El café, lugar de encuentros

Café Pasaje, Bogotá.   Carlos Pineda.

Tradicional café La Cigarra en Manizales, Caldas, donde se puede tomar café, ver un partido de futbol o jugar un chico de billar.   Carlos Pineda.

Tradicional café La Cigarra en Manizales, Caldas, donde se puede tomar café, ver un partido de futbol o jugar un chico de billar.   Carlos Pineda.

Tradicional café La Cigarra en Manizales, Caldas, donde se puede tomar café, ver un partido de futbol o jugar un chico de billar.   Carlos Pineda.

Texto de: Liliana Villegas

El café, se le dice en Colombia, al lugar a donde vamos a tomar un café, o un agüita aromática, o una gaseosa, o una cerveza, o un aguardiente o un ron, y a encontrarnos con alguien a quien queremos y con quien vamos a salir, o con los contertulios de siempre, o con quien tenemos una cita de negocios.

El café es toda una institución en la vida de los colombianos. Por años, el café ha sido el epicentro de la vida social y política de los pueblos y de las grandes ciudades. En los cafés se discute el último chisme que arde y pica en la punta de la lengua de los que están en el secreto y que sólo esperan que lleguen nuevos oyentes para contar el escándalo de turno; en los cafés se habla y se pelea por las últimas noticias políticas, y cada quien tiene la respuesta para resolver los problemas del país; en los cafés se conoce que vale la pena comprar o vender; quién está quebrado o a quién le está yendo bien en los negocios; y así hay cafés para todos los gustos.

En Bogotá hubo un café famoso por su tertulia literaria, El Automático, presidido por la lengua brillante y mortífera del poeta León De Greiff, y donde se reunían artistas, políticos poetas, y jóvenes promesas como Álvaro Mutis.

Las horas que transcurren en el café pueden ser luminosas, largas y animadas, según el tema y los convidados de turno; o apacibles, grises y lentas, ideales para conversar con uno mismo, sumirse en el silencio o ver pasar la vida por las lejanas puertas y ventanas, envueltos en perezosas volutas de humo y con un tintico que se enfría en el olvidado pocillo.

En tiempos recientes, cuando ya Bogotá dejó de ser una ciudad gris, lluviosa y paramuna, y las gentes dejaron de vestirse de negros y grises rigurosos, desaparecieron las viejas gabardinas, y las muchachas se presentan ahora por las calles con camisetas corticas, y tenis y bluyines de colores como si vivieran en tierras más templadas, y los bogotanos raizales ya no se notan entre tantos nuevos habitantes de provincia, la ciudad ha visto renovados sus cafés. Ahora hay cientos de ellos en donde se puede pedir una variedad nunca vista de espressos, capuchinos, descafeinados, saborizados y tinticos, y al tiempo se puede consultar si hay un nuevo mensaje en internet para nosotros, o mandar cumplidamente la tarea para la universidad. También hay ahora cafés sofisticados y elegantes, muy exclusivos, para señoras de la cultura, estrellas de la televisión y hombres de negocios; y los cada día más abundantes y agradables Juan Valdéz, casi todos ellos con mesas al aire libre, con grandes terrazas en donde se goza del mejor café del mundo, y de los azules días soleados que disfrutamos todos los bogotanos en estos tiempos de agitado comercio internacional y de calentamiento global.