Prefacio

Detalle de la estatua del Montículo X. Declarada en 1995 por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en el área arqueológica de San Agustín se hallaron, dispersas por valles y colinas, más de 500 estatuas, relieves e incisiones que constituyen el mayor conjunto escultórico megalítico de Suramérica prehispánica, aunque está desprovista de la arquitectura monumental de Perú, México y América Central.  

Texto de: Benjamín Villegas

Este libro es como una expedición a un territorio conocido, en la que se encuentra que en gran parte estaba aún por conocer. Hace más de 150 años el geógrafo Agustín Codazzi estudió por primera vez las estatuas de San Agustín, y desde entonces han sido objeto de tantas investigaciones que para algunos el tema había pasado ya a un plano menos prioritario. Con todo, la fascinación que producen las estatuas en los visitantes está muy lejos de agotarse. Cuando encomendé a Efraín Sánchez preparar un libro, aprovechando la colección fotográfica que he reunido a lo largo de casi 35 años, tanto él como yo nos hallábamos lejos de imaginar que nos estábamos embarcando en un viaje de descubrimiento.

El autor llevó a cabo, con los auspicios de Villegas Editores y la colaboración del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, varias visitas a la región en compañía de fotógrafos profesionales. Convencido de que es preciso desentrañar el lenguaje del arte antes de intentar entender el pensamiento de los escultores y no al revés, como se había hecho tradicionalmente, procedió a estudiar cada una de las estatuas y comenzaron a emerger uno tras otro los hallazgos: que el contorno de la gran mayoría tiene forma fálica, para descubrir lo cual fue útil, entre otras cosas, mirarlas como nadie las había mirado antes: de perfil; que casi todas las figuras están sentadas y no de pie como se pensaba. Para interpretar las imágenes el autor partió de una extensa base conceptual y del acervo etnográfico de la antropología colombiana. Descubrió su núcleo básico y lo llamó el “mono-serpiente”, símbolo de la idea que subyace en ese arte extraño: la fertilidad. Así encontró sentido al conjunto de la estatuaria y a cada una de las figuras y descubrió por ejemplo cómo se concibió —y malinterpretó después­­— la imagen del sol fecundando la tierra de la Mesita B, y el significado de la imagen del coito entre un mono y una mujer de La Parada, o de la trompetista-tapir de El Cabuyal.

El resultado fue un manuscrito de 250 páginas, y la mayor prueba para la solidez de las interpretaciones del autor fue transformarlo en uno de 80 para que pudiera publicarse en el actual formato. Para eso tuvo que llegar a lo fundamental de sus planteamientos, sacrificando gran parte de la base conceptual, las notas de pie de página, el análisis de los estilos y el de muchas estatuas individuales. La solidez de la argumentación se mantuvo incólume y quedó este libro, que reúne la esencia de las observaciones del autor y el trabajo de fotógrafos que durante décadas hicieron sus propias expediciones al extraordinario mundo del arte del Macizo Colombiano. Un mundo ahora renovado y más sorprendente y maravilloso aun de lo que se había imaginado.