- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Siluetas humanas
Siluetas Humanas Texto de: Bricadier general, Gabriel Puyana Garcia. El principal protagonista Sin duda el principal protagonista del Conflicto ColomboPeruano? de 1932, fue la nación entera, en esa admirable simbiosis entre sus dirigentes y su pueblo. Sólo así fue posible que el país afrontara en forma inmediata una situación de tanta gravedad que despertó conciencia de solidaridad nacional al hacer que Colombia, como un solo ser, reaccionara con profundo entusiasmo para integrarse en la noble causa de la defensa de sus derechos, de su soberanía y su dignidad. La forma generosa como la ciudadanía respondió al llamado que le hiciera el gobierno, con la entrega de sus más significativas pertenencias, entre ellas el oro de los símbolos de unión matrimonial, fue significativa como emocionada afirmación de amor apasionado por la patria y de la confianza que en ese momento el pueblo tuvo en sus gobernantes. Este esbozo de algunos perfiles biográficos no significa que las figuras exaltadas sean las únicas que lo merecen sino que, en la obvia imposibilidad de hacerlo con todos los compatriotas que se distinguieron, se han tomado algunas de las semblanzas más representativas para rendir con ellas testimonio de gratitud, reconocimiento y admiración, hacia quienes salvaron el honor nacional y los altos intereses de la patria. Enrique Olaya Herrera, presidente de la república. Para bien de Colombia, en el momento de presentarse el conflicto se encontraba al frente del gobierno este compatriota ilustre que, con la conciencia de sus altas responsabilidades, supo afrontar la suerte incierta que se abría a la patria. Sus condiciones innatas de líder político, su coraje personal, su inteligencia y su visión de estadista, así como la experiencia adquirida en labores administrativas durante su amplia trayectoria de hombre público, fueron factores fundamentales para que pudiera cumplir en forma sobresaliente su difícil gestión en ese período crucial. En 1905, cuando era funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, publicó su obra intitulada Cuestiones territoriales, en la que se aprecia amplia familiarización con los problemas de Colombia en sus áreas fronterizas. Expresó en ese libro: “Es doloroso observar cómo el Perú ha llevado sus pretensiones a un extremo que las hace no sólo inadmisibles sino profundamente irritantes”. En 1911, al presentarse el incidente fronterizo de La Pedrera, él ocupaba el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, lo cual él le dio sólida versación en esta circunstancia conflictiva. Su programa de gobierno, que denominó “Concentración Nacional”, facilitó la disposición anímica de los colombianos para rechazar exclusivismos de partido. A pesar de la fuerte oposición de un sector del conservatismo encabezado por el doctor Laureano Gómez, fue éste quien, en gesto admirable de patriotismo, lanzó en el parlamento la significativa consigna: “Paz, paz en el interior y guerra en las fronteras hasta el fin”. Olaya Herrera era oriundo de Guateque (Boyacá), donde había nacido el lÕ de noviembre de 1880. En 1910 hizo parte de la Asamblea Nacional, que presentó importantes enmiendas constitucionales. Se desempeñó como Ministro de Relaciones Exteriores en los gobiernos de Carlos E. Restrepo y de Jorge Holguín, y su contribución fue decisiva para acordar el Tratado con los Estados Unidos posterior a la separación de Panamá. Dadas sus reconocidas habilidades diplomáticas, los gobiernos conservadores lo mantuvieron al frente de las legaciones en Argentina, Chile y Estados Unidos, de donde regresó como candidato a la presidencia para alcanzar esta máxima investidura. Cuando se empeñaba a fondo para hacer frente a la dura crisis financiera que sacudió al mundo entre 1929 y 1932, tuvo que afrontar el conflicto bélico. Su prestigio internacional permitió al país obtener un crédito de 17 millones de dólares, que sirvió para cancelar deudas anteriores y poner al día la Tesorería General de la República, lo que resultó de especial trascendencia, cuando fue necesario pasar de una economía de paz a la economía de guerra. Su concepción de brillante estadista, lo llevó a combinar acertadamente el empleo de la fuerza con la hábil gestión diplomática ante los organismos internacionales y ante las demás naciones, para que se entendiera la justicia de la causa y se obtuviera el apoyo que reclamaba Colombia como nación agredida. Al terminar su período presidencial tuvo el gesto de aceptar nuevamente el Ministerio de Relaciones Exteriores, por cuanto comprendió que desde allí podría seguir sirviendo los intereses de su patria. Años después, cuando ejercía el cargo de embajador ante la Santa Sede, el 18 de febrero de 1937, lo sorprendió la muerte en momentos en que se aprestaba a asumir por segunda vez la candidatura presidencial su deceso conmocionó al país por lo que fue la vida de este eminente colombiano, a quien tanto debe la patria, pues su dirección en las horas difíciles fue garantía de éxito. La perennidad de su recuerdo habrá de reflejar el sentimiento de la nación agradecida. Algunos Ministros Guerra Hasta julio de 1931 el general Agustín Morales Olaya ejerció el cargo de Ministro de Guerra que venía desempeñando en la administración del presidente Abadía Méndez. Durante su gestión se establecieron algunos puestos militares en San Miguel (12 soldados), Caucaya (39), La Tagua (10), El Encanto (17), Leticia (30), y fueron enviados al río Putumayo los cañoneros Santa Marta y Cartagena, lo que fue un verdadero acierto. Al general Morales lo reemplazó el prestigioso doctor Carlos Adolfo Urueta, quien sólo permaneció 40 días a causa de su muerte repentina. En condición de encargado se desempeñó por unos meses el general Aníbal Angel B., y el 27 de noviembre fue nombrado para sucederle el distinguido profesional doctor Carlos Arango Vélez. El dinamismo del doctor Arango Vélez, sus vastos conocimientos sobre los problemas limítrofes y acertado juicio de que los peruanos mantenían aspiraciones territoriales en nuestras zonas fronterizas, condujeron a la pronta reparación de los cañoneros Mosquera y Barranquilla para aumentar nuestra presencia en los vastos territorios amazónicos. Se nombró jefe de fronteras al general Amadeo Rodríguez y se dispuso recoger los puestos militares que se encontraban en el Putumayo abajo de El Encanto, así como el pelotón de soldados que guarnecía a Leticia. Esta determinación fue muy criticada, pero el Ministro la justificó al afirmar que si los peruanos llegaban a copar esta reducida fuerza, podían argumentar el denominado derecho de Debellatio para hacerse a un título basado en una victoria militar dentro de un enfrentamiento de ejércitos regulares. La fuerte personalidad del presidente Olaya Herrera y el carácter altivo del Ministro Arango Vélez, originaron entre los dos ciertas desavenencias que ocasionaron la renuncia del doctor Arango Vélez, por lo cual fue designado para el cargo el capitán (r) Carlos Uribe Gaviria, quien tomó posesión la noche del 23 de mayo de 1932. Correspondería al capitán Uribe ejercer estas importantes funciones durante el desarrollo del conflicto, pues permaneció en su cargo hasta el 26 de noviembre de 1933. El capitán Uribe, hijo del eminente patricio y distinguido hombre público general Rafael Uribe Uribe, hizo sus estudios militares en la Escuela Militar de Chile, cuando su padre desempeñaba el cargo de jefe de la legación colombiana en ese país. Al graduarse como oficial prestó sus servicios en cuerpos de tropa del Ejército chileno y se retiró con el grado de capitán. Su amistad personal con el presidente de la República y los conocimientos que tenía sobre los aspectos relacionados con el quehacer militar, así como el hecho de ser hijo de una de las más preclaras figuras que tuvo no sólo su partido sino el país, hizo que el presidente Olaya le diera amplio respaldo, por la confianza que le supo inspirar su gestión eficiente, patriótica y entusiasta. Su excelente obra La verdad sobre la guerra, publicada en dos volúmenes por la Editorial Cromos en 1936, constituye el más completo relato de lo que fueron las incidencias del conflicto en el Frente Militar, desde la movilización y adecuación del estamento castrense de paz hasta las necesidades de la guerra. Con entereza asumió decisiones que a la postre resultaron muy convenientes al interés nacional, como fue la del nombramiento del comandante del Destacamento del Putumayo. Al respecto Uribe Gaviria escribió: “Como comandante de este Destacamento fue nombrado el coronel Roberto Rico, a quien yo conocía a fondo y a quien sostuve a todo trance contra las muchas intentonas que se hici eron para reemplazarlo, valiéndose para ello de chismes e informaciones tendenciosas. Varias veces me preguntó el presidente de la república quizás a causa de aquellas sugestiones malévolas si no sería mas conveniente dejar el mando al general Amadeo Rodriguez, y siempre de manera invariable, le contesté mi absoluta confianza en el coronel Rico, por que fuera de sus excelentes cualidades de militar, poseía el tino, la calma y la ecuanimidad requeridos para un puesto de semejante responsabilidad”. Con admirable consagración a sus responsabilidades, Uribe Gaviria varias veces visitó el frente de guerra, sometiéndose a los azares de la navegación aérea y fluvial, compartiendo con las tropas las dificultades propias de la vida de campaña. Su sencillez, su trato amable y su constante preocupación para resolver los graves problemas de orden logístico, le ganaron sentimientos de gratitud y simpatía, no sólo de los mandos sino de la oficialidad subalterna y de los soldados, lo cual contribuyó al éxito de su gestión ministerial y al resultado positivo de las misiones de guerra. Hacienda Se ha sostenido que gracias a la acción militar y las hábiles gestiones de la diplomacia, le fue posible al país salir airoso de las difíciles situaciones que hubo de afrontar. Hay, sin embargo, otro aspecto de suma importancia que merece debido reconocimiento: el de la gestión admirable y eficiente de Esteban Jaramillo, como Ministro de Hacienda, la compleja tarea de pasar de una economía de paz a una economía de guerra, dentro de un lapso angustioso, lo cual fue calificado como verdadero y sorprendente milagro de administración pública. Con la sencillez propia de su manera de ser, al conocerse la toma de Leticia declaró en el Congreso: Colombia ha estado arreglando las finanzas de la paz pero llegado el caso haremos también las finanzas de la guerra. Gracias a su inteligencia y a su dinamismo, supo manejar las finanzas del país para arbitrar los recursos exigidos por la confrontación militar. Como Ministro del Tesoro durante la administración de don Marco Fidel Suárez, le correspondió en 1919 y 1921, enfrentar las dificultades que se generaron al término de la 1 Guerra Mundial, para lo cual puso en juego no sólo sus sólidos conocimientos en asuntos económicos sino su extraordinaria imaginación, puestos también al servicio de la administración Abadía Méndez de 1927 a 1928. En muy corto tiempo logró que la ciudadanía suscribiera un empréstito de más de diez millones de pesos, en cumplimiento de la ley 12 de 1932. Cuando estos recursos se agotaron, hizo que el gobierno negociara con el Banco de la República un préstamo de cinco millones de pesos, para cuya amortización ideó la “Cuota Militar” que debían pagar los mayores de 18 que no prestaran el servicio en filas. Su hábil gestión hizo posible atender la emergencia fronteriza, dotando al estamento militar del personal, las armas, el equipo y demás elementos de combate y logísticos. Los muchos millones acopiados para el conflicto, una vez superada la situación bélica, resultaron eficaces para atender los territorios abandonados en el sur del país, el sostenimiento de las flotillas fluviales y aéreas, la atención de complejos problemas sanitarios en los malos climas de la región, no sólo de los contingentes militares sino de los pobladores civiles indígenas y colonos, que desde tiempo atrás vivían en lamentable abandono. Esteban Jaramillo fue artífice esencial para que el Frente Interno correspondiera a los Frentes Militar y Diplomático y se pudieran salvaguardar los intereses nacionales ante la agresión peruana. Obras públicas Se distinguió por la atención dinámica y entusiasta al complejo problema de las comunicaciones con las impenetradas regiones amazónicas, el doctor Alfonso Araújo al frente de la cartera de Obras Públicas con la rápida construcción de la carretera que debería unir a Baraya con Florencia y Venecia, la de Pasto con Puerto Asís y la terminación del sector faltante para unir a Popayán con Pasto. El despacho a su cargo, con una legión de ingenieros y trabajadores civiles de ese Ministerio, procedió, a partir de septiembre de 1932, a construir dichas carreteras en forma inmediata. La acción integrada con el Ministerio de Guerra y la eficacia con que el Ejército supo organizar las líneas de comunicaciones con los centros y medios de transporte, desde columnas hipomóviles, cargueros a espalda, remolcadores, balsas y unidades fluviales, hizo posible el prodigioso apoyo logístico de las tropas, llevado desde el interior del país. Principales jefes militares General Alfredo Vásquez Cobo Nació en Cali el 9 de febrero de 1869 en el hogar de don José Vásquez y doña Carmen Cobo, distinguidos miembros de la sociedad caucana. Realizó sus primeros estudios en el seminario de Popayán, donde fue condiscípulo del poeta Guillermo Valencia, con quien siempre mantuvo estrecha amistad a pesar de sus diferencias dentro del mismo partido político. Se graduó ingeniero en la Escuela Saint Berbe de París y su permanencia en esta ciudad le fue muy útil para los servicios diplomáticos que más tarde le correspondería prestar en Francia. Después de ejercer durante poco tiempo su profesión, prestó sus servicios en el Ejército en defensa del gobierno, distinguiéndose por su desempeño en las operaciones realizadas en el antiguo departamento del Cauca. Fue nombrado Jefe de Operaciones en la costa Atlántica y, ya como general, participó en 1902 en las conversaciones de paz llevadas a efecto a bordo del crucero Wisconsin, que dieron término a la cruenta guerra de los “Mil días”. Al ocurrir la toma de Leticia, ocupaba la legación de Colombia en Francia. Con diligencia y entusiasmo gestionó y adquirió en tiempo récord los vapores Córdova y Mosquera. Fue designado por el presidente como comandante en jefe de la que se denominara la “Expedición Punitiva”, medida esta de orden esencialmente político al igual que el nombramiento del doctor Guillermo Valencia como presidente de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, por cuanto al asignar estas responsabilidades a quienes fueran sus contendores en la campaña presidencial, Olaya Herrera logró que tanto ellos como sus corrientes políticas apoyaran su gestión para hacer más firme la solidaridad nacional. En Belén del Pará integró esos dos buques al Destacamento procedente de Barranquilla al mando del general Efraín Rojas, y el 15 de febrero recuperó la posición de Tarapacá. A principio de marzo de 1933, el general Vásquez Cobo fue llamado a una conferencia con el presidente Olaya en La Capilla (Cundinamarca) para discutir los planes de guerra con el Ministro Uribe Gaviria y el Estado Mayor. Después de haberle hecho merecido reconocimiento por su decisivo aporte en la organización y conducción de las fuerzas colombianas hasta el Teatro de Operaciones y la recuperación de Tarapacá, el presidente lo instó para que regresara a Francia y continuara en su misión diplomática, como en efecto lo hizo. Justo es reconocer el acendrado patriotismo de este distinguido hombre público que, no obstante su avanzada edad, afrontó sus responsabilidades militares en un medio hostil y difícil, dando muestras de ejemplar abnegación y voluntad. Su hijo Camilo, también ingeniero, lo había acompañado desde Francia, como comandante del buque Córdova, y al igual que su padre, hizo gala de su amor a la patria y de su devoción al deber. Retirado de la vida pública, falleció en su ciudad natal en 1941. Su desinteresada como efectiva gestión en bien de los intereses de la república le mereció el respeto, la admiración y el aprecio de toda la nación. General Efraín Rojas Acevedo. Hijo del general José A. Rojas Berbeo y de la señora Dominga Acevedo Vallarino, nació en la capital de la república el 4 de febrero de 1887 este ilustre militar que tan destacada figuración tuviera en el conflicto con el Perú. Ingresó al Ejército muy joven y, en febrero de 1902, fue nombrado teniente ayudante del II Batallón de Línea de la División Marroquín. En este grado hizo las campañas de Cundinamarca y Tolima durante la guerra civil de los Mil Días. Como capitán tomó parte en las acciones del Magdalena y Panamá y también prestó servicios en el Estado Mayor General y en el Ministerio de Guerra durante el mismo conflicto. En mayo de 1907 fue enviado como oficial alumno a la Escuela Militar de Cadetes. Posteriormente fue nombrado como segundo comandante del Batallón Modelo y en 1909 asistió al curso de aplicación en la Escuela de Guerra. De 1910 a 1915 prestó servicios en el segundo Batallón del Regimiento de Infantería Junín No. 11 en Popayán, y posteriormente en el Batallón de Ingenieros Caldas en Ibagué. En 1916 adelantó el Curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra, y en abril del año siguiente fue nombrado subdirector del instituto. En agosto de 1921 se le designó Director de la Escuela de Aviación de Flandes. De 1922 a 1929 desempeñó los comandos del Regimiento de Ingenieros Caldas (Ibagué), del Regimiento de Infantería Sucre (Bogotá) y del Regimiento de Infantería Bolívar en Tunja. En 1929 solicitó su retiro temporal del Ejército y se radicó en Nueva York, para volver al servicio activo en 1931 como comandante de la segunda Brigada en Barranquilla. En julio de 1932 fue ascendido a general y continuó al frente de la misma unidad operativa. El 3 de noviembre del mismo año fue designado Comandante Superior de las Fuerzas del Amazonas, cargo que ejerció hasta el 25 de julio de 1,933, cuando ya se había superado la situación de guerra. Con ejemplar disciplina, discreción y prudencia, supo hacer frente a la difícil situación que surgió cuando, al llegar a Manaos al mando del destacamento que zarpó de Barranquilla, se enteró al abrir el sobre cerrado que traía consigo, que debía ponerse a órdenes del general Vásquez Cobo, a quien el gobierno nombró jefe de todas las tropas en el Frente de Guerra. Su brillante inteligencia, aptitudes y conocimientos, unidos a sus excelentes condiciones de liderazgo, le permitieron desempeñarse en forma brillante como comandante del Destacamento Amazonas a partir del mes de marzo de 1933, cuando sucedió al general Vásquez Cobo en el mando supremo. Es de anotar que como oficial subalterno de su destacamento a bordo del vapor Boyacá, hacía parte su hijo Alfonso, destacado oficial del Ejército, de muy sobresalientes ejecutorias, al igual que su otro hijo Hernando, quien en ese momento se encontraba ya en el Destacamento del alto Putumayo en la zona de operaciones. En agosto de 1933, asumió la Inspección General del Ejército y en junio del año siguiente la de las Fuerzas Militares. En junio de 1935 se le condecoró con la Orden de Boyacá en la categoría de Gran Oficial. En abril de 1938 fue nombrado Secretario General del Ministerio de Guerra, cargo en el cual sirvió hasta que se retiró voluntariamente del servicio en noviembre de 1939. Sus numerosos documentos militares, entre otros el análisis de la situación que escribe a bordo del vapor Boyacá el 23 de enero de 1933, con destino al general Vásquez, así como sus planes y órdenes de operaciones, destacan sus sólidos conocimientos profesionales, al igual que su acertado criterio en aspectos estratégicos y tácticos que le merecieron alto prestigio, como uno de los más distinguidos jefes que en aquellas épocas tuvo el Ejército Nacional. En el retiro se dedicó a actividades agrícolas en su finca de La Vega. En 1957 publicó su libro Realidad y Ensueños, de poesías inéditas, que constituyó una fehaciente muestra de su sensibilidad y de sus disciplinas intelectuales en las que también supo descollar entre los miembros de la institución militar. General Roberto Domingo Rico Díaz El 22 de marzo de 1887 nació en Bogotá este esclarecido jefe que merece el título de héroe como valiente comandante de las tropas colombianas en la más importante acción de armas del conflicto amazónico: la honrosa victoria de Güepí. Su padre fue el conocido internacionalista y político doctor Luis Carlos Rico, varias veces Canciller de la república y jefe de misiones diplomáticas, y su madre, doña Graciliana Díaz. Ingresa al Ejército como soldado, todavía niño, y hace sus primeras armas como corneta del Batallón Palacé en los combates de Ambalema, Sampués, Toluviejo, Ovejas, el Carmen, Valledupar y Santa Marta, donde reafirma su vocación militar en las duras pruebas del campo de batalla, que para desgracia de Colombia se plasmaron en la contienda fratricida de los Mil Días. En abril de 1908, ya en desarrollo de la Reforma Militar del general Reyes, se le destina como subteniente a la Escuela Militar de Cadetes y posteriormente es trasladado a Bucaramanga, al Batallón 4 de Infantería. En 1916, ya con el grado de capitán, se retira voluntariamente del servicio y se radica en Pamplonita para dedicarse a labores agrícolas. Pero en 1918 regresa a las filas activas y un año más tarde alcanza el grado de mayor. En 1922 hace un curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra. En 1924 es ascendido a teniente coronel y se le nombra Agregado Militar de la Embajada de Colombia en el Brasil. Su permanencia en este país le es muy útil, pues hace estudios sobre la región amazónica y aprende el portugués, además de desarrollar sus excelentes aptitudes para las relaciones diplomáticas. En 1930 se le destina como comandante del Batallón de Infantería Sucre, y en junio de 1932 es ascendido a coronel. Dos semanas después de su ascenso, es nombrado jefe de la frontera del Amazonas y Putumayo en reemplazo del general Amadeo Rodríguez. A raíz del asalto a Leticia, para hacer frente a la agresión peruana, se crea, el 18 de octubre de 1932, el Destacamento Putumayo y se le nombra comandante del mismo. Al frente de esta responsabilidad alcanza la más destacada figuración de un jefe militar del país, al comandar las tropas colombianas en la más sobresaliente acción de armas que tuviera el conflicto: la toma de Güepí. Este triunfo fue decisivo para el éxito posterior de las negociaciones diplomáticas, que permitieron rescatar la integridad territorial, mantener muy en alto la dignidad de la República y el honor de su institución militar. Terminado el conflicto, ocupó cargos de elevada responsabilidad, como la Dirección de la Escuela Militar de Cadetes y el comando de la Brigada de Institutos Militares. En diciembre de 1938 se retiró del servicio activo, y el 3 de abril de 1945 le sobrevino la muerte, a los 58 años de edad. La extraordinaria personalidad y las excelentes condiciones de jefe, el general Rico, pueden apreciarse en los altos conceptos que él mereciera tanto de sus propios subalternos como de sus superiores directos. Ese fue el coronel Rico. Quizás su desinterés, su exagerada modestia y discreción no permitieron que el país le hiciera el reconocimiento que todavía no le ha hecho. El haber alcanzado la máxima jerarquía partiendo desde soldado raso, refleja todo ese cúmulo de virtudes castrenses personificadas en su valor, su serenidad, su lealtad, su disciplina, su espíritu de compañerismo, lo que unido a su capacitación profesional y a su lucidez intelectual, lo acreditan como uno de los más sobresalientes jefes que ha tenido el Ejército en este siglo, a quien la patria debe gratitud, admiración y recuerdo. General José Dolores Solano En la ciudad de Popayán, en el hogar de don David Solano y Concepción Rodríguez, el 12 de abril de 1892, nació el general José Dolores SolanoÕ a quien le correspondería en el grado de teniente coronel, ser el comandante de la Flotilla Fluvial del Destacamento Putumayo y distinguirse por su intrepidez y eficacia en el glorioso combate de Güepí. Atraído por la carrera de las armas, en 1911 ingresó a la Escuela Militar de Cadetes, y al distinguirse por su excelente rendimiento fue seleccionado para continuar estudios en el Colegio Militar Eloy Alfaro del Ecuador, donde se graduó de subteniente en 1912, obteniendo el primer puesto de su promoción entre 44 alumnos. Hasta el grado de capitán sirvió en diferentes unidades del Ejército y en 1931, siendo mayor, fue nombrado comandante de la Flotilla Fluvial del Amazonas, creada para la seguridad de la frontera y para prestar su colaboración al Grupo de Colonización constituido dos años trás. Su carácter franco y altivo, unido a su innato don de mando, le ganaron el afecto de sus subalternos y de los indígenas y personal de colonos de la región, por la forma acuciosa como atendía sus solicitudes, lo que motivó que lo distinguieran con los nombres de Padre de los colonos y de Rey de la frontera. Esa solidaridad espontánea que fue consecuencia de su don de gentes y del buen trato que siempre tuvo para quienes lo conocieron, le fue altamente favorable para el cumplimiento de sus deberes militares en la situación de guerra que había de producirse. Dotado de brillante inteligencia y temperamento sagaz, antes de producirse el ataque a Güepí, con autorización del coronel Rico, comandante del Destacamento, envió una comunicación al comandante de la guarnición peruana para consultarle si, dentro del derecho de libre navegación, podría desplazarse con su cañonero aguas arriba sin que esta actitud se interpretara como maniobra agresiva. El reconocimiento de éste, le permitió colocar su buque en posición favorable al momento de lanzarse al asalto. Pasado el conflicto, Solano regresó al interior del país para recibir el reconocimiento de la nación. La Cruz de Boyacá que le fuera conferida por su valor, la impuso él mismo en los pliegues de la Bandera de Guerra del Batallón Boyacá en Pasto, para significar así que este honor era para los soldados nariñenses que habían hecho posible la victoria. En 1937 ascendió a general. Estuvo al frente de varias misiones diplomáticas y se retiró del servicio en abril de 1937. Sin embargo, en 1944 fue nuevamente llamado a filas por un lapso de 40 días a raíz del intento de golpe de Estado de Pasto. Ya reintegrado a su actividad particular falleció el 11 de enero de 1961. La promoción de oficiales de 1966 tomó su nombre en homenaje a este brillante general de la República, que con su temeridad conquistó para la patria y para sí mismo los laureles imperecederos de la gloria y la gratitud y veneración de sus compatriotas. General Luis Acevedo Torres Nació en Bogotá el 26 de diciembre de 1890. En Bucaramanga realizó sus estudios primarios y secundarios para ingresar a la Universidad Nacional, donde cursó el primer año de derecho. Inició su carrera militar como subteniente en 1902 y ascendió por la escala jerárquica hasta lograr, el 9 de enero de 1934, su exaltación a general de la república, en reconocimiento a su distinguida hoja de servicios y, en especial, al brillante desempeño en la frontera sur. En 1928, en el grado de coronel, se le designó Director del Grupo de colonización de la Amazonia para lo cual fue destinado en comisión al Ministerio de Industrias. En desempeño de sus funciones adquirió en los Estados Unidos elementos y equipos para el desarrollo de sus labores. Personalmente dirigió el traslado del material a la zona de colonización y organizó la navegación fluvial en los ríos fronterizos, para lo cual compró en Manaos los buques mercantes Nariño y Huila y algunas embarcaciones menores. A partir de marzo de 1930, secundado por el selecto grupo de oficiales a su mando, inició la creación de cinco colonias militares sobre los ríos Caquetá, Putumayo y Amazonas, para beneficio de indígenas y colonos y como presencia del Estado en esas desconocidas regiones con los nombres de Puerto Ospina, Caucaya, La Tagua y el propio poblado de Leticia. A la vez, emprendió la construcción de la trocha La TaguaCaucaya?, para unir los ríos Putumayo y Caquetá. El 17 de agosto de 1930, acompañado de su ayudante, el entonces teniente Alfonso Pinzón Forero (quien habría de escribir muchos años más tarde su importante libro La Colonización Militar y el Conflicto ColomboPeruano?), recibe en su carácter de jefe de la frontera la población de Leticia y la jurisdicción sobre el Trapecio Amazónico de conformidad con el Tratado LozanoSalom?ón. Relevado como jefe de fronteras por el general Amadeo Rodríguez, al presentarse el conflicto asumió la dirección de la Flotilla Fluvial y Aérea. Por su conocimiento del Teatro de Guerra, se convirtió en valioso asesor del gobierno para la organización, dotación de material bélico y reajustes en el dispositivo de defensa. Sirvió a bordo del avión del mayor Herbert Boy como enlace entre la dirección central de las operaciones y los comandantes de los Destacamentos. Su valor personal se puso a prueba, no sólo como guía de los vuelos inaugurales de las rutas que se establecían, sino llegando a desempeñarse como artillero improvisado a bordo del avión que piloteaba el mayor Boy. Después del conflicto ejerció los cargos de Director General de Aviación, Director General de Marina y Jefe del Estado Mayor General. Su especial señorío y sus condiciones de liderazgo le ganaron el afecto de sus subalternos y de la población civil, no sólo de su patria, sino de los mismos peruanos que lamentaron su relevo como jefe de la frontera. Fue distinguido con la Cruz de Boyacá, el “Sol del Perú”, el “Busto del Libertador” y otras condecoraciones nacionales y extranjeras. Años después de su retiro del servicio, falleció en Bogotá el 30 de julio de 1951. Su nombre estará siempre ligado al desarrollo y al progreso de las regiones amazónicas, por lo que fue su valiosa contribución en el empeño colonizador. Coronel Herbert Boy El 24 de octubre de 1897, a orillas del Rhin en la ciudad alemana de Duisburg, nació este ilustre piloto militar y aviador civil que llegaría a ser uno de los colombianos con quienes la república habría de contraer deuda de imperecedera gratitud. Al iniciarse la primera guerra mundial, entra como voluntario del Regimiento 25 de Infantería acantonado en Aquisgrán. Toma parte en la batalla de Champaña y es herido dos veces. Trata de que se le traslade al cuerpo de aviación y, ante las dificultades para conseguirlo, dirige una carta personal al Kaiser que, sorpresivamente, produce el efecto perseguido, siendo destinado como alumno a la Escuela de Aviación de Gotha, donde llega a ser piloto de la famosa Escuadrilla No. 14. En su libro Una historia con alas relata sus experiencias de la guerra y la forma caballeresca y romántica como combatían los pilotos en aquella contienda, dentro de una concepción del lance medieval. Al primer piloto francés que derriba y hace aterrizar detrás de sus propias líneas, lo lleva al casino de oficiales para brindar con él una copa de champaña y luego lo envía al campo de prisioneros. Escribe una carta a la familia de su adversario ocasional, que con el correr de los años se convierte en uno de sus buenos amigos. Su antiguo compañero de Escuadrilla, Hellmuth von Krohn, con quien participara en muchos duelos aéreos, lo convence desde Colombia para que viaje a este país, del cual ignora todo, donde se abren perspectivas de trabajo por la creación de la Sociedad ColomboAlemana? de Transportes Aéreos, SCADTA, que con gran entusiasmo fuera fundada en Barranquilla en 1919 por compatriotas suyos y ciudadanos colombianos y a la cual se integra en enero de 1924, cuando llega a Barranquilla. En pocos años es nombrado jefe de Pilotos. Al presentarse la toma de Leticia el gobierno solicita el apoyo de la SCADTA y a Boy se le nombra Mayor Honorario del Ejército colombiano. Se aventura por los cielos del Sur, inaugurando las primeras rutas y sirviendo como enlace entre los altos directivos de la guerra (Presidente y Ministro) y los comandantes operacionales. Toma bajo su responsabilidad personal la reorganización de la incipiente Arma Aérea del Ejército y con dinamismo contagioso desarrolla un cúmulo de actividades, desde adquirir material volante hasta adecuación de aviones comerciales para convertirlos en naves de caza y bombardeo, entrenamiento de combate de pilotos colombianos y germanos, construcción de campos de aterrizaje, selección de tramos de acuatizaje y la rápida improvisación de una base adelantada que le garantice prestar apoyo aéreo a las tropas en la zona de operaciones. El Ministro de Guerra Uribe Gaviria, en uno de sus viajes de inspección al Sur, bautiza esta base con el nombre de Puerto Boy para rendir justo homenaje a quien tanto había logrado en tan breve tiempo. Con su avión cazabombardero toma parte en el ataque a Tarapacá y por la eficacia de sus aeronaves influye para que los peruanos abandonen sus posiciones sin presentar resistencia. Posteriormente, el 26 de marzo de 1933, al mando de su escuadrilla de combate, cumple en Güepí la más brillante de las acciones aéreas, que contribuye en forma notable al triunfo de las armas colombianas. Al término de las hostilidades, continúa como asesor del Ministerio de Guerra, atendiendo preferentemente a la formación de pilotos y adquisición de nuevos aviones, hasta el mes de julio de 1934, cuando se reintegra al servicio de SCADTA. Por su valor en combate y sus distinguidos servicios a la nación, el gobierno le otorga la Cruz de Boyacá y, años más tarde, en 1948, su patria adoptiva le extiende su carta de naturaleza acogiéndole como a uno de sus más distinguidos militares e hijo predilecto. A partir de 1950 y hasta el 11 de mayo de 1973, día de su muerte, se desempeña como asesor de la presidencia de Avianca, heredera y prolongación de la Scadta, en la que para su orgullo y satisfacción personal pudo ver la realización de sus sueños. La oficialidad y las tropas Imposible resultaría pretender que, dentro de las limitadas páginas de estas Siluetas Humanas, se incluyeran en forma individual los perfiles biográficos de los numerosos oficiales que se destacaron por la brillantez de sus servicios y por su abnegación, como integrantes de los Destacamentos del Amazonas y del Putumayo antes, durante y después del conflicto. Además de los riesgos propios del combate para quienes mantenían las posiciones y puestos avanzados, se cernía sobre todos, militares y civiles auxiliares, el peligro inminente de los climas malsanos, las graves enfermedades como el paludismo, el beriberi y las fiebres malignas, junto con las amenazas que entrañan de por sí las selvas tropicales con sus ríos traicioneros. El ejemplo personal dado por los oficiales de todos los grados, desde sus más altos jefes y mandos medios y subalternos hasta los sargentos y cabos, hizo que los soldados jamás resultaran inferiores a lo que fue ese Ejército, procedente de las distintas regiones de la patria, pero preferentemente de Nariño y del Huila, departamentos más próximos a las áreas afectadas. Del Grupo de Colonización del Ejército presente en esas regiones desde 1930, es justo recordar entre otros, los nombres del capitán Carlos Bejarano Muñoz (futuro general) y de los oficiales subalternos subtenientes Diego Muñoz, Alfonso Pinzón Forero y Jorge Téllez quienes, a órdenes del coronel Luis Acevedo Torres, iniciaron el establecimiento de las primeras colonias militares. Procedentes del interior llegaron los primeros refuerzos en julio de 1931, para ocupar las posiciones destacadas consistentes en 50 soldados al mando del teniente Virgilio Barco y del subteniente Carlos Ayerbe a este último le correspondería el honor y la difícil tarea de comandar el puesto más avanzado del Ejército en El Encanto, a 400 kilómetros de Caucaya. De los oficiales integrantes del Destacamento del Amazonas que zarpara de Puerto Colombia a órdenes del general Efraín Rojas, alcanzaron años después las más altas jerarquías del escalafón militar los siguientes oficiales: coroneles Luis Acevedo Torres y Arturo Borrero mayores Domingo Espinel (fue Ministro de Guerra), Miguel Silva Plazas y Julio Londoño capitanes Régulo Gaitán (fue además Ministro de Gobierno y comandante del Ejército) Roberto Vanegas Lozano y José Rafael Sánchez (que llegó a Ministro de Guerra) tenientes Arturo Charry y Pedro Muñoz Palacino, el primero Ministro de Agricultura y el segundo comandante del Ejército. También del Destacamento del Putumayo además del coronel Rico y el teniente coronel Solano, alcanzaron la jerarquía de general los siguientes oficiales: capitanes Carlos Bejarano Muñoz y Hernando Mora Angueyra tenientes Luis Lombana y Luis A. Baquero (almirante) y el subteniente Deogracias Fonseca, quien fuera herido en el combate de Güepí y llegaría a ser presidente de la república como miembro de la junta Militar de Gobierno en 1957. En el vívido relato que el teniente Juan Lozano y Lozano hace del combate de Güepí, releva el desempeño valeroso y decidido de quienes comandaron las diferentes fracciones del ataque en ese glorioso hecho de armas. En palabras emocionadas destaca el coraje de los oficiales, suboficiales y soldados, haciendo notar que unos y otros se merecieron mutuamente. Así se refiere a la conducta de los oficiales del Estado Mayor, mayores Luis F. Lesmes, julio Guarín y Ananías Téllez, este último a su vez comandante de las tropas de In*fantería que, moviéndose en botes a motor o en canoas a remo, llevaban las órdenes del coronel Rico y traían los informes de los comandantes subalternos. Elogia la temeridad de las fuerzas de asalto y de los elementos de apoyo, citando a sus capitanes Luis Uribe Linares, Alfonso Collazos, Alfonso Garcés, Pedro Monroy y Ernesto Veloza, como a sus oficiales subalternos tenientes Alberto Lara, Carlos Manrique, Luis Gómez Jurado, Gonzalo Díaz, Francisco Márquez y los subtenientes Francisco Benavides, Edmundo Gómez, Deogracias Fonseca, Mario García, Diego Blanco, Eduardo Gómez Cadena, Ricardo Rosero y Jorge Lombana. Describe lo que fue la decisiva participación de los cañoneros, de las lanchas, de los planchones e incluso de las canoas, para que una vez neutralizados los fuegos se hiciera el cruce del río y la conquista de las trincheras peruanas. Especial mención hace del cañonero Cartagena, confiado a la hábil dirección del capitán Hernando Mora Angueyra y desde el cual el teniente coronel Solano ejerció el mando de la flotilla, que causó estragos en las posiciones enemigas, por el tiro certero del teniente José Manuel Pacheco en las funciones de artillero. Asimismo el cañonero Santa Marta, a bordo del cual el coronel Rico condujo el desarrollo del combate y que comandó el capitán Luis Alberto Gaitán, con la colaboración del teniente Luis Alberto Baquero, quien dirigió el tiro de artillería a cargo del experimentado sargento Antonio Pardo, y del teniente Juan Lozano, que concentró el fuego de sus ametralladoras, mientras desde los cielos los aviones de combate, a órdenes del temerario coronel Herbert Boy, secundado por pilotos colombianos y alemanes, describen círculos para lanzarse en picada y dejar su carga de muerte sobre Cachaya, llamado fuerte Bolognesi. Reconoce la valentía de los comandantes de las lanchas de transporte WaynaCapac? y SinchiRoca? a órdenes de los tenientes Alfonso Pinzón Forero y José María Charry respectivamente, como de un civil, el ingeniero Alfonso Mantilla, quién maniobra un planchón que lleva a bordo un pelotón de la Compañía Veloza hacia la posición enemiga, bajo intenso fuego de ametralladoras, y cita los nombres de los capitanes Luis Niño, Restrepo, y Blanco y del teniente julio Bernal, que desplegaron actividad encomiable en el embarco de las tropas para lanzarse al asalto. Menciona el nombre, además, del capitán Roberto Domínguez, voluntario y veterano de la guerra de los Mil Días, que comandó el pelotón de reconocimiento y que con sus cargas a machete dejó la leyenda de su coraje temerario. Si la actuación de los oficiales es motivo de orgullo, no lo es menos la de los suboficiales y soldados. Precisamente, uno de sus más auténticos representantes fue el sargento Néstor Ospina Melo, comandante de uno de los pelotones de desembarco, el primero en saltar a tierra desde la proa del Cartagena y, antes de que se corone el éxito del asalto, al frente de su escuadra, clava la bandera colombiana sobre la posición conquistada. Este valeroso combatiente hizo después su carrera de oficial naval y llegó al grado de capitán de fragata. En la acción de Güepí, cinco soldados colombianos, Manuel Elcira, Juan Solarte, Sósimo Suárez, Manuel Salinas y Balbino Guzmán, ratifican con la entrega de sus vidas el amor a la patria y la convicción de su causa. Ocho compatriotas más también son heridos: subteniente Deogracias Fonseca, cabo 1 Carlos Erazo y soldados Julio Abraham Quintero, Juan N. Díaz, Colón Guerrero, Rafael Jojoa, Jorge Cadavid Obeso y Filemón Yaiguaje. Muchos fueron los soldados que, después de padecer graves enfermedades, fallecieron a pesar de los esfuerzos de los médicos en los Hospitales de Campaña, y no pocos los que se ahogaron en los ríos caudalosos de la selva. El coronel Manuel Agudelo, veterano de este conflicto, en sentido relato publicado en la revista Acore en 1977, rescata del olvido el nombre del soldado Vicente Plazas, quien desaparece en las aguas del Orteguaza, luchando en un torbellino para salvar la balsa que lleva bajo su responsabilidad como práctico de la maniobra en el sitio conocido como La Muralla. El capitán Guarín, al advertir el peligro, ordenó a sus hombres tenderse para aferrarse a los troncos, pero Plazas incólume le contestó: “No. mi capitán yo no me tiendo porque debo salvarlos a todos”, y logró con su palanca aminorar la fuerza del choque, haciendo menos grave la destrucción de la jangada y permitiendo así que los soldados se salvaran, mientras él se destroza contra las rocas. Otro nombre digno de recordarse es el del soldado nariñense José María Hernández que, habiendo caído prisionero de los peruanos, fue llevado a Iquitos y fusilado sin ninguna consideración. Inicialmente Hernández había sido policía de fronteras y posteriormente se le incorporó como soldado en Puerto Asís. Soldado Cándido Leguízamo Su nombre, enaltecido por el sacrificio con el nimbo de los héroes, identifica la que fuera antigua base de Caucaya, desde donde irradió el principal esfuerzo de las operaciones durante el conflicto amazónico. Nació Cándido Leguízamo el 13 de octubre de 1911 en la vereda Las Ceibas, municipio de Neiva, en un hogar campesino donde honestidad y consagración al trabajo personifican las virtudes del pueblo. Aprendió a leer y a escribir en la escuela de doña Margarita Rivera Calderón, tía del ilustre escritor José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine. Fue incorporado al Ejército en el Batallón Bárbula acantonado en Neiva en septiembre de 1930, donde recibió su entrenamiento. El 10 de mayo de 1931, se le destinó a la Compañía de Colonización con sede en Caucaya. Al organizarse el Destacamento Putumayo, pasó a integrar el puesto de El Encanto a órdenes del subteniente Carlos Ayerbe. El 29 de enero de 1933, con dos soldados más pertenecientes al puesto de Pubenza en la desembocadura del Caraparaná, recibe una misión de reconocimiento y obtención de caza y pesca para el puesto. En forma arriesgada cruza el grupo el río Putumayo y desembarca en su orilla derecha, en territorio peruano, no lejos de la guarnición de Puerto Arturo. Cuando se encontraban en su labor de pesca, fueron sorprendidos por un pelotón de 30 soldados peruanos que les exigió rendición. Leguízamo, que comandaba el grupo, reaccionó con su arma y al cruce de los primeros disparos cayó muerto su compañero Octavio Moreno, hijo de madre huitota. En forma decidida continuó disparando, lo que permitió que su otro compañero, Tobías Cárdenas, con una leve herida, pudiera ganar la orilla. Ante el intenso volumen de fuego de sus adversarios, minutos más tarde resultó herido en un hombro y más de 10 impactos le destrozaron uno de sus muslos. Arrastrándose penosamente, cuando ya había consumido toda su munición, llegó hasta la canoa y bajo la protección del fuego propio desde la otra orilla, logró evitar su captura y reunirse con los suyos. Es el primer encuentro que se produce en el frente el resultado es favorable: cinco muertos enemigos, por un muerto y dos heridos propios. En Caucaya alcanzaron a captar la señal de radio pidiendo auxilio y, horas más tarde, el mayor Boy acuatizó con su hidroavión acompañado del doctor Luis Patiño Camargo, que le hace las primeras curaciones. Su estado es grave tiene destrozado el fémur izquierdo y un balazo en el hombro. Según relata el propio mayor Boy, cuando le informó que iba a evacuarlo, le respondió: “No, yo no puedo abandonar a mis compañeros yo no puedo dejar a mi teniente Ayerbe”... Desde ese momento empieza su segunda lucha, después de salir victorioso contra el enemigo. Se esfuerza por sustraerse a la muerte porque aspira a restablecerse para volver a su puesto. El 5 de abril, en el mismo avión donde viaja el coronel Rico, es evacuado a Bogotá. En el hospital San José los doctores Lisandro Leyva y Miguel Antonio Rueda, hacen lo posible para salvarle. Cuando se da cuenta de que se acerca al final, les pide a sus compañeros que lo levanten porque quiere morir de pies, gritando “Viva Colombia, porque así mueren los vencedores”. El 12 de abril de 1933 a las 14:00, después de haber sido operado, la gangrena se lleva este ejemplo de virilidad y de heroísmo. La ciudad le tributa homenaje multitudinario y sus despojos son llevados en hombros por el Ministro de Guerra y los altos mandos. Su nombre, perpetuado en la importante base fluvial de la Armada Nacional que evoca su hazaña, se convierte en el más significativo símbolo de las virtudes y el valor del soldado colombiano. Los médicos y el Servicio de Sanidad Al iniciarse el conflicto existía una modesta sección de Sanidad del Ejército bajo la dirección del doctor Jorge Esguerra López, especializado en Francia en Medicina Militar. El Ministro Uribe Gaviria, al comprender la magnitud del problema que debía afrontar, por decreto No.1556 del 27 de septiembre de 1932, transformó esta sección en un departamento, cuya dirección se confió al doctor José Vicente Huertas, quien a pesar de sus múltiples compromisos profesionales se dedicó con gran celo a la inmensa tarea. El esfuerzo del gobierno fue colosal. La organización médica se orientó en dos direcciones y hacia dos frentes que debían complementarse así: el saneamiento preventivo y la sanidad en campaña para atender las instalaciones y el personal en el frente de guerra. Si la lucha contra el enemigo exige preparación, medios y esfuerzos, el combate contra la naturaleza hostil, en especial contra las enfermedades, requería también capacidad científica de quienes asumieron estas serias responsabilidades. Son muchos los nombres de los profesionales médicos y odontólogos, así como de enfermeros, auxiliares y practicantes, que se ofrecieron para marchar al frente. Su lucha había de ser tenaz y uno de los principales adversarios fue el anofeles, transmisor del paludismo. También era necesario combatir el pian, el beriberi, el parasitismo intestinal, la fiebre amarilla, la pulmonía, incluso las fuertes gripas. Así mismo había que atender los heridos en combate en número por suerte menor que los abatidos por enfermedades. Con el apoyo del Ministerio de Obras y combinando el esfuerzo de los trabajadores civiles y de los soldados, se empezó a construir o mejor a improvisar los hospitales de Florencia, Venecia, Puerto Asís, Caucaya, La Primavera, La Pedrera y Tarapacá. También se instalaron enfermerías en Puerto Ospina, Puerto Boy, El Encanto y en los demás puestos avanzados que se establecían en el dispositivo de defensa. De la meritoria nómina de médicos, merecen exaltarse los nombres de Luis Patiño Camargo, José del Carmen Rodríguez, Ignacio Moreno Pérez, Gabriel Olózaga, Alfonso Gamboa y José Miguel Osorio. Uno de los primeros colombiano muertos en su misión, antes de iniciarse el conflicto, fue el doctor Jorge Talero Morales, que se desempeñaba como médico del Grupo de Colonización. Con ayuda de un avión peruano, fue evacuado de urgencia a Iquitos, pero falleció en dicha ciudad al ser intervenido, el 26 de agosto de 1930. El narrador del combate de Güepí, teniente Juan Lozano, destaca la conducta meritoria de los médicos en esa acción, entre otros del doctor José del Carmen Rodríguez, quien tenía a su cargo la dirección del servicio secundado por los doctores José A. Rodríguez, Alfonso Gamboa, Miguel Olózaga, Miguel Osorio y Rafael González. A bordo de los cañoneros cumplieron su abnegada labor, los doctores Ernesto Rodríguez Acosta en el Cartagena y Luis Carlos Cajiao en el Santa Marta. Este último no había llegado a la frontera en calidad de médico sino como simple voluntario y por tanto ganaba sueldo de soldado. El doctor Patiño Camargo, organizador del servicio sanitario en la zona de combate y a quien se debió la exitosa campaña de saneamiento en todos los hospitales y puestos del Sur, no estuvo en el combate por haber sido llamado de urgencia a Bogotá, pero, como lo expresa el teniente Lozano, se sentía su presencia espiritual al lado de sus compañeros de campaña. En la misma forma, el odontólogo José Tavera, no sólo atendía aspectos propios de su profesión, sino que era un soldado más para empuñar el fusil, y peón para abrir trocha y cavar trincheras. Cuando se inauguró el Hospital de María Teresa en Caucaya y se puso al servicio el buque hospital que, gracias a la muy valiosa colaboración del cónsul colombiano en Manaos, señor Luis H. Salamanca, se pudo obtener y adecuar, llegaron al frente las Hermanitas Vicentinas de la Caridad que, como bien lo expresa el coronel Guillermo Plazas en su lúcido estudio sobre el conflicto, “eran ángeles enviados por Dios a la manigua para consuelo de sanos y alivio de enfermos y de moribundos”. Corno homenaje a la brillante nómina de profesionales de la salud que prestaron sus patrióticos servicios en la grave emergencia, y ante la imposibilidad de referirse individualmente a todos, se esbozan las semblanzas de dos de ellos: Doctor Luis Patiño Camargo Nació en Iza, Boyacá, en 1891, y por su madre perteneció a la misma estirpe de los ex presidentes de la república general Sergio Camargo y doctor Alberto Lleras, que tan eminentes servicios prestaron al país. Después de adelantar sus estudios secundarios como colegial de número en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, se graduó en la Escuela Nacional de Medicina con una brillante tesis sobre tifo exantemático, que empieza a reafirmar su prestigio como investigador y epidemiólogo. Posteriormente trabaja en el leprocomio de Agua de Dios y luego realiza ardua labor en la campaña contra la fiebre amarilla en Bucaramanga, Ocaña, Cúcuta y Venezuela, por lo cual se le recuerda con gratitud en el país vecino. Al ocurrir la toma de Leticia se presenta como voluntario y se le encomienda la dirección de la sanidad en el frente amazónico. Su gestión fue decisiva para la organización de los servicios médicos en el Amazonas, el Putumayo y el Caquetá, y por tanto para el éxito de la campaña en lo relacionado con los graves problemas sanitarios en el Teatro de Operaciones. Por estos y muchos otros servicios el gobierno, siendo presidente el doctor Eduardo Santos, lo condecoró con la Cruz de Boyacá. Terminado el conflicto, el doctor Patiño continuó sus investigaciones en diferentes zonas del país, logrando dar un valioso aporte científico a la lucha contra varias afecciones endémicas propias de los climas tropicales, se desempeñó por varios lustros en la cátedra y fue presidente y secretario perpetuo de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, y de la de Ciencias Exactas. Perteneció a varias academias extranjeras como las de España, México y Perú. Este último país también lo condecoró en reconocimiento a sus trabajos científicos. Rodeado del afecto de todos los suyos y de la gratitud de la nación entera, falleció en 1978. Doctor José Esguerra López Natural de Bogotá, donde nació en diciembre de 1883. Hizo sus estudios secundarios en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario y obtuvo el título de Médico Cirujano en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia en Medellín, en 1911. Ingresó al Ejército como oficial de Sanidad y durante varios años ejerció la jefatura de este servicio. Representó a Colombia como delegado en el Octavo Congreso Científico Panamericano y en otras muchas conferencias científicas en Europa. En 1925 y 1926, adelantó por su cuenta un curso de Medicina Militar en el Hospital y Escuela de Sanidad Militar de Val de Grase de París, donde adquirió valiosos conocimientos que le serían muy útiles en su carrera de médico militar. Fue fundador del Hospital Militar Central en San Cristóbal, Bogotá, y posteriormente del Hospital Naval de Cartagena, que en su honor lleva su nombre. Escribió una obra científica intitulada Contribución al estudio de las fracturas de las piernas por el método ambulatorio. Se retiró del servicio activo en el grado de coronel, pero siguió vinculado con el Ministerio de Guerra y tuvo activa participación en la elaboración de los planos y en la construcción del Hotel Tequendama que, también en recuerdo suyo, bautizó el Bar principal con el nombre de su apodo familiar, CHISPAS, por el cual era muy conocido, debido a su temperamento ardiente y activo. Dejó en las Fuerzas Militares sentimientos de sincera gratitud por sus destacados servicios en el ramo de Sanidad Militar y un recuerdo muy grato entre sus amigos. Falleció en Bogotá a mediados de 1956. Los Capellanes y el Servicio Religioso Es conveniente distinguir lo que desde hace varios siglos trataron de hacer en las selvas amazónicas algunas comunidades religiosas, entre ellas la de los capuchinos en el intento de catequizar los indígenas, y lo que habría de ser posteriormente la labor de los capellanes incorporados al Ejército al iniciarse los primeros planes de colonización en 1930. Los capuchinos, ante las dificultades de la naturaleza hostil y al evidenciar que era muy difícil desarrollar la agricultura, optaron por desplazarse hacia los Llanos Orientales para fomentar allí la industria pecuaria y trasladaron sus fundaciones hacia el alto Putumayo, donde el clima y el medio eran menos rigurosos. Pero la explotación que quisieron hacer del trabajo de los indios, les creó antipatías de parte de éstos. El general Amadeo Rodríguez y otros jefes militares tuvieron que intervenir algunas veces en favor de los aborígenes, que con frecuencia sufrían maltratos de los misioneros. Al Grupo de Colonización del coronel Acevedo Torres se integró en 1930 el padre español Bartolomé De Igualada quien, además de su labor apostólica, prestó su valioso concurso a la par de los oficiales en el establecimiento de las primeras colonias militares. Ya durante el conflicto, son varios los capellanes que con su presencia infunden ánimo a las tropas y procuran además el acercamiento de los nativos para conveniencia del desarrollo de las operaciones. Entre ellos, justo es mencionar al padre Alfonso Zawadsky, director espiritual del Destacamento del alto Putumayo, como también al padre Trujillo y al sacerdote español Justo de San Mirabel que, sin tener nada que ver con el Destacamento, pues se encontraba en Puerto Asís, se presentó voluntariamente para acompañar a las tropas al frente. De la intrepidez de estos dos sacerdotes hace referencia el teniente Juan Lozano y Lozano en su relato del combate de Güepí. También debe citarse a monseñor Gaspar de Mocanil y Villadot, obispo del Putumayo, y a quienes personifican la patriótica participación del clero en esa sufrida campaña: Son ellos los presbíteros Luis Alberto Castillo y Pedro Pablo Galindo. El primero se distinguió por su valor, pues más de una vez supo empuñar su fusil para batirse como simple soldado, especialmente en el combate de Calderón. Con el correr de los años sería el fundador y por mucho tiempo director del Amparo de Niños, meritoria obra social que aún sigue prestando sus valiosos servicios a la niñez desamparada. Y el padre Galindo, máximo exponente de lo que durante cerca de medio siglo ha sido el Servicio Religioso Castrense y quien merece un esbozo de lo que fue su vida. Monseñor Pedro Pablo Galindo El 26 de junio de 1890 nació en Facatativá este ilustre compatriota que hizo de su Dios, de su patria y de las Fuerzas Militares, trilogía de enardecido sentimiento, al cual sirvió con devoción ejemplar. Después de cursar sus estudios primarios en su pueblo natal, entró al seminario y muy joven recibió su ordenación sacerdotal. Siendo párroco del pueblo de Usme, en forma casual se conoció con un grupo de oficiales que acampaban en su parroquia durante unos ejercicios tácticos de Brigada. Allí se hizo amigo de los oficiales, en especial del entonces subteniente Ricardo Bayona Posada, y se ganó la estimación de todos por la colaboración que prestara a los militares durante el desarrollo de la campaña. Su palabra sonora y sus sobresalientes condiciones de orador sagrado le merecieron merecido prestigio. Al ser nombrado capellán del antiguo panóptico, por la cercanía de éste a la Escuela Militar de San Diego, se mantuvo en contacto con sus amigos militares. En algunas oportunidades en los ejercicios espirituales que se realizaban en el instituto, hizo sus predicaciones inolvidables. Por interés de los oficiales de planta, cuando el capellán de la Escuela, Carlos Rodríguez Plata, se retiró del cargo para asumir la Vicerrectoría del Colegio del Rosario, fue reemplazado por el padre Galindo a mediados de 1930. Al presentarse el conflicto con el Perú, se ofreció para integrarse a la expedición que zarpó hacia el Sur, desde Puerto Colombia. En Manaos, al reorganizarse las fuerzas a órdenes del general Vásquez Cobo, quedó asignado al Estado Mayor de la Expedición. Además de sus funciones de capellán, se dedicó con especial interés a prestar sus servicios en la oficina de transmisiones del buque Mosquera, labor en la que debía descifrar y muchas veces redactar los mensajes y órdenes que emitía el Comando de la Fuerza. Le correspondió oficiar la misa de acción de gracias después de la toma de Tarapacá, recuerdo que siempre conservó con orgullo y satisfacción. Superada la situación bélica, se reintegró a su capellanía en la Escuela Militar, donde continuó ejerciendo las cátedras de latín, religión y sicología, siendo el amigo, confidente y consejero de los distintos contingentes de cadetes que pasaban por los claustros del instituto. Su voz, tanto en el recinto de los templos como en los campos de parada y plazas de armas, entusiasmó los espíritus de los jóvenes adolescentes en los que supo avivar los sentimientos cristianos y un apasionado amor por la libertad y por las cosas de la patria. Al entregar las armas al Batallón Colombia que marchaba a Corea, pronunció en el puente de Boyacá una alocución formidable, que reafirmó sus reconocidas dotes de orador castrense y sagrado. Durante tres años de 1944 a 1947, estuvo inexplicablemente retirado del servicio, pero bajo la dirección del coronel Miguel Angel Hoyos regresó a su querida Escuela y continuó ascendiendo en el servicio castrense hasta llegar a Capellán General de las Fuerzas Militares. Fue el más decidido promotor de los capellanes militares e hizo que éstos pasaran a ser oficiales escalafonados para integrarse mejor a la institución castrense. Se le distinguió con la Orden de Boyacá y con todas las medallas de las diferentes Fuerzas por sus desinteresados como eficientes servicios que tanto significaron en la formación de sus cuadros de mando. El 3 de diciembre de 1973, cuando ya sufría con resignación cristiana los efectos de la enfermedad, se le confirió el grado de Brigadier General Honorario. Al responder las palabras del Ministro de Defensa, general Hernando Currea Cubides, a pesar del peso de los anos, su voz se hizo sentir con la sonoridad de sus acentos y con la brillantez de su pensamiento, que siempre fue guía y estímulo para los hombres de armas. Meses después, el 2 de abril de 1974, entregó su alma al Señor. Los diplomáticos Eduardo Santos Montejo El 28 de agosto de 1888 nació en Bogotá este colombiano eximio que tan extraordinarios servicios llegaría a prestar a la república durante su larga y meritoria existencia. Hermana de su abuelo paterno fue la heroína Antonia Santos, por lo que llevaba en sus venas sangre de prócer y de mártir, a buen seguro estímulo para sus grandes realizaciones. Se graduó bachiller en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario y de doctor en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional el 9 de julio de 1908. Desde muy joven se distinguió por su vocación periodística y por sus excelentes condiciones de escritor y orador público. Hallándose en Francia en 1909, el doctor Carlos Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores, lo designó adjunto Ad Honorem a la legación en París, primer nombramiento que recibió en su vida. En la capital francesa estudió en la Sorbona y en la Escuela Libre de Ciencias Políticas, lo que mucho contribuyó a su sólida formación de estadista. Al regresar al país en 1911, fue llamado al Ministerio de Relaciones Exteriores, del cual se retiró en 1913 para ponerse al frente de El Tiempo, diario que compró a su fundador, Alfonso Villegas Restrepo, y ejerció la dirección del mismo por espacio de 24 años hasta 1937, cuando aceptó la postulación como candidato presidencial. En 1932, cuando se encontraba en Europa, tuvo lugar la toma de Leticia. Con singular acierto el presidente Olaya Herrera lo designó Delegado de Colombia ante la Liga de Naciones en Ginebra y ante varias cancillerías europeas, cargos que asumió sin aceptar remuneración. El 12 de enero de 1933 inició sus funciones. Al día siguiente rendía un informe a la organización internacional en que exponía el punto de vista colombiano. El día 14 del mismo mes, el señor Francisco Castillo Nájera, Primer Delegado de México y en ese momento presidente del Consejo de la Sociedad de Naciones, conminó a las partes a suministrar mayores informaciones sobre el conflicto. Dos días después, el 16, el doctor Santos enviaba la respuesta colombiana, mientras la Expedición colombiana zarpaba desde Manaos en dirección al Teatro de Guerra. El Delegado del Perú, señor Francisco García Calderón contestó el 23, una semana más tarde. Se iniciaba la “batalla diplomática”, en la que el doctor Santos puso en juego su inteligencia, sus conocimientos, su sagacidad y, ante todo, su firme decisión de llegar a la guerra, si era preciso, para salvar el honor nacional. En uno de sus cables enviados al presidente Olaya registra estas históricas palabras: “De la ruina económica y del papel moneda convaleceremos tarde o temprano pero una derrota o una solución mediocre serían golpe irremediable para el espíritu nacional. Empúja a Colombia a un esfuerzo decisivo que equivaldrá a segura victoria, dando a nuestro pueblo ardientes ideales patrióticos, y serás acreedor a la eterna gratitud colombiana. Si de esta aventura no sacamos el alma colombiana fortalecida y orgullosa, todo estará perdido”... Y así, en forma convincente y tenaz, expone sus argumentos, escribe sus alegatos y va ganando espacio y admiración ante el tribunal internacional que empieza, dentro de su imperturbable neutralidad, a comprender la sólida posición jurídica de Colombia. El éxito de Güepí es definitivo, pues demuestra la capacidad combativa de nuestro Ejército, y el 25 de mayo, al aceptar por fin el Delegado del Perú firmar la que se denominará “Fórmula de las Modalidades”, el doctor Santos se anota el más sobresaliente de sus triunfos al vencer las reticencias del Delegado peruano a las soluciones recomendadas por el Comité Consultivo del organismo supranacional desde el 18 de marzo, antes de la acción de armas de Güepí. Llegaría, apenas cuatro años después, la presidencia de la república y su eximia labor como jefe del Estado. El 27 de marzo de 1974, con la admiración, el respeto y el inmenso cariño de toda la nación, dejó de existir este epónimo colombiano que con desinterés, abnegación y eficacia dedicó los 84 años de su meritoria existencia a servir a la república y a enaltecer el nombre de la patria. Otros comisionados diplomáticos El estallar el conflicto se desempeñaba como Ministro de Relaciones Exteriores el doctor Roberto Urdaneta Arbeláez, quien también llegaría a alcanzar la más alta dignidad de la república en 1951. Diplomático por ancestro y tradición familiar, hizo estudios de derecho en la Universidad de Deusto (Bilbao) y presentó sus exámenes en la famosa Universidad de Salamanca. Estuvo al frente de la Cancillería, desde julio de 1931 a diciembre de 1934, en las administraciones de Olaya Herrera y de Alfonso López. Le correspondió afrontar el conflicto con el Perú, hasta su cancelación con la firma del protocolo de Río de Janeiro el 24 de mayo de 1934. En carácter de Canciller presidió la Delegación de Colombia, integrada por dos destacadas figuras de la intelectualidad colombiana: el maestro Guillermo Valencia, que desde el inicio del conflicto fuera designado jefe de la Comisión Asesora de Asuntos Internacionales, y por don Luis Cano. Con especiales consagración y esfuerzo, logró la Delegación, venciendo dificultades, desconfianzas y recelos, hacer triunfar las aspiraciones colombianas, al no aceptar que el Tratado LozanoSalom?ón fuera sometido a revisión como pretendieron hacerlo los delegados peruanos. No fue fácil para los delegados colombianos enfrentarse a diplomáticos de la talla intelectual de Víctor Maúrtua, Víctor Andrés Belaúnde y Alberto Ulloa, hábiles exponentes de la diplomacia peruana. Pero la justicia de la causa colombiana a la postre habría de imponerse. Fue un acierto del presidente Olaya Herrera, desde el momento en que se presentó la toma de Leticia, iniciar una verdadera ofensiva diplomática para difundir en varias naciones los motivos que asistían a Colombia en esta lucha. El país tuvo la suerte de contar en ese momento como Ministro Plenipotenciario ante el Perú, a don Fabio Lozano y Lozano, quien debió afrontar riesgos no sólo para su seguridad personal sino de su familia, antes de salir precipitadamente de Lima, al presentarse el rompimiento de las relaciones entre los dos países. Desde enero de 1932, el Ministro Lozano, en respuesta a una consulta hecha por la Cancillería colombiana, dio la alerta oportuna sobre las actividades peruanas pero no se le dio mayor atención. En el inicio mismo del conflicto, el gobierno de Colombia designó a varios diplomáticos veteranos en estas disciplinas, para que viajaran a algunas de las capitales americanas a sustentar los puntos de vista de nuestro país. A Washington fue enviado don Pomponio Guzmán, a Lima Laureano García Ortiz, Antonio Gómez Restrepo a Guatemala y Jorge Eliécer Gaitán a México. Además, el día 19 de septiembre, los ex Ministros de Relaciones Exteriores de Colombia suscribieron una declaración en la cual reiteraron el carácter intangible del Tratado LozanoSalom?ón de acuerdo con los principios y normas del derecho internacional. Y el doctor Santos, antes de asumir las funciones de Delegado en Ginebra ante la Sociedad de Naciones, publicó y difundió su libro escrito en francés que intituló “Une nouvelle ombre sur lÕAmérique” (Una nueva sombra sobre la América) que, fundamentado en cuantiosa documentación, concretó sólidos argumentos en favor de Colombia. Otra gestión que resultó muy positiva para Colombia, fue la entrevista que tuviera en su viaje a Lima el doctor Alfonso López Pumarejo (cuando ya empezaba a proyectarse como candidato presidencial) con el general Oscar Benavides, quien a raíz del asesinato del general Sánchez Cerro, asumió la presidencia del Perú. López Pumarejo y Benavides habían sido compañeros y amigos como embajadores en Londres y su entendimiento personal y directo propició el llegar a un acuerdo. La presión diplomática tuvo dos fases muy claras: La primera, la concientización de la opinión internacional y de los organismos supranacionales en pro de los intereses colombianos, y posteriormente, una vez logrado el cese de hostilidades gracias a la efectiva acción de armas de Güepí, la presión en Río de Janeiro para obtener la firma del Protocolo que mantuvo inmodificable el Tratado LozanoSalom?ón. Colombia, por exceso de generosidad, aceptó la devolución de Güepí antes de que Leticia revirtiera a su jurisdicción. Los ocho meses que exigió el llegar en Río de Janeiro a la firma satisfactoria del Protocolo, fueron por ello de gran incertidumbre, pues existió la posibilidad de que el Perú no cejara en sus pretensiones, lo que hubiera llevado a la continuación y ampliación de la guerra, con graves perjuicios para los dos países. De ahí que las hábiles gestiones de los comisionados diplomáticos tanto en Ginebra por parte del doctor Santos, como en Río por el Ministro Urdaneta, el maestro Valencia y don Luis Cano, fueron decisivas para el triunfo colombiano. I. Destacamento del Amazonas (46 oficiales). General Efraín Rojas Acevedo, comandante del Destacamento. Coroneles 1. Luis Acevedo* 2. Arturo Borrero* 3. Enrique Santamaría C. Mayores 1. Domingo Espinel 2. Clodomiro Lozano* 3. Gabriel Collazos 4. Miguel Silva P.* 5. Rafael Rodríguez* 6. Julio Londoño Capitanes 1. Régulo Gaitán P. 2. Gabriel Montenegro 3. Roberto Vanegas L.* 4. Francisco A. Pinto 5. Gonzalo Fajardo 6. Quintín G. Gómez 7. Ernesto Gómez G. 8. Juan A. Sarmiento 9. J. Rafael Sánchez A. 10. Alfonso Payán 11. Leopoldo Uribe S. Tenientes 1. Juan Lizarazu 2. Carlos A. Angarita 3. Miguel A. Rodríguez 4. Angel M. Benavides 5. jesús Ruiz 6. Pedro A. Muñoz 7. Arturo Charry* 8. Maximino Rodríguez 9. Augusto López 10. Daniel Amórtegui 11. Jorge Hernández 12. Félix Quiñones 13. Fernando Ochoa 14. Hilario Barón 15. Bernardo Sarasti 16. Gabriel Piñeros S. Subtenientes 1 . Alfonso Rojas M. 2. José V. Neira 3. José M. Rodríguez 4. Pedro 1. Rincón 5. Luis Prieto C. 6. Ricardo de la Roche 7. Manuel Trujillo 8. Heladio Pinilla Capellán Padre Pedro Pablo Galindo NOTAS *Ascendió a general. Ascendió a general y fue Ministro o comandante de Fuerza. Los oficiales de esta relación fueron los que integraron inicialmente el Destacamento del Amazonas y viajaron desde Puerto Colombia al Teatro de Operaciones. Muchos más oficiales hicieron parte de este Destacamento posteriormente, pero no aparecen en esta lista. II. Destacamento del Putumayo (45 oficiales, 8 médicos, 2 capellanes) Coronel Roberto D. Rico Díaz,* comandante del Destacamento Estado Mayor Mayores Luis F. Lesmes Julio Guarín Capitán Carlos Bejarano* Teniente Ricardo Rosero, Oficial ayudante Flotilla Fluvial Comandante Teniente Coronel José Dolores Solano* Cañonero Santa Marta Comandante, Capitán Luis E. Gaitán Artilleros: Tenientes Luis A. Baquero Juan Lozano y Lozano Cañonero Cartagena Comandante Capitán Hernando Mora Angueyra* Artillero: Teniente José M. Pacheco Comandante Pelotón de desembarco: Sargento Néstor Ospina Lancha WainaCapac? Comandante Teniente Alfonso Pinzón Forero Lancha SinchiRoca? Comandante Teniente José M. Charry Infantería Comandante Mayor Ananías Téllez Comandantes de Compañia Capitanes Luis Uribe Linares Alfonso Collazos Pedro Monroy C. Ernesto Velosa Peña Luis A. Garcés. Oficiales subalternos Tenientes Alberto Lara Carlos A. Manrique Luis Gómez Jurado Gonzalo Díaz Rafael Gómez Gómez Subtenientes Mario García Deogracias Fonseca* Francisco Benavides Edmundo Gómez Pelotón de Reconocimiento Capitán Roberto Domínguez ArtilleríaBatería Batallón Tenerife Tenientes Luis Lombana* Francisco Márquez Médicos Del Puesto De Sanidad José del C. Rodríguez Gabriel Olózaga Alfonso Gamboa José A. Rodríguez José M. Osorio Rafael González Médicos de los Cañoneros Cartagena: Doctor Ernesto Rodríguez Acosta Santa Marta: Doctor Luis Carlos Cajiao Pelotón De Sanidad Teniente L. Alberto Lara Bodegas y subsistencias Teniente Julio Bernal, Sargento Mantilla Servicio Religioso: Padres Trujillo y Justo de San Mirabel Aviación Escuadrilla mixta de bombardeo y caza: Comandante Mayor Herbert Boy Pilotos Colombianos: Capitanes Andrés M. Díaz Luis F. Gómez Niño Heriberto Gil Eduardo Gómez Posada Uladislao OÕByrne Subtenientes César Abadía Ernesto Esguerra Pilotos Alemanes Coronel Herbert Boy. Mayor Hans Werner von Engel. Capitanes Alexander Mauke, Bodo von Kaull, Franz Valenstein, Fritz Tessens von Heydebreck, Gotob Fritz von Donop, Hans Dietrich Hoffmann, Hans Himpe, Hellmuth Breifelt, Hellmuth Grautoff, Herman Ernst von Oertzen, Johan Ristiez, Joseph Raimund Behrend, Karl Maringer, Karl Heinz Kindermann, Ludwig Graff Schaesberg, MaximilianMartin? Haenichen, Max Moog, Olaf Bielenstein, Paul Mutter, Rolf Starke, Walter Valdemar Roeder. Tenientes Adolph Edler von Grave, Georg Theodor MeyerScaeffen?, Heinz Kutscha y Helmuth Koening. Subteniente Walter Seelk Mecánicos Alfred Kuklinsky, Alfred Wuelfert, Alexander Notz, Aloys Binkowsky, Bertold Mischur Eduard Eyles, Erik Rettich, Franz Preuschoff, Gunther Freitag, Hans Burger, Hans Roesner, Hans Schultz, Hellmuth Koening, Hellmuth Boiteux, Hellmuth Roesel, Herbert Grossman, Johan Georg Martin, Kurt Richels, Max Petermann, Richard Schultz, Simon Butz, Walter Fischer Hammermann Notas *Ascendió a general. Ascendió a general y fue ministro o comandante de Fuerza. ***Ascendió a general y fue presidente de la república. Esta lista corresponde a la formación de combate del día 26 de marzo para el ataque a Güepí. Dejan de incluirse los oficiales que se encontraban en Caucaya, Puerto Ospina, Florencia y otras bases logísticas o que después llegaron al Destacamento del Putumayo. Asimismo no aparecen algunos quienes no estuvieron presentes el día de la acción.
#AmorPorColombia
Siluetas humanas
Siluetas Humanas Texto de: Bricadier general, Gabriel Puyana Garcia. El principal protagonista Sin duda el principal protagonista del Conflicto ColomboPeruano? de 1932, fue la nación entera, en esa admirable simbiosis entre sus dirigentes y su pueblo. Sólo así fue posible que el país afrontara en forma inmediata una situación de tanta gravedad que despertó conciencia de solidaridad nacional al hacer que Colombia, como un solo ser, reaccionara con profundo entusiasmo para integrarse en la noble causa de la defensa de sus derechos, de su soberanía y su dignidad. La forma generosa como la ciudadanía respondió al llamado que le hiciera el gobierno, con la entrega de sus más significativas pertenencias, entre ellas el oro de los símbolos de unión matrimonial, fue significativa como emocionada afirmación de amor apasionado por la patria y de la confianza que en ese momento el pueblo tuvo en sus gobernantes. Este esbozo de algunos perfiles biográficos no significa que las figuras exaltadas sean las únicas que lo merecen sino que, en la obvia imposibilidad de hacerlo con todos los compatriotas que se distinguieron, se han tomado algunas de las semblanzas más representativas para rendir con ellas testimonio de gratitud, reconocimiento y admiración, hacia quienes salvaron el honor nacional y los altos intereses de la patria. Enrique Olaya Herrera, presidente de la república. Para bien de Colombia, en el momento de presentarse el conflicto se encontraba al frente del gobierno este compatriota ilustre que, con la conciencia de sus altas responsabilidades, supo afrontar la suerte incierta que se abría a la patria. Sus condiciones innatas de líder político, su coraje personal, su inteligencia y su visión de estadista, así como la experiencia adquirida en labores administrativas durante su amplia trayectoria de hombre público, fueron factores fundamentales para que pudiera cumplir en forma sobresaliente su difícil gestión en ese período crucial. En 1905, cuando era funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, publicó su obra intitulada Cuestiones territoriales, en la que se aprecia amplia familiarización con los problemas de Colombia en sus áreas fronterizas. Expresó en ese libro: “Es doloroso observar cómo el Perú ha llevado sus pretensiones a un extremo que las hace no sólo inadmisibles sino profundamente irritantes”. En 1911, al presentarse el incidente fronterizo de La Pedrera, él ocupaba el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, lo cual él le dio sólida versación en esta circunstancia conflictiva. Su programa de gobierno, que denominó “Concentración Nacional”, facilitó la disposición anímica de los colombianos para rechazar exclusivismos de partido. A pesar de la fuerte oposición de un sector del conservatismo encabezado por el doctor Laureano Gómez, fue éste quien, en gesto admirable de patriotismo, lanzó en el parlamento la significativa consigna: “Paz, paz en el interior y guerra en las fronteras hasta el fin”. Olaya Herrera era oriundo de Guateque (Boyacá), donde había nacido el lÕ de noviembre de 1880. En 1910 hizo parte de la Asamblea Nacional, que presentó importantes enmiendas constitucionales. Se desempeñó como Ministro de Relaciones Exteriores en los gobiernos de Carlos E. Restrepo y de Jorge Holguín, y su contribución fue decisiva para acordar el Tratado con los Estados Unidos posterior a la separación de Panamá. Dadas sus reconocidas habilidades diplomáticas, los gobiernos conservadores lo mantuvieron al frente de las legaciones en Argentina, Chile y Estados Unidos, de donde regresó como candidato a la presidencia para alcanzar esta máxima investidura. Cuando se empeñaba a fondo para hacer frente a la dura crisis financiera que sacudió al mundo entre 1929 y 1932, tuvo que afrontar el conflicto bélico. Su prestigio internacional permitió al país obtener un crédito de 17 millones de dólares, que sirvió para cancelar deudas anteriores y poner al día la Tesorería General de la República, lo que resultó de especial trascendencia, cuando fue necesario pasar de una economía de paz a la economía de guerra. Su concepción de brillante estadista, lo llevó a combinar acertadamente el empleo de la fuerza con la hábil gestión diplomática ante los organismos internacionales y ante las demás naciones, para que se entendiera la justicia de la causa y se obtuviera el apoyo que reclamaba Colombia como nación agredida. Al terminar su período presidencial tuvo el gesto de aceptar nuevamente el Ministerio de Relaciones Exteriores, por cuanto comprendió que desde allí podría seguir sirviendo los intereses de su patria. Años después, cuando ejercía el cargo de embajador ante la Santa Sede, el 18 de febrero de 1937, lo sorprendió la muerte en momentos en que se aprestaba a asumir por segunda vez la candidatura presidencial su deceso conmocionó al país por lo que fue la vida de este eminente colombiano, a quien tanto debe la patria, pues su dirección en las horas difíciles fue garantía de éxito. La perennidad de su recuerdo habrá de reflejar el sentimiento de la nación agradecida. Algunos Ministros Guerra Hasta julio de 1931 el general Agustín Morales Olaya ejerció el cargo de Ministro de Guerra que venía desempeñando en la administración del presidente Abadía Méndez. Durante su gestión se establecieron algunos puestos militares en San Miguel (12 soldados), Caucaya (39), La Tagua (10), El Encanto (17), Leticia (30), y fueron enviados al río Putumayo los cañoneros Santa Marta y Cartagena, lo que fue un verdadero acierto. Al general Morales lo reemplazó el prestigioso doctor Carlos Adolfo Urueta, quien sólo permaneció 40 días a causa de su muerte repentina. En condición de encargado se desempeñó por unos meses el general Aníbal Angel B., y el 27 de noviembre fue nombrado para sucederle el distinguido profesional doctor Carlos Arango Vélez. El dinamismo del doctor Arango Vélez, sus vastos conocimientos sobre los problemas limítrofes y acertado juicio de que los peruanos mantenían aspiraciones territoriales en nuestras zonas fronterizas, condujeron a la pronta reparación de los cañoneros Mosquera y Barranquilla para aumentar nuestra presencia en los vastos territorios amazónicos. Se nombró jefe de fronteras al general Amadeo Rodríguez y se dispuso recoger los puestos militares que se encontraban en el Putumayo abajo de El Encanto, así como el pelotón de soldados que guarnecía a Leticia. Esta determinación fue muy criticada, pero el Ministro la justificó al afirmar que si los peruanos llegaban a copar esta reducida fuerza, podían argumentar el denominado derecho de Debellatio para hacerse a un título basado en una victoria militar dentro de un enfrentamiento de ejércitos regulares. La fuerte personalidad del presidente Olaya Herrera y el carácter altivo del Ministro Arango Vélez, originaron entre los dos ciertas desavenencias que ocasionaron la renuncia del doctor Arango Vélez, por lo cual fue designado para el cargo el capitán (r) Carlos Uribe Gaviria, quien tomó posesión la noche del 23 de mayo de 1932. Correspondería al capitán Uribe ejercer estas importantes funciones durante el desarrollo del conflicto, pues permaneció en su cargo hasta el 26 de noviembre de 1933. El capitán Uribe, hijo del eminente patricio y distinguido hombre público general Rafael Uribe Uribe, hizo sus estudios militares en la Escuela Militar de Chile, cuando su padre desempeñaba el cargo de jefe de la legación colombiana en ese país. Al graduarse como oficial prestó sus servicios en cuerpos de tropa del Ejército chileno y se retiró con el grado de capitán. Su amistad personal con el presidente de la República y los conocimientos que tenía sobre los aspectos relacionados con el quehacer militar, así como el hecho de ser hijo de una de las más preclaras figuras que tuvo no sólo su partido sino el país, hizo que el presidente Olaya le diera amplio respaldo, por la confianza que le supo inspirar su gestión eficiente, patriótica y entusiasta. Su excelente obra La verdad sobre la guerra, publicada en dos volúmenes por la Editorial Cromos en 1936, constituye el más completo relato de lo que fueron las incidencias del conflicto en el Frente Militar, desde la movilización y adecuación del estamento castrense de paz hasta las necesidades de la guerra. Con entereza asumió decisiones que a la postre resultaron muy convenientes al interés nacional, como fue la del nombramiento del comandante del Destacamento del Putumayo. Al respecto Uribe Gaviria escribió: “Como comandante de este Destacamento fue nombrado el coronel Roberto Rico, a quien yo conocía a fondo y a quien sostuve a todo trance contra las muchas intentonas que se hici eron para reemplazarlo, valiéndose para ello de chismes e informaciones tendenciosas. Varias veces me preguntó el presidente de la república quizás a causa de aquellas sugestiones malévolas si no sería mas conveniente dejar el mando al general Amadeo Rodriguez, y siempre de manera invariable, le contesté mi absoluta confianza en el coronel Rico, por que fuera de sus excelentes cualidades de militar, poseía el tino, la calma y la ecuanimidad requeridos para un puesto de semejante responsabilidad”. Con admirable consagración a sus responsabilidades, Uribe Gaviria varias veces visitó el frente de guerra, sometiéndose a los azares de la navegación aérea y fluvial, compartiendo con las tropas las dificultades propias de la vida de campaña. Su sencillez, su trato amable y su constante preocupación para resolver los graves problemas de orden logístico, le ganaron sentimientos de gratitud y simpatía, no sólo de los mandos sino de la oficialidad subalterna y de los soldados, lo cual contribuyó al éxito de su gestión ministerial y al resultado positivo de las misiones de guerra. Hacienda Se ha sostenido que gracias a la acción militar y las hábiles gestiones de la diplomacia, le fue posible al país salir airoso de las difíciles situaciones que hubo de afrontar. Hay, sin embargo, otro aspecto de suma importancia que merece debido reconocimiento: el de la gestión admirable y eficiente de Esteban Jaramillo, como Ministro de Hacienda, la compleja tarea de pasar de una economía de paz a una economía de guerra, dentro de un lapso angustioso, lo cual fue calificado como verdadero y sorprendente milagro de administración pública. Con la sencillez propia de su manera de ser, al conocerse la toma de Leticia declaró en el Congreso: Colombia ha estado arreglando las finanzas de la paz pero llegado el caso haremos también las finanzas de la guerra. Gracias a su inteligencia y a su dinamismo, supo manejar las finanzas del país para arbitrar los recursos exigidos por la confrontación militar. Como Ministro del Tesoro durante la administración de don Marco Fidel Suárez, le correspondió en 1919 y 1921, enfrentar las dificultades que se generaron al término de la 1 Guerra Mundial, para lo cual puso en juego no sólo sus sólidos conocimientos en asuntos económicos sino su extraordinaria imaginación, puestos también al servicio de la administración Abadía Méndez de 1927 a 1928. En muy corto tiempo logró que la ciudadanía suscribiera un empréstito de más de diez millones de pesos, en cumplimiento de la ley 12 de 1932. Cuando estos recursos se agotaron, hizo que el gobierno negociara con el Banco de la República un préstamo de cinco millones de pesos, para cuya amortización ideó la “Cuota Militar” que debían pagar los mayores de 18 que no prestaran el servicio en filas. Su hábil gestión hizo posible atender la emergencia fronteriza, dotando al estamento militar del personal, las armas, el equipo y demás elementos de combate y logísticos. Los muchos millones acopiados para el conflicto, una vez superada la situación bélica, resultaron eficaces para atender los territorios abandonados en el sur del país, el sostenimiento de las flotillas fluviales y aéreas, la atención de complejos problemas sanitarios en los malos climas de la región, no sólo de los contingentes militares sino de los pobladores civiles indígenas y colonos, que desde tiempo atrás vivían en lamentable abandono. Esteban Jaramillo fue artífice esencial para que el Frente Interno correspondiera a los Frentes Militar y Diplomático y se pudieran salvaguardar los intereses nacionales ante la agresión peruana. Obras públicas Se distinguió por la atención dinámica y entusiasta al complejo problema de las comunicaciones con las impenetradas regiones amazónicas, el doctor Alfonso Araújo al frente de la cartera de Obras Públicas con la rápida construcción de la carretera que debería unir a Baraya con Florencia y Venecia, la de Pasto con Puerto Asís y la terminación del sector faltante para unir a Popayán con Pasto. El despacho a su cargo, con una legión de ingenieros y trabajadores civiles de ese Ministerio, procedió, a partir de septiembre de 1932, a construir dichas carreteras en forma inmediata. La acción integrada con el Ministerio de Guerra y la eficacia con que el Ejército supo organizar las líneas de comunicaciones con los centros y medios de transporte, desde columnas hipomóviles, cargueros a espalda, remolcadores, balsas y unidades fluviales, hizo posible el prodigioso apoyo logístico de las tropas, llevado desde el interior del país. Principales jefes militares General Alfredo Vásquez Cobo Nació en Cali el 9 de febrero de 1869 en el hogar de don José Vásquez y doña Carmen Cobo, distinguidos miembros de la sociedad caucana. Realizó sus primeros estudios en el seminario de Popayán, donde fue condiscípulo del poeta Guillermo Valencia, con quien siempre mantuvo estrecha amistad a pesar de sus diferencias dentro del mismo partido político. Se graduó ingeniero en la Escuela Saint Berbe de París y su permanencia en esta ciudad le fue muy útil para los servicios diplomáticos que más tarde le correspondería prestar en Francia. Después de ejercer durante poco tiempo su profesión, prestó sus servicios en el Ejército en defensa del gobierno, distinguiéndose por su desempeño en las operaciones realizadas en el antiguo departamento del Cauca. Fue nombrado Jefe de Operaciones en la costa Atlántica y, ya como general, participó en 1902 en las conversaciones de paz llevadas a efecto a bordo del crucero Wisconsin, que dieron término a la cruenta guerra de los “Mil días”. Al ocurrir la toma de Leticia, ocupaba la legación de Colombia en Francia. Con diligencia y entusiasmo gestionó y adquirió en tiempo récord los vapores Córdova y Mosquera. Fue designado por el presidente como comandante en jefe de la que se denominara la “Expedición Punitiva”, medida esta de orden esencialmente político al igual que el nombramiento del doctor Guillermo Valencia como presidente de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, por cuanto al asignar estas responsabilidades a quienes fueran sus contendores en la campaña presidencial, Olaya Herrera logró que tanto ellos como sus corrientes políticas apoyaran su gestión para hacer más firme la solidaridad nacional. En Belén del Pará integró esos dos buques al Destacamento procedente de Barranquilla al mando del general Efraín Rojas, y el 15 de febrero recuperó la posición de Tarapacá. A principio de marzo de 1933, el general Vásquez Cobo fue llamado a una conferencia con el presidente Olaya en La Capilla (Cundinamarca) para discutir los planes de guerra con el Ministro Uribe Gaviria y el Estado Mayor. Después de haberle hecho merecido reconocimiento por su decisivo aporte en la organización y conducción de las fuerzas colombianas hasta el Teatro de Operaciones y la recuperación de Tarapacá, el presidente lo instó para que regresara a Francia y continuara en su misión diplomática, como en efecto lo hizo. Justo es reconocer el acendrado patriotismo de este distinguido hombre público que, no obstante su avanzada edad, afrontó sus responsabilidades militares en un medio hostil y difícil, dando muestras de ejemplar abnegación y voluntad. Su hijo Camilo, también ingeniero, lo había acompañado desde Francia, como comandante del buque Córdova, y al igual que su padre, hizo gala de su amor a la patria y de su devoción al deber. Retirado de la vida pública, falleció en su ciudad natal en 1941. Su desinteresada como efectiva gestión en bien de los intereses de la república le mereció el respeto, la admiración y el aprecio de toda la nación. General Efraín Rojas Acevedo. Hijo del general José A. Rojas Berbeo y de la señora Dominga Acevedo Vallarino, nació en la capital de la república el 4 de febrero de 1887 este ilustre militar que tan destacada figuración tuviera en el conflicto con el Perú. Ingresó al Ejército muy joven y, en febrero de 1902, fue nombrado teniente ayudante del II Batallón de Línea de la División Marroquín. En este grado hizo las campañas de Cundinamarca y Tolima durante la guerra civil de los Mil Días. Como capitán tomó parte en las acciones del Magdalena y Panamá y también prestó servicios en el Estado Mayor General y en el Ministerio de Guerra durante el mismo conflicto. En mayo de 1907 fue enviado como oficial alumno a la Escuela Militar de Cadetes. Posteriormente fue nombrado como segundo comandante del Batallón Modelo y en 1909 asistió al curso de aplicación en la Escuela de Guerra. De 1910 a 1915 prestó servicios en el segundo Batallón del Regimiento de Infantería Junín No. 11 en Popayán, y posteriormente en el Batallón de Ingenieros Caldas en Ibagué. En 1916 adelantó el Curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra, y en abril del año siguiente fue nombrado subdirector del instituto. En agosto de 1921 se le designó Director de la Escuela de Aviación de Flandes. De 1922 a 1929 desempeñó los comandos del Regimiento de Ingenieros Caldas (Ibagué), del Regimiento de Infantería Sucre (Bogotá) y del Regimiento de Infantería Bolívar en Tunja. En 1929 solicitó su retiro temporal del Ejército y se radicó en Nueva York, para volver al servicio activo en 1931 como comandante de la segunda Brigada en Barranquilla. En julio de 1932 fue ascendido a general y continuó al frente de la misma unidad operativa. El 3 de noviembre del mismo año fue designado Comandante Superior de las Fuerzas del Amazonas, cargo que ejerció hasta el 25 de julio de 1,933, cuando ya se había superado la situación de guerra. Con ejemplar disciplina, discreción y prudencia, supo hacer frente a la difícil situación que surgió cuando, al llegar a Manaos al mando del destacamento que zarpó de Barranquilla, se enteró al abrir el sobre cerrado que traía consigo, que debía ponerse a órdenes del general Vásquez Cobo, a quien el gobierno nombró jefe de todas las tropas en el Frente de Guerra. Su brillante inteligencia, aptitudes y conocimientos, unidos a sus excelentes condiciones de liderazgo, le permitieron desempeñarse en forma brillante como comandante del Destacamento Amazonas a partir del mes de marzo de 1933, cuando sucedió al general Vásquez Cobo en el mando supremo. Es de anotar que como oficial subalterno de su destacamento a bordo del vapor Boyacá, hacía parte su hijo Alfonso, destacado oficial del Ejército, de muy sobresalientes ejecutorias, al igual que su otro hijo Hernando, quien en ese momento se encontraba ya en el Destacamento del alto Putumayo en la zona de operaciones. En agosto de 1933, asumió la Inspección General del Ejército y en junio del año siguiente la de las Fuerzas Militares. En junio de 1935 se le condecoró con la Orden de Boyacá en la categoría de Gran Oficial. En abril de 1938 fue nombrado Secretario General del Ministerio de Guerra, cargo en el cual sirvió hasta que se retiró voluntariamente del servicio en noviembre de 1939. Sus numerosos documentos militares, entre otros el análisis de la situación que escribe a bordo del vapor Boyacá el 23 de enero de 1933, con destino al general Vásquez, así como sus planes y órdenes de operaciones, destacan sus sólidos conocimientos profesionales, al igual que su acertado criterio en aspectos estratégicos y tácticos que le merecieron alto prestigio, como uno de los más distinguidos jefes que en aquellas épocas tuvo el Ejército Nacional. En el retiro se dedicó a actividades agrícolas en su finca de La Vega. En 1957 publicó su libro Realidad y Ensueños, de poesías inéditas, que constituyó una fehaciente muestra de su sensibilidad y de sus disciplinas intelectuales en las que también supo descollar entre los miembros de la institución militar. General Roberto Domingo Rico Díaz El 22 de marzo de 1887 nació en Bogotá este esclarecido jefe que merece el título de héroe como valiente comandante de las tropas colombianas en la más importante acción de armas del conflicto amazónico: la honrosa victoria de Güepí. Su padre fue el conocido internacionalista y político doctor Luis Carlos Rico, varias veces Canciller de la república y jefe de misiones diplomáticas, y su madre, doña Graciliana Díaz. Ingresa al Ejército como soldado, todavía niño, y hace sus primeras armas como corneta del Batallón Palacé en los combates de Ambalema, Sampués, Toluviejo, Ovejas, el Carmen, Valledupar y Santa Marta, donde reafirma su vocación militar en las duras pruebas del campo de batalla, que para desgracia de Colombia se plasmaron en la contienda fratricida de los Mil Días. En abril de 1908, ya en desarrollo de la Reforma Militar del general Reyes, se le destina como subteniente a la Escuela Militar de Cadetes y posteriormente es trasladado a Bucaramanga, al Batallón 4 de Infantería. En 1916, ya con el grado de capitán, se retira voluntariamente del servicio y se radica en Pamplonita para dedicarse a labores agrícolas. Pero en 1918 regresa a las filas activas y un año más tarde alcanza el grado de mayor. En 1922 hace un curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra. En 1924 es ascendido a teniente coronel y se le nombra Agregado Militar de la Embajada de Colombia en el Brasil. Su permanencia en este país le es muy útil, pues hace estudios sobre la región amazónica y aprende el portugués, además de desarrollar sus excelentes aptitudes para las relaciones diplomáticas. En 1930 se le destina como comandante del Batallón de Infantería Sucre, y en junio de 1932 es ascendido a coronel. Dos semanas después de su ascenso, es nombrado jefe de la frontera del Amazonas y Putumayo en reemplazo del general Amadeo Rodríguez. A raíz del asalto a Leticia, para hacer frente a la agresión peruana, se crea, el 18 de octubre de 1932, el Destacamento Putumayo y se le nombra comandante del mismo. Al frente de esta responsabilidad alcanza la más destacada figuración de un jefe militar del país, al comandar las tropas colombianas en la más sobresaliente acción de armas que tuviera el conflicto: la toma de Güepí. Este triunfo fue decisivo para el éxito posterior de las negociaciones diplomáticas, que permitieron rescatar la integridad territorial, mantener muy en alto la dignidad de la República y el honor de su institución militar. Terminado el conflicto, ocupó cargos de elevada responsabilidad, como la Dirección de la Escuela Militar de Cadetes y el comando de la Brigada de Institutos Militares. En diciembre de 1938 se retiró del servicio activo, y el 3 de abril de 1945 le sobrevino la muerte, a los 58 años de edad. La extraordinaria personalidad y las excelentes condiciones de jefe, el general Rico, pueden apreciarse en los altos conceptos que él mereciera tanto de sus propios subalternos como de sus superiores directos. Ese fue el coronel Rico. Quizás su desinterés, su exagerada modestia y discreción no permitieron que el país le hiciera el reconocimiento que todavía no le ha hecho. El haber alcanzado la máxima jerarquía partiendo desde soldado raso, refleja todo ese cúmulo de virtudes castrenses personificadas en su valor, su serenidad, su lealtad, su disciplina, su espíritu de compañerismo, lo que unido a su capacitación profesional y a su lucidez intelectual, lo acreditan como uno de los más sobresalientes jefes que ha tenido el Ejército en este siglo, a quien la patria debe gratitud, admiración y recuerdo. General José Dolores Solano En la ciudad de Popayán, en el hogar de don David Solano y Concepción Rodríguez, el 12 de abril de 1892, nació el general José Dolores SolanoÕ a quien le correspondería en el grado de teniente coronel, ser el comandante de la Flotilla Fluvial del Destacamento Putumayo y distinguirse por su intrepidez y eficacia en el glorioso combate de Güepí. Atraído por la carrera de las armas, en 1911 ingresó a la Escuela Militar de Cadetes, y al distinguirse por su excelente rendimiento fue seleccionado para continuar estudios en el Colegio Militar Eloy Alfaro del Ecuador, donde se graduó de subteniente en 1912, obteniendo el primer puesto de su promoción entre 44 alumnos. Hasta el grado de capitán sirvió en diferentes unidades del Ejército y en 1931, siendo mayor, fue nombrado comandante de la Flotilla Fluvial del Amazonas, creada para la seguridad de la frontera y para prestar su colaboración al Grupo de Colonización constituido dos años trás. Su carácter franco y altivo, unido a su innato don de mando, le ganaron el afecto de sus subalternos y de los indígenas y personal de colonos de la región, por la forma acuciosa como atendía sus solicitudes, lo que motivó que lo distinguieran con los nombres de Padre de los colonos y de Rey de la frontera. Esa solidaridad espontánea que fue consecuencia de su don de gentes y del buen trato que siempre tuvo para quienes lo conocieron, le fue altamente favorable para el cumplimiento de sus deberes militares en la situación de guerra que había de producirse. Dotado de brillante inteligencia y temperamento sagaz, antes de producirse el ataque a Güepí, con autorización del coronel Rico, comandante del Destacamento, envió una comunicación al comandante de la guarnición peruana para consultarle si, dentro del derecho de libre navegación, podría desplazarse con su cañonero aguas arriba sin que esta actitud se interpretara como maniobra agresiva. El reconocimiento de éste, le permitió colocar su buque en posición favorable al momento de lanzarse al asalto. Pasado el conflicto, Solano regresó al interior del país para recibir el reconocimiento de la nación. La Cruz de Boyacá que le fuera conferida por su valor, la impuso él mismo en los pliegues de la Bandera de Guerra del Batallón Boyacá en Pasto, para significar así que este honor era para los soldados nariñenses que habían hecho posible la victoria. En 1937 ascendió a general. Estuvo al frente de varias misiones diplomáticas y se retiró del servicio en abril de 1937. Sin embargo, en 1944 fue nuevamente llamado a filas por un lapso de 40 días a raíz del intento de golpe de Estado de Pasto. Ya reintegrado a su actividad particular falleció el 11 de enero de 1961. La promoción de oficiales de 1966 tomó su nombre en homenaje a este brillante general de la República, que con su temeridad conquistó para la patria y para sí mismo los laureles imperecederos de la gloria y la gratitud y veneración de sus compatriotas. General Luis Acevedo Torres Nació en Bogotá el 26 de diciembre de 1890. En Bucaramanga realizó sus estudios primarios y secundarios para ingresar a la Universidad Nacional, donde cursó el primer año de derecho. Inició su carrera militar como subteniente en 1902 y ascendió por la escala jerárquica hasta lograr, el 9 de enero de 1934, su exaltación a general de la república, en reconocimiento a su distinguida hoja de servicios y, en especial, al brillante desempeño en la frontera sur. En 1928, en el grado de coronel, se le designó Director del Grupo de colonización de la Amazonia para lo cual fue destinado en comisión al Ministerio de Industrias. En desempeño de sus funciones adquirió en los Estados Unidos elementos y equipos para el desarrollo de sus labores. Personalmente dirigió el traslado del material a la zona de colonización y organizó la navegación fluvial en los ríos fronterizos, para lo cual compró en Manaos los buques mercantes Nariño y Huila y algunas embarcaciones menores. A partir de marzo de 1930, secundado por el selecto grupo de oficiales a su mando, inició la creación de cinco colonias militares sobre los ríos Caquetá, Putumayo y Amazonas, para beneficio de indígenas y colonos y como presencia del Estado en esas desconocidas regiones con los nombres de Puerto Ospina, Caucaya, La Tagua y el propio poblado de Leticia. A la vez, emprendió la construcción de la trocha La TaguaCaucaya?, para unir los ríos Putumayo y Caquetá. El 17 de agosto de 1930, acompañado de su ayudante, el entonces teniente Alfonso Pinzón Forero (quien habría de escribir muchos años más tarde su importante libro La Colonización Militar y el Conflicto ColomboPeruano?), recibe en su carácter de jefe de la frontera la población de Leticia y la jurisdicción sobre el Trapecio Amazónico de conformidad con el Tratado LozanoSalom?ón. Relevado como jefe de fronteras por el general Amadeo Rodríguez, al presentarse el conflicto asumió la dirección de la Flotilla Fluvial y Aérea. Por su conocimiento del Teatro de Guerra, se convirtió en valioso asesor del gobierno para la organización, dotación de material bélico y reajustes en el dispositivo de defensa. Sirvió a bordo del avión del mayor Herbert Boy como enlace entre la dirección central de las operaciones y los comandantes de los Destacamentos. Su valor personal se puso a prueba, no sólo como guía de los vuelos inaugurales de las rutas que se establecían, sino llegando a desempeñarse como artillero improvisado a bordo del avión que piloteaba el mayor Boy. Después del conflicto ejerció los cargos de Director General de Aviación, Director General de Marina y Jefe del Estado Mayor General. Su especial señorío y sus condiciones de liderazgo le ganaron el afecto de sus subalternos y de la población civil, no sólo de su patria, sino de los mismos peruanos que lamentaron su relevo como jefe de la frontera. Fue distinguido con la Cruz de Boyacá, el “Sol del Perú”, el “Busto del Libertador” y otras condecoraciones nacionales y extranjeras. Años después de su retiro del servicio, falleció en Bogotá el 30 de julio de 1951. Su nombre estará siempre ligado al desarrollo y al progreso de las regiones amazónicas, por lo que fue su valiosa contribución en el empeño colonizador. Coronel Herbert Boy El 24 de octubre de 1897, a orillas del Rhin en la ciudad alemana de Duisburg, nació este ilustre piloto militar y aviador civil que llegaría a ser uno de los colombianos con quienes la república habría de contraer deuda de imperecedera gratitud. Al iniciarse la primera guerra mundial, entra como voluntario del Regimiento 25 de Infantería acantonado en Aquisgrán. Toma parte en la batalla de Champaña y es herido dos veces. Trata de que se le traslade al cuerpo de aviación y, ante las dificultades para conseguirlo, dirige una carta personal al Kaiser que, sorpresivamente, produce el efecto perseguido, siendo destinado como alumno a la Escuela de Aviación de Gotha, donde llega a ser piloto de la famosa Escuadrilla No. 14. En su libro Una historia con alas relata sus experiencias de la guerra y la forma caballeresca y romántica como combatían los pilotos en aquella contienda, dentro de una concepción del lance medieval. Al primer piloto francés que derriba y hace aterrizar detrás de sus propias líneas, lo lleva al casino de oficiales para brindar con él una copa de champaña y luego lo envía al campo de prisioneros. Escribe una carta a la familia de su adversario ocasional, que con el correr de los años se convierte en uno de sus buenos amigos. Su antiguo compañero de Escuadrilla, Hellmuth von Krohn, con quien participara en muchos duelos aéreos, lo convence desde Colombia para que viaje a este país, del cual ignora todo, donde se abren perspectivas de trabajo por la creación de la Sociedad ColomboAlemana? de Transportes Aéreos, SCADTA, que con gran entusiasmo fuera fundada en Barranquilla en 1919 por compatriotas suyos y ciudadanos colombianos y a la cual se integra en enero de 1924, cuando llega a Barranquilla. En pocos años es nombrado jefe de Pilotos. Al presentarse la toma de Leticia el gobierno solicita el apoyo de la SCADTA y a Boy se le nombra Mayor Honorario del Ejército colombiano. Se aventura por los cielos del Sur, inaugurando las primeras rutas y sirviendo como enlace entre los altos directivos de la guerra (Presidente y Ministro) y los comandantes operacionales. Toma bajo su responsabilidad personal la reorganización de la incipiente Arma Aérea del Ejército y con dinamismo contagioso desarrolla un cúmulo de actividades, desde adquirir material volante hasta adecuación de aviones comerciales para convertirlos en naves de caza y bombardeo, entrenamiento de combate de pilotos colombianos y germanos, construcción de campos de aterrizaje, selección de tramos de acuatizaje y la rápida improvisación de una base adelantada que le garantice prestar apoyo aéreo a las tropas en la zona de operaciones. El Ministro de Guerra Uribe Gaviria, en uno de sus viajes de inspección al Sur, bautiza esta base con el nombre de Puerto Boy para rendir justo homenaje a quien tanto había logrado en tan breve tiempo. Con su avión cazabombardero toma parte en el ataque a Tarapacá y por la eficacia de sus aeronaves influye para que los peruanos abandonen sus posiciones sin presentar resistencia. Posteriormente, el 26 de marzo de 1933, al mando de su escuadrilla de combate, cumple en Güepí la más brillante de las acciones aéreas, que contribuye en forma notable al triunfo de las armas colombianas. Al término de las hostilidades, continúa como asesor del Ministerio de Guerra, atendiendo preferentemente a la formación de pilotos y adquisición de nuevos aviones, hasta el mes de julio de 1934, cuando se reintegra al servicio de SCADTA. Por su valor en combate y sus distinguidos servicios a la nación, el gobierno le otorga la Cruz de Boyacá y, años más tarde, en 1948, su patria adoptiva le extiende su carta de naturaleza acogiéndole como a uno de sus más distinguidos militares e hijo predilecto. A partir de 1950 y hasta el 11 de mayo de 1973, día de su muerte, se desempeña como asesor de la presidencia de Avianca, heredera y prolongación de la Scadta, en la que para su orgullo y satisfacción personal pudo ver la realización de sus sueños. La oficialidad y las tropas Imposible resultaría pretender que, dentro de las limitadas páginas de estas Siluetas Humanas, se incluyeran en forma individual los perfiles biográficos de los numerosos oficiales que se destacaron por la brillantez de sus servicios y por su abnegación, como integrantes de los Destacamentos del Amazonas y del Putumayo antes, durante y después del conflicto. Además de los riesgos propios del combate para quienes mantenían las posiciones y puestos avanzados, se cernía sobre todos, militares y civiles auxiliares, el peligro inminente de los climas malsanos, las graves enfermedades como el paludismo, el beriberi y las fiebres malignas, junto con las amenazas que entrañan de por sí las selvas tropicales con sus ríos traicioneros. El ejemplo personal dado por los oficiales de todos los grados, desde sus más altos jefes y mandos medios y subalternos hasta los sargentos y cabos, hizo que los soldados jamás resultaran inferiores a lo que fue ese Ejército, procedente de las distintas regiones de la patria, pero preferentemente de Nariño y del Huila, departamentos más próximos a las áreas afectadas. Del Grupo de Colonización del Ejército presente en esas regiones desde 1930, es justo recordar entre otros, los nombres del capitán Carlos Bejarano Muñoz (futuro general) y de los oficiales subalternos subtenientes Diego Muñoz, Alfonso Pinzón Forero y Jorge Téllez quienes, a órdenes del coronel Luis Acevedo Torres, iniciaron el establecimiento de las primeras colonias militares. Procedentes del interior llegaron los primeros refuerzos en julio de 1931, para ocupar las posiciones destacadas consistentes en 50 soldados al mando del teniente Virgilio Barco y del subteniente Carlos Ayerbe a este último le correspondería el honor y la difícil tarea de comandar el puesto más avanzado del Ejército en El Encanto, a 400 kilómetros de Caucaya. De los oficiales integrantes del Destacamento del Amazonas que zarpara de Puerto Colombia a órdenes del general Efraín Rojas, alcanzaron años después las más altas jerarquías del escalafón militar los siguientes oficiales: coroneles Luis Acevedo Torres y Arturo Borrero mayores Domingo Espinel (fue Ministro de Guerra), Miguel Silva Plazas y Julio Londoño capitanes Régulo Gaitán (fue además Ministro de Gobierno y comandante del Ejército) Roberto Vanegas Lozano y José Rafael Sánchez (que llegó a Ministro de Guerra) tenientes Arturo Charry y Pedro Muñoz Palacino, el primero Ministro de Agricultura y el segundo comandante del Ejército. También del Destacamento del Putumayo además del coronel Rico y el teniente coronel Solano, alcanzaron la jerarquía de general los siguientes oficiales: capitanes Carlos Bejarano Muñoz y Hernando Mora Angueyra tenientes Luis Lombana y Luis A. Baquero (almirante) y el subteniente Deogracias Fonseca, quien fuera herido en el combate de Güepí y llegaría a ser presidente de la república como miembro de la junta Militar de Gobierno en 1957. En el vívido relato que el teniente Juan Lozano y Lozano hace del combate de Güepí, releva el desempeño valeroso y decidido de quienes comandaron las diferentes fracciones del ataque en ese glorioso hecho de armas. En palabras emocionadas destaca el coraje de los oficiales, suboficiales y soldados, haciendo notar que unos y otros se merecieron mutuamente. Así se refiere a la conducta de los oficiales del Estado Mayor, mayores Luis F. Lesmes, julio Guarín y Ananías Téllez, este último a su vez comandante de las tropas de In*fantería que, moviéndose en botes a motor o en canoas a remo, llevaban las órdenes del coronel Rico y traían los informes de los comandantes subalternos. Elogia la temeridad de las fuerzas de asalto y de los elementos de apoyo, citando a sus capitanes Luis Uribe Linares, Alfonso Collazos, Alfonso Garcés, Pedro Monroy y Ernesto Veloza, como a sus oficiales subalternos tenientes Alberto Lara, Carlos Manrique, Luis Gómez Jurado, Gonzalo Díaz, Francisco Márquez y los subtenientes Francisco Benavides, Edmundo Gómez, Deogracias Fonseca, Mario García, Diego Blanco, Eduardo Gómez Cadena, Ricardo Rosero y Jorge Lombana. Describe lo que fue la decisiva participación de los cañoneros, de las lanchas, de los planchones e incluso de las canoas, para que una vez neutralizados los fuegos se hiciera el cruce del río y la conquista de las trincheras peruanas. Especial mención hace del cañonero Cartagena, confiado a la hábil dirección del capitán Hernando Mora Angueyra y desde el cual el teniente coronel Solano ejerció el mando de la flotilla, que causó estragos en las posiciones enemigas, por el tiro certero del teniente José Manuel Pacheco en las funciones de artillero. Asimismo el cañonero Santa Marta, a bordo del cual el coronel Rico condujo el desarrollo del combate y que comandó el capitán Luis Alberto Gaitán, con la colaboración del teniente Luis Alberto Baquero, quien dirigió el tiro de artillería a cargo del experimentado sargento Antonio Pardo, y del teniente Juan Lozano, que concentró el fuego de sus ametralladoras, mientras desde los cielos los aviones de combate, a órdenes del temerario coronel Herbert Boy, secundado por pilotos colombianos y alemanes, describen círculos para lanzarse en picada y dejar su carga de muerte sobre Cachaya, llamado fuerte Bolognesi. Reconoce la valentía de los comandantes de las lanchas de transporte WaynaCapac? y SinchiRoca? a órdenes de los tenientes Alfonso Pinzón Forero y José María Charry respectivamente, como de un civil, el ingeniero Alfonso Mantilla, quién maniobra un planchón que lleva a bordo un pelotón de la Compañía Veloza hacia la posición enemiga, bajo intenso fuego de ametralladoras, y cita los nombres de los capitanes Luis Niño, Restrepo, y Blanco y del teniente julio Bernal, que desplegaron actividad encomiable en el embarco de las tropas para lanzarse al asalto. Menciona el nombre, además, del capitán Roberto Domínguez, voluntario y veterano de la guerra de los Mil Días, que comandó el pelotón de reconocimiento y que con sus cargas a machete dejó la leyenda de su coraje temerario. Si la actuación de los oficiales es motivo de orgullo, no lo es menos la de los suboficiales y soldados. Precisamente, uno de sus más auténticos representantes fue el sargento Néstor Ospina Melo, comandante de uno de los pelotones de desembarco, el primero en saltar a tierra desde la proa del Cartagena y, antes de que se corone el éxito del asalto, al frente de su escuadra, clava la bandera colombiana sobre la posición conquistada. Este valeroso combatiente hizo después su carrera de oficial naval y llegó al grado de capitán de fragata. En la acción de Güepí, cinco soldados colombianos, Manuel Elcira, Juan Solarte, Sósimo Suárez, Manuel Salinas y Balbino Guzmán, ratifican con la entrega de sus vidas el amor a la patria y la convicción de su causa. Ocho compatriotas más también son heridos: subteniente Deogracias Fonseca, cabo 1 Carlos Erazo y soldados Julio Abraham Quintero, Juan N. Díaz, Colón Guerrero, Rafael Jojoa, Jorge Cadavid Obeso y Filemón Yaiguaje. Muchos fueron los soldados que, después de padecer graves enfermedades, fallecieron a pesar de los esfuerzos de los médicos en los Hospitales de Campaña, y no pocos los que se ahogaron en los ríos caudalosos de la selva. El coronel Manuel Agudelo, veterano de este conflicto, en sentido relato publicado en la revista Acore en 1977, rescata del olvido el nombre del soldado Vicente Plazas, quien desaparece en las aguas del Orteguaza, luchando en un torbellino para salvar la balsa que lleva bajo su responsabilidad como práctico de la maniobra en el sitio conocido como La Muralla. El capitán Guarín, al advertir el peligro, ordenó a sus hombres tenderse para aferrarse a los troncos, pero Plazas incólume le contestó: “No. mi capitán yo no me tiendo porque debo salvarlos a todos”, y logró con su palanca aminorar la fuerza del choque, haciendo menos grave la destrucción de la jangada y permitiendo así que los soldados se salvaran, mientras él se destroza contra las rocas. Otro nombre digno de recordarse es el del soldado nariñense José María Hernández que, habiendo caído prisionero de los peruanos, fue llevado a Iquitos y fusilado sin ninguna consideración. Inicialmente Hernández había sido policía de fronteras y posteriormente se le incorporó como soldado en Puerto Asís. Soldado Cándido Leguízamo Su nombre, enaltecido por el sacrificio con el nimbo de los héroes, identifica la que fuera antigua base de Caucaya, desde donde irradió el principal esfuerzo de las operaciones durante el conflicto amazónico. Nació Cándido Leguízamo el 13 de octubre de 1911 en la vereda Las Ceibas, municipio de Neiva, en un hogar campesino donde honestidad y consagración al trabajo personifican las virtudes del pueblo. Aprendió a leer y a escribir en la escuela de doña Margarita Rivera Calderón, tía del ilustre escritor José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine. Fue incorporado al Ejército en el Batallón Bárbula acantonado en Neiva en septiembre de 1930, donde recibió su entrenamiento. El 10 de mayo de 1931, se le destinó a la Compañía de Colonización con sede en Caucaya. Al organizarse el Destacamento Putumayo, pasó a integrar el puesto de El Encanto a órdenes del subteniente Carlos Ayerbe. El 29 de enero de 1933, con dos soldados más pertenecientes al puesto de Pubenza en la desembocadura del Caraparaná, recibe una misión de reconocimiento y obtención de caza y pesca para el puesto. En forma arriesgada cruza el grupo el río Putumayo y desembarca en su orilla derecha, en territorio peruano, no lejos de la guarnición de Puerto Arturo. Cuando se encontraban en su labor de pesca, fueron sorprendidos por un pelotón de 30 soldados peruanos que les exigió rendición. Leguízamo, que comandaba el grupo, reaccionó con su arma y al cruce de los primeros disparos cayó muerto su compañero Octavio Moreno, hijo de madre huitota. En forma decidida continuó disparando, lo que permitió que su otro compañero, Tobías Cárdenas, con una leve herida, pudiera ganar la orilla. Ante el intenso volumen de fuego de sus adversarios, minutos más tarde resultó herido en un hombro y más de 10 impactos le destrozaron uno de sus muslos. Arrastrándose penosamente, cuando ya había consumido toda su munición, llegó hasta la canoa y bajo la protección del fuego propio desde la otra orilla, logró evitar su captura y reunirse con los suyos. Es el primer encuentro que se produce en el frente el resultado es favorable: cinco muertos enemigos, por un muerto y dos heridos propios. En Caucaya alcanzaron a captar la señal de radio pidiendo auxilio y, horas más tarde, el mayor Boy acuatizó con su hidroavión acompañado del doctor Luis Patiño Camargo, que le hace las primeras curaciones. Su estado es grave tiene destrozado el fémur izquierdo y un balazo en el hombro. Según relata el propio mayor Boy, cuando le informó que iba a evacuarlo, le respondió: “No, yo no puedo abandonar a mis compañeros yo no puedo dejar a mi teniente Ayerbe”... Desde ese momento empieza su segunda lucha, después de salir victorioso contra el enemigo. Se esfuerza por sustraerse a la muerte porque aspira a restablecerse para volver a su puesto. El 5 de abril, en el mismo avión donde viaja el coronel Rico, es evacuado a Bogotá. En el hospital San José los doctores Lisandro Leyva y Miguel Antonio Rueda, hacen lo posible para salvarle. Cuando se da cuenta de que se acerca al final, les pide a sus compañeros que lo levanten porque quiere morir de pies, gritando “Viva Colombia, porque así mueren los vencedores”. El 12 de abril de 1933 a las 14:00, después de haber sido operado, la gangrena se lleva este ejemplo de virilidad y de heroísmo. La ciudad le tributa homenaje multitudinario y sus despojos son llevados en hombros por el Ministro de Guerra y los altos mandos. Su nombre, perpetuado en la importante base fluvial de la Armada Nacional que evoca su hazaña, se convierte en el más significativo símbolo de las virtudes y el valor del soldado colombiano. Los médicos y el Servicio de Sanidad Al iniciarse el conflicto existía una modesta sección de Sanidad del Ejército bajo la dirección del doctor Jorge Esguerra López, especializado en Francia en Medicina Militar. El Ministro Uribe Gaviria, al comprender la magnitud del problema que debía afrontar, por decreto No.1556 del 27 de septiembre de 1932, transformó esta sección en un departamento, cuya dirección se confió al doctor José Vicente Huertas, quien a pesar de sus múltiples compromisos profesionales se dedicó con gran celo a la inmensa tarea. El esfuerzo del gobierno fue colosal. La organización médica se orientó en dos direcciones y hacia dos frentes que debían complementarse así: el saneamiento preventivo y la sanidad en campaña para atender las instalaciones y el personal en el frente de guerra. Si la lucha contra el enemigo exige preparación, medios y esfuerzos, el combate contra la naturaleza hostil, en especial contra las enfermedades, requería también capacidad científica de quienes asumieron estas serias responsabilidades. Son muchos los nombres de los profesionales médicos y odontólogos, así como de enfermeros, auxiliares y practicantes, que se ofrecieron para marchar al frente. Su lucha había de ser tenaz y uno de los principales adversarios fue el anofeles, transmisor del paludismo. También era necesario combatir el pian, el beriberi, el parasitismo intestinal, la fiebre amarilla, la pulmonía, incluso las fuertes gripas. Así mismo había que atender los heridos en combate en número por suerte menor que los abatidos por enfermedades. Con el apoyo del Ministerio de Obras y combinando el esfuerzo de los trabajadores civiles y de los soldados, se empezó a construir o mejor a improvisar los hospitales de Florencia, Venecia, Puerto Asís, Caucaya, La Primavera, La Pedrera y Tarapacá. También se instalaron enfermerías en Puerto Ospina, Puerto Boy, El Encanto y en los demás puestos avanzados que se establecían en el dispositivo de defensa. De la meritoria nómina de médicos, merecen exaltarse los nombres de Luis Patiño Camargo, José del Carmen Rodríguez, Ignacio Moreno Pérez, Gabriel Olózaga, Alfonso Gamboa y José Miguel Osorio. Uno de los primeros colombiano muertos en su misión, antes de iniciarse el conflicto, fue el doctor Jorge Talero Morales, que se desempeñaba como médico del Grupo de Colonización. Con ayuda de un avión peruano, fue evacuado de urgencia a Iquitos, pero falleció en dicha ciudad al ser intervenido, el 26 de agosto de 1930. El narrador del combate de Güepí, teniente Juan Lozano, destaca la conducta meritoria de los médicos en esa acción, entre otros del doctor José del Carmen Rodríguez, quien tenía a su cargo la dirección del servicio secundado por los doctores José A. Rodríguez, Alfonso Gamboa, Miguel Olózaga, Miguel Osorio y Rafael González. A bordo de los cañoneros cumplieron su abnegada labor, los doctores Ernesto Rodríguez Acosta en el Cartagena y Luis Carlos Cajiao en el Santa Marta. Este último no había llegado a la frontera en calidad de médico sino como simple voluntario y por tanto ganaba sueldo de soldado. El doctor Patiño Camargo, organizador del servicio sanitario en la zona de combate y a quien se debió la exitosa campaña de saneamiento en todos los hospitales y puestos del Sur, no estuvo en el combate por haber sido llamado de urgencia a Bogotá, pero, como lo expresa el teniente Lozano, se sentía su presencia espiritual al lado de sus compañeros de campaña. En la misma forma, el odontólogo José Tavera, no sólo atendía aspectos propios de su profesión, sino que era un soldado más para empuñar el fusil, y peón para abrir trocha y cavar trincheras. Cuando se inauguró el Hospital de María Teresa en Caucaya y se puso al servicio el buque hospital que, gracias a la muy valiosa colaboración del cónsul colombiano en Manaos, señor Luis H. Salamanca, se pudo obtener y adecuar, llegaron al frente las Hermanitas Vicentinas de la Caridad que, como bien lo expresa el coronel Guillermo Plazas en su lúcido estudio sobre el conflicto, “eran ángeles enviados por Dios a la manigua para consuelo de sanos y alivio de enfermos y de moribundos”. Corno homenaje a la brillante nómina de profesionales de la salud que prestaron sus patrióticos servicios en la grave emergencia, y ante la imposibilidad de referirse individualmente a todos, se esbozan las semblanzas de dos de ellos: Doctor Luis Patiño Camargo Nació en Iza, Boyacá, en 1891, y por su madre perteneció a la misma estirpe de los ex presidentes de la república general Sergio Camargo y doctor Alberto Lleras, que tan eminentes servicios prestaron al país. Después de adelantar sus estudios secundarios como colegial de número en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, se graduó en la Escuela Nacional de Medicina con una brillante tesis sobre tifo exantemático, que empieza a reafirmar su prestigio como investigador y epidemiólogo. Posteriormente trabaja en el leprocomio de Agua de Dios y luego realiza ardua labor en la campaña contra la fiebre amarilla en Bucaramanga, Ocaña, Cúcuta y Venezuela, por lo cual se le recuerda con gratitud en el país vecino. Al ocurrir la toma de Leticia se presenta como voluntario y se le encomienda la dirección de la sanidad en el frente amazónico. Su gestión fue decisiva para la organización de los servicios médicos en el Amazonas, el Putumayo y el Caquetá, y por tanto para el éxito de la campaña en lo relacionado con los graves problemas sanitarios en el Teatro de Operaciones. Por estos y muchos otros servicios el gobierno, siendo presidente el doctor Eduardo Santos, lo condecoró con la Cruz de Boyacá. Terminado el conflicto, el doctor Patiño continuó sus investigaciones en diferentes zonas del país, logrando dar un valioso aporte científico a la lucha contra varias afecciones endémicas propias de los climas tropicales, se desempeñó por varios lustros en la cátedra y fue presidente y secretario perpetuo de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, y de la de Ciencias Exactas. Perteneció a varias academias extranjeras como las de España, México y Perú. Este último país también lo condecoró en reconocimiento a sus trabajos científicos. Rodeado del afecto de todos los suyos y de la gratitud de la nación entera, falleció en 1978. Doctor José Esguerra López Natural de Bogotá, donde nació en diciembre de 1883. Hizo sus estudios secundarios en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario y obtuvo el título de Médico Cirujano en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia en Medellín, en 1911. Ingresó al Ejército como oficial de Sanidad y durante varios años ejerció la jefatura de este servicio. Representó a Colombia como delegado en el Octavo Congreso Científico Panamericano y en otras muchas conferencias científicas en Europa. En 1925 y 1926, adelantó por su cuenta un curso de Medicina Militar en el Hospital y Escuela de Sanidad Militar de Val de Grase de París, donde adquirió valiosos conocimientos que le serían muy útiles en su carrera de médico militar. Fue fundador del Hospital Militar Central en San Cristóbal, Bogotá, y posteriormente del Hospital Naval de Cartagena, que en su honor lleva su nombre. Escribió una obra científica intitulada Contribución al estudio de las fracturas de las piernas por el método ambulatorio. Se retiró del servicio activo en el grado de coronel, pero siguió vinculado con el Ministerio de Guerra y tuvo activa participación en la elaboración de los planos y en la construcción del Hotel Tequendama que, también en recuerdo suyo, bautizó el Bar principal con el nombre de su apodo familiar, CHISPAS, por el cual era muy conocido, debido a su temperamento ardiente y activo. Dejó en las Fuerzas Militares sentimientos de sincera gratitud por sus destacados servicios en el ramo de Sanidad Militar y un recuerdo muy grato entre sus amigos. Falleció en Bogotá a mediados de 1956. Los Capellanes y el Servicio Religioso Es conveniente distinguir lo que desde hace varios siglos trataron de hacer en las selvas amazónicas algunas comunidades religiosas, entre ellas la de los capuchinos en el intento de catequizar los indígenas, y lo que habría de ser posteriormente la labor de los capellanes incorporados al Ejército al iniciarse los primeros planes de colonización en 1930. Los capuchinos, ante las dificultades de la naturaleza hostil y al evidenciar que era muy difícil desarrollar la agricultura, optaron por desplazarse hacia los Llanos Orientales para fomentar allí la industria pecuaria y trasladaron sus fundaciones hacia el alto Putumayo, donde el clima y el medio eran menos rigurosos. Pero la explotación que quisieron hacer del trabajo de los indios, les creó antipatías de parte de éstos. El general Amadeo Rodríguez y otros jefes militares tuvieron que intervenir algunas veces en favor de los aborígenes, que con frecuencia sufrían maltratos de los misioneros. Al Grupo de Colonización del coronel Acevedo Torres se integró en 1930 el padre español Bartolomé De Igualada quien, además de su labor apostólica, prestó su valioso concurso a la par de los oficiales en el establecimiento de las primeras colonias militares. Ya durante el conflicto, son varios los capellanes que con su presencia infunden ánimo a las tropas y procuran además el acercamiento de los nativos para conveniencia del desarrollo de las operaciones. Entre ellos, justo es mencionar al padre Alfonso Zawadsky, director espiritual del Destacamento del alto Putumayo, como también al padre Trujillo y al sacerdote español Justo de San Mirabel que, sin tener nada que ver con el Destacamento, pues se encontraba en Puerto Asís, se presentó voluntariamente para acompañar a las tropas al frente. De la intrepidez de estos dos sacerdotes hace referencia el teniente Juan Lozano y Lozano en su relato del combate de Güepí. También debe citarse a monseñor Gaspar de Mocanil y Villadot, obispo del Putumayo, y a quienes personifican la patriótica participación del clero en esa sufrida campaña: Son ellos los presbíteros Luis Alberto Castillo y Pedro Pablo Galindo. El primero se distinguió por su valor, pues más de una vez supo empuñar su fusil para batirse como simple soldado, especialmente en el combate de Calderón. Con el correr de los años sería el fundador y por mucho tiempo director del Amparo de Niños, meritoria obra social que aún sigue prestando sus valiosos servicios a la niñez desamparada. Y el padre Galindo, máximo exponente de lo que durante cerca de medio siglo ha sido el Servicio Religioso Castrense y quien merece un esbozo de lo que fue su vida. Monseñor Pedro Pablo Galindo El 26 de junio de 1890 nació en Facatativá este ilustre compatriota que hizo de su Dios, de su patria y de las Fuerzas Militares, trilogía de enardecido sentimiento, al cual sirvió con devoción ejemplar. Después de cursar sus estudios primarios en su pueblo natal, entró al seminario y muy joven recibió su ordenación sacerdotal. Siendo párroco del pueblo de Usme, en forma casual se conoció con un grupo de oficiales que acampaban en su parroquia durante unos ejercicios tácticos de Brigada. Allí se hizo amigo de los oficiales, en especial del entonces subteniente Ricardo Bayona Posada, y se ganó la estimación de todos por la colaboración que prestara a los militares durante el desarrollo de la campaña. Su palabra sonora y sus sobresalientes condiciones de orador sagrado le merecieron merecido prestigio. Al ser nombrado capellán del antiguo panóptico, por la cercanía de éste a la Escuela Militar de San Diego, se mantuvo en contacto con sus amigos militares. En algunas oportunidades en los ejercicios espirituales que se realizaban en el instituto, hizo sus predicaciones inolvidables. Por interés de los oficiales de planta, cuando el capellán de la Escuela, Carlos Rodríguez Plata, se retiró del cargo para asumir la Vicerrectoría del Colegio del Rosario, fue reemplazado por el padre Galindo a mediados de 1930. Al presentarse el conflicto con el Perú, se ofreció para integrarse a la expedición que zarpó hacia el Sur, desde Puerto Colombia. En Manaos, al reorganizarse las fuerzas a órdenes del general Vásquez Cobo, quedó asignado al Estado Mayor de la Expedición. Además de sus funciones de capellán, se dedicó con especial interés a prestar sus servicios en la oficina de transmisiones del buque Mosquera, labor en la que debía descifrar y muchas veces redactar los mensajes y órdenes que emitía el Comando de la Fuerza. Le correspondió oficiar la misa de acción de gracias después de la toma de Tarapacá, recuerdo que siempre conservó con orgullo y satisfacción. Superada la situación bélica, se reintegró a su capellanía en la Escuela Militar, donde continuó ejerciendo las cátedras de latín, religión y sicología, siendo el amigo, confidente y consejero de los distintos contingentes de cadetes que pasaban por los claustros del instituto. Su voz, tanto en el recinto de los templos como en los campos de parada y plazas de armas, entusiasmó los espíritus de los jóvenes adolescentes en los que supo avivar los sentimientos cristianos y un apasionado amor por la libertad y por las cosas de la patria. Al entregar las armas al Batallón Colombia que marchaba a Corea, pronunció en el puente de Boyacá una alocución formidable, que reafirmó sus reconocidas dotes de orador castrense y sagrado. Durante tres años de 1944 a 1947, estuvo inexplicablemente retirado del servicio, pero bajo la dirección del coronel Miguel Angel Hoyos regresó a su querida Escuela y continuó ascendiendo en el servicio castrense hasta llegar a Capellán General de las Fuerzas Militares. Fue el más decidido promotor de los capellanes militares e hizo que éstos pasaran a ser oficiales escalafonados para integrarse mejor a la institución castrense. Se le distinguió con la Orden de Boyacá y con todas las medallas de las diferentes Fuerzas por sus desinteresados como eficientes servicios que tanto significaron en la formación de sus cuadros de mando. El 3 de diciembre de 1973, cuando ya sufría con resignación cristiana los efectos de la enfermedad, se le confirió el grado de Brigadier General Honorario. Al responder las palabras del Ministro de Defensa, general Hernando Currea Cubides, a pesar del peso de los anos, su voz se hizo sentir con la sonoridad de sus acentos y con la brillantez de su pensamiento, que siempre fue guía y estímulo para los hombres de armas. Meses después, el 2 de abril de 1974, entregó su alma al Señor. Los diplomáticos Eduardo Santos Montejo El 28 de agosto de 1888 nació en Bogotá este colombiano eximio que tan extraordinarios servicios llegaría a prestar a la república durante su larga y meritoria existencia. Hermana de su abuelo paterno fue la heroína Antonia Santos, por lo que llevaba en sus venas sangre de prócer y de mártir, a buen seguro estímulo para sus grandes realizaciones. Se graduó bachiller en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario y de doctor en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional el 9 de julio de 1908. Desde muy joven se distinguió por su vocación periodística y por sus excelentes condiciones de escritor y orador público. Hallándose en Francia en 1909, el doctor Carlos Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores, lo designó adjunto Ad Honorem a la legación en París, primer nombramiento que recibió en su vida. En la capital francesa estudió en la Sorbona y en la Escuela Libre de Ciencias Políticas, lo que mucho contribuyó a su sólida formación de estadista. Al regresar al país en 1911, fue llamado al Ministerio de Relaciones Exteriores, del cual se retiró en 1913 para ponerse al frente de El Tiempo, diario que compró a su fundador, Alfonso Villegas Restrepo, y ejerció la dirección del mismo por espacio de 24 años hasta 1937, cuando aceptó la postulación como candidato presidencial. En 1932, cuando se encontraba en Europa, tuvo lugar la toma de Leticia. Con singular acierto el presidente Olaya Herrera lo designó Delegado de Colombia ante la Liga de Naciones en Ginebra y ante varias cancillerías europeas, cargos que asumió sin aceptar remuneración. El 12 de enero de 1933 inició sus funciones. Al día siguiente rendía un informe a la organización internacional en que exponía el punto de vista colombiano. El día 14 del mismo mes, el señor Francisco Castillo Nájera, Primer Delegado de México y en ese momento presidente del Consejo de la Sociedad de Naciones, conminó a las partes a suministrar mayores informaciones sobre el conflicto. Dos días después, el 16, el doctor Santos enviaba la respuesta colombiana, mientras la Expedición colombiana zarpaba desde Manaos en dirección al Teatro de Guerra. El Delegado del Perú, señor Francisco García Calderón contestó el 23, una semana más tarde. Se iniciaba la “batalla diplomática”, en la que el doctor Santos puso en juego su inteligencia, sus conocimientos, su sagacidad y, ante todo, su firme decisión de llegar a la guerra, si era preciso, para salvar el honor nacional. En uno de sus cables enviados al presidente Olaya registra estas históricas palabras: “De la ruina económica y del papel moneda convaleceremos tarde o temprano pero una derrota o una solución mediocre serían golpe irremediable para el espíritu nacional. Empúja a Colombia a un esfuerzo decisivo que equivaldrá a segura victoria, dando a nuestro pueblo ardientes ideales patrióticos, y serás acreedor a la eterna gratitud colombiana. Si de esta aventura no sacamos el alma colombiana fortalecida y orgullosa, todo estará perdido”... Y así, en forma convincente y tenaz, expone sus argumentos, escribe sus alegatos y va ganando espacio y admiración ante el tribunal internacional que empieza, dentro de su imperturbable neutralidad, a comprender la sólida posición jurídica de Colombia. El éxito de Güepí es definitivo, pues demuestra la capacidad combativa de nuestro Ejército, y el 25 de mayo, al aceptar por fin el Delegado del Perú firmar la que se denominará “Fórmula de las Modalidades”, el doctor Santos se anota el más sobresaliente de sus triunfos al vencer las reticencias del Delegado peruano a las soluciones recomendadas por el Comité Consultivo del organismo supranacional desde el 18 de marzo, antes de la acción de armas de Güepí. Llegaría, apenas cuatro años después, la presidencia de la república y su eximia labor como jefe del Estado. El 27 de marzo de 1974, con la admiración, el respeto y el inmenso cariño de toda la nación, dejó de existir este epónimo colombiano que con desinterés, abnegación y eficacia dedicó los 84 años de su meritoria existencia a servir a la república y a enaltecer el nombre de la patria. Otros comisionados diplomáticos El estallar el conflicto se desempeñaba como Ministro de Relaciones Exteriores el doctor Roberto Urdaneta Arbeláez, quien también llegaría a alcanzar la más alta dignidad de la república en 1951. Diplomático por ancestro y tradición familiar, hizo estudios de derecho en la Universidad de Deusto (Bilbao) y presentó sus exámenes en la famosa Universidad de Salamanca. Estuvo al frente de la Cancillería, desde julio de 1931 a diciembre de 1934, en las administraciones de Olaya Herrera y de Alfonso López. Le correspondió afrontar el conflicto con el Perú, hasta su cancelación con la firma del protocolo de Río de Janeiro el 24 de mayo de 1934. En carácter de Canciller presidió la Delegación de Colombia, integrada por dos destacadas figuras de la intelectualidad colombiana: el maestro Guillermo Valencia, que desde el inicio del conflicto fuera designado jefe de la Comisión Asesora de Asuntos Internacionales, y por don Luis Cano. Con especiales consagración y esfuerzo, logró la Delegación, venciendo dificultades, desconfianzas y recelos, hacer triunfar las aspiraciones colombianas, al no aceptar que el Tratado LozanoSalom?ón fuera sometido a revisión como pretendieron hacerlo los delegados peruanos. No fue fácil para los delegados colombianos enfrentarse a diplomáticos de la talla intelectual de Víctor Maúrtua, Víctor Andrés Belaúnde y Alberto Ulloa, hábiles exponentes de la diplomacia peruana. Pero la justicia de la causa colombiana a la postre habría de imponerse. Fue un acierto del presidente Olaya Herrera, desde el momento en que se presentó la toma de Leticia, iniciar una verdadera ofensiva diplomática para difundir en varias naciones los motivos que asistían a Colombia en esta lucha. El país tuvo la suerte de contar en ese momento como Ministro Plenipotenciario ante el Perú, a don Fabio Lozano y Lozano, quien debió afrontar riesgos no sólo para su seguridad personal sino de su familia, antes de salir precipitadamente de Lima, al presentarse el rompimiento de las relaciones entre los dos países. Desde enero de 1932, el Ministro Lozano, en respuesta a una consulta hecha por la Cancillería colombiana, dio la alerta oportuna sobre las actividades peruanas pero no se le dio mayor atención. En el inicio mismo del conflicto, el gobierno de Colombia designó a varios diplomáticos veteranos en estas disciplinas, para que viajaran a algunas de las capitales americanas a sustentar los puntos de vista de nuestro país. A Washington fue enviado don Pomponio Guzmán, a Lima Laureano García Ortiz, Antonio Gómez Restrepo a Guatemala y Jorge Eliécer Gaitán a México. Además, el día 19 de septiembre, los ex Ministros de Relaciones Exteriores de Colombia suscribieron una declaración en la cual reiteraron el carácter intangible del Tratado LozanoSalom?ón de acuerdo con los principios y normas del derecho internacional. Y el doctor Santos, antes de asumir las funciones de Delegado en Ginebra ante la Sociedad de Naciones, publicó y difundió su libro escrito en francés que intituló “Une nouvelle ombre sur lÕAmérique” (Una nueva sombra sobre la América) que, fundamentado en cuantiosa documentación, concretó sólidos argumentos en favor de Colombia. Otra gestión que resultó muy positiva para Colombia, fue la entrevista que tuviera en su viaje a Lima el doctor Alfonso López Pumarejo (cuando ya empezaba a proyectarse como candidato presidencial) con el general Oscar Benavides, quien a raíz del asesinato del general Sánchez Cerro, asumió la presidencia del Perú. López Pumarejo y Benavides habían sido compañeros y amigos como embajadores en Londres y su entendimiento personal y directo propició el llegar a un acuerdo. La presión diplomática tuvo dos fases muy claras: La primera, la concientización de la opinión internacional y de los organismos supranacionales en pro de los intereses colombianos, y posteriormente, una vez logrado el cese de hostilidades gracias a la efectiva acción de armas de Güepí, la presión en Río de Janeiro para obtener la firma del Protocolo que mantuvo inmodificable el Tratado LozanoSalom?ón. Colombia, por exceso de generosidad, aceptó la devolución de Güepí antes de que Leticia revirtiera a su jurisdicción. Los ocho meses que exigió el llegar en Río de Janeiro a la firma satisfactoria del Protocolo, fueron por ello de gran incertidumbre, pues existió la posibilidad de que el Perú no cejara en sus pretensiones, lo que hubiera llevado a la continuación y ampliación de la guerra, con graves perjuicios para los dos países. De ahí que las hábiles gestiones de los comisionados diplomáticos tanto en Ginebra por parte del doctor Santos, como en Río por el Ministro Urdaneta, el maestro Valencia y don Luis Cano, fueron decisivas para el triunfo colombiano. I. Destacamento del Amazonas (46 oficiales). General Efraín Rojas Acevedo, comandante del Destacamento. Coroneles 1. Luis Acevedo* 2. Arturo Borrero* 3. Enrique Santamaría C. Mayores 1. Domingo Espinel 2. Clodomiro Lozano* 3. Gabriel Collazos 4. Miguel Silva P.* 5. Rafael Rodríguez* 6. Julio Londoño Capitanes 1. Régulo Gaitán P. 2. Gabriel Montenegro 3. Roberto Vanegas L.* 4. Francisco A. Pinto 5. Gonzalo Fajardo 6. Quintín G. Gómez 7. Ernesto Gómez G. 8. Juan A. Sarmiento 9. J. Rafael Sánchez A. 10. Alfonso Payán 11. Leopoldo Uribe S. Tenientes 1. Juan Lizarazu 2. Carlos A. Angarita 3. Miguel A. Rodríguez 4. Angel M. Benavides 5. jesús Ruiz 6. Pedro A. Muñoz 7. Arturo Charry* 8. Maximino Rodríguez 9. Augusto López 10. Daniel Amórtegui 11. Jorge Hernández 12. Félix Quiñones 13. Fernando Ochoa 14. Hilario Barón 15. Bernardo Sarasti 16. Gabriel Piñeros S. Subtenientes 1 . Alfonso Rojas M. 2. José V. Neira 3. José M. Rodríguez 4. Pedro 1. Rincón 5. Luis Prieto C. 6. Ricardo de la Roche 7. Manuel Trujillo 8. Heladio Pinilla Capellán Padre Pedro Pablo Galindo NOTAS *Ascendió a general. Ascendió a general y fue Ministro o comandante de Fuerza. Los oficiales de esta relación fueron los que integraron inicialmente el Destacamento del Amazonas y viajaron desde Puerto Colombia al Teatro de Operaciones. Muchos más oficiales hicieron parte de este Destacamento posteriormente, pero no aparecen en esta lista. II. Destacamento del Putumayo (45 oficiales, 8 médicos, 2 capellanes) Coronel Roberto D. Rico Díaz,* comandante del Destacamento Estado Mayor Mayores Luis F. Lesmes Julio Guarín Capitán Carlos Bejarano* Teniente Ricardo Rosero, Oficial ayudante Flotilla Fluvial Comandante Teniente Coronel José Dolores Solano* Cañonero Santa Marta Comandante, Capitán Luis E. Gaitán Artilleros: Tenientes Luis A. Baquero Juan Lozano y Lozano Cañonero Cartagena Comandante Capitán Hernando Mora Angueyra* Artillero: Teniente José M. Pacheco Comandante Pelotón de desembarco: Sargento Néstor Ospina Lancha WainaCapac? Comandante Teniente Alfonso Pinzón Forero Lancha SinchiRoca? Comandante Teniente José M. Charry Infantería Comandante Mayor Ananías Téllez Comandantes de Compañia Capitanes Luis Uribe Linares Alfonso Collazos Pedro Monroy C. Ernesto Velosa Peña Luis A. Garcés. Oficiales subalternos Tenientes Alberto Lara Carlos A. Manrique Luis Gómez Jurado Gonzalo Díaz Rafael Gómez Gómez Subtenientes Mario García Deogracias Fonseca* Francisco Benavides Edmundo Gómez Pelotón de Reconocimiento Capitán Roberto Domínguez ArtilleríaBatería Batallón Tenerife Tenientes Luis Lombana* Francisco Márquez Médicos Del Puesto De Sanidad José del C. Rodríguez Gabriel Olózaga Alfonso Gamboa José A. Rodríguez José M. Osorio Rafael González Médicos de los Cañoneros Cartagena: Doctor Ernesto Rodríguez Acosta Santa Marta: Doctor Luis Carlos Cajiao Pelotón De Sanidad Teniente L. Alberto Lara Bodegas y subsistencias Teniente Julio Bernal, Sargento Mantilla Servicio Religioso: Padres Trujillo y Justo de San Mirabel Aviación Escuadrilla mixta de bombardeo y caza: Comandante Mayor Herbert Boy Pilotos Colombianos: Capitanes Andrés M. Díaz Luis F. Gómez Niño Heriberto Gil Eduardo Gómez Posada Uladislao OÕByrne Subtenientes César Abadía Ernesto Esguerra Pilotos Alemanes Coronel Herbert Boy. Mayor Hans Werner von Engel. Capitanes Alexander Mauke, Bodo von Kaull, Franz Valenstein, Fritz Tessens von Heydebreck, Gotob Fritz von Donop, Hans Dietrich Hoffmann, Hans Himpe, Hellmuth Breifelt, Hellmuth Grautoff, Herman Ernst von Oertzen, Johan Ristiez, Joseph Raimund Behrend, Karl Maringer, Karl Heinz Kindermann, Ludwig Graff Schaesberg, MaximilianMartin? Haenichen, Max Moog, Olaf Bielenstein, Paul Mutter, Rolf Starke, Walter Valdemar Roeder. Tenientes Adolph Edler von Grave, Georg Theodor MeyerScaeffen?, Heinz Kutscha y Helmuth Koening. Subteniente Walter Seelk Mecánicos Alfred Kuklinsky, Alfred Wuelfert, Alexander Notz, Aloys Binkowsky, Bertold Mischur Eduard Eyles, Erik Rettich, Franz Preuschoff, Gunther Freitag, Hans Burger, Hans Roesner, Hans Schultz, Hellmuth Koening, Hellmuth Boiteux, Hellmuth Roesel, Herbert Grossman, Johan Georg Martin, Kurt Richels, Max Petermann, Richard Schultz, Simon Butz, Walter Fischer Hammermann Notas *Ascendió a general. Ascendió a general y fue ministro o comandante de Fuerza. ***Ascendió a general y fue presidente de la república. Esta lista corresponde a la formación de combate del día 26 de marzo para el ataque a Güepí. Dejan de incluirse los oficiales que se encontraban en Caucaya, Puerto Ospina, Florencia y otras bases logísticas o que después llegaron al Destacamento del Putumayo. Asimismo no aparecen algunos quienes no estuvieron presentes el día de la acción.