Residencia Blanco Manhattan, Nueva York

Texto de: Margaret Cottom Winslow

Al comenzar cualquier proyecto, Juan Montoya usualmente tiene una idea inmediata de cómo un espacio tomará forma, guiado por elementos que ya están presentes. Sin embargo, cuando vio por primera vez este pequeño apartamento en el suntuoso Sherry-Netherland Hotel de Nueva York, supo que tendría que acudir a sus reservas creativas para aplicar su magia a estos cuartos encajonados y sucios. Como el espacio en sí no era inspirador, Montoya se volvió hacia la elegancia del hotel y llevó su suntuosidad al apartamento para crear un retiro lujoso y ecléctico.

La propietaria, hija de uno de sus anteriores clientes, se estaba trasladando de Venezuela a vivir en Nueva York para estudiar derecho, y quería que Montoya diseñara un espacio cómodo y elegante para vivir y recibir.

En vez de permitir que la limitación de espacio –140 metros cuadrados– restringiera el diseño, Montoya atrevidamente incorporó paredes y otros elementos para mejorar el espacio. Por ejemplo, para no entrar a la sala por un desnudo vestíbulo, le incorporó columnas para reforzar la sensación de transición y de procesión entre espacios. Con el fin de intensificar el interés arquitectónico, Montoya añadió dos pares de puertas de capilla colombianas del siglo XVII que enriquecieron el cuarto con su textura e historia. También oscureció los pisos de madera para darle un telón de fondo dramático al lujo abundante. El espacio de la sala, poblado de antigüedades del mundo entero así como de muebles diseñados por encargo, adecuado para reuniones sociales frecuentes, evita la simetría común definiendo varias áreas distintas para sentarse dentro de un mismo espacio.

Montoya transformó dos gabinetes sin interés, justo a la entrada, en un diminuto baño auxiliar, con piso en mármol falso, cielo raso abovedado enchapado en madera de cerezo pulida y un lavamanos del siglo XIX en cobre y porcelana, que da la sensación de un compartimento de lujo oculto en el Orient Express.

Esta creatividad se refleja en otros encantadores detalles del apartamento. En el dormitorio, un brocado dorado oscuro adorna toda la pared tras la cama y se integra graciosamente con el material de la cabecera y los lados de la cama, aportándole verticalidad al cuarto y la sensación de comodidad bajo un baldaquín, todo esto sin desperdiciar el espacio. El dormitorio ostenta otro de los sorpresivos encantos del apartamento –una enorme pintura del siglo XIX de una mujer que admira un loro. En vez de colgar el cuadro, Montoya, de manera ingeniosa y poco convencional, lo colocó sobre el piso, reclinado contra la pared que mira hacia la sala, para sugerir cielos rasos altos y proporcionar la alegría de ver el cuadro desde otro ángulo.

El diseño de Montoya para este apartamento captura el brillo del hotel a través de meditados detalles y una elaborada mezcla de antiguo y moderno.