- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Un pintor colombiano
Autorretrato / 1930 / Óleo sobre lienzo / 90 x 73 cm
Máscaras / 1961 / Tinta sobre papel / 49 x 32 cm
El martirio de Galán / 1957 / Óleo sobre lienzo / 131,5 x 106 cm
Vista de El Tablazo / sf / Óleo sobre lienzo / 80 x 64,5 cm
Majagua / 1963 / Óleo sobre lienzo / 65 x 81 cm
Texto de Juan Gustavo Cobo Borda
Era, no hay duda, un pintor. Un hombre de pincel, paleta y caballete. Que en su estudio mostraba con orgullo una foto que le había dedicado José Clemente Orozco y en su biblioteca, empastado en cuero y con sus iniciales doradas en el lomo, el libro de Paul Eluard sobre Picasso.
Enseñaba por la mañana en la Universidad Nacional y pintaba por la tarde. Sus discípulos, como Alfredo Guerrero, no olvidan su estimulante magisterio ni sus colegas como el maestro Manuel Hernández.
Paisajes, desnudos, bodegones, retratos, autorretratos. Desde 1928 hasta su muerte se pintó varias veces. Con sus pobladas cejas negras y su aire grave y adusto. Con sus bártulos de artista, en el estudio o al aire libre. Como si esto no fuera suficiente murales en el' comedor y la escalera de su casa -pescados y lavanderas- e incluso en la puerta de su clóset, en la calle 84 con carrera 9a de Bogotá.
Igual con su finca en San Francisco, Cundinamarca, o en Coveñas, en el mar Caribe. Todo cuanto veía debía pasar a sus lienzos. Piedras y montañas. Árboles y ríos. Sorprendentes profundidades marinas.
Le gustaba bucear, pescar con atarraya, y apenas retornaba a tierra lo aguardaban los colores y la tela a fin de fijar esas sugestivas imágenes del fondo del mar: corales, cangrejos, caracoles, peces, vegetales vibrátiles. Y la irisada superficie del agua revelándonos un insospechado ángulo de visión.
Alejandro Obregón pintó a su mujer Margot y Marco Ospina lo retrató a él.
Fernando Botero se ejercitaba en su estudio, al aprender la técnica del monotipo. Sí, un destacado pintor colombiano, esto es innegable, cuyos murales iluminan el Capitolio Nacional y la gobernación de Antioquia y sobre el cual, como es habitual entre nosotros, no existe un libro que recoja hitos destacados de su producción y permita seguir algunas de las etapas más reveladoras de su trayectoria.
Uno de los nudos conflictivos de su apreciación reside en el hecho de cómo, cuando Marta Traba llega a Colombia, cuestiona a la generación a la cual pertenecía Gómez Jaramillo y toda ella, que había tenido por lo menos veinte años de hegemonía estética en el país, se sintió relegada por la nueva hornada: Obregón y Botero, Wiedemann y Ramírez Villamizar. Pero, paradojas de la vida artística local, Obregón había encontrado, desde 1945, un generoso Gómez Jaramillo quien reconoció y estimuló públicamente su tarea y su relación con Marta Traba se había iniciado, en 1958, bajo los mejores auspicios al participar en los programas de televisión que ella dirigía.
Pero fijémonos primero que todo en su obra. Es vasta, con épocas y géneros muy logrados, y otros desiguales, si se piensa en un artista con tan sólida formación y tan dilatada carrera. Nos conmueve con sus numerosos aciertos y nos sorprende con sus flagrantes caídas, tal como lo analizó muy bien la pintora Beatriz González, si pensamos en sus incursiones en la abstracción y su serie dedicada a los payasos1. Pero bien vale la pena estudiar estas contradicciones, crisis, cambios y virajes, para entender no solo la temperamental fuerza de su carácter volcánico sino también los dilemas a los cuales se enfrentaba, en Colombia, un pintor durante los cuarenta años en que se entregó, con pasión incuestionable, a su quehacer artístico.
Parecía, por ejemplo, abandonar de golpe sus preocupaciones sociales y sus ambiciosos y razonados esfuerzos como muralista para concentrarse en la recoleta subjetividad de ciertos bodegones. De los vastos muros, con mensaje político, al arte menor, en apariencia, de las naturalezas muertas. Pero sus naturalezas muertas podían ser también muy diversas. Del estatismo analítico, descomponiéndolas, hasta aquellas donde el todo Intenta sobrepasar el motivo, convirtiéndose en vibración óptica. En ondas de colorida energía.
En ocasiones este dibujante sutil, y que no vacilaría en llamar clásico, se entregaba a gozosos juegos casi surrealistas, como sus Máscaras, de 1961, donde patos con cuerpos de mujer conviven con figuras cuyo rostro-máscara se dispone a recibir un nuevo disfraz que nos hará dudar aún más de su identidad. No olvidemos, de paso, que uno de sus óleos rinde explícito homenaje al Bosco: hombres bestias. Ahora estos faunos que danzan en el bosque. Juego y metamorfosis, esa línea nítida vuelve aún más equívocas sus transformaciones, máxime si las contrastamos con los negros y anchos contornos de algunos de sus payasos, donde las anteriores ambigüedades felices se truecan en algo explícito y chocante. Grandes rostros de payasos patéticos, con la bola negra o roja de su nariz y la sonriente tristeza de la autoconmiseración sobre las mejillas empolvadas o desnudas, en el arrugado desamparo de la vejez.
Pueden parecer inmotivados, si los relacionamos con la anterior evolución de Gómez Jaramillo o con la tradición picassiana al respecto que ha estudiado de modo tan inteligente Dore Ashton2. Pero se trata, en realidad, de variaciones sobre este teclado que va de la fuerza de Rouault a la línea un tanto lacrimógena y vacía con que Bernard Buffet había erigido su parroquial mitología parisina.
Pero podría ser también el desconcierto de un maestro, que se había formado en el taller, con sus modelos desnudas, las cuales situadas incluso en mitad de la selva tropical, siempre estaban circundadas por envolventes telas, y que ahora, ante el auge del expresionismo abstracto, se retraía hacia un personaje ya estatuido y un tanto convencional. Las aguas fluctuantes del arte moderno, con sus efímeros ismos y sus modas precarias, dejaban muy poca tierra firme desde donde avanzar.
Su arte, que se había comprometido en un momento dado con una definición americana que revaluaba la historia desde una perspectiva de izquierda, con el correr de los años parecía cristalizarse en posturas de retórica frialdad. Sobre sus muros, como también en el caso de Pedro Nel Gómez, solo parecían desfilar hieráticas siluetas, emblemas representativos de una nacionalidad aún no lograda. Muy pocos se sentían aludidos por este despliegue que en su momento reclamó vastas energías, artículos polémicos en su defensa y soluciones renovadoras al respecto, frente a la atrabiliaria censura por parte de Laureano Gómez y El Siglo. Pero curiosamente lo que hoy más nos llama la atención son los espléndidos bocetos de rostros y cuerpos desnudos, caso de las mujeres y hombres negros previos a su trabajo sobre la liberación de los esclavos. En definitiva, su talento para dibujar.
Solo que como pasó con la altisonante poesía del más entusiasta de sus promotores, Jorge Zalamea, la historia que buscaba rescatar su generación, sacándola del mausoleo académico, terminaba también por petrificarse en su estatuario ademán de combate. En una retórica ilustre pero ya exangüe: la retórica del muralismo mexicano.
Libertad de los esclavos, revolución de los comuneros, la cabeza de José Antonio Galán cristificada y clavada en una lanza (1954) entre picas y llamas, y cuatro toscas jaulas donde piernas y brazos nos recuerdan el innoble decreto español que ordenaba su muerte y su descuartizamiento por todo el territorio de Santander. Pero la muy loable intención de memoria y denuncia no alcanza concreción estética. No había un centro que imantase esos fragmentos dispersos ni una energía unificadora que cohesionase el conjunto. De frente o de perfil esclavos y comuneros desfilan en un friso inmóvil aislados cada uno en su nicho. Rompen las cadenas, sí, pero no logran ir más allá de este único gesto de ruptura.
El intento de la "revolución en marcha" de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) por modernizar un país se reflejaba en esta pintura y mostraba en ella los mismos dilemas que padecía su refor- mismo a nivel social: horizontes nuevos, vislumbrados apenas, en lucha contra raíces viejas y duras de erradicar. Todo esto que han estudiado a fondo Alvaro Medina, Germán Rubiano Caballero3 y otros, lo resumirá muy bien Ivonne Pini en su libro En busca de lo propio (2000) al analizar la transición de los años veinte al treinta en Colombia:
Se cerraba la década con alentadores perspectivas para la plástica. Se abría el espacio para dejar los acartonados modelos académicos y formular una estética que permitiera un justo equilibrio entre la cultura adquirida, un pasado que se mira sin falsos romanticismos y lo nuevo que el arte europeo proponía(4).
En tal encrucijada se sitúa el origen de la pintura de Ignacio Gómez Jaramillo.
#AmorPorColombia
Un pintor colombiano
Autorretrato / 1930 / Óleo sobre lienzo / 90 x 73 cm
Máscaras / 1961 / Tinta sobre papel / 49 x 32 cm
El martirio de Galán / 1957 / Óleo sobre lienzo / 131,5 x 106 cm
Vista de El Tablazo / sf / Óleo sobre lienzo / 80 x 64,5 cm
Majagua / 1963 / Óleo sobre lienzo / 65 x 81 cm
Texto de Juan Gustavo Cobo Borda
Era, no hay duda, un pintor. Un hombre de pincel, paleta y caballete. Que en su estudio mostraba con orgullo una foto que le había dedicado José Clemente Orozco y en su biblioteca, empastado en cuero y con sus iniciales doradas en el lomo, el libro de Paul Eluard sobre Picasso.
Enseñaba por la mañana en la Universidad Nacional y pintaba por la tarde. Sus discípulos, como Alfredo Guerrero, no olvidan su estimulante magisterio ni sus colegas como el maestro Manuel Hernández.
Paisajes, desnudos, bodegones, retratos, autorretratos. Desde 1928 hasta su muerte se pintó varias veces. Con sus pobladas cejas negras y su aire grave y adusto. Con sus bártulos de artista, en el estudio o al aire libre. Como si esto no fuera suficiente murales en el' comedor y la escalera de su casa -pescados y lavanderas- e incluso en la puerta de su clóset, en la calle 84 con carrera 9a de Bogotá.
Igual con su finca en San Francisco, Cundinamarca, o en Coveñas, en el mar Caribe. Todo cuanto veía debía pasar a sus lienzos. Piedras y montañas. Árboles y ríos. Sorprendentes profundidades marinas.
Le gustaba bucear, pescar con atarraya, y apenas retornaba a tierra lo aguardaban los colores y la tela a fin de fijar esas sugestivas imágenes del fondo del mar: corales, cangrejos, caracoles, peces, vegetales vibrátiles. Y la irisada superficie del agua revelándonos un insospechado ángulo de visión.
Alejandro Obregón pintó a su mujer Margot y Marco Ospina lo retrató a él.
Fernando Botero se ejercitaba en su estudio, al aprender la técnica del monotipo. Sí, un destacado pintor colombiano, esto es innegable, cuyos murales iluminan el Capitolio Nacional y la gobernación de Antioquia y sobre el cual, como es habitual entre nosotros, no existe un libro que recoja hitos destacados de su producción y permita seguir algunas de las etapas más reveladoras de su trayectoria.
Uno de los nudos conflictivos de su apreciación reside en el hecho de cómo, cuando Marta Traba llega a Colombia, cuestiona a la generación a la cual pertenecía Gómez Jaramillo y toda ella, que había tenido por lo menos veinte años de hegemonía estética en el país, se sintió relegada por la nueva hornada: Obregón y Botero, Wiedemann y Ramírez Villamizar. Pero, paradojas de la vida artística local, Obregón había encontrado, desde 1945, un generoso Gómez Jaramillo quien reconoció y estimuló públicamente su tarea y su relación con Marta Traba se había iniciado, en 1958, bajo los mejores auspicios al participar en los programas de televisión que ella dirigía.
Pero fijémonos primero que todo en su obra. Es vasta, con épocas y géneros muy logrados, y otros desiguales, si se piensa en un artista con tan sólida formación y tan dilatada carrera. Nos conmueve con sus numerosos aciertos y nos sorprende con sus flagrantes caídas, tal como lo analizó muy bien la pintora Beatriz González, si pensamos en sus incursiones en la abstracción y su serie dedicada a los payasos1. Pero bien vale la pena estudiar estas contradicciones, crisis, cambios y virajes, para entender no solo la temperamental fuerza de su carácter volcánico sino también los dilemas a los cuales se enfrentaba, en Colombia, un pintor durante los cuarenta años en que se entregó, con pasión incuestionable, a su quehacer artístico.
Parecía, por ejemplo, abandonar de golpe sus preocupaciones sociales y sus ambiciosos y razonados esfuerzos como muralista para concentrarse en la recoleta subjetividad de ciertos bodegones. De los vastos muros, con mensaje político, al arte menor, en apariencia, de las naturalezas muertas. Pero sus naturalezas muertas podían ser también muy diversas. Del estatismo analítico, descomponiéndolas, hasta aquellas donde el todo Intenta sobrepasar el motivo, convirtiéndose en vibración óptica. En ondas de colorida energía.
En ocasiones este dibujante sutil, y que no vacilaría en llamar clásico, se entregaba a gozosos juegos casi surrealistas, como sus Máscaras, de 1961, donde patos con cuerpos de mujer conviven con figuras cuyo rostro-máscara se dispone a recibir un nuevo disfraz que nos hará dudar aún más de su identidad. No olvidemos, de paso, que uno de sus óleos rinde explícito homenaje al Bosco: hombres bestias. Ahora estos faunos que danzan en el bosque. Juego y metamorfosis, esa línea nítida vuelve aún más equívocas sus transformaciones, máxime si las contrastamos con los negros y anchos contornos de algunos de sus payasos, donde las anteriores ambigüedades felices se truecan en algo explícito y chocante. Grandes rostros de payasos patéticos, con la bola negra o roja de su nariz y la sonriente tristeza de la autoconmiseración sobre las mejillas empolvadas o desnudas, en el arrugado desamparo de la vejez.
Pueden parecer inmotivados, si los relacionamos con la anterior evolución de Gómez Jaramillo o con la tradición picassiana al respecto que ha estudiado de modo tan inteligente Dore Ashton2. Pero se trata, en realidad, de variaciones sobre este teclado que va de la fuerza de Rouault a la línea un tanto lacrimógena y vacía con que Bernard Buffet había erigido su parroquial mitología parisina.
Pero podría ser también el desconcierto de un maestro, que se había formado en el taller, con sus modelos desnudas, las cuales situadas incluso en mitad de la selva tropical, siempre estaban circundadas por envolventes telas, y que ahora, ante el auge del expresionismo abstracto, se retraía hacia un personaje ya estatuido y un tanto convencional. Las aguas fluctuantes del arte moderno, con sus efímeros ismos y sus modas precarias, dejaban muy poca tierra firme desde donde avanzar.
Su arte, que se había comprometido en un momento dado con una definición americana que revaluaba la historia desde una perspectiva de izquierda, con el correr de los años parecía cristalizarse en posturas de retórica frialdad. Sobre sus muros, como también en el caso de Pedro Nel Gómez, solo parecían desfilar hieráticas siluetas, emblemas representativos de una nacionalidad aún no lograda. Muy pocos se sentían aludidos por este despliegue que en su momento reclamó vastas energías, artículos polémicos en su defensa y soluciones renovadoras al respecto, frente a la atrabiliaria censura por parte de Laureano Gómez y El Siglo. Pero curiosamente lo que hoy más nos llama la atención son los espléndidos bocetos de rostros y cuerpos desnudos, caso de las mujeres y hombres negros previos a su trabajo sobre la liberación de los esclavos. En definitiva, su talento para dibujar.
Solo que como pasó con la altisonante poesía del más entusiasta de sus promotores, Jorge Zalamea, la historia que buscaba rescatar su generación, sacándola del mausoleo académico, terminaba también por petrificarse en su estatuario ademán de combate. En una retórica ilustre pero ya exangüe: la retórica del muralismo mexicano.
Libertad de los esclavos, revolución de los comuneros, la cabeza de José Antonio Galán cristificada y clavada en una lanza (1954) entre picas y llamas, y cuatro toscas jaulas donde piernas y brazos nos recuerdan el innoble decreto español que ordenaba su muerte y su descuartizamiento por todo el territorio de Santander. Pero la muy loable intención de memoria y denuncia no alcanza concreción estética. No había un centro que imantase esos fragmentos dispersos ni una energía unificadora que cohesionase el conjunto. De frente o de perfil esclavos y comuneros desfilan en un friso inmóvil aislados cada uno en su nicho. Rompen las cadenas, sí, pero no logran ir más allá de este único gesto de ruptura.
El intento de la "revolución en marcha" de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) por modernizar un país se reflejaba en esta pintura y mostraba en ella los mismos dilemas que padecía su refor- mismo a nivel social: horizontes nuevos, vislumbrados apenas, en lucha contra raíces viejas y duras de erradicar. Todo esto que han estudiado a fondo Alvaro Medina, Germán Rubiano Caballero3 y otros, lo resumirá muy bien Ivonne Pini en su libro En busca de lo propio (2000) al analizar la transición de los años veinte al treinta en Colombia:
Se cerraba la década con alentadores perspectivas para la plástica. Se abría el espacio para dejar los acartonados modelos académicos y formular una estética que permitiera un justo equilibrio entre la cultura adquirida, un pasado que se mira sin falsos romanticismos y lo nuevo que el arte europeo proponía(4).
En tal encrucijada se sitúa el origen de la pintura de Ignacio Gómez Jaramillo.