- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
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- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
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- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
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- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
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- Jacanamijoy (2003)
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- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
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- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
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- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
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- Armando Villegas. Homenaje (2008)
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- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
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- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
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Operaciones aéreas
Texto de: Coronel, José Manuel Villalobos Barradas.
Dentro del plan de campaña, se decidió comenzar las operaciones militares con el desembarco en Tarapacá para ocupar el extremo norte del Trapecio amazónico. Para este fin se consideró imprescindible un apoyo aéreo eficiente, sobre todo teniendo en cuenta las informaciones que indicaban intenso movimiento de naves y tropas peruanas, tanto aguas abajo del Amazonas para después remontar el Putumayo, como arriba del Napo, hacia las trochas que conducían a Puerto Arturo, Campuya y Pantoja respectivamente.
Se desarrollaba, además, apreciable actividad de la aviación enemiga en bases localizadas entre Iquitos y Leticia. De acuerdo con esas mismas informaciones, Tarapacá estaba fuertemente defendido por artillería y armas antiaéreas, habiendo sido reforzado recientemente con 150 hombres y nuevo material de guerra transportado a bordo de la lancha Estefita. La aviación colombiana de combate fue concentrada en la base de Puerto Boy, sobre el río Caquetá, en espera de la orden para moverse hacia La Pedrera y luego apoyar el avance del destacamento con sus buques surtos en ese momento en Tonantines, todavía dentro de territorio brasileño.
Se obtuvo permiso del gobierno del Brasil para que hasta seis aviones de guerra de Colombia pudieran llegar a Tonantines a fin de escoltar la travesía de las unidades fluviales. El día 13 de febrero de 1933, el comandante de ese destacamento, general Vásquez Cobo, confirmaba la llegada de tres aeroplanos.
La situación del enemigo para el día 7 de febrero, según las informaciones, indicaba que, previendo un intenso ataque colombiano sobre Leticia, el Perú había concentrado allí sus mayores fuerzas, desguarneciendo el Putumayo, que era el objetivo realmente perseguido por la Expedición Amazónica colombiana.
Apoyo aéreo en la recuperación de tarapacá
El 13 de febrero, el destacamento se encontraba ya en aguas de la línea ApaporisTabatinga?, en el sitio denominado Ipiranga, cerca a Tarapacá. Al atardecer, seis aeronaves de la aviación militar colombiana acuatizaron en su proximidad. Las escuadrillas habían despegado de Puerto Boy al amanecer del día 12 con rumbo a La Pedrera. Los aviones de transporte cargados de repuestos, combustible y munición, llevaban a bordo el personal de mecánicos. Hacia las horas de la tarde se encontraban ya en su destino.
Al medio día del 13, una escuadrilla peruana de observación voló sobre el río, reconociendo algunas unidades de la flotilla colombiana anclada en Ipiranga, a pesar de que se había dispuesto un apropiado mimetismo de los buques.
Cuando ya empezaba a oscurecer, los aviones colombianos de caza y de reconocimiento, junto con un bombardero, cruzaban el Putumayo y acuatizaban cerca del fondeadero de los cañoneros.
En la mañana del día 14, el general Alfredo Vásquez Cobo dirigió al comandante de las fuerzas peruanas en Tarapacá la notificación perentoria de entregar la posición colombiana ilegalmente ocupada, o afrontar las consecuencias.
Pocas horas después, y mientras los pilotos colombianos preparaban sus máquinas, a manera de respuesta aparecieron en vuelo hacia los buques colombianos tres bombarderos enemigos. A la voz de alarma y sin pérdida de tiempo despegaron los cazas, directamente a interceptar los incursores. Esta reacción aérea resultó inesperada para la escuadrilla peruana, puesto que en el reconocimiento del día anterior sólo habían observado las unidades navales, toda vez que la aviación aún no había llegado. La sorpresa produjo tal desconcierto que, en vez de atacar la flotilla que era su objetivo, arrojaron las bombas sobre la selva y se alejaron apresuradamente en contrarumbo.
La réplica de las fuerzas colombianas fue el bombardeo aéreo a Tarapacá, que al medio día inició una escuadrilla de siete aviones sobre las posiciones y fortificaciones enemigas. Hacia las últimas horas de la tarde, en vuelo de reconocimiento, se apreció que la posición había sido abandonada, a juzgar por la inmovilidad reinante. Sin embargo, no habiendo podido precisarse esta presunción, a las 07:30 horas del 15 de febrero avanzaron los buques en el orden de: Barranquilla, Pichincha, Córdova y Nariño. Desembarcaron tropas en varios puntos mientras los cañoneros abrían fuego de artillería y la aviación disparaba sus ametralladoras. El ataque colombiano sobre Tarapacá no encontró resistencia. En efecto las fuerzas peruanas, al mando del oficial Gonzalo Díaz, habían abandonado la guarnición la noche anterior, como consecuencia del bombardeo de los siete aviones propios. El general Efraín Rojas y su ayudante, subteniente Jorge Hernández, izaron, a las nueve de la mañana, el victorioso pabellón colombiano sobre el morro de Tarapacá, en la misma asta donde poco antes flameara la bandera del Perú.
Acerca de la acción decisiva de la aviación militar de Colombia en la toma de Tarapacá, conceptúa en su obra La verdad sobre la guerra el Ministro del ramo por la época, Carlos Uribe Gaviria: “Es este un magnífico ejemplo para demostrar el por qué un bombardeo aéreo debe preceder el ataque a una posición enemiga y no hacerse caprichosamente. Sorprendidas las tropas peruanas de Tarapacá por las bombas y el fuego de ametralladoras de nuestros aviones, sufrieron el pánico, el terror que esta terrible arma produce en el momento buscado. De esta manera facilitan el desembarco y obtienen la total desocupación de la posición por el enemigo, para que las propias tropas salten a tierra sin necesidad de combatir, como ocurrió en Tarapacá”.
El 16 de febrero, aviones peruanos procedentes de su base aérea de Yaguas intentaron, sin resultado alguno, bombardear el cañonero Barranquilla, que había zarpado en misión de exploración. Al aparecer en el horizonte los cazas colombianos, emprendieron la retirada sin presentar combate.
El día 19, el general Vásquez Cobo, en mensaje al presidente Olaya Herrera, informaba que esa tarde se vieron cinco aviones peruanos que volaban hacia Tarapacá y que, “prevenidos los aviadores nuestros, se lanzaron al aire en busca del enemigo, que huyó en la misma dirección de siempre”. Y agregaba: “Creo que el Perú concentra cerca de aquí toda su aviación para atacar nuestros barcos tratando de vengar su derrota. De allí que ruego a V.E. haga concentrar aquí el mayor número de aviones posible, pues aquí será donde atacará el Perú, Si de mí dependiera, haría venir aquí todos los aviones que hay en Colombia y establecería correrías sobre el Amazonas con bases de acerca miento fáciles de establecer, para demostrar al Perú nuestra superioridad, hoy discutida, en el aire”.
Los días sucesivos constituyeron dura etapa de prueba para los pilotos colombianos, en continua alerta junto a sus aviones a la orilla del río Putumayo, sufriendo las inclemencias del medio.
Disipados los temores de un contraataque peruano y consolidado este frente, la aviación, de acuerdo con el principio establecido para su empleo en bloque y nunca dispersa o fraccionada, fue movilizada otra vez a su base de Puerto Boy, en previsión de próximos ataques a posiciones peruanas en el alto Putumayo.
Combate de Güepí
Concluida la acción militar que permitió a Colombia la recuperación de Tarapacá, el gobierno ordenó, en desarrollo de la situación, iniciar las operaciones en el alto Putumayo, a tiempo que la representación diplomática en la Liga de las Naciones exponía ante el Consejo de la Organización, la resistencia que fuerzas regulares del Perú habían presentado para el libre ejercicio de la soberanía colombiana en Tarapacá, como consecuencia de lo cual se había originado la acción armada que dio a nuestro país, nuevamente, el dominio de ese territorio de jurisdicción nacional.
Desde el mes de septiembre de 1932 y como complemento de la ocupación peruana de Leticia y Tarapacá, se hizo evidente el hostigamiento sistemático a la navegación colombiana en el alto Putumayo. Los planes del Estado Mayor previeron, desde el principio, la necesidad de despejar la amenaza adversaria en aquellos sitios del río donde el enemigo tenía mayores posibilidades de ejercer control y obstruir el aprovisionamiento, entre los cuales figuraban como más importantes las guarniciones peruanas de Güepí y Puerto Arturo.
No obstante, la política del gobierno de Colombia había sido, desde el primer momento, la de obtener el arreglo del diferendo por mediación de la Liga de las Naciones, como organismo internacional de arbitraje, de conformidad con lo establecido en el Tratado de París, vigente en la época. Por otra consideración de orden militar, el posible ataque a esas posiciones peruanas no sería realizable mientras no se contara con fuerzas suficientes y la garantía de proveerles un aprovisionamiento adecuado.
Las medidas preventivas determinaron la conveniencia de reforzar el Destacamento Putumayo al mando del coronel Roberto D. Rico e intensificar, por los medios posibles, el apoyo logístico a esas mismas fuerzas, evitando comprometerse, hasta donde fuera evitable, en acciones o roces armados con tropas del Perú que pudieran perjudicar los razonamientos pacifistas de legítimo derecho sostenidos ante la Liga de las Naciones.
En consecuencia, el gobierno colombiano contrató en el mes de septiembre de 1932 la lancha Emita de registro brasileño, que había llegado a Caucaya con mercaderías y tomó asimismo en arrendamiento otras dos lanchas brasileñas en Manaos, para los servicios de aprovisionamiento en el Putumayo y confrontar las actividades que, a su paso por Puerto Arturo y otros puertos peruanos, pudieran asumir las autoridades militares de tales localidades. A bordo de una de esas lanchas estuvo, como práctico, un colombiano de apellido Pantoja quien, al ser detenidas las embarcaciones por el adversario, logró llegar a El Encanto en una canoa para dar cuenta de los hechos, burlando la vigilancia peruana.
Tales circunstancias, sumadas a las informaciones obtenidas sobre movimientos de tropas y materiales del Perú, con capacidad de lanzar una ofensiva contra Caucaya, demostraron la necesidad de apresurar el desarrollo de los planes operativos previstos.
A fines de noviembre, el Perú comenzó a reforzar a Güepí, lo que amenazaba cerrar la comunicación fluvial colombiana entre Caucaya y Puerto Asís. Esto obligó a Colombia al aumento de sus tropas en Chavaco y al establecimiento de una nueva guarnición militar en Peña Blanca, cuando se confirmó la presencia de varias embarcaciones armadas del Perú arriba de Puerto Arturo. Esas lanchas permanecieron varias semanas en actitud de lanzar un ataque sobre Caucaya pero, una vez el mando militar peruano comprobó que dicho puerto colombiano no era ya un punto desguarnecido, ordenó la retirada de las naves.
A bordo de las lanchas San Miguel e Indiana, el Perú movilizó 140 hombres a su guarnición de Pantoja, desde donde habrían de dirigirse a Güepí por tierra, con lo cual se hizo definida la posibilidad de un ataque a Caucaya. Como reacción consecuencial, Colombia estableció tropas en Monclar, situado entre Caucaya y Chavaco. El 30 de noviembre de 1932, el dispositivo colombiano garantizaba la acción de fuerzas militares en Caucaya, El Encanto, Puerto Ospina, Chavaco y Puerto Asís, así como en La Tagua y Potosí, con un total de 992 hombres. El problema mayor en aquellos momentos era mantener el aprovisionamiento de esas fuerzas. La trocha entre La Tagua y Caucaya era por esos días intransitable y la sequía del río Orteguaza impedía la navegación.
El empleo de la aviación permitió sortear con el mejor éxito estas dificultades, insalvables de otra manera, y proveer de víveres y medicinas a las tropas expuestas no sólo a la amenaza armada sino, además, a las epidemias y azotes palúdicos desencadenados por el verano. La situación el 31 de diciembre de 1932 era la siguiente:
Del enemigo:
Puesto de Güepí reforzado construcción de zanjas para tiradores y puestos de observación. Puerto Arturo, establecimiento de un puesto entre esta localidad y Pubenza movimiento de embarcaciones con tropas y “cajas de pino blancas grandes”. Posible establecimiento de una base aérea en el alto Napo, desde donde operan hidroaviones hacia Güepí y Puerto Arturo.
Propias tropas:
Sin cambio. Las noticias recibidas acerca del enemigo, llevaron al comandante del Destacamento del Putumayo a recomendar al gobierno el apresuramiento de la acción contra Güepí. En enero de 1933, la situación imponía con mayores razones esta decisión, pero las negociaciones en Ginebra obligaban a revestirse de paciencia y a esperar la llegada de la Expedición Amazonas, al mando del general Vásquez Cobo, para iniciar las operaciones sobre Tarapacá.
El hostigamiento peruano a las embarcaciones de Colombia provenientes de Puerto Asís, se intensificó en los días subsiguientes, hasta el punto de que, el 13 de febrero de 1933, se hizo impostergable la orden de atacar a Güepí, en los precisos momentos en que frente a Tarapacá, el general Vásquez Cobo enviaba el ultimátum de rendición a las fuerzas peruanas de ocupación. La situación internacional en el seno de la Liga de las Naciones en esos días se complicaba. Como inmediata consecuencia del bombardeo aéreo del Perú a los buques de la Expedición Amazonas, cuando todavía las embarcaciones no habían abandonado aguas brasileñas, ocurrió el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Bogotá y Lima. En la capital peruana se produjo un asalto e incendio de la sede de la Legación de Colombia.
La mediación amistosa interpuesta por el Brasil fracasó, a causa de la renuencia del Perú a aceptar las condiciones requeridas. Sumados los anteriores factores a las actividades militares peruanas, toda esperanza de acuerdo entre los dos países en conflicto parecía extinguirse. Ante el desconocimiento peruano de la razón y la justicia que asistían a Colombia, era necesario imponer el derecho por la fuerza. Se dio así la orden de ataque sobre Güepí, guarnición en territorio peruano.
El 16 de febrero, la Liga dio a Colombia la razón, respondiendo al delegado del Perú que “el Comité del Consejo de la Liga, encargado de informar sobre el caso de Leticia no puede comprender cómo, estando situado el puerto de Tarapacá dentro del territorio colombiano, había allí guarniciones militares del PerúÕ. Entre tanto, el presidente peruano Luis María Sánchez Cerro telegrafiaba al comandante de las tropas de Loreto: “Le juro a usted por mi honor de soldado que el Perú conservará Leticia contra cualquier oposición, sea ella la que fuere”.
El día 17 se movieron de Caucaya los cañoneros colombianos transportando a Monclar el primer grupo de tropas para el ataque, al mando del coronel Roberto D. Rico.
Ese mismo día las negociaciones en Ginebra avanzaron favorablemente, de modo que al tener conocimiento de este nuevo giro de la situación, y para no poner en peligro el buen éxito de las gestiones diplomáticas, se dio contraorden en el sentido de aplazar “por unos pocos días” la acción militar sobre territorio peruano. Esta determinación debía hacerse llegar a conocimiento del comandante del Destacamento en oportunidad. Sin embargo, la estación telegráfica de Puerto Boy, base desde la cual había de iniciar la operación la aviación de combate, no respondió a causa de daños técnicos. El despacho de un avión al amanecer del día siguiente, hizo posible que la contraorden llegara a su destino antes de que se abrieran las hostilidades.
El movimiento de aviones peruanos se intensificaba diariamente a lo largo del río Putumayo, de manera especial hacia Güepí, guarnición que manifestábase agresiva. Una fracción de tropas adversarias pretendió ocupar un islote frente de Chavaco, como consecuencia de lo cual, según el parte rendido por el coronel Rico, “se trabé un combate que la guarnición de Güepí generalizó sobre nuestros puestos. Dos aviones enemigos sobrevolaron territorio colombiano y uno de ellos vino nuevamente sobre los puestos en actividad hostil obligándonos a repelerlo”. El día 21 volvía a informar el comandante del Destacamento: “Peruanos han atacado nuestras canoas procedentes de Puerto Asís sin lograr hacer blanco. Hostilidad interrumpe prácticamente nuestras comunicaciones creando grave situación. Espero órdenes”.
Como las negociaciones de Ginebra se prolongaban sin augurar resultado satisfactorio, y el aplazamiento indefinido de la proyectada acción sobre Güepí perjudicaba los intereses de Colombia mientras el adversario ganaba tiempo para reforzar sus posiciones, se produjo el 22 de febrero la segunda orden desde Bogotá para realizar el ataque. En Puerto Boy se reintegró la aviación, mediante el regreso de las unidades que tan activamente habían participado en la acción de Tarapacá y durante los días posteriores, en el rechazo de las incursiones aéreas del Perú sobre la posición recuperada por Colombia.
Esta actividad en el alto Putumayo coincidió con nueva intensificación de las gestiones en Ginebra. El gobierno de Lima, a medida que se hacía más enérgica la actitud de la Liga de las Naciones, venía cediendo gradualmente en algunos puntos, a los que se había aferrado intransigentemente hasta entonces. Sin duda, a esta modificación contribuyó en alto grado el descalabro sufrido por las fuerzas que debieron abandonar a Tarapacá, y la inminencia del ataque colombiano contra Güepí, previsible por las concentraciones en Chavaco. Fue así como el Perú ofreció ordenar perentoriamente y sin dilación, que se suspendieran las hostilidades contra las embarcaciones colombianas en el alto Putumayo. Como consecuencia, por parte de Colombia se dispuso un segundo aplazamiento de la operación, el día 28 de febrero.
Dos días después se recibió en el Comando del Destacamento, del comandante de la guarnición de Güepí, la garantía escrita de que ninguna embarcación colombiana, cualquiera fuese el servicio que estuviera cumpliendo, se vería obstaculizada en su libre navegación por las aguas del Putumayo.
Sin embargo, tal situación no duró mucho tiempo. A pesar de la promesa formulada se sucedieron esporádicos hostigamientos al libre tránsito fluvial, de tal modo que el coronel Rico, de común acuerdo con el Comando de las Fuerzas Aéreas, determinó que las tropas permanecieran en sus posiciones en apresto. Así estuvieron durante cinco días, a lo largo de los cuales se presentaron varias escaramuzas aisladas, hasta que el 2 de marzo, tras una reunión de Estado Mayor, el coronel Rico hizo llegar al comandante de Güepí, Domingo Melo, una comunicación terminante en el sentido de que las fuerzas colombianas no estarían dispuestas a soportar la continuidad de las obstrucciones peruanas al libre derecho de navegación sobre el río Putumayo. En respuesta, el coronel recibió la reiteración de que los hechos denunciados no habrían de repetirse, máxime por cuanto “el incidente de Leticia se encaminara a un arreglo pacífico entre el Perú y Colombia”.
Se procedió entonces al repliegue de las unidades concentradas en Chavaco hacia Puerto Ospina, Caucaya y Puerto Asís, como puntos estratégicos más próximos. El 16 de marzo, en Ginebra, el Comité de la Liga de las Naciones encargado del estudio del problema colomboperuano, presentó un informe en el cual recomendaba “una completa desocupación del corredor de Leticia por las tropas del Perú, lo mismo que la cesación del apoyo a los elementos peruanos que ocupaban esa región, con el fin de proceder sobre la base del Tratado existente a entablar negociaciones entre las dos partes, para discutir los problemas pendientes”.
Tal recomendación no fue acogida por el Perú, de manera que el gobierno colombiano consideró necesario continuar sin demora las operaciones en el Putumayo. El 18 de marzo, el Ministro de Guerra comunicaba desde Bogotá al coronel Rico: “Sírvase preparar nuevamente operación fue necesario aplazar día cuatro corrientes fin pueda iniciarse mediados próxima semana, poniéndose antes de acuerdo con coronel Boy (comandante de las Fuerzas Aéreas de Combate), quien conferenciará con usted oportunamente”.
La orden de operaciones disponía la misión particular de la aviación en los siguientes términos: “Bombardeará las posiciones fortificadas del enemigo, especialmente las que se encuentran detrás de la margen derecha del río y no se retirará de su radio de acción sino cuando haya constatado que nuestra Infantería ha hecho el paso del río e iniciado combate formal, Quedará luego en vigilancia a fin de batir probables aviones enemigos que se presenten y para recibir nuevas tareas que los cambios de situación demanden. Un avión acuatizará en Puerto Nuevo para el enlace con el comandante del Destacamento”.
Con precisión notable, a las 08:30 horas, tal como estaba previsto, aparecieron sobre Chavaco los aviones de caza y bombardeo que habían despegado desde la base de Puerto Boy y se dirigieron a Güepí. Como la presencia de la aviación era la señal acordada para dar comienzo al combate, la artillería abrió fuego desde sus posiciones en El Palmar, mientras los cañoneros avanzaban hacia los lugares determinados para el desembarco.
La primera impresión de los defensores de Güepí fue la de que se trataba de una incursión aérea solamente, de modo que concentraron sus esfuerzos y atención iniciales en rechazar con armas antiaéreas el ataque de la aviación, circunstancia que habría de facilitar la maniobra de desembarco.
El testimonio de los informes oficiales de la acción y de quienes en ella intervinieron, consignan que fue devastador el efecto del bombardeo aéreo y del “continuo fuego de las ametralladoras, casi sobre las mismas cabezas de los soldados peruanos, desde nuestros aviones que bajaban con rapidez vertiginosa hasta rozar las copas de los árboles y ascendían luego en líneas muy próximas a la vertical, escapando asía las ráfagas de las ametralladoras enemigas”.
Elocuente expresión del valor con que actuaron nuestros aviadores en Güepí, es la que hace en su obra Los campeones del aire el autor Joaquín Piñeros Corpas al referirse al capitán Luis F. Gómez Niño, de quien afirma que, agotada la carga de bombas, lanzó en picada su avión sobre un nido de ametralladoras peruanas y disparó ininterrumpidamente hacia el blanco dejándolo por completo inutilizado.
Al cabo de varias horas la intensidad de la resistencia se fue debilitando y hacia las dos y media de la tarde concluyó el combate con rotunda victoria colombiana. Como en Tarapacá el mes anterior, ahora sobre Güepí ondeó triunfal el pabellón tricolor. Así cayó la más fuerte posición peruana del alto Putumayo.
Las fuerzas peruanas, batiéndose en retirada, alcanzaron la vía hacia Pantoja perseguidas por las tropas atacantes, hasta cuando la oscuridad hizo imposible continuar la persecución en un terreno desconocido para los soldados de Colombia.
Cuánto significó en Güepí, para el éxito de la acción, la aviación militar y en qué forma combatió y realizó su misión, se desprende, además, de los documentos suscritos por esa época. El primero es el mensaje que el auditor del Destacamento Putumayo, don Manuel A. Carvajal, dirigió al presidente de la república desde Caucaya en los términos siguientes: “ ... Acaban acuatizar aviones y he podido ver que todos ellos tienen impactos de proyectiles enemigos, particularmente los de caza. La aviación cumplió valerosamente su cometido”. El otro está contenido en la espontánea testificación que el teniente Teodoro Garrido Lecca, prisionero de las tropas colombianas, suministró al corresponsal de guerra don Felipe Lleras Camargo y que éste dejó consignada en carta que, el 1 de junio de 1933, dirigiera al coronel Herbert Boy, así:
“En la interesantísima entrevista que acabo de tener con el teniente Garrido Lecca, prisionero de nuestras tropas en el combate de Güepí, he recogido de sus labios y me pareció que en aquel momento el distinguido militar peruano hablaba con absoluta sinceridad un concepto que es altamente elogioso para nuestra Aviación Militar”.
“ ... Al hacerme la descripción del combate, el teniente Garrido Lecca me manifestó que el intrépido y decisivo ataque de nuestros aviones desconcertó de tal manera las tropas peruanas, que determinó su retirada en busca de las trochas que conducen a Pantoja. Me agregó el teniente que él en persona, con los soldados que hacían el servicio de las dos ametralladoras que estaban a su cargo, tuvo que ir abandonando sucesivamente los abrigos construidos sobre la orilla del río para defensa de la posición. Las bombas, dice el teniente Garrido Lecca, y el fuego de las ametralladoras de los aviones, nos hacían abandonar inmediatamente las trincheras a donde nos íbamos retirando”.
“ ... El teniente Garrido Lecca, cuya conducta heroica en Güepí ha sido admirada por los oficiales colombianos, debía atender con sus dos ametralladoras a la defensa de la posición atacada por las tropas de infantería, por los cañoneros y las fuerzas de aviación. El teniente me dijo, y así se explica el que no hubiera podido ocasionar gran daño a nuestros aviones, que le era imposible corregir el tiro teniendo que atender simultáneamente al ataque aéreo, a la fusilería de tierra y a la artillería de nuestros barcos”. “Me ha parecido que el mejor elogio que pueda hacerse de la manera como nuestra aviación actuó en la guerra que acaba de terminar, es el que hace este bravo y caballeroso oficial peruano que hasta el último instante cumplió con su deber, resistiendo con una débil fuerza a sus órdenes el empuje de los nuestros y cayendo prisionero en el sitio señalado por su valor y por su honor militar”.
Contraataque aéreo sobre Güepí
Como era de esperarse, muy pronto se presentó el primer intento peruano en procura de la reconquista de Güepí. En mensaje del coronel Roberto D. Rico al Ministro de Guerra, dio cuenta de que “A las 8 de la mañana del día 28 tres aviones peruanos aparecieron sobre Güepí para bombardearlo el coronel Boy, con sus heroicos compañeros” (capitanes Luis F. Gómez Niño, Andrés M. Díaz, von Oertzen y von Engel), “que actuaron en el combate de la antevíspera de manera tan brillante y eficaz, partieron de Caucaya para rechazar, con su sola presencia, el enemigo, pues no bien se divisó nuestra escuadrilla cuando los pilotos peruanos emprendieron una precipitada fuga en dirección a Pantoja, poniendo una larga distancia entre sus máquinas y las nuestras. Las bombas lanzadas sobre la posición conquistada no produjeron, como tantas veces ocurrió en Tarapacá, ningún daño ni el mas leve contratiempo”.
Bien fuera porque la inmediata reacción de la aviación hizo comprender al Perú la eficaz capacidad de las fuerzas colombianas que dominaban a Güepí, o porque sus efectivos en Pantoja no eran suficientes para emprender una contraofensiva, es el caso que el adversario desistió, al menos por el momento, de realizar una acción militar de esa naturaleza.
Se consideró entonces conveniente llevar a cabo el ataque aéreo sobre Pantoja, pero luego se desistió de tal proyecto en atención a la inminencia de violar la neutralidad del Ecuador, dado que Rocafuerte, población ecuatoriana limítrofe con el Perú en ese sector, tendría que ser sobrevolada durante la operación.
Otro factor dominante fue el de que, según las informaciones allegadas, en previsión de un ataque aéreo colombiano, allí se habrían tomado las precauciones del caso para evacuar el material militar que pudiera significar importancia para la realización del bombardeo. Por el contrario, Iquitos sí constituía un objetivo codiciado para asestar un golpe decisivo para la solución del conflicto.
Preparados todos los detalles, quedó listo el plan de operaciones para su cumplimiento en cuanto se produjera la orden correspondiente del gobierno. Según afirmó posteriormente el Ministro de Guerra, estuvo a punto de producirse en el mismo momento en el cual vino “un cambio o un posible arreglo diplomático y entonces la acometida a fondo no parecía aconsejable”. Habla que esperar continúa el Ministro “una mejor oportunidad y ésta presentóse cuando estuvimos en posesión del río Algodón y de la base aérea peruana en él. De allí a Iquitos la empresa era segura, matemáticamente certera. Tomábamos las medidas del caso con el fin de ejecutar el bombardeo tan buscado como anhelado, cuando sobrevino la paz de Ginebra y con ella la entrega o devolución al enemigo de todo cuanto habíamos conquistado en buena lid”.
Combate del río Algodón
Con miras a preparar el ataque planeado contra la fuerte posición peruana de Puerto Arturo, el Destacamento Amazonas adelantó una flotilla de seis buques a las bocas del río Algodón, cuyas aguas habían sido minadas. En la noche del 7 de mayo, la flotilla fue atacada desde Puca Urco, sin consecuencias mayores. El 8 en la mañana fue atacada por aviones peruanos.
Las unidades de la aviación colombiana designadas para prestar apoyo, que se encontraban en situación de alerta en su base fluvial, habían despegado momentos antes a requerimiento del comandante de la escuadra, e irrumpieron sobre el enemigo oportunamente. Su ataque se dirigió a la aviación peruana y de esta acción cayó derribada una máquina oponente, cuyo piloto falleció luego a consecuencia de los disparos recibidos. El resto de la escuadrilla aérea del Perú, ante la superioridad colombiana, abandonó el combate, con lo cual los buques pudieron efectuar el desembarco de sus tropas, realizar la ocupación de la base y establecer el control sobre la vía fluvial utilizada por los peruanos para el abastecimiento de Puerto Arturo.
El desembarco no encontró resistencia pues la posición se halló prácticamente desguarnecida. Al parecer, la víspera había sido evacuada y los aviones peruanos que de allí despegaron para atacar, volaron a otra base.
Cuatro prisioneros fueron tomados por las fuerzas de Colombia y un “abundante botín de guerra” según información en un parte del general Efraín Rojas, a más de “un taller completo de mecánica, otro de carpintería, ambos movidos por medio de motores, buena cantidad de mercancías, drogas, alambres de púas, herramientas de zapa y otros elementos valiosos en aquellos lugares y en semejantes circunstancias”, al decir del Ministro Uribe Gaviria. Entre tanto, se recibieron informaciones sin confirmar en el sentido de que el Perú había dispuesto una contraofensiva en grande escala para recuperar a Tarapacá y Güepí, a cuyo efecto la escuadra compuesta por los cruceros Gran y Bolognesi junto con dos submarinos, estaría remontando el Amazonas con rumbo al Putumayo. Este nuevo factor en la situación vendría a influir en la operación iniciada sobre Puerto Arturo, pues se hacía indispensable, antes de proseguirla, verificar la información acerca de la escuadra peruana por su incidencia en los planes de ataque.
El cañonero Sucre fue despachado a explorar los ríos Cotuhé y Yaguas, escoltado por una escuadrilla de aviones, pues otra fuente indicaba que el Perú movía tropas hacia Buenos AiresCotuh?é. El 17 de mayo el comandante del Destacamento informaba que “protegido aviones, Sucre reconoció río Cotuhé hasta donde pudo subir sin encontrar enemigo. Aviación bombardeó Buenos Aires”. Dos días después el mismo comandante confirmaba que tampoco en el Yaguas el cañonero ni los aviones localizaron trazas del enemigo. Sin embargo, las noticias tendenciosas difundidas por éste no dejaron de incidir en la marcha sobre Puerto Arturo, obligando a distraer una compañía en reforzar a Tarapacá y causando alguna demora en el movimiento hacia el objetivo.
La escuadra naval del Perú sí se había aprestado, en efecto, pero no para la reconquista de Tarapacá y Güepí sino para concurrir en defensa de Iquitos que el Estado Mayor peruano consideraba seriamente amenazado, mientras restaba importancia a la eventualidad de un ataque colombiano a Puerto Arturo. El 23, los dos buques del Perú se encontraban en Belén del Pará, listos para iniciar una travesía similar a la que había seguido en su tiempo la Expedición Amazonas al mando del general Vásquez Cobo.
Veinticuatro horas después, el 25 de mayo de 1933, el presidente del Comité de la Liga de las Naciones daba aviso oficial al gobierno de Colombia sobre la aceptación del Perú de la fórmula para resolver pacíficamente el caso de Leticia y sugería la inmediata cesación de hostilidades que, simultáneamente, fue ordenada a las fuerzas respectivas por los dos países en conflicto. Durante la desmovilización, que se inició treinta días después de firmado el acuerdo, la aviación colombiana prestó valioso aporte, especialmente en la evacuación de la tropa enferma. Desde Tarapacá fueron evacuados, mediante un puente aéreo con Florencia en el que se utilizó cuanto tipo de avión fue posible, setenta y ocho soldados afectados por beriberi. Durante este transporte apenas murió uno de ellos los setenta y siete restantes fueron socorridos en el hospital de La Primavera, próximo a Florencia, y más tarde conducidos a la capital de la República.
Caídos por la patria
El concluir el conflicto armadeo con el Perú, la aviación militar colombiana había perdido cinco de sus valiosos pilotos y tres mecánicos, cuyos nombres merecen ser exaltados con admiración:
Capitán Ernesto Esguerra. Salió de Potosí el 2 de junio de 1933 conduciendo el avión Curtiss Falcon Ricaurte, que quince años atrás sirviera al teniente Benjamín Méndez Rey para efectuar su memorable vuelo de Nueva York a Bogotá. Lo acompañaba el mecánico Rafael Ramón. No llegó a Flandes, lugar de su destino. Inútilmente fueron buscados durante semanas por aire y tierra sin que se lograra localizarlos. La selva les sirvió de sepultura.
Teniente Guillermo Sornoza. El 7 de febrero de 1933 partió de Flandes con rumbo a Puerto Boy, base de concentración de la aviación de combate que había de apoyar el ataque del Destacamento Amazonas para la recuperación de Tarapacá, transportando en el Osprey No. 122 detonantes y munición para las tropas del Sur. Minutos después de despegar se precipitó el avión a tierra y en medio de explosiones se consumió en llamas junto con su piloto.
Capitán Raimundo von Beherend. Participó este valeroso aviador alemán en la acción de Tarapacá, que culminara victoriosamente para las fuerzas colombianas el 14 de febrero de 1933.
Abnegado, valiente, permaneció en prolongada alerta con su avión, hasta cuando las plagas tropicales minaron su existencia y pagó con su vida el honor inmenso de servir a Colombia.
Teniente Heriberto Gil. El 21 de mayo de 1933, en la proximidad del enemigo y cuando se advertía inminente el ataque a Puerto Arturo, decoló de Caucaya como tripulante del Junkers No. 202, el más veterano de los aviones del conflicto.
Por causas técnicas, la vieja aeronave se hundió en las aguas del río Putumayo, que tantas veces la sintió posarse airosa sobre su caudal. Rindieron allí sus vidas Heríberto Gil, el capitán Martín Haenichen y los mecánicos Narciso Combariza y Rafael Fernández, cuyos cuerpos sólo pudieron recibir el homenaje de la angustia y de una plegaria póstuma.
#AmorPorColombia
Operaciones aéreas
Texto de: Coronel, José Manuel Villalobos Barradas.
Dentro del plan de campaña, se decidió comenzar las operaciones militares con el desembarco en Tarapacá para ocupar el extremo norte del Trapecio amazónico. Para este fin se consideró imprescindible un apoyo aéreo eficiente, sobre todo teniendo en cuenta las informaciones que indicaban intenso movimiento de naves y tropas peruanas, tanto aguas abajo del Amazonas para después remontar el Putumayo, como arriba del Napo, hacia las trochas que conducían a Puerto Arturo, Campuya y Pantoja respectivamente.
Se desarrollaba, además, apreciable actividad de la aviación enemiga en bases localizadas entre Iquitos y Leticia. De acuerdo con esas mismas informaciones, Tarapacá estaba fuertemente defendido por artillería y armas antiaéreas, habiendo sido reforzado recientemente con 150 hombres y nuevo material de guerra transportado a bordo de la lancha Estefita. La aviación colombiana de combate fue concentrada en la base de Puerto Boy, sobre el río Caquetá, en espera de la orden para moverse hacia La Pedrera y luego apoyar el avance del destacamento con sus buques surtos en ese momento en Tonantines, todavía dentro de territorio brasileño.
Se obtuvo permiso del gobierno del Brasil para que hasta seis aviones de guerra de Colombia pudieran llegar a Tonantines a fin de escoltar la travesía de las unidades fluviales. El día 13 de febrero de 1933, el comandante de ese destacamento, general Vásquez Cobo, confirmaba la llegada de tres aeroplanos.
La situación del enemigo para el día 7 de febrero, según las informaciones, indicaba que, previendo un intenso ataque colombiano sobre Leticia, el Perú había concentrado allí sus mayores fuerzas, desguarneciendo el Putumayo, que era el objetivo realmente perseguido por la Expedición Amazónica colombiana.
Apoyo aéreo en la recuperación de tarapacá
El 13 de febrero, el destacamento se encontraba ya en aguas de la línea ApaporisTabatinga?, en el sitio denominado Ipiranga, cerca a Tarapacá. Al atardecer, seis aeronaves de la aviación militar colombiana acuatizaron en su proximidad. Las escuadrillas habían despegado de Puerto Boy al amanecer del día 12 con rumbo a La Pedrera. Los aviones de transporte cargados de repuestos, combustible y munición, llevaban a bordo el personal de mecánicos. Hacia las horas de la tarde se encontraban ya en su destino.
Al medio día del 13, una escuadrilla peruana de observación voló sobre el río, reconociendo algunas unidades de la flotilla colombiana anclada en Ipiranga, a pesar de que se había dispuesto un apropiado mimetismo de los buques.
Cuando ya empezaba a oscurecer, los aviones colombianos de caza y de reconocimiento, junto con un bombardero, cruzaban el Putumayo y acuatizaban cerca del fondeadero de los cañoneros.
En la mañana del día 14, el general Alfredo Vásquez Cobo dirigió al comandante de las fuerzas peruanas en Tarapacá la notificación perentoria de entregar la posición colombiana ilegalmente ocupada, o afrontar las consecuencias.
Pocas horas después, y mientras los pilotos colombianos preparaban sus máquinas, a manera de respuesta aparecieron en vuelo hacia los buques colombianos tres bombarderos enemigos. A la voz de alarma y sin pérdida de tiempo despegaron los cazas, directamente a interceptar los incursores. Esta reacción aérea resultó inesperada para la escuadrilla peruana, puesto que en el reconocimiento del día anterior sólo habían observado las unidades navales, toda vez que la aviación aún no había llegado. La sorpresa produjo tal desconcierto que, en vez de atacar la flotilla que era su objetivo, arrojaron las bombas sobre la selva y se alejaron apresuradamente en contrarumbo.
La réplica de las fuerzas colombianas fue el bombardeo aéreo a Tarapacá, que al medio día inició una escuadrilla de siete aviones sobre las posiciones y fortificaciones enemigas. Hacia las últimas horas de la tarde, en vuelo de reconocimiento, se apreció que la posición había sido abandonada, a juzgar por la inmovilidad reinante. Sin embargo, no habiendo podido precisarse esta presunción, a las 07:30 horas del 15 de febrero avanzaron los buques en el orden de: Barranquilla, Pichincha, Córdova y Nariño. Desembarcaron tropas en varios puntos mientras los cañoneros abrían fuego de artillería y la aviación disparaba sus ametralladoras. El ataque colombiano sobre Tarapacá no encontró resistencia. En efecto las fuerzas peruanas, al mando del oficial Gonzalo Díaz, habían abandonado la guarnición la noche anterior, como consecuencia del bombardeo de los siete aviones propios. El general Efraín Rojas y su ayudante, subteniente Jorge Hernández, izaron, a las nueve de la mañana, el victorioso pabellón colombiano sobre el morro de Tarapacá, en la misma asta donde poco antes flameara la bandera del Perú.
Acerca de la acción decisiva de la aviación militar de Colombia en la toma de Tarapacá, conceptúa en su obra La verdad sobre la guerra el Ministro del ramo por la época, Carlos Uribe Gaviria: “Es este un magnífico ejemplo para demostrar el por qué un bombardeo aéreo debe preceder el ataque a una posición enemiga y no hacerse caprichosamente. Sorprendidas las tropas peruanas de Tarapacá por las bombas y el fuego de ametralladoras de nuestros aviones, sufrieron el pánico, el terror que esta terrible arma produce en el momento buscado. De esta manera facilitan el desembarco y obtienen la total desocupación de la posición por el enemigo, para que las propias tropas salten a tierra sin necesidad de combatir, como ocurrió en Tarapacá”.
El 16 de febrero, aviones peruanos procedentes de su base aérea de Yaguas intentaron, sin resultado alguno, bombardear el cañonero Barranquilla, que había zarpado en misión de exploración. Al aparecer en el horizonte los cazas colombianos, emprendieron la retirada sin presentar combate.
El día 19, el general Vásquez Cobo, en mensaje al presidente Olaya Herrera, informaba que esa tarde se vieron cinco aviones peruanos que volaban hacia Tarapacá y que, “prevenidos los aviadores nuestros, se lanzaron al aire en busca del enemigo, que huyó en la misma dirección de siempre”. Y agregaba: “Creo que el Perú concentra cerca de aquí toda su aviación para atacar nuestros barcos tratando de vengar su derrota. De allí que ruego a V.E. haga concentrar aquí el mayor número de aviones posible, pues aquí será donde atacará el Perú, Si de mí dependiera, haría venir aquí todos los aviones que hay en Colombia y establecería correrías sobre el Amazonas con bases de acerca miento fáciles de establecer, para demostrar al Perú nuestra superioridad, hoy discutida, en el aire”.
Los días sucesivos constituyeron dura etapa de prueba para los pilotos colombianos, en continua alerta junto a sus aviones a la orilla del río Putumayo, sufriendo las inclemencias del medio.
Disipados los temores de un contraataque peruano y consolidado este frente, la aviación, de acuerdo con el principio establecido para su empleo en bloque y nunca dispersa o fraccionada, fue movilizada otra vez a su base de Puerto Boy, en previsión de próximos ataques a posiciones peruanas en el alto Putumayo.
Combate de Güepí
Concluida la acción militar que permitió a Colombia la recuperación de Tarapacá, el gobierno ordenó, en desarrollo de la situación, iniciar las operaciones en el alto Putumayo, a tiempo que la representación diplomática en la Liga de las Naciones exponía ante el Consejo de la Organización, la resistencia que fuerzas regulares del Perú habían presentado para el libre ejercicio de la soberanía colombiana en Tarapacá, como consecuencia de lo cual se había originado la acción armada que dio a nuestro país, nuevamente, el dominio de ese territorio de jurisdicción nacional.
Desde el mes de septiembre de 1932 y como complemento de la ocupación peruana de Leticia y Tarapacá, se hizo evidente el hostigamiento sistemático a la navegación colombiana en el alto Putumayo. Los planes del Estado Mayor previeron, desde el principio, la necesidad de despejar la amenaza adversaria en aquellos sitios del río donde el enemigo tenía mayores posibilidades de ejercer control y obstruir el aprovisionamiento, entre los cuales figuraban como más importantes las guarniciones peruanas de Güepí y Puerto Arturo.
No obstante, la política del gobierno de Colombia había sido, desde el primer momento, la de obtener el arreglo del diferendo por mediación de la Liga de las Naciones, como organismo internacional de arbitraje, de conformidad con lo establecido en el Tratado de París, vigente en la época. Por otra consideración de orden militar, el posible ataque a esas posiciones peruanas no sería realizable mientras no se contara con fuerzas suficientes y la garantía de proveerles un aprovisionamiento adecuado.
Las medidas preventivas determinaron la conveniencia de reforzar el Destacamento Putumayo al mando del coronel Roberto D. Rico e intensificar, por los medios posibles, el apoyo logístico a esas mismas fuerzas, evitando comprometerse, hasta donde fuera evitable, en acciones o roces armados con tropas del Perú que pudieran perjudicar los razonamientos pacifistas de legítimo derecho sostenidos ante la Liga de las Naciones.
En consecuencia, el gobierno colombiano contrató en el mes de septiembre de 1932 la lancha Emita de registro brasileño, que había llegado a Caucaya con mercaderías y tomó asimismo en arrendamiento otras dos lanchas brasileñas en Manaos, para los servicios de aprovisionamiento en el Putumayo y confrontar las actividades que, a su paso por Puerto Arturo y otros puertos peruanos, pudieran asumir las autoridades militares de tales localidades. A bordo de una de esas lanchas estuvo, como práctico, un colombiano de apellido Pantoja quien, al ser detenidas las embarcaciones por el adversario, logró llegar a El Encanto en una canoa para dar cuenta de los hechos, burlando la vigilancia peruana.
Tales circunstancias, sumadas a las informaciones obtenidas sobre movimientos de tropas y materiales del Perú, con capacidad de lanzar una ofensiva contra Caucaya, demostraron la necesidad de apresurar el desarrollo de los planes operativos previstos.
A fines de noviembre, el Perú comenzó a reforzar a Güepí, lo que amenazaba cerrar la comunicación fluvial colombiana entre Caucaya y Puerto Asís. Esto obligó a Colombia al aumento de sus tropas en Chavaco y al establecimiento de una nueva guarnición militar en Peña Blanca, cuando se confirmó la presencia de varias embarcaciones armadas del Perú arriba de Puerto Arturo. Esas lanchas permanecieron varias semanas en actitud de lanzar un ataque sobre Caucaya pero, una vez el mando militar peruano comprobó que dicho puerto colombiano no era ya un punto desguarnecido, ordenó la retirada de las naves.
A bordo de las lanchas San Miguel e Indiana, el Perú movilizó 140 hombres a su guarnición de Pantoja, desde donde habrían de dirigirse a Güepí por tierra, con lo cual se hizo definida la posibilidad de un ataque a Caucaya. Como reacción consecuencial, Colombia estableció tropas en Monclar, situado entre Caucaya y Chavaco. El 30 de noviembre de 1932, el dispositivo colombiano garantizaba la acción de fuerzas militares en Caucaya, El Encanto, Puerto Ospina, Chavaco y Puerto Asís, así como en La Tagua y Potosí, con un total de 992 hombres. El problema mayor en aquellos momentos era mantener el aprovisionamiento de esas fuerzas. La trocha entre La Tagua y Caucaya era por esos días intransitable y la sequía del río Orteguaza impedía la navegación.
El empleo de la aviación permitió sortear con el mejor éxito estas dificultades, insalvables de otra manera, y proveer de víveres y medicinas a las tropas expuestas no sólo a la amenaza armada sino, además, a las epidemias y azotes palúdicos desencadenados por el verano. La situación el 31 de diciembre de 1932 era la siguiente:
Del enemigo:
Puesto de Güepí reforzado construcción de zanjas para tiradores y puestos de observación. Puerto Arturo, establecimiento de un puesto entre esta localidad y Pubenza movimiento de embarcaciones con tropas y “cajas de pino blancas grandes”. Posible establecimiento de una base aérea en el alto Napo, desde donde operan hidroaviones hacia Güepí y Puerto Arturo.
Propias tropas:
Sin cambio. Las noticias recibidas acerca del enemigo, llevaron al comandante del Destacamento del Putumayo a recomendar al gobierno el apresuramiento de la acción contra Güepí. En enero de 1933, la situación imponía con mayores razones esta decisión, pero las negociaciones en Ginebra obligaban a revestirse de paciencia y a esperar la llegada de la Expedición Amazonas, al mando del general Vásquez Cobo, para iniciar las operaciones sobre Tarapacá.
El hostigamiento peruano a las embarcaciones de Colombia provenientes de Puerto Asís, se intensificó en los días subsiguientes, hasta el punto de que, el 13 de febrero de 1933, se hizo impostergable la orden de atacar a Güepí, en los precisos momentos en que frente a Tarapacá, el general Vásquez Cobo enviaba el ultimátum de rendición a las fuerzas peruanas de ocupación. La situación internacional en el seno de la Liga de las Naciones en esos días se complicaba. Como inmediata consecuencia del bombardeo aéreo del Perú a los buques de la Expedición Amazonas, cuando todavía las embarcaciones no habían abandonado aguas brasileñas, ocurrió el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Bogotá y Lima. En la capital peruana se produjo un asalto e incendio de la sede de la Legación de Colombia.
La mediación amistosa interpuesta por el Brasil fracasó, a causa de la renuencia del Perú a aceptar las condiciones requeridas. Sumados los anteriores factores a las actividades militares peruanas, toda esperanza de acuerdo entre los dos países en conflicto parecía extinguirse. Ante el desconocimiento peruano de la razón y la justicia que asistían a Colombia, era necesario imponer el derecho por la fuerza. Se dio así la orden de ataque sobre Güepí, guarnición en territorio peruano.
El 16 de febrero, la Liga dio a Colombia la razón, respondiendo al delegado del Perú que “el Comité del Consejo de la Liga, encargado de informar sobre el caso de Leticia no puede comprender cómo, estando situado el puerto de Tarapacá dentro del territorio colombiano, había allí guarniciones militares del PerúÕ. Entre tanto, el presidente peruano Luis María Sánchez Cerro telegrafiaba al comandante de las tropas de Loreto: “Le juro a usted por mi honor de soldado que el Perú conservará Leticia contra cualquier oposición, sea ella la que fuere”.
El día 17 se movieron de Caucaya los cañoneros colombianos transportando a Monclar el primer grupo de tropas para el ataque, al mando del coronel Roberto D. Rico.
Ese mismo día las negociaciones en Ginebra avanzaron favorablemente, de modo que al tener conocimiento de este nuevo giro de la situación, y para no poner en peligro el buen éxito de las gestiones diplomáticas, se dio contraorden en el sentido de aplazar “por unos pocos días” la acción militar sobre territorio peruano. Esta determinación debía hacerse llegar a conocimiento del comandante del Destacamento en oportunidad. Sin embargo, la estación telegráfica de Puerto Boy, base desde la cual había de iniciar la operación la aviación de combate, no respondió a causa de daños técnicos. El despacho de un avión al amanecer del día siguiente, hizo posible que la contraorden llegara a su destino antes de que se abrieran las hostilidades.
El movimiento de aviones peruanos se intensificaba diariamente a lo largo del río Putumayo, de manera especial hacia Güepí, guarnición que manifestábase agresiva. Una fracción de tropas adversarias pretendió ocupar un islote frente de Chavaco, como consecuencia de lo cual, según el parte rendido por el coronel Rico, “se trabé un combate que la guarnición de Güepí generalizó sobre nuestros puestos. Dos aviones enemigos sobrevolaron territorio colombiano y uno de ellos vino nuevamente sobre los puestos en actividad hostil obligándonos a repelerlo”. El día 21 volvía a informar el comandante del Destacamento: “Peruanos han atacado nuestras canoas procedentes de Puerto Asís sin lograr hacer blanco. Hostilidad interrumpe prácticamente nuestras comunicaciones creando grave situación. Espero órdenes”.
Como las negociaciones de Ginebra se prolongaban sin augurar resultado satisfactorio, y el aplazamiento indefinido de la proyectada acción sobre Güepí perjudicaba los intereses de Colombia mientras el adversario ganaba tiempo para reforzar sus posiciones, se produjo el 22 de febrero la segunda orden desde Bogotá para realizar el ataque. En Puerto Boy se reintegró la aviación, mediante el regreso de las unidades que tan activamente habían participado en la acción de Tarapacá y durante los días posteriores, en el rechazo de las incursiones aéreas del Perú sobre la posición recuperada por Colombia.
Esta actividad en el alto Putumayo coincidió con nueva intensificación de las gestiones en Ginebra. El gobierno de Lima, a medida que se hacía más enérgica la actitud de la Liga de las Naciones, venía cediendo gradualmente en algunos puntos, a los que se había aferrado intransigentemente hasta entonces. Sin duda, a esta modificación contribuyó en alto grado el descalabro sufrido por las fuerzas que debieron abandonar a Tarapacá, y la inminencia del ataque colombiano contra Güepí, previsible por las concentraciones en Chavaco. Fue así como el Perú ofreció ordenar perentoriamente y sin dilación, que se suspendieran las hostilidades contra las embarcaciones colombianas en el alto Putumayo. Como consecuencia, por parte de Colombia se dispuso un segundo aplazamiento de la operación, el día 28 de febrero.
Dos días después se recibió en el Comando del Destacamento, del comandante de la guarnición de Güepí, la garantía escrita de que ninguna embarcación colombiana, cualquiera fuese el servicio que estuviera cumpliendo, se vería obstaculizada en su libre navegación por las aguas del Putumayo.
Sin embargo, tal situación no duró mucho tiempo. A pesar de la promesa formulada se sucedieron esporádicos hostigamientos al libre tránsito fluvial, de tal modo que el coronel Rico, de común acuerdo con el Comando de las Fuerzas Aéreas, determinó que las tropas permanecieran en sus posiciones en apresto. Así estuvieron durante cinco días, a lo largo de los cuales se presentaron varias escaramuzas aisladas, hasta que el 2 de marzo, tras una reunión de Estado Mayor, el coronel Rico hizo llegar al comandante de Güepí, Domingo Melo, una comunicación terminante en el sentido de que las fuerzas colombianas no estarían dispuestas a soportar la continuidad de las obstrucciones peruanas al libre derecho de navegación sobre el río Putumayo. En respuesta, el coronel recibió la reiteración de que los hechos denunciados no habrían de repetirse, máxime por cuanto “el incidente de Leticia se encaminara a un arreglo pacífico entre el Perú y Colombia”.
Se procedió entonces al repliegue de las unidades concentradas en Chavaco hacia Puerto Ospina, Caucaya y Puerto Asís, como puntos estratégicos más próximos. El 16 de marzo, en Ginebra, el Comité de la Liga de las Naciones encargado del estudio del problema colomboperuano, presentó un informe en el cual recomendaba “una completa desocupación del corredor de Leticia por las tropas del Perú, lo mismo que la cesación del apoyo a los elementos peruanos que ocupaban esa región, con el fin de proceder sobre la base del Tratado existente a entablar negociaciones entre las dos partes, para discutir los problemas pendientes”.
Tal recomendación no fue acogida por el Perú, de manera que el gobierno colombiano consideró necesario continuar sin demora las operaciones en el Putumayo. El 18 de marzo, el Ministro de Guerra comunicaba desde Bogotá al coronel Rico: “Sírvase preparar nuevamente operación fue necesario aplazar día cuatro corrientes fin pueda iniciarse mediados próxima semana, poniéndose antes de acuerdo con coronel Boy (comandante de las Fuerzas Aéreas de Combate), quien conferenciará con usted oportunamente”.
La orden de operaciones disponía la misión particular de la aviación en los siguientes términos: “Bombardeará las posiciones fortificadas del enemigo, especialmente las que se encuentran detrás de la margen derecha del río y no se retirará de su radio de acción sino cuando haya constatado que nuestra Infantería ha hecho el paso del río e iniciado combate formal, Quedará luego en vigilancia a fin de batir probables aviones enemigos que se presenten y para recibir nuevas tareas que los cambios de situación demanden. Un avión acuatizará en Puerto Nuevo para el enlace con el comandante del Destacamento”.
Con precisión notable, a las 08:30 horas, tal como estaba previsto, aparecieron sobre Chavaco los aviones de caza y bombardeo que habían despegado desde la base de Puerto Boy y se dirigieron a Güepí. Como la presencia de la aviación era la señal acordada para dar comienzo al combate, la artillería abrió fuego desde sus posiciones en El Palmar, mientras los cañoneros avanzaban hacia los lugares determinados para el desembarco.
La primera impresión de los defensores de Güepí fue la de que se trataba de una incursión aérea solamente, de modo que concentraron sus esfuerzos y atención iniciales en rechazar con armas antiaéreas el ataque de la aviación, circunstancia que habría de facilitar la maniobra de desembarco.
El testimonio de los informes oficiales de la acción y de quienes en ella intervinieron, consignan que fue devastador el efecto del bombardeo aéreo y del “continuo fuego de las ametralladoras, casi sobre las mismas cabezas de los soldados peruanos, desde nuestros aviones que bajaban con rapidez vertiginosa hasta rozar las copas de los árboles y ascendían luego en líneas muy próximas a la vertical, escapando asía las ráfagas de las ametralladoras enemigas”.
Elocuente expresión del valor con que actuaron nuestros aviadores en Güepí, es la que hace en su obra Los campeones del aire el autor Joaquín Piñeros Corpas al referirse al capitán Luis F. Gómez Niño, de quien afirma que, agotada la carga de bombas, lanzó en picada su avión sobre un nido de ametralladoras peruanas y disparó ininterrumpidamente hacia el blanco dejándolo por completo inutilizado.
Al cabo de varias horas la intensidad de la resistencia se fue debilitando y hacia las dos y media de la tarde concluyó el combate con rotunda victoria colombiana. Como en Tarapacá el mes anterior, ahora sobre Güepí ondeó triunfal el pabellón tricolor. Así cayó la más fuerte posición peruana del alto Putumayo.
Las fuerzas peruanas, batiéndose en retirada, alcanzaron la vía hacia Pantoja perseguidas por las tropas atacantes, hasta cuando la oscuridad hizo imposible continuar la persecución en un terreno desconocido para los soldados de Colombia.
Cuánto significó en Güepí, para el éxito de la acción, la aviación militar y en qué forma combatió y realizó su misión, se desprende, además, de los documentos suscritos por esa época. El primero es el mensaje que el auditor del Destacamento Putumayo, don Manuel A. Carvajal, dirigió al presidente de la república desde Caucaya en los términos siguientes: “ ... Acaban acuatizar aviones y he podido ver que todos ellos tienen impactos de proyectiles enemigos, particularmente los de caza. La aviación cumplió valerosamente su cometido”. El otro está contenido en la espontánea testificación que el teniente Teodoro Garrido Lecca, prisionero de las tropas colombianas, suministró al corresponsal de guerra don Felipe Lleras Camargo y que éste dejó consignada en carta que, el 1 de junio de 1933, dirigiera al coronel Herbert Boy, así:
“En la interesantísima entrevista que acabo de tener con el teniente Garrido Lecca, prisionero de nuestras tropas en el combate de Güepí, he recogido de sus labios y me pareció que en aquel momento el distinguido militar peruano hablaba con absoluta sinceridad un concepto que es altamente elogioso para nuestra Aviación Militar”.
“ ... Al hacerme la descripción del combate, el teniente Garrido Lecca me manifestó que el intrépido y decisivo ataque de nuestros aviones desconcertó de tal manera las tropas peruanas, que determinó su retirada en busca de las trochas que conducen a Pantoja. Me agregó el teniente que él en persona, con los soldados que hacían el servicio de las dos ametralladoras que estaban a su cargo, tuvo que ir abandonando sucesivamente los abrigos construidos sobre la orilla del río para defensa de la posición. Las bombas, dice el teniente Garrido Lecca, y el fuego de las ametralladoras de los aviones, nos hacían abandonar inmediatamente las trincheras a donde nos íbamos retirando”.
“ ... El teniente Garrido Lecca, cuya conducta heroica en Güepí ha sido admirada por los oficiales colombianos, debía atender con sus dos ametralladoras a la defensa de la posición atacada por las tropas de infantería, por los cañoneros y las fuerzas de aviación. El teniente me dijo, y así se explica el que no hubiera podido ocasionar gran daño a nuestros aviones, que le era imposible corregir el tiro teniendo que atender simultáneamente al ataque aéreo, a la fusilería de tierra y a la artillería de nuestros barcos”. “Me ha parecido que el mejor elogio que pueda hacerse de la manera como nuestra aviación actuó en la guerra que acaba de terminar, es el que hace este bravo y caballeroso oficial peruano que hasta el último instante cumplió con su deber, resistiendo con una débil fuerza a sus órdenes el empuje de los nuestros y cayendo prisionero en el sitio señalado por su valor y por su honor militar”.
Contraataque aéreo sobre Güepí
Como era de esperarse, muy pronto se presentó el primer intento peruano en procura de la reconquista de Güepí. En mensaje del coronel Roberto D. Rico al Ministro de Guerra, dio cuenta de que “A las 8 de la mañana del día 28 tres aviones peruanos aparecieron sobre Güepí para bombardearlo el coronel Boy, con sus heroicos compañeros” (capitanes Luis F. Gómez Niño, Andrés M. Díaz, von Oertzen y von Engel), “que actuaron en el combate de la antevíspera de manera tan brillante y eficaz, partieron de Caucaya para rechazar, con su sola presencia, el enemigo, pues no bien se divisó nuestra escuadrilla cuando los pilotos peruanos emprendieron una precipitada fuga en dirección a Pantoja, poniendo una larga distancia entre sus máquinas y las nuestras. Las bombas lanzadas sobre la posición conquistada no produjeron, como tantas veces ocurrió en Tarapacá, ningún daño ni el mas leve contratiempo”.
Bien fuera porque la inmediata reacción de la aviación hizo comprender al Perú la eficaz capacidad de las fuerzas colombianas que dominaban a Güepí, o porque sus efectivos en Pantoja no eran suficientes para emprender una contraofensiva, es el caso que el adversario desistió, al menos por el momento, de realizar una acción militar de esa naturaleza.
Se consideró entonces conveniente llevar a cabo el ataque aéreo sobre Pantoja, pero luego se desistió de tal proyecto en atención a la inminencia de violar la neutralidad del Ecuador, dado que Rocafuerte, población ecuatoriana limítrofe con el Perú en ese sector, tendría que ser sobrevolada durante la operación.
Otro factor dominante fue el de que, según las informaciones allegadas, en previsión de un ataque aéreo colombiano, allí se habrían tomado las precauciones del caso para evacuar el material militar que pudiera significar importancia para la realización del bombardeo. Por el contrario, Iquitos sí constituía un objetivo codiciado para asestar un golpe decisivo para la solución del conflicto.
Preparados todos los detalles, quedó listo el plan de operaciones para su cumplimiento en cuanto se produjera la orden correspondiente del gobierno. Según afirmó posteriormente el Ministro de Guerra, estuvo a punto de producirse en el mismo momento en el cual vino “un cambio o un posible arreglo diplomático y entonces la acometida a fondo no parecía aconsejable”. Habla que esperar continúa el Ministro “una mejor oportunidad y ésta presentóse cuando estuvimos en posesión del río Algodón y de la base aérea peruana en él. De allí a Iquitos la empresa era segura, matemáticamente certera. Tomábamos las medidas del caso con el fin de ejecutar el bombardeo tan buscado como anhelado, cuando sobrevino la paz de Ginebra y con ella la entrega o devolución al enemigo de todo cuanto habíamos conquistado en buena lid”.
Combate del río Algodón
Con miras a preparar el ataque planeado contra la fuerte posición peruana de Puerto Arturo, el Destacamento Amazonas adelantó una flotilla de seis buques a las bocas del río Algodón, cuyas aguas habían sido minadas. En la noche del 7 de mayo, la flotilla fue atacada desde Puca Urco, sin consecuencias mayores. El 8 en la mañana fue atacada por aviones peruanos.
Las unidades de la aviación colombiana designadas para prestar apoyo, que se encontraban en situación de alerta en su base fluvial, habían despegado momentos antes a requerimiento del comandante de la escuadra, e irrumpieron sobre el enemigo oportunamente. Su ataque se dirigió a la aviación peruana y de esta acción cayó derribada una máquina oponente, cuyo piloto falleció luego a consecuencia de los disparos recibidos. El resto de la escuadrilla aérea del Perú, ante la superioridad colombiana, abandonó el combate, con lo cual los buques pudieron efectuar el desembarco de sus tropas, realizar la ocupación de la base y establecer el control sobre la vía fluvial utilizada por los peruanos para el abastecimiento de Puerto Arturo.
El desembarco no encontró resistencia pues la posición se halló prácticamente desguarnecida. Al parecer, la víspera había sido evacuada y los aviones peruanos que de allí despegaron para atacar, volaron a otra base.
Cuatro prisioneros fueron tomados por las fuerzas de Colombia y un “abundante botín de guerra” según información en un parte del general Efraín Rojas, a más de “un taller completo de mecánica, otro de carpintería, ambos movidos por medio de motores, buena cantidad de mercancías, drogas, alambres de púas, herramientas de zapa y otros elementos valiosos en aquellos lugares y en semejantes circunstancias”, al decir del Ministro Uribe Gaviria. Entre tanto, se recibieron informaciones sin confirmar en el sentido de que el Perú había dispuesto una contraofensiva en grande escala para recuperar a Tarapacá y Güepí, a cuyo efecto la escuadra compuesta por los cruceros Gran y Bolognesi junto con dos submarinos, estaría remontando el Amazonas con rumbo al Putumayo. Este nuevo factor en la situación vendría a influir en la operación iniciada sobre Puerto Arturo, pues se hacía indispensable, antes de proseguirla, verificar la información acerca de la escuadra peruana por su incidencia en los planes de ataque.
El cañonero Sucre fue despachado a explorar los ríos Cotuhé y Yaguas, escoltado por una escuadrilla de aviones, pues otra fuente indicaba que el Perú movía tropas hacia Buenos AiresCotuh?é. El 17 de mayo el comandante del Destacamento informaba que “protegido aviones, Sucre reconoció río Cotuhé hasta donde pudo subir sin encontrar enemigo. Aviación bombardeó Buenos Aires”. Dos días después el mismo comandante confirmaba que tampoco en el Yaguas el cañonero ni los aviones localizaron trazas del enemigo. Sin embargo, las noticias tendenciosas difundidas por éste no dejaron de incidir en la marcha sobre Puerto Arturo, obligando a distraer una compañía en reforzar a Tarapacá y causando alguna demora en el movimiento hacia el objetivo.
La escuadra naval del Perú sí se había aprestado, en efecto, pero no para la reconquista de Tarapacá y Güepí sino para concurrir en defensa de Iquitos que el Estado Mayor peruano consideraba seriamente amenazado, mientras restaba importancia a la eventualidad de un ataque colombiano a Puerto Arturo. El 23, los dos buques del Perú se encontraban en Belén del Pará, listos para iniciar una travesía similar a la que había seguido en su tiempo la Expedición Amazonas al mando del general Vásquez Cobo.
Veinticuatro horas después, el 25 de mayo de 1933, el presidente del Comité de la Liga de las Naciones daba aviso oficial al gobierno de Colombia sobre la aceptación del Perú de la fórmula para resolver pacíficamente el caso de Leticia y sugería la inmediata cesación de hostilidades que, simultáneamente, fue ordenada a las fuerzas respectivas por los dos países en conflicto. Durante la desmovilización, que se inició treinta días después de firmado el acuerdo, la aviación colombiana prestó valioso aporte, especialmente en la evacuación de la tropa enferma. Desde Tarapacá fueron evacuados, mediante un puente aéreo con Florencia en el que se utilizó cuanto tipo de avión fue posible, setenta y ocho soldados afectados por beriberi. Durante este transporte apenas murió uno de ellos los setenta y siete restantes fueron socorridos en el hospital de La Primavera, próximo a Florencia, y más tarde conducidos a la capital de la República.
Caídos por la patria
El concluir el conflicto armadeo con el Perú, la aviación militar colombiana había perdido cinco de sus valiosos pilotos y tres mecánicos, cuyos nombres merecen ser exaltados con admiración:
Capitán Ernesto Esguerra. Salió de Potosí el 2 de junio de 1933 conduciendo el avión Curtiss Falcon Ricaurte, que quince años atrás sirviera al teniente Benjamín Méndez Rey para efectuar su memorable vuelo de Nueva York a Bogotá. Lo acompañaba el mecánico Rafael Ramón. No llegó a Flandes, lugar de su destino. Inútilmente fueron buscados durante semanas por aire y tierra sin que se lograra localizarlos. La selva les sirvió de sepultura.
Teniente Guillermo Sornoza. El 7 de febrero de 1933 partió de Flandes con rumbo a Puerto Boy, base de concentración de la aviación de combate que había de apoyar el ataque del Destacamento Amazonas para la recuperación de Tarapacá, transportando en el Osprey No. 122 detonantes y munición para las tropas del Sur. Minutos después de despegar se precipitó el avión a tierra y en medio de explosiones se consumió en llamas junto con su piloto.
Capitán Raimundo von Beherend. Participó este valeroso aviador alemán en la acción de Tarapacá, que culminara victoriosamente para las fuerzas colombianas el 14 de febrero de 1933.
Abnegado, valiente, permaneció en prolongada alerta con su avión, hasta cuando las plagas tropicales minaron su existencia y pagó con su vida el honor inmenso de servir a Colombia.
Teniente Heriberto Gil. El 21 de mayo de 1933, en la proximidad del enemigo y cuando se advertía inminente el ataque a Puerto Arturo, decoló de Caucaya como tripulante del Junkers No. 202, el más veterano de los aviones del conflicto.
Por causas técnicas, la vieja aeronave se hundió en las aguas del río Putumayo, que tantas veces la sintió posarse airosa sobre su caudal. Rindieron allí sus vidas Heríberto Gil, el capitán Martín Haenichen y los mecánicos Narciso Combariza y Rafael Fernández, cuyos cuerpos sólo pudieron recibir el homenaje de la angustia y de una plegaria póstuma.