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Aguas para Bogotá
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Texto de: Francisco Wiesner
La aceptacíón por Quesada del caserío llamado Teusaquillo para asentar sus tropas, aunque obedecio primordialmente a razones estratéaícas, tuvo muy en cuenta que fuera "bueno y acomodado" y por lo tanto bien provisto de agua y de leña. Su ubicación en la orilla misma de la quebradita que más tarde se llamaría San Bruno, ponía al alcance de la mano su "dulcísima y saludable agua". Los fundadores entreveían que el lujar llegaría a ser cabeza del Reino y en el hallaron, como más tarde lo diría Fray Pedro Simón, las comodidades "que debe tener una ciudad cuerdamente poblada". Los cronistas coloniales hacen hincapié de la existencia en Santafé de “ríos que pasan cerca” y de "Manantiales de buenas aguas que nacen dentro de muchas casas".
Durante sus primeros años no debió contar el poblado con servicios de agua. Sus habitantes se aprovechaban de la mana más vecina o del río o quebrada más cercano, llevando el líquido en Múcuras, el cántaro muisca por excelencia que se ha calificado como la vasija "nacional del Reino, y cuyo uso subsistió hasta bien entrado el siglo XX. No pocos construirían aljibes en sus solares. Los privilegiados con tener en su predio un manantial seguramente otorgaron permiso a sus colindantes inferiores para usar sus sobrantes. Quizás poco más tarde surgió el recurso de recoger en moyos el agua que escurría de los tejados de la lluviosa Santafé. Y los más listos y ribereños de alguna fuente derivaron de ella acequías o zanjas para su propio beneficio.
Los "caños" abiertos que desde antaño se construyeron por el eje de las calles Santafereñas, tuvieron por objeto facilitar el escurrimiento de las aguas pluviales que venían del cerro de Guadalupe y quedaban en seco pasado el aguacero. Pero como a ellos confluyeron poco a poco las aguas sobrantes de los manantiales, estas sí permanentes, vinieron a utilizarse también como venero de abasto para el vecindario, mediante "cajillas de reparto" a flor de tierra con salidas para las casas cercanas, origen de las históricas "pajas" de agua.
La actividad gubernamental era lenta y precaria y en cambio la particular debió estar ansiosa de desarrollarse. El concepto de servicio público como hoy se entiende, no existía en la época colonial. Ya en 1.584 el Oidor de aquel tiempo dispuso "que si los vecinos quisieran alguna paja de agua, pagando por cada una 50 peso oro, lo pudieran tener". Y una Real Cédula de 1.695 concedió al Cabildo la competencia de vender pajas de agua. En 1.772 el Ramo de aguas contaba con 70 pajas que pagaban 5 pesos mensuales. Lo que importaba eran los recaudos.
Pero Santafé tuvo numerosas fuentes públicas que gratuitamente servían a los pobres y a los animales. La mayor parte de ellas se llamaban "chorros" y tenían nombres pintorescos y evocadores. Como el agua llegaba a ellos casi sin presión, eran de poca altura y de pobre presentación, los unos adosados a algún muro, otros en medio de la calle, y a sus pequeñas canillas arrimaban los vecinos sus vasijas. A fines del siglo XVIII los chorros llegaban a las tres docenas y casi todos subsistían a mediados del siglo siguiente, aunque sólo unos cuantos alcanzaron al presente. El Chorro de Padilla no es colonial; lo destapó en 1.864 Don Zenón Padilla.
Las Pilas de la Colonia que merecieran tal nombre por su altura y ostentación fueroñ sólo tres. La de la Plaza Mayor, inicialmente muy modesta, fue ordenada en 1.584 por el Oidor Pérez de Salazar y sólo en 1.775 se la reemplazó con el renombrado Mono de la Pila, el que fue trasladado en 1.846 a la Plazuela de San Carlos y que hoy se conserva en el Museo Colonial. La de las Nieves, solicitada en 1.665, ya existía en 1.727 y fue demolida en 1.897. Y la de San Victorino, diseñada en estilo morisco por el Padre Petrez, fue inaugurada en 1.805 y subsistió hasta principios del siglo en curso.
Para conducir el agua desde las fuentes hasta los chorros y pilas se utilizaron inicialmente simples zanjas que no alcanzaban a merecer el nombre de acequias sino de cañerías de arrastre. Poco a poco las zanjas se fueron revistiendo con piedras apenas recortadas, colocadas sin cimiento alguno y pegadas con mala mezcla de cal, grasa arena. Al entrar a la zona urbana esas cañerías consistían en un canal de ladrillo o de piedras medio labradas, cubierto con lajas de piedra sobre las cuales se colocaba tierra. El sistema daba lugar a "evaporaciones, infiltraciones y pérdidas de más de la mitad del agua aprovechable, absorbiendo los residuos de las materias orgánicas y excrementicias del suelo permeable y dando origen a enfermedades del estomago". Para que el agua llegara a las pilas y chorros con alguna presión para poder vencer la altura de la obra, desde un trecho aguas arriba se la entubaba en conductos cilíndricos de barro cocido llamados atanores o atenores, cónicos en un extremo para acoplar una pieza con la otra. Estas piezas, de corta longitud y unos l0 centímetros de diámetro, sólo vinieron a usarse a mediados del siglo XVIII y hoy son artículos de museo.
Comparado con las comodidades modernas, el uso del agua en los hogares de antaño estaba sujeto a toda clase de incomodidades y limitaciones. Pero no por pobreza de las fuentes, ya que el caudal y la calidad de sus aguas; la ubicación y declive de sus corrientes y el número y las costumbres de los habitantes, las califica como ampliamente capaces. Por el vecindario de Santafé discurrían el San Agustín, el San Francisco, el Arzobispo y el Fucha, ríos estos cuyos caudales medios suman algo más de 1.000 litros por segundo, los que en veranos de otros tiempos, cuando los cerros orientales de Bogotá conservaban sus malezas nativas, no se reducían a menos de 300 litros, suficientes estos para más de 150.000 habitantes a las tasas de consumo del novecientos. A esas cuatro fuentes se les exigió abusivamente surtir a la capital hasta 1.938, cuando se les agregó el agua del río Tunjuelo. Pero la realidad histórica es que de ellas dependió exclusivamente Bogotá por 400 años. Vale la pena narrar el aprovechamiento de cada una a lo largo de esas cuatro centurias y agregar su actual destino.
El río San Agustín
Este pequeño río se forma en la confluencia de dos quebradas que nacen en el cerro de Guadalupe y que se unen a la altura de la actual carrera 7a. Este, abarcando entre ambos una hoya de 270 hectáreas, hoy mal reforestadas y en parte ocupadas por los barrios altos de La Peña y Los Laches que a él drenan. Rinde en promedio 60 litros por segundo, que en verano se reduce hoy a sólo 3, pero que en épocas pasadas no bajaban de l0 ó 12. El San Agustín se denominó inicialmente Manzanares porque sus aguas se parecían a las del río de ese nombre en Madrid. Pero como a partir de 1.575 los padres agustinos levantaron su convento en donde es hoy la Plazuela de San Agustín, se impuso este nombre.
Siendo tan vecina aquella confluencia de la plaza de Bolivar, a la que supera en cerca de 100 metros en elevación, y cruzando el cauce bajo del río a sólo cuatro cuadras de la Catedral, casi es imperativo pensar que él fue la primera fuente que se "recogió" para surtir la Plaza Mayor, y que es a él al que se refiere la primera de las siete famosas Actas del Cabildo de Santafé, fechada ella en 1.589. Su uso debió perdurar por largo tiempo, ya que en 1.623 fray Pedro Simón relataba que el agua del San Agustín venía encañada a la Plaza Mayor; y que en 1.741 el mismo Cabildo ordenó que se uniera "el agua antigua del Manzanares con la que viene del río Fucha" usando una misma cañería.
Poco se sabe del San Agustín en las épocas siguientes como no sea de sus desastrosas crecientes de Octubre,de 1.814 y Noviembre de 1.872, y del ofrecimiento que de sus aguas hiciera el Cabildo en 1.846 a Don José Ignacio París. Seguramente con el establecimiento del agua a presión en 1.888, la del San Agustín dejó de proveer el sector central de la ciudad, pero se continuó aprovechando para las partes altas de Egipto y Belén mediante tubos de barro cocido primero y de cemento después, lo que continuó hasta despues de 1.920. Con la construcción en 1.925 del nuevo acueducto del San Cristobal, se descontinuó definitivamente el uso de este riachuelo, cuyas aguas corren hoy, mezcladas con las del alcantarillado, por un colector bajo tierra a partir de la carrera 4a. Este.
No debe mencionarse el San Agustín como fuente de abasto de agua sin hacer referencia a la QUEBRADA DEL SOCHE, afluente derecho y oriental del río San Cristobal y que como aquél nace en el cerro de Guadalupe. Las aguas de esa quebrada fueron captadas y traídas hacia las del Manzanares en tiempos coloniales mediante una acequia por las faldas del cerro, por allá donde se llamó en la Conquista el Pueblo de Chirivativá, atravesando el contrafuerte de Los Laches y pasando por chircales que fueron de los Jesuítas y que luego remató Moreno y Escandón. Esta acequia o zanja debio tener cerca de un kilometro entre su toma y el hoy Alto de Vitelma, antes de chorrear hacia el San Agustín. De las aguas del Soche se ha dicho que fueron las primeras en surtir el Barrio de la Catedral, lo que no es creíble toda vez que ellas no podían correr hacia aquel sino utilizando el cauce del San Agustín, En 1.880 el Cabildo ordenó examinar la antigua cañería del Soche que "venía cuando el Virrey y el Cabildo hicieron construír el Agua Nueva", esto es en 1.747.
Medida la hoya del Soche a una altitud como la de la actual Planta de Vitelma, recoge aguas de unas 100 Hectáreas que estuvieron y aún están muy cubiertas de vegetación, y rinden en promedio unos 20 litros por segundo, con mínimos que no bajan de 6 litros. Esta quebrada volvió a aprovecharse al tender la tubería del San Cristobal en 1.924, tubería que cruza el cauce de aquélla; pero hace unos 20 años se abandonó para el acueducto urbano. En la actualidad presta servicio a los edificios del antiguo Hospital Militar.
El Río San Francisco
Su hoya hasta el Boquerón del Chorro de Padilla abarca unas 1.000 Hectáreas, hoy muy bien reforestadas pero que en el último siglo debieron estar desnudas y explotadas con cultivos. Aunque su caudal medio es de 240 litros por sesundo, su aprovechamiento nunca paso de un promedio de 150 litros, con mínimos que hoy no bajan de 40 litros pero que a principios del novecientos seguramente se redujeron a mucho menos.
El río San Francisco era llamado Vicachá por los aborígenes. El cambio de su nombre ocurrió al asentarse en el siglo XVI los padres franciscanos en su orilla derecha en la actual plaza de Santander.
El apreciable caudal de este río, su colindancia con el poblado colonial y su desnivel desde el Boquerón, debieron promover muy pronto el interés de aprovechar sus aguas para usos industriales. En 1.664 Lucas Fernández de Piedrahita relató que, además del agua que repartía a muchas fuentes particulares, "forma una acequia con que dentro del círculo de la población muelen ocho molinos". La ubicación de algunos de éstos puede verse en el plano de Santafé por Esqueaqui de 1.791, y el viejo caserón de uno de ellos se conserva frente al Chorro de Padilla. En 1.665 los vecinos de Las Nieves solicitaron se les proveyera de aguas del San Francisco, lo que luego se hizo, inicialmente por zanja y más tarde por cañería.
El 30 de Mayo de 1.747 el Virrey Solís inauguró el acueducto que desde entonces se llamara del Agua Nueva, tomado del San Francisco en el Boquerón. Sus aguas, conducidas inicialmente por una zanja de poca pendiente que trazó Esquiaqui cortando la ladera izquierda del río, recorrían unos 1400 metros hasta el barrio de Egipto y de aquí bajaban por la calle de La Fatiga, hoy calle l0a., hasta el centro de la ciudad. La captación se realizó arriba de donde se venía derivando agua para el barrio de las Nieves y de las tomas de los Molinos de Los Cristales y El Cubo. Una cañería reemplazó poco a poco la zanja primitiva y fue renovada más tarde en 1.880. El camino o paseo así abierto fue ampliado en 1.890. La pobreza de las obras y la inestabilidad de aquellas laderas promovió frecuentes derrumbes, siendo notables los de 1.788, 1.838, 1.849 y 1.890, no siendo raros actualmente en la zona oriental de la plazuela de La Concordia,
Estas obras las recibió en 1.886 la Compañía del Acueducto, la que las mejoró y entubó parte en conductos de concreto, parte en tubos metálicos y que complementó con la construcción del Tanque que aún existe en el extremo oriental de la calle 11, al pie de la Iglesia de Egipto. Al municipalizarse aquella Compañía en 1.914, se reconstruyó la bocatoma y se acondicionó la conducción hasta el Tanque. En 1.930 la captación en el Boqueron se trasladó a un lugar situado unos 25 metros más alto; se renovaron las tuberías hacia Egipto, y por la falda derecha del río se instaló otra conducción para alimentar con el San Francisco el nuevo Tanque de San Diego, construido en 1.925 en la calle 26 con carrera la., conducción de acero y de 2.700 metros de longitud. Entre 1.938 y 1.943 las aguas del río dejaron de aprovecharse por haberse dado al servicio el acueducto del Tunjuelo con agua filtrada, pero se restableció su uso al inaugurarse en el último año citado la planta de tratamiento de San Diego, a donde desde entonces se llevan todas las aguas que se toman del San Francisco.
Las 1.000 Hectáreas de su hoya pertenecen en su totalidad a la Empresa del Acueducto y están dedicadas exclusivamente a defender sus aguas, constituyendo una preciosa reserva de bosques y malezas.
El río Arzobispo
La hoya hidrográfica de esta fuente apenas alcanza las 280 Hectáreas, siendo en esto muy semejante al San Agustín; y como éste su caudal medio es del orden de los 65 litros por segundo a la altura de la actual carretera de circunvalación. En tiempos extremadamente secos se reduce a sólo 3 litros.
La Quinta La Magdalena que existió cerca al cauce bajo de este rio, fue en tiempos coloniales habitación de los Metropolitanos de Santafé. Ese es el origen de su nombre.
Aunque los primeros usuarios del Arzobispo fueron los padres de la Recoleta de San Diego, hacia 1.680 los vecinos de San Victorino propusieron traer a su barrio el agua de dicha fuente a pesar de estar a muchas cuadras de distancia. Estudiada la ruta mucho más tarde por el padre Petrez y propiciada la obra por el Virrey Ezpeleta, la cañería se dió al servicio el 6 de agosto de 1.805 alimentando la pila morisca que diseñara el mismo padre y dejando en su recorrido numerosas derivaciones además de la de la Recoleta. La toma se construyó arriba del Pozo de los Colegiales. Aquellas derivaciones perduraron y a fines del siglo existían entre otras la del Panóptico, la del Asilo de San Diego, las de los Parques del Centenario y de los Mártires, amén de la vieja pila de San Victorino y de varios chorros. Todavía en 1.914 se citaban como en servicio las de San Facon, la de Bavaria y la de la Magdalena.
La Compañía del Acueducto, que desde 1.886 se encargó del servicio de agua, acondicionó en mampostería la antigua y seguramente muy pobre conducción del Arzobispo y construyó un pequeño tanque en la esquina de la carrera 5a. con calle 26, del cual desprendió tuberías a presión. La Empresa Municipal que sustituyó a aquella Compañía renovó hacia 1.917 la conducción con tubos de cemento de 30 centimetros de diámetro, capacitándola para traer al tanque hasta 30 litros por segundo. Este tanque y su conducción se abandonaron al ser construido en 1925 un nuevo y mucho mayor tanque cinco cuadras al oriente del anterior, que era alimentado no sólo por el Arzobispo sino también con aguas traídas del sur por la carrera 4a. Más tarde y por cerca de dos décadas las aguas de este río ‑que cada día significaban menos para la ciudad‑ fueron destinadas preferencialmente a servir a la Cervecería Bavaria que desde 1.891 funcionaba en la carrera 13. En la actualidad sólo sirven al pequeño y escarpado barrio de El Paraíso, ubicado en una altura sobre la margen Norte del histórico riachuelo y mediante una toma situada sobre la Cascada de La Ninfa.
Río Fucha o San Cristóbal
Es el mayor de los ríos que sirvieron a Santafé. Nace en el páramo de Cruz Verde y se abre paso hacia la Sabana al cruzar entre los cerros de Guadalupe y del Zuque. Su hoya hidrográfica hasta la portada del antiguo Hospital Militar llega a 2.900 hectareas, con un caudal medio de 850 litros por segundo y mínimo de 150 litros. Un kilómetro y medio aguas arriba, en la atcual captación para el acueducto, la hoya tiene 2.500 hectáreas, su caudal medio es de 750 litros por segundo y su gasto mínimo de 100 litros.
Su nombre indígena, Fucha ‑que significa mujer‑ compite con el de San Cristobal desde que un autor colonial desconocido pintó el Santo en una roca que sobresalía del río, pintura que, aunque restaurada a principios el siglo XIX, ya se había borrado a finales del mismo.
Parece indudable que ya en el Siglo XVI se captaron las aguas del Fucha en beneficio de los habitantes de Santafé. Un documento escrito en 1.589 ‑la petición de Juan de Alvis al Cabildo se refiere a "las aguas que del arcabuco del río Fucha vienen hoy" y que llegaban al Molino que "tengo en la calle de Santa Bárbara". Lo que no está claro es cuándo se inició su aprovechamiento y en qué fecha llegaron al Barrio de la Catedral. En el Acta del Cabildo de 1.681 expresa el Alcalde que habiendo procurado conducir el agua del Fucha a la Plaza Mayor, "hoy la tiene ya puesta en la toma antigua", estando previstos los conductos para traerla a la plaza. Traedura que aparece ya como un hecho en el Acta de 1.684, Acta que alude al puente que la acequia del Fucha tendrá sobre el río San Agustín.
Se ignora donde estaba aquel arcabuco ("lugar fragoso y lleno de maleza") pero es de suponer que sería muy cerca a la portada del Hospital Militar antes mencionada para poder conservar un desnivel adecuado para vencer el recorrido de la acequia hasta Santa Bárbara y la Plaza que no era menor de 40 cuadras.
La acequia, llamada cañería de "Los Laureles" por la abundancia que había de ese oloroso arbusto en su trayecto, debió ser inicialmente una zanja rudimentaria de la que sus riberanos tratarían de sacar riegos y otros beneficios, zanja propensa a deslizamientos y otros daños como consta en otra de las Actas citadas.
En 1.775 el Oidor juez de Ejidos informó que la acequia se había derrumbado siendo imposible su conservación; suceso que por fortuna no dejó sin agua a la ciudad porque ocho años antes se había inaugurado el acueducto del Agua Nueva con el río San Francisco y desde cuando el del Fucha se había designado como del Agua Vieja. El terremoto de 1.806 acabó finalmente con lo que pudiera quedar de la antigua acequia.
En el contrato celebrado en 1.846 entre el Cabildo y Don José Ignacio París para ceder a éste el Ramo de Aguas se incluyó la facultad de captar de nuevo el rio Fucha, pero ese contrato no tuvo efectividad. En el contrato de 1.886 con Don Ramón B. jimeno se transfirieron a éste todos los derechos que tenía la Municipalidad respecto a aguas; el contratista pudo aprovechar el San Francisco, el Arzobispo y el San Agustín, pero fracasó en sus gestiones para utilizar el Fucha quizás por existir entonces una prolongada controversia jurídica sobre el derecho del antiguo Molino de la Hortúa a disponer de estas aguas. Años atrás, en 1.874, un Acuerdo había ordenado trazar un canal para traer a los barrios de Santa Bárbara y la Catedral aguas del mismo rio. Cosa análoga ocurrió en 1.905 al mandar el Gobernador del Distrito Capital estudiar la provisión de aguas a la ciudad con el río San Cristobal; la comisión encargada recomendó una tubería metálica de 4 1/2 kilómetros para llegar al Tanque de Egipto que se habia construido en 1.888, pero la idea nunca llegó a tomar forma. Es interesante anotar que en aquel mismo año el Fucha se estaba usando para varios Molinos ‑como los del Aserrío y el de los Alisos‑ y Quintas ‑las de Ramos y de Nariño‑ sobre su margen derecha, aprovechamientos que todavía subsistian en 1.911. En 1.907 la firma Pearson & Son que había venido estudiando el aprovisionamiento del acueducto de la capital, propuso captar el San Cristóbal bastante arriba, al oriente de la quebrada del Soche, para salir al Alto de Vitelma, es decir siguiendo un derrotero análogo al de la colonial cañería de aquel nombre.
Al asumir de nuevo la Administración Municipal en 1.914 el manejo del acueducto decidió restablecer de inmediato el servicio del Fucha como obra de emergencia. La captación se realizó pocos metros abajo de la entrada a la entonces Fábrica de Municiones, en el sitio de La Maraca, mediante un azud o tambre de piedra y ramas que el río desbarataba en cada creciente. La conducción hacia Las Cruces siguió el camino del antiguo Tranvía de San Cristóbal ‑ya entonces suprimido‑ utilizando piezas de hierro, piedra, cemento y madera, hasta llegar en la carrera 4a. con la calle la. al Alto del Cuchuco, donde se procuraba quitarle al agua sedimentos y arenas antes de que ésta entrara a las tuberías de reparto a presión hacia la ciudad. Dicha conducción, que apenas mereció el nombre de cañería de arrastre, ocasionó periódicos problemas a la nueva administración y constantes interrupciones del servicio.
En 1.923 el Concejo aprobó el plan que se venía examinando desde 1.921 para hacer real la antigua idea de traer las aguas del San Cristóbal al Alto de Vitelma. El respectivo proyecto, elaborado por el Ingeniero Hernando Gómez Tanco, comprendia unos tanques decantadores contra el río en un lugar situado a 160 metros sobre el nivel de la Plaza de Bolívar; una conducción de acero de 1.200 metros de longitud y un tanque terminal de 3.800 metros cúbicos en Vitelma, Las obras que fueron magnas para esa epoca, las dirigió el Ingeniero Luis Lobo Guerrero y se inauguraron, conjuntamente con nuevas tuberías en la ciudad, en 1.925.
Desde entonces estas obras continúan suministrando a Bogotá un promedio de 350 litros por segundo. En Vitelma sus aguas se mezclan con las que desde 1.938 llegan allí del río Tunjuelo y conjuntamente con éstas son filtradas en la Planta de Tratamiento que data de esa misma fecha. La hoya hidrográfica del San Cristobal ‑como la del San Francisco‑ pertenece hoy en su totalidad a la Empresa de Acueducto y está consagrada a conservar sus aguas y su vegetación.
Entre 1.538 y 1.938 Bogotá se sostuvo, en la forma que acaba de describirse, con las aguas de sus cuatro ríos patrimoniales, esto es que corrían dentro de los términos de su jurisdicción. En adelante tendría que recurrir a fuentes lejanas, con soluciones que serían inconcebibles en tiempos de la Colonia y por lo menos utópicas en la República del ochocientos. Apelando primero al Sur por el río Tunjuelo, luego al río Bogotá por el Norte, y ahora mismo al Oriente por los ríos de Chingaza, la capital ha logrado en estos ultimos 40 años mucho más que en los 400 precedentes. El aprovechamiento de estas nuevas fuentes merece también relatarse aunque sea someramente para completar esta narración de las aguas de Bogotá.
El río Tunjuelo
E1 Tunjuelo nace en la laguna de Chisacá, situada al pie del cerro de los Tunjos, al que debe su nombre, que se encuentra a 40 kilómetros al sur de Bogotá y en las primeras estribaciones del Macizo de Sumapaz. Antes de entrar al altiplano Sabanero todo el recorrido del Tunjuelo se efectúa dentro del antiguo Municipio de Usme, y en su tramo más inmediato al centro de la ciudad ‑el del puente de La Tolosa‑ su cauce ya está 50 metros por debajo del nivel de la Plaza de Bolívar.
Estas dos últimas circunstancias impidieron que antes del novecientos se pensara en el Tunjuelo como fuente de abasto para Bogotá. Pero como ya en 1.905 este río quedara dentro del Distrito Capital, se sugirió entonces su captación al pie del poblado de Usme para que en tubería metálica de unos 20 kilómetros de longitud sus aguas llejaran por gravedad al Tanque de Egipto. Poco después la firma Pearson & Son encareció estudiar más a fondo esa solución.
Un cuarto de siglo más tarde, en 1.930, la Comisión del Cabildo encargada de seleccionar un nuevo acueducto para la ciudad, recomendó utilizar el Tunjuelo en el paraje de La Regadera, ubicado unos 8 kilómetros al Sur de Usme y que en elevación supera en 200 metros a Vitelma. En aquel lugar la hoya afluente es de 16.000 Hectáreas y el caudal medio del río de 3.000 litros por segundo pero con estiajes que pueden reducirlo a sólo 150 litros. Para poder contar siquiera con un tercio del caudal medio era imperioso almacenar en un embalse las aguas de invierno.
Las estadísticas hidrológicas eran escasas y la experiencia en embalses casi nula, lo que motivó prolongadas controversias tecnicas. Definido el proyecto y asumida su realización por el Gobierno Nacional, las obras se ejecutaron entre 1.934 y 1.938. Estas comprenden una represa de 30 metros de altura que forma un embalse de 4 millones de metros cúbicos; una conducción de 22 kilómetros que vence numerosos contrafuertes y termina en Vitelma; y aqui en una escultural Planta de filtración que dio a la ciudad por primera vez en su historia una calidad de agua óptima y controlada que se regó por toda el área urbana incluyendo a chapinero. Entre 1.948 y 1.951 se mejoro la regulación del alto Tunjuelo con otro embalse en El Hato, aguas arriba de La Regadera.
Desde hace 40 años el acueducto del Tunjuelo contribuye con un promedio de 1.000 litros por segundo a la demanda de la capital, o sea, con el doble de lo que le aportaban los cuatro ríos tradicionales. En la actualidad con él solo se alcanza a atender los barrios altos sur orientales y centro orientales.
El río Bogotá
Hacia 1.950, después de analizar todos los ríos afluentes del Bogotá, se llegó a la conclusión de que solo él mismo podía satisfacer las necesidades futuras de la capital, a pesar de la turbiedad de sus aguas y de que fuera necesario bombearlas, Buscando los sitios donde, después de respetar las necesidades humanas y agrícolas de la hoya afluente, los sobrantes del río fueran óptimos, se seleccionó el de Tibitoc ‑palabra indígena que significa río procedente del boqueron‑ en el que los proyectos entonces en desarrollo de los embalses del Sisga y del Neusa en sus cabeceras aseguraban la regulación de sus caudales y donde confluye el río de este último nombre.
Tibitoc está situado frente a Zipaquirá, y allí la hoya hidrográfica del Bogotá alcanza 150.000 Hectáreas, contra 425.000 que este río totaliza al término de la Sabana. Su caudal medio es de 12.000 litros por segundo, pero antes de que se construyeran embalses para regularlo, disminuía en los veranos a sólo 2.000 litros. En el lugar de su captación el Bogotá está 60 metros más bajo que el altozano de la Catedral y dista de ésta 45 kilómetros, lejanía y diferencia de nivel que las obras tendrían que vencer.
Iniciadas éstas en 1.953, su primera etapa, con capacidad para 3.000 litros por segundo, se inauguró el 6 de Agosto de 1.959; y su segunda etapa, para llegar hasta 12.000 litros por segundo, entró en operación en Octubre de 1.971. En Tibitoc las aguas del río se bombean a una altura de 90 metros hasta la cima de un cerro adyacente donde está localizada la Planta de filtración; de ésta arrancan dos conducciones, ambas siguiendo la planicie sabanera: la primera, de 1.5 metros de diámetro, entra a la ciudad por Usaquén, con un recorrido de 37 kilómetros; la segunda, de 2 metros de diámetro, se baja a la Avenida Boyacá, contornea por Occidente la ciudad y termina al Sur en un gran tanque al pie de las lomas de Mochuelo, después de una travesía de 60 kilómetros.
La ciudad recibe hoy 9.000 litros por segundo del Río Bogotá, cuyas aguas atienden el 85 por ciento de la demanda total.
Los ríos de los páramos
A1 Oriente y al Sur del rincón bogotano del altiplano se encuentran dos extensos Macizos montañosos, el de Chingaza distante 40 kilómetros y el de Sumapaz alejado 60 kilómetros, ambos parajes despoblados e inhóspitos aunque con alta pluviosidad, cuyos ríos corren hacia otras regiones pero que los recursos tecnicos y financieros del mundo moderno permiten traspasarlos hacia la Sabana mediante túneles. Captando esos ríos a alturas superiores a las de Bogotá para que sus aguas vengan por gravedad, es posible lograr de Chingaza del orden de 20.000 litros por segundo y de Sumapaz 30.000 litros, o sea, entre ambos un caudal doble del que en promedio rinde el río Bogotá al llegar al Salto de Tequendama.
Lo anterior es de por sí una fortuna, un don de la naturaleza en favor de una ciudad de la que se ha dicho estar asentada en un picacho de los Andes. Pero comprende además dos beneficios inigualables. Las aguas de los páramos proceden de regiones que por su clima y su topografía son contraindicadas para asentamientos humanos e industriales, alejando así y casi eliminando la posibilidad de futuras contaminaciones, todo lo contrario de lo que se entrevé para el ámbito del río Bogotá. Y esas mismas aguas paramunas importadas a la Sabana, una vez que hayan cruzado y servido las áreas urbanas, escurrirán hacia las caídas que aquel río tiene del Tequendama hacia abajo y que constituyen un descenso de 1800 metros en solo 40 kilómetros de recorrido, que lo cataloga como imponderable en cualquier lugar del mundo para desarrollos hidroeléctricos.
La primera etapa del aprovechamiento de Chingaza para el acueducto, que rendirá 14.000 litros por segundo y que comprende una represa de 120 metros de altura para formar un embalse de 200 millones de metros cúbicos; una conducción de 40 kilómetros de los cuales 32 en túneles y una Planta de filtración en el vecindario de La Calera, está en construcción y deberá concluirse en 1.980. Y las obras para aprovechar para generación eléctrica ese caudal de agua a su salida de la Sabana, acaban de iniciarse.
El agua con que hace 100 años contaban en verano los bogotanos, aunque clara era escasa; y si bien se acrecía en los inviernos, entonces les llegaba turbia y contaminada. La ciudad no consumia más de 5 a 6 millones de metros cúbicos en un año; aún no existía una red de tuberías a presión y el servicio se prestaba a solo un centenar de piletas y a 325 "pajas" a domicilio.
El suministro de agua filtrada y controlada no lo vino a lograr Bogotá sino al cumplir su IV Centenario, con la inauguración de la Planta de Vitelma. En ese año de 1.938 la ciudad consumió 28 millones de metros cúbicos en atender a 25.000 suscriptores mediante 313 kilómetros de tuberías. En 1.978, cuarenta años más tarde, los usuarios del acueducto pasan de 380.000, conectados a una red de tuberías de 4.300 kilómetros y que consumen 285 millones de metros cúbicos anualmente.
El incremento ha sido asombroso, y sería alarmante el porvenir si no existieran en los páramos adyacentes los recursos hídricos que se han narrado y que le permitirán a la capital quintuplicar mañana su actual abastecimiento de agua.
Ante el conjunto de problemas que su acelerado crecimiento le va creando a la ciudad es consolador saber que el de su futura provisión de agua está despejado.
#AmorPorColombia
Aguas para Bogotá
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Texto de: Francisco Wiesner
La aceptacíón por Quesada del caserío llamado Teusaquillo para asentar sus tropas, aunque obedecio primordialmente a razones estratéaícas, tuvo muy en cuenta que fuera "bueno y acomodado" y por lo tanto bien provisto de agua y de leña. Su ubicación en la orilla misma de la quebradita que más tarde se llamaría San Bruno, ponía al alcance de la mano su "dulcísima y saludable agua". Los fundadores entreveían que el lujar llegaría a ser cabeza del Reino y en el hallaron, como más tarde lo diría Fray Pedro Simón, las comodidades "que debe tener una ciudad cuerdamente poblada". Los cronistas coloniales hacen hincapié de la existencia en Santafé de “ríos que pasan cerca” y de "Manantiales de buenas aguas que nacen dentro de muchas casas".
Durante sus primeros años no debió contar el poblado con servicios de agua. Sus habitantes se aprovechaban de la mana más vecina o del río o quebrada más cercano, llevando el líquido en Múcuras, el cántaro muisca por excelencia que se ha calificado como la vasija "nacional del Reino, y cuyo uso subsistió hasta bien entrado el siglo XX. No pocos construirían aljibes en sus solares. Los privilegiados con tener en su predio un manantial seguramente otorgaron permiso a sus colindantes inferiores para usar sus sobrantes. Quizás poco más tarde surgió el recurso de recoger en moyos el agua que escurría de los tejados de la lluviosa Santafé. Y los más listos y ribereños de alguna fuente derivaron de ella acequías o zanjas para su propio beneficio.
Los "caños" abiertos que desde antaño se construyeron por el eje de las calles Santafereñas, tuvieron por objeto facilitar el escurrimiento de las aguas pluviales que venían del cerro de Guadalupe y quedaban en seco pasado el aguacero. Pero como a ellos confluyeron poco a poco las aguas sobrantes de los manantiales, estas sí permanentes, vinieron a utilizarse también como venero de abasto para el vecindario, mediante "cajillas de reparto" a flor de tierra con salidas para las casas cercanas, origen de las históricas "pajas" de agua.
La actividad gubernamental era lenta y precaria y en cambio la particular debió estar ansiosa de desarrollarse. El concepto de servicio público como hoy se entiende, no existía en la época colonial. Ya en 1.584 el Oidor de aquel tiempo dispuso "que si los vecinos quisieran alguna paja de agua, pagando por cada una 50 peso oro, lo pudieran tener". Y una Real Cédula de 1.695 concedió al Cabildo la competencia de vender pajas de agua. En 1.772 el Ramo de aguas contaba con 70 pajas que pagaban 5 pesos mensuales. Lo que importaba eran los recaudos.
Pero Santafé tuvo numerosas fuentes públicas que gratuitamente servían a los pobres y a los animales. La mayor parte de ellas se llamaban "chorros" y tenían nombres pintorescos y evocadores. Como el agua llegaba a ellos casi sin presión, eran de poca altura y de pobre presentación, los unos adosados a algún muro, otros en medio de la calle, y a sus pequeñas canillas arrimaban los vecinos sus vasijas. A fines del siglo XVIII los chorros llegaban a las tres docenas y casi todos subsistían a mediados del siglo siguiente, aunque sólo unos cuantos alcanzaron al presente. El Chorro de Padilla no es colonial; lo destapó en 1.864 Don Zenón Padilla.
Las Pilas de la Colonia que merecieran tal nombre por su altura y ostentación fueroñ sólo tres. La de la Plaza Mayor, inicialmente muy modesta, fue ordenada en 1.584 por el Oidor Pérez de Salazar y sólo en 1.775 se la reemplazó con el renombrado Mono de la Pila, el que fue trasladado en 1.846 a la Plazuela de San Carlos y que hoy se conserva en el Museo Colonial. La de las Nieves, solicitada en 1.665, ya existía en 1.727 y fue demolida en 1.897. Y la de San Victorino, diseñada en estilo morisco por el Padre Petrez, fue inaugurada en 1.805 y subsistió hasta principios del siglo en curso.
Para conducir el agua desde las fuentes hasta los chorros y pilas se utilizaron inicialmente simples zanjas que no alcanzaban a merecer el nombre de acequias sino de cañerías de arrastre. Poco a poco las zanjas se fueron revistiendo con piedras apenas recortadas, colocadas sin cimiento alguno y pegadas con mala mezcla de cal, grasa arena. Al entrar a la zona urbana esas cañerías consistían en un canal de ladrillo o de piedras medio labradas, cubierto con lajas de piedra sobre las cuales se colocaba tierra. El sistema daba lugar a "evaporaciones, infiltraciones y pérdidas de más de la mitad del agua aprovechable, absorbiendo los residuos de las materias orgánicas y excrementicias del suelo permeable y dando origen a enfermedades del estomago". Para que el agua llegara a las pilas y chorros con alguna presión para poder vencer la altura de la obra, desde un trecho aguas arriba se la entubaba en conductos cilíndricos de barro cocido llamados atanores o atenores, cónicos en un extremo para acoplar una pieza con la otra. Estas piezas, de corta longitud y unos l0 centímetros de diámetro, sólo vinieron a usarse a mediados del siglo XVIII y hoy son artículos de museo.
Comparado con las comodidades modernas, el uso del agua en los hogares de antaño estaba sujeto a toda clase de incomodidades y limitaciones. Pero no por pobreza de las fuentes, ya que el caudal y la calidad de sus aguas; la ubicación y declive de sus corrientes y el número y las costumbres de los habitantes, las califica como ampliamente capaces. Por el vecindario de Santafé discurrían el San Agustín, el San Francisco, el Arzobispo y el Fucha, ríos estos cuyos caudales medios suman algo más de 1.000 litros por segundo, los que en veranos de otros tiempos, cuando los cerros orientales de Bogotá conservaban sus malezas nativas, no se reducían a menos de 300 litros, suficientes estos para más de 150.000 habitantes a las tasas de consumo del novecientos. A esas cuatro fuentes se les exigió abusivamente surtir a la capital hasta 1.938, cuando se les agregó el agua del río Tunjuelo. Pero la realidad histórica es que de ellas dependió exclusivamente Bogotá por 400 años. Vale la pena narrar el aprovechamiento de cada una a lo largo de esas cuatro centurias y agregar su actual destino.
El río San Agustín
Este pequeño río se forma en la confluencia de dos quebradas que nacen en el cerro de Guadalupe y que se unen a la altura de la actual carrera 7a. Este, abarcando entre ambos una hoya de 270 hectáreas, hoy mal reforestadas y en parte ocupadas por los barrios altos de La Peña y Los Laches que a él drenan. Rinde en promedio 60 litros por segundo, que en verano se reduce hoy a sólo 3, pero que en épocas pasadas no bajaban de l0 ó 12. El San Agustín se denominó inicialmente Manzanares porque sus aguas se parecían a las del río de ese nombre en Madrid. Pero como a partir de 1.575 los padres agustinos levantaron su convento en donde es hoy la Plazuela de San Agustín, se impuso este nombre.
Siendo tan vecina aquella confluencia de la plaza de Bolivar, a la que supera en cerca de 100 metros en elevación, y cruzando el cauce bajo del río a sólo cuatro cuadras de la Catedral, casi es imperativo pensar que él fue la primera fuente que se "recogió" para surtir la Plaza Mayor, y que es a él al que se refiere la primera de las siete famosas Actas del Cabildo de Santafé, fechada ella en 1.589. Su uso debió perdurar por largo tiempo, ya que en 1.623 fray Pedro Simón relataba que el agua del San Agustín venía encañada a la Plaza Mayor; y que en 1.741 el mismo Cabildo ordenó que se uniera "el agua antigua del Manzanares con la que viene del río Fucha" usando una misma cañería.
Poco se sabe del San Agustín en las épocas siguientes como no sea de sus desastrosas crecientes de Octubre,de 1.814 y Noviembre de 1.872, y del ofrecimiento que de sus aguas hiciera el Cabildo en 1.846 a Don José Ignacio París. Seguramente con el establecimiento del agua a presión en 1.888, la del San Agustín dejó de proveer el sector central de la ciudad, pero se continuó aprovechando para las partes altas de Egipto y Belén mediante tubos de barro cocido primero y de cemento después, lo que continuó hasta despues de 1.920. Con la construcción en 1.925 del nuevo acueducto del San Cristobal, se descontinuó definitivamente el uso de este riachuelo, cuyas aguas corren hoy, mezcladas con las del alcantarillado, por un colector bajo tierra a partir de la carrera 4a. Este.
No debe mencionarse el San Agustín como fuente de abasto de agua sin hacer referencia a la QUEBRADA DEL SOCHE, afluente derecho y oriental del río San Cristobal y que como aquél nace en el cerro de Guadalupe. Las aguas de esa quebrada fueron captadas y traídas hacia las del Manzanares en tiempos coloniales mediante una acequia por las faldas del cerro, por allá donde se llamó en la Conquista el Pueblo de Chirivativá, atravesando el contrafuerte de Los Laches y pasando por chircales que fueron de los Jesuítas y que luego remató Moreno y Escandón. Esta acequia o zanja debio tener cerca de un kilometro entre su toma y el hoy Alto de Vitelma, antes de chorrear hacia el San Agustín. De las aguas del Soche se ha dicho que fueron las primeras en surtir el Barrio de la Catedral, lo que no es creíble toda vez que ellas no podían correr hacia aquel sino utilizando el cauce del San Agustín, En 1.880 el Cabildo ordenó examinar la antigua cañería del Soche que "venía cuando el Virrey y el Cabildo hicieron construír el Agua Nueva", esto es en 1.747.
Medida la hoya del Soche a una altitud como la de la actual Planta de Vitelma, recoge aguas de unas 100 Hectáreas que estuvieron y aún están muy cubiertas de vegetación, y rinden en promedio unos 20 litros por segundo, con mínimos que no bajan de 6 litros. Esta quebrada volvió a aprovecharse al tender la tubería del San Cristobal en 1.924, tubería que cruza el cauce de aquélla; pero hace unos 20 años se abandonó para el acueducto urbano. En la actualidad presta servicio a los edificios del antiguo Hospital Militar.
El Río San Francisco
Su hoya hasta el Boquerón del Chorro de Padilla abarca unas 1.000 Hectáreas, hoy muy bien reforestadas pero que en el último siglo debieron estar desnudas y explotadas con cultivos. Aunque su caudal medio es de 240 litros por sesundo, su aprovechamiento nunca paso de un promedio de 150 litros, con mínimos que hoy no bajan de 40 litros pero que a principios del novecientos seguramente se redujeron a mucho menos.
El río San Francisco era llamado Vicachá por los aborígenes. El cambio de su nombre ocurrió al asentarse en el siglo XVI los padres franciscanos en su orilla derecha en la actual plaza de Santander.
El apreciable caudal de este río, su colindancia con el poblado colonial y su desnivel desde el Boquerón, debieron promover muy pronto el interés de aprovechar sus aguas para usos industriales. En 1.664 Lucas Fernández de Piedrahita relató que, además del agua que repartía a muchas fuentes particulares, "forma una acequia con que dentro del círculo de la población muelen ocho molinos". La ubicación de algunos de éstos puede verse en el plano de Santafé por Esqueaqui de 1.791, y el viejo caserón de uno de ellos se conserva frente al Chorro de Padilla. En 1.665 los vecinos de Las Nieves solicitaron se les proveyera de aguas del San Francisco, lo que luego se hizo, inicialmente por zanja y más tarde por cañería.
El 30 de Mayo de 1.747 el Virrey Solís inauguró el acueducto que desde entonces se llamara del Agua Nueva, tomado del San Francisco en el Boquerón. Sus aguas, conducidas inicialmente por una zanja de poca pendiente que trazó Esquiaqui cortando la ladera izquierda del río, recorrían unos 1400 metros hasta el barrio de Egipto y de aquí bajaban por la calle de La Fatiga, hoy calle l0a., hasta el centro de la ciudad. La captación se realizó arriba de donde se venía derivando agua para el barrio de las Nieves y de las tomas de los Molinos de Los Cristales y El Cubo. Una cañería reemplazó poco a poco la zanja primitiva y fue renovada más tarde en 1.880. El camino o paseo así abierto fue ampliado en 1.890. La pobreza de las obras y la inestabilidad de aquellas laderas promovió frecuentes derrumbes, siendo notables los de 1.788, 1.838, 1.849 y 1.890, no siendo raros actualmente en la zona oriental de la plazuela de La Concordia,
Estas obras las recibió en 1.886 la Compañía del Acueducto, la que las mejoró y entubó parte en conductos de concreto, parte en tubos metálicos y que complementó con la construcción del Tanque que aún existe en el extremo oriental de la calle 11, al pie de la Iglesia de Egipto. Al municipalizarse aquella Compañía en 1.914, se reconstruyó la bocatoma y se acondicionó la conducción hasta el Tanque. En 1.930 la captación en el Boqueron se trasladó a un lugar situado unos 25 metros más alto; se renovaron las tuberías hacia Egipto, y por la falda derecha del río se instaló otra conducción para alimentar con el San Francisco el nuevo Tanque de San Diego, construido en 1.925 en la calle 26 con carrera la., conducción de acero y de 2.700 metros de longitud. Entre 1.938 y 1.943 las aguas del río dejaron de aprovecharse por haberse dado al servicio el acueducto del Tunjuelo con agua filtrada, pero se restableció su uso al inaugurarse en el último año citado la planta de tratamiento de San Diego, a donde desde entonces se llevan todas las aguas que se toman del San Francisco.
Las 1.000 Hectáreas de su hoya pertenecen en su totalidad a la Empresa del Acueducto y están dedicadas exclusivamente a defender sus aguas, constituyendo una preciosa reserva de bosques y malezas.
El río Arzobispo
La hoya hidrográfica de esta fuente apenas alcanza las 280 Hectáreas, siendo en esto muy semejante al San Agustín; y como éste su caudal medio es del orden de los 65 litros por segundo a la altura de la actual carretera de circunvalación. En tiempos extremadamente secos se reduce a sólo 3 litros.
La Quinta La Magdalena que existió cerca al cauce bajo de este rio, fue en tiempos coloniales habitación de los Metropolitanos de Santafé. Ese es el origen de su nombre.
Aunque los primeros usuarios del Arzobispo fueron los padres de la Recoleta de San Diego, hacia 1.680 los vecinos de San Victorino propusieron traer a su barrio el agua de dicha fuente a pesar de estar a muchas cuadras de distancia. Estudiada la ruta mucho más tarde por el padre Petrez y propiciada la obra por el Virrey Ezpeleta, la cañería se dió al servicio el 6 de agosto de 1.805 alimentando la pila morisca que diseñara el mismo padre y dejando en su recorrido numerosas derivaciones además de la de la Recoleta. La toma se construyó arriba del Pozo de los Colegiales. Aquellas derivaciones perduraron y a fines del siglo existían entre otras la del Panóptico, la del Asilo de San Diego, las de los Parques del Centenario y de los Mártires, amén de la vieja pila de San Victorino y de varios chorros. Todavía en 1.914 se citaban como en servicio las de San Facon, la de Bavaria y la de la Magdalena.
La Compañía del Acueducto, que desde 1.886 se encargó del servicio de agua, acondicionó en mampostería la antigua y seguramente muy pobre conducción del Arzobispo y construyó un pequeño tanque en la esquina de la carrera 5a. con calle 26, del cual desprendió tuberías a presión. La Empresa Municipal que sustituyó a aquella Compañía renovó hacia 1.917 la conducción con tubos de cemento de 30 centimetros de diámetro, capacitándola para traer al tanque hasta 30 litros por segundo. Este tanque y su conducción se abandonaron al ser construido en 1925 un nuevo y mucho mayor tanque cinco cuadras al oriente del anterior, que era alimentado no sólo por el Arzobispo sino también con aguas traídas del sur por la carrera 4a. Más tarde y por cerca de dos décadas las aguas de este río ‑que cada día significaban menos para la ciudad‑ fueron destinadas preferencialmente a servir a la Cervecería Bavaria que desde 1.891 funcionaba en la carrera 13. En la actualidad sólo sirven al pequeño y escarpado barrio de El Paraíso, ubicado en una altura sobre la margen Norte del histórico riachuelo y mediante una toma situada sobre la Cascada de La Ninfa.
Río Fucha o San Cristóbal
Es el mayor de los ríos que sirvieron a Santafé. Nace en el páramo de Cruz Verde y se abre paso hacia la Sabana al cruzar entre los cerros de Guadalupe y del Zuque. Su hoya hidrográfica hasta la portada del antiguo Hospital Militar llega a 2.900 hectareas, con un caudal medio de 850 litros por segundo y mínimo de 150 litros. Un kilómetro y medio aguas arriba, en la atcual captación para el acueducto, la hoya tiene 2.500 hectáreas, su caudal medio es de 750 litros por segundo y su gasto mínimo de 100 litros.
Su nombre indígena, Fucha ‑que significa mujer‑ compite con el de San Cristobal desde que un autor colonial desconocido pintó el Santo en una roca que sobresalía del río, pintura que, aunque restaurada a principios el siglo XIX, ya se había borrado a finales del mismo.
Parece indudable que ya en el Siglo XVI se captaron las aguas del Fucha en beneficio de los habitantes de Santafé. Un documento escrito en 1.589 ‑la petición de Juan de Alvis al Cabildo se refiere a "las aguas que del arcabuco del río Fucha vienen hoy" y que llegaban al Molino que "tengo en la calle de Santa Bárbara". Lo que no está claro es cuándo se inició su aprovechamiento y en qué fecha llegaron al Barrio de la Catedral. En el Acta del Cabildo de 1.681 expresa el Alcalde que habiendo procurado conducir el agua del Fucha a la Plaza Mayor, "hoy la tiene ya puesta en la toma antigua", estando previstos los conductos para traerla a la plaza. Traedura que aparece ya como un hecho en el Acta de 1.684, Acta que alude al puente que la acequia del Fucha tendrá sobre el río San Agustín.
Se ignora donde estaba aquel arcabuco ("lugar fragoso y lleno de maleza") pero es de suponer que sería muy cerca a la portada del Hospital Militar antes mencionada para poder conservar un desnivel adecuado para vencer el recorrido de la acequia hasta Santa Bárbara y la Plaza que no era menor de 40 cuadras.
La acequia, llamada cañería de "Los Laureles" por la abundancia que había de ese oloroso arbusto en su trayecto, debió ser inicialmente una zanja rudimentaria de la que sus riberanos tratarían de sacar riegos y otros beneficios, zanja propensa a deslizamientos y otros daños como consta en otra de las Actas citadas.
En 1.775 el Oidor juez de Ejidos informó que la acequia se había derrumbado siendo imposible su conservación; suceso que por fortuna no dejó sin agua a la ciudad porque ocho años antes se había inaugurado el acueducto del Agua Nueva con el río San Francisco y desde cuando el del Fucha se había designado como del Agua Vieja. El terremoto de 1.806 acabó finalmente con lo que pudiera quedar de la antigua acequia.
En el contrato celebrado en 1.846 entre el Cabildo y Don José Ignacio París para ceder a éste el Ramo de Aguas se incluyó la facultad de captar de nuevo el rio Fucha, pero ese contrato no tuvo efectividad. En el contrato de 1.886 con Don Ramón B. jimeno se transfirieron a éste todos los derechos que tenía la Municipalidad respecto a aguas; el contratista pudo aprovechar el San Francisco, el Arzobispo y el San Agustín, pero fracasó en sus gestiones para utilizar el Fucha quizás por existir entonces una prolongada controversia jurídica sobre el derecho del antiguo Molino de la Hortúa a disponer de estas aguas. Años atrás, en 1.874, un Acuerdo había ordenado trazar un canal para traer a los barrios de Santa Bárbara y la Catedral aguas del mismo rio. Cosa análoga ocurrió en 1.905 al mandar el Gobernador del Distrito Capital estudiar la provisión de aguas a la ciudad con el río San Cristobal; la comisión encargada recomendó una tubería metálica de 4 1/2 kilómetros para llegar al Tanque de Egipto que se habia construido en 1.888, pero la idea nunca llegó a tomar forma. Es interesante anotar que en aquel mismo año el Fucha se estaba usando para varios Molinos ‑como los del Aserrío y el de los Alisos‑ y Quintas ‑las de Ramos y de Nariño‑ sobre su margen derecha, aprovechamientos que todavía subsistian en 1.911. En 1.907 la firma Pearson & Son que había venido estudiando el aprovisionamiento del acueducto de la capital, propuso captar el San Cristóbal bastante arriba, al oriente de la quebrada del Soche, para salir al Alto de Vitelma, es decir siguiendo un derrotero análogo al de la colonial cañería de aquel nombre.
Al asumir de nuevo la Administración Municipal en 1.914 el manejo del acueducto decidió restablecer de inmediato el servicio del Fucha como obra de emergencia. La captación se realizó pocos metros abajo de la entrada a la entonces Fábrica de Municiones, en el sitio de La Maraca, mediante un azud o tambre de piedra y ramas que el río desbarataba en cada creciente. La conducción hacia Las Cruces siguió el camino del antiguo Tranvía de San Cristóbal ‑ya entonces suprimido‑ utilizando piezas de hierro, piedra, cemento y madera, hasta llegar en la carrera 4a. con la calle la. al Alto del Cuchuco, donde se procuraba quitarle al agua sedimentos y arenas antes de que ésta entrara a las tuberías de reparto a presión hacia la ciudad. Dicha conducción, que apenas mereció el nombre de cañería de arrastre, ocasionó periódicos problemas a la nueva administración y constantes interrupciones del servicio.
En 1.923 el Concejo aprobó el plan que se venía examinando desde 1.921 para hacer real la antigua idea de traer las aguas del San Cristóbal al Alto de Vitelma. El respectivo proyecto, elaborado por el Ingeniero Hernando Gómez Tanco, comprendia unos tanques decantadores contra el río en un lugar situado a 160 metros sobre el nivel de la Plaza de Bolívar; una conducción de acero de 1.200 metros de longitud y un tanque terminal de 3.800 metros cúbicos en Vitelma, Las obras que fueron magnas para esa epoca, las dirigió el Ingeniero Luis Lobo Guerrero y se inauguraron, conjuntamente con nuevas tuberías en la ciudad, en 1.925.
Desde entonces estas obras continúan suministrando a Bogotá un promedio de 350 litros por segundo. En Vitelma sus aguas se mezclan con las que desde 1.938 llegan allí del río Tunjuelo y conjuntamente con éstas son filtradas en la Planta de Tratamiento que data de esa misma fecha. La hoya hidrográfica del San Cristobal ‑como la del San Francisco‑ pertenece hoy en su totalidad a la Empresa de Acueducto y está consagrada a conservar sus aguas y su vegetación.
Entre 1.538 y 1.938 Bogotá se sostuvo, en la forma que acaba de describirse, con las aguas de sus cuatro ríos patrimoniales, esto es que corrían dentro de los términos de su jurisdicción. En adelante tendría que recurrir a fuentes lejanas, con soluciones que serían inconcebibles en tiempos de la Colonia y por lo menos utópicas en la República del ochocientos. Apelando primero al Sur por el río Tunjuelo, luego al río Bogotá por el Norte, y ahora mismo al Oriente por los ríos de Chingaza, la capital ha logrado en estos ultimos 40 años mucho más que en los 400 precedentes. El aprovechamiento de estas nuevas fuentes merece también relatarse aunque sea someramente para completar esta narración de las aguas de Bogotá.
El río Tunjuelo
E1 Tunjuelo nace en la laguna de Chisacá, situada al pie del cerro de los Tunjos, al que debe su nombre, que se encuentra a 40 kilómetros al sur de Bogotá y en las primeras estribaciones del Macizo de Sumapaz. Antes de entrar al altiplano Sabanero todo el recorrido del Tunjuelo se efectúa dentro del antiguo Municipio de Usme, y en su tramo más inmediato al centro de la ciudad ‑el del puente de La Tolosa‑ su cauce ya está 50 metros por debajo del nivel de la Plaza de Bolívar.
Estas dos últimas circunstancias impidieron que antes del novecientos se pensara en el Tunjuelo como fuente de abasto para Bogotá. Pero como ya en 1.905 este río quedara dentro del Distrito Capital, se sugirió entonces su captación al pie del poblado de Usme para que en tubería metálica de unos 20 kilómetros de longitud sus aguas llejaran por gravedad al Tanque de Egipto. Poco después la firma Pearson & Son encareció estudiar más a fondo esa solución.
Un cuarto de siglo más tarde, en 1.930, la Comisión del Cabildo encargada de seleccionar un nuevo acueducto para la ciudad, recomendó utilizar el Tunjuelo en el paraje de La Regadera, ubicado unos 8 kilómetros al Sur de Usme y que en elevación supera en 200 metros a Vitelma. En aquel lugar la hoya afluente es de 16.000 Hectáreas y el caudal medio del río de 3.000 litros por segundo pero con estiajes que pueden reducirlo a sólo 150 litros. Para poder contar siquiera con un tercio del caudal medio era imperioso almacenar en un embalse las aguas de invierno.
Las estadísticas hidrológicas eran escasas y la experiencia en embalses casi nula, lo que motivó prolongadas controversias tecnicas. Definido el proyecto y asumida su realización por el Gobierno Nacional, las obras se ejecutaron entre 1.934 y 1.938. Estas comprenden una represa de 30 metros de altura que forma un embalse de 4 millones de metros cúbicos; una conducción de 22 kilómetros que vence numerosos contrafuertes y termina en Vitelma; y aqui en una escultural Planta de filtración que dio a la ciudad por primera vez en su historia una calidad de agua óptima y controlada que se regó por toda el área urbana incluyendo a chapinero. Entre 1.948 y 1.951 se mejoro la regulación del alto Tunjuelo con otro embalse en El Hato, aguas arriba de La Regadera.
Desde hace 40 años el acueducto del Tunjuelo contribuye con un promedio de 1.000 litros por segundo a la demanda de la capital, o sea, con el doble de lo que le aportaban los cuatro ríos tradicionales. En la actualidad con él solo se alcanza a atender los barrios altos sur orientales y centro orientales.
El río Bogotá
Hacia 1.950, después de analizar todos los ríos afluentes del Bogotá, se llegó a la conclusión de que solo él mismo podía satisfacer las necesidades futuras de la capital, a pesar de la turbiedad de sus aguas y de que fuera necesario bombearlas, Buscando los sitios donde, después de respetar las necesidades humanas y agrícolas de la hoya afluente, los sobrantes del río fueran óptimos, se seleccionó el de Tibitoc ‑palabra indígena que significa río procedente del boqueron‑ en el que los proyectos entonces en desarrollo de los embalses del Sisga y del Neusa en sus cabeceras aseguraban la regulación de sus caudales y donde confluye el río de este último nombre.
Tibitoc está situado frente a Zipaquirá, y allí la hoya hidrográfica del Bogotá alcanza 150.000 Hectáreas, contra 425.000 que este río totaliza al término de la Sabana. Su caudal medio es de 12.000 litros por segundo, pero antes de que se construyeran embalses para regularlo, disminuía en los veranos a sólo 2.000 litros. En el lugar de su captación el Bogotá está 60 metros más bajo que el altozano de la Catedral y dista de ésta 45 kilómetros, lejanía y diferencia de nivel que las obras tendrían que vencer.
Iniciadas éstas en 1.953, su primera etapa, con capacidad para 3.000 litros por segundo, se inauguró el 6 de Agosto de 1.959; y su segunda etapa, para llegar hasta 12.000 litros por segundo, entró en operación en Octubre de 1.971. En Tibitoc las aguas del río se bombean a una altura de 90 metros hasta la cima de un cerro adyacente donde está localizada la Planta de filtración; de ésta arrancan dos conducciones, ambas siguiendo la planicie sabanera: la primera, de 1.5 metros de diámetro, entra a la ciudad por Usaquén, con un recorrido de 37 kilómetros; la segunda, de 2 metros de diámetro, se baja a la Avenida Boyacá, contornea por Occidente la ciudad y termina al Sur en un gran tanque al pie de las lomas de Mochuelo, después de una travesía de 60 kilómetros.
La ciudad recibe hoy 9.000 litros por segundo del Río Bogotá, cuyas aguas atienden el 85 por ciento de la demanda total.
Los ríos de los páramos
A1 Oriente y al Sur del rincón bogotano del altiplano se encuentran dos extensos Macizos montañosos, el de Chingaza distante 40 kilómetros y el de Sumapaz alejado 60 kilómetros, ambos parajes despoblados e inhóspitos aunque con alta pluviosidad, cuyos ríos corren hacia otras regiones pero que los recursos tecnicos y financieros del mundo moderno permiten traspasarlos hacia la Sabana mediante túneles. Captando esos ríos a alturas superiores a las de Bogotá para que sus aguas vengan por gravedad, es posible lograr de Chingaza del orden de 20.000 litros por segundo y de Sumapaz 30.000 litros, o sea, entre ambos un caudal doble del que en promedio rinde el río Bogotá al llegar al Salto de Tequendama.
Lo anterior es de por sí una fortuna, un don de la naturaleza en favor de una ciudad de la que se ha dicho estar asentada en un picacho de los Andes. Pero comprende además dos beneficios inigualables. Las aguas de los páramos proceden de regiones que por su clima y su topografía son contraindicadas para asentamientos humanos e industriales, alejando así y casi eliminando la posibilidad de futuras contaminaciones, todo lo contrario de lo que se entrevé para el ámbito del río Bogotá. Y esas mismas aguas paramunas importadas a la Sabana, una vez que hayan cruzado y servido las áreas urbanas, escurrirán hacia las caídas que aquel río tiene del Tequendama hacia abajo y que constituyen un descenso de 1800 metros en solo 40 kilómetros de recorrido, que lo cataloga como imponderable en cualquier lugar del mundo para desarrollos hidroeléctricos.
La primera etapa del aprovechamiento de Chingaza para el acueducto, que rendirá 14.000 litros por segundo y que comprende una represa de 120 metros de altura para formar un embalse de 200 millones de metros cúbicos; una conducción de 40 kilómetros de los cuales 32 en túneles y una Planta de filtración en el vecindario de La Calera, está en construcción y deberá concluirse en 1.980. Y las obras para aprovechar para generación eléctrica ese caudal de agua a su salida de la Sabana, acaban de iniciarse.
El agua con que hace 100 años contaban en verano los bogotanos, aunque clara era escasa; y si bien se acrecía en los inviernos, entonces les llegaba turbia y contaminada. La ciudad no consumia más de 5 a 6 millones de metros cúbicos en un año; aún no existía una red de tuberías a presión y el servicio se prestaba a solo un centenar de piletas y a 325 "pajas" a domicilio.
El suministro de agua filtrada y controlada no lo vino a lograr Bogotá sino al cumplir su IV Centenario, con la inauguración de la Planta de Vitelma. En ese año de 1.938 la ciudad consumió 28 millones de metros cúbicos en atender a 25.000 suscriptores mediante 313 kilómetros de tuberías. En 1.978, cuarenta años más tarde, los usuarios del acueducto pasan de 380.000, conectados a una red de tuberías de 4.300 kilómetros y que consumen 285 millones de metros cúbicos anualmente.
El incremento ha sido asombroso, y sería alarmante el porvenir si no existieran en los páramos adyacentes los recursos hídricos que se han narrado y que le permitirán a la capital quintuplicar mañana su actual abastecimiento de agua.
Ante el conjunto de problemas que su acelerado crecimiento le va creando a la ciudad es consolador saber que el de su futura provisión de agua está despejado.