- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Diablitos y Cucambas
Currulao en Buenaventura. Dolcey Vergara, 1946. Jeremy Horner.
Tambor de un parche. Carnaval de Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
Chirimía: Trompetas, bombo y tambor. Quibdó, Chocó. Jeremy Horner.
¡Toca, toca tamborero! y no dejes de tocar. Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
En el atrio de la iglesia de San Nicolás. Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
Carnaval del Diablo en Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Carnaval del Diablo en Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en papel. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en madera. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en bronce. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Encajes de madera en balcón del Diablo, personaje risueño y danzarín que adora el golpe del tambor y las luces de la pólvora. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Genio macabro, Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Máscaras del carnaval de blancos y negros. San Juan de Pasto, Nariño. Jeremy Horner.
Máscaras del carnaval de blancos y negros. San Juan de Pasto, Nariño. Jeremy Horner.
Cuadrillas de palomas. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Cucambas y matachines. Fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba, 1874. Acuarela sobre papel blanco. 17 x 10.4 cm. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
Cucambas y matachines. Fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba, 1874. Acuarela sobre papel blanco. 17 x 10.4 cm. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
A orillas del río Magdalena cuentan de una mujer que, vestida con las plumas de una cucamba pegadas al cuerpo con miel, retó al Diablo a adivinar su nombre de pájaro. En la danza, el Diablo fracasa en su lucha por desplumar a la cucamba. El Banco, Magdalena. Jeremy Horner.
Los chinitos, fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba,1874. Acuarela sobre papel blanco. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
Cucamba en El Banco, Magdalena. Jeremy Horner.
Texto de: Nina S. de Friedemann
Pero si las crónicas de conquista se ocuparon de algún modo de las fiestas de los aborígenes, no puede hablarse de la existencia de una crónica festiva sobre los africanos recién llegados como esclavos. El drama de su situación escasamente les permitió al comienzo juntarse en las casas de enfermería al borde del mar en Cartagena de Indias, reunidos al golpe del tambor que acompañaría a las almas de los muertos en su viaje al cielo. Estos albergues, conocidos más tarde como cabildos de negros, siguieron la costumbre de las cofradías dedicadas a los santos en España, donde las había aun para gitanos. Allá, los africanos habían acogido con alegría –así fuera colocándose detrás de los santos católicos– la posibilidad de juntarse con sus dioses y sus antepasados, todos en exilio. Y también cantaban y bailaban.
En Cartagena, así mismo, los cabildos se convirtieron en refugios de pedazos de tradiciones, de huellas de canciones y de ritmos de remotos lugares. Con el tiempo se forjarían en este espacio las fiestas de memorias enmascaradas, con el habla mediadora del tambor y la marimba, y reminiscencias de sabores y aromas de la vieja Africa. Los rezos católicos a las almas del purgatorio coincidieron con el culto africano a los ancestros; la figura de San Lázaro interpretó a Omolú, el dios africano protector de las enfermedades de la piel.
No obstante, cualquier asomo de expresión aborigen tanto como las de los africanos y sus descendientes durante la colonia se tuvieron como paganas en los términos de la religión católica. Y las creencias de indios y negros se achacaron a la obra y mandato del demonio expulsado del paraíso y establecido en una monarquía en América. La Historia Natural y moral de las Indias del padre José de Acosta, impresa en Sevilla en 1590, parece haber inspirado otra de 1790 titulada Monarquía del Diablo en la gentilidad del mundo americano del padre Antonio Julián. Y ambas dan cuenta del imaginario de demonización y paganización con el cual se miraba el comportamiento ceremonial festivo de indios y negros.
En las iconografías de la época se muestra al Diablo con cara de chivo o cabrón, y se lo señala directamente como centro de culto de los negros, a quien éstos tocaban tambor y le besaban el trasero. En el ceremonial indígena, la fuerza del ritual se consideraba así mismo como una manifestación demoníaca y por ende ofensiva al cristianismo. Según el investigador Irving Goldman, el vocablo yurupari con que los indios de Amazonia en lengua franca llaman a una ceremonia sagrada, en la conversación con misioneros fue convertido en el término Diablo.
Se entiende entonces cómo en la fiesta del Corpus Christi, que dramatizaba el enfrentamiento del bien y del mal, éste en la figura del Diablo hubiera entrado a formar parte de ella como contrapunto. El interrogante sigue siendo la fecha cuando los negros lo festejaron por vez primera en el Nuevo Reino de Granada.
¿Hasta cuándo aludió la participación negra al Diablo del medioevo? ¿En qué regiones y cuándo los antepasados muertos de los negros, ya disfrazados de diablos afro-españoles, brincaron al escenario del Corpus Christi americano?
Lo que se sabe por la crónica del sueco Gosselman es que en 1825, en el Corpus Christi de Santa Fe de Bogotá, salió “una gran cantidad de lagartos, tortugas, tigres, serpientes y caimanes”, y “que el ejemplar que más llamó la atención fue una enorme tortuga en cuyo lomo iba sentado un negrito”. A continuación –dice el sueco– desfilaron los “horribles enmascarados” que danzaban “como si representaran un baile de demonios”. El los describe “equipados con colas largas, cuernos y patas de caballo”. Y añade que se defendían de la persecución que a sus espaldas les hacía el arcángel San Miguel, vestido de sedas púrpuras. Es en este momento cuando Gosselman concreta su testimonio de un Diablo jefe y diablitos de reminiscencia dominante cristiana así:
“...el ángel conseguía arrastrar tras de sí a los diablillos y al dragón...”
El Corpus Christi de La marquesa de Yolombó que escenifica Tomás Carrasquilla para el siglo XVIII en el nordeste minero de Antioquia, con nutrida presencia de los descendientes de africanos, resulta para el escritor una mezcla de “el Africa con todos los caracteres de su barbarie”. ¿Acaso se refería Carrasquilla a los diablitos como engendro de lo africano? Aunque el autor no es explícito, sí menciona cómo en un momento hubo un sacerdote de la Iglesia que prohibió la indecencia de una danza en que los diablos grandes se revolcaban ante el “Amo Patente”.
También, de la existencia de esos “diablitos” enfundados en el disfraz de los demonios católicos y en zonas de minería, se encuentra un testimonio visual más tardío, en 1874, del viajero José María Gutiérrez de Alba, referido a la fiesta de Corpus Christi en Mariquita. Es una acuarela titulada “Matachines” donde él muestra a un personaje con cara de cabro, colmillos prominentes y cachos medianos a quien claramente puede identificarse como un Diablo fiestero con su vejiga de res en la mano. El personaje es reminiscente de aquellos diablitos jubilosos, embaucadores y danzarines, carentes de la maldad de los demonios católicos que salen a bailar locamente en las fiestas colombianas del Diablo en Riosucio y en el carnaval de Barranquilla. Y también son personajes en el Baile de Diablos de Yare en Venezuela, siendo los vejigantes en las festividades de Loiza en Puerto Rico.
Para 1874, tales diablitos ya se habían dispersado por el territorio de la actual Colombia. Pedro María Revollo, el famoso prelado católico que llegó a ser Camarero Secreto supernumerario de Su Santidad, cuenta, por ejemplo, cómo en ese mismo año siendo apenas un niño de seis años vio al diablo la víspera de las fiestas de Corpus Christi en su ciudad natal de Ciénaga. Y siguió viéndolo en sus viajes de misión durante las fiestas mientras visitaba poblados del río Magdalena como Guamal y Chilloa, vecinos a Mompox.
Pero si los diablitos han sido personajes tradicionales de estas fiestas religiosas, no menos lo han sido las cucambas, encarnación de una especie de garzas o palomas blancas que habitan las palmas del vino. En Chiriguaná, en Ciénaga y en poblados al borde del río Magdalena han sido figuras tradicionales de la fiesta del Corpus, símbolos del bien y también expresiones alegóricas del aborigen de esa región. En 1874 las cucambas bailaban en Mariquita, a juzgar por el registro que en acuarela hiciera el mismo viajero español Gutiérrez de Alba. Y también lo han hecho en el Corpus Christi de Atanquez, un poblado en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, y del de Coyaima en el departamento del Tolima. Siempre bailando en oposición a los diablos.
Antiguamente, para la danza, las cucambas eran personificadas por hombres, que forraban su torso con finas y brillantes plumas blancas. Portaban una máscara de pico azul y cabeza negra, tocada con tres plumas delgadas como penachos. De la cintura a los pies se envolvían con hojas de palma y las manos con calcetines a modo de guantes. Ya en el atrio de la iglesia, los diablos intentaban azotar a los pájaros con látigos perreros, ondulantes en la mano derecha, mientras con la izquierda hacían sonar una castañuela. Las cucambas agitaban sus maracas y se defendían atacando a los diablos con picos acerados. Era un juego desenfrenado que a finales del siglo XIX todavía formaba parte de la estrategia de catequización del indígena.
#AmorPorColombia
Diablitos y Cucambas
Currulao en Buenaventura. Dolcey Vergara, 1946. Jeremy Horner.
Tambor de un parche. Carnaval de Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
Chirimía: Trompetas, bombo y tambor. Quibdó, Chocó. Jeremy Horner.
¡Toca, toca tamborero! y no dejes de tocar. Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
En el atrio de la iglesia de San Nicolás. Barranquilla, Atlántico. Jeremy Horner.
Carnaval del Diablo en Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Carnaval del Diablo en Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en papel. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en madera. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Arte diabólico: Fantasía en bronce. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Encajes de madera en balcón del Diablo, personaje risueño y danzarín que adora el golpe del tambor y las luces de la pólvora. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Genio macabro, Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Máscaras del carnaval de blancos y negros. San Juan de Pasto, Nariño. Jeremy Horner.
Máscaras del carnaval de blancos y negros. San Juan de Pasto, Nariño. Jeremy Horner.
Cuadrillas de palomas. Riosucio, Caldas. Jeremy Horner.
Cucambas y matachines. Fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba, 1874. Acuarela sobre papel blanco. 17 x 10.4 cm. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
Cucambas y matachines. Fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba, 1874. Acuarela sobre papel blanco. 17 x 10.4 cm. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
A orillas del río Magdalena cuentan de una mujer que, vestida con las plumas de una cucamba pegadas al cuerpo con miel, retó al Diablo a adivinar su nombre de pájaro. En la danza, el Diablo fracasa en su lucha por desplumar a la cucamba. El Banco, Magdalena. Jeremy Horner.
Los chinitos, fiesta de Corpus Christi en Mariquita. José María Gutiérrez de Alba,1874. Acuarela sobre papel blanco. Colección particular, Bogotá. Jeremy Horner.
Cucamba en El Banco, Magdalena. Jeremy Horner.
Texto de: Nina S. de Friedemann
Pero si las crónicas de conquista se ocuparon de algún modo de las fiestas de los aborígenes, no puede hablarse de la existencia de una crónica festiva sobre los africanos recién llegados como esclavos. El drama de su situación escasamente les permitió al comienzo juntarse en las casas de enfermería al borde del mar en Cartagena de Indias, reunidos al golpe del tambor que acompañaría a las almas de los muertos en su viaje al cielo. Estos albergues, conocidos más tarde como cabildos de negros, siguieron la costumbre de las cofradías dedicadas a los santos en España, donde las había aun para gitanos. Allá, los africanos habían acogido con alegría –así fuera colocándose detrás de los santos católicos– la posibilidad de juntarse con sus dioses y sus antepasados, todos en exilio. Y también cantaban y bailaban.
En Cartagena, así mismo, los cabildos se convirtieron en refugios de pedazos de tradiciones, de huellas de canciones y de ritmos de remotos lugares. Con el tiempo se forjarían en este espacio las fiestas de memorias enmascaradas, con el habla mediadora del tambor y la marimba, y reminiscencias de sabores y aromas de la vieja Africa. Los rezos católicos a las almas del purgatorio coincidieron con el culto africano a los ancestros; la figura de San Lázaro interpretó a Omolú, el dios africano protector de las enfermedades de la piel.
No obstante, cualquier asomo de expresión aborigen tanto como las de los africanos y sus descendientes durante la colonia se tuvieron como paganas en los términos de la religión católica. Y las creencias de indios y negros se achacaron a la obra y mandato del demonio expulsado del paraíso y establecido en una monarquía en América. La Historia Natural y moral de las Indias del padre José de Acosta, impresa en Sevilla en 1590, parece haber inspirado otra de 1790 titulada Monarquía del Diablo en la gentilidad del mundo americano del padre Antonio Julián. Y ambas dan cuenta del imaginario de demonización y paganización con el cual se miraba el comportamiento ceremonial festivo de indios y negros.
En las iconografías de la época se muestra al Diablo con cara de chivo o cabrón, y se lo señala directamente como centro de culto de los negros, a quien éstos tocaban tambor y le besaban el trasero. En el ceremonial indígena, la fuerza del ritual se consideraba así mismo como una manifestación demoníaca y por ende ofensiva al cristianismo. Según el investigador Irving Goldman, el vocablo yurupari con que los indios de Amazonia en lengua franca llaman a una ceremonia sagrada, en la conversación con misioneros fue convertido en el término Diablo.
Se entiende entonces cómo en la fiesta del Corpus Christi, que dramatizaba el enfrentamiento del bien y del mal, éste en la figura del Diablo hubiera entrado a formar parte de ella como contrapunto. El interrogante sigue siendo la fecha cuando los negros lo festejaron por vez primera en el Nuevo Reino de Granada.
¿Hasta cuándo aludió la participación negra al Diablo del medioevo? ¿En qué regiones y cuándo los antepasados muertos de los negros, ya disfrazados de diablos afro-españoles, brincaron al escenario del Corpus Christi americano?
Lo que se sabe por la crónica del sueco Gosselman es que en 1825, en el Corpus Christi de Santa Fe de Bogotá, salió “una gran cantidad de lagartos, tortugas, tigres, serpientes y caimanes”, y “que el ejemplar que más llamó la atención fue una enorme tortuga en cuyo lomo iba sentado un negrito”. A continuación –dice el sueco– desfilaron los “horribles enmascarados” que danzaban “como si representaran un baile de demonios”. El los describe “equipados con colas largas, cuernos y patas de caballo”. Y añade que se defendían de la persecución que a sus espaldas les hacía el arcángel San Miguel, vestido de sedas púrpuras. Es en este momento cuando Gosselman concreta su testimonio de un Diablo jefe y diablitos de reminiscencia dominante cristiana así:
“...el ángel conseguía arrastrar tras de sí a los diablillos y al dragón...”
El Corpus Christi de La marquesa de Yolombó que escenifica Tomás Carrasquilla para el siglo XVIII en el nordeste minero de Antioquia, con nutrida presencia de los descendientes de africanos, resulta para el escritor una mezcla de “el Africa con todos los caracteres de su barbarie”. ¿Acaso se refería Carrasquilla a los diablitos como engendro de lo africano? Aunque el autor no es explícito, sí menciona cómo en un momento hubo un sacerdote de la Iglesia que prohibió la indecencia de una danza en que los diablos grandes se revolcaban ante el “Amo Patente”.
También, de la existencia de esos “diablitos” enfundados en el disfraz de los demonios católicos y en zonas de minería, se encuentra un testimonio visual más tardío, en 1874, del viajero José María Gutiérrez de Alba, referido a la fiesta de Corpus Christi en Mariquita. Es una acuarela titulada “Matachines” donde él muestra a un personaje con cara de cabro, colmillos prominentes y cachos medianos a quien claramente puede identificarse como un Diablo fiestero con su vejiga de res en la mano. El personaje es reminiscente de aquellos diablitos jubilosos, embaucadores y danzarines, carentes de la maldad de los demonios católicos que salen a bailar locamente en las fiestas colombianas del Diablo en Riosucio y en el carnaval de Barranquilla. Y también son personajes en el Baile de Diablos de Yare en Venezuela, siendo los vejigantes en las festividades de Loiza en Puerto Rico.
Para 1874, tales diablitos ya se habían dispersado por el territorio de la actual Colombia. Pedro María Revollo, el famoso prelado católico que llegó a ser Camarero Secreto supernumerario de Su Santidad, cuenta, por ejemplo, cómo en ese mismo año siendo apenas un niño de seis años vio al diablo la víspera de las fiestas de Corpus Christi en su ciudad natal de Ciénaga. Y siguió viéndolo en sus viajes de misión durante las fiestas mientras visitaba poblados del río Magdalena como Guamal y Chilloa, vecinos a Mompox.
Pero si los diablitos han sido personajes tradicionales de estas fiestas religiosas, no menos lo han sido las cucambas, encarnación de una especie de garzas o palomas blancas que habitan las palmas del vino. En Chiriguaná, en Ciénaga y en poblados al borde del río Magdalena han sido figuras tradicionales de la fiesta del Corpus, símbolos del bien y también expresiones alegóricas del aborigen de esa región. En 1874 las cucambas bailaban en Mariquita, a juzgar por el registro que en acuarela hiciera el mismo viajero español Gutiérrez de Alba. Y también lo han hecho en el Corpus Christi de Atanquez, un poblado en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, y del de Coyaima en el departamento del Tolima. Siempre bailando en oposición a los diablos.
Antiguamente, para la danza, las cucambas eran personificadas por hombres, que forraban su torso con finas y brillantes plumas blancas. Portaban una máscara de pico azul y cabeza negra, tocada con tres plumas delgadas como penachos. De la cintura a los pies se envolvían con hojas de palma y las manos con calcetines a modo de guantes. Ya en el atrio de la iglesia, los diablos intentaban azotar a los pájaros con látigos perreros, ondulantes en la mano derecha, mientras con la izquierda hacían sonar una castañuela. Las cucambas agitaban sus maracas y se defendían atacando a los diablos con picos acerados. Era un juego desenfrenado que a finales del siglo XIX todavía formaba parte de la estrategia de catequización del indígena.