- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Epílogo
Esta extraordinaria estatua, originalmente en la Mesita C del Parque Arqueológico de San Agustín y hoy en el Bosque de las Estatuas, es una buena síntesis de la técnica escultórica y de los valores simbólicos y representativos de la estatuaria del Macizo Colombiano. Es figura masculina, por el taparrabos en forma de pirámide escalonada invertida, pero también puede describirse como femenina, por el cabello dividido en curvas dobles, y por lo tanto reúne los dos principios esenciales de la fertilidad, como los reúne el mono-serpiente de cabeza doble que forma su tocado. Tanto en términos físicos como metafóricos, está dotada de un halo singular que eleva objetos comunes de la vida cotidiana —el mono, la serpiente, el peinado, el vestido— a otros mundos y otras realidades; al mundo ultraterreno de la religión y al mundo del arte.
Grupo de las pequeñas esculturas columnarias conocidas como “guardianes de tumbas”, dispuestas en torno a una estatua hallada cerca al río Naranjos, en proximidades del Parque Arqueológico de San Agustín. Rescatadas por arqueólogos luego de servir algunas de ellas de soportes a columnas en los patios de las casas, son posiblemente la muestra más palmaria de nuestra moderna incomprensión del mundo del arte y el mundo de la vida en el Macizo Colombiano prehispánico. Probablemente jamás sirvieron de soporte, ni estuvieron expuestas a la vista, ni son ejemplos de “las esculturas más arcaicas”, como las vio José Pérez de Barradas en su expedición de 1937. Y seguramente tampoco estuvieron asociadas con la muerte sino con la vida, pues son la imagen del mono-serpiente, alegoría de la fertilidad en la estatuaria.
El Parque Arqueológico de San Agustín, establecido por el gobierno tras la compra de las tierras donde se encuentra en 1935, es el núcleo histórico de la zona arqueológica del Macizo Colombiano. Fue a este sitio a donde llegó Fray Juan de Santa Gertrudis hacia 1757, y donde hizo la mayoría de sus observaciones el geógrafo Agustín Codazzi cien años después. Aparte de las mesitas A, B, C y D y el Bosque de las Estatuas, en sus terrenos se encuentra el Alto de Lavapatas, hasta donde se sabe el sitio de ocupación más antiguo del Macizo Colombiano, y la Fuente de Lavapatas, hallada en 1937. Orgullosos de su herencia prehispánica, los miembros de la Junta Administrativa de la aldea de San Agustín expidieron en junio de 1872 una de las primeras disposiciones en Colombia sobre protección de bienes arqueológicos.
El Parque Arqueológico de San Agustín, establecido por el gobierno tras la compra de las tierras donde se encuentra en 1935, es el núcleo histórico de la zona arqueológica del Macizo Colombiano. Fue a este sitio a donde llegó Fray Juan de Santa Gertrudis hacia 1757, y donde hizo la mayoría de sus observaciones el geógrafo Agustín Codazzi cien años después. Aparte de las mesitas A, B, C y D y el Bosque de las Estatuas, en sus terrenos se encuentra el Alto de Lavapatas, hasta donde se sabe el sitio de ocupación más antiguo del Macizo Colombiano, y la Fuente de Lavapatas, hallada en 1937. Orgullosos de su herencia prehispánica, los miembros de la Junta Administrativa de la aldea de San Agustín expidieron en junio de 1872 una de las primeras disposiciones en Colombia sobre protección de bienes arqueológicos.
San Agustín es hoy cabecera de un municipio cuya relativa prosperidad se debe en gran parte al turismo. En un mes promedio de temporada recibe cerca de 8.000 visitantes de todo el mundo, atraídos ante todo por las estatuas y los restos arqueológicos. Algunos pobladores son diestros artesanos y pueden fabricar en poco tiempo reproducciones de las estatuas que venden a los turistas.
No podemos tener seguridad en cuanto a si, en tiempos prehispánicos, San Agustín e Isnos fueron centros de peregrinación, algo que, por lo demás no es exclusivo del mundo euroasiático, pero podría sospecharse que el carácter de estos lugares no fue totalmente distinto al de otros sitios de significación religiosa, donde se formaron poblaciones en torno a santuarios y vino la afluencia de forasteros, como hoy en San Agustín, aunque por razones muy distintas.
Texto de: Efrain Sánchez
El mundo del arte y el mundo de la vida
El arte es, después de la palabra, el modo más poderoso de expresión y comunicación del ser humano, y la estatuaria del Macizo Colombiano es uno de los casos más reveladores en cuanto a lo que puede aprenderse de una cultura desaparecida cuando faltan los testimonios lingüísticos. Sin embargo, es obvio que entender qué expresan y comunican las estatuas está muy lejos de ser un resultado espontáneo e inmediato. Las peculiares características de su estilo y su riqueza iconográfica hacen del arte de la estatuaria un modo de expresión sui géneris, sin paralelo en Colombia ni, en verdad, en toda América prehispánica. Es un arte singular por sus formas, por sus características iconográficas y, sin duda, por sus relaciones con los demás aspectos de la vida.
Hemos tratado de demostrar que el mundo del arte es un ámbito específico de realidad, distinto al mundo de la religión, el mito y la vida cotidiana. Entre ellos se establecen relaciones complejas a partir no solo de la imagen sino también de las formas, las técnicas, los estilos e incluso los materiales utilizados. La forma columnaria, el relieve biplano, el relieve tridimensional o el bulto redondo tienen de hecho connotaciones religiosas o mágicas en la estatuaria, subrayadas por rasgos estilísticos que se alejan en distintos grados del realismo para crear imágenes hieráticas, geométricas o fantásticas. Es un arte en el que todos los aspectos de forma, estilo e imagen están integrados dentro de un lenguaje visual ordenado y codificado hasta en sus más mínimos detalles. Dicho lenguaje visual se circunscribe de manera estricta a un número limitado de elementos. Ante todo, las que hemos identificado como formas fundamentales de la estatuaria: la forma de la piedra, la forma fálica y la forma de la cruz de anchos y cortos brazos. En segundo lugar, imágenes específicas tomadas de la naturaleza, a saber, seres humanos y animales. El reino vegetal está excluido de la estatuaria, salvo quizá por los pequeños calabazos que llevan en sus manos algunas figuras, y esta sin duda es una ausencia muy significativa y que contrasta con la relativa abundancia de representaciones de flores y frutos en la orfebrería de las demás regiones arqueológicas de Colombia. El ámbito del reino animal se limita en la estatuaria a unas pocas clases, órdenes y familias: el mono, figura emblemática de la estatuaria, las serpientes, las aves de presa y los lagartos, y excepcionalmente el jaguar, la rana, un roedor, y peces como atributos de algunas figuras. Los seres humanos, con la imagen del mono como presencia permanente, no son los de la vida cotidiana. Son, predominantemente, figuras chamanísticas provistas de un reducido número de adornos y atributos: animales (monos, serpientes, peces), niños, cráneos trofeo, implementos para la masticación de la coca y calabazos, y excepcionalmente bastones. Algunos son guerreros, reconocibles por sus armas de complejo simbolismo. Muchas imágenes humanas ostentan fauces animales, como elemento amenazador que hace alusión a los peligros representados por el mono, el jaguar o la serpiente, pero en términos más amplios, a riesgos de mayores implicaciones sociales como el sexo descontrolado, el incesto o la endogamia. Y finalmente, elementos geométricos, a saber, la pirámide escalonada, la espiral, el triángulo, el círculo, el cuadrado y el motivo reticular, todos ellos asociados con figuras animales y probablemente basados en fosfenos.
Las imágenes artísticas creadas con este lenguaje hacen referencia a imágenes mentales y conceptos religiosos, míticos o mágicos asociados con la fertilidad. La vida, su reproducción y preservación, es en última instancia el gran tema de la estatuaria. Prácticamente todos los elementos del lenguaje plástico tienen connotaciones sexuales y aluden primordialmente a los principios masculino y femenino, asociados con determinadas formas animales y geométricas. Pero el culto de la fertilidad no se presenta en términos de distinción o discriminación entre lo femenino y lo masculino, sino como integración de los dos elementos. Si bien en muchos casos es posible identificar una imagen como masculina o femenina por sus rasgos anatómicos o por algún elemento simbólico, al tratar de aplicar criterios de diferenciación a la totalidad de la estatuaria surge la situación singular de que la diferenciación sexual parece no haber sido de vital importancia para los artistas.
Una de las facetas más extraordinarias del arte del Macizo Colombiano es que las imágenes artísticas no solo dan forma concreta, visible y táctil a una visión del cosmos, sino que están integradas al cosmos. El planeta tierra, el sol, la luna, el agua, los puntos cardinales, las montañas, los ríos, en particular el Magdalena, los abismos y las cascadas de una geografía mítica y mágica son parte integral de la estatuaria. La imagen del sol fecundando a la tierra, de la Mesita B, con la figura de la tierra realmente entre la tierra y la del sol en lo alto, es desde luego una de las expresiones más espléndidas de la integración del arte y la vida en San Agustín. En el Alto de la Chaquira, el sol, el viento, las nubes, el río Magdalena que corre muy abajo, las cascadas que se precipitan sobre él y las montañas que se ven en todas direcciones, son tan protagonistas del arte como las figuras labradas sobre las piedras. Y por supuesto, la Fuente de Lavapatas asocia las imágenes de serpientes, monos y monos-serpiente con el agua y con la propia quebrada. Todos los montículos, con sus construcciones dolménicas y sus estatuas, así como las figuras que se levantaban al aire libre, tienen una posición astronómica y topográfica de la cual los escultores sin duda fueron muy conscientes. La orientación de las estatuas y los montículos hacia el este o el oeste, hacia el norte o el sur, guarda estrecha relación con los movimientos de los astros, con el nacimiento y la caída del sol, la eclíptica, los solsticios y los equinoccios, y está basada en una detallada observación de los ciclos de la naturaleza y sus efectos sobre la vida y la fertilidad.
Una dimensión esencial de esta integración entre arte y naturaleza es la correspondiente al eje vertical del cosmos, con sus dos divisiones fundamentales: el mundo de arriba, aéreo, solar y cósmico, y el mundo de abajo, subterráneo y subacuático. Los dos niveles forman parte de la composición de cada una de las estatuas y se expresan en la oposición de dos elementos, como la cabeza y los pies, la pirámide escalonada positiva y negativa y los principios masculino y femenino. Dentro de este eje vertical, el mundo subterráneo es el reino de la muerte, pero también de la vida, y entre los dos niveles no existe la separación fatal establecida en el pensamiento occidental. La muerte es parte de la vida, dentro de un proceso incesante de transformación. Los muertos y los sepulcros son parte del mundo subterráneo, pero también es allí donde se produce la fertilización que origina la vida, y esta integración de la vida y la muerte es la característica más decisiva de la región arqueológica del Macizo Colombiano. Con excepción quizá del Alto de la Chaquira y la Fuente de Lavapatas, todos los sitios arqueológicos son necrópolis, y en ellos se han excavado centenares de tumbas. La mayoría de las estatuas estaban sepultadas, y esto desde luego acentúa la percepción general de San Agustín e Isnos como centros funerarios. Sin embargo, muchas estatuas, escasas en número pero de elevada significación, estuvieron erigidas al aire libre. Rodeadas de tumbas y por lo tanto asociadas con la muerte, estas estatuas representan, esencialmente, imágenes de la vida y del mundo de arriba. Varias son estatuas solares, como las de las Mesitas B y C, o aéreas, como las aves de presa con serpiente, o hacen alusión directa, como estas últimas y las estatuas con pez y serpiente de la Mesita B, a la fertilidad. Algunas tienen que ver con los orígenes y la ascendencia, como el mono que posee a una mujer, de Uyumbe, o la trompetista tapir de El Cabuyal y los seres que extraen de su boca al mono-serpiente. Otras más representan la síntesis de los poderes chamanísticos y de los principios masculino y femenino, como las estatuas con el espíritu multiforme a cuestas. Todas estas estatuas representan y comunican los contenidos simbólicos y los valores visuales esenciales depositados en la estatuaria. Con absoluta seguridad, no estaban allí como ornamento para los cementerios, sino que debieron ser los focos de actividades ceremoniales frecuentes y esenciales en la vida de las sociedades prehispánicas, presididas por chamanes o sacerdotes.
La vida y la muerte, la naturaleza y el arte, estuvieron estrechamente vinculados en el Macizo Colombiano no solo en el nivel simbólico. Está demostrado que las necrópolis, los sitios de la estatuaria monumental y de las ceremonias religiosas, fueron también lugares de habitación humana. Claramente, eran sitios funerarios y ceremoniales habitados por comunidades vivas. No todos los lugares estuvieron habitados al mismo tiempo, y es difícil saber cómo se articulaban físicamente los espacios funerario, ceremonial y habitacional, pero parece evidente que había distinción entre ellos. Podría suponerse que los montículos y las estatuas independientes tenían su propio espacio, a manera de plazas o parques, rodeados por viviendas. Nuevamente salta a la vista la inexistencia de templos o palacios de piedra, pero al parecer no todas las construcciones, hechas de materiales perecederos, tenían el mismo tamaño, y por lo tanto es posible que se hubieran diferenciado en cuanto a su importancia. Con todo, los objetos hallados en excavaciones ?sistemáticas no comprueban la acumulación de riqueza económica por parte de una élite. Estas evidencias demuestran, una vez más, que la estatuaria no fue un arte de ostentación relacionado con el dominio de una casta o clase, o conmemorativo de conquistas o glorias pasadas.
El mundo del arte y el mundo de la vida jamás estuvieron apartados en el Macizo Colombiano, pero es visible el gran contraste entre ellos. Una sociedad agrícola relativamente sencilla y modesta produjo un arte que es todo, menos sencillo y modesto. En un valle remoto y aislado floreció un arte único, original, peculiar en su estilo y en sus imágenes, pero que muestra elementos de muy diversa procedencia, y cuya influencia llegó sin duda a sitios muy distintos y distantes. Esto, sin duda, es elocuente expresión del doble carácter de la región y sus habitantes, recluidos y lejanos, pero al mismo tiempo con líneas de comunicación abiertas en todas direcciones. Los orígenes de las sociedades y el arte del Macizo Colombiano prehispánico aún continúan en el misterio. Sin embargo, las imágenes artísticas y los valores visuales depositados en ellas parecen comprobar la procedencia primigenia de un medio cálido y selvático, y un contacto permanente con ese medio. No es casual la extraordinaria afinidad entre las imágenes artísticas de la estatuaria y las imágenes mentales existentes aún hoy en sitios muy lejanos como el territorio del Vaupés. Todo parece indicar cierta unidad intrínseca de pensamiento extendida desde tiempos muy remotos por toda la cuenca amazónica. Cómo y por qué llegaron a su fin estas sociedades y su arte son también interrogantes para los cuales no tenemos respuesta. Al parecer, para el siglo décimo de nuestra era dominaban en el Macizo Colombiano nuevos grupos y la estatuaria monumental estaba abandonada. Pero no existen rastros de catástrofes naturales o de invasiones destructivas, y al parecer los recién llegados no se ocuparon de eliminar o sustituir los cultos preexistentes, pues ya pertenecían a un pasado del cual no se conservó memoria. Los bosques se encargaron de preservar una de las más extraordinarias herencias culturales del Nuevo Mundo.
#AmorPorColombia
Epílogo
Esta extraordinaria estatua, originalmente en la Mesita C del Parque Arqueológico de San Agustín y hoy en el Bosque de las Estatuas, es una buena síntesis de la técnica escultórica y de los valores simbólicos y representativos de la estatuaria del Macizo Colombiano. Es figura masculina, por el taparrabos en forma de pirámide escalonada invertida, pero también puede describirse como femenina, por el cabello dividido en curvas dobles, y por lo tanto reúne los dos principios esenciales de la fertilidad, como los reúne el mono-serpiente de cabeza doble que forma su tocado. Tanto en términos físicos como metafóricos, está dotada de un halo singular que eleva objetos comunes de la vida cotidiana —el mono, la serpiente, el peinado, el vestido— a otros mundos y otras realidades; al mundo ultraterreno de la religión y al mundo del arte.
Grupo de las pequeñas esculturas columnarias conocidas como “guardianes de tumbas”, dispuestas en torno a una estatua hallada cerca al río Naranjos, en proximidades del Parque Arqueológico de San Agustín. Rescatadas por arqueólogos luego de servir algunas de ellas de soportes a columnas en los patios de las casas, son posiblemente la muestra más palmaria de nuestra moderna incomprensión del mundo del arte y el mundo de la vida en el Macizo Colombiano prehispánico. Probablemente jamás sirvieron de soporte, ni estuvieron expuestas a la vista, ni son ejemplos de “las esculturas más arcaicas”, como las vio José Pérez de Barradas en su expedición de 1937. Y seguramente tampoco estuvieron asociadas con la muerte sino con la vida, pues son la imagen del mono-serpiente, alegoría de la fertilidad en la estatuaria.
El Parque Arqueológico de San Agustín, establecido por el gobierno tras la compra de las tierras donde se encuentra en 1935, es el núcleo histórico de la zona arqueológica del Macizo Colombiano. Fue a este sitio a donde llegó Fray Juan de Santa Gertrudis hacia 1757, y donde hizo la mayoría de sus observaciones el geógrafo Agustín Codazzi cien años después. Aparte de las mesitas A, B, C y D y el Bosque de las Estatuas, en sus terrenos se encuentra el Alto de Lavapatas, hasta donde se sabe el sitio de ocupación más antiguo del Macizo Colombiano, y la Fuente de Lavapatas, hallada en 1937. Orgullosos de su herencia prehispánica, los miembros de la Junta Administrativa de la aldea de San Agustín expidieron en junio de 1872 una de las primeras disposiciones en Colombia sobre protección de bienes arqueológicos.
El Parque Arqueológico de San Agustín, establecido por el gobierno tras la compra de las tierras donde se encuentra en 1935, es el núcleo histórico de la zona arqueológica del Macizo Colombiano. Fue a este sitio a donde llegó Fray Juan de Santa Gertrudis hacia 1757, y donde hizo la mayoría de sus observaciones el geógrafo Agustín Codazzi cien años después. Aparte de las mesitas A, B, C y D y el Bosque de las Estatuas, en sus terrenos se encuentra el Alto de Lavapatas, hasta donde se sabe el sitio de ocupación más antiguo del Macizo Colombiano, y la Fuente de Lavapatas, hallada en 1937. Orgullosos de su herencia prehispánica, los miembros de la Junta Administrativa de la aldea de San Agustín expidieron en junio de 1872 una de las primeras disposiciones en Colombia sobre protección de bienes arqueológicos.
San Agustín es hoy cabecera de un municipio cuya relativa prosperidad se debe en gran parte al turismo. En un mes promedio de temporada recibe cerca de 8.000 visitantes de todo el mundo, atraídos ante todo por las estatuas y los restos arqueológicos. Algunos pobladores son diestros artesanos y pueden fabricar en poco tiempo reproducciones de las estatuas que venden a los turistas.
No podemos tener seguridad en cuanto a si, en tiempos prehispánicos, San Agustín e Isnos fueron centros de peregrinación, algo que, por lo demás no es exclusivo del mundo euroasiático, pero podría sospecharse que el carácter de estos lugares no fue totalmente distinto al de otros sitios de significación religiosa, donde se formaron poblaciones en torno a santuarios y vino la afluencia de forasteros, como hoy en San Agustín, aunque por razones muy distintas.
Texto de: Efrain Sánchez
El mundo del arte y el mundo de la vida
El arte es, después de la palabra, el modo más poderoso de expresión y comunicación del ser humano, y la estatuaria del Macizo Colombiano es uno de los casos más reveladores en cuanto a lo que puede aprenderse de una cultura desaparecida cuando faltan los testimonios lingüísticos. Sin embargo, es obvio que entender qué expresan y comunican las estatuas está muy lejos de ser un resultado espontáneo e inmediato. Las peculiares características de su estilo y su riqueza iconográfica hacen del arte de la estatuaria un modo de expresión sui géneris, sin paralelo en Colombia ni, en verdad, en toda América prehispánica. Es un arte singular por sus formas, por sus características iconográficas y, sin duda, por sus relaciones con los demás aspectos de la vida.
Hemos tratado de demostrar que el mundo del arte es un ámbito específico de realidad, distinto al mundo de la religión, el mito y la vida cotidiana. Entre ellos se establecen relaciones complejas a partir no solo de la imagen sino también de las formas, las técnicas, los estilos e incluso los materiales utilizados. La forma columnaria, el relieve biplano, el relieve tridimensional o el bulto redondo tienen de hecho connotaciones religiosas o mágicas en la estatuaria, subrayadas por rasgos estilísticos que se alejan en distintos grados del realismo para crear imágenes hieráticas, geométricas o fantásticas. Es un arte en el que todos los aspectos de forma, estilo e imagen están integrados dentro de un lenguaje visual ordenado y codificado hasta en sus más mínimos detalles. Dicho lenguaje visual se circunscribe de manera estricta a un número limitado de elementos. Ante todo, las que hemos identificado como formas fundamentales de la estatuaria: la forma de la piedra, la forma fálica y la forma de la cruz de anchos y cortos brazos. En segundo lugar, imágenes específicas tomadas de la naturaleza, a saber, seres humanos y animales. El reino vegetal está excluido de la estatuaria, salvo quizá por los pequeños calabazos que llevan en sus manos algunas figuras, y esta sin duda es una ausencia muy significativa y que contrasta con la relativa abundancia de representaciones de flores y frutos en la orfebrería de las demás regiones arqueológicas de Colombia. El ámbito del reino animal se limita en la estatuaria a unas pocas clases, órdenes y familias: el mono, figura emblemática de la estatuaria, las serpientes, las aves de presa y los lagartos, y excepcionalmente el jaguar, la rana, un roedor, y peces como atributos de algunas figuras. Los seres humanos, con la imagen del mono como presencia permanente, no son los de la vida cotidiana. Son, predominantemente, figuras chamanísticas provistas de un reducido número de adornos y atributos: animales (monos, serpientes, peces), niños, cráneos trofeo, implementos para la masticación de la coca y calabazos, y excepcionalmente bastones. Algunos son guerreros, reconocibles por sus armas de complejo simbolismo. Muchas imágenes humanas ostentan fauces animales, como elemento amenazador que hace alusión a los peligros representados por el mono, el jaguar o la serpiente, pero en términos más amplios, a riesgos de mayores implicaciones sociales como el sexo descontrolado, el incesto o la endogamia. Y finalmente, elementos geométricos, a saber, la pirámide escalonada, la espiral, el triángulo, el círculo, el cuadrado y el motivo reticular, todos ellos asociados con figuras animales y probablemente basados en fosfenos.
Las imágenes artísticas creadas con este lenguaje hacen referencia a imágenes mentales y conceptos religiosos, míticos o mágicos asociados con la fertilidad. La vida, su reproducción y preservación, es en última instancia el gran tema de la estatuaria. Prácticamente todos los elementos del lenguaje plástico tienen connotaciones sexuales y aluden primordialmente a los principios masculino y femenino, asociados con determinadas formas animales y geométricas. Pero el culto de la fertilidad no se presenta en términos de distinción o discriminación entre lo femenino y lo masculino, sino como integración de los dos elementos. Si bien en muchos casos es posible identificar una imagen como masculina o femenina por sus rasgos anatómicos o por algún elemento simbólico, al tratar de aplicar criterios de diferenciación a la totalidad de la estatuaria surge la situación singular de que la diferenciación sexual parece no haber sido de vital importancia para los artistas.
Una de las facetas más extraordinarias del arte del Macizo Colombiano es que las imágenes artísticas no solo dan forma concreta, visible y táctil a una visión del cosmos, sino que están integradas al cosmos. El planeta tierra, el sol, la luna, el agua, los puntos cardinales, las montañas, los ríos, en particular el Magdalena, los abismos y las cascadas de una geografía mítica y mágica son parte integral de la estatuaria. La imagen del sol fecundando a la tierra, de la Mesita B, con la figura de la tierra realmente entre la tierra y la del sol en lo alto, es desde luego una de las expresiones más espléndidas de la integración del arte y la vida en San Agustín. En el Alto de la Chaquira, el sol, el viento, las nubes, el río Magdalena que corre muy abajo, las cascadas que se precipitan sobre él y las montañas que se ven en todas direcciones, son tan protagonistas del arte como las figuras labradas sobre las piedras. Y por supuesto, la Fuente de Lavapatas asocia las imágenes de serpientes, monos y monos-serpiente con el agua y con la propia quebrada. Todos los montículos, con sus construcciones dolménicas y sus estatuas, así como las figuras que se levantaban al aire libre, tienen una posición astronómica y topográfica de la cual los escultores sin duda fueron muy conscientes. La orientación de las estatuas y los montículos hacia el este o el oeste, hacia el norte o el sur, guarda estrecha relación con los movimientos de los astros, con el nacimiento y la caída del sol, la eclíptica, los solsticios y los equinoccios, y está basada en una detallada observación de los ciclos de la naturaleza y sus efectos sobre la vida y la fertilidad.
Una dimensión esencial de esta integración entre arte y naturaleza es la correspondiente al eje vertical del cosmos, con sus dos divisiones fundamentales: el mundo de arriba, aéreo, solar y cósmico, y el mundo de abajo, subterráneo y subacuático. Los dos niveles forman parte de la composición de cada una de las estatuas y se expresan en la oposición de dos elementos, como la cabeza y los pies, la pirámide escalonada positiva y negativa y los principios masculino y femenino. Dentro de este eje vertical, el mundo subterráneo es el reino de la muerte, pero también de la vida, y entre los dos niveles no existe la separación fatal establecida en el pensamiento occidental. La muerte es parte de la vida, dentro de un proceso incesante de transformación. Los muertos y los sepulcros son parte del mundo subterráneo, pero también es allí donde se produce la fertilización que origina la vida, y esta integración de la vida y la muerte es la característica más decisiva de la región arqueológica del Macizo Colombiano. Con excepción quizá del Alto de la Chaquira y la Fuente de Lavapatas, todos los sitios arqueológicos son necrópolis, y en ellos se han excavado centenares de tumbas. La mayoría de las estatuas estaban sepultadas, y esto desde luego acentúa la percepción general de San Agustín e Isnos como centros funerarios. Sin embargo, muchas estatuas, escasas en número pero de elevada significación, estuvieron erigidas al aire libre. Rodeadas de tumbas y por lo tanto asociadas con la muerte, estas estatuas representan, esencialmente, imágenes de la vida y del mundo de arriba. Varias son estatuas solares, como las de las Mesitas B y C, o aéreas, como las aves de presa con serpiente, o hacen alusión directa, como estas últimas y las estatuas con pez y serpiente de la Mesita B, a la fertilidad. Algunas tienen que ver con los orígenes y la ascendencia, como el mono que posee a una mujer, de Uyumbe, o la trompetista tapir de El Cabuyal y los seres que extraen de su boca al mono-serpiente. Otras más representan la síntesis de los poderes chamanísticos y de los principios masculino y femenino, como las estatuas con el espíritu multiforme a cuestas. Todas estas estatuas representan y comunican los contenidos simbólicos y los valores visuales esenciales depositados en la estatuaria. Con absoluta seguridad, no estaban allí como ornamento para los cementerios, sino que debieron ser los focos de actividades ceremoniales frecuentes y esenciales en la vida de las sociedades prehispánicas, presididas por chamanes o sacerdotes.
La vida y la muerte, la naturaleza y el arte, estuvieron estrechamente vinculados en el Macizo Colombiano no solo en el nivel simbólico. Está demostrado que las necrópolis, los sitios de la estatuaria monumental y de las ceremonias religiosas, fueron también lugares de habitación humana. Claramente, eran sitios funerarios y ceremoniales habitados por comunidades vivas. No todos los lugares estuvieron habitados al mismo tiempo, y es difícil saber cómo se articulaban físicamente los espacios funerario, ceremonial y habitacional, pero parece evidente que había distinción entre ellos. Podría suponerse que los montículos y las estatuas independientes tenían su propio espacio, a manera de plazas o parques, rodeados por viviendas. Nuevamente salta a la vista la inexistencia de templos o palacios de piedra, pero al parecer no todas las construcciones, hechas de materiales perecederos, tenían el mismo tamaño, y por lo tanto es posible que se hubieran diferenciado en cuanto a su importancia. Con todo, los objetos hallados en excavaciones ?sistemáticas no comprueban la acumulación de riqueza económica por parte de una élite. Estas evidencias demuestran, una vez más, que la estatuaria no fue un arte de ostentación relacionado con el dominio de una casta o clase, o conmemorativo de conquistas o glorias pasadas.
El mundo del arte y el mundo de la vida jamás estuvieron apartados en el Macizo Colombiano, pero es visible el gran contraste entre ellos. Una sociedad agrícola relativamente sencilla y modesta produjo un arte que es todo, menos sencillo y modesto. En un valle remoto y aislado floreció un arte único, original, peculiar en su estilo y en sus imágenes, pero que muestra elementos de muy diversa procedencia, y cuya influencia llegó sin duda a sitios muy distintos y distantes. Esto, sin duda, es elocuente expresión del doble carácter de la región y sus habitantes, recluidos y lejanos, pero al mismo tiempo con líneas de comunicación abiertas en todas direcciones. Los orígenes de las sociedades y el arte del Macizo Colombiano prehispánico aún continúan en el misterio. Sin embargo, las imágenes artísticas y los valores visuales depositados en ellas parecen comprobar la procedencia primigenia de un medio cálido y selvático, y un contacto permanente con ese medio. No es casual la extraordinaria afinidad entre las imágenes artísticas de la estatuaria y las imágenes mentales existentes aún hoy en sitios muy lejanos como el territorio del Vaupés. Todo parece indicar cierta unidad intrínseca de pensamiento extendida desde tiempos muy remotos por toda la cuenca amazónica. Cómo y por qué llegaron a su fin estas sociedades y su arte son también interrogantes para los cuales no tenemos respuesta. Al parecer, para el siglo décimo de nuestra era dominaban en el Macizo Colombiano nuevos grupos y la estatuaria monumental estaba abandonada. Pero no existen rastros de catástrofes naturales o de invasiones destructivas, y al parecer los recién llegados no se ocuparon de eliminar o sustituir los cultos preexistentes, pues ya pertenecían a un pasado del cual no se conservó memoria. Los bosques se encargaron de preservar una de las más extraordinarias herencias culturales del Nuevo Mundo.