- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
El reino de la diversidad
Pictogramas antropomorfos y zoomorfos. Tomachipán, Guainía.
Parque Nacional Natural de los Katios. Chocó.
Nevado Pan de Azúcar, Sierra Nevada del Cocuy. Boyacá.
Picos Colón y Bolívar, Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.
Litoral caribe, península de La Guajira.
Plaza de Bolívar, Bogotá, ca. 1940.
Guadual limítrofe, cafetal de sombrío. Chinchiná, Caldas.
Tipos humanos: Cali, Valle del Cauca.
Tipos humanos: Bogotá.
Tipos humanos: Bolívar, Antioquia.
Tipos humanos: isla de Providencia.
Secado de fríjol al aire libre, Quindío.
Texto de: William Ospina
En su poema “Morada al sur”, Aurelio Arturo escribió que Colombia es el país donde el verde es de todos los colores. Ávido por afinar los matices de la percepción para describir la apariencia de su valle natal en el sur, donde los minifundios cultivados muestran cada uno un verde distinto, el poeta estaba también sugiriendo la clave del destino de uno de los países más diversos del mundo.
Lo que hoy llamamos Colombia (porque hubo otras Colombias en el pasado y a lo mejor habrá otras distintas en el futuro) es un desafío para quienes piensan que una nación se define por su unidad. Toda América comparte ese desafío, pero México tiene un perfil indígena milenario, Argentina un asombrado perfil europeo, el Caribe y el Brasil un perfil africano, el rostro sonriente de la mulatería. La mayor parte de los países saben en lo esencial quiénes son, saben a qué tradición pertenecen, en cambio, en los últimos tiempos el destino de Colombia ha sido secretamente envidiar a los que tienen conciencia clara de su origen y en esa medida una idea clara de su destino. No es extraño por ello que el país se debata, a comienzos del siglo xxi, en una desesperada búsqueda de su rostro futuro, y que en un mundo que ha alcanzado considerables progresos en tantos campos distintos, Colombia parezca demorarse en el umbral de las cosmogonías bárbaras, fascinada consigo misma pero incapaz de comprenderse, trenzada en una curiosa lucha de todos contra todos, que siendo tan destructiva en el campo de la guerra abarca muchos otros campos, y se manifiesta también como un tenso despliegue de fuerzas creadoras y una excesiva competencia entre todos sus componentes.
Se diría que en Colombia, siquiera metafóricamente, también lo humano es de todos los colores, y ningún elemento parece dispuesto a subordinarse a los otros. Esto ya se hizo perceptible a lo largo de la historia, y no deja de ser significativo que Colombia haya sido el país de la América mestiza que no ha marchado con entusiasmo a la zaga de los dictadores. Tuvo por breve tiempo dictadores, pero todo asomo de dictadura se vio contrariado por la enérgica reacción de algún sector de la sociedad, y uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia fue precisamente la llamada nefanda noche de septiembre, cuando algunos de los hombres que más lo admiraban entraron con puñales a la casa del Libertador Simón Bolívar, quien se proponía asumir funciones dictatoriales para responder a los desórdenes del momento. La conjura fracasó porque, ayudado por Manuela Sáenz, Bolívar logró saltar por la ventana para refugiarse en las cercanas sombras del río San Francisco, donde hoy está la avenida Jiménez de Quesada; casi todos los conjurados perdieron la vida, algunos por fusilamiento y otros por su propio sentimiento de culpa, pero el hecho dejó manifiesta una actitud que se repetiría muchas veces.
Podemos incluso advertir que esa actitud no llegó con la independencia. En tiempos de la conquista española, el joven, valiente y cruel Pedro de Ursúa, tratando de ganar méritos ante su tío el gobernador Miguel Díaz de Armendáriz, a fin de obtener licencia para ir en busca del fabuloso tesoro de Tisquesusa, libró cuatro guerras salvajes, una en el sur contra los panches, en el país de montañas azules de Neiva; otra en el este contra los muzos, en el país de las esmeraldas; otra en el noreste contra los chitareros, detrás de los cañones resecos del Chicamocha, y otra en el norte contra los taironas, en la serranía de ciudades de piedra y de nieves eternas que se alza junto al mar Caribe, y en todas ellas dio muestras de un valor inaudito y de una ferocidad de tigre. Pero al volver a Santafé para reclamar su recompensa descubrió que su tío, el gobernador, ya había sido destituido y que contra él mismo había una orden de detención por sus crueldades con los indios. Ursúa, poco antes el varón más poderoso del reino, huyó como un bandido por un río de caimanes, el río grande de la Magdalena, hacia el norte, se embarcó rumbo a Panamá, donde libró una guerra cruel contra los cimarrones, y de allí viajó al Perú, donde intentaría la desesperada conquista de la selva de las Amazonas, para morir casi enseguida a manos de Lope de Aguirre.
Algún eco de esas guerras antiguas perdura en los conflictos actuales de Colombia, y no nos prueba que el destino del país sea necesariamente la violencia, sino que nuestros males son antiguos. Uno de ellos es la debilidad que permite que cada riqueza del país engendre una guerra, por la dificultad de aglutinar a la sociedad para proteger esas riquezas y compartirlas, y la tendencia a considerar a grandes sectores de la población como un estorbo para las intenciones de unos cuantos poderosos.
Los vecinos de la antigua Grecia solían decir que cada griego era un tirano. Tal vez en Colombia esa falta de vocación colectiva por la tiranía revele más bien que aquí en cada individuo hay suficiente vocación tiránica para no aceptar someterse a ningún otro. En Grecia ello condujo a la invención de la democracia, ya que el régimen adecuado para un país en el que todos quieren ser reyes es el gobierno de todos, permitir que cada ciudadano sea una fracción del poder. Pero ese consenso exige, sin embargo, que más allá de la rivalidad exista la identificación, y es difícil que todos los colombianos logren identificarse con una personalidad, con una verdad, con una estética. Hasta ahora Colombia no ha logrado nunca un proyecto de mayorías, y muchas veces la rebelión derivó más hacia el delito que hacia la política, porque lo particular se impuso siempre sobre lo colectivo.
Un ironista colombiano solía decir que en Colombia las revoluciones salen siempre rumbo a Palacio, pero unas horas después se han desviado hacia las salsamentarias. Algo persistente y antiguo ha impedido el triunfo de proyectos de amplias perspectivas, y la extrema fragmentación permitió que el país fuera gobernado siempre por intereses parciales, por los proyectos de los sectores más poderosos e influyentes. A mediados del siglo xx, el líder Jorge Eliécer Gaitán electrizó a las multitudes con su proyecto popular, formulado a través de una oratoria apasionada, nutrida de clásicos latinos y de ideales republicanos, y el país parecía listo para incorporar a sus muchedumbres postergadas a la leyenda nacional, pero Gaitán era un civilista, se negó a tomarse el poder por vías no democráticas, y no tardó en surgir la bala tiránica que acabó con su vida, produciendo la más grande frustración de la Colombia republicana.
Ante cualquier afirmación, ante cualquier verdad, ante cualquier prestigio, siempre habrá un colombiano vehemente que se niegue, que refute, que se oponga. Ello puede ser visto como algo odiosamente negativo por los entusiastas de la autoridad, por quienes piensan que la sociedad no es viable si no se funda en la fuerza; pero hoy podemos verlo como un desafío para la imaginación, en la búsqueda de un tipo de democracia donde ser ciudadano no signifique ser un eterno subordinado, ese anodino personaje de Kafka que padece con sumisión las arbitrariedades del Estado, las pequeñas tiranías de los funcionarios, las profusas manipulaciones del poder.
Todo problema, se sabe, es una oportunidad. Tal vez esa insumisa condición de los colombianos, compartida sin duda por muchas personas hoy en el mundo, pueda simbolizar una esperanza de resistencia a los mayores males que avanzan sobre el planeta: la manipulación de las conciencias, la invasión de la vida privada, la gradual intromisión del poder en los asuntos internos de los individuos, de la que se acusaba sólo a ciertos regímenes totalitarios pero que es hoy la principal tentación de la política y del mercado. Por lo pronto para el país es una dificultad, y si algo desvela a los políticos de Colombia en los últimos tiempos es lo que un neologismo ingobernable llama la gobernabilidad. A comienzos del siglo xxi Colombia es uno de los países más ingobernables, y ello parece extraño en una edad donde el poder de los medios de comunicación, de las corporaciones y de los estados parece ya irrestricto y triunfa en tantos lugares sobre la docilidad de las muchedumbres.
La prosperidad de los Estados Unidos se funda en una dinámica de trabajo y consumo que, gracias a los medios de comunicación, no parece admitir oposición alguna. La subordinación de los alemanes o de los japoneses a la tradición y al Estado hace de esos países potencias planetarias, da vigor a sus economías y contundencia a sus ejércitos, pero también hace posibles los horrores del fascismo y corta el vuelo a toda aventura individual verdaderamente disidente. Tal vez el suicidio ritual de Mishima y la locura de Hölderlin sean símbolos de los límites de lo individual en culturas tan homogéneas, pero en Colombia si algo existe es el individuo, la tentación extrema de lo individual, y habría que ver si nuestros suicidas y nuestros dementes lo son, no por exceso de límites mentales, sino por falta de ellos, por esa avidez de absoluto que puede verse en un poema muy representativo del modo de ser de los colombianos, el poema “Soberbia”, de Porfirio Barba Jacob:
Le pedí un sublime canto que endulzara
mi rudo, monótono y áspero vivir,
él me dio una alondra de rima encantada,
yo quería mil.
Le pedí un ejemplo del ritmo seguro
con que yo pudiese gobernar mi afán,
me dio un arroyuelo, murmurio nocturno,
yo quería un mar.
Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto
para que a mis sueños prestase calor,
me dio una luciérnaga de menguado brillo,
yo quería un sol.
Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,
y el verdor edénico y el azul abril.
!Oh sórdido guía del viaje nocturno,
yo quiero morir!
¿Cómo ha llegado Colombia a formar ese tipo humano tan diverso, tan insumiso, tan irreductible, en el que se hacen nítidas las virtudes y los defectos de la idea moderna de individuo? Asomarse al país es asomarse a una región del mundo donde en todos los campos de la realidad la diversidad es la ley, y ver un proceso histórico en el que por azar, si no creemos en los dictados inapelables del destino, convergieron los elementos más diversos para producir los resultados más impredecibles.
#AmorPorColombia
El reino de la diversidad
Pictogramas antropomorfos y zoomorfos. Tomachipán, Guainía.
Parque Nacional Natural de los Katios. Chocó.
Nevado Pan de Azúcar, Sierra Nevada del Cocuy. Boyacá.
Picos Colón y Bolívar, Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena.
Litoral caribe, península de La Guajira.
Plaza de Bolívar, Bogotá, ca. 1940.
Guadual limítrofe, cafetal de sombrío. Chinchiná, Caldas.
Tipos humanos: Cali, Valle del Cauca.
Tipos humanos: Bogotá.
Tipos humanos: Bolívar, Antioquia.
Tipos humanos: isla de Providencia.
Secado de fríjol al aire libre, Quindío.
Texto de: William Ospina
En su poema “Morada al sur”, Aurelio Arturo escribió que Colombia es el país donde el verde es de todos los colores. Ávido por afinar los matices de la percepción para describir la apariencia de su valle natal en el sur, donde los minifundios cultivados muestran cada uno un verde distinto, el poeta estaba también sugiriendo la clave del destino de uno de los países más diversos del mundo.
Lo que hoy llamamos Colombia (porque hubo otras Colombias en el pasado y a lo mejor habrá otras distintas en el futuro) es un desafío para quienes piensan que una nación se define por su unidad. Toda América comparte ese desafío, pero México tiene un perfil indígena milenario, Argentina un asombrado perfil europeo, el Caribe y el Brasil un perfil africano, el rostro sonriente de la mulatería. La mayor parte de los países saben en lo esencial quiénes son, saben a qué tradición pertenecen, en cambio, en los últimos tiempos el destino de Colombia ha sido secretamente envidiar a los que tienen conciencia clara de su origen y en esa medida una idea clara de su destino. No es extraño por ello que el país se debata, a comienzos del siglo xxi, en una desesperada búsqueda de su rostro futuro, y que en un mundo que ha alcanzado considerables progresos en tantos campos distintos, Colombia parezca demorarse en el umbral de las cosmogonías bárbaras, fascinada consigo misma pero incapaz de comprenderse, trenzada en una curiosa lucha de todos contra todos, que siendo tan destructiva en el campo de la guerra abarca muchos otros campos, y se manifiesta también como un tenso despliegue de fuerzas creadoras y una excesiva competencia entre todos sus componentes.
Se diría que en Colombia, siquiera metafóricamente, también lo humano es de todos los colores, y ningún elemento parece dispuesto a subordinarse a los otros. Esto ya se hizo perceptible a lo largo de la historia, y no deja de ser significativo que Colombia haya sido el país de la América mestiza que no ha marchado con entusiasmo a la zaga de los dictadores. Tuvo por breve tiempo dictadores, pero todo asomo de dictadura se vio contrariado por la enérgica reacción de algún sector de la sociedad, y uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia fue precisamente la llamada nefanda noche de septiembre, cuando algunos de los hombres que más lo admiraban entraron con puñales a la casa del Libertador Simón Bolívar, quien se proponía asumir funciones dictatoriales para responder a los desórdenes del momento. La conjura fracasó porque, ayudado por Manuela Sáenz, Bolívar logró saltar por la ventana para refugiarse en las cercanas sombras del río San Francisco, donde hoy está la avenida Jiménez de Quesada; casi todos los conjurados perdieron la vida, algunos por fusilamiento y otros por su propio sentimiento de culpa, pero el hecho dejó manifiesta una actitud que se repetiría muchas veces.
Podemos incluso advertir que esa actitud no llegó con la independencia. En tiempos de la conquista española, el joven, valiente y cruel Pedro de Ursúa, tratando de ganar méritos ante su tío el gobernador Miguel Díaz de Armendáriz, a fin de obtener licencia para ir en busca del fabuloso tesoro de Tisquesusa, libró cuatro guerras salvajes, una en el sur contra los panches, en el país de montañas azules de Neiva; otra en el este contra los muzos, en el país de las esmeraldas; otra en el noreste contra los chitareros, detrás de los cañones resecos del Chicamocha, y otra en el norte contra los taironas, en la serranía de ciudades de piedra y de nieves eternas que se alza junto al mar Caribe, y en todas ellas dio muestras de un valor inaudito y de una ferocidad de tigre. Pero al volver a Santafé para reclamar su recompensa descubrió que su tío, el gobernador, ya había sido destituido y que contra él mismo había una orden de detención por sus crueldades con los indios. Ursúa, poco antes el varón más poderoso del reino, huyó como un bandido por un río de caimanes, el río grande de la Magdalena, hacia el norte, se embarcó rumbo a Panamá, donde libró una guerra cruel contra los cimarrones, y de allí viajó al Perú, donde intentaría la desesperada conquista de la selva de las Amazonas, para morir casi enseguida a manos de Lope de Aguirre.
Algún eco de esas guerras antiguas perdura en los conflictos actuales de Colombia, y no nos prueba que el destino del país sea necesariamente la violencia, sino que nuestros males son antiguos. Uno de ellos es la debilidad que permite que cada riqueza del país engendre una guerra, por la dificultad de aglutinar a la sociedad para proteger esas riquezas y compartirlas, y la tendencia a considerar a grandes sectores de la población como un estorbo para las intenciones de unos cuantos poderosos.
Los vecinos de la antigua Grecia solían decir que cada griego era un tirano. Tal vez en Colombia esa falta de vocación colectiva por la tiranía revele más bien que aquí en cada individuo hay suficiente vocación tiránica para no aceptar someterse a ningún otro. En Grecia ello condujo a la invención de la democracia, ya que el régimen adecuado para un país en el que todos quieren ser reyes es el gobierno de todos, permitir que cada ciudadano sea una fracción del poder. Pero ese consenso exige, sin embargo, que más allá de la rivalidad exista la identificación, y es difícil que todos los colombianos logren identificarse con una personalidad, con una verdad, con una estética. Hasta ahora Colombia no ha logrado nunca un proyecto de mayorías, y muchas veces la rebelión derivó más hacia el delito que hacia la política, porque lo particular se impuso siempre sobre lo colectivo.
Un ironista colombiano solía decir que en Colombia las revoluciones salen siempre rumbo a Palacio, pero unas horas después se han desviado hacia las salsamentarias. Algo persistente y antiguo ha impedido el triunfo de proyectos de amplias perspectivas, y la extrema fragmentación permitió que el país fuera gobernado siempre por intereses parciales, por los proyectos de los sectores más poderosos e influyentes. A mediados del siglo xx, el líder Jorge Eliécer Gaitán electrizó a las multitudes con su proyecto popular, formulado a través de una oratoria apasionada, nutrida de clásicos latinos y de ideales republicanos, y el país parecía listo para incorporar a sus muchedumbres postergadas a la leyenda nacional, pero Gaitán era un civilista, se negó a tomarse el poder por vías no democráticas, y no tardó en surgir la bala tiránica que acabó con su vida, produciendo la más grande frustración de la Colombia republicana.
Ante cualquier afirmación, ante cualquier verdad, ante cualquier prestigio, siempre habrá un colombiano vehemente que se niegue, que refute, que se oponga. Ello puede ser visto como algo odiosamente negativo por los entusiastas de la autoridad, por quienes piensan que la sociedad no es viable si no se funda en la fuerza; pero hoy podemos verlo como un desafío para la imaginación, en la búsqueda de un tipo de democracia donde ser ciudadano no signifique ser un eterno subordinado, ese anodino personaje de Kafka que padece con sumisión las arbitrariedades del Estado, las pequeñas tiranías de los funcionarios, las profusas manipulaciones del poder.
Todo problema, se sabe, es una oportunidad. Tal vez esa insumisa condición de los colombianos, compartida sin duda por muchas personas hoy en el mundo, pueda simbolizar una esperanza de resistencia a los mayores males que avanzan sobre el planeta: la manipulación de las conciencias, la invasión de la vida privada, la gradual intromisión del poder en los asuntos internos de los individuos, de la que se acusaba sólo a ciertos regímenes totalitarios pero que es hoy la principal tentación de la política y del mercado. Por lo pronto para el país es una dificultad, y si algo desvela a los políticos de Colombia en los últimos tiempos es lo que un neologismo ingobernable llama la gobernabilidad. A comienzos del siglo xxi Colombia es uno de los países más ingobernables, y ello parece extraño en una edad donde el poder de los medios de comunicación, de las corporaciones y de los estados parece ya irrestricto y triunfa en tantos lugares sobre la docilidad de las muchedumbres.
La prosperidad de los Estados Unidos se funda en una dinámica de trabajo y consumo que, gracias a los medios de comunicación, no parece admitir oposición alguna. La subordinación de los alemanes o de los japoneses a la tradición y al Estado hace de esos países potencias planetarias, da vigor a sus economías y contundencia a sus ejércitos, pero también hace posibles los horrores del fascismo y corta el vuelo a toda aventura individual verdaderamente disidente. Tal vez el suicidio ritual de Mishima y la locura de Hölderlin sean símbolos de los límites de lo individual en culturas tan homogéneas, pero en Colombia si algo existe es el individuo, la tentación extrema de lo individual, y habría que ver si nuestros suicidas y nuestros dementes lo son, no por exceso de límites mentales, sino por falta de ellos, por esa avidez de absoluto que puede verse en un poema muy representativo del modo de ser de los colombianos, el poema “Soberbia”, de Porfirio Barba Jacob:
Le pedí un sublime canto que endulzara
mi rudo, monótono y áspero vivir,
él me dio una alondra de rima encantada,
yo quería mil.
Le pedí un ejemplo del ritmo seguro
con que yo pudiese gobernar mi afán,
me dio un arroyuelo, murmurio nocturno,
yo quería un mar.
Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto
para que a mis sueños prestase calor,
me dio una luciérnaga de menguado brillo,
yo quería un sol.
Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,
y el verdor edénico y el azul abril.
!Oh sórdido guía del viaje nocturno,
yo quiero morir!
¿Cómo ha llegado Colombia a formar ese tipo humano tan diverso, tan insumiso, tan irreductible, en el que se hacen nítidas las virtudes y los defectos de la idea moderna de individuo? Asomarse al país es asomarse a una región del mundo donde en todos los campos de la realidad la diversidad es la ley, y ver un proceso histórico en el que por azar, si no creemos en los dictados inapelables del destino, convergieron los elementos más diversos para producir los resultados más impredecibles.