Residencia Jacobs Manhattan, Nueva York

En el foyer de entrada, las paredes están recubiertas en vidrio industrial reflectivo y espejos. 

Paneles corredizos forrados en lienzo permiten cambiar fácilmente la exhibición de cuadros en la pared de fondo de la sala. Los cuadros exhibidos son de Mary Cassat, Fernand Léger y Jean Dubuffet, entre otros. La escultura que se aprecia a la derecha es de Augusto Rodin. Tanto la mesa de comedor como de centro son diseño de Juan Montoya. 

Paneles corredizos forrados en lienzo permiten cambiar fácilmente la exhibición de cuadros en la pared de fondo de la sala. Los cuadros exhibidos son de Mary Cassat, Fernand Léger y Jean Dubuffet, entre otros. La escultura que se aprecia a la derecha es de Augusto Rodin. Tanto la mesa de comedor como de centro son diseño de Juan Montoya. 

Texto de: Margaret Cottom Winslow

Cuando estos clientes, habituales coleccionistas de arte, necesitaron hacerle una renovación total a su apartamento en Manhattan, acudieron a Juan Montoya, cuyo trabajo habían conocido en el diseño de un apartamento vecino. La exquisita colección de arte de la pareja, que incluye obras de Renoir, Matisse, Léger y Dubuffet, se convirtió en el centro motor de toda la renovación; los clientes necesitaban un espacio que les hiciera justicia a sus adquisiciones. Querían evitar, sin embargo, la ampulosa sensación que produce la estática exhibición de un museo. El resto de los requisitos no eran tan únicos como las pinturas: aprovechar los detalles arquitectónicos e impregnar el espacio de elegancia y drama.

La inteligente solución de Montoya para exhibir en forma dinámica el arte pictórico consistió en crear paneles corredizos, forrados en lino y montados sobre delgados rieles entre una estantería y el cielo raso. Este ingenioso sistema les dio a los clientes la flexibilidad deseada: pueden ahora reagrupar las imágenes según su disposición de ánimo o resaltar sus más recientes adquisiciones.

Montoya construyó extensiones inclinadas de paredes recubiertas en vidrio negro que llevan del ya anguloso foyer a la sala, preparando al visitante para saborear y apreciar la singularidad de lo que le espera en seguida. La sala y el comedor están elevados por un escalón para acentuar la idea de ascenso hacia los deleites que encierran. Dos generosos canapés en cuero enfrentados y diseñados por encargo amueblan el salón de recibo, enmarcando una de las extraordinarias mesas de centro de Montoya, e invitan a la conversación o al reposo ante los paneles que exhiben el arte pictórico. Los accesorios de iluminación de todo el espacio fueron especialmente diseñados para que pudieran ser instalados sin mayores alteraciones estructurales.

El dormitorio exhibe una cama empotrada en laca negra y una mesa de noche que durante el día hace las veces de escritorio. Esta austeridad contrasta con la suave colcha que cubre la cama y los óleos de los siglos XVIII y XIX, así como con las esculturas y cerámicas de comienzos de siglo. Superficies recubiertas en espejo completan la ilusión de amplitud del espacio, mientras que el equipo electrónico se encuentra cuidadosamente oculto.

El piso en madera de ébano está dispuesto en diagonal y se yuxtapone al mullido tapete, oscuro en la sala y más claro en el dormitorio. El esquema de color emplea variaciones del gris que van desde un casi negro hasta un habano oscuro, avivado por los visos del satinado chintz de las sillas y sofás.

El espacio en su totalidad mantiene una sencillez singular; todo esencial, nada superfluo que pueda competir con una colección de arte que adquiere dinamismo y vida propia en las manos de Juan Montoya.