- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
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- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
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- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
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- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
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- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
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Reseña del Alcantarillado de Bogotá
Texto de: Francisco Wiesner
Con la fundación de Bogotá entre los riachuelos de Vícachá y Manzanares ‑que poco más tarde se denominarían Ríos San Francisco y San Agustín‑ se le señaló a la ciudad un sistema de desagües que subsistiría por 350 años. Sobre el triángulo formado por la confluencia de esas dos inicialmente pintorescas y atractivas fuentes y la falda del Cerro de Guadalupe, se desarrolló la Santafé colonial y republicana. Sus calles en forma de artesa o batea y carentes de andenes llevaban a aquellas corrientes las aguas lluvias que escurrían sobre el poblado.
Con el correr de los años se fueron construyendo por el eje de las calles "caños" abiertos hechos con lajas de piedra, por los que corrían las aguas fluviales y las que venían del Cerro. Su proposito original fue de desagüe, pero poco a poco se fueron habilitando también para abastecer de agua las casas frente a las cuales discurrían, para lo cual se las dotó de pequeñas cajillas de reparto, de controvertido manejo. Este empleo adicional se vino a enfrentar con el original.
Ya a mediados del Si lo XVIII, el Ayuntamiento, para defender la pulcritud de los caños, tenía que castigar a quienes, teniendo servicio de agua del Río Fucha, vertieran el desagüe de sus casas hacia las calles y les ordenó que lo hicieran por acequias "que no se derramen por las vías y que cuando atraviesen calles les hagan puentes". Y en los albores del Siglo XIX el Virrey Mendinueta decía: "No hay orden ni método en abrir las cajas de agua y descubrir las cañerías; sin contar con la abundancia de perros, es cosa muy común ver de noche y aún de día, por las calles los burros que andan sueltos buscando su alimento entre los caños". Se quejaba el Virrey de las tiendas de Santafé, donde se agrupaban numerosas familias, las cuales arrojaban al caño descubierto de la calle todos los desperdicios e inmundicias del servicio doméstico, aumentados con los del perro, el gato, las gallinas y palomas. Poco más tarde en su Memoria Descriptiva de Santafé, José María Salazar exprasaba: "Sus calles, aunque por lo común bien rectas, no tienen una anchura proporcionada a su longitud; los caños que las riegan, en vez de promover su limpieza, las cubren contínuamente de inmundicias y son el frecuente depósito de cuantas se arrojan de las casas particulares".
Sin embargo no todos opinaban de igual manera. Al cerrarse la época colonial, cuando la ciudad no alcanzaba las 200 manzanas, un oficial de la Legión Británica manifestó que las calles estaban muy limpias "porque las lavan continuamente las aguas corrientes que bajan de la montaña y corren por el arroyo". Y otros cronistas de ese mismo tiempo relatan que por todas las calles "fluye constantemente un arroyo" y que de los cerros vierten "aguas cristalinas y abundantes que corren por todas las calles y conducen a la impieza de la ciudad".
Si a principios del Siglo lo había conceptos un tanto contradictorios sobre el servicio de los antiguos caños, la degradación de éstos parece que se acéntuaba con el Correr del tiempo. Don Salvador Camacho recuerda que de 1.840 a 1.848 "no había enlosado en las aceras de las calles, excepto en las tres del Comercio; faltaba empedrado en muchas, el agua de los caños, que corría por la mitad de ellas, encargada idearrastrar a los Ríos San Francisco y San Agustín las basuras de las casas, se regaba a uno y otro lado formando pozos pestilentes que embarazaban el paso". Treinta años más tarde Don Miguel Cané fue más explícito en sus conocidas Notas de Viaje. Describe así el diplomático argentino el estado a que habían llegado los desagües de la ciudad, "Aunque de poca profundidad, el caño basta para dificultar en extremo el uso de los carruajes en las calles de Bogotá. Al mismo tiempo comparte con los chulos las importantes funciones de limpieza e higiene pública que la Municipalidad le entrega con un desprendimiento deplorable. El día que por una obstrucción momentánea (y son desgraciadamente frecuentes) el caño cesa de correr en una calle, el alarma cunde en las familias que la habitan porque todos los residuos domésticos que las aguas generosas arrastraban, se aglomeran, se descomponen bajo la acción del sol, sin que su plácida fermentación sea interrumpida por la acción municipal, deslumbrante en su eterna ausencia".
Afortunadamente poco antes, en 1.872, se había construido el primer tramo de alcantarillado, entendido como conducto enterrado, en la Calle 1 Oa. desde la Plaza de Bolívar hasta la de Mercado y por frente a la Iglesia de la Concepción. Y no debe olvidarse que a principios de ese siglo el Padre Petrez, como Arquitecto que fue de la Iglesia Catedral, cubrió el trecho de caño que corría paralelo a ella y entraba a la Plaza Mayor. Quien inició formalmente la substitución de los caños por alcantarillas fue el Alcalde Don Higinio Cualla. En 1.890 la ciudad ya contaba con 170 cuadras provistas de albañales, desgraciadamente en porciones desarticuladas y construidas sin plan o programa alguno y que solo llegaban a abarcar una tercera parte de las calles existentes. Su profundidad variaba entre 60 centímetros y metro y medio, con anchuras máximas de 75 centímetros. Fabricados en ladrillo, llevaban cubierta de lajas de piedra.
Los ríos preeminentes de los tres siglos coloniales, el San Francisco y el San Agustín, no constituyeron motivo de preocupación sanitaria para los habitantes de Santafé. Les inquietó desde un principio el que sus cauces dificultaban las comunicaciones entre los vecinos de una y otra banda de esas fuentes, y poco más tarde les desveló asegurar los transportes desde la capital del Reino hacia las provincias. De ahí que tan temprano como en 1.557 se construyera sobre el San Francisco el primer puente ‑que entonces se denominó de San Miguel‑ para facilitar el acceso a la Plazuela del El Humilladero, sobre el San Agustín en 1600 el puente de ese mismo nombre en la Calle de La Carrera y una cuadra más abajo el del Oidor Lesmes en 1.630. Los periódicos y sostenidos desbordamientos de los rios sabaneros, que aislaban a Santafé en las épocas invernales, motivo la construcción de Puente Grande en 1.664 sobre el Río Bogotá; el de Puente Bosa sobre el Tunjuelo en 1.713; el del Puente del Común en 1.796 también sobre el Río Bogotá y el del Arzobispo sobre la vía del Norte en 1.808.
Con la República los puentes continuaron siendo obras prioritarias del desarrollo urbano. En 1.814 se construyó el de El Carmen sobre el San Agustín en la Carrera 5a., de histórico recuerdo, y en 1.833 el de Cundinamarca en la Carrera 8a. y sobre el San Francisco. En la década de 1.870 se erigieron tres más sobre este último y otro sobre el San Agustín. Y en los dos decenios siguientes se levantaron dos nuevos puentes sobre el Río San Francisco y otro sobre el San Agustín. Al iniciarse el presente siglo el área urbana contaba con 36 puentes que aprovechaban caminantes, cabalgaduras y vehículos, incluso los primeros tranvías.
Pero en 1888 se había inaugurado en la ciudad el servicio de acueducto por tuberías metálicas, que permitió que sus aguas se distribuyeran por toda el área urbana, surtiendo las casas pero al mismo tiempo generando el vertimiento de aguas negras desde los domicilios hacia las vías públicas y por estas hacia los ríos tradicionales, transformándolas en cloacas abiertas. No más en 1.890 el Médico Arias Argáez expresaba: ¿"Qué diremos de los antiguos cauces de nuestros sedientos ríos y riachuelos? Recorra el lector las calles que corresponden a sus orillas y el testimonio de olfato y vista le hablará menor que cualquier descripción; basureros obligados, letrinas gratuitas y alcantarillas generales, sus aguas son impotentes para arrastrar aquellos depósitos que permanecen alli hasta que la descomposición los destruye; verdaderas patrias de los microbios del tifo, la fiebre tifoidea, disentería y de la gran lista de enfermedades infecciosas que son un descrédito para la ciudad y un peligro diario para sus habitantes". Y agregaba: "El asunto de canalización y limpieza de los cauces de los ríos y riachuelos es uno de los más importantes que tiene por resolver la higiene bogotana". Pero esas canalizaciones iban a requerir muchos años y muchos esfuerzos.
Al iniciarse el presente siglo ya existía la convicción de que el estado sanitario de la ciudad era desolador, lo que llevó a las autoridades a estudiar su solución. En 1.905 el gobernador del entonces Distrito Capital contrató con la Firma Pearson & Son el examen del acueducto y alcantarillado del área urbana ‑que ya para entonces pasaba de 300 hectáreas‑ y además de su apéndice Chapinero; y en 1.971 la Casa Ulen and Co. realizo otros estudios. Parece que las recomendaciones de ambos Consultores sobre el alcantarillado pasaron al olvido. Pero la ciudad ya se estaba saliendo del marco fijado por sus riachuelos tradicionales; hacia el Sur desbordaba el Fucha o San Cristóbal, y por el Norte, al empalmar con Chapinero, cubría las quebradas que conforman el Río Salitre, involucrando con sus desagües más de 1000 hectáreas. No obstante sus problemas de drenaje continuaban siendo resueltos, como en el pasado, según cada caso aislado, sin pensar en áreas aledañas y menos en el conjunto urbano. En 1.927 la junta de Alcantarillado y Pavimentación acordó con la Casa J.G. White estudiar todo lo relativo al sistema de alcantarillado, no sólo para atender las necesidades de esa época sino también las futuras de la capital. La White encontró que las alcantarillas existentes no tenían articulación alguna; que predominaban los tramos discontínuos, los que a menudo cruzaban por entre las manzarías; que la mira en cada caso había sido desaguar a la zanja más próxima; y que no existían pozos de inspección ni nivelación o acotamiento de los conductos. Dicha Firma delineó una malla de albañales que procuraba aprovechar la existente y que planteaba expandir el área urbana de 1500 hectareas de ese entonces a 3500 en 1.962. Propuso construir en las cercanías de Fontibón una Planta de Tratamiento de Aguas Negras, a la que hacía confluir los vertimientos de Chapinero y cuya fuente receptora era el Río Bogota. Su trabajo al menos impuso la necesidad de disponer de una red de alcantarillado continua e integrada y desde entonces se implantaron los pozos de inspección. Inexplicablemente ninguno de los estudios antes mencionados opinó sobre el problema de la canalización de los legendarios y degradados riachuelos y quebradas que cruzaban la ciudad.
La canalización del Río San Francisco se inició en la última década del Siglo XIX con su cubrimiento de la Calle Real a la de Florián‑hoy Carrera 7a. a 8a.‑ tramo concluido hacia 1.905 y aprovechado para construir sobre él el Pasaje Rufino Cuervo; y poco después se canalizó un trecho del San Agustín entre las Carreras 7a. y 9a., obras ambas que no apaciguaron la inquietud ciudadana que requería una solución integral como lo expresó una Ley del Congreso que en 1.916 dispuso cubrir los lechos de ambos Ríos. En 1.913 Phanor J. Eder relataba que “las alcantaríllas drenan a los riachuelos que cruzan la ciudad, los que no sólo se han dejado descubiertos, sino que se permite a las lavanderas llegar a ellos para lavar ropas". Por razones ya olvidadas, el sector que luego se acometió sobre el San Francisco fue el de la Calle l0a. a la Calle 12, construcción que motivó polémicas técnicas sobre la capacidad del conducto. Para 1.922 ya estaban cubiertas la parte del San Agustín comprendida entre las Carreras 5a y 13 y la Quebrada de San Juanito de la Carrera 7a. a la l0a., y sobre el Río San Francisco se agregó el tramo de la Carrera 6a. a la 7a. En 1.930, esto es casi 40 años después de iniciada su canalización, quedaron cubiertos el San Francisco desde la Carrera la. y Calle 20 hasta la Calle 6a. y el San Agustín desde la Carrera 3a. hasta la 13, terminando así ocultos bajo los pavimentos los cauces de los dos modestos ríos que por cuatro centurias suavizaron con sus murmullos la calmada vida de los bogotanos raizales.
A principios del Siglo en curso todo lo relacionado con la salubridad pública nacional estaba a cargo de un organismo central, la Dirección General de Higiene, cuyo Director era nombrado por el Presidente de la República, y como dependencia de esa Dirección funcionaba para Bogotá la junta de Higiene que atendía también el alcantarillado urbano. Fue sólo poco después de 1.920 que la Alcaldía de Bogotá se encargó de éste, quedando como una Sección de la Secretaría de Obras Públicas conjuntamente con la pavimentación.
En la década de los años treinta se incorporó a aquella Secretaría un fervoroso grupo de Ingenieros Colombianos que instauró criterios y normas de diseño y construcción que aún hoy tienen aplicación, y concretamente en lo relativo a desagües, empezó a proyectar sobre áreas drenadas, contemplando la ciudad, como vertimiento de las cuencas de los Ríos Fucha y Salitre más que como proyecciones del número de habitantes. La falla del canal cubierto del Río San Francisco en Noviembre de 1.933 puso en evidencia la falta de estudios adecuados sobre las lluvias en Bogotá, constatándose que la intensidad de los aguaceros máximos era mucho mayor que la calculada anteriormente. Con motivo de aquella falla se proyectó para el colector de dicho Río un conducto de alivio descendente por la Calle 22, obra de pronta iniciación pero de lenta construcción como que no vino a darse al servicio sino en 1.943.
Como resultado del Plan Piloto de Desarrollo Urbano eleborado para la capital en 1.948, se creó la Oficina del Plan Regulador, a cuyo Departamento de Servicios Públicos pasó lo relacionado con los estudios y proyectos del alcantarillado, conservándose en la Secretaría de Obras Públicas lo pertinente a su construcción y mantenimiento. En aquel Departamento se suscitó la inquietud de los dañinos efectos que los vertimientos de la ciudad empezaban a producir en la calidad de las aguas del Río Bogotá, y en colaboración con la entonces Empresa de Acueducto se realizaron las primeras investigaciones realmente técnicas del grado de su contaminación y de su flora y su fauna. Los planteamientos del Plan Piloto sobre plan vial, zonas verdes y usos del terreno facilitaron la concepción de un sistema de colectores troncales y de canales con miras al futuro del desarrollo urbano.
En Diciembre de 1.954 fue creado el Distrito Especial de Bogotá, con la anexión a la capital de seis pequeños municiplos colindantes, lo que en vez de facilitar complicó el problema del alcantarillado. Las históricas cabeceras de Fontibón, Bosa, Usaquén, Suba y Usme ya estaban provistas de sistemas de desagües de aguas negras, pero apenas servían la mitad de las 4 a 5 mil viviendas que ellos *totalizaban para entonces; pero eran sistemas mal con servados, sobrecargados con la intrusión de aguas lluvias y desde luego sin ingresos para mantenerlos. Lo crítico fue enfrentar la existencia de casi dos centenares de parcelaciones y urbanizacíones irregularcs, surgidas entre aquellas cabeceras y Bogotá, de las cuales apenas una quinta parte disponía de alguna dotación de desagües, improvisados y, dispersos; el resto simplenlente carecía de ellos.
Según Vergara y Velasco, hacia 1.893 Bogotá contaba con "3000 casas, en general de teja, y de éstas 400 de dos o más pisos"; pero en sus arrabales había "centenares de chozas de ordinario pajizas". El censo de 1.912 le asignaba a la ciudad 369 manzanas, por lo que sus viviendas no llegarían a la sazón a más de 6000. El censo de 1.928 eleva éstas a 20.000. El de 1.938 censó 36.000, dos terceras partes de las cuales disponían de alcantarillado y el de 1.951 las elevó a 73.000, en un 80% provistas de conexión al desagüe público. De ahí que para la fecha de creación del Distrito Especial sean de estimar en 95.000 las viviendas de la ya gran ciudad, y de llegar a concluir que para entonces había en ésta 20.000 carentes de alcantarillado.
Un año más tarde, en Diciembre de 1.955, el Cabildo Distrital creó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. El panorama de desagües, proverbialmente circunscrito a los Ríos San Francisco y, San Agustín, saltaba bruscamente a los Ríos Tunjuelo y Bogotá, hasta ayer contemplados como temas remotos y desvinculados de la realidad urbana. Era necesario dotar a la nueva Empresa de recursos para suministrar a la ciudad un moderno servicio de drenajes, lo que exijía un pleno conocimiento de cómo el funciona en todo el ámbito urbano y una atención cotidiana mediante una organización adecuada; recursos que se lograron con el establecimiento desde entonces de un recargo sobre la tarifa de Acueducto. Esta existía desde hace más de seis décadas y era bien entendida por los recibidores del agua; pero aún hoy casi no se comprende que asegurar la diaria evacuación de ella es no menos indispensable y que ésta no se logra con la sola instalación de unos caños en cada barrio.
Fue necesario levantar ‑por primera vez en la historia de la capital‑ la topografía exacta y detallada a escala 1:2000 de la ciudad hasta el Río Bogotá; registrar fielmente los niveles fluctuantes de sus ríos, medir sus oscilantes caudales y analizar las características de sus aguas‑, y hacer otro tanto y, con más pormenores para todas las alcantarillas y colectores existentes, con la inspección uno a uno de sus pozos y el examen de su estado. Tareas estas que ocuparon los primeros tres años de la nueva organización. Al finalizar 1.959 el inventario de la red de alcantarillado registraba 490 kilómetros de tuberías de 8 a 36 pulgadas; los colectores de más de un metro de diámetro llegaba 100 kilómetros; Había dos kilómetros de canales revestidos y los pozos de inspección reconocidos sumaban 8500.
En 1.960 la Empresa contrató con las Firmas Camp Dresser & Mckee de Boston y Compañía de Ingeniería Sanitaria de Bogotá el estudio del alcantarillado, drenaje y disposición de las aguas negras y fluviales de cerca de 18.500 hectáreas del Distrito Especial que comprendían tanto el área urbana ya desarrollada como la de previsible desarrollo para una población de 3´200.000 habitantes, cifra esta que entonces se pensaba no se rebasaría sino después de 1.985. Aquella área se definió de acuerdo con las Autoridades Distritales y llegaba por el Norte hasta el llamado Camino de la Cita y por el Sur hasta la Quebrada de Chiguaza y la margen derecha del Río Tunjuelo, y se denominó Distrito Sanitario.
Las conclusiones del estudio, que fueron entregadas en Abril de 1.962, recomendaban mantener en los sectores antiguos de la ciudad el sistema de alcantarillado combinado ya existente, pero separar los desagües pluviales de los líquidos c1oacales para las zonas de nuevas urbanizaciones. Aunque inicialmente pensaron los Consultores en acondicionar los cauces de los ríos que cruzan la ciudad de Oriente a Occidente para conducir las aguas lluvias mediante grandes conductos cerrados, posteriormente y por razones económicas se optó por hacerlo con canales abiertos revestidos. Paralelamente a estos y enterrados se construirían los conductos que interceptaran las aguas negras. Respecto al tratamiento de estas, el estudio propuso tentativamente dos plantas de cloración seguidas de lagunas de estabilización, solución que por requerir áreas de terreno excesivamente grandes fue descartada. Desde entonces se recomendó rectificar y profundizar el cauce del Río Bogota, no sólo para capacitarlo para grandes crecientes sino para que los desagües de las zonas occidentales del Distrito pudieran fluir a él por gravedad.
El plan de obras, denominado Plan Maestro de Alcantarillado, no era de fácil acometimiento: tendría que desarrollarse por etapas; cada una de sus estructuras requeria exactos diseños; era forzoso prever la disponibilidad de materiales y de equipos de construcción y desde luego asegurar su financiación. Esto no vino a consolidarse sino en 1.967 cuando el Cabildo Distrital ordenó cobrar por Valorización las Obras del Plan Maestro.
A diario se comenta el crecimiento de Bogotá en sus últimos veinte años, expresado en su incremento de población; Pero no se aprecia la previsión, el esfuerzo y las inversiones que ha implicado dotar de facilidades de alcantarillado a una multitud de viviendas que en ese lapso pasó de 100.000 a más de 400.000 unidades y atender a que sus desagües funcionen de día y de noche. Esto es lo que se ha logrado con el Plan Maestro. La Red de Alcantarillado de 8 a 63 pulgadas y el número de pozos de inspección se han quintuplicado, pasando aquella de menos de 500 kilómetros a 2.600 kilómetros y los pozos de 8.000 a 40.000. Son realizaciones que no se ven pero que fue necesario financiar y construir y que ahora hay que mantener. Lo unico que puede avistar el público son los canales para aguas lluvias que hace dos décadas no alcanzaban los kilómetros y hoy totalizan 57 kilómetros. A pesar de las basuras que a ellos arrojan sus vecinos, esos canales son la antítesis de los cauces mal olientes, tortuosos y llenos de ratas y gallinazos en que hasta hace apenas diez años se habían venido a convertir los antes pintorescos ríos sabaneros del Distrito Especial.
Hacia 1.970 las autoridades de Planeación Nacional y Distrital acometieron el análisis de la expansión metropolitana de la capital con el ánimo de impedir un crecimiento caótico y situaciones irremediables en el futuro. Había que prever que con diez o más millones de habitantes, la ciudad se desbordaría sobre la Sabana. Si ésta ofrece un campo ideal para ubicar una urbe grandiosa, en cambio su planicie presenta categóricas limitaciones de pendiente para sus desagües: el Río Bogotá es el receptor obligado de ellos a tiempo que sus niveles de anegación fueron artificialmente realzados desde mediados del último siglo con la construcción anárquica y antitécnica de diques o jarillones sobre sus orillas que sobrepasan en dos o tres metros los potreros aledaños. A la Empresa Distrital de Alcantarillado correspondió "estudiar cómo acondicionar para el servicio de la futura metrópoli el Río Bogotá".
Este perdura hoy no sólo tal como lo hallaron los Conquistadores, sino que su cauce ha sido confinado entre paredones y colmado de desechos y sus aguas emporcadas y contaminadas hasta convertirlas en un albañal. A este Río abandonado y envilecido se le está exigiendo que reciba las aguas que le arrojan hoy tantos habitantes como los que tenía todo el país en 1.900, y se le va a exigir que reciba mañana las que le echarán tantos como los que poblaban a Colombia en 1.950. Sería tanto como arrojar sobre una senda colonial para cabalgaduras el tráfico de vehículos de la Autopista del Norte o del Sur un Domingo por la tarde.
Las recomendaciones técnicas de aquel estudio comprendieron aspectos hidráulicos y sanitarios. En síntesis las primeras pedían abandonar el enjaríllonamiento que hoy enclaustra el Río Bogotá y canalizar y enderezar el cauce primitivo, doblando su pendiente y quintuplicando su sección y ademas amortiguar la escorrentía de los aguaceros que caigan sobre el área metropolitana en tres receptáculos o lagunas antes de que ella fluya al Río. En cuanto a las segundas, se compararon dos alternativas: erigir una cadena de plantas de tratamiento de aguas negras a lo largo del tramo sabanero del Bogotá, o construír paralelo a éste un gran colector o interceptor de aguas cloacales hasta Alicachín para su tratamiento aquí o cerca a Tocaima. La realización de estos planes no parece muy cercana, no sólo por las inversiones que ellos implican, sino porque previamente habrá que decidir delicados problemas técnicos y absolver complejos aspectos institucionales y legales.
El recuento del largo y lento proceso que ha tenido el alcantarillado de Bogotá desde que ésta fue fundada, con todo y mostrar épocas de indolencia y abandono, no difiere mucho del recorrido que ese hoy esencial servicio público ha tenido en otras ciudades. Aunque en la antigüedad se construyeron grandes cloacas, su propósito esencial fue drenar las aguas lluvias. La recolección y disposición de excretores y vertimientos industriales mediante mallas de conductos cerrados no vino a practicarse sino a lo largo del Siglo XIX.
La función hoy más destacada y apreciada de un alcantarillado urbano es poder descargar discretamente a él los residuos líquidos domésticos de los hogares. Su ausencia o sus deficiencias califican de invivible una morada. Hasta el obrero de reducidos recursos económicos construye en la actualidad su casa con lavadero e inodoro modernos de loza producidos técnicamente en serie. De ahí que el recuerdo de cómo eran a fines del último siglo las "comodidades sanitarias" de nuestros abuelos en esa Bogotá de escasos diez mil domicilios permite contrastar el ayer con el presente.
Decía en 1.890 el Médico Arias Argáez antes mencionado: “Las letrinas de las casas bogotanas tienen una organización deplorable; se dividen en excusados con agua corriente y letrinas ciegas. Las primeras se componen de un asiento de madera más o menos cómodo, que reposa sobre un espacio cúbico de ladrillo que comunica por su parte inferior con una cañería provista de agua destinada a llevar a la alcantarilla las deyecciones sólidas y líquidas. Las segundas, o son unas verdaderas cloacas hechas de ladrillo y sin suelo impermeable, o poseen una cañería desprovista de agua corriente y servida para su limpieza por el régimen fortuito de lluvias. Hay casas desprovistas de aquel indispensable elemento de aseo y salubridad, y el solar es el encargado de tan importantes funciones, como debió usarse en tiempos coloniales. Suele suceder que las cañerías de los excusados, superficialmente situadas las más de las veces, recorran a título de servidumbre largos trayectos, pasando por dos o más casas vecinas, recargándóse de productos excrementicios que un desagüe escaso y sin fuerza es incapaz de arrastrar; en estos casos el estancamiento es fijo y la descomposición inevitable con su cortejo de productos amoniacales y sulfurosos, causas nada dudosas de infección tifoídea. Como las cañerías no son impermeables, el estancamiento de aquelos materiales produce, por infiltración, la contaminación de los pozos, cisternas, vertientes y depósitos de aguas potables con sus desastrosas consecuencias. Son tan graves las consecuencias de las fosas ciegas y de los excusados sin agua corriente, que es preferible el último medio adoptado en las casas desprovistas de excusado; en este caso la dispersión en pequeños focos de las inmundicias favorece su descomposición y hace menos infecta la atmosfera de la habitación". "Las casas de Bogotá están desprovistas de canales para la salida de las que propiamente se llaman aguas caseras, es decir, las aguas sucias que se forman en los tocadores, cuartos de aseo, baños. Entre nosotros esas aguas se recogen diariamente en baldes o receptáculos de variadas formas y luego se vierten en el orificio siempre abierto de las sillas de los excusados o directamente en el patio interior".
Quienes podemos dar fe de la realidad de esas aseveraciones porque todavía a principios de este Siglo alcanzamos aconocerlas y soportarlas, podemos igualmente afirmar que desde entonces es mucha el agua que ha pasado por las alcantarillas bogotanas y que en estas materias indudablemente el tiempo pasado no fue mejor.
En esta reseña se ha narrado el dilatado proceso que implicó dotar a Bogotá de un sistema de alcantarillado, solo iniciado reálmente a fines del siglo postrero. Cerca de 80 años fueron necesarios para lograr que, si no la totalidad, si la mayoría de sus 400.000 hogares aprovechen hoy tan esencial servicio.
Pero es preciso subrayar que en un plazo no mayor de quince años será forzoso prestarlo a otros 400.000 que para ese entonces se habrán aposentado en la ciudad y sus alrededores, rebosando seguramente el Río Bogotá. Es más. En ese corto plazo será indispensable no solo recolectar y evacuar las aguas negras urbanas, sino lograr su adecuada disposición y tratamiento. El término es muy breve. La tarea ingente. Las decisiones urgentes. Cualquier retraso conducirá a que en muchos sectores de la ciudad, y seguramente en los contornos metropolitanos, se retroceda a situaciones sanitarias tan deplorables como las que padecieron nuestros antecesores, y a que el pastoril ambiente sabanero, tan caro y apreciado por todos, se degrade y aún llegue a desaparecer.
#AmorPorColombia
Reseña del Alcantarillado de Bogotá
Texto de: Francisco Wiesner
Con la fundación de Bogotá entre los riachuelos de Vícachá y Manzanares ‑que poco más tarde se denominarían Ríos San Francisco y San Agustín‑ se le señaló a la ciudad un sistema de desagües que subsistiría por 350 años. Sobre el triángulo formado por la confluencia de esas dos inicialmente pintorescas y atractivas fuentes y la falda del Cerro de Guadalupe, se desarrolló la Santafé colonial y republicana. Sus calles en forma de artesa o batea y carentes de andenes llevaban a aquellas corrientes las aguas lluvias que escurrían sobre el poblado.
Con el correr de los años se fueron construyendo por el eje de las calles "caños" abiertos hechos con lajas de piedra, por los que corrían las aguas fluviales y las que venían del Cerro. Su proposito original fue de desagüe, pero poco a poco se fueron habilitando también para abastecer de agua las casas frente a las cuales discurrían, para lo cual se las dotó de pequeñas cajillas de reparto, de controvertido manejo. Este empleo adicional se vino a enfrentar con el original.
Ya a mediados del Si lo XVIII, el Ayuntamiento, para defender la pulcritud de los caños, tenía que castigar a quienes, teniendo servicio de agua del Río Fucha, vertieran el desagüe de sus casas hacia las calles y les ordenó que lo hicieran por acequias "que no se derramen por las vías y que cuando atraviesen calles les hagan puentes". Y en los albores del Siglo XIX el Virrey Mendinueta decía: "No hay orden ni método en abrir las cajas de agua y descubrir las cañerías; sin contar con la abundancia de perros, es cosa muy común ver de noche y aún de día, por las calles los burros que andan sueltos buscando su alimento entre los caños". Se quejaba el Virrey de las tiendas de Santafé, donde se agrupaban numerosas familias, las cuales arrojaban al caño descubierto de la calle todos los desperdicios e inmundicias del servicio doméstico, aumentados con los del perro, el gato, las gallinas y palomas. Poco más tarde en su Memoria Descriptiva de Santafé, José María Salazar exprasaba: "Sus calles, aunque por lo común bien rectas, no tienen una anchura proporcionada a su longitud; los caños que las riegan, en vez de promover su limpieza, las cubren contínuamente de inmundicias y son el frecuente depósito de cuantas se arrojan de las casas particulares".
Sin embargo no todos opinaban de igual manera. Al cerrarse la época colonial, cuando la ciudad no alcanzaba las 200 manzanas, un oficial de la Legión Británica manifestó que las calles estaban muy limpias "porque las lavan continuamente las aguas corrientes que bajan de la montaña y corren por el arroyo". Y otros cronistas de ese mismo tiempo relatan que por todas las calles "fluye constantemente un arroyo" y que de los cerros vierten "aguas cristalinas y abundantes que corren por todas las calles y conducen a la impieza de la ciudad".
Si a principios del Siglo lo había conceptos un tanto contradictorios sobre el servicio de los antiguos caños, la degradación de éstos parece que se acéntuaba con el Correr del tiempo. Don Salvador Camacho recuerda que de 1.840 a 1.848 "no había enlosado en las aceras de las calles, excepto en las tres del Comercio; faltaba empedrado en muchas, el agua de los caños, que corría por la mitad de ellas, encargada idearrastrar a los Ríos San Francisco y San Agustín las basuras de las casas, se regaba a uno y otro lado formando pozos pestilentes que embarazaban el paso". Treinta años más tarde Don Miguel Cané fue más explícito en sus conocidas Notas de Viaje. Describe así el diplomático argentino el estado a que habían llegado los desagües de la ciudad, "Aunque de poca profundidad, el caño basta para dificultar en extremo el uso de los carruajes en las calles de Bogotá. Al mismo tiempo comparte con los chulos las importantes funciones de limpieza e higiene pública que la Municipalidad le entrega con un desprendimiento deplorable. El día que por una obstrucción momentánea (y son desgraciadamente frecuentes) el caño cesa de correr en una calle, el alarma cunde en las familias que la habitan porque todos los residuos domésticos que las aguas generosas arrastraban, se aglomeran, se descomponen bajo la acción del sol, sin que su plácida fermentación sea interrumpida por la acción municipal, deslumbrante en su eterna ausencia".
Afortunadamente poco antes, en 1.872, se había construido el primer tramo de alcantarillado, entendido como conducto enterrado, en la Calle 1 Oa. desde la Plaza de Bolívar hasta la de Mercado y por frente a la Iglesia de la Concepción. Y no debe olvidarse que a principios de ese siglo el Padre Petrez, como Arquitecto que fue de la Iglesia Catedral, cubrió el trecho de caño que corría paralelo a ella y entraba a la Plaza Mayor. Quien inició formalmente la substitución de los caños por alcantarillas fue el Alcalde Don Higinio Cualla. En 1.890 la ciudad ya contaba con 170 cuadras provistas de albañales, desgraciadamente en porciones desarticuladas y construidas sin plan o programa alguno y que solo llegaban a abarcar una tercera parte de las calles existentes. Su profundidad variaba entre 60 centímetros y metro y medio, con anchuras máximas de 75 centímetros. Fabricados en ladrillo, llevaban cubierta de lajas de piedra.
Los ríos preeminentes de los tres siglos coloniales, el San Francisco y el San Agustín, no constituyeron motivo de preocupación sanitaria para los habitantes de Santafé. Les inquietó desde un principio el que sus cauces dificultaban las comunicaciones entre los vecinos de una y otra banda de esas fuentes, y poco más tarde les desveló asegurar los transportes desde la capital del Reino hacia las provincias. De ahí que tan temprano como en 1.557 se construyera sobre el San Francisco el primer puente ‑que entonces se denominó de San Miguel‑ para facilitar el acceso a la Plazuela del El Humilladero, sobre el San Agustín en 1600 el puente de ese mismo nombre en la Calle de La Carrera y una cuadra más abajo el del Oidor Lesmes en 1.630. Los periódicos y sostenidos desbordamientos de los rios sabaneros, que aislaban a Santafé en las épocas invernales, motivo la construcción de Puente Grande en 1.664 sobre el Río Bogotá; el de Puente Bosa sobre el Tunjuelo en 1.713; el del Puente del Común en 1.796 también sobre el Río Bogotá y el del Arzobispo sobre la vía del Norte en 1.808.
Con la República los puentes continuaron siendo obras prioritarias del desarrollo urbano. En 1.814 se construyó el de El Carmen sobre el San Agustín en la Carrera 5a., de histórico recuerdo, y en 1.833 el de Cundinamarca en la Carrera 8a. y sobre el San Francisco. En la década de 1.870 se erigieron tres más sobre este último y otro sobre el San Agustín. Y en los dos decenios siguientes se levantaron dos nuevos puentes sobre el Río San Francisco y otro sobre el San Agustín. Al iniciarse el presente siglo el área urbana contaba con 36 puentes que aprovechaban caminantes, cabalgaduras y vehículos, incluso los primeros tranvías.
Pero en 1888 se había inaugurado en la ciudad el servicio de acueducto por tuberías metálicas, que permitió que sus aguas se distribuyeran por toda el área urbana, surtiendo las casas pero al mismo tiempo generando el vertimiento de aguas negras desde los domicilios hacia las vías públicas y por estas hacia los ríos tradicionales, transformándolas en cloacas abiertas. No más en 1.890 el Médico Arias Argáez expresaba: ¿"Qué diremos de los antiguos cauces de nuestros sedientos ríos y riachuelos? Recorra el lector las calles que corresponden a sus orillas y el testimonio de olfato y vista le hablará menor que cualquier descripción; basureros obligados, letrinas gratuitas y alcantarillas generales, sus aguas son impotentes para arrastrar aquellos depósitos que permanecen alli hasta que la descomposición los destruye; verdaderas patrias de los microbios del tifo, la fiebre tifoidea, disentería y de la gran lista de enfermedades infecciosas que son un descrédito para la ciudad y un peligro diario para sus habitantes". Y agregaba: "El asunto de canalización y limpieza de los cauces de los ríos y riachuelos es uno de los más importantes que tiene por resolver la higiene bogotana". Pero esas canalizaciones iban a requerir muchos años y muchos esfuerzos.
Al iniciarse el presente siglo ya existía la convicción de que el estado sanitario de la ciudad era desolador, lo que llevó a las autoridades a estudiar su solución. En 1.905 el gobernador del entonces Distrito Capital contrató con la Firma Pearson & Son el examen del acueducto y alcantarillado del área urbana ‑que ya para entonces pasaba de 300 hectáreas‑ y además de su apéndice Chapinero; y en 1.971 la Casa Ulen and Co. realizo otros estudios. Parece que las recomendaciones de ambos Consultores sobre el alcantarillado pasaron al olvido. Pero la ciudad ya se estaba saliendo del marco fijado por sus riachuelos tradicionales; hacia el Sur desbordaba el Fucha o San Cristóbal, y por el Norte, al empalmar con Chapinero, cubría las quebradas que conforman el Río Salitre, involucrando con sus desagües más de 1000 hectáreas. No obstante sus problemas de drenaje continuaban siendo resueltos, como en el pasado, según cada caso aislado, sin pensar en áreas aledañas y menos en el conjunto urbano. En 1.927 la junta de Alcantarillado y Pavimentación acordó con la Casa J.G. White estudiar todo lo relativo al sistema de alcantarillado, no sólo para atender las necesidades de esa época sino también las futuras de la capital. La White encontró que las alcantarillas existentes no tenían articulación alguna; que predominaban los tramos discontínuos, los que a menudo cruzaban por entre las manzarías; que la mira en cada caso había sido desaguar a la zanja más próxima; y que no existían pozos de inspección ni nivelación o acotamiento de los conductos. Dicha Firma delineó una malla de albañales que procuraba aprovechar la existente y que planteaba expandir el área urbana de 1500 hectareas de ese entonces a 3500 en 1.962. Propuso construir en las cercanías de Fontibón una Planta de Tratamiento de Aguas Negras, a la que hacía confluir los vertimientos de Chapinero y cuya fuente receptora era el Río Bogota. Su trabajo al menos impuso la necesidad de disponer de una red de alcantarillado continua e integrada y desde entonces se implantaron los pozos de inspección. Inexplicablemente ninguno de los estudios antes mencionados opinó sobre el problema de la canalización de los legendarios y degradados riachuelos y quebradas que cruzaban la ciudad.
La canalización del Río San Francisco se inició en la última década del Siglo XIX con su cubrimiento de la Calle Real a la de Florián‑hoy Carrera 7a. a 8a.‑ tramo concluido hacia 1.905 y aprovechado para construir sobre él el Pasaje Rufino Cuervo; y poco después se canalizó un trecho del San Agustín entre las Carreras 7a. y 9a., obras ambas que no apaciguaron la inquietud ciudadana que requería una solución integral como lo expresó una Ley del Congreso que en 1.916 dispuso cubrir los lechos de ambos Ríos. En 1.913 Phanor J. Eder relataba que “las alcantaríllas drenan a los riachuelos que cruzan la ciudad, los que no sólo se han dejado descubiertos, sino que se permite a las lavanderas llegar a ellos para lavar ropas". Por razones ya olvidadas, el sector que luego se acometió sobre el San Francisco fue el de la Calle l0a. a la Calle 12, construcción que motivó polémicas técnicas sobre la capacidad del conducto. Para 1.922 ya estaban cubiertas la parte del San Agustín comprendida entre las Carreras 5a y 13 y la Quebrada de San Juanito de la Carrera 7a. a la l0a., y sobre el Río San Francisco se agregó el tramo de la Carrera 6a. a la 7a. En 1.930, esto es casi 40 años después de iniciada su canalización, quedaron cubiertos el San Francisco desde la Carrera la. y Calle 20 hasta la Calle 6a. y el San Agustín desde la Carrera 3a. hasta la 13, terminando así ocultos bajo los pavimentos los cauces de los dos modestos ríos que por cuatro centurias suavizaron con sus murmullos la calmada vida de los bogotanos raizales.
A principios del Siglo en curso todo lo relacionado con la salubridad pública nacional estaba a cargo de un organismo central, la Dirección General de Higiene, cuyo Director era nombrado por el Presidente de la República, y como dependencia de esa Dirección funcionaba para Bogotá la junta de Higiene que atendía también el alcantarillado urbano. Fue sólo poco después de 1.920 que la Alcaldía de Bogotá se encargó de éste, quedando como una Sección de la Secretaría de Obras Públicas conjuntamente con la pavimentación.
En la década de los años treinta se incorporó a aquella Secretaría un fervoroso grupo de Ingenieros Colombianos que instauró criterios y normas de diseño y construcción que aún hoy tienen aplicación, y concretamente en lo relativo a desagües, empezó a proyectar sobre áreas drenadas, contemplando la ciudad, como vertimiento de las cuencas de los Ríos Fucha y Salitre más que como proyecciones del número de habitantes. La falla del canal cubierto del Río San Francisco en Noviembre de 1.933 puso en evidencia la falta de estudios adecuados sobre las lluvias en Bogotá, constatándose que la intensidad de los aguaceros máximos era mucho mayor que la calculada anteriormente. Con motivo de aquella falla se proyectó para el colector de dicho Río un conducto de alivio descendente por la Calle 22, obra de pronta iniciación pero de lenta construcción como que no vino a darse al servicio sino en 1.943.
Como resultado del Plan Piloto de Desarrollo Urbano eleborado para la capital en 1.948, se creó la Oficina del Plan Regulador, a cuyo Departamento de Servicios Públicos pasó lo relacionado con los estudios y proyectos del alcantarillado, conservándose en la Secretaría de Obras Públicas lo pertinente a su construcción y mantenimiento. En aquel Departamento se suscitó la inquietud de los dañinos efectos que los vertimientos de la ciudad empezaban a producir en la calidad de las aguas del Río Bogotá, y en colaboración con la entonces Empresa de Acueducto se realizaron las primeras investigaciones realmente técnicas del grado de su contaminación y de su flora y su fauna. Los planteamientos del Plan Piloto sobre plan vial, zonas verdes y usos del terreno facilitaron la concepción de un sistema de colectores troncales y de canales con miras al futuro del desarrollo urbano.
En Diciembre de 1.954 fue creado el Distrito Especial de Bogotá, con la anexión a la capital de seis pequeños municiplos colindantes, lo que en vez de facilitar complicó el problema del alcantarillado. Las históricas cabeceras de Fontibón, Bosa, Usaquén, Suba y Usme ya estaban provistas de sistemas de desagües de aguas negras, pero apenas servían la mitad de las 4 a 5 mil viviendas que ellos *totalizaban para entonces; pero eran sistemas mal con servados, sobrecargados con la intrusión de aguas lluvias y desde luego sin ingresos para mantenerlos. Lo crítico fue enfrentar la existencia de casi dos centenares de parcelaciones y urbanizacíones irregularcs, surgidas entre aquellas cabeceras y Bogotá, de las cuales apenas una quinta parte disponía de alguna dotación de desagües, improvisados y, dispersos; el resto simplenlente carecía de ellos.
Según Vergara y Velasco, hacia 1.893 Bogotá contaba con "3000 casas, en general de teja, y de éstas 400 de dos o más pisos"; pero en sus arrabales había "centenares de chozas de ordinario pajizas". El censo de 1.912 le asignaba a la ciudad 369 manzanas, por lo que sus viviendas no llegarían a la sazón a más de 6000. El censo de 1.928 eleva éstas a 20.000. El de 1.938 censó 36.000, dos terceras partes de las cuales disponían de alcantarillado y el de 1.951 las elevó a 73.000, en un 80% provistas de conexión al desagüe público. De ahí que para la fecha de creación del Distrito Especial sean de estimar en 95.000 las viviendas de la ya gran ciudad, y de llegar a concluir que para entonces había en ésta 20.000 carentes de alcantarillado.
Un año más tarde, en Diciembre de 1.955, el Cabildo Distrital creó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. El panorama de desagües, proverbialmente circunscrito a los Ríos San Francisco y, San Agustín, saltaba bruscamente a los Ríos Tunjuelo y Bogotá, hasta ayer contemplados como temas remotos y desvinculados de la realidad urbana. Era necesario dotar a la nueva Empresa de recursos para suministrar a la ciudad un moderno servicio de drenajes, lo que exijía un pleno conocimiento de cómo el funciona en todo el ámbito urbano y una atención cotidiana mediante una organización adecuada; recursos que se lograron con el establecimiento desde entonces de un recargo sobre la tarifa de Acueducto. Esta existía desde hace más de seis décadas y era bien entendida por los recibidores del agua; pero aún hoy casi no se comprende que asegurar la diaria evacuación de ella es no menos indispensable y que ésta no se logra con la sola instalación de unos caños en cada barrio.
Fue necesario levantar ‑por primera vez en la historia de la capital‑ la topografía exacta y detallada a escala 1:2000 de la ciudad hasta el Río Bogotá; registrar fielmente los niveles fluctuantes de sus ríos, medir sus oscilantes caudales y analizar las características de sus aguas‑, y hacer otro tanto y, con más pormenores para todas las alcantarillas y colectores existentes, con la inspección uno a uno de sus pozos y el examen de su estado. Tareas estas que ocuparon los primeros tres años de la nueva organización. Al finalizar 1.959 el inventario de la red de alcantarillado registraba 490 kilómetros de tuberías de 8 a 36 pulgadas; los colectores de más de un metro de diámetro llegaba 100 kilómetros; Había dos kilómetros de canales revestidos y los pozos de inspección reconocidos sumaban 8500.
En 1.960 la Empresa contrató con las Firmas Camp Dresser & Mckee de Boston y Compañía de Ingeniería Sanitaria de Bogotá el estudio del alcantarillado, drenaje y disposición de las aguas negras y fluviales de cerca de 18.500 hectáreas del Distrito Especial que comprendían tanto el área urbana ya desarrollada como la de previsible desarrollo para una población de 3´200.000 habitantes, cifra esta que entonces se pensaba no se rebasaría sino después de 1.985. Aquella área se definió de acuerdo con las Autoridades Distritales y llegaba por el Norte hasta el llamado Camino de la Cita y por el Sur hasta la Quebrada de Chiguaza y la margen derecha del Río Tunjuelo, y se denominó Distrito Sanitario.
Las conclusiones del estudio, que fueron entregadas en Abril de 1.962, recomendaban mantener en los sectores antiguos de la ciudad el sistema de alcantarillado combinado ya existente, pero separar los desagües pluviales de los líquidos c1oacales para las zonas de nuevas urbanizaciones. Aunque inicialmente pensaron los Consultores en acondicionar los cauces de los ríos que cruzan la ciudad de Oriente a Occidente para conducir las aguas lluvias mediante grandes conductos cerrados, posteriormente y por razones económicas se optó por hacerlo con canales abiertos revestidos. Paralelamente a estos y enterrados se construirían los conductos que interceptaran las aguas negras. Respecto al tratamiento de estas, el estudio propuso tentativamente dos plantas de cloración seguidas de lagunas de estabilización, solución que por requerir áreas de terreno excesivamente grandes fue descartada. Desde entonces se recomendó rectificar y profundizar el cauce del Río Bogota, no sólo para capacitarlo para grandes crecientes sino para que los desagües de las zonas occidentales del Distrito pudieran fluir a él por gravedad.
El plan de obras, denominado Plan Maestro de Alcantarillado, no era de fácil acometimiento: tendría que desarrollarse por etapas; cada una de sus estructuras requeria exactos diseños; era forzoso prever la disponibilidad de materiales y de equipos de construcción y desde luego asegurar su financiación. Esto no vino a consolidarse sino en 1.967 cuando el Cabildo Distrital ordenó cobrar por Valorización las Obras del Plan Maestro.
A diario se comenta el crecimiento de Bogotá en sus últimos veinte años, expresado en su incremento de población; Pero no se aprecia la previsión, el esfuerzo y las inversiones que ha implicado dotar de facilidades de alcantarillado a una multitud de viviendas que en ese lapso pasó de 100.000 a más de 400.000 unidades y atender a que sus desagües funcionen de día y de noche. Esto es lo que se ha logrado con el Plan Maestro. La Red de Alcantarillado de 8 a 63 pulgadas y el número de pozos de inspección se han quintuplicado, pasando aquella de menos de 500 kilómetros a 2.600 kilómetros y los pozos de 8.000 a 40.000. Son realizaciones que no se ven pero que fue necesario financiar y construir y que ahora hay que mantener. Lo unico que puede avistar el público son los canales para aguas lluvias que hace dos décadas no alcanzaban los kilómetros y hoy totalizan 57 kilómetros. A pesar de las basuras que a ellos arrojan sus vecinos, esos canales son la antítesis de los cauces mal olientes, tortuosos y llenos de ratas y gallinazos en que hasta hace apenas diez años se habían venido a convertir los antes pintorescos ríos sabaneros del Distrito Especial.
Hacia 1.970 las autoridades de Planeación Nacional y Distrital acometieron el análisis de la expansión metropolitana de la capital con el ánimo de impedir un crecimiento caótico y situaciones irremediables en el futuro. Había que prever que con diez o más millones de habitantes, la ciudad se desbordaría sobre la Sabana. Si ésta ofrece un campo ideal para ubicar una urbe grandiosa, en cambio su planicie presenta categóricas limitaciones de pendiente para sus desagües: el Río Bogotá es el receptor obligado de ellos a tiempo que sus niveles de anegación fueron artificialmente realzados desde mediados del último siglo con la construcción anárquica y antitécnica de diques o jarillones sobre sus orillas que sobrepasan en dos o tres metros los potreros aledaños. A la Empresa Distrital de Alcantarillado correspondió "estudiar cómo acondicionar para el servicio de la futura metrópoli el Río Bogotá".
Este perdura hoy no sólo tal como lo hallaron los Conquistadores, sino que su cauce ha sido confinado entre paredones y colmado de desechos y sus aguas emporcadas y contaminadas hasta convertirlas en un albañal. A este Río abandonado y envilecido se le está exigiendo que reciba las aguas que le arrojan hoy tantos habitantes como los que tenía todo el país en 1.900, y se le va a exigir que reciba mañana las que le echarán tantos como los que poblaban a Colombia en 1.950. Sería tanto como arrojar sobre una senda colonial para cabalgaduras el tráfico de vehículos de la Autopista del Norte o del Sur un Domingo por la tarde.
Las recomendaciones técnicas de aquel estudio comprendieron aspectos hidráulicos y sanitarios. En síntesis las primeras pedían abandonar el enjaríllonamiento que hoy enclaustra el Río Bogotá y canalizar y enderezar el cauce primitivo, doblando su pendiente y quintuplicando su sección y ademas amortiguar la escorrentía de los aguaceros que caigan sobre el área metropolitana en tres receptáculos o lagunas antes de que ella fluya al Río. En cuanto a las segundas, se compararon dos alternativas: erigir una cadena de plantas de tratamiento de aguas negras a lo largo del tramo sabanero del Bogotá, o construír paralelo a éste un gran colector o interceptor de aguas cloacales hasta Alicachín para su tratamiento aquí o cerca a Tocaima. La realización de estos planes no parece muy cercana, no sólo por las inversiones que ellos implican, sino porque previamente habrá que decidir delicados problemas técnicos y absolver complejos aspectos institucionales y legales.
El recuento del largo y lento proceso que ha tenido el alcantarillado de Bogotá desde que ésta fue fundada, con todo y mostrar épocas de indolencia y abandono, no difiere mucho del recorrido que ese hoy esencial servicio público ha tenido en otras ciudades. Aunque en la antigüedad se construyeron grandes cloacas, su propósito esencial fue drenar las aguas lluvias. La recolección y disposición de excretores y vertimientos industriales mediante mallas de conductos cerrados no vino a practicarse sino a lo largo del Siglo XIX.
La función hoy más destacada y apreciada de un alcantarillado urbano es poder descargar discretamente a él los residuos líquidos domésticos de los hogares. Su ausencia o sus deficiencias califican de invivible una morada. Hasta el obrero de reducidos recursos económicos construye en la actualidad su casa con lavadero e inodoro modernos de loza producidos técnicamente en serie. De ahí que el recuerdo de cómo eran a fines del último siglo las "comodidades sanitarias" de nuestros abuelos en esa Bogotá de escasos diez mil domicilios permite contrastar el ayer con el presente.
Decía en 1.890 el Médico Arias Argáez antes mencionado: “Las letrinas de las casas bogotanas tienen una organización deplorable; se dividen en excusados con agua corriente y letrinas ciegas. Las primeras se componen de un asiento de madera más o menos cómodo, que reposa sobre un espacio cúbico de ladrillo que comunica por su parte inferior con una cañería provista de agua destinada a llevar a la alcantarilla las deyecciones sólidas y líquidas. Las segundas, o son unas verdaderas cloacas hechas de ladrillo y sin suelo impermeable, o poseen una cañería desprovista de agua corriente y servida para su limpieza por el régimen fortuito de lluvias. Hay casas desprovistas de aquel indispensable elemento de aseo y salubridad, y el solar es el encargado de tan importantes funciones, como debió usarse en tiempos coloniales. Suele suceder que las cañerías de los excusados, superficialmente situadas las más de las veces, recorran a título de servidumbre largos trayectos, pasando por dos o más casas vecinas, recargándóse de productos excrementicios que un desagüe escaso y sin fuerza es incapaz de arrastrar; en estos casos el estancamiento es fijo y la descomposición inevitable con su cortejo de productos amoniacales y sulfurosos, causas nada dudosas de infección tifoídea. Como las cañerías no son impermeables, el estancamiento de aquelos materiales produce, por infiltración, la contaminación de los pozos, cisternas, vertientes y depósitos de aguas potables con sus desastrosas consecuencias. Son tan graves las consecuencias de las fosas ciegas y de los excusados sin agua corriente, que es preferible el último medio adoptado en las casas desprovistas de excusado; en este caso la dispersión en pequeños focos de las inmundicias favorece su descomposición y hace menos infecta la atmosfera de la habitación". "Las casas de Bogotá están desprovistas de canales para la salida de las que propiamente se llaman aguas caseras, es decir, las aguas sucias que se forman en los tocadores, cuartos de aseo, baños. Entre nosotros esas aguas se recogen diariamente en baldes o receptáculos de variadas formas y luego se vierten en el orificio siempre abierto de las sillas de los excusados o directamente en el patio interior".
Quienes podemos dar fe de la realidad de esas aseveraciones porque todavía a principios de este Siglo alcanzamos aconocerlas y soportarlas, podemos igualmente afirmar que desde entonces es mucha el agua que ha pasado por las alcantarillas bogotanas y que en estas materias indudablemente el tiempo pasado no fue mejor.
En esta reseña se ha narrado el dilatado proceso que implicó dotar a Bogotá de un sistema de alcantarillado, solo iniciado reálmente a fines del siglo postrero. Cerca de 80 años fueron necesarios para lograr que, si no la totalidad, si la mayoría de sus 400.000 hogares aprovechen hoy tan esencial servicio.
Pero es preciso subrayar que en un plazo no mayor de quince años será forzoso prestarlo a otros 400.000 que para ese entonces se habrán aposentado en la ciudad y sus alrededores, rebosando seguramente el Río Bogotá. Es más. En ese corto plazo será indispensable no solo recolectar y evacuar las aguas negras urbanas, sino lograr su adecuada disposición y tratamiento. El término es muy breve. La tarea ingente. Las decisiones urgentes. Cualquier retraso conducirá a que en muchos sectores de la ciudad, y seguramente en los contornos metropolitanos, se retroceda a situaciones sanitarias tan deplorables como las que padecieron nuestros antecesores, y a que el pastoril ambiente sabanero, tan caro y apreciado por todos, se degrade y aún llegue a desaparecer.