Residencia Turken Bedford, Nueva York

Texto de: Margaret Cottom Winslow

La primera impresión de Juan Montoya al ver el retiro campestre soñado por sus clientes en Westchester County, en el estado de Nueva York, fue que aun cuando habían comprado la casa de sus sueños, la estructura entera necesitaba una importante reparación. El viejo molino harinero, construido en 1681, era húmedo, mohoso y oscuro, aunque era posible apreciar el potencial de esta imponente estructura. Daba la sensación de un remoto pabellón de caza en Escocia o en el sur de Francia.

Si a los clientes les tomó tan sólo cuatro días comprar el molino, la transformación en cambio de un cascarón podrido y en ruinas en un espacio habitable duró dos años. Se añadieron nuevas paredes interiores, toda la estructura fue aislada térmicamente y se instalaron sistemas nuevos de desagüe, calefacción, electricidad, plomería y aire acondicionado. Una vez solucionados estos desafíos de funcionamiento, los clientes insistieron en que todo debía estar de acuerdo con el carácter del molino –un criterio acorde con el cuidadoso esmero en el detalle, característico del diseñador. La reciente remodelación de su propia casa de campo resultó para Montoya una lección muy oportuna y valiosa, que le dio la sensibilidad necesaria para llevar a buen fin este delicado proyecto.

Aun cuando la autenticidad era la prioridad principal, era necesario hacer ciertas concesiones. Para incorporar las necesidades de la era moderna, se construyó una elegante área de armarios en la cual se disimuló el transmisor de faxes, y se adaptó un antiguo cofre para ocultar la televisión. Para acentuar aún más la integridad de la estructura, Montoya forró las paredes en madera y les dio un nuevo terminado a los pisos. También diseñó lámparas y luces colgantes acordes con el carácter del viejo molino. Agrandó, sin embargo, las ventanas originales para incorporar el exterior al interior, pues habría sido un sacrilegio ignorar tan bucólicos alrededores.

Un inmenso espacio, que antes era el lugar de almacenamiento y de molienda, es ahora el corazón de la casa con área suficiente para que se reúnan todos: los clientes, sus cinco hijos, sus huéspedes e incluso el Gran Danés. Con una gran chimenea en su centro, el espacio fue dividido en áreas separadas de descanso, definidas según su interés visual, su función e incluso su intimidad. El mobiliario fue diseñado específicamente para ese cuarto, y aun cuando no todo es en estilo del siglo XVII, los detalles y la atmósfera están acordes con el ambiente general del espacio.

Los clientes tuvieron la visión y el coraje de confiar en la habilidad de Montoya para crear un retiro placentero con las comodidades del mundo moderno, a pesar de tener que enfrentar una intimidante lista de renovaciones.