- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
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- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)

Indígenas y artesanos, siglo xvi
Texto de: Julián Vargas Lesmes
El sitio en el cual fue fundada Santafé era el asiento de por lo menos dos poblados indígenas. La zona gozaba de cierto prestigio por estar próxima a la residencia de invierno del zipa (Teusaquillo). Además, el sector era un foco de atracción, ya que el sistema de comercio y redistribución de los muiscas estaba estrechamente asociado al poder político. La concentración y posterior distribución de los productores básicos pasaba por manos de las autoridades políticas y era regulada por las mismas. Era esta la razón por la cual la mayoría de las transacciones comerciales se llevaban a cabo en las cercanías de Teusaquillo que, a su vez, según parecen indicarlo una serie de pruebas, estaba en la zona donde hoy se halla la Plaza del Chorro de Quevedo. De ahí que la Plaza de las Yerbas, cercana a este lugar, adquiriera temprana importancia como primer mercado público de Santafé.
En los poblados muiscas no se registraba una gran densidad demográfica. Sin embargo, sí había alguna, por lo cual ese elemento constituyó un atractivo especial para fundar allí la ciudad, caso que se repitió en todo el proceso de la Conquista.
Estos dos núcleos de población indígena siguieron teniendo importancia durante el periodo hispánico y se conocieron como Pueblo Viejo (oriente y sur de Santafé) y Pueblo Nuevo (hacia el norte). El primero de ellos vino a ocupar el área del primitivo Teusaquillo. Hay además algunas referencias no muy precisas a otro poblado, que acaso estaba en la margen izquierda del río Fucha. Cuando se fundó la parroquia de Santa Bárbara fueron incluidos dentro de su jurisdicción los poblados de Teusaquillo y Sisvativá1.
Durante la primera época (segunda mitad del siglo xvi) fue preocupación esencial y prioritaria de las autoridades el adoctrinamiento de los indígenas y su consecuente conversión profunda y sincera a la fe católica. Para los jerarcas del Gobierno español era claro que sólo difundiendo y arraigando entre los aborígenes los fundamentos del cristianismo, y además enseñándoles la lengua castellana, podría contarse con ellos como genuinos vasallos de la corona. Sin embargo, esta campaña tropezó con no pocas dificultades. Por una parte, la Iglesia no contaba en estos territorios con suficientes misiones ni recursos humanos para adelantar con buen suceso esta actividad. Por otra los encomenderos y amos de criados eran indiferentes ante la catequización de los indios e incluso la miraban con malos ojos, puesto que pensaban que por estar oyendo a los misioneros, los indígenas no sólo se desviaban de sus labores sino que también se producía un contrapunteo de fidelidades. Finalmente, en los mismos naturales se encontraba una resistencia, no por pasiva y soterrada menos tenaz, contra el nuevo credo. Pese a todo, las autoridades civiles y eclesiásticas no desmayaron en su empeño y fue así como en 1565 se dispuso la creación de un colegio para hijos de caciques e indios principales de Santafé2.
Hacia la década de los sesenta, era aún enorme la cantidad de indios “chontales” o “bozales”, aquellos que ni tenían sinceras convicciones cristianas ni hablaban castellano. Ante esta realidad, la Audiencia se vio obligada a designar algunos intérpretes que sólo vinieron a desaparecer a principios del siglo xvii. La aculturación de los indios urbanos en el siglo xviii fue más lenta de lo que corrientemente se cree. Hasta la década del sesenta los indígenas poco asistían a los oficios religiosos o frecuentaban los sacramentos sólo por cumplir una formalidad externa y evitar las presiones que se ejercían sobre ellos para que abrazaran sinceramente la fe católica. El bautismo era adoptado sumariamente, pocos entendían el castellano y la mayoría, según reza un documento de la época, seguían siendo “pertinaces y bárbaros en su gentilidad y perversas costumbres”.
A fin de remediar esta situación, la Real Audiencia estatuyó una serie de instrucciones que tendían a obligar tanto a los amos como a los indígenas a someterse a la doctrina y disciplina de una vida más piadosa. Para esa época, tan sólo una persona, un regular de la orden de Santo Domingo, conocía la lengua indígena. La entidad lo eligió “por entender la lengua de los dichos indios, con lo cual fecho y hace mucho fruto para su conversion y catecismo de los infieles” y lo tomó como eje para asegurar la moralización de indios chontales y ladinos.
“Manda y mandaron… que todos los indios e indias ladinos de servicio de los dichos españoles que están y residen en esta dicha ciudad todos los días de fiesta, que por tales la iglesia manda guardar, vaya a la iglesia del Monasterio de Santo Domingo a oír misa rezada a la hora de las siete, y en el mismo día vayan al dicho monasterio a oír la doctrina y predicación del dicho Fray Luis Lopes a la hora de la una, después de mediodía, y las personas a quien sirven tengan particular cuidado de los enviar a la dicha misa y doctrina, como dicho es, sin que falten día alguno en ella, so pena de que por cada indio e india que faltare, por la primera vez pague medio peso la dicha persona a quien sirve para obras pías que por los dichos señores se adjudicaren, e por la segunda, la pena doblada…”3.
La medida iba dirigida, en primer lugar, hacia los amos de indios y, en segundo lugar, hacia los indígenas que, con el poco de voluntad de que podían gozar, no los seducía mucho el fuego fatuo del catolicismo.
Posteriormente, la Audiencia fijó penas de azotes y corte de cabellos para los indios que, salvo por enfermedad comprobada, dejaran de asistir a las ceremonias litúrgicas y a las sesiones de doctrina. Por otra parte, las autoridades, a fin de impedir la vagabundería de los indios, los obligaron a portar una cédula que acreditaba a qué amos estaban sirviendo. Este documento debía ser actualizado y renovado cada tres meses4.
La mayoría de los indios urbanos eran criados de las casas de blancos. En esa forma, la sociedad blanca se sustentaba, igual que en las zonas rurales, sobre el trabajo indígena. Los indios, obviamente, vivían en las casas de sus amos, pero severamente discriminados, lo cual determinó que en los amplios patios traseros de las casas principales se construyeran bohíos para albergue de estos siervos. Los diversos documentos muestran cómo construyeron “bujíos” en los patios traseros de las casas ocupadas o en solares no poblados, a fin de acomodar a los indígenas5.En consecuencia, durante este primer periodo, los indios no disfrutaron en modo alguno de vivienda independiente.
Dentro de la lenta pero incesante campaña de las autoridades por incorporar definitivamente a los aborígenes a los esquemas de la civilización occidental y cristiana, hubo un énfasis muy marcado en la erradicación de las prácticas rituales asociadas con la idolatría y el culto a las falsas deidades prehispánicas. Quedaron prohibidas todas aquellas celebraciones paganas, así como las borracheras y areitos (bailes y cantos aborígenes), que tenían un marcado carácter ritual. No obstante, sólo ya entrado el siglo xvii vinieron a cesar estas prácticas ya que durante toda la segunda mitad del xvi los indígenas persistieron en ellas al socaire de los vastos solares, y principalmente de la complicidad de no pocos españoles que encontraban diversión con estas orgías y las auspiciaban en forma clandestina, puesto que los indios que eran sorprendidos en el ejercicio de su culto pagano sufrían penas que para ellos eran la máxima deshonra, tales como la pérdida de los cabellos y de la manta con que se cubrían.
Las autoridades extremaron la vigilancia mediante rondas nocturnas, gracias a las cuales muchas veces descubrieron a numerosos indios entregados a sus danzas y borracheras desenfrenadas bajo la protección cómplice de los blancos. Dice un informe fechado en 1591:
“En el solar de la casa de Juan Barbero había mucha cantidad de indios e indias bebiendo chicha y cantando con flautas. Bailaban a la redonda y daban patadas con los pies como es costumbre de los indios infieles”6.
Estos festejos eran semejantes a los de la época prehispánica, lo cual es indicio de la fuerza con que en principio se resistieron los aborígenes ante la avalancha cristiano-española. Una vez que dicha actitud comenzó a ceder, vino una etapa intermedia de sincretismo cultural y religioso.
Un hecho digno de ser destacado es que los contactos más frecuentes y asiduos entre indios y blancos se dieron entre aquéllos y los blancos pobres y de clase más baja, tales como soldados, artesanos, sirvientes, etc. Dicho contacto fue, sin duda alguna, un canal muy activo de intercambio cultural. Durante este primer siglo la cocina, los solares, la pila del agua fueron los primeros lugares donde se ejerció una sociabilidad horizontal, donde empezó a darse esta fusión y este intercambio de experiencias y creencias.
A fines del siglo xvi comenzó a presentarse en Santafé un crecimiento acelerado de la población indígena debido a la migración forzosa, por lo cual las autoridades tomaron medidas restrictivas, a veces rayanas en la crueldad.
SIGLO XVII
El establecimiento definitivo de la mita urbana, o trabajo obligatorio de los indígenas en la ciudad fue otro factor que contribuyó a incrementar el flujo de aborígenes hacia la urbe. Además, las autoridades, fuera de fijar las obligaciones laborales de los indios, precisaron su condición de pecheros. Esta práctica, herencia del feudalismo medieval, asociaba la obligación de pagar tributos directos con la servidumbre. Desde el siglo xvi quedó vedada a los indígenas la indumentaria “castellana”: únicamente los caciques, a quienes se permitía usar el “don” y usar cabellos cortos, podían ataviarse como los españoles y poseer casa poblada en la ciudad. Tampoco se permitía a los indios “plebeyos” el uso de armas, caballos, ni su movilización fuera del lugar habitual de residencia sin permiso de las autoridades.
A comienzos del siglo xvii ya era mayoritaria la población indígena en Santafé. Hacia 1688, Piedrahíta calculaba una población de 3 000 blancos frente a 10?000 indios.
Lógicamente, la transformación cultural de los indígenas urbanos fue mucho más rápida en todo sentido que la de sus congéneres rurales. En el campo la acción evangelizadora fue lenta, hasta el punto de que se sabe que en 1670, durante una visita oficial a las zonas campestres, los funcionarios debían utilizar intérpretes para entenderse con los naturales. Todo indica que sólo en el siglo xviii los indios del campo se tornaron bilingües, para abandonar definitivamente su lengua nativa a finales de esa centuria, debido esencialmente a la fuerza del mestizaje. Por el contrario, los indios urbanos se familiarizaron desde mucho antes, no sólo con la lengua castellana, sino con todas las formas culturales traídas e implantadas por los españoles. Desde comienzos del siglo xvii ya existen pruebas de que había en la ciudad numerosos indios “ladinos”, es decir, que hablaban con propiedad el castellano. En los juicios se preguntaba por su fe al hacer en el juramento la señal de la cruz, prueba de su condición de cristiano.
En cuanto a los apellidos, en un principio no se les asignaba ninguno. Simplemente usaban un nombre, algunas veces seguidos de apellidos indígenas como Lataconga, Turma, Guacaneme, Tacurí, Quiquisguaya, Caytechica y otros muchos. Más tarde, algunos empezaron a llevar apellidos típicamente castellanos, coincidiendo muchas veces con los del blanco al cual estaban asignados.
Otro factor que contribuyó a la cristianización de los indios urbanos, más rápida que la de los rurales, consistió en que los aborígenes comprendieron que la adopción de la fe de los conquistadores les abría un espacio social más propicio y constituía un factor de ascenso social, hasta el punto de ser corriente su admisión en algunos niveles de las cofradías religiosas.
Otro de los signos más visibles del cambio cultural, además del bilingüismo y de sus actitudes religiosas fue la paulatina transformación de sus vestimentas. El vestido tuvo durante la época colonial un poder de identificación social muy poderoso. Todavía a principios del siglo xvii se habla de mestizo de manta o mestizo en hábito de indio.
El vestido original de los indígenas era hecho de algodón que obtenían de sus sementeras en tierras templadas y calientes o del comercio con comunidades vecinas. Las escasas referencias accesibles muestran que los hombres utilizaban un largo vestido (“camiseta”) complementado por la indefectible manta. Las mujeres usaban un vestido de dos piezas, la primera de ellas compuesta por un pedazo largo de tela de algodón que se lo envolvían en el pecho a manera de camisa, abrochado en el frente con dos pinzas7.
La prenda más importante era la manta. Sirve de complemento al vestido, de abrigo y colchón y de identidad personal. Las mujeres hilaban y los hombres tejían. Así, hasta una cierta época cada indígena debió fabricar su propia manta, por lo cual era la prenda más cercana y más querida de los aborígenes. Las había de diferentes clases: las mantas “chingas” o comunes, las “buenas” y las de “marca” o pintadas, (“Una manta de Fontibón por cinco de Paipa”). La manta común era blanca. Las “buenas” se tinturaban con raíces (el color carmín era frecuente), o se pintaban con pinceles. Más de medio siglo después del periodo hispánico, la manta sirvió de medio de intercambio y de pago de tributos.
Durante la primera parte del siglo xvii la presión española quebrantó los circuitos comerciales indígenas, así como las vitales conexiones con las tierras templadas y calientes. Como consecuencia, desapareció la provisión de algodón para hilar y en su reemplazo surgió la lana. Los obrajes establecidos a la fuerza durante fines del siglo xvi y la gran disponibilidad de ovejas hicieron que los indígenas sustituyeran en sus artesanías domésticas y en sus vestidos el algodón por la lana.
En la ciudad se dieron otras modificaciones en el vestido, que no pueden ser ubicadas en términos cronológicos. En primer lugar, el cambio (o la coexistencia) de la manta por la ruana, pues cumplían funciones casi idénticas y puede asegurarse que existe una clara continuidad entre las dos prendas. Según Pérez de Barradas8, la ruana se introdujo por primera vez al Nuevo Reino con los indios que vinieron con Belalcázar. En cualquier forma, la ruana tan sólo se difundió extensamente como vestido principal de los sectores bajos urbanos de Santafé durante el siglo xviii.
Aunque en la ciudad hubo zonas pobladas casi exclusivamente por indígenas, dicho grupo étnico se hallaba diseminado por toda la capital debido esencialmente a que muchos de ellos, especialmente del sexo femenino, estaban dedicados a prestar servicios domésticos en las casas de los blancos. Las zonas específicamente habitadas por indígenas eran Pueblo Viejo (extremo oriente y suroriente) y Pueblo Nuevo (norte, Las Nieves y San Victorino). Como ya quedó anotado, los indígenas que prestaban servicio doméstico en las casas solían habitar en bohíos de paja que se construían en los extensos solares traseros de aquéllas.
Otro rasgo importante que caracterizaba a los indígenas urbanos era su activa participación económica en la vida de la ciudad. Eran artesanos con muy diversas especialidades —sirvientes, buhoneros, albañiles, etc.— con el producto de su trabajo subsistían y pagaban los tributos a que estaban sometidos9. Aunque en su gran mayoría los indios estaban dedicados a oficios útiles y honestos, constituían el grupo en que se registraba la mayor cantidad de casos de riñas, juegos ilegales, borracheras escandalosas y robos.
En el siglo xviii se registró un cambio radical en el panorama étnico de la ciudad: el descenso demográfico de la población aborigen fue dramático. Después de haber sido una mayoría abrumadora durante el siglo xvii, en el xviii los indios retrocedieron cuantitativamente en forma muy sensible ante los mestizos. Hacia 1778 y 1779 los indios no pasaban de un 10,7 por ciento de la población santafereña; simultáneamente, los mestizos habían llegado a ser un 45 por ciento de la misma. En 1793 los indígenas puros no sobrepasaban el 4 por ciento de la población.
RELACIONES INTERéTNICAS Y DELITOS
Aunque las fuentes son escasas y fragmentarias, hay documentos según los cuales fueron numerosas y frecuentes las causas que conocieron los jueces por reyertas, hurtos y otros delitos en los que casi siempre los protagonistas eran indígenas.
La actual Colombia se distingue del resto de los países de la zona andina por la intensidad de su proceso de fusión interracial. Como queda dicho, ya en el siglo xviii Santafé era una ciudad esencialmente mestiza y por lo tanto vivió constantemente los conflictos derivados de las diferencias raciales, culturales y sociales. Durante todo el siglo xvii y buena parte del siglo xviii la dimensión que realmente separa y estratifica la sociedad santafereña es de tipo cultural, el principal criterio de clasificación. Teniendo en cuenta estas consideraciones hemos elaborado una sección especial que intenta echar un vistazo sobre el tipo de conflictos y delitos que enfrentaron a diferentes grupos sociales. Durante todo el siglo xvii Santafé fue teatro de esta mezcla y de los conflictos sociales subsiguientes.
Para tal fin se exploraron las querellas judiciales a fin de presentar un panorama de los conflictos existentes. Se clasificaron las relaciones en dos grandes grupos: los contactos dentro del mismo grupo, es decir, intraétnicas. Y las que ponían en contacto (alianzas) u oposición a personas de diferente condición, o sea, interétnicas. La situación de conflicto cubre diferentes situaciones: agresión, insulto, robo. Por alianza se entienden básicamente los casos de amancebamiento.
A. RELACIONES INTRAÉTNICAS:
1) Conflicto
a) Indio agrede a otro indio (I x I)
b) Conflicto entre los mismos blancos (B x B)
2) Alianza
a) India amancebada con indio (I + I).
B. RELACIONES INTERÉTNICAS:
1) Conflicto
a) Indio agrede a:
i. blanco (I x B)
ii. blanco e indio (I x IB)
b) Indio que es agredido por:
i. blanco (B x I)
ii. mestizo (MZ x I)
iii. negro o mulato (N x I)
2) Alianza
a) India con blanco (B + I)
b) Mestiza (o) con indio (a) (MZ + I)
//Actores://
I = Indio B = Blanco MZ = Mestizo N =Negro
Relaciones:
x = Conflicto + = Alianza
La muestra contiene una abrumadora mayoría de casos que muestran conflictos (84 por ciento). Y dentro de las dos grandes clasificaciones, la mayor proporción hace referencia a relaciones que ponen en contacto grupos de diferente condición étnica (59,81 por ciento).
La categoría individual que más casos agrupa es la de conflictos entre indios (I x I), con el 31 por ciento, de los cuales un poco más de las dos terceras partes (67,74 por ciento) corresponden a agresiones físicas expresadas en riñas y/o heridas. No existen más de dos casos en el que este tipo de agresiones no esté asociado a jolgorios o borracheras. La tercera parte restante se divide entre hurtos (25 por ciento), casos de estupro (3 por ciento) y uno de bigamia (3 por ciento). En conjunto las relaciones entre los indígenas, que eran la mayoría de la población, son la principal fuente de conflicto. La Santafé del siglo xvii, a través de la mita urbana, empezó a integrar forzadamente en su seno a indios de diferentes capitanías que habían heredado enfrentamientos seculares. En cierta forma, la violencia de la integración se expresa más fácilmente entre individuos de la misma condición.
Otra categoría de gran importancia es la que reúne las agresiones de individuos del estamento blanco hacia indio(s) urbano(s) (B x I), con 20 casos (20 por ciento). De éstos, de nuevo los maltratos, heridas y riñas tienen una elevada importancia relativa (50 por ciento), con ese orden de importancia dentro de la subcategoría. Se destacan también los casos de violación y no pago de servicios personales, con el 15 por ciento respectivamente.
En tercer rango de importancia, con 17 casos (17 por ciento), lo ocupa el grupo constituido por las agresiones de indios a individuos blancos o por violación de normas de la sociedad blanca en general (I x B). Aquí encontramos una serie de transgresiones de diverso tipo, protagonizadas por indios (borracheras, escándalo público, resistencia a autoridad, juego, entre otras) y agrupadas en una subcategoría que comprende nueve casos (52,9 por ciento). Le sigue en importancia la que parece haber sido la forma más frecuente de conflicto individual indio-blanco: el hurto. Duramente reprimido, tal vez por su alta frecuencia, era el que implicaba los peores castigos. Por ejemplo, en 1609 se torturó a un par de adolescentes para que confesaran quién había robado unas prendas de vestir a un blanco pudiente10.
Las agresiones físicas indio-blanco representan sólo dos casos (11,7 por ciento). En el primero un indígena ciego, probablemente mendigo, agredió a un blanco en una tienda. El otro es el de dos indios que maltrataron a una mujer blanca aprovechando la ausencia de su marido.
La distancia entre estos dos estamentos era bastante grande. En general, la gran sumisión indígena frente al blanco colocaba una barrera social muy alta, que aún en condiciones de embriaguez inhibía al indio para agredir directamente a la persona blanca. Los lugares de diversión pocas veces coincidían y el castigo por una agresión a un blanco era casi fatal.
Existe un caso célebre que muestra la mentalidad del español hacia el indio y también su posición social. En el siglo xvi la Real Audiencia, en un acto por medio del cual quiso frenar un tanto los atropellos de los españoles, condenó a la cárcel a un soldado español ibérico debido a los excesos cometidos contra los indios de Fontibón. Una vez liberado el español, encendido en ira, compró 50 jaras (flechas) se ubicó en el puente al norte de Fontibón y se dedicó a disparar con una ballesta a todo indio que proviniera de ese pueblo y a arrojarlo, una vez muerto, al río. Cuando se le agotaron las flechas, “y visto que le sobraba tiempo se remitió a la espada, hasta que la ensangrentó bien; y pareciéndole que venía el día, arrojó la ballesta al río, y subiendo en su caballo caminó hasta el Perú”11.
Las relaciones sexuales interétnicas blanco-indio y el mestizaje (B + 1) ocupan el cuarto lugar en cuanto a número de casos encontrados (12 por ciento). Siempre se presentan bajo la forma de hombre blanco amancebado o sorprendido en tratos sexuales con una mujer india. Más allá de su representación numérica en esta muestra, es la situación más frecuente en Santafé y una de las fuentes no legales pero importantes del mestizaje. En una de sus variantes un documento describe a dos hombres, uno blanco y uno negro, sorprendidos en tratos con dos indias. Los otros se refieren a amancebamientos públicos de hombres, algunas veces casados, otras veces incluso funcionarios de cierta importancia, con una india.
En quinto lugar, una categoría que agrupa las agresiones de mestizos contra los indios (MZ x l), aunque no muy significativa numéricamente (50 por ciento), incluye uno de los documentos más interesantes. Curiosamente, no se encontraron casos inversos, es decir, de indios que agredieran a mestizos.
Los conflictos entre blancos por causa de indios (B x B) y el amancebamiento entre indios ocupan el sexto lugar con el 4 por ciento de los casos totales, respectivamente.
Finalmente se encontraron dos casos de agresión negro o mulato contra indio (N x l), uno de heridas y otro de hurto, y se dejaron en una clasificación distinta dos casos en los que un(a) indio(a) agrede tanto a un indio como a un blanco. Son estos documentos muy especiales no sólo por esta característica relevante sino por los hechos que describen. El primero de ellos reseña el caso de un indio proveniente de Quito que hurtó el anillo de la imagen de la Virgen de la iglesia de Las Nieves y posteriormente asesinó a quien en ese momento era el amante de su examante. El segundo refiere las hazañas de una india de Popayán con un largo historial de robos.
Los delitos sobre los que más se querella son aquellos que tienen que ver con agresiones físicas: riñas, heridas, mutilación, maltrato. Casi sin excepción van acompañados de agresión verbal e insultos. En 1668, en una pendencia entre un indio y un mestizo, el primero injurió al segundo diciéndole “que era un cornudo, borracho, sucio y a su mujer que era una puta”12. De 38 casos, 23 resultaron ser protagonizados por indios agresores, que en su abrumadora mayoría atacaron a otros indios (21 casos de 25, o 92 por ciento) y por excepción se dirigieron a los blancos (2 casos, u 8 por ciento).
Al mismo tiempo, en 36 de 58 casos registrados, las víctimas agredidas también resultaron ser indios o indias atacados por otros indios (58,307 por ciento), blancos (27,8 por ciento), mestizos (13,9 por ciento) y negros (5,6 por ciento).
Está, además, comprobado que las pendencias y reyertas tenían lugar casi exclusivamente en los jolgorios, que siempre consistían en reuniones durante las cuales se consumía bebidas embriagantes sin medida, principalmente chicha y guarapo. Dadas las severas restricciones que imponían los españoles en cuanto a la celebración de rituales indígenas relacionados con su culto ancestral, el único escape que encontraban los naturales era la beodez. Las riñas entre indios solían ocurrir al terminar las jornadas de trabajo en los días festivos. Primero se presentaban las agresiones verbales y de allí se pasaba al ataque físico. Generalmente los indios se agredían a cuchilladas y pedradas y muy a menudo apelaban a los mordiscos, debido a lo cual no fueron pocos los que salieron desnarigados y desorejados de las refriegas. Cuando el caso llegaba ante los jueces, los implicados solían alegar en su favor la inconsciencia producida por la ebriedad. Vale anotar que en estas reuniones de los estratos bajos tomaban parte muy activa las mujeres al lado de los hombres, y de igual manera entraban en las riñas y agredían de palabra y de hecho a sus contendores igual que los varones13. Las pendencias y agresiones se daban generalmente entre indios y casi no se presentaban entre diferentes grupos étnicos.
El segundo lugar entre los casos que llegaban ante los jueces lo ocupa el hurto. Los delitos contra la propiedad se presentaban por lo común entre indios. También se registraron con frecuencia robos sacrílegos, que solían tener carácter vindicativo debido a la vigorosa campaña emprendida por las autoridades y la Iglesia contra los santuarios indígenas, por considerarlos reductos de idolatría.
Los delitos contra la propiedad eran castigados con la máxima severidad y el robo sacrílego llegó a ser sancionado con la pena capital.
En la escala de los ilícitos sigue el amancebamiento después de las reyertas y los hurtos. El 75 por ciento de estos casos se dio entre blancos e indias y el 25 por ciento restante entre gentes del mismo grupo étnico. Desde el siglo xvi las casas santafereñas de blancos instauraron la costumbre de traer indias jóvenes del campo para las faenas del servicio doméstico. Pese a que las amas de casa ejercían una vigilancia rigurosa sobre sus criadas, éstas se daban trazas para llevar a cabo sus esparcimientos amorosos, llegando hasta el llamado “sonsacamiento”, que ocurría cuando el amante de la india la sacaba de la casa en que servía para amancebarse formalmente con ella. Esta situación, sin embargo, era perseguida por la ley. Estos casos de contubernio y prolongada convivencia se daban a menudo entre los patronos blancos y las indias a su servicio, hasta el punto que generaban derechos con las mujeres indígenas involucradas.
Por ejemplo, en 1581 Catalina (india) demanda a los albaceas de Pedro Sánchez de la Membrilla que le reconozcan los servicios personales que le prestó a éste durante más de 30 años. Catalina declaró que en dicho lapso lo sirvió “en todas las cosas necesarias así en guisarle de comer como limpiar la ropa y en todos los demás trabajos y servicios necesarios, así en la ciudad como fuera de ella en otras partes y caminos y con mi ayuda e industria y trabajo adquirió más de 10 000 pesos que tenía al tiempo que falleció y debiendo gratificarme conforme a lo que podía y puedo merecer no lo hizo”14.
El apoderado de los albaceas responde que sus trabajos y servicios se le pagaron en vida de Pedro Sánchez, porque siempre se le dio de calzar, vestir y comer, además de los regalos de muebles y ropa que le hizo cuando partió al Perú. Además dice que cuando volvió de allí le trajo ropa y topos de plata e igual sucedió cuando fue y volvió de España. A lo largo del proceso se descubre que Catalina y Pedro convivieron muchos años y tuvieron cuatro hijos que fueron criados como tales, aunque Pedro se casó después de uno de sus viajes con una blanca.
Los indios urbanos, además de estar sometidos a una compleja y onerosa maraña de tributos, diezmos y servicios personales, solían soportar diferentes clases de maltratos y abusos por parte de los blancos. A menudo se les desconocía el pago debido a su trabajo, sus mujeres eran violadas y todos eran víctimas frecuentes de incontables atropellos y vejámenes. Se llegó inclusive al extremo ignominioso de sujetar a los indios por el pescuezo con collares de hierro15. Esta situación obligó a la Real Audiencia a prohibir a los herreros de Santafé la fabricación de estos artefactos. En rigor de verdad, lo que los indios padecían era una auténtica esclavitud, aunque en la teoría fueran vasallos libres de la corona. Los que servían en casas eran apaleados y azotados y con frecuencia sus amos les azuzaban perros bravos llegando a veces a herirlos con espada como fue el caso de un indio vaquero, en 1619, quien todos los días vendía en Santafé la leche de un hato que quedaba en el camino de Suba. Le sucedió esto por no haberle llevado inmediatamente el dinero a su amo16. En cuanto a las relaciones blanco-india, en este campo se daban a menudo el estupro, así como la violación y los golpes.
En 1592, Francisco Páez golpeó y arrastró de los cabellos a María y le sacó toda la ropa y enseres de su casa a la calle. En 1606, Francisco entabló demanda contra el comerciante Juan Romero por haber cometido estupro con su hija María de 12 años, “llevándose su virginidad”17.
Las transgresiones a la ley cometidas por indios eran penadas con castigos de la máxima severidad. Se les cortaban los cabellos, se les arrebataban sus mantas, se les condenaba a destierro y presidio (a veces en climas insalubres), se les azotaba públicamente y se les escarnecía paseándolos atados en carretas o jumentos por calles mientras un pregonero daba a conocer en voz alta sus delitos18.
Hay muestras muy significativas de los castigos que se aplicaban a los aborígenes. En 1638 un indio opuso resistencia a un alguacil, quien procedió a detenerlo por una riña con un zapatero. La condena fue:
“A 100 azotes, 50 por la resistencia que hizo y ?por las palabras locas y de borracho que pretendiendo injuriar dijo en la dicha pendencia, y los otros 50 se le han de dar porque no se emborrache otro día”19.
Curiosa pena la que se le aplicaba al desventurado indio: 50 latigazos punitivos y otros tantos preventivos.
Y esta otra condena, contra una india llamada Catalina, como su célebre homónima cartagenera, en castigo por amancebamiento:
“Que la lleven a su pueblo (Cogua) vía recta y se la entreguen a su cacique, y se le notifique a la dicha india no vuelva a esta corte por término de 2 años, so pena de 100 azotes”20.
ORIGEN Y OFICIOS DE LOS INDIOS
Dentro de la población indígena de Santafé había una abultada mayoría masculina. Entre los hombres había registrados más de 30 oficios, mientras que en el sector femenino sólo había cinco.
Estos datos brindan una visión de la distribución de los oficios entre los indígenas que habitaban en la capital. Los aspectos más importantes que es menester destacar a este respecto son:
La servidumbre doméstica copa el 30,8 por ciento de los casos registrados. En otras palabras, casi la tercera parte de los indios e indias residentes en Santafé eran criados y criadas.
Siguen después de la servidumbre la zapatería, con un 15,8 por ciento, y la sastrería con un 8,9 por ciento. Estos tres oficios sumados dan más de la mitad del total (55,5 por ciento). A continuación viene una abundante variedad de oficios. También se observa una notable presencia de oficiales en varios gremios. Podemos ver esta presencia de acuerdo con una categorización de actividades:
- a) Relación con producción de prendas.
1) Producción de calzado. Los zapateros, entre aprendices (1), oficiales (8) y zapateros rasos (12) se constituyen como ?el oficio más importante desde el punto de vista numérico con 21 casos (19,4 por ciento).
- b) Producción de prendas de vestir (sastres y sombrereros): ?13 sastres (12 por ciento) y 5 sombrereros (4,6 por ciento).
- c) Íntimamente relacionados con la anterior producción de géneros.
1) Relación con textiles: 2 sederos
2) Relación con telares: 2 bataneros
3) Relación con cueros: 2 curadores
En conjunto estos tres grupos componen el 5,5 por ciento.
- d) Relación con transporte: 6,48 por ciento:
5 silleros
1 cartero
1 arriero
- e) Relación con construcción: 8,33 por ciento:
5 carpinteros
4 albañiles
- f) Administración pública: 5 alguaciles (4,6 por ciento)
- g) La misma proporción de oficiales que de hombres dedicados a servicios personales o a la servidumbre: 17,6 por ciento
- h) Presencia de caciques, capitanes y gobernadores (6,48 por ciento).
LOS ARTESANOS
En 1629 a Jacinto, sastre de oficio, le rompieron la puerta del bohío donde tenía la ropa con la que trabajaba y se la robaron. El inventario de lo robado incluyó un vestido de jergueta (tela ordinaria) de Castilla, un jubón blanco de manta, un jubón de telilla sin acabar, una manta nueva de lana, un par de calzones de lienzo, una almohada de lienzo y un par de mangas de manta.
En 1621, Juan Coloya, natural de Lenguazaque y oficial de platero, declaró que solía ganar de ordinario con su trabajo un peso diario con el que sustentaba su casa y su mujer pero que debido a las heridas que le causaron unos indios de Cota no podía trabajar21.
En 1644, Juan Criollo, oficial de albañil, trabajaba en la obra del convento de Santa Inés, que construía Inés de Chaves, y ganaba seis reales diarios (obsérvese la diferencia de salarios).
En 1650, Juan Salazar, zapatero mestizo proveniente de Quito, se vio envuelto en una riña en la que desnarigó a un indio de Fontibón, amigo suyo. Se le embargaron los bienes de trabajo que tenía en su tienda. Se encontraron 63 pares de calzado diverso, tres cortes, 24 hormas, tres medias suelas comenzadas, tijeras, tranchetes y otros trastes de poca importancia.
De los servicios personales no se ha encontrado mayor evidencia de qué cubrían salvo el caso de los criados y criadas (la mayoría de mujeres que declaran algún oficio lo son). Se registró sólo un caso en el que tres indios al servicio de un blanco declararon expresamente que habían ido a un solar de su amo en los extramuros de Santafé con el propósito de sacar madera de allí siguiendo las órdenes recibidas de su señor.
En relación con otro tipo de oficios masculinos, se registraron también varios alguaciles, un puñado de caciques gobernadores y capitanes de comunidades sabaneras que vivían o tenían casa en Santafé. En 1616 se halló un barbero que sangraba a sus pacientes enfermos.
Ser buhonero era otro oficio que podían ejercer los indios. En 1621, Juan Cota vendía alternadamente en la plaza de Santafé y de pueblo en pueblo toda clase de baratijas. Cuando salía, su mujer se quedaba en el puesto de la plaza. Ofrecía mercancías, como topos de plata y platón, pulseras de coral falso, sartas de vidrio blancas y de colores, rosarios, sartas y gargantillas de colores, candados, botones, cintas, cuchillitos y cuchillos, hilos, lanas, pita, agujas, abalorios y bolsitas22.
También desempeñaron trabajos de carniceros, vendedores de pan, arrieros y carteros, entre otros oficios. En 1630 se fijó salario para indios útiles y no útiles. Los primeros debían ganar tres cuartillos diarios, los segundos medio real al día.
Asimismo, se descubrieron casos de indios que si bien no vivían en la ciudad, tenían una relación cercana debido a la proximidad de sus habitaciones y al hecho de que vendían allí diariamente productos como leche o pescado. No se encontraron leñateros y tardíamente, en 1783, se registró un jornalero.
Aunque casi la mitad de las mujeres registradas no especificaron su oficio y el total de ellas era muy inferior numéricamente al de los hombres detectados, parece que los oficios femeninos fueron menos variados que los masculinos. En general se redujeron a uno: criada o sirvienta. Si era adulta se llamaba así, si era niña o adolescente le decían “china”. Aunque sólo se registran dos lavanderas (madre e hija), éste pudo ser un oficio frecuente de las indias.
Se registró una buhonera, esposa de Juan Cota, de quien se habló en el párrafo anterior; también una de las criadas al servicio de una blanca declara que amasaba y vendía pan en beneficio de su ama. Vivía (la india) con su marido en una casa en el molino del cubo. Por la época de la guerra con los pijaos debió de haber una buena cantidad de esclavas de esta nación como lo confirman los documentos.
En 1606, Juana de Castro, mestiza, tiene a su servicio una mulata, hecho que abre el panorama para pensar que efectivamente hubo algunas mujeres indias mestizas dedicadas a sus hogares.
LA MITA URBANA
Durante los años del siglo xvi, posteriores a la fundación, y buena parte del xvii fue constante la pugna entre los vecinos de Santafé, representados por sus autoridades, y los encomenderos por el control del trabajo indígena, tan necesario para unos y otros. Visto en una perspectiva más amplia se puede apreciar que la lucha entre funcionarios y encomenderos por reglamentar el trabajo indígena y aminorar los servicios personales, no sólo enfrentaba a la corona en su intento por hacer efectiva la soberanía sobre sus vasallos. En términos más precisos, era un enfrentamiento entre la ciudad y el campo, entre sus vecinos y sus necesidades y los intereses encomenderos, principalmente en torno a la disposición sobre los indios.
En la última década del siglo xvi, después de una larga querella que tuvo dimensiones continentales, la corona quebró en lo esencial el poder absoluto de los encomenderos; así se logró extender el “alquiler individual” de indígenas para que también los habitantes de Santafé tuvieran derecho a usufructuar la mano de obra aborigen. Esta institución de servicio obligatorio a Santafé, en una precisa proporción, se llamó mita urbana.
En muchos aspectos la ciudad del siglo xvi no podía funcionar ni crecer sin el aporte indígena. La puesta en operación de sus funciones básicas o su mismo crecimiento dependía de aquél. Los indios eran requeridos con apremio para un sinnúmero de actividades tales como obras públicas, abasto de alimentos y leña, conducción de agua, servicios domésticos y construcción de casas, edificios, iglesias, conventos y puentes.
Durante buena parte del siglo xvi los encomenderos, conocedores de la importancia del trabajo indígena en el abastecimiento de la ciudad, chantajearon repetidamente a las autoridades municipales. Cada vez que se imponían providencias que intentaban disminuir el peso del servicio personal, argüían que la liberación de la carga sobre los indígenas conduciría a una escasez de alimentos. Como durante un buen trecho del siglo xvi los tributos se pagaban en especie, los encomenderos tuvieron un control decisivo sobre la oferta de alimentos para Santafé. La prohibición de utilizar a los indígenas como “bestias de arria” sirvió para que los encomenderos afirmaran que no había cómo conducir los víveres a la ciudad23.
Poco a poco las condiciones políticas cambiaron y la autoridad real añadió a las providencias actos de verdadera afirmación. A principios del siglo xvii, durante el gobierno del presidente Sande, ante la necesidad imperiosa de construir el primer puente sobre el río San Agustín, el oidor Luis Enríquez ordenó que de Usme, Chipaque, Une, Tunjuelo y Ubaque se trasladaran indios a Santafé para trabajar en la obra. El prepotente encomendero Alonso Gutiérrez Pimentel, ensoberbecido, se negó a acatar la orden24. Sin vacilar, la Audiencia le abrió causa y lo condenó a la horca. Algo similar ocurrió en Tunja, donde los vecinos tuvieron que declarar una virtual guerra al poderoso encomendero de Iguaque, Juan González, quien se negaba obstinadamente a “prestar” 200 indios de su encomienda para trabajar en la ciudad.
Desde los años setenta del siglo xvi se conoce la institución del “alquiler individual” de indígenas para trabajos urbanos. La Audiencia, interpretando la real voluntad de que los indios fuesen tratados como vasallos libres de la corona, estableció perentoriamente la obligación de pagarles por su trabajo25. Inclusive se designó un funcionario especial para vigilar la contratación de indígenas en la ciudad.
Finalizando el siglo xvi y comenzando el xvii, el alquiler de indios para la ciudad se reglamentó y se hizo obligatorio, convirtiéndose así en el sistema que fue conocido como “mita urbana” o “alquiler general”. La mita significaba el debilitamiento del poder encomendero al permitir traer a Santafé cantidades de indígenas que llegaron a representar porcentajes elevados (50 por ciento) de la fuerza de trabajo de la sabana.
Por supuesto, esta vigorosa afluencia de mano de obra indígena hacia Bogotá afectó muy positivamente ramas tan importantes como la construcción.
La migración forzosa de trabajadores indígenas multiplicó por cuatro la población de una ciudad tan pequeña como era Santafé y ocasionó problemas muy serios que fueron afrontados, en principio, con la construcción de tambos rudimentarios en los arrabales para alojarlos. Fue preciso nombrar un “administrador de mitayos” cuyas funciones eran en lo fundamental coordinar la conducción de los indios a la ciudad, su distribución entre los vecinos y vigilar su justa remuneración. El salario de este administrador era una cuota de la paga total que recibían los mitayos, la cual oscilaba entre un 7,5 por ciento y un 8 por ciento.
Hacia fines del siglo xvi el flujo de indios a Santafé se estimaba entre 800 y 1 000 mensuales. Aun así, este número se juzgaba insuficiente para las necesidades de la urbe26. Eventualmente se presentaban en el reino otras necesidades que obligaban a la Audiencia a reducir el número de indios en la ciudad para poder atenderlas. Tal fue, por ejemplo, el caso de la mina de Las Lajas, en Mariquita.
La mita urbana duró hasta 1741 cuando fue definitivamente abolida por el rey. Sin embargo, en términos prácticos, el aporte de indios a la ciudad fue disminuyendo a lo largo de la primera mitad del siglo xvii y, todavía más pronunciadamente, durante la segunda. Para cuando se derogó el servicio, muy pocas comunidades estaban en condiciones de aportar indígenas. En 1707 el administrador de mitayos reportó que el servicio a la ciudad había declinado a tal punto que tan sólo un pequeño número de tributarios lo cumplían27.
Basados en una serie que empieza en 1615 sabemos que la cuota anual estaba por encima de los 2 000 tributarios al año. A partir de 1617 empezó a bajar drásticamente el aporte. Llegó a su punto más bajo en 1638-1639, en el cual tan sólo se cumple con un 40 por ciento de lo estipulado en 1615. La atención sobre la disminución creó un incremento para la década del cuarenta, aumentando en un 10 por ciento. En términos generales, del comienzo al fin de la serie, el número de indígenas, sirviendo dentro del trabajo forzoso, disminuyó en un 50 por ciento, es decir, alrededor de 1 200 tributarios al año. Esta tendencia a la disminución debió acentuarse durante la segunda parte del siglo xvii, tanto por la reducción absoluta de la población indígena, como por las dificultades logísticas para hacer efectivo el servicio.
Además del alquiler general, algunas comunidades de la sabana y del oriente, estuvieron obligadas a aportar su porción de trabajo a la ciudad en el suministro de leña28. Esta contribución más específica se llamó “mita leñera”.
Durante 1606 tan sólo la comunidad del Tunjuelo juntaba 24 caballos al mes para aportar 288 caballos al año a Santafé29. En conjunto, según afirma el administrador de mitayos, en 1673 se traían 9 042 caballos de leña al año30. Más estable fue la contribución de los indios comprometidos con el aporte de leña.
La cuota se volvió a fijar en 1676 y en 1718 todavía se cumplía en un 87 por ciento del monto.
Sobre los indígenas recaían tres sistemas de trabajo forzoso: el concierto agrario (trabajo en haciendas), la mita minera y la mita urbana. Entre las labores a que estaban obligados figuraba el trabajo en las salinas de Zipaquirá y Nemocón, el de bogas en el Magdalena, el de guías y cargueros y el de apoyo a las expediciones de conquista.
Durante la primera sección del siglo xvii casi todo tributario tenía que servir en cualquiera de los tres sistemas. Para 1657 con la disminución de la población indígena las autoridades redujeron las obligaciones, especialmente en cuanto al porcentaje de indígenas asignables al concierto agrario y al durísimo trabajo minero. Este nuevo panorama permite ver un hecho no estudiado cual es el avance relativo de Santafé con respecto al campo en la utilización de la mano de obra indígena.
Los mitayos tenían asignados periodos de servicio que a veces eran considerables. En trabajos urbanos debían servir un mes cada dos años. El servicio en las minas era más prolongado: un año por cada tres a 10 años. Y en el concierto agrario, entre seis meses y un año por cada tres. Los salarios de los indios fueron calculados en función de que les quedara un remanente para cubrir sus tributos. Debemos anotar que las periódicas ausencias de los indígenas y sus familias de sus campos y comunidades tuvieron una incidencia muy desfavorable sobre la producción agrícola y sobre el abasto de víveres para Santafé.
La afluencia de indígenas a la ciudad determinó el hecho de que gradualmente se fueran capacitando en oficios de estirpe española. Pero en cuanto empezó a producirse la disminución de indios tributarios en la ciudad, los mercaderes y artesanos blancos empezaron a resentirse por la falta de mano de obra, por lo cual hubieron de apelar a esclavos o a retener ilegalmente a los indios tributarios. Los indios que permanecieron en la ciudad aprendieron a la perfección los oficios artesanales, se ejercitaron en ellos y recibieron ingresos mayores, por lo que pudieron pagar sus tributos con mayor holgura. Así, los indígenas reemplazaron a los blancos pobres en el ejercicio de oficios artesanales. El frente de trabajo que contaba con todos los privilegios en cuanto a la asignación de mano de obra era el de las obras públicas y edificios religiosos.
Dentro del sistema de mita urbana las gentes necesitadas de mano de obra indígena debían apelar al administrador de mitayos, presentándole listas con el número de trabajadores requeridos y los correspondientes oficios. Por disposición real de 1601, el alistamiento de los trabajadores debía realizarse en la Plaza Mayor del respectivo municipio, pactando de una vez el tiempo de duración de las vinculaciones laborales. El administrador debía llevar listas detalladas de los indios que habían trabajado en el mes, así como de sus patronos, de los oficios que estaban ejecutando y de los jornales que estaban recibiendo. A manera de ejemplo, citaremos el caso de mayo de 1602, mes en el cual 1 088 indios trabajaron en Santafé, distribuidos entre 591 patronos que eran personas naturales e instituciones como el Cabildo, la Audiencia y las órdenes religiosas. Estas tres últimas entidades eran, lógicamente, las que captaban la mayor parte del trabajo indígena.
Las casas contrataban un promedio de un indio por cada una. Por lo general eran mujeres, aunque también se recibían varones para trabajar como hortelanos en los solares que tanto abundaban en Santafé, como acarreadores, como aguateros, y también en labores de reparaciones domésticas. Las mujeres que eran propietarias de panaderías, pastelerías, tiendas de comercio, etc., contrataban el mayor porcentaje.
Las estadísticas de tributarios de 1602 muestran elocuentemente la dedicación prioritaria del trabajo indígena en obras públicas. Este rubro acaparaba una quinta parte del total de indígenas. Los encontramos trabajando en las casas reales y en otras obras como el puente de San Francisco, la carnicería y el empedrado.
Sin embargo, en todo momento surgió la dificultad inherente al repudio que los indígenas sentían por el trabajo de construcción, al que se consideró, inclusive entrado el siglo xix, como una labor pesada y degradante, más propia de presidiarios.
Las órdenes religiosas fueron, por su parte, el otro grupo social privilegiado según la cuantía de trabajo absorbido no sólo para la construcción de sus templos y conventos, sino para el trabajo en huertas y panaderías y el suministro de agua y leña. En los comienzos del siglo xvii las órdenes religiosas eran el 17,5 por ciento de la población blanca de Santafé, mientras el clero episcopal o secular era el 7,5 por ciento. Salta a la vista que la población sacerdotal era una cuarta parte de los moradores blancos de Santafé. En cuanto al trabajo mitayo que acaparaban, se sabe que por esa época (principios del xvii), laboraban para ellos un 21 por ciento de los tributarios.
En el cuadro resalta la preeminencia lograda por la Compañía de Jesús, recién llegada al Nuevo Reino, que entonces alcanzó a tener a su servicio un 30,1 por ciento de toda la cuota religiosa, dedicada en su mayoría a la construcción de la casa de la compañía, del templo y del colegio.
Por esos tiempos se reglamentó el número de indígenas a que tendrían derecho las principales personas e instituciones de la ciudad. Así, el presidente, el visitador y los oidores disponían de seis indios al mes; los conventos, 12; los monasterios, seis; los miembros del Cabildo, entre dos y cuatro, y el alto clero igual cupo.
ACTIVIDADES ARTESANALES
Sumadas, estas actividades ocuparon la mayor cantidad de indígenas mitayos, en promedio, unos 400. El primer lugar era para los oficios domésticos; el segundo, la fabricación de pan; ocupaba el tercero la industria de tejas y ladrillos; venían luego los plateros y orfebres; a continuación los sastres; en seguida los carpinteros, y por último los albañiles y canteros.
Es interesante anotar cómo los servicios domésticos abarcan casi la mitad de los indios mitayos y más del 50 por ciento, de los empleadores. Otro aspecto importante es que a principios del siglo xvii el grupo artesanal ya tenía un peso específico dentro de la sociedad santafereña, a pesar del precario desarrollo y del tamaño de la ciudad.
Respecto al siglo xvii no se dispone de censos fidedignos atinentes a actividades artesanales. Sólo en el xviii empezaron a realizarse padrones de mayor exactitud aunque incompletos. Tomemos como ejemplo uno que data de 1780 y que se limitó al barrio de Las Nieves, el cual, como ya sabemos, fue el sector residencial por excelencia de los artesanos santafereños. Según el censo, comerciantes, tenderos y pulperos ejercían la actividad predominante del barrio, vale decir, la comercial. También se observó que un buen número de estancieros, o hacendados menores, habitaban en esta zona. La posición más importante en número la ocupaban los artesanos encargados de producir artículos de vestuario. En primer lugar los zapateros, con casi un 10 por ciento de la población con oficio definido. Luego venían los sastres.
ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO
Buena parte del trabajo manual en Santafé fue desempeñado durante el siglo xvii por indios y luego por mestizos. Fue ésta una época con abundante disponibilidad de mano de obra indígena, y por lo tanto no hubo condiciones propicias a las organizaciones gremiales del trabajo, como sí las hubo en Europa, y aun en España durante la Edad Media. Sin embargo, con el tiempo, y especialmente en algunos oficios, se fueron afianzando los conceptos de organización y agremiación.
Los gremios fueron la institución mediante la cual se transmitieron los conocimientos relativos a cada oficio a través de un riguroso escalafón. La costumbre era que hacia los nueve años el niño entrara como aprendiz del oficio bajo la dirección de un maestro, el cual no sólo actuaba como tutor profesional del aprendiz, sino que sustituía a los padres en su formación moral. Al cabo de unos cuantos años, el aprendiz ascendía al rango de oficial, que era el peldaño inmediatamente anterior al de maestro, al cual se llegaba una vez que el aspirante conseguía aprobar un examen ante delegados del Cabildo y del gremio. Sin embargo, el grado de maestro no era el tope. Por encima estaba aún la maestría mayor, que era la que permitía establecer legalmente un taller u obrador (“tienda abierta”) para recibir encargos y ejecutar trabajos.
Cuando un maestro recibía en su obrador a un joven aprendiz, celebraba con el padre un contrato por el cual solía obligarse a adiestrar al principiante durante un cierto número de años, a vestirlo y alimentarlo y a no despedirlo. También se comprometía el maestro a entregar al discípulo, al final de su aprendizaje, un traje de paño y herramientas adecuadas y suficientes para el desempeño de sus actividades como oficial.
Es pertinente anotar que, pese a ser todas estas reglas estrictas y precisas en el papel, no siempre se cumplieron en Santafé. Por ejemplo, muchas veces se dio el caso de que oficiales que aún no habían ascendido a maestros, abrieron talleres y recibieron encargos sin que nadie se los impidiera.
Al impulso de las vigorosas corrientes de la Ilustración, el gobierno virreinal expidió en 1777 una “Instrucción General de Gremios”. orientada a organizar seriamente los oficios en las principales ciudades del Reino31. Igualmente, se intensificó la creación de escuelas de primeras letras y de Sociedades de Amigos del País que sirvieran como focos irradiadores de cultura y de conocimientos prácticos. Se estableció la asistencia obligatoria de los niños a las escuelas al llegar a los cinco años, de tal manera que a los nueve tuvieran la capacitación suficiente para ingresar a un obrador bajo el cuidado y dirección del respectivo maestro. Ésta, como otras iniciativas de la administración ilustrada, se quedó en el papel.
El progresista y dinámico Carlos III se empeñó en desterrar de la mente de sus vasallos la inveterada tendencia a menospreciar el trabajo manual, llegando a declarar con carácter oficial que todo trabajo era fuente de honor y de prestigio. En vano. Estos nobles esfuerzos modernizadores de la Ilustración fueron a estrellarse contra la roca invulnerable de un atavismo de siglos. Y en América la situación era aun peor, por cuanto en el Nuevo Mundo quien trabajaba con sus manos era objeto de una doble discriminación étnica y social. Por otra parte, hay pruebas de su comportamiento poco ejemplar y malos hábitos como los de frecuentar chicherías y casas de juego, embriagarse y prolongar la holganza de los días festivos hasta el siguiente, que las gentes dieron en llamar “san lunes”. De ahí la conocida expresión “lunes de zapatero” como aún en nuestros días se hace alusión a los trabajadores —y en especial artesanos— que dedican los lunes a convalecer de los excesos alcohólicos del fin de semana. Hasta tal punto llegó la preocupación de las autoridades coloniales por esta perniciosa costumbre, que en la ya mencionada “Instrucción” se condena y prohíbe la ausencia de los artesanos en sus labores los días lunes.
Los artesanos indígenas del siglo xvii utilizaron manta y los artesanos mestizos del siglo xviii, muy dentro de la línea de evolución del atuendo popular en Santafé, se vestían con la infaltable ruana. El esfuerzo de moralización y de dignificación de los artesanos, establece claras medidas de aseo y decoro en la persona. Con base en estas consideraciones se prohibió el uso de la ruana y ciertos sombreros en los artesanos.
“El uso de las ruanas en estos reinos es parte muy principal del desaseo: ella cubre la parte superior del cuerpo, y nada le importa al que se tapa ir aseado o sucio en el interior: descalzos de pie y pierna se miran todas las gentes, y sólo con la cubierta de la ruana, que aunque en efecto es mueble muy a propósito para cuando se camina a caballo, debería extinguirse para todos los demás usos; y así los maestros y padres han de procurar quitarla enteramente a sus discípulos, y hijos, haciéndolos calzar y vestir de ropas cortas como sayos, anguarinas, o casacas sin permitirles tampoco capas, pues que estas son tanto, o más perjudiciales que las ruanas para el aseo de los artesanos…”32.
También las autoridades la emprendieron contra la condición de la cabellera de los artesanos, que según diversos reportes, la hacía propensa a los piojos.
“El gorro o redecilla fomenta la pereza y descuido en el peynado; y siendo el pelo perfección de la misma naturaleza, se procurará por los maestros y padres el que sus discípulos o hijos dejándoselo criar, lo tengan siempre limpio, y sin el uso de redecilla, o gorro”33.
También se empeñaron los gobiernos borbónicos en reforzar y elevar el prestigio de los gremios permitiéndoles elegir representantes ante el Cabildo, dos veedores, un tesorero y tres diputados34. Sin embargo, los gremios siguieron siendo una fuerza social precaria y escasa en Santafé.
Siguiendo las líneas directrices de la ya citada instrucción, el Cabildo promulgó un estatuto gremial muy ambicioso que buscaba especialmente mejorar la enseñanza de los artesanos. Se crearon los cargos de protector para cada gremio (procurador) y de veedores. El primer día del año, los maestros aprobados debían reunirse en casa de su protector para elegir los veedores. Se hacía especial énfasis en vigilar la calidad de los productos y en impartir a los asociados una capacitación tan esmerada como fuera posible. Según el reglamento, los aprendices debían perfeccionarse en dibujo a fin de diseñar mejor sus obras antes de emprenderlas. Igualmente se establecía que los iniciados en platería, carpintería, sastrería y zapatería deberían pasar cuatro años como aprendices a cargo de un maestro y dos años como oficiales35. De igual manera, los jerarcas de cada oficio debían recorrer y vigilar estrechamente la operación de los obradores. Se reglamentó con mayores detalles el examen para alcanzar la maestría, obligando al aspirante a encerrarse en un aposento con sus herramientas y materiales hasta terminar la obra encargada por los examinadores.
Otro paso notable que se dio fue la creación de un montepío financiado por cuotas obligatorias de los afiliados y destinado a socorrer a los socios o sus familias en casos de emergencia tales como enfermedades o defunciones. Nació así la seguridad social entre los artesanos, que siguió adelante hasta el siglo xix, cuando estas instituciones recibieron el nombre de mutuales.
Se establecía también que todo extranjero que llegara a la ciudad con ánimo de trabajar en cualquiera de estos oficios se sometiera a los exámenes de rigor.
Los gremios podían elegir a un santo patrono, pero conocedoras las autoridades de sus fuertes inclinaciones a la juerga, prohibieron las festividades mundanas en los días consagrados a los respectivos santos y sólo aceptaron la celebración de una misa.
Activamente participaron los gremios en las fiestas de la ciudad organizando comparsas y desfiles y sacando en procesión las estatuas de sus patronos. Célebre fue el caso de los sastres con su Virgen de Altagracia, cuya imagen donaron para la iglesia de San Agustín, a la que invariablemente concurrieron todos los sábados para rezar una salve en grupo36. Cuando llegó el virrey Solís, en las fiestas de su recepción hubo, según Vargas Jurado, “fuegos y candeladas muy costosas por parte del gremio de los barberos”.
Fue costumbre que los artesanos de un mismo oficio se congregaran en la misma calle o sector. La proximidad al Molino del Cubo agrupó en ese sector a los amasadores de pan. La existencia de tierra apta para su oficio concentró hacia el oriente de Santa Bárbara y Las Nieves a los tejeros y ladrilleros. Sin embargo, las autoridades se mostraron adversas a esta modalidad y la combatieron37.
OTROS OFICIOS
Existían diferentes categorías dentro de los artesanos. La más notoria dividía los oficios entre mayores y menores. El criterio general tenía en cuenta tres aspectos. La mayor o menor proporción de trabajo manual, la preparación universitaria y la nobleza del material con que se trabajaba. Dentro de estas consideraciones el arte de la platería ocupaba un lugar muy importante. Se llamó genéricamente platería a la manipulación de metales nobles. El “platero de oro” se diferenciaba del “batihoja” y de los “doradores” quienes trabajaban en la decoración de iglesias. Los plateros ocuparon una posición clave en Hispanoamérica por los privilegios que implicaba el tratamiento del oro. Por esta razón fue el gremio más consolidado y con mayor reglamentación. Desde 1631, durante el periodo de don Sancho Girón, marqués de Sofraga, se dictaron disposiciones sobre el arte de los plateros en Santafé.
Desde la primera mitad del siglo xvii se decretó que los plateros no podrían labrar joyas si no era con oro de 20 quilates. Los plateros, numerosos para la época, se sintieron lesionados con la medida y ejercieron recursos de apelación38. Los plateros gozaban de la confianza de las autoridades hasta el punto de que se delegaba en ellos la función de pesar, marcar (quintar) y analizar el oro que llegaba a sus obradores y certificar su composición y calidad39. Por esa razón, el ingreso al gremio estaba regido por una norma discriminatoria: había que ser español40.
Los carpinteros constituían un gremio importante debido principalmente a que tenían la responsabilidad del diseño, cálculo y ejecución de toda obra de madera de las casas que, como bien sabemos, era esencial y formaba parte vital de su estructura y solidez.
La lavandería, en cambio, tenía un rango muy inferior y era ejercida por mujeres indígenas en las orillas de los ríos vecinos. Es curioso anotar cómo ya en el siglo xvii las autoridades volvieron sus ojos hacia el problema de la contaminación de los ríos por los desechos que en sus aguas arrojaban las lavanderas, particularmente en el San Francisco.
Otro oficio de menor categoría, pero en el cual se registró una intensa actividad fue la pesca fluvial. Los indios tenían una antigua tradición de pescadores que se remontaba a los tiempos prehispánicos.
Finalmente, existía dentro de los fabricantes de calzado, un rango ligeramente superior que era el de los chapineros. Estos artesanos eran los que se habían especializado en la confección de “chapines”, que usaban las gentes acomodadas para andar en la casa y que constaban de una suela suave y un revestimiento de tela fina.
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Notas
*1. Flórez de Ocáriz, Preludio, tomo 1, pág. 160. Esta única referencia tan sólo fue rescatada en el rincón de un pie de página por Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, Bogotá, 1951, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Editorial ABC, pág.?79, quien agregó que el pueblo se convertiría en la hacienda de San Vicente, “en donde se ven todavía [comienzos del siglo xx] tapias antiquísimas, que señalan las gentes de la vecindad, como restos de aquella antigua población”.
- 2. Libro de actas de la Real Audiencia, tomo II, págs. 289-292.
- 3. Libro de acuerdos, op. cit., tomo II, pág. 255.
- 4. Ibíd., tomo 1, pág. 202.
- 5. Las rondas de la época pondrían especial atención en vigilar particularmente estos espacios. La “libertad” del indio eran la sombra de la noche y la “intimidad” del solar.
- 6. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 63, fols. 577r.
- 7. Villamarín, Juan A., Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana of Bogotá, Colombia-1537 to 1740, Ph. D. Dissertation, Brandeis University, 1972, págs. 277-278.
- 8. Pérez de Barradas, 1950-1951, tomo 1, págs. 366-370.
- 9. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 54, fols. 633.
- 10. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 53, fols.?347-420.
- 11. Extracto de “Apologías y discursos de las conquistas occidentales”, escritas por Vargas Machuca, Bernardo, transcritas en la Revista Ximenex de Quesada, vol. 4, n.o 18, págs. 154-155. La moraleja de este caso, según el cronista Vargas Machuca, reside en la injusticia del tribunal que, con su desconocimiento de la realidad, incita a los indígenas al atrevimiento.
- 12. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 34, fols. 46v.
- 13. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 75, fols. 195-237.
- 14. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 7, fols. 549r.
- 15. Libro de acuerdos, tomo 11, págs. 174-175.
- 16. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?51-57.
- 17. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?37-50.
- 18. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 63, fols. 574v.
- 19. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 38, fols. 250.
- 20. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?198-217.
- 21. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 56, fols.?404-415.
- 22. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 56, fols. 379v.
- 23. En 1564 la Real Audiencia, exasperada, ordenó que los encomenderos almacenaran los alimentos y dispusieran de caballos y otras bestias de arria para traer los productos. “Desde aquí al día de Todos los Santos, primero venidero desta ciudad recogan y traigan a sus casas el trigo, maíz, cebada y frutos, así lo que es suyo, como lo del diezmo, como mejor pudiera, conforme a las tasas que tienen libremente y sin embargo de lo proveido” y más adelante se les obliga a que se provean de recuas para reemplazar a los indios en el trabajo de transporte. Cosa bastante difícil si se tiene en cuenta que valía menos el trabajo indígena que la compra de mulas o caballos. Les recuerda sus obligaciones. Libro de acuerdos de la Real Audiencia, tomo II, págs. 275-276.
- 24. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, tomo 1, pág. 123.
- 25. Libro de actas de la Real Audiencia, tomo II, pág. 57.
- 26. AHNC, Fondo Quinas, tomo I, fols. 741-748v.
- 27. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 79, fols.?198.
- 28. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 49, fol. 543r.
- 29. Los indios, en este mismo año, están pidiendo que su cuota se les reduzca y que tan sólo queden obligados a contribuir durante un mes al año. El protector general, tomando el partido de los indígenas, argüía: “… que ha más de 20 años que está en costumbre de no contribuir con leña a esta ciudad por ser muy pocos los indios del dicho pueblo y estar distantes del monte donde se corta, no tener cabalgaduras para su acarreo que para lo que ellos han de gastar en sus casas les cuesta mucho trabajo y que de ordinario están ocupados en sus labores y sementeras y en las de los vecinos de aquel valle que son muchos…”, en AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 30, fols. 166-175.
- 30. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 35, fols. 1030v.
- 31. Revista del Archivo Histórico Nacional, n.o 10-11, 1937, pág. 15.
- 32. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 50.
*33. Ibíd.
*34. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 35.
*35. AHNC, Fondo de Cabildos, tomo 1, fols. 795.
*36. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Santafé, tomo 1, pág. 50.
- 37. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 40.
- 38. Durante este tiempo todo el oro extraído en el reino debía venir a Santafé para ser marcado. Esta circunstancia hace explicable la importancia y el alto número de plateros (22) en Santafé.
- 39. Todo producto de extracción debía pagar una quinta parte de su valor como impuesto real, tanto sobre el producto de las minas de oro, como de esmeraldas y sal.
- 40. La última y más completa reglamentación del gremio de los plateros está en AHNC, Fondo Cédulas Reales y Órdenes, tomo 22, fols. 86 y ss. Fue transcrito parcialmente por Giraldo Jaramillo, Gabriel, en la recopilación “La miniatura, la pintura y el grabado en Colombia”, Colcultura, 1980, págs. 326 y ss.
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Indígenas y artesanos, siglo xvi
Texto de: Julián Vargas Lesmes
El sitio en el cual fue fundada Santafé era el asiento de por lo menos dos poblados indígenas. La zona gozaba de cierto prestigio por estar próxima a la residencia de invierno del zipa (Teusaquillo). Además, el sector era un foco de atracción, ya que el sistema de comercio y redistribución de los muiscas estaba estrechamente asociado al poder político. La concentración y posterior distribución de los productores básicos pasaba por manos de las autoridades políticas y era regulada por las mismas. Era esta la razón por la cual la mayoría de las transacciones comerciales se llevaban a cabo en las cercanías de Teusaquillo que, a su vez, según parecen indicarlo una serie de pruebas, estaba en la zona donde hoy se halla la Plaza del Chorro de Quevedo. De ahí que la Plaza de las Yerbas, cercana a este lugar, adquiriera temprana importancia como primer mercado público de Santafé.
En los poblados muiscas no se registraba una gran densidad demográfica. Sin embargo, sí había alguna, por lo cual ese elemento constituyó un atractivo especial para fundar allí la ciudad, caso que se repitió en todo el proceso de la Conquista.
Estos dos núcleos de población indígena siguieron teniendo importancia durante el periodo hispánico y se conocieron como Pueblo Viejo (oriente y sur de Santafé) y Pueblo Nuevo (hacia el norte). El primero de ellos vino a ocupar el área del primitivo Teusaquillo. Hay además algunas referencias no muy precisas a otro poblado, que acaso estaba en la margen izquierda del río Fucha. Cuando se fundó la parroquia de Santa Bárbara fueron incluidos dentro de su jurisdicción los poblados de Teusaquillo y Sisvativá1.
Durante la primera época (segunda mitad del siglo xvi) fue preocupación esencial y prioritaria de las autoridades el adoctrinamiento de los indígenas y su consecuente conversión profunda y sincera a la fe católica. Para los jerarcas del Gobierno español era claro que sólo difundiendo y arraigando entre los aborígenes los fundamentos del cristianismo, y además enseñándoles la lengua castellana, podría contarse con ellos como genuinos vasallos de la corona. Sin embargo, esta campaña tropezó con no pocas dificultades. Por una parte, la Iglesia no contaba en estos territorios con suficientes misiones ni recursos humanos para adelantar con buen suceso esta actividad. Por otra los encomenderos y amos de criados eran indiferentes ante la catequización de los indios e incluso la miraban con malos ojos, puesto que pensaban que por estar oyendo a los misioneros, los indígenas no sólo se desviaban de sus labores sino que también se producía un contrapunteo de fidelidades. Finalmente, en los mismos naturales se encontraba una resistencia, no por pasiva y soterrada menos tenaz, contra el nuevo credo. Pese a todo, las autoridades civiles y eclesiásticas no desmayaron en su empeño y fue así como en 1565 se dispuso la creación de un colegio para hijos de caciques e indios principales de Santafé2.
Hacia la década de los sesenta, era aún enorme la cantidad de indios “chontales” o “bozales”, aquellos que ni tenían sinceras convicciones cristianas ni hablaban castellano. Ante esta realidad, la Audiencia se vio obligada a designar algunos intérpretes que sólo vinieron a desaparecer a principios del siglo xvii. La aculturación de los indios urbanos en el siglo xviii fue más lenta de lo que corrientemente se cree. Hasta la década del sesenta los indígenas poco asistían a los oficios religiosos o frecuentaban los sacramentos sólo por cumplir una formalidad externa y evitar las presiones que se ejercían sobre ellos para que abrazaran sinceramente la fe católica. El bautismo era adoptado sumariamente, pocos entendían el castellano y la mayoría, según reza un documento de la época, seguían siendo “pertinaces y bárbaros en su gentilidad y perversas costumbres”.
A fin de remediar esta situación, la Real Audiencia estatuyó una serie de instrucciones que tendían a obligar tanto a los amos como a los indígenas a someterse a la doctrina y disciplina de una vida más piadosa. Para esa época, tan sólo una persona, un regular de la orden de Santo Domingo, conocía la lengua indígena. La entidad lo eligió “por entender la lengua de los dichos indios, con lo cual fecho y hace mucho fruto para su conversion y catecismo de los infieles” y lo tomó como eje para asegurar la moralización de indios chontales y ladinos.
“Manda y mandaron… que todos los indios e indias ladinos de servicio de los dichos españoles que están y residen en esta dicha ciudad todos los días de fiesta, que por tales la iglesia manda guardar, vaya a la iglesia del Monasterio de Santo Domingo a oír misa rezada a la hora de las siete, y en el mismo día vayan al dicho monasterio a oír la doctrina y predicación del dicho Fray Luis Lopes a la hora de la una, después de mediodía, y las personas a quien sirven tengan particular cuidado de los enviar a la dicha misa y doctrina, como dicho es, sin que falten día alguno en ella, so pena de que por cada indio e india que faltare, por la primera vez pague medio peso la dicha persona a quien sirve para obras pías que por los dichos señores se adjudicaren, e por la segunda, la pena doblada…”3.
La medida iba dirigida, en primer lugar, hacia los amos de indios y, en segundo lugar, hacia los indígenas que, con el poco de voluntad de que podían gozar, no los seducía mucho el fuego fatuo del catolicismo.
Posteriormente, la Audiencia fijó penas de azotes y corte de cabellos para los indios que, salvo por enfermedad comprobada, dejaran de asistir a las ceremonias litúrgicas y a las sesiones de doctrina. Por otra parte, las autoridades, a fin de impedir la vagabundería de los indios, los obligaron a portar una cédula que acreditaba a qué amos estaban sirviendo. Este documento debía ser actualizado y renovado cada tres meses4.
La mayoría de los indios urbanos eran criados de las casas de blancos. En esa forma, la sociedad blanca se sustentaba, igual que en las zonas rurales, sobre el trabajo indígena. Los indios, obviamente, vivían en las casas de sus amos, pero severamente discriminados, lo cual determinó que en los amplios patios traseros de las casas principales se construyeran bohíos para albergue de estos siervos. Los diversos documentos muestran cómo construyeron “bujíos” en los patios traseros de las casas ocupadas o en solares no poblados, a fin de acomodar a los indígenas5.En consecuencia, durante este primer periodo, los indios no disfrutaron en modo alguno de vivienda independiente.
Dentro de la lenta pero incesante campaña de las autoridades por incorporar definitivamente a los aborígenes a los esquemas de la civilización occidental y cristiana, hubo un énfasis muy marcado en la erradicación de las prácticas rituales asociadas con la idolatría y el culto a las falsas deidades prehispánicas. Quedaron prohibidas todas aquellas celebraciones paganas, así como las borracheras y areitos (bailes y cantos aborígenes), que tenían un marcado carácter ritual. No obstante, sólo ya entrado el siglo xvii vinieron a cesar estas prácticas ya que durante toda la segunda mitad del xvi los indígenas persistieron en ellas al socaire de los vastos solares, y principalmente de la complicidad de no pocos españoles que encontraban diversión con estas orgías y las auspiciaban en forma clandestina, puesto que los indios que eran sorprendidos en el ejercicio de su culto pagano sufrían penas que para ellos eran la máxima deshonra, tales como la pérdida de los cabellos y de la manta con que se cubrían.
Las autoridades extremaron la vigilancia mediante rondas nocturnas, gracias a las cuales muchas veces descubrieron a numerosos indios entregados a sus danzas y borracheras desenfrenadas bajo la protección cómplice de los blancos. Dice un informe fechado en 1591:
“En el solar de la casa de Juan Barbero había mucha cantidad de indios e indias bebiendo chicha y cantando con flautas. Bailaban a la redonda y daban patadas con los pies como es costumbre de los indios infieles”6.
Estos festejos eran semejantes a los de la época prehispánica, lo cual es indicio de la fuerza con que en principio se resistieron los aborígenes ante la avalancha cristiano-española. Una vez que dicha actitud comenzó a ceder, vino una etapa intermedia de sincretismo cultural y religioso.
Un hecho digno de ser destacado es que los contactos más frecuentes y asiduos entre indios y blancos se dieron entre aquéllos y los blancos pobres y de clase más baja, tales como soldados, artesanos, sirvientes, etc. Dicho contacto fue, sin duda alguna, un canal muy activo de intercambio cultural. Durante este primer siglo la cocina, los solares, la pila del agua fueron los primeros lugares donde se ejerció una sociabilidad horizontal, donde empezó a darse esta fusión y este intercambio de experiencias y creencias.
A fines del siglo xvi comenzó a presentarse en Santafé un crecimiento acelerado de la población indígena debido a la migración forzosa, por lo cual las autoridades tomaron medidas restrictivas, a veces rayanas en la crueldad.
SIGLO XVII
El establecimiento definitivo de la mita urbana, o trabajo obligatorio de los indígenas en la ciudad fue otro factor que contribuyó a incrementar el flujo de aborígenes hacia la urbe. Además, las autoridades, fuera de fijar las obligaciones laborales de los indios, precisaron su condición de pecheros. Esta práctica, herencia del feudalismo medieval, asociaba la obligación de pagar tributos directos con la servidumbre. Desde el siglo xvi quedó vedada a los indígenas la indumentaria “castellana”: únicamente los caciques, a quienes se permitía usar el “don” y usar cabellos cortos, podían ataviarse como los españoles y poseer casa poblada en la ciudad. Tampoco se permitía a los indios “plebeyos” el uso de armas, caballos, ni su movilización fuera del lugar habitual de residencia sin permiso de las autoridades.
A comienzos del siglo xvii ya era mayoritaria la población indígena en Santafé. Hacia 1688, Piedrahíta calculaba una población de 3 000 blancos frente a 10?000 indios.
Lógicamente, la transformación cultural de los indígenas urbanos fue mucho más rápida en todo sentido que la de sus congéneres rurales. En el campo la acción evangelizadora fue lenta, hasta el punto de que se sabe que en 1670, durante una visita oficial a las zonas campestres, los funcionarios debían utilizar intérpretes para entenderse con los naturales. Todo indica que sólo en el siglo xviii los indios del campo se tornaron bilingües, para abandonar definitivamente su lengua nativa a finales de esa centuria, debido esencialmente a la fuerza del mestizaje. Por el contrario, los indios urbanos se familiarizaron desde mucho antes, no sólo con la lengua castellana, sino con todas las formas culturales traídas e implantadas por los españoles. Desde comienzos del siglo xvii ya existen pruebas de que había en la ciudad numerosos indios “ladinos”, es decir, que hablaban con propiedad el castellano. En los juicios se preguntaba por su fe al hacer en el juramento la señal de la cruz, prueba de su condición de cristiano.
En cuanto a los apellidos, en un principio no se les asignaba ninguno. Simplemente usaban un nombre, algunas veces seguidos de apellidos indígenas como Lataconga, Turma, Guacaneme, Tacurí, Quiquisguaya, Caytechica y otros muchos. Más tarde, algunos empezaron a llevar apellidos típicamente castellanos, coincidiendo muchas veces con los del blanco al cual estaban asignados.
Otro factor que contribuyó a la cristianización de los indios urbanos, más rápida que la de los rurales, consistió en que los aborígenes comprendieron que la adopción de la fe de los conquistadores les abría un espacio social más propicio y constituía un factor de ascenso social, hasta el punto de ser corriente su admisión en algunos niveles de las cofradías religiosas.
Otro de los signos más visibles del cambio cultural, además del bilingüismo y de sus actitudes religiosas fue la paulatina transformación de sus vestimentas. El vestido tuvo durante la época colonial un poder de identificación social muy poderoso. Todavía a principios del siglo xvii se habla de mestizo de manta o mestizo en hábito de indio.
El vestido original de los indígenas era hecho de algodón que obtenían de sus sementeras en tierras templadas y calientes o del comercio con comunidades vecinas. Las escasas referencias accesibles muestran que los hombres utilizaban un largo vestido (“camiseta”) complementado por la indefectible manta. Las mujeres usaban un vestido de dos piezas, la primera de ellas compuesta por un pedazo largo de tela de algodón que se lo envolvían en el pecho a manera de camisa, abrochado en el frente con dos pinzas7.
La prenda más importante era la manta. Sirve de complemento al vestido, de abrigo y colchón y de identidad personal. Las mujeres hilaban y los hombres tejían. Así, hasta una cierta época cada indígena debió fabricar su propia manta, por lo cual era la prenda más cercana y más querida de los aborígenes. Las había de diferentes clases: las mantas “chingas” o comunes, las “buenas” y las de “marca” o pintadas, (“Una manta de Fontibón por cinco de Paipa”). La manta común era blanca. Las “buenas” se tinturaban con raíces (el color carmín era frecuente), o se pintaban con pinceles. Más de medio siglo después del periodo hispánico, la manta sirvió de medio de intercambio y de pago de tributos.
Durante la primera parte del siglo xvii la presión española quebrantó los circuitos comerciales indígenas, así como las vitales conexiones con las tierras templadas y calientes. Como consecuencia, desapareció la provisión de algodón para hilar y en su reemplazo surgió la lana. Los obrajes establecidos a la fuerza durante fines del siglo xvi y la gran disponibilidad de ovejas hicieron que los indígenas sustituyeran en sus artesanías domésticas y en sus vestidos el algodón por la lana.
En la ciudad se dieron otras modificaciones en el vestido, que no pueden ser ubicadas en términos cronológicos. En primer lugar, el cambio (o la coexistencia) de la manta por la ruana, pues cumplían funciones casi idénticas y puede asegurarse que existe una clara continuidad entre las dos prendas. Según Pérez de Barradas8, la ruana se introdujo por primera vez al Nuevo Reino con los indios que vinieron con Belalcázar. En cualquier forma, la ruana tan sólo se difundió extensamente como vestido principal de los sectores bajos urbanos de Santafé durante el siglo xviii.
Aunque en la ciudad hubo zonas pobladas casi exclusivamente por indígenas, dicho grupo étnico se hallaba diseminado por toda la capital debido esencialmente a que muchos de ellos, especialmente del sexo femenino, estaban dedicados a prestar servicios domésticos en las casas de los blancos. Las zonas específicamente habitadas por indígenas eran Pueblo Viejo (extremo oriente y suroriente) y Pueblo Nuevo (norte, Las Nieves y San Victorino). Como ya quedó anotado, los indígenas que prestaban servicio doméstico en las casas solían habitar en bohíos de paja que se construían en los extensos solares traseros de aquéllas.
Otro rasgo importante que caracterizaba a los indígenas urbanos era su activa participación económica en la vida de la ciudad. Eran artesanos con muy diversas especialidades —sirvientes, buhoneros, albañiles, etc.— con el producto de su trabajo subsistían y pagaban los tributos a que estaban sometidos9. Aunque en su gran mayoría los indios estaban dedicados a oficios útiles y honestos, constituían el grupo en que se registraba la mayor cantidad de casos de riñas, juegos ilegales, borracheras escandalosas y robos.
En el siglo xviii se registró un cambio radical en el panorama étnico de la ciudad: el descenso demográfico de la población aborigen fue dramático. Después de haber sido una mayoría abrumadora durante el siglo xvii, en el xviii los indios retrocedieron cuantitativamente en forma muy sensible ante los mestizos. Hacia 1778 y 1779 los indios no pasaban de un 10,7 por ciento de la población santafereña; simultáneamente, los mestizos habían llegado a ser un 45 por ciento de la misma. En 1793 los indígenas puros no sobrepasaban el 4 por ciento de la población.
RELACIONES INTERéTNICAS Y DELITOS
Aunque las fuentes son escasas y fragmentarias, hay documentos según los cuales fueron numerosas y frecuentes las causas que conocieron los jueces por reyertas, hurtos y otros delitos en los que casi siempre los protagonistas eran indígenas.
La actual Colombia se distingue del resto de los países de la zona andina por la intensidad de su proceso de fusión interracial. Como queda dicho, ya en el siglo xviii Santafé era una ciudad esencialmente mestiza y por lo tanto vivió constantemente los conflictos derivados de las diferencias raciales, culturales y sociales. Durante todo el siglo xvii y buena parte del siglo xviii la dimensión que realmente separa y estratifica la sociedad santafereña es de tipo cultural, el principal criterio de clasificación. Teniendo en cuenta estas consideraciones hemos elaborado una sección especial que intenta echar un vistazo sobre el tipo de conflictos y delitos que enfrentaron a diferentes grupos sociales. Durante todo el siglo xvii Santafé fue teatro de esta mezcla y de los conflictos sociales subsiguientes.
Para tal fin se exploraron las querellas judiciales a fin de presentar un panorama de los conflictos existentes. Se clasificaron las relaciones en dos grandes grupos: los contactos dentro del mismo grupo, es decir, intraétnicas. Y las que ponían en contacto (alianzas) u oposición a personas de diferente condición, o sea, interétnicas. La situación de conflicto cubre diferentes situaciones: agresión, insulto, robo. Por alianza se entienden básicamente los casos de amancebamiento.
A. RELACIONES INTRAÉTNICAS:
1) Conflicto
a) Indio agrede a otro indio (I x I)
b) Conflicto entre los mismos blancos (B x B)
2) Alianza
a) India amancebada con indio (I + I).
B. RELACIONES INTERÉTNICAS:
1) Conflicto
a) Indio agrede a:
i. blanco (I x B)
ii. blanco e indio (I x IB)
b) Indio que es agredido por:
i. blanco (B x I)
ii. mestizo (MZ x I)
iii. negro o mulato (N x I)
2) Alianza
a) India con blanco (B + I)
b) Mestiza (o) con indio (a) (MZ + I)
//Actores://
I = Indio B = Blanco MZ = Mestizo N =Negro
Relaciones:
x = Conflicto + = Alianza
La muestra contiene una abrumadora mayoría de casos que muestran conflictos (84 por ciento). Y dentro de las dos grandes clasificaciones, la mayor proporción hace referencia a relaciones que ponen en contacto grupos de diferente condición étnica (59,81 por ciento).
La categoría individual que más casos agrupa es la de conflictos entre indios (I x I), con el 31 por ciento, de los cuales un poco más de las dos terceras partes (67,74 por ciento) corresponden a agresiones físicas expresadas en riñas y/o heridas. No existen más de dos casos en el que este tipo de agresiones no esté asociado a jolgorios o borracheras. La tercera parte restante se divide entre hurtos (25 por ciento), casos de estupro (3 por ciento) y uno de bigamia (3 por ciento). En conjunto las relaciones entre los indígenas, que eran la mayoría de la población, son la principal fuente de conflicto. La Santafé del siglo xvii, a través de la mita urbana, empezó a integrar forzadamente en su seno a indios de diferentes capitanías que habían heredado enfrentamientos seculares. En cierta forma, la violencia de la integración se expresa más fácilmente entre individuos de la misma condición.
Otra categoría de gran importancia es la que reúne las agresiones de individuos del estamento blanco hacia indio(s) urbano(s) (B x I), con 20 casos (20 por ciento). De éstos, de nuevo los maltratos, heridas y riñas tienen una elevada importancia relativa (50 por ciento), con ese orden de importancia dentro de la subcategoría. Se destacan también los casos de violación y no pago de servicios personales, con el 15 por ciento respectivamente.
En tercer rango de importancia, con 17 casos (17 por ciento), lo ocupa el grupo constituido por las agresiones de indios a individuos blancos o por violación de normas de la sociedad blanca en general (I x B). Aquí encontramos una serie de transgresiones de diverso tipo, protagonizadas por indios (borracheras, escándalo público, resistencia a autoridad, juego, entre otras) y agrupadas en una subcategoría que comprende nueve casos (52,9 por ciento). Le sigue en importancia la que parece haber sido la forma más frecuente de conflicto individual indio-blanco: el hurto. Duramente reprimido, tal vez por su alta frecuencia, era el que implicaba los peores castigos. Por ejemplo, en 1609 se torturó a un par de adolescentes para que confesaran quién había robado unas prendas de vestir a un blanco pudiente10.
Las agresiones físicas indio-blanco representan sólo dos casos (11,7 por ciento). En el primero un indígena ciego, probablemente mendigo, agredió a un blanco en una tienda. El otro es el de dos indios que maltrataron a una mujer blanca aprovechando la ausencia de su marido.
La distancia entre estos dos estamentos era bastante grande. En general, la gran sumisión indígena frente al blanco colocaba una barrera social muy alta, que aún en condiciones de embriaguez inhibía al indio para agredir directamente a la persona blanca. Los lugares de diversión pocas veces coincidían y el castigo por una agresión a un blanco era casi fatal.
Existe un caso célebre que muestra la mentalidad del español hacia el indio y también su posición social. En el siglo xvi la Real Audiencia, en un acto por medio del cual quiso frenar un tanto los atropellos de los españoles, condenó a la cárcel a un soldado español ibérico debido a los excesos cometidos contra los indios de Fontibón. Una vez liberado el español, encendido en ira, compró 50 jaras (flechas) se ubicó en el puente al norte de Fontibón y se dedicó a disparar con una ballesta a todo indio que proviniera de ese pueblo y a arrojarlo, una vez muerto, al río. Cuando se le agotaron las flechas, “y visto que le sobraba tiempo se remitió a la espada, hasta que la ensangrentó bien; y pareciéndole que venía el día, arrojó la ballesta al río, y subiendo en su caballo caminó hasta el Perú”11.
Las relaciones sexuales interétnicas blanco-indio y el mestizaje (B + 1) ocupan el cuarto lugar en cuanto a número de casos encontrados (12 por ciento). Siempre se presentan bajo la forma de hombre blanco amancebado o sorprendido en tratos sexuales con una mujer india. Más allá de su representación numérica en esta muestra, es la situación más frecuente en Santafé y una de las fuentes no legales pero importantes del mestizaje. En una de sus variantes un documento describe a dos hombres, uno blanco y uno negro, sorprendidos en tratos con dos indias. Los otros se refieren a amancebamientos públicos de hombres, algunas veces casados, otras veces incluso funcionarios de cierta importancia, con una india.
En quinto lugar, una categoría que agrupa las agresiones de mestizos contra los indios (MZ x l), aunque no muy significativa numéricamente (50 por ciento), incluye uno de los documentos más interesantes. Curiosamente, no se encontraron casos inversos, es decir, de indios que agredieran a mestizos.
Los conflictos entre blancos por causa de indios (B x B) y el amancebamiento entre indios ocupan el sexto lugar con el 4 por ciento de los casos totales, respectivamente.
Finalmente se encontraron dos casos de agresión negro o mulato contra indio (N x l), uno de heridas y otro de hurto, y se dejaron en una clasificación distinta dos casos en los que un(a) indio(a) agrede tanto a un indio como a un blanco. Son estos documentos muy especiales no sólo por esta característica relevante sino por los hechos que describen. El primero de ellos reseña el caso de un indio proveniente de Quito que hurtó el anillo de la imagen de la Virgen de la iglesia de Las Nieves y posteriormente asesinó a quien en ese momento era el amante de su examante. El segundo refiere las hazañas de una india de Popayán con un largo historial de robos.
Los delitos sobre los que más se querella son aquellos que tienen que ver con agresiones físicas: riñas, heridas, mutilación, maltrato. Casi sin excepción van acompañados de agresión verbal e insultos. En 1668, en una pendencia entre un indio y un mestizo, el primero injurió al segundo diciéndole “que era un cornudo, borracho, sucio y a su mujer que era una puta”12. De 38 casos, 23 resultaron ser protagonizados por indios agresores, que en su abrumadora mayoría atacaron a otros indios (21 casos de 25, o 92 por ciento) y por excepción se dirigieron a los blancos (2 casos, u 8 por ciento).
Al mismo tiempo, en 36 de 58 casos registrados, las víctimas agredidas también resultaron ser indios o indias atacados por otros indios (58,307 por ciento), blancos (27,8 por ciento), mestizos (13,9 por ciento) y negros (5,6 por ciento).
Está, además, comprobado que las pendencias y reyertas tenían lugar casi exclusivamente en los jolgorios, que siempre consistían en reuniones durante las cuales se consumía bebidas embriagantes sin medida, principalmente chicha y guarapo. Dadas las severas restricciones que imponían los españoles en cuanto a la celebración de rituales indígenas relacionados con su culto ancestral, el único escape que encontraban los naturales era la beodez. Las riñas entre indios solían ocurrir al terminar las jornadas de trabajo en los días festivos. Primero se presentaban las agresiones verbales y de allí se pasaba al ataque físico. Generalmente los indios se agredían a cuchilladas y pedradas y muy a menudo apelaban a los mordiscos, debido a lo cual no fueron pocos los que salieron desnarigados y desorejados de las refriegas. Cuando el caso llegaba ante los jueces, los implicados solían alegar en su favor la inconsciencia producida por la ebriedad. Vale anotar que en estas reuniones de los estratos bajos tomaban parte muy activa las mujeres al lado de los hombres, y de igual manera entraban en las riñas y agredían de palabra y de hecho a sus contendores igual que los varones13. Las pendencias y agresiones se daban generalmente entre indios y casi no se presentaban entre diferentes grupos étnicos.
El segundo lugar entre los casos que llegaban ante los jueces lo ocupa el hurto. Los delitos contra la propiedad se presentaban por lo común entre indios. También se registraron con frecuencia robos sacrílegos, que solían tener carácter vindicativo debido a la vigorosa campaña emprendida por las autoridades y la Iglesia contra los santuarios indígenas, por considerarlos reductos de idolatría.
Los delitos contra la propiedad eran castigados con la máxima severidad y el robo sacrílego llegó a ser sancionado con la pena capital.
En la escala de los ilícitos sigue el amancebamiento después de las reyertas y los hurtos. El 75 por ciento de estos casos se dio entre blancos e indias y el 25 por ciento restante entre gentes del mismo grupo étnico. Desde el siglo xvi las casas santafereñas de blancos instauraron la costumbre de traer indias jóvenes del campo para las faenas del servicio doméstico. Pese a que las amas de casa ejercían una vigilancia rigurosa sobre sus criadas, éstas se daban trazas para llevar a cabo sus esparcimientos amorosos, llegando hasta el llamado “sonsacamiento”, que ocurría cuando el amante de la india la sacaba de la casa en que servía para amancebarse formalmente con ella. Esta situación, sin embargo, era perseguida por la ley. Estos casos de contubernio y prolongada convivencia se daban a menudo entre los patronos blancos y las indias a su servicio, hasta el punto que generaban derechos con las mujeres indígenas involucradas.
Por ejemplo, en 1581 Catalina (india) demanda a los albaceas de Pedro Sánchez de la Membrilla que le reconozcan los servicios personales que le prestó a éste durante más de 30 años. Catalina declaró que en dicho lapso lo sirvió “en todas las cosas necesarias así en guisarle de comer como limpiar la ropa y en todos los demás trabajos y servicios necesarios, así en la ciudad como fuera de ella en otras partes y caminos y con mi ayuda e industria y trabajo adquirió más de 10 000 pesos que tenía al tiempo que falleció y debiendo gratificarme conforme a lo que podía y puedo merecer no lo hizo”14.
El apoderado de los albaceas responde que sus trabajos y servicios se le pagaron en vida de Pedro Sánchez, porque siempre se le dio de calzar, vestir y comer, además de los regalos de muebles y ropa que le hizo cuando partió al Perú. Además dice que cuando volvió de allí le trajo ropa y topos de plata e igual sucedió cuando fue y volvió de España. A lo largo del proceso se descubre que Catalina y Pedro convivieron muchos años y tuvieron cuatro hijos que fueron criados como tales, aunque Pedro se casó después de uno de sus viajes con una blanca.
Los indios urbanos, además de estar sometidos a una compleja y onerosa maraña de tributos, diezmos y servicios personales, solían soportar diferentes clases de maltratos y abusos por parte de los blancos. A menudo se les desconocía el pago debido a su trabajo, sus mujeres eran violadas y todos eran víctimas frecuentes de incontables atropellos y vejámenes. Se llegó inclusive al extremo ignominioso de sujetar a los indios por el pescuezo con collares de hierro15. Esta situación obligó a la Real Audiencia a prohibir a los herreros de Santafé la fabricación de estos artefactos. En rigor de verdad, lo que los indios padecían era una auténtica esclavitud, aunque en la teoría fueran vasallos libres de la corona. Los que servían en casas eran apaleados y azotados y con frecuencia sus amos les azuzaban perros bravos llegando a veces a herirlos con espada como fue el caso de un indio vaquero, en 1619, quien todos los días vendía en Santafé la leche de un hato que quedaba en el camino de Suba. Le sucedió esto por no haberle llevado inmediatamente el dinero a su amo16. En cuanto a las relaciones blanco-india, en este campo se daban a menudo el estupro, así como la violación y los golpes.
En 1592, Francisco Páez golpeó y arrastró de los cabellos a María y le sacó toda la ropa y enseres de su casa a la calle. En 1606, Francisco entabló demanda contra el comerciante Juan Romero por haber cometido estupro con su hija María de 12 años, “llevándose su virginidad”17.
Las transgresiones a la ley cometidas por indios eran penadas con castigos de la máxima severidad. Se les cortaban los cabellos, se les arrebataban sus mantas, se les condenaba a destierro y presidio (a veces en climas insalubres), se les azotaba públicamente y se les escarnecía paseándolos atados en carretas o jumentos por calles mientras un pregonero daba a conocer en voz alta sus delitos18.
Hay muestras muy significativas de los castigos que se aplicaban a los aborígenes. En 1638 un indio opuso resistencia a un alguacil, quien procedió a detenerlo por una riña con un zapatero. La condena fue:
“A 100 azotes, 50 por la resistencia que hizo y ?por las palabras locas y de borracho que pretendiendo injuriar dijo en la dicha pendencia, y los otros 50 se le han de dar porque no se emborrache otro día”19.
Curiosa pena la que se le aplicaba al desventurado indio: 50 latigazos punitivos y otros tantos preventivos.
Y esta otra condena, contra una india llamada Catalina, como su célebre homónima cartagenera, en castigo por amancebamiento:
“Que la lleven a su pueblo (Cogua) vía recta y se la entreguen a su cacique, y se le notifique a la dicha india no vuelva a esta corte por término de 2 años, so pena de 100 azotes”20.
ORIGEN Y OFICIOS DE LOS INDIOS
Dentro de la población indígena de Santafé había una abultada mayoría masculina. Entre los hombres había registrados más de 30 oficios, mientras que en el sector femenino sólo había cinco.
Estos datos brindan una visión de la distribución de los oficios entre los indígenas que habitaban en la capital. Los aspectos más importantes que es menester destacar a este respecto son:
La servidumbre doméstica copa el 30,8 por ciento de los casos registrados. En otras palabras, casi la tercera parte de los indios e indias residentes en Santafé eran criados y criadas.
Siguen después de la servidumbre la zapatería, con un 15,8 por ciento, y la sastrería con un 8,9 por ciento. Estos tres oficios sumados dan más de la mitad del total (55,5 por ciento). A continuación viene una abundante variedad de oficios. También se observa una notable presencia de oficiales en varios gremios. Podemos ver esta presencia de acuerdo con una categorización de actividades:
- a) Relación con producción de prendas.
1) Producción de calzado. Los zapateros, entre aprendices (1), oficiales (8) y zapateros rasos (12) se constituyen como ?el oficio más importante desde el punto de vista numérico con 21 casos (19,4 por ciento).
- b) Producción de prendas de vestir (sastres y sombrereros): ?13 sastres (12 por ciento) y 5 sombrereros (4,6 por ciento).
- c) Íntimamente relacionados con la anterior producción de géneros.
1) Relación con textiles: 2 sederos
2) Relación con telares: 2 bataneros
3) Relación con cueros: 2 curadores
En conjunto estos tres grupos componen el 5,5 por ciento.
- d) Relación con transporte: 6,48 por ciento:
5 silleros
1 cartero
1 arriero
- e) Relación con construcción: 8,33 por ciento:
5 carpinteros
4 albañiles
- f) Administración pública: 5 alguaciles (4,6 por ciento)
- g) La misma proporción de oficiales que de hombres dedicados a servicios personales o a la servidumbre: 17,6 por ciento
- h) Presencia de caciques, capitanes y gobernadores (6,48 por ciento).
LOS ARTESANOS
En 1629 a Jacinto, sastre de oficio, le rompieron la puerta del bohío donde tenía la ropa con la que trabajaba y se la robaron. El inventario de lo robado incluyó un vestido de jergueta (tela ordinaria) de Castilla, un jubón blanco de manta, un jubón de telilla sin acabar, una manta nueva de lana, un par de calzones de lienzo, una almohada de lienzo y un par de mangas de manta.
En 1621, Juan Coloya, natural de Lenguazaque y oficial de platero, declaró que solía ganar de ordinario con su trabajo un peso diario con el que sustentaba su casa y su mujer pero que debido a las heridas que le causaron unos indios de Cota no podía trabajar21.
En 1644, Juan Criollo, oficial de albañil, trabajaba en la obra del convento de Santa Inés, que construía Inés de Chaves, y ganaba seis reales diarios (obsérvese la diferencia de salarios).
En 1650, Juan Salazar, zapatero mestizo proveniente de Quito, se vio envuelto en una riña en la que desnarigó a un indio de Fontibón, amigo suyo. Se le embargaron los bienes de trabajo que tenía en su tienda. Se encontraron 63 pares de calzado diverso, tres cortes, 24 hormas, tres medias suelas comenzadas, tijeras, tranchetes y otros trastes de poca importancia.
De los servicios personales no se ha encontrado mayor evidencia de qué cubrían salvo el caso de los criados y criadas (la mayoría de mujeres que declaran algún oficio lo son). Se registró sólo un caso en el que tres indios al servicio de un blanco declararon expresamente que habían ido a un solar de su amo en los extramuros de Santafé con el propósito de sacar madera de allí siguiendo las órdenes recibidas de su señor.
En relación con otro tipo de oficios masculinos, se registraron también varios alguaciles, un puñado de caciques gobernadores y capitanes de comunidades sabaneras que vivían o tenían casa en Santafé. En 1616 se halló un barbero que sangraba a sus pacientes enfermos.
Ser buhonero era otro oficio que podían ejercer los indios. En 1621, Juan Cota vendía alternadamente en la plaza de Santafé y de pueblo en pueblo toda clase de baratijas. Cuando salía, su mujer se quedaba en el puesto de la plaza. Ofrecía mercancías, como topos de plata y platón, pulseras de coral falso, sartas de vidrio blancas y de colores, rosarios, sartas y gargantillas de colores, candados, botones, cintas, cuchillitos y cuchillos, hilos, lanas, pita, agujas, abalorios y bolsitas22.
También desempeñaron trabajos de carniceros, vendedores de pan, arrieros y carteros, entre otros oficios. En 1630 se fijó salario para indios útiles y no útiles. Los primeros debían ganar tres cuartillos diarios, los segundos medio real al día.
Asimismo, se descubrieron casos de indios que si bien no vivían en la ciudad, tenían una relación cercana debido a la proximidad de sus habitaciones y al hecho de que vendían allí diariamente productos como leche o pescado. No se encontraron leñateros y tardíamente, en 1783, se registró un jornalero.
Aunque casi la mitad de las mujeres registradas no especificaron su oficio y el total de ellas era muy inferior numéricamente al de los hombres detectados, parece que los oficios femeninos fueron menos variados que los masculinos. En general se redujeron a uno: criada o sirvienta. Si era adulta se llamaba así, si era niña o adolescente le decían “china”. Aunque sólo se registran dos lavanderas (madre e hija), éste pudo ser un oficio frecuente de las indias.
Se registró una buhonera, esposa de Juan Cota, de quien se habló en el párrafo anterior; también una de las criadas al servicio de una blanca declara que amasaba y vendía pan en beneficio de su ama. Vivía (la india) con su marido en una casa en el molino del cubo. Por la época de la guerra con los pijaos debió de haber una buena cantidad de esclavas de esta nación como lo confirman los documentos.
En 1606, Juana de Castro, mestiza, tiene a su servicio una mulata, hecho que abre el panorama para pensar que efectivamente hubo algunas mujeres indias mestizas dedicadas a sus hogares.
LA MITA URBANA
Durante los años del siglo xvi, posteriores a la fundación, y buena parte del xvii fue constante la pugna entre los vecinos de Santafé, representados por sus autoridades, y los encomenderos por el control del trabajo indígena, tan necesario para unos y otros. Visto en una perspectiva más amplia se puede apreciar que la lucha entre funcionarios y encomenderos por reglamentar el trabajo indígena y aminorar los servicios personales, no sólo enfrentaba a la corona en su intento por hacer efectiva la soberanía sobre sus vasallos. En términos más precisos, era un enfrentamiento entre la ciudad y el campo, entre sus vecinos y sus necesidades y los intereses encomenderos, principalmente en torno a la disposición sobre los indios.
En la última década del siglo xvi, después de una larga querella que tuvo dimensiones continentales, la corona quebró en lo esencial el poder absoluto de los encomenderos; así se logró extender el “alquiler individual” de indígenas para que también los habitantes de Santafé tuvieran derecho a usufructuar la mano de obra aborigen. Esta institución de servicio obligatorio a Santafé, en una precisa proporción, se llamó mita urbana.
En muchos aspectos la ciudad del siglo xvi no podía funcionar ni crecer sin el aporte indígena. La puesta en operación de sus funciones básicas o su mismo crecimiento dependía de aquél. Los indios eran requeridos con apremio para un sinnúmero de actividades tales como obras públicas, abasto de alimentos y leña, conducción de agua, servicios domésticos y construcción de casas, edificios, iglesias, conventos y puentes.
Durante buena parte del siglo xvi los encomenderos, conocedores de la importancia del trabajo indígena en el abastecimiento de la ciudad, chantajearon repetidamente a las autoridades municipales. Cada vez que se imponían providencias que intentaban disminuir el peso del servicio personal, argüían que la liberación de la carga sobre los indígenas conduciría a una escasez de alimentos. Como durante un buen trecho del siglo xvi los tributos se pagaban en especie, los encomenderos tuvieron un control decisivo sobre la oferta de alimentos para Santafé. La prohibición de utilizar a los indígenas como “bestias de arria” sirvió para que los encomenderos afirmaran que no había cómo conducir los víveres a la ciudad23.
Poco a poco las condiciones políticas cambiaron y la autoridad real añadió a las providencias actos de verdadera afirmación. A principios del siglo xvii, durante el gobierno del presidente Sande, ante la necesidad imperiosa de construir el primer puente sobre el río San Agustín, el oidor Luis Enríquez ordenó que de Usme, Chipaque, Une, Tunjuelo y Ubaque se trasladaran indios a Santafé para trabajar en la obra. El prepotente encomendero Alonso Gutiérrez Pimentel, ensoberbecido, se negó a acatar la orden24. Sin vacilar, la Audiencia le abrió causa y lo condenó a la horca. Algo similar ocurrió en Tunja, donde los vecinos tuvieron que declarar una virtual guerra al poderoso encomendero de Iguaque, Juan González, quien se negaba obstinadamente a “prestar” 200 indios de su encomienda para trabajar en la ciudad.
Desde los años setenta del siglo xvi se conoce la institución del “alquiler individual” de indígenas para trabajos urbanos. La Audiencia, interpretando la real voluntad de que los indios fuesen tratados como vasallos libres de la corona, estableció perentoriamente la obligación de pagarles por su trabajo25. Inclusive se designó un funcionario especial para vigilar la contratación de indígenas en la ciudad.
Finalizando el siglo xvi y comenzando el xvii, el alquiler de indios para la ciudad se reglamentó y se hizo obligatorio, convirtiéndose así en el sistema que fue conocido como “mita urbana” o “alquiler general”. La mita significaba el debilitamiento del poder encomendero al permitir traer a Santafé cantidades de indígenas que llegaron a representar porcentajes elevados (50 por ciento) de la fuerza de trabajo de la sabana.
Por supuesto, esta vigorosa afluencia de mano de obra indígena hacia Bogotá afectó muy positivamente ramas tan importantes como la construcción.
La migración forzosa de trabajadores indígenas multiplicó por cuatro la población de una ciudad tan pequeña como era Santafé y ocasionó problemas muy serios que fueron afrontados, en principio, con la construcción de tambos rudimentarios en los arrabales para alojarlos. Fue preciso nombrar un “administrador de mitayos” cuyas funciones eran en lo fundamental coordinar la conducción de los indios a la ciudad, su distribución entre los vecinos y vigilar su justa remuneración. El salario de este administrador era una cuota de la paga total que recibían los mitayos, la cual oscilaba entre un 7,5 por ciento y un 8 por ciento.
Hacia fines del siglo xvi el flujo de indios a Santafé se estimaba entre 800 y 1 000 mensuales. Aun así, este número se juzgaba insuficiente para las necesidades de la urbe26. Eventualmente se presentaban en el reino otras necesidades que obligaban a la Audiencia a reducir el número de indios en la ciudad para poder atenderlas. Tal fue, por ejemplo, el caso de la mina de Las Lajas, en Mariquita.
La mita urbana duró hasta 1741 cuando fue definitivamente abolida por el rey. Sin embargo, en términos prácticos, el aporte de indios a la ciudad fue disminuyendo a lo largo de la primera mitad del siglo xvii y, todavía más pronunciadamente, durante la segunda. Para cuando se derogó el servicio, muy pocas comunidades estaban en condiciones de aportar indígenas. En 1707 el administrador de mitayos reportó que el servicio a la ciudad había declinado a tal punto que tan sólo un pequeño número de tributarios lo cumplían27.
Basados en una serie que empieza en 1615 sabemos que la cuota anual estaba por encima de los 2 000 tributarios al año. A partir de 1617 empezó a bajar drásticamente el aporte. Llegó a su punto más bajo en 1638-1639, en el cual tan sólo se cumple con un 40 por ciento de lo estipulado en 1615. La atención sobre la disminución creó un incremento para la década del cuarenta, aumentando en un 10 por ciento. En términos generales, del comienzo al fin de la serie, el número de indígenas, sirviendo dentro del trabajo forzoso, disminuyó en un 50 por ciento, es decir, alrededor de 1 200 tributarios al año. Esta tendencia a la disminución debió acentuarse durante la segunda parte del siglo xvii, tanto por la reducción absoluta de la población indígena, como por las dificultades logísticas para hacer efectivo el servicio.
Además del alquiler general, algunas comunidades de la sabana y del oriente, estuvieron obligadas a aportar su porción de trabajo a la ciudad en el suministro de leña28. Esta contribución más específica se llamó “mita leñera”.
Durante 1606 tan sólo la comunidad del Tunjuelo juntaba 24 caballos al mes para aportar 288 caballos al año a Santafé29. En conjunto, según afirma el administrador de mitayos, en 1673 se traían 9 042 caballos de leña al año30. Más estable fue la contribución de los indios comprometidos con el aporte de leña.
La cuota se volvió a fijar en 1676 y en 1718 todavía se cumplía en un 87 por ciento del monto.
Sobre los indígenas recaían tres sistemas de trabajo forzoso: el concierto agrario (trabajo en haciendas), la mita minera y la mita urbana. Entre las labores a que estaban obligados figuraba el trabajo en las salinas de Zipaquirá y Nemocón, el de bogas en el Magdalena, el de guías y cargueros y el de apoyo a las expediciones de conquista.
Durante la primera sección del siglo xvii casi todo tributario tenía que servir en cualquiera de los tres sistemas. Para 1657 con la disminución de la población indígena las autoridades redujeron las obligaciones, especialmente en cuanto al porcentaje de indígenas asignables al concierto agrario y al durísimo trabajo minero. Este nuevo panorama permite ver un hecho no estudiado cual es el avance relativo de Santafé con respecto al campo en la utilización de la mano de obra indígena.
Los mitayos tenían asignados periodos de servicio que a veces eran considerables. En trabajos urbanos debían servir un mes cada dos años. El servicio en las minas era más prolongado: un año por cada tres a 10 años. Y en el concierto agrario, entre seis meses y un año por cada tres. Los salarios de los indios fueron calculados en función de que les quedara un remanente para cubrir sus tributos. Debemos anotar que las periódicas ausencias de los indígenas y sus familias de sus campos y comunidades tuvieron una incidencia muy desfavorable sobre la producción agrícola y sobre el abasto de víveres para Santafé.
La afluencia de indígenas a la ciudad determinó el hecho de que gradualmente se fueran capacitando en oficios de estirpe española. Pero en cuanto empezó a producirse la disminución de indios tributarios en la ciudad, los mercaderes y artesanos blancos empezaron a resentirse por la falta de mano de obra, por lo cual hubieron de apelar a esclavos o a retener ilegalmente a los indios tributarios. Los indios que permanecieron en la ciudad aprendieron a la perfección los oficios artesanales, se ejercitaron en ellos y recibieron ingresos mayores, por lo que pudieron pagar sus tributos con mayor holgura. Así, los indígenas reemplazaron a los blancos pobres en el ejercicio de oficios artesanales. El frente de trabajo que contaba con todos los privilegios en cuanto a la asignación de mano de obra era el de las obras públicas y edificios religiosos.
Dentro del sistema de mita urbana las gentes necesitadas de mano de obra indígena debían apelar al administrador de mitayos, presentándole listas con el número de trabajadores requeridos y los correspondientes oficios. Por disposición real de 1601, el alistamiento de los trabajadores debía realizarse en la Plaza Mayor del respectivo municipio, pactando de una vez el tiempo de duración de las vinculaciones laborales. El administrador debía llevar listas detalladas de los indios que habían trabajado en el mes, así como de sus patronos, de los oficios que estaban ejecutando y de los jornales que estaban recibiendo. A manera de ejemplo, citaremos el caso de mayo de 1602, mes en el cual 1 088 indios trabajaron en Santafé, distribuidos entre 591 patronos que eran personas naturales e instituciones como el Cabildo, la Audiencia y las órdenes religiosas. Estas tres últimas entidades eran, lógicamente, las que captaban la mayor parte del trabajo indígena.
Las casas contrataban un promedio de un indio por cada una. Por lo general eran mujeres, aunque también se recibían varones para trabajar como hortelanos en los solares que tanto abundaban en Santafé, como acarreadores, como aguateros, y también en labores de reparaciones domésticas. Las mujeres que eran propietarias de panaderías, pastelerías, tiendas de comercio, etc., contrataban el mayor porcentaje.
Las estadísticas de tributarios de 1602 muestran elocuentemente la dedicación prioritaria del trabajo indígena en obras públicas. Este rubro acaparaba una quinta parte del total de indígenas. Los encontramos trabajando en las casas reales y en otras obras como el puente de San Francisco, la carnicería y el empedrado.
Sin embargo, en todo momento surgió la dificultad inherente al repudio que los indígenas sentían por el trabajo de construcción, al que se consideró, inclusive entrado el siglo xix, como una labor pesada y degradante, más propia de presidiarios.
Las órdenes religiosas fueron, por su parte, el otro grupo social privilegiado según la cuantía de trabajo absorbido no sólo para la construcción de sus templos y conventos, sino para el trabajo en huertas y panaderías y el suministro de agua y leña. En los comienzos del siglo xvii las órdenes religiosas eran el 17,5 por ciento de la población blanca de Santafé, mientras el clero episcopal o secular era el 7,5 por ciento. Salta a la vista que la población sacerdotal era una cuarta parte de los moradores blancos de Santafé. En cuanto al trabajo mitayo que acaparaban, se sabe que por esa época (principios del xvii), laboraban para ellos un 21 por ciento de los tributarios.
En el cuadro resalta la preeminencia lograda por la Compañía de Jesús, recién llegada al Nuevo Reino, que entonces alcanzó a tener a su servicio un 30,1 por ciento de toda la cuota religiosa, dedicada en su mayoría a la construcción de la casa de la compañía, del templo y del colegio.
Por esos tiempos se reglamentó el número de indígenas a que tendrían derecho las principales personas e instituciones de la ciudad. Así, el presidente, el visitador y los oidores disponían de seis indios al mes; los conventos, 12; los monasterios, seis; los miembros del Cabildo, entre dos y cuatro, y el alto clero igual cupo.
ACTIVIDADES ARTESANALES
Sumadas, estas actividades ocuparon la mayor cantidad de indígenas mitayos, en promedio, unos 400. El primer lugar era para los oficios domésticos; el segundo, la fabricación de pan; ocupaba el tercero la industria de tejas y ladrillos; venían luego los plateros y orfebres; a continuación los sastres; en seguida los carpinteros, y por último los albañiles y canteros.
Es interesante anotar cómo los servicios domésticos abarcan casi la mitad de los indios mitayos y más del 50 por ciento, de los empleadores. Otro aspecto importante es que a principios del siglo xvii el grupo artesanal ya tenía un peso específico dentro de la sociedad santafereña, a pesar del precario desarrollo y del tamaño de la ciudad.
Respecto al siglo xvii no se dispone de censos fidedignos atinentes a actividades artesanales. Sólo en el xviii empezaron a realizarse padrones de mayor exactitud aunque incompletos. Tomemos como ejemplo uno que data de 1780 y que se limitó al barrio de Las Nieves, el cual, como ya sabemos, fue el sector residencial por excelencia de los artesanos santafereños. Según el censo, comerciantes, tenderos y pulperos ejercían la actividad predominante del barrio, vale decir, la comercial. También se observó que un buen número de estancieros, o hacendados menores, habitaban en esta zona. La posición más importante en número la ocupaban los artesanos encargados de producir artículos de vestuario. En primer lugar los zapateros, con casi un 10 por ciento de la población con oficio definido. Luego venían los sastres.
ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO
Buena parte del trabajo manual en Santafé fue desempeñado durante el siglo xvii por indios y luego por mestizos. Fue ésta una época con abundante disponibilidad de mano de obra indígena, y por lo tanto no hubo condiciones propicias a las organizaciones gremiales del trabajo, como sí las hubo en Europa, y aun en España durante la Edad Media. Sin embargo, con el tiempo, y especialmente en algunos oficios, se fueron afianzando los conceptos de organización y agremiación.
Los gremios fueron la institución mediante la cual se transmitieron los conocimientos relativos a cada oficio a través de un riguroso escalafón. La costumbre era que hacia los nueve años el niño entrara como aprendiz del oficio bajo la dirección de un maestro, el cual no sólo actuaba como tutor profesional del aprendiz, sino que sustituía a los padres en su formación moral. Al cabo de unos cuantos años, el aprendiz ascendía al rango de oficial, que era el peldaño inmediatamente anterior al de maestro, al cual se llegaba una vez que el aspirante conseguía aprobar un examen ante delegados del Cabildo y del gremio. Sin embargo, el grado de maestro no era el tope. Por encima estaba aún la maestría mayor, que era la que permitía establecer legalmente un taller u obrador (“tienda abierta”) para recibir encargos y ejecutar trabajos.
Cuando un maestro recibía en su obrador a un joven aprendiz, celebraba con el padre un contrato por el cual solía obligarse a adiestrar al principiante durante un cierto número de años, a vestirlo y alimentarlo y a no despedirlo. También se comprometía el maestro a entregar al discípulo, al final de su aprendizaje, un traje de paño y herramientas adecuadas y suficientes para el desempeño de sus actividades como oficial.
Es pertinente anotar que, pese a ser todas estas reglas estrictas y precisas en el papel, no siempre se cumplieron en Santafé. Por ejemplo, muchas veces se dio el caso de que oficiales que aún no habían ascendido a maestros, abrieron talleres y recibieron encargos sin que nadie se los impidiera.
Al impulso de las vigorosas corrientes de la Ilustración, el gobierno virreinal expidió en 1777 una “Instrucción General de Gremios”. orientada a organizar seriamente los oficios en las principales ciudades del Reino31. Igualmente, se intensificó la creación de escuelas de primeras letras y de Sociedades de Amigos del País que sirvieran como focos irradiadores de cultura y de conocimientos prácticos. Se estableció la asistencia obligatoria de los niños a las escuelas al llegar a los cinco años, de tal manera que a los nueve tuvieran la capacitación suficiente para ingresar a un obrador bajo el cuidado y dirección del respectivo maestro. Ésta, como otras iniciativas de la administración ilustrada, se quedó en el papel.
El progresista y dinámico Carlos III se empeñó en desterrar de la mente de sus vasallos la inveterada tendencia a menospreciar el trabajo manual, llegando a declarar con carácter oficial que todo trabajo era fuente de honor y de prestigio. En vano. Estos nobles esfuerzos modernizadores de la Ilustración fueron a estrellarse contra la roca invulnerable de un atavismo de siglos. Y en América la situación era aun peor, por cuanto en el Nuevo Mundo quien trabajaba con sus manos era objeto de una doble discriminación étnica y social. Por otra parte, hay pruebas de su comportamiento poco ejemplar y malos hábitos como los de frecuentar chicherías y casas de juego, embriagarse y prolongar la holganza de los días festivos hasta el siguiente, que las gentes dieron en llamar “san lunes”. De ahí la conocida expresión “lunes de zapatero” como aún en nuestros días se hace alusión a los trabajadores —y en especial artesanos— que dedican los lunes a convalecer de los excesos alcohólicos del fin de semana. Hasta tal punto llegó la preocupación de las autoridades coloniales por esta perniciosa costumbre, que en la ya mencionada “Instrucción” se condena y prohíbe la ausencia de los artesanos en sus labores los días lunes.
Los artesanos indígenas del siglo xvii utilizaron manta y los artesanos mestizos del siglo xviii, muy dentro de la línea de evolución del atuendo popular en Santafé, se vestían con la infaltable ruana. El esfuerzo de moralización y de dignificación de los artesanos, establece claras medidas de aseo y decoro en la persona. Con base en estas consideraciones se prohibió el uso de la ruana y ciertos sombreros en los artesanos.
“El uso de las ruanas en estos reinos es parte muy principal del desaseo: ella cubre la parte superior del cuerpo, y nada le importa al que se tapa ir aseado o sucio en el interior: descalzos de pie y pierna se miran todas las gentes, y sólo con la cubierta de la ruana, que aunque en efecto es mueble muy a propósito para cuando se camina a caballo, debería extinguirse para todos los demás usos; y así los maestros y padres han de procurar quitarla enteramente a sus discípulos, y hijos, haciéndolos calzar y vestir de ropas cortas como sayos, anguarinas, o casacas sin permitirles tampoco capas, pues que estas son tanto, o más perjudiciales que las ruanas para el aseo de los artesanos…”32.
También las autoridades la emprendieron contra la condición de la cabellera de los artesanos, que según diversos reportes, la hacía propensa a los piojos.
“El gorro o redecilla fomenta la pereza y descuido en el peynado; y siendo el pelo perfección de la misma naturaleza, se procurará por los maestros y padres el que sus discípulos o hijos dejándoselo criar, lo tengan siempre limpio, y sin el uso de redecilla, o gorro”33.
También se empeñaron los gobiernos borbónicos en reforzar y elevar el prestigio de los gremios permitiéndoles elegir representantes ante el Cabildo, dos veedores, un tesorero y tres diputados34. Sin embargo, los gremios siguieron siendo una fuerza social precaria y escasa en Santafé.
Siguiendo las líneas directrices de la ya citada instrucción, el Cabildo promulgó un estatuto gremial muy ambicioso que buscaba especialmente mejorar la enseñanza de los artesanos. Se crearon los cargos de protector para cada gremio (procurador) y de veedores. El primer día del año, los maestros aprobados debían reunirse en casa de su protector para elegir los veedores. Se hacía especial énfasis en vigilar la calidad de los productos y en impartir a los asociados una capacitación tan esmerada como fuera posible. Según el reglamento, los aprendices debían perfeccionarse en dibujo a fin de diseñar mejor sus obras antes de emprenderlas. Igualmente se establecía que los iniciados en platería, carpintería, sastrería y zapatería deberían pasar cuatro años como aprendices a cargo de un maestro y dos años como oficiales35. De igual manera, los jerarcas de cada oficio debían recorrer y vigilar estrechamente la operación de los obradores. Se reglamentó con mayores detalles el examen para alcanzar la maestría, obligando al aspirante a encerrarse en un aposento con sus herramientas y materiales hasta terminar la obra encargada por los examinadores.
Otro paso notable que se dio fue la creación de un montepío financiado por cuotas obligatorias de los afiliados y destinado a socorrer a los socios o sus familias en casos de emergencia tales como enfermedades o defunciones. Nació así la seguridad social entre los artesanos, que siguió adelante hasta el siglo xix, cuando estas instituciones recibieron el nombre de mutuales.
Se establecía también que todo extranjero que llegara a la ciudad con ánimo de trabajar en cualquiera de estos oficios se sometiera a los exámenes de rigor.
Los gremios podían elegir a un santo patrono, pero conocedoras las autoridades de sus fuertes inclinaciones a la juerga, prohibieron las festividades mundanas en los días consagrados a los respectivos santos y sólo aceptaron la celebración de una misa.
Activamente participaron los gremios en las fiestas de la ciudad organizando comparsas y desfiles y sacando en procesión las estatuas de sus patronos. Célebre fue el caso de los sastres con su Virgen de Altagracia, cuya imagen donaron para la iglesia de San Agustín, a la que invariablemente concurrieron todos los sábados para rezar una salve en grupo36. Cuando llegó el virrey Solís, en las fiestas de su recepción hubo, según Vargas Jurado, “fuegos y candeladas muy costosas por parte del gremio de los barberos”.
Fue costumbre que los artesanos de un mismo oficio se congregaran en la misma calle o sector. La proximidad al Molino del Cubo agrupó en ese sector a los amasadores de pan. La existencia de tierra apta para su oficio concentró hacia el oriente de Santa Bárbara y Las Nieves a los tejeros y ladrilleros. Sin embargo, las autoridades se mostraron adversas a esta modalidad y la combatieron37.
OTROS OFICIOS
Existían diferentes categorías dentro de los artesanos. La más notoria dividía los oficios entre mayores y menores. El criterio general tenía en cuenta tres aspectos. La mayor o menor proporción de trabajo manual, la preparación universitaria y la nobleza del material con que se trabajaba. Dentro de estas consideraciones el arte de la platería ocupaba un lugar muy importante. Se llamó genéricamente platería a la manipulación de metales nobles. El “platero de oro” se diferenciaba del “batihoja” y de los “doradores” quienes trabajaban en la decoración de iglesias. Los plateros ocuparon una posición clave en Hispanoamérica por los privilegios que implicaba el tratamiento del oro. Por esta razón fue el gremio más consolidado y con mayor reglamentación. Desde 1631, durante el periodo de don Sancho Girón, marqués de Sofraga, se dictaron disposiciones sobre el arte de los plateros en Santafé.
Desde la primera mitad del siglo xvii se decretó que los plateros no podrían labrar joyas si no era con oro de 20 quilates. Los plateros, numerosos para la época, se sintieron lesionados con la medida y ejercieron recursos de apelación38. Los plateros gozaban de la confianza de las autoridades hasta el punto de que se delegaba en ellos la función de pesar, marcar (quintar) y analizar el oro que llegaba a sus obradores y certificar su composición y calidad39. Por esa razón, el ingreso al gremio estaba regido por una norma discriminatoria: había que ser español40.
Los carpinteros constituían un gremio importante debido principalmente a que tenían la responsabilidad del diseño, cálculo y ejecución de toda obra de madera de las casas que, como bien sabemos, era esencial y formaba parte vital de su estructura y solidez.
La lavandería, en cambio, tenía un rango muy inferior y era ejercida por mujeres indígenas en las orillas de los ríos vecinos. Es curioso anotar cómo ya en el siglo xvii las autoridades volvieron sus ojos hacia el problema de la contaminación de los ríos por los desechos que en sus aguas arrojaban las lavanderas, particularmente en el San Francisco.
Otro oficio de menor categoría, pero en el cual se registró una intensa actividad fue la pesca fluvial. Los indios tenían una antigua tradición de pescadores que se remontaba a los tiempos prehispánicos.
Finalmente, existía dentro de los fabricantes de calzado, un rango ligeramente superior que era el de los chapineros. Estos artesanos eran los que se habían especializado en la confección de “chapines”, que usaban las gentes acomodadas para andar en la casa y que constaban de una suela suave y un revestimiento de tela fina.
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Notas
*1. Flórez de Ocáriz, Preludio, tomo 1, pág. 160. Esta única referencia tan sólo fue rescatada en el rincón de un pie de página por Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, Bogotá, 1951, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Editorial ABC, pág.?79, quien agregó que el pueblo se convertiría en la hacienda de San Vicente, “en donde se ven todavía [comienzos del siglo xx] tapias antiquísimas, que señalan las gentes de la vecindad, como restos de aquella antigua población”.
- 2. Libro de actas de la Real Audiencia, tomo II, págs. 289-292.
- 3. Libro de acuerdos, op. cit., tomo II, pág. 255.
- 4. Ibíd., tomo 1, pág. 202.
- 5. Las rondas de la época pondrían especial atención en vigilar particularmente estos espacios. La “libertad” del indio eran la sombra de la noche y la “intimidad” del solar.
- 6. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 63, fols. 577r.
- 7. Villamarín, Juan A., Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana of Bogotá, Colombia-1537 to 1740, Ph. D. Dissertation, Brandeis University, 1972, págs. 277-278.
- 8. Pérez de Barradas, 1950-1951, tomo 1, págs. 366-370.
- 9. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 54, fols. 633.
- 10. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 53, fols.?347-420.
- 11. Extracto de “Apologías y discursos de las conquistas occidentales”, escritas por Vargas Machuca, Bernardo, transcritas en la Revista Ximenex de Quesada, vol. 4, n.o 18, págs. 154-155. La moraleja de este caso, según el cronista Vargas Machuca, reside en la injusticia del tribunal que, con su desconocimiento de la realidad, incita a los indígenas al atrevimiento.
- 12. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 34, fols. 46v.
- 13. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 75, fols. 195-237.
- 14. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 7, fols. 549r.
- 15. Libro de acuerdos, tomo 11, págs. 174-175.
- 16. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?51-57.
- 17. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?37-50.
- 18. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 63, fols. 574v.
- 19. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 38, fols. 250.
- 20. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 73, fols.?198-217.
- 21. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 56, fols.?404-415.
- 22. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 56, fols. 379v.
- 23. En 1564 la Real Audiencia, exasperada, ordenó que los encomenderos almacenaran los alimentos y dispusieran de caballos y otras bestias de arria para traer los productos. “Desde aquí al día de Todos los Santos, primero venidero desta ciudad recogan y traigan a sus casas el trigo, maíz, cebada y frutos, así lo que es suyo, como lo del diezmo, como mejor pudiera, conforme a las tasas que tienen libremente y sin embargo de lo proveido” y más adelante se les obliga a que se provean de recuas para reemplazar a los indios en el trabajo de transporte. Cosa bastante difícil si se tiene en cuenta que valía menos el trabajo indígena que la compra de mulas o caballos. Les recuerda sus obligaciones. Libro de acuerdos de la Real Audiencia, tomo II, págs. 275-276.
- 24. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, tomo 1, pág. 123.
- 25. Libro de actas de la Real Audiencia, tomo II, pág. 57.
- 26. AHNC, Fondo Quinas, tomo I, fols. 741-748v.
- 27. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 79, fols.?198.
- 28. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 49, fol. 543r.
- 29. Los indios, en este mismo año, están pidiendo que su cuota se les reduzca y que tan sólo queden obligados a contribuir durante un mes al año. El protector general, tomando el partido de los indígenas, argüía: “… que ha más de 20 años que está en costumbre de no contribuir con leña a esta ciudad por ser muy pocos los indios del dicho pueblo y estar distantes del monte donde se corta, no tener cabalgaduras para su acarreo que para lo que ellos han de gastar en sus casas les cuesta mucho trabajo y que de ordinario están ocupados en sus labores y sementeras y en las de los vecinos de aquel valle que son muchos…”, en AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 30, fols. 166-175.
- 30. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 35, fols. 1030v.
- 31. Revista del Archivo Histórico Nacional, n.o 10-11, 1937, pág. 15.
- 32. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 50.
*33. Ibíd.
*34. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 35.
*35. AHNC, Fondo de Cabildos, tomo 1, fols. 795.
*36. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Santafé, tomo 1, pág. 50.
- 37. AHNC, Fondo Miscelánea, tomo 3, fols. 40.
- 38. Durante este tiempo todo el oro extraído en el reino debía venir a Santafé para ser marcado. Esta circunstancia hace explicable la importancia y el alto número de plateros (22) en Santafé.
- 39. Todo producto de extracción debía pagar una quinta parte de su valor como impuesto real, tanto sobre el producto de las minas de oro, como de esmeraldas y sal.
- 40. La última y más completa reglamentación del gremio de los plateros está en AHNC, Fondo Cédulas Reales y Órdenes, tomo 22, fols. 86 y ss. Fue transcrito parcialmente por Giraldo Jaramillo, Gabriel, en la recopilación “La miniatura, la pintura y el grabado en Colombia”, Colcultura, 1980, págs. 326 y ss.