Conciencia en verdes

Laguna Lachuá, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Chahal, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Semuc Champey, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Semuc Champey, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Chajmaic, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Chajmaic, Alta Verapaz.    Cristóbal von Rothkirch.

Raxrujá, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

San Marcos, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Gracias a Dios, Alta Verapaz.    Cristóbal von Rothkirch.

Laguna Lachuá, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Grutas de La Candelaria, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Grutas de La Candelaria, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Laguna Lachuá, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Las Conchas, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Las Conchas, Alta Verapaz.   Cristóbal von Rothkirch.

Río Dulce, Izabal.    Cristóbal von Rothkirch.

Emilio Mendizábal, Río Dulce, Izabal.    Cristóbal von Rothkirch.

Texto de: Harris Whitbeck

Si uno pasa demasiado rápido no alcanza a divisar el pequeño camino de tierra que se encuentra a un lado de la carretera que conduce del río Dulce al Petén. No lo tomaría, y quizás jamás entraría al mundo verde, al mundo encantado, al mundo escondido de Emilio Mendizábal.

El mundo de Emilio está escondido, pero tan a la mano que cualquiera lo puede visitar. Entrar allí es perderse en el misterio, en el milagro, en la seducción de un jardín secreto pero dispuesto a brindar sus placeres a todo aquel que se tome el tiempo para descubrirlo. Es un jardín botánico que Emilio construyó con sus propias manos y que ha nutrido con pocos recursos pero mucha sabiduría durante las últimas tres décadas. Tiene allí unas 2500 especies de plantas y árboles, todas importantes porque poseen algo secreto que las hace más que útiles: todas, sin excepción, son invaluables.

Al caminar por los pequeños senderos de su jardín, Emilio –sesentón, bajo de estatura y moreno de piel–, se transforma en un viejo sabio que, cuidadosamente y con amor, ha extraído de la selva sus representantes más valiosas. Conoce todas sus plantas por el nombre. Ellas, dice, son sus hijas –resguardadas cuidadosamente en su escondite tropical porque están en peligro de desaparecer.

Emilio no comenzó su vida pensando que llegaría a convertirse en uno de los botanistas más respetados de la zona. De hecho, ni es de la zona del río Dulce, ni es botanista profesional. Lo que sabe de las plantas lo ha aprendido por sí solo, viviendo con ellas día a día. Al notar cómo una planta trepadora vive de un majestuoso árbol de madera preciosa, aprende después de meses, quizás años de observación, que el árbol depende tanto de la trepadora como la trepadora del árbol: las hormigas venenosas, que podrían matar el árbol, son alérgicas a la trepadora. Cada planta se protege y se alía con un cómplice en la lucha por sobrevivir.

Emilio también es cómplice de sus plantas en el esfuerzo por hacer que la flora de la región sea al menos respetada. Su misión de vida es la creación de un banco de semillas para prever la inevitable desaparición de cientos de especies tropicales a causa del desarrollo inexorable que se da en muchas de las zonas tropicales del planeta.

El botanista que aprendió de sí mismo y que todos los días aprende de sus plantas, quiere que otros también aprendan sus secretos y los de sus hijas. Recibe al visitante como el protector de un sistema ecológico milenario, pero exquisitamente sencillo en la complejidad de sus sistemas de supervivencia e interdependencia. Visitar el jardín de Emilio es meterse de lleno en un mundo donde lo frágil no parece tanto y donde lo aparentemente perdurable podría estar a punto de desaparecer.

Emilio cuida de todo esto porque, además de amar a la naturaleza, ama el planeta que le tocó habitar. Cada semilla que siembra, cada planta que nutre, cada árbol que admira le han dejado lecciones.

En el jardín de Emilio Mendizábal se cultiva sabiduría. Sabiduría que ha evolucionado durante decenas de miles de años para resultar en las especies que allí florecen. Sabiduría que lo guía en sus esfuerzos de preservación. Sabiduría que don Emilio espera que florezca en los que visitan su jardín.