- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Nota Preliminar
Casa Antón Moreno, paisaje en alrededores de Popayán, Cauca.
Casa de Coconuco, Cauca. La Hacienda localizada en un paraje de inspirada escogencia, fue consolidada en el primer tercio del siglo XVII.
La casa de Coconuco en su forma actual data de mediados del siglo XVIII. Se compone de un volumen compacto, sin galerías perimetrales completas. Al igual que en la casa de Pisojé y otras haciendas caucanas, una parte del piso único fue sobre-elevada a modo de ampliación de las habitaciones de los propietarios a finales del siglo XVIII. Funcionalmente, esto permite cierto dominio visual del territorio circundante.
Un hermoso aporte ambiental de época republicana, el camino de acceso a la casa bordeado de cipreses traídos de Francia en la segunda mitad del siglo XIX por el general Tomás Cipriano de Mosquera.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Como se acostumbraba en las casas cundinamarquesas, las habitaciones carecían originalmente de ventanas propiamente dichas, teniendo vanos únicos para puertas-ventanas. Uno de estos vanos obra como relación original con la vista.
Texto de: Germán Tellez
En 1975, en uno de los capítulos de la Historia del Arte en Colombia (Ed. Salvat, Barcelona, España), el autor del presente texto anotaba: “La construcción de una casa de hacienda materializa y otorga calidad simbólica a la relación del hombre con el campo. La tierra reclama de quien la posee un testimonio duradero de afecto y así, quien construye una casa en los terrenos que cree suyos, es final y decisivamente dueño de ellos. Es en el campo donde los calificativos españoles de “dueño” y “Señor” adquieren sentido más profundo. Mediante la arquitectura rural, de modo literal, las gentes españolas venidas a las tierras que llamaron Nueva Granada, echaron raíces hondas y fértiles”.
El tema de fondo de este volumen es la relación casa-lugar-paisaje, planteada desde el punto de vista precisamente opuesto al de los escritores y cronistas, es decir, partiendo de la presencia de las formas construidas en el espacio natural. Aun admitiendo la obvia pre-existencia del campo como escenario, la arquitectura rural es una sólida base real y conceptual para establecer un determinado orden perceptivo de aquél. De acuerdo con esta premisa, el paisaje es lo que la presencia de la arquitectura haga de él, a partir del momento en el cual ésta se haga presente.
El campo inhabitado, el paisaje agreste o desértico poseen un orden natural aparte, o si se quiere, un cierto caos previo a la arquitectura, dotado de significados y valores para el ser humano que cambian radicalmente cuando éste decide señalar su presencia en él. En apoyo del criterio anterior se podría mencionar la producción de pintores y dibujantes neogranadinos primero y colombianos luego, del siglo XIX y comienzos del XX, en la cual, contrariamente a lo que ocurre en la literatura, las formas construidas campestres son objeto de creciente interés, ya sea como elementos componentes de un tratamiento paisajístico de lo observado, o en primer plano temático.
El sentido de lugar, sumado al de espacio vital en el ser humano, lo ha impulsado a través de la historia a proceder como un animal (“El único animal que sabe que tiene que morir”, según André Malraux) que marca biológicamente el territorio que supone suyo. De ahí la validez de la casa de campo como marca de posesión y punto focal para una reinterpretación del tema en la cual lo primordial es la creación de espacios artificiales contrapuestos a los espacios naturales.
En uno de los textos de Tomás Rueda Vargas sobre la Sabana de Bogotá, éste incluye una cita del escritor francés Gustave Flaubert, la cual resume admirablemente su enfoque e inclinación emocional sobre el tema: Hay rincones de nuestra tierra que quisiéramos estrechar contra nuestro corazón. Rueda Vargas –nacido a finales del siglo XIX– dejó trascender en su prosa una notable sensibilidad respecto de la historia política, los paisajes, las gentes, las usanzas, la fauna y la flora de los campos de las regiones centrales andinas del país, como lo harían también Armando Solano, Eduardo Caballero Calderón o Camilo Pardo Umaña. Otros, incluyendo a Manuel Ancízar, Vergara y Vergara, Jorge Isaacs o Tomás Carrasquilla se inclinarían sobre el tema de la vida campestre en diversas regiones colombianas.
En siglos anteriores, los cronistas coloniales elaboraron esforzados testimonios geográficos, estadísticos o relatos de viaje sobre el campo de la Nueva Granada que resultan fascinantes a través del tiempo. Pero unos y otros hicieron escasas y sucintas menciones a las construcciones rurales y su relación con los habitantes del campo. Son los viajeros norteamericanos y europeos del siglo XIX quienes muestran en sus textos un notable interés por las construcciones campestres.
El prolijo cronista José Ma. Cordovez Moure, quien se refiere extensamente a la construcción, apariencia y uso de las casas urbanas de Bogotá, hace apenas someras referencias a las casas de hacienda de la altiplanicie santafereña o de otras regiones del país. Por cada línea que Tomás Rueda Vargas dedicó a las casas de hacienda en sus crónicas, produjo por lo menos unas doscientas cincuenta para ponderar y describir los caballos de “paso fino”, y unas ciento setenta o más a los incidentes o episodios más o menos pintorescos de historia política inevitablemente ocurridos en el ambiente melancólico de páramos y llanuras, con aguaceros y amaneceres helados y poéticos.
La presencia de las formas construidas, en la mayoría de los textos de autores colombianos o extranjeros, es vaga y borrosa, así se trate de humildes ranchos pajizos o elegantes casas de hacienda. Siempre en un segundo plano, como escenografías o telones de fondo que “están ahí” pero desempeñando siempre un papel secundario, las casas campestres surgen muy rara vez en la literatura como lo que son, elementos poderosamente calificadores de lugares y paisajes. Ocasionalmente, escritores como Solano o Caballero Calderón se refieren, con tanta lucidez como afecto, a una casa campestre en particular (La Trinidad o Tipacoque en Boyacá, su tierra natal), pero estos ejemplos (citados en Casa Colonial) son, en el contexto de su producción literaria, excepcionales. Para ellos, con plena razón, lo vital es el hombre en la casa y en el campo, y no la casa de campo del hombre.
En su formación cultural, predominantemente literaria, la arquitectura rural de su propia patria, culta o anónima, prácticamente no tuvo ninguna o muy poca autonomía conceptual, lo que ciertamente los predispuso para asumir sin cargos de conciencia actitudes indiferentes o tangenciales a los posibles significados o la gracia inherente de las formas construidas campestres. Para ellos, las casas de campo fueron como la lluvia o el sol, que estaban ahí desde siempre, como otro más del vasto repertorio de fenómenos naturales que conformaban la vivencia rural.
No es éste un catálogo o inventario de casas de hacienda de varias épocas de la historia colombiana o neogranadina. Por una parte, esta tarea ha sido realizada en gran parte para muchas regiones colombianas por especialistas del trabajo inventarial y analítico, y por otra, la intención del autor del presente texto es la divulgación, orientada tanto al lector advertido o profesional, como al que no podría ser más distante de la arquitectura, de un tema tan atractivo como superficialmente entendido.
El título de esta obra, Casa de Hacienda, tiene más o menos las mismas imprecisiones o vaguedades que preocupan a los puristas de la terminología profesional, pero permiten al lector no especializado saber, con razonable claridad, de qué se está tratando. En el contexto de la serie editorial iniciada por Villegas Editores hace algunos años con Casa Colombiana, continuada luego con Casa Campesina, y más recientemente con Casa Colonial, Casa Republicana y Casa Moderna, el tema del presente volumen tiene un lugar bien definido pero de límites en ocasiones difusos. El tema de la arquitectura rural abarca mucho más que casas de hacienda. Las hay también “de finca”, o de “recreo”, las cuales serán objeto de estudio y eventual publicación aparte, existiendo claras diferencias cualitativas, dimensionales, socio-económicas y tecnológicas entre las primeras y las siguientes. Por otra parte, existen edificaciones campestres que no son casas, tales como molinos, establos, refugios, silos, depósitos, escuelas y hasta estaciones de ferrocarril. Una parte del vasto tema de la arquitectura rural fue tratada en Casa Campesina, siendo imposible definir con exactitud lo que es “arquitectura popular o anónima” y lo que pasaría por “arquitectura culta”. Sería muy difícil, también, trazar un límite preciso entre las casas campesinas estudiadas, por ejemplo, en los varios volúmenes publicados sobre el tema por Alberto Saldarriaga y Lorenzo Fonseca y las que, cualitativamente, superan la condición simplemente “popular”. Las casas de hacienda neogranadinas y colombianas bordean constantemente uno y otro género, teniendo rasgos técnicos y estéticos en común con lo primero y lo segundo.
La hacienda tiene una condición socioeconómica diferente de la finca. Dimensional y estéticamente difiere por lo general de esta última, lo que no impide que muchas fincas posean casas cuyo aspecto y apariencia permiten clasificarlas dentro del género de las de hacienda. Es claro que el lugar que ocupan dentro del inventario patrimonial de la cultura arquitectónica colombiana, las casas de hacienda más destacadas estarían varios renglones por sobre el que se podría asignarles cualitativamente a las casas o ranchos de fincas y parcelas menores, es decir, las construcciones genuinamente campesinas, pero lo anterior no pasa de ser otro convencionalismo cultural. Sería más justo y más preciso asignarle a cada subgénero (haciendas, fincas, parcelas, etc.) una cierta independencia y autonomía clasificatoria, sin incluir jerarquías arbitrarias tales como la que coloca a determinados “monumentos” por sobre el resto de la cultura arquitectónica de un país o una época. O el criterio no menos absurdo que señala la superioridad de la arquitectura “culta” o profesional sobre aquella que presuntamente no es ni lo uno ni lo otro.
Varias de las obras arquitectónicas publicadas previamente en Casa Colombiana y Casa Moderna son, en efecto, casas de campo, y alguna de ellas fue también, en remota época, casa de hacienda. Se trata ahora de incorporar el período republicano al género de las casas de hacienda, reservando el resto del tema para un volumen posterior, en razón de su extensión y complejidad. El énfasis cuantitativo de la construcción de época republicana en el país sería mayoritariamente sobre lo urbano, siendo menos numerosas las casas de hacienda “nuevas” edificadas durante el siglo XIX, que las transformaciones operadas sobre las estructuras de época colonial pre-existentes. No habría que olvidar, por ejemplo, que la casa de finca cafetera, un desarrollo arquitectónico típico del siglo XIX, es un género cuasi autónomo, característico de una región central del país y producto de factores históricos y socio-económicos que le son peculiares. Aún así, la casa cafetera retoma inevitablemente fórmulas de ordenación espacial empleadas intensamente durante el período colonial en todo el territorio neogranadino.
Un esbozo del tema del presente volumen ha sido desarrollado por el autor de estas líneas como parte de Casa Colonial, siendo lógico retomar y ampliar aquí el enfoque de ese esquema, pero obviamente no era posible allí hacer referencia a la metamorfosis de la arquitectura rural colombiana durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, ni tampoco la aparición de un género moderno de casas de campo en el país, a partir de los años cuarenta.
El tema del presente volumen se planteó y publicó por parte del autor del presente texto en uno de los capítulos de la Historia del Arte en Colombia, según se indicó anteriormente, y luego, en una versión aumentada, en Crítica e Imagen (1977). Una ampliación de los criterios sobre las casas de hacienda del período colonial en la Nueva Granada fue publicada en 1990 por la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía (Sevilla) como parte del volumen Estudios sobre arquitectura iberoamericana. El enriquecimiento de la bibliografía sobre el tema se refleja ahora de modo concreto en esta última visión y análisis de arquitectura rural, llevada ahora más allá de los límites cronológicos del período colonial. Al presente, es enorme la distancia cronológica y conceptual que separa al autor del presente texto del episodio de 1964, cuando despertaba ingenuamente al interés por las haciendas coloniales, y al preguntar por ese tema a un profesor de Historia de la Universidad Nacional (experto en arquitectura “clásica” (?) y neoclásica), obtuvo la seca respuesta: “Ese tema no se estudia allá (en la U.N.). ¿Para qué?” En efecto, eran más de uno los temas arquitectónicos contra los cuales existían los anatemas académicos del vanguardismo y las peculiares inclinaciones izquierdistas de la época. En ese ámbito académico la arquitectura colonial neogranadina parecía circunscrita, en el mejor de los casos, a unas cuantas iglesias y claustros y las fortificaciones de Cartagena.
A la equívoca recopilación inventarial de una autora aficionada al tema (1966), publicada por el Fondo Cultural Cafetero como parte de la Colección “Herencia Colonial” bajo el título de Herencia Colonial en el campo colombiano (la cual incluyó indiscriminadamente, como parte de esa “heredad”, y quizá con el ánimo de darle “sabor” a la obra, algunas casas de época republicana y moderna, además de la farsa arquitectónica aproximadamente “neocolonial” de cierto restaurante típico en las cercanías de Bogotá), han sucedido serios y meritorios estudios profesionales tales como La arquitectura de las casas de hacienda en el valle del alto Cauca” de Benjamín Barney y Francisco Ramírez, y Guadalajara de Buga y su arquitectura, de Jaime Salcedo, a los cuales se remite al lector interesado en los aspectos más especializados y detallados del tema.
En el esquema general del patrimonio cultural colombiano, la arquitectura rural, con escasas excepciones, ha ocupado siempre un segundo renglón. La arquitectura urbana ha dominado inequívocamente el panorama nacional. Las construcciones rurales pertenecen más al mundo de las herramientas de trabajo o a la categoría de “la otra casa” o “el otro mundo” de la existencia contemporánea. Si el presente estudio logra, así sea en mínima proporción, equilibrar esa injusta situación y crear algún interés por la arquitectura del campo, se habrá logrado el propósito básico que habrá animado al editor y a todos aquellos que hayan intervenido en la elaboración del presente volumen.
#AmorPorColombia
Nota Preliminar
Casa Antón Moreno, paisaje en alrededores de Popayán, Cauca.
Casa de Coconuco, Cauca. La Hacienda localizada en un paraje de inspirada escogencia, fue consolidada en el primer tercio del siglo XVII.
La casa de Coconuco en su forma actual data de mediados del siglo XVIII. Se compone de un volumen compacto, sin galerías perimetrales completas. Al igual que en la casa de Pisojé y otras haciendas caucanas, una parte del piso único fue sobre-elevada a modo de ampliación de las habitaciones de los propietarios a finales del siglo XVIII. Funcionalmente, esto permite cierto dominio visual del territorio circundante.
Un hermoso aporte ambiental de época republicana, el camino de acceso a la casa bordeado de cipreses traídos de Francia en la segunda mitad del siglo XIX por el general Tomás Cipriano de Mosquera.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Casablanca, Tocancipá, Cundinamarca. Casablanca, es uno de los nombres más literales y repetidos en la toponimia de las haciendas neogranadinas, lo tienen en común unas ocho casas en el altiplano cundiboyacense. La casa combina una planta organizada alrededor de un patio central con galerías exteriores perimetrales. Nótese la similaridad del tramo sobreelevado para formar mirador, con aquellos existentes en las casas caucanas tales como Coconuco, Yambitará y Pisojé, siendo también la situación de la casa una concavidad topográfica del paisaje.
Como se acostumbraba en las casas cundinamarquesas, las habitaciones carecían originalmente de ventanas propiamente dichas, teniendo vanos únicos para puertas-ventanas. Uno de estos vanos obra como relación original con la vista.
Texto de: Germán Tellez
En 1975, en uno de los capítulos de la Historia del Arte en Colombia (Ed. Salvat, Barcelona, España), el autor del presente texto anotaba: “La construcción de una casa de hacienda materializa y otorga calidad simbólica a la relación del hombre con el campo. La tierra reclama de quien la posee un testimonio duradero de afecto y así, quien construye una casa en los terrenos que cree suyos, es final y decisivamente dueño de ellos. Es en el campo donde los calificativos españoles de “dueño” y “Señor” adquieren sentido más profundo. Mediante la arquitectura rural, de modo literal, las gentes españolas venidas a las tierras que llamaron Nueva Granada, echaron raíces hondas y fértiles”.
El tema de fondo de este volumen es la relación casa-lugar-paisaje, planteada desde el punto de vista precisamente opuesto al de los escritores y cronistas, es decir, partiendo de la presencia de las formas construidas en el espacio natural. Aun admitiendo la obvia pre-existencia del campo como escenario, la arquitectura rural es una sólida base real y conceptual para establecer un determinado orden perceptivo de aquél. De acuerdo con esta premisa, el paisaje es lo que la presencia de la arquitectura haga de él, a partir del momento en el cual ésta se haga presente.
El campo inhabitado, el paisaje agreste o desértico poseen un orden natural aparte, o si se quiere, un cierto caos previo a la arquitectura, dotado de significados y valores para el ser humano que cambian radicalmente cuando éste decide señalar su presencia en él. En apoyo del criterio anterior se podría mencionar la producción de pintores y dibujantes neogranadinos primero y colombianos luego, del siglo XIX y comienzos del XX, en la cual, contrariamente a lo que ocurre en la literatura, las formas construidas campestres son objeto de creciente interés, ya sea como elementos componentes de un tratamiento paisajístico de lo observado, o en primer plano temático.
El sentido de lugar, sumado al de espacio vital en el ser humano, lo ha impulsado a través de la historia a proceder como un animal (“El único animal que sabe que tiene que morir”, según André Malraux) que marca biológicamente el territorio que supone suyo. De ahí la validez de la casa de campo como marca de posesión y punto focal para una reinterpretación del tema en la cual lo primordial es la creación de espacios artificiales contrapuestos a los espacios naturales.
En uno de los textos de Tomás Rueda Vargas sobre la Sabana de Bogotá, éste incluye una cita del escritor francés Gustave Flaubert, la cual resume admirablemente su enfoque e inclinación emocional sobre el tema: Hay rincones de nuestra tierra que quisiéramos estrechar contra nuestro corazón. Rueda Vargas –nacido a finales del siglo XIX– dejó trascender en su prosa una notable sensibilidad respecto de la historia política, los paisajes, las gentes, las usanzas, la fauna y la flora de los campos de las regiones centrales andinas del país, como lo harían también Armando Solano, Eduardo Caballero Calderón o Camilo Pardo Umaña. Otros, incluyendo a Manuel Ancízar, Vergara y Vergara, Jorge Isaacs o Tomás Carrasquilla se inclinarían sobre el tema de la vida campestre en diversas regiones colombianas.
En siglos anteriores, los cronistas coloniales elaboraron esforzados testimonios geográficos, estadísticos o relatos de viaje sobre el campo de la Nueva Granada que resultan fascinantes a través del tiempo. Pero unos y otros hicieron escasas y sucintas menciones a las construcciones rurales y su relación con los habitantes del campo. Son los viajeros norteamericanos y europeos del siglo XIX quienes muestran en sus textos un notable interés por las construcciones campestres.
El prolijo cronista José Ma. Cordovez Moure, quien se refiere extensamente a la construcción, apariencia y uso de las casas urbanas de Bogotá, hace apenas someras referencias a las casas de hacienda de la altiplanicie santafereña o de otras regiones del país. Por cada línea que Tomás Rueda Vargas dedicó a las casas de hacienda en sus crónicas, produjo por lo menos unas doscientas cincuenta para ponderar y describir los caballos de “paso fino”, y unas ciento setenta o más a los incidentes o episodios más o menos pintorescos de historia política inevitablemente ocurridos en el ambiente melancólico de páramos y llanuras, con aguaceros y amaneceres helados y poéticos.
La presencia de las formas construidas, en la mayoría de los textos de autores colombianos o extranjeros, es vaga y borrosa, así se trate de humildes ranchos pajizos o elegantes casas de hacienda. Siempre en un segundo plano, como escenografías o telones de fondo que “están ahí” pero desempeñando siempre un papel secundario, las casas campestres surgen muy rara vez en la literatura como lo que son, elementos poderosamente calificadores de lugares y paisajes. Ocasionalmente, escritores como Solano o Caballero Calderón se refieren, con tanta lucidez como afecto, a una casa campestre en particular (La Trinidad o Tipacoque en Boyacá, su tierra natal), pero estos ejemplos (citados en Casa Colonial) son, en el contexto de su producción literaria, excepcionales. Para ellos, con plena razón, lo vital es el hombre en la casa y en el campo, y no la casa de campo del hombre.
En su formación cultural, predominantemente literaria, la arquitectura rural de su propia patria, culta o anónima, prácticamente no tuvo ninguna o muy poca autonomía conceptual, lo que ciertamente los predispuso para asumir sin cargos de conciencia actitudes indiferentes o tangenciales a los posibles significados o la gracia inherente de las formas construidas campestres. Para ellos, las casas de campo fueron como la lluvia o el sol, que estaban ahí desde siempre, como otro más del vasto repertorio de fenómenos naturales que conformaban la vivencia rural.
No es éste un catálogo o inventario de casas de hacienda de varias épocas de la historia colombiana o neogranadina. Por una parte, esta tarea ha sido realizada en gran parte para muchas regiones colombianas por especialistas del trabajo inventarial y analítico, y por otra, la intención del autor del presente texto es la divulgación, orientada tanto al lector advertido o profesional, como al que no podría ser más distante de la arquitectura, de un tema tan atractivo como superficialmente entendido.
El título de esta obra, Casa de Hacienda, tiene más o menos las mismas imprecisiones o vaguedades que preocupan a los puristas de la terminología profesional, pero permiten al lector no especializado saber, con razonable claridad, de qué se está tratando. En el contexto de la serie editorial iniciada por Villegas Editores hace algunos años con Casa Colombiana, continuada luego con Casa Campesina, y más recientemente con Casa Colonial, Casa Republicana y Casa Moderna, el tema del presente volumen tiene un lugar bien definido pero de límites en ocasiones difusos. El tema de la arquitectura rural abarca mucho más que casas de hacienda. Las hay también “de finca”, o de “recreo”, las cuales serán objeto de estudio y eventual publicación aparte, existiendo claras diferencias cualitativas, dimensionales, socio-económicas y tecnológicas entre las primeras y las siguientes. Por otra parte, existen edificaciones campestres que no son casas, tales como molinos, establos, refugios, silos, depósitos, escuelas y hasta estaciones de ferrocarril. Una parte del vasto tema de la arquitectura rural fue tratada en Casa Campesina, siendo imposible definir con exactitud lo que es “arquitectura popular o anónima” y lo que pasaría por “arquitectura culta”. Sería muy difícil, también, trazar un límite preciso entre las casas campesinas estudiadas, por ejemplo, en los varios volúmenes publicados sobre el tema por Alberto Saldarriaga y Lorenzo Fonseca y las que, cualitativamente, superan la condición simplemente “popular”. Las casas de hacienda neogranadinas y colombianas bordean constantemente uno y otro género, teniendo rasgos técnicos y estéticos en común con lo primero y lo segundo.
La hacienda tiene una condición socioeconómica diferente de la finca. Dimensional y estéticamente difiere por lo general de esta última, lo que no impide que muchas fincas posean casas cuyo aspecto y apariencia permiten clasificarlas dentro del género de las de hacienda. Es claro que el lugar que ocupan dentro del inventario patrimonial de la cultura arquitectónica colombiana, las casas de hacienda más destacadas estarían varios renglones por sobre el que se podría asignarles cualitativamente a las casas o ranchos de fincas y parcelas menores, es decir, las construcciones genuinamente campesinas, pero lo anterior no pasa de ser otro convencionalismo cultural. Sería más justo y más preciso asignarle a cada subgénero (haciendas, fincas, parcelas, etc.) una cierta independencia y autonomía clasificatoria, sin incluir jerarquías arbitrarias tales como la que coloca a determinados “monumentos” por sobre el resto de la cultura arquitectónica de un país o una época. O el criterio no menos absurdo que señala la superioridad de la arquitectura “culta” o profesional sobre aquella que presuntamente no es ni lo uno ni lo otro.
Varias de las obras arquitectónicas publicadas previamente en Casa Colombiana y Casa Moderna son, en efecto, casas de campo, y alguna de ellas fue también, en remota época, casa de hacienda. Se trata ahora de incorporar el período republicano al género de las casas de hacienda, reservando el resto del tema para un volumen posterior, en razón de su extensión y complejidad. El énfasis cuantitativo de la construcción de época republicana en el país sería mayoritariamente sobre lo urbano, siendo menos numerosas las casas de hacienda “nuevas” edificadas durante el siglo XIX, que las transformaciones operadas sobre las estructuras de época colonial pre-existentes. No habría que olvidar, por ejemplo, que la casa de finca cafetera, un desarrollo arquitectónico típico del siglo XIX, es un género cuasi autónomo, característico de una región central del país y producto de factores históricos y socio-económicos que le son peculiares. Aún así, la casa cafetera retoma inevitablemente fórmulas de ordenación espacial empleadas intensamente durante el período colonial en todo el territorio neogranadino.
Un esbozo del tema del presente volumen ha sido desarrollado por el autor de estas líneas como parte de Casa Colonial, siendo lógico retomar y ampliar aquí el enfoque de ese esquema, pero obviamente no era posible allí hacer referencia a la metamorfosis de la arquitectura rural colombiana durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, ni tampoco la aparición de un género moderno de casas de campo en el país, a partir de los años cuarenta.
El tema del presente volumen se planteó y publicó por parte del autor del presente texto en uno de los capítulos de la Historia del Arte en Colombia, según se indicó anteriormente, y luego, en una versión aumentada, en Crítica e Imagen (1977). Una ampliación de los criterios sobre las casas de hacienda del período colonial en la Nueva Granada fue publicada en 1990 por la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía (Sevilla) como parte del volumen Estudios sobre arquitectura iberoamericana. El enriquecimiento de la bibliografía sobre el tema se refleja ahora de modo concreto en esta última visión y análisis de arquitectura rural, llevada ahora más allá de los límites cronológicos del período colonial. Al presente, es enorme la distancia cronológica y conceptual que separa al autor del presente texto del episodio de 1964, cuando despertaba ingenuamente al interés por las haciendas coloniales, y al preguntar por ese tema a un profesor de Historia de la Universidad Nacional (experto en arquitectura “clásica” (?) y neoclásica), obtuvo la seca respuesta: “Ese tema no se estudia allá (en la U.N.). ¿Para qué?” En efecto, eran más de uno los temas arquitectónicos contra los cuales existían los anatemas académicos del vanguardismo y las peculiares inclinaciones izquierdistas de la época. En ese ámbito académico la arquitectura colonial neogranadina parecía circunscrita, en el mejor de los casos, a unas cuantas iglesias y claustros y las fortificaciones de Cartagena.
A la equívoca recopilación inventarial de una autora aficionada al tema (1966), publicada por el Fondo Cultural Cafetero como parte de la Colección “Herencia Colonial” bajo el título de Herencia Colonial en el campo colombiano (la cual incluyó indiscriminadamente, como parte de esa “heredad”, y quizá con el ánimo de darle “sabor” a la obra, algunas casas de época republicana y moderna, además de la farsa arquitectónica aproximadamente “neocolonial” de cierto restaurante típico en las cercanías de Bogotá), han sucedido serios y meritorios estudios profesionales tales como La arquitectura de las casas de hacienda en el valle del alto Cauca” de Benjamín Barney y Francisco Ramírez, y Guadalajara de Buga y su arquitectura, de Jaime Salcedo, a los cuales se remite al lector interesado en los aspectos más especializados y detallados del tema.
En el esquema general del patrimonio cultural colombiano, la arquitectura rural, con escasas excepciones, ha ocupado siempre un segundo renglón. La arquitectura urbana ha dominado inequívocamente el panorama nacional. Las construcciones rurales pertenecen más al mundo de las herramientas de trabajo o a la categoría de “la otra casa” o “el otro mundo” de la existencia contemporánea. Si el presente estudio logra, así sea en mínima proporción, equilibrar esa injusta situación y crear algún interés por la arquitectura del campo, se habrá logrado el propósito básico que habrá animado al editor y a todos aquellos que hayan intervenido en la elaboración del presente volumen.