- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Introducción
FIel a la doctrina del Uti possidetis juris de 1810, que sirvió de base de la delimitación fronteriza de las antiguas naciones, Colombia sujetó su cartografía a la heredad del Virreinato.
Letica, ventana de Colombia en el extremo sur del trapecio amazónico, era un punto casi desconocido en la geografía hasta el 1 de septiembre de 1932.
La pedreda, sobre la margen sur del Caquetá fue tomada por el coronel Oscar Benavides después del intensomasalto, entre el 10 y el 12 de julio de 1911.
Los grandes ríos del Sur reemplazaron las vías inexsistentes y los aeródromos improvisados.
Pese al díficil acceso, la artillería jugó papel importante en el conflicto.
Pese al díficil acceso, la artillería jugó papel importante en el conflicto.
Ante la necesidad de transportar por vía marítima tropa a la zona del conflicto, se compró en Nueva York a la Columbian Line un buque llamado Bridgetown, construido en Inglaterra , al que se le cambió el nombre por Boyacá. Esta unidad viajó a Colombia y allí embarcó 700 hombres que, a órdenes del general Efraín Rojas, zarparon rumbo a Belén del Pará.
La pequeña localidad de Tarapacá, sobre la margen sur del río Putumayo, lugar estratégico por su ubicación próxima a la frontera con el Brasil y sus características topográficas, fue tomada por fuerzas militares peruanas y convertida en fortín atrincherado, con la cual se controlaba la navegación de este importante río amazónico.
Buenaventura, principal puerto colombiano sobre el Pacífico, constituyó punto de etapa en el abastecimiento del Teatro de Operaciones del alto Putumayo. Dada su vulnerabilidad, fue protegido con artillería de costa ante la eventualidad de un ataque por la poderosa marina de guerra de Perú.
Texto de: General, Álvaro Valencia Tovar
Esta es la narración de un conflicto que jamás ha debido producirse. Lo originó, por una parte, la desinformación del pueblo peruano, en particular del que habitaba la región amazónica de Loreto y la utilización de la misma por el presidente-dictador de la nación, Luis María Sánchez Cerro, que vio en la inconformidad de ese pueblo la oportunidad de congregar la opinión pública de su país en torno al tremolar de una bandera nacionalista.
Entre los pueblos de Perú y Colombia ha existido una amistad histórica. La campaña libertadora del antiguo Imperio del Sol los enlazó con eslabones imperecederos de gloria compartida. Junín y Ayacucho son dos nombres que brillan como gemas en los sentimientos de los dos pueblos. La carga de José María Córdova y su inspirada voz victoriosa tiene para ambas naciones el orgullo y la resonancia que toda gesta heroica produce en las almas de las gentes.
Si se rememora en estas páginas, no es por cobrar ni revivir ofensas que el tiempo y la comprensión de la hora de antagonismo desvanecieron para siempre. Es porque la historia, cualesquiera sean sus desarrollos futuros, mira al pasado en búsqueda de la verdad. Sobre todo si es una verdad surgida de instantes estelares, en que el valor, el coraje, la abnegación, la capacidad de sufrir y de luchar se confunden en acto luminoso, para configurar las horas de gloria que todos los pueblos atesoran en la memoria de la Patria Histórica.
No hay resentimiento en esta evocación. Tampoco el ánimo de remover viejas cicatrices o reabrir heridas que sanaron para siempre. Se trata de un atisbo en sucesos que engrandecieron el alma nacional, cuando en mal momento se invadió el extremo lejano e ignorado de un espacio selvático, cuyo sólo nombre pasó a significar la patria entera.
Leticia era un punto casi desconocido en la geografía de Colombia. Los que éramos niños habíamos visto sobre los muros de nuestras aulas escolares una Colombia dibujada con las fronteras que el extinto Virreinato de la Nueva Granada nos legó como herencia hispánica. De súbito la vimos encogerse dolo-rosamente. No llegaba su territorio hasta el Napo por el Sur ni hasta la desembocadura del Caquetá en el Amazonas por el Este. En vez de esa inmensidad selvática, vimos un estrecho trapecio que avanzaba en busca del gigante fluvial, con Leticia como ventana minúscula asomada al río legendario.
En el Perú debió de ocurrir algo parecido. El mapa nacional ascendía hasta el Caquetá, donde una expedición nacional, comandada por el entonces coronel Oscar Benavides, ocupó la localidad colombiana de La Pedrera sobre la banda sur de este río en 1911. De pronto, sin que mediara un proceso de persuasión que indicara al pueblo peruano el arreglo limítrofe conseguido en forma ventajosa, la patria ancestral resultaba cercenada de un amplio fragmento.
Allá hubo resentimiento. Aquí perplejidad. Perú había hecho acto de presencia amazónica desde los tiempos coloniales, cuando aquella vastedad de selva y agua se adscribió al arzobispado de Lima para fines misionales. Colombia no. País andino por geografía y por mentalidad derivada de su híspido entorno, poco había pensado en su patrimonio amazónico. Aquello estaba allí, a la espera de un segundo descubrimiento. Nos pertenecía por herencia, como una gran hacienda para una familia que sólo tiene conciencia citadina. No fuimos en su busca y terminamos perdiéndola. Era, una vez más, el conflicto entre una posesión jurídica y otra de poblamiento.
Si la inconformidad peruana cobró forma en la arrebatada ocupación de ese puertecito diminuto que Colombia casi desconocía, nuestro pueblo despertó a esa realidad con el estremecimiento de quien recibe una bofetada en el rostro. Indignación ofendida, dolor, voluntad de recuperar lo que se nos arrebataba, reverberaron en un solo sentimiento: patriotismo. Adormecido por años de no recibir estímulos semejantes, se puso en pie como nunca antes lo había hecho.
De esa emoción nacional, vuelta pasión en el ánimo colectivo de acudir al rescate de lo que se nos arrebataba, resulta esta memoria. Al escribirla, mil imágenes vuelven atropelladamente al espíritu, y del sentimiento revivido surgen estas páginas, a la vez rememoración y testimonio. Exentas por completo de rencor o ánimo vindicativo, buscan plasmar lo que para Colombia fue una gesta colosal.
No se trata de sobredimensionamiento de un conflicto, si se quiere reducido en sus proporciones y alcance, sino de lo que fue improvisar un Ejército, crear una Marina de Guerra, convertir la naciente Arma Aérea en una aviación militar que superara la decrepitud de los pocos aparatos de escuela adquiridos en el decenio precedente y que eran, para 1932, poco más que milagros volantes.
Además había que desplazar hacia el teatro del conflicto los medios para rescatar, si fuese preciso por las armas, el retazo de patria que había sido ocupado. La vuelta por el Oriente al extremo de Suramérica hasta hallar las bocas del Río Grande de las Amazonas como lo bautizara Orellana, ascender por su corriente majestuosa y penetrar la selva casi virgen, fue una empresa que para su época revistió dimensiones grandiosas.
Por el extremo opuesto, al Occidente, se acudió en busca del Putumayo por trochas inverosímiles, al paso que se construían vías de penetración. La Amazonia toda era para los colombianos una novela ardiente. La Vorágine que el gran escritor huilense describió en páginas magistrales. Las que ahora iban a escribirse, serían la vorágine de una guerra que no buscamos y que el Estado colombiano quiso sustituir por acción diplomática inteligente y hábil.
El conflicto armado era un sustituto que podría llegar a hacerse indispensable si el derecho no bastase, en ámbitos internacionales parsimoniosos, sin mayor tradición en el arreglo pacífico de conflictos entre Estados, desconocida muchas veces la Sociedad de Naciones surgida de la Primera Guerra Mundial y carente de medios coercitivos para hacer cumplir sus determinaciones. Para miles de colombianos de entonces, la guerra en cierne fue el adiós trémulo al joven que partía hacia lo desconocido, al padre que abandonaba el hogar para marchar al frente. Separaciones dolorosas, embellecidas por el romántico y estremecedor tañido de bronce de la palabra PATRIA. Amores truncados. Esperanzas rotas. La palabra adiós brotando entrecortada de las gargantas o tremolando en un pañuelito blanco empapado de lágrimas. Fue sublime todo aquello. Sublime y heroico. Merecedor de una memoria. La que esta obra ha querido convertir en homenaje a los que partieron con la bandera de Colombia apretada en el alma. Y los que allí quedaron, bajo una bóveda de verdor intenso y salvaje, clavadas las pupilas inmóviles en los cielos azules de Colombia.
Una dedicatoria, sola, emocionada y profunda, cabe hacer de esta obra.
Al soldado colombiano de todos los tiempos.
Al combatiente heroico que llenó con su presencia el llano tórrido y la alta cumbre en la epopeya gigantesca de la independencia.
Al que transitó los caminos de su patria en pos de una bandera y de un rótulo en el absurdo de las contiendas civiles, sublimadas con su sacrificio y su valor.
Al que en la selva amazónica supo estar a la altura de sus gigantes arbóreos y, en medio de los padecimientos de un entorno inhóspito y violento, supo narrar su propia historia con grandeza de alma, desprendimiento y abnegación supremos. Con nombres como Cándido Leguízamo, Zósimo Suárez y Juan Bautista Solarte Obando engarzados en las constelaciones de nuestros héroes conocidos o anónimos.
Al que en Corea luchó al otro lado de la tierra por la libertad que había amado y servido en su propio suelo, y por la cual combatió en medio de la nieve y el viento cortante del invierno subártico o en el estío cálido y enrojecido.
Y al que en su patria desgarrada sigue rindiendo el diario tributo de su denuedo, su abnegación, su coraje, su voluntad y su valor sin límites ni eclipses.
#AmorPorColombia
Introducción
FIel a la doctrina del Uti possidetis juris de 1810, que sirvió de base de la delimitación fronteriza de las antiguas naciones, Colombia sujetó su cartografía a la heredad del Virreinato.
Letica, ventana de Colombia en el extremo sur del trapecio amazónico, era un punto casi desconocido en la geografía hasta el 1 de septiembre de 1932.
La pedreda, sobre la margen sur del Caquetá fue tomada por el coronel Oscar Benavides después del intensomasalto, entre el 10 y el 12 de julio de 1911.
Los grandes ríos del Sur reemplazaron las vías inexsistentes y los aeródromos improvisados.
Pese al díficil acceso, la artillería jugó papel importante en el conflicto.
Pese al díficil acceso, la artillería jugó papel importante en el conflicto.
Ante la necesidad de transportar por vía marítima tropa a la zona del conflicto, se compró en Nueva York a la Columbian Line un buque llamado Bridgetown, construido en Inglaterra , al que se le cambió el nombre por Boyacá. Esta unidad viajó a Colombia y allí embarcó 700 hombres que, a órdenes del general Efraín Rojas, zarparon rumbo a Belén del Pará.
La pequeña localidad de Tarapacá, sobre la margen sur del río Putumayo, lugar estratégico por su ubicación próxima a la frontera con el Brasil y sus características topográficas, fue tomada por fuerzas militares peruanas y convertida en fortín atrincherado, con la cual se controlaba la navegación de este importante río amazónico.
Buenaventura, principal puerto colombiano sobre el Pacífico, constituyó punto de etapa en el abastecimiento del Teatro de Operaciones del alto Putumayo. Dada su vulnerabilidad, fue protegido con artillería de costa ante la eventualidad de un ataque por la poderosa marina de guerra de Perú.
Texto de: General, Álvaro Valencia Tovar
Esta es la narración de un conflicto que jamás ha debido producirse. Lo originó, por una parte, la desinformación del pueblo peruano, en particular del que habitaba la región amazónica de Loreto y la utilización de la misma por el presidente-dictador de la nación, Luis María Sánchez Cerro, que vio en la inconformidad de ese pueblo la oportunidad de congregar la opinión pública de su país en torno al tremolar de una bandera nacionalista.
Entre los pueblos de Perú y Colombia ha existido una amistad histórica. La campaña libertadora del antiguo Imperio del Sol los enlazó con eslabones imperecederos de gloria compartida. Junín y Ayacucho son dos nombres que brillan como gemas en los sentimientos de los dos pueblos. La carga de José María Córdova y su inspirada voz victoriosa tiene para ambas naciones el orgullo y la resonancia que toda gesta heroica produce en las almas de las gentes.
Si se rememora en estas páginas, no es por cobrar ni revivir ofensas que el tiempo y la comprensión de la hora de antagonismo desvanecieron para siempre. Es porque la historia, cualesquiera sean sus desarrollos futuros, mira al pasado en búsqueda de la verdad. Sobre todo si es una verdad surgida de instantes estelares, en que el valor, el coraje, la abnegación, la capacidad de sufrir y de luchar se confunden en acto luminoso, para configurar las horas de gloria que todos los pueblos atesoran en la memoria de la Patria Histórica.
No hay resentimiento en esta evocación. Tampoco el ánimo de remover viejas cicatrices o reabrir heridas que sanaron para siempre. Se trata de un atisbo en sucesos que engrandecieron el alma nacional, cuando en mal momento se invadió el extremo lejano e ignorado de un espacio selvático, cuyo sólo nombre pasó a significar la patria entera.
Leticia era un punto casi desconocido en la geografía de Colombia. Los que éramos niños habíamos visto sobre los muros de nuestras aulas escolares una Colombia dibujada con las fronteras que el extinto Virreinato de la Nueva Granada nos legó como herencia hispánica. De súbito la vimos encogerse dolo-rosamente. No llegaba su territorio hasta el Napo por el Sur ni hasta la desembocadura del Caquetá en el Amazonas por el Este. En vez de esa inmensidad selvática, vimos un estrecho trapecio que avanzaba en busca del gigante fluvial, con Leticia como ventana minúscula asomada al río legendario.
En el Perú debió de ocurrir algo parecido. El mapa nacional ascendía hasta el Caquetá, donde una expedición nacional, comandada por el entonces coronel Oscar Benavides, ocupó la localidad colombiana de La Pedrera sobre la banda sur de este río en 1911. De pronto, sin que mediara un proceso de persuasión que indicara al pueblo peruano el arreglo limítrofe conseguido en forma ventajosa, la patria ancestral resultaba cercenada de un amplio fragmento.
Allá hubo resentimiento. Aquí perplejidad. Perú había hecho acto de presencia amazónica desde los tiempos coloniales, cuando aquella vastedad de selva y agua se adscribió al arzobispado de Lima para fines misionales. Colombia no. País andino por geografía y por mentalidad derivada de su híspido entorno, poco había pensado en su patrimonio amazónico. Aquello estaba allí, a la espera de un segundo descubrimiento. Nos pertenecía por herencia, como una gran hacienda para una familia que sólo tiene conciencia citadina. No fuimos en su busca y terminamos perdiéndola. Era, una vez más, el conflicto entre una posesión jurídica y otra de poblamiento.
Si la inconformidad peruana cobró forma en la arrebatada ocupación de ese puertecito diminuto que Colombia casi desconocía, nuestro pueblo despertó a esa realidad con el estremecimiento de quien recibe una bofetada en el rostro. Indignación ofendida, dolor, voluntad de recuperar lo que se nos arrebataba, reverberaron en un solo sentimiento: patriotismo. Adormecido por años de no recibir estímulos semejantes, se puso en pie como nunca antes lo había hecho.
De esa emoción nacional, vuelta pasión en el ánimo colectivo de acudir al rescate de lo que se nos arrebataba, resulta esta memoria. Al escribirla, mil imágenes vuelven atropelladamente al espíritu, y del sentimiento revivido surgen estas páginas, a la vez rememoración y testimonio. Exentas por completo de rencor o ánimo vindicativo, buscan plasmar lo que para Colombia fue una gesta colosal.
No se trata de sobredimensionamiento de un conflicto, si se quiere reducido en sus proporciones y alcance, sino de lo que fue improvisar un Ejército, crear una Marina de Guerra, convertir la naciente Arma Aérea en una aviación militar que superara la decrepitud de los pocos aparatos de escuela adquiridos en el decenio precedente y que eran, para 1932, poco más que milagros volantes.
Además había que desplazar hacia el teatro del conflicto los medios para rescatar, si fuese preciso por las armas, el retazo de patria que había sido ocupado. La vuelta por el Oriente al extremo de Suramérica hasta hallar las bocas del Río Grande de las Amazonas como lo bautizara Orellana, ascender por su corriente majestuosa y penetrar la selva casi virgen, fue una empresa que para su época revistió dimensiones grandiosas.
Por el extremo opuesto, al Occidente, se acudió en busca del Putumayo por trochas inverosímiles, al paso que se construían vías de penetración. La Amazonia toda era para los colombianos una novela ardiente. La Vorágine que el gran escritor huilense describió en páginas magistrales. Las que ahora iban a escribirse, serían la vorágine de una guerra que no buscamos y que el Estado colombiano quiso sustituir por acción diplomática inteligente y hábil.
El conflicto armado era un sustituto que podría llegar a hacerse indispensable si el derecho no bastase, en ámbitos internacionales parsimoniosos, sin mayor tradición en el arreglo pacífico de conflictos entre Estados, desconocida muchas veces la Sociedad de Naciones surgida de la Primera Guerra Mundial y carente de medios coercitivos para hacer cumplir sus determinaciones. Para miles de colombianos de entonces, la guerra en cierne fue el adiós trémulo al joven que partía hacia lo desconocido, al padre que abandonaba el hogar para marchar al frente. Separaciones dolorosas, embellecidas por el romántico y estremecedor tañido de bronce de la palabra PATRIA. Amores truncados. Esperanzas rotas. La palabra adiós brotando entrecortada de las gargantas o tremolando en un pañuelito blanco empapado de lágrimas. Fue sublime todo aquello. Sublime y heroico. Merecedor de una memoria. La que esta obra ha querido convertir en homenaje a los que partieron con la bandera de Colombia apretada en el alma. Y los que allí quedaron, bajo una bóveda de verdor intenso y salvaje, clavadas las pupilas inmóviles en los cielos azules de Colombia.
Una dedicatoria, sola, emocionada y profunda, cabe hacer de esta obra.
Al soldado colombiano de todos los tiempos.
Al combatiente heroico que llenó con su presencia el llano tórrido y la alta cumbre en la epopeya gigantesca de la independencia.
Al que transitó los caminos de su patria en pos de una bandera y de un rótulo en el absurdo de las contiendas civiles, sublimadas con su sacrificio y su valor.
Al que en la selva amazónica supo estar a la altura de sus gigantes arbóreos y, en medio de los padecimientos de un entorno inhóspito y violento, supo narrar su propia historia con grandeza de alma, desprendimiento y abnegación supremos. Con nombres como Cándido Leguízamo, Zósimo Suárez y Juan Bautista Solarte Obando engarzados en las constelaciones de nuestros héroes conocidos o anónimos.
Al que en Corea luchó al otro lado de la tierra por la libertad que había amado y servido en su propio suelo, y por la cual combatió en medio de la nieve y el viento cortante del invierno subártico o en el estío cálido y enrojecido.
Y al que en su patria desgarrada sigue rindiendo el diario tributo de su denuedo, su abnegación, su coraje, su voluntad y su valor sin límites ni eclipses.