Armenia, Pereira, Manizales. Neiva, en el alto Magdalena, e Ibagué, situada precisamente donde el Nevado del Tolima vierte sus aguas hacia el valle del mismo río Magdalena. Tunja, en el altiplano cundiboyacense; Cúcuta, en la frontera con Venezuela; Valledupar, la capital del vallenato, agazapada entre las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía de Perijá. Villavicencio, en el piedemonte llanero; Yopal y Arauca, las nuevas capitales petroleras. Leticia, en el extremo sur del trapecio amazónico.
Sí todos los que han nacido sobre ese escenario se llaman, por definición, colombianos.
Hace quinientos años, cuando llegaron los primeros conquistadores españoles, ya habían desaparecido los primeros, y seguramente los segundos, y también los terceros.
El hombre del Tequendama, que hace 12.500 años dejó sus huellas en la Sabana de Bogotá. O las culturas que alguna vez existieron en los manglares del Chocó Biogeográfico y que algunos arqueólogos creen emparentadas con remotas culturas del Japón. O las que dejaron sus vestigios en la llanura del Caribe, en la Depresión Momposina. O los escultores de piedra de San Agustín. O los constructores de cámaras funerarias (naves subterráneas para viajar al más allá) en las inaccesibles profundidades de Tierradentro.
De alguna manera las culturas andinas y de las costas atlántica y pacífica aprendieron las técnicas de cultivo y en general de convivencia con la naturaleza de las culturas de la selva Amazónica. En algunas partes de Colombia esas técnicas todavía se conservan.
Entonces llegó Europa, hace apenas 20 o 25 generaciones. Todavía no existían colombianos, porque no existía Colombia. Pero comenzaron a gestarse, unos y otra.
Hace 300 años 15 generaciones comenzaron a llegar los negros del Africa. Y se enriqueció, se multiplicó, se biodiversificó la mezcla de culturas, de razas, de dioses, de adrenalinas, de violencias, de posibilidades.
Todavía se necesitan unas cuantas horas para ascender los pocos kilómetros que separan las cálidas llanuras del Valle de Upar de las poblaciones escondidas en los pliegues de la Sierra Nevada. En algún momento desciende el estruendoso volumen de los vallenatos y se comienza a percibir el viento que transporta las meditaciones de los mamos arhuacos y kogis. La transición entre nuestras raíces africanas y precolombianas es al mismo tiempo abrupta y sutil.
(En el colombiano de la costa atlántica también son evidentes las raíces africanas, pero de una manera distinta a como se expresan en el Pacífico. Cada costa colombiana es un universo diferente). En la costa del Pacífico los territorios más o menos se comparten, aunque los límites entre indígenas y negros están bien definidos. Se convive pero con mutuos recelos. Allí también está en minoría el blanco, el mestizo, con su visión andina, depredadora, impositiva, del trabajo, de la naturaleza, del progreso.
En los Andes el mestizaje está mucho más extendido, aunque existen departamentos, como el Cauca y el Putumayo, en donde todavía las culturas indígenas conservan en mayor o menor medida su carácter. Aún entre los indios de un solo departamento, la diversidad es grande los hay de origen inca, como los guambianos y los yanaconas, y de origen caribe, o pijao, como los paeces.
En algunas regiones, como Antioquia, el Tolima, el viejo Caldas y los Santanderes, en el mestizaje parecen haber predominado los rasgos del blanco, sin que por ello los demás estén ausentes. Por el torrente sanguíneo de los colombianos corren genes de todas las latitudes y longitudes de la Tierra.
Los colombianos del Amazonas son, por una parte, indígenas de cerca de 80 grupos étnicos diferentes, desde recolectores y cazadores, hasta indios que en su contacto con los mestizos y los blancos han perdido casi por completo su identidad y su cultura. Y por otra parte, colonos procedentes de distintas regiones de Colombia, que llegaron allí huyendo de la violencia los años 40 y 50, o en busca de las oportunidades de supervivencia que les niega la superpoblada región de los Andes.
En los Llanos Orientales la colonización también es grande, pero la condición de llanero tiene raíces más hondas. La Campaña Libertadora de 1919 se hizo principalmente con soldados reclutados por Bolívar, Santander y Páez, en los llanos de Colombia y Venezuela.
Una palabra, además de diversidad, es necesaria para describir la condición de colombiano simultaneidad. Porque todos los colombianos son al mismo tiempo, a veces en lugares distantes, a veces en los mismos espacios.
Simultáneamente es colombiano el empresario bogotano o antioqueño que se desplaza de una ciudad a otra en helicóptero propio, y es colombiano el indio nómada del Vaupés o del Casanare.
Simultáneamente son colombianos la negra que lava oro en una batea de madera, en la costa pacífica, y el que dirige las empresas que extraen y transportan el mineral de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, en La Guajira.
Al mismo tiempo poseen la condición de colombianos los indígenas que van al Congreso de la República en representación de sus etnias, y los que han sido llevados a las curules vecinas por los grandes grupos económicos.
El científico que se aventura en las fronteras de la ingeniería genética en los laboratorios de las universidades y el mamo que le toma el pulso al Universo en los picos de la Sierra Nevada, y es colombiano el más sabio de los mamos, que nunca se deja ver de los blancos.
El niño que asiste a los colegios de las grandes ciudades y el que aprende a manejar el canalete y el potrillo en los ríos del Pacífico o la atarraya en el Magdalena o en las ciénagas de la costa atlántica.
La mujer que gana nuevos espacios en los ministerios y en el alto gobierno, y la que cada vez tiene que caminar más kilómetros para conseguir leña y agua, o la que levanta por autoconstrucción su propia casa.
El ejecutivo que viaja en jet, en pocos minutos, de un extremo a otro de Colombia, y el shamán que, en un viaje de yajé, se escurre en forma de jaguar o de culebra por entre los misterios de la naturaleza humana.
El que siembra papas junto a los páramos boyacenses o caucanos, o cebolla en la laguna de Tota o frutas en La Cocha, y el que pesca en Providencia o bucea en San Andrés con sus solos pulmones.
El habitante de los campos y el de las grandes ciudades. El de los páramos y el de los manglares. El de los desiertos guajiros y el de las casas palafíticas de la Ciénaga Grande.
El de los monocultivos agroindustriales de los valles del Cauca y del Magdalena y el de las huertas de maloca de la selva Amazónica.
En un país donde la biodiversidad nos salta a la cara en cada vuelta, donde el destino juntó de manera arbitraria tantos universos, tantas historias; donde unas fronteras más o menos convencionales, que encierran dentro de sus límites paisajes tan contrastantes y seres humanos tan contradictorios, nos otorgaron a cuantos los habitamos la condición común de colombianos, sólo hasta hace un par de años, en la Constitución Política de 1991, se comenzó a aceptar formalmente que Colombia es una nación de múltiples diversidades, y que la identidad nacional solamente es concebible y comprensible a partir del reconocimiento y de la valoración del otro, de sus diferencias, de sus particularidades, de su entorno.
Las cifras oficiales indican que Colombia es uno de los países más violentos del mundo sin que exista de por medio una guerra formal declarada. Para entendernos, tenemos que mirar hacia el pasado los cuatro siglos largos que duraron la Conquista y la Colonia (desde principios del XVI hasta la primera mitad del XIX), fueron de permanentes sometimientos, de imposiciones, de exclusiones. Nuestra identidad se trató de construir sobre la negación de las diferencias y el irrespeto a las particularidades. Se trató de reducir a la invisibilidad todo cuanto no correspondiera a un modelo determinado, tendencia que ha continuado vigente hasta nosotros.
Los historiadores cuentan que en el siglo XIX, además de la Guerra de Independencia, se produjeron en el país no menos de noventa eventos violentos entre rebeliones y levantamientos populares o de caudillos regionales, de los cuales nueve fueron guerras civiles generalizadas. Durante ese siglo el país cambió varias veces de sistema político, de Constitución, de leyes, de propósito, de nombre.
Desde ese punto de vista, este siglo ha sido menos convulsionado. Colombia ha sido el país de América del Sur con menos golpes militares (sólo uno entre 1953 y 1957), con la economía menos sobresaltada, con la democracia más estable. Aún así, las últimas tres décadas han transcurrido bajo estado de sitio, casi permanente. Durante dos generaciones la regla general ha sido el estado de excepción.
La crisis, dicen los chinos y así dibujan el ideograma que la expresa es simultáneamente peligro y oportunidad. Para quienes durante los últimos 500 años han ocupado el escenario colombiano, las crisis no han sido coyunturas temporales, sino la condición permanente de su existencia cotidiana.
La vida en Colombia es hoy y ha sido siempre, una tensión entre las posibilidades creativas de la existencia y los sinos fatales de la muerte. Igual para la gente y para la naturaleza.
La enorme biodiversidad del Chocó Biogeográfico es, en gran medida, el resultado de los esfuerzos de la vida por sobrevivir a los cataclismos que, desde los orígenes mismos de los actuales continentes, han azotado y siguen golpeando con cierta frecuencia a esa esquina del planeta.
Algunas de las tierras más fértiles de Colombia deben su regalo de vida a la vecindad con volcanes activos o a las periódicas salidas de madre de los ríos.
Los colombianos deforestan hoy por lo menos 600 mil hectáreas anuales de selvas tropicales y páramos, pero al mismo tiempo logran sobrevivir y crear esperanza a cada paso, en las más inverosímilmente inhóspitas condiciones en campos y ciudades.
En el escenario mismo de la mayor biodiversidad del planeta que no es otra cosa que la explosión de la vida en toda su exuberancia el valor de la vida humana puede alcanzar sus niveles más bajos.
Y sin embargo, de ese mismo país en donde la violencia del narcotráfico ha hecho sus peores estragos, ha salido para el mundo, por citar sólo un ejemplo, el regalo de la vacuna contra la malaria. A veces en el extranjero no se entiende que la Colombia de Botero, de García Márquez o de Patarroyo, pueda ser la misma Colombia del narcotráfico, de la guerrilla y de los paramilitares.
La vida en Colombia es la lucha diaria contra las evidencias aniquiladoras el esfuerzo de todos los días para contradecirlas, para derogarlas.
Casi todo lo que se dice sobre Colombia en las noticias internacionales es cierto. No es sólo mala prensa.
Pero no solamente eso es cierto la otra parte de la realidad nunca se cuenta. El Yin sin el Yang, o viceversa. La Colombia que nace y crece y se reproduce y también muere todos los días.
La Colombia de la Vida, así, con V mayúscula, generalmente no se relata. Como que no interesara.
Podemos afirmar que las actuales generaciones de colombianos son somos en cierta forma, privilegiadas. Porque si bien nos ha tocado sentir, como a otras generaciones del pasado, en carne propia, las expresiones más destructivas y dolorosas de la crisis, también hemos sido conscientes de nuestra dimensión, de nuestra responsabilidad histórica. De nuestras raíces remotas en toda su complejidad y de nuestro deber con el futuro.
Por primera vez una generación de colombianos comienza, de manera masiva, a reconocerse en la imagen del otro. A valorarse en el otro. A entenderse en el otro. En las identidades y en las diferencias.
Lenta pero inequívocamente, en los escenarios donde la presencia de la muerte ha sido más permanente, donde la vulnerabilidad y la fugacidad de la vida parecen más irrevocables, actos tan simples como la manera misma de saludarse, comienzan a ser distintos, más cálidos, más amables. El saludo se ha ido volviendo como una caricia, a veces imperceptible, fugaz, en la espalda, en la cabeza; un como apretón suave en el antebrazo, en el hombro. No basta con pasarle la mano al otro para demostrarle que estamos desarmados, sino que hay que tocarlo sutilmente para sentirlo, para que sienta que estamos vivos, para que se sienta, que se sepa vivo.
Eso que se percibe en el ritual casi íntimo del saludo, corresponde a una voluntad de Vida que bulle en escenarios más grandes, en otros niveles. La misma voluntad de Vida que impide tercamente que el país retroceda, que se detenga.
Por donde mire (y en ese sentido este libro podría ser una especie de aproximación a las Páginas Amarillas del directorio telefónico), uno encuentra en Colombia fábricas de esperanza.
De hecho, la cotidianidad está llena de señales. No pasa un mes sin un foro sobre el amor, sobre la caricia, sobre la utopía. En uno de los momentos más duros, los estudiantes de la Universidad Nacional, en Bogotá, convocaron a un encuentro sobre la ternura.
Se invita a un festival de poesía y asisten veinte, treinta mil personas como a fútbol. Por eso hoy, en Colombia, la poesía se lee también en los estadios, en los coliseos cubiertos, a campo abierto.
En últimas, la vida es eso la posibilidad consciente o inconsciente de la poesía. Que crece, muchas veces, como los hongos, de la descomposición y de la muerte. Pero que, como los hongos, es capaz de convertir la muerte y la desesperanza en suelo fértil.
Y en nuestro caso, en esa realidad difusa, tangible, contradictoria, real, diversa, confusa, llena de vida (y al mismo tiempo violenta y destructiva), que hoy se llama Colombia.