- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
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- Luis Restrepo. construcciones (2007)
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- Luis Caballero. Homenaje (2007)
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- Cafés de Colombia (2008)
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- Armando Villegas. Homenaje (2008)
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- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
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- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
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- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Las Plazas Coloniales de Bogotá
Texto de: Carlos Martínez Jiménez
El titulo que encabeza este texto quiza sea motivo para que a alguien se le ocurra preguntar ¿cuál Bogotá? Tal inquietud es pertinente porque los 780 barrios de la disparatada aglomeración bogotana, que ocupan actualmente en su centro unas 17.000 hectáreas, segregados por sectores configuran varias ciudades distintas: Distintas por las caracteristicas climáticas, determinadas por microclimas definidos en función de sus regímenes de lluvias y por la desigual altura topográfica de sus ubicaciones. Dispares en razón del irregular acceso a los servicios públicos primordiales o por las distancias a los centros de trabajo, a los de escolaridad, salud y esparcimiento. Disímiles algunas por el origen regional de sus moradores impregnados de gregarismo y con costumbres domésticas y comportamientos colectivos propios. Distintas por la apariencia formal de sus viviendas y edificios como consecuencia de rentas o ingresos diferenciales al tenor de las profesiones, oficios y que haceres. Distintas también porque Bogotá cuenta con sectores en los que predomina el carácter industrial, comercial, histórico e institucional.
Las anotaciones que quedan expuestas dan materia, pues, Para tantas monografías urbano‑arquitectónicas como posibles demarcaciones sectoriales encajen lógicamente en el actual plano de Bogotá. Estudios que, si se les conceden las investigaciones y el espacio que merecen, exceden notablemente el tope espacial aquí asignado a una reseña. Y para este propósito, es decir, el de bosquejar una imagen que comprenda la evolución urbano-arquitectonica de Bogotá, presente está la lección que deparan tres de sus plazas eminentemente históricas y que hoy llevan los nombres de Bolívar, Santander y San Victorino.
La plaza, como lugar de congregación en el plano o traza de las ciudades fundadas en Indias, fue el aporte más notable de la urbanística imperial de España. Tal atributo se magnifica en estas plazas de legítima raigambre colonial, que la antigua Santafé legara a Bogota.
A través de los ya largos cuatro siglos que miden su pasado se destacan esas plazas como testijos de acontecimientos patrios, los más significativos y entrañables. Se desempeñaron atendiendo las matizadas expresiones del ágora, el forum y el teatro. En sus suelos figuró el mercado público en determinados días de la semana. Comerciantes y mercaderes las eligieron para instalar en sus marcos el almacén de ultramarinos, los bazares de fruslerías, los baratillos surtidos de artesanías vernáculas, las chicherías, el comedor, la posada y hotel de los viajeros, servicios que alternaban con los talleres donde lucían sus actividades los sastres, los zapateros, los talabarteros o con los despachos del boticario, el escribano público y el leguleyo.
En el trajín de las especulaciones en bienes raices fueron estos centros polos de atracción en torno a los cuales prosperó el desarrollo espacial con los consiguientes factores de valorización o plus valías.
Para sucesos revestidos de teatralidad fue propicio al ámbito de estas plazas. En ellas tuvieron cabida las pompas civiles, militares y religiosas más concurridas, o se adaptaron como circos de toros o como escenarios para acrobacias y torneos. En ocasiones fueron banquillos de castigos y tormentos o patíbulos donde se pagaban con la vida los entrañables y legitimos anhelos de libertad.
En el plano comunal desempeñaron estas plazas un papel preponderante. Nacer o vivir en su recuadro era señal de riqueza, de alcurnia, de restancia. Pero esta barrera divisoria le los estamentos sociales aflojaba su tensión en los días de mercado o en las fechas señaladas para las festividades santas o de mero esparcimiento colectivo; en esas ocasiones los vecinos se apretujaban, se confundían, nivelaban sus categorías sociales y el ámbito de las plazas se transformaba súbitamente en aula magna de la democracia.
Como auxiliares urbanísticos fueron estos espacios abiertos preciosos componentes de la planimetría urbana de Santafé. En su tiempo se portaron supliendo la falta de jardines y parques públicos para solaz de grandes y chicos. Por la magnitud de sus áreas presentaban al viandante un urbanorama enmarcado entonces como hoy por obras arquitectónicas que testimonian la evolución de los estilos. En la historia de las empresas que abocaron su ornato o su renovación está la huella que cada generación pretendió dejar como constancia de su paso por la ciudad. Unas con obras de utilidad o aderezo, como las primeras pilas o fuentes públicas, las primeras estatuas en bronce para honra y prez de los grandes hombres, y los primeros jardines que luciera la ciudad, obras éstas que enaltecen el arte cívico. Otras adelantadas con intención de acertar llegaron tocadas de novelería o afectadas de incapacidad estética. Desde su amanecer en la historia urbana de nuestra ciudad adquirieron estos lugares la impronta que ni los estragos del tiempo ni los afanes de modernidad han logrado borrar por completo. Aún subsiste en la plaza de San Francisco, primeramente llamada de La Yerba y hoy de Santander, la presencia de los muros sagrados de la colonial ciudadela franciscana.
San Victorino, de tan escaso renombre en el Santoral, destacó su nombre, por azares de la suerte, en la modesta iglesia consagrada a su gloria, levantada a extramuros de la naciente Santafé. El templo sacudido por un temblor desapareció, más no así la plaza contigua que aún perdura con el nombre de San Victorino.
La plaza Mayor, denominada luego de la Constitución y al presente consagrada a Bolívar, se aderezó desde su origen con las más excelsas funciones. Aún perduran allí la representación de la jerarquía eclesiástica, las sedes de los altos poderes del Estado y las del gobierno municipal. Como corazón de la ciudad fue y será esta plaza su centro cívico por excelencia.
En estricto orden cronólogico le corresponde el mérito de primera, en antigüedad, a la plaza de Santander. Para sustentar esta afirmación se consignan como testimonios irrefutables los siguientes acaeceres históricos que confirman su privilegio.
Hacia el mes de junio de 1538 ideó Jiménez de Quesada una mejor posición para su tropa, que entonces ocupaba el pueblo de Bacatá, hoy Funza, a la vez que aprestaba su pronto regreso a España. "Estando, pues, ya resuelto en estas determinaciones ‑escribe Simón‑ las tuvo también de no ejercerlas hasta dejar asentada y poblada alguna ranchería, a modo de pueblo, para que el pueblo de Bogotá (o Bacatá) se le dejase libre a los indios, que andaban fuera de sus casas por tenérselas ocupadas los soldados".
Con tal intención confió Quesada a dos expediciones la misión de elegir un sitio naturalmente amparado porque Bacatá, a pesar de las facilidades de alojamiento, no era lugar apropiado para asentar la tropa. Su posición, escueta en la planicie, dificultaba la defensa en el caso de que los naturales tomaran represalias. Se hacía indispensable un lugar con particularidades que suplieran la carencia de caballos y pertrechos, de los que ya prácticamente no se disponía. La comisión confiada al capitán Pedro Fernández de Valenzuela se encaminó hacia los cerros y allí, en la ladera del actual cerro de Guadalupe, encontró un caserío llamado Teusaquillo. Y como observó que reunía condiciones estratégicas y estaba provisto de agua, leña y buenas tierras para huertas y jardines, regresó con un informe favorale.
Teusaquillo contaba con el privilegio de ser en ciertos períodos del año el asiento de esparcimiento del Zipa, asistido de su corte integrada por un centenar de mujeres y del natural séquito de servidores.
Quesada, informado de estos pormenores, aceptó sin reparos la insinuación de Fernandez de Valenzuela, y sin más formalidades quedó elegida la sede del ejército mientras él viajaba a España, de la que esperaba regresar pronto.
Para concretar la posesión ordenó que en Teusaquillo se levantaran, para complementar las viviendas existentes, doce chozas pajizas, empresa que se confió a un grupo de indios traídos expresamente de Guatavita.
Fueron pues, consideraciones eminentemente estratégicas, primordialmente defensivas, porque aquel lugar era, según el cronista Aguado, "el más corroborado y fortalecido para la defensa de los españoles y conservación de los que en la tierra quedasen... y tenían necesidad de residir en el lugar acomodado para resistir la furia de los indios, si en algún tiempo se rebelasen; y es este sitio un poco alto y algo escombrado y raso, y que de lo alto de la sierra no les podían ofender los indios, ni en ninguna manera se podían aprovechar en él contra los españoles".
"Hechas las casas y ranchería ‑añade Aguado‑ el General se mudó a ellas y allí fundó su pueblo". Coincide esta afirmación con la de Simón, atrás transcrita, según la cual Quesada expresó la intención de dejar, antes de viajar a España, “asentada y poblada una ranchería a modo de pueblo”. De testimonios tan valiosos se deduce con entera claridad que el General instaló en aquella ranchería, la milicia que lo acompañaba, suceso que tuvo lugar el 6 de agosto de 1538 según los mismos cronistas, y aceptado posteriormente como fecha de la fundación de Santafé.
Para los primeros vecinos debió ser el de agosto una fecha de recuerdo imperecedero. En ese día habían asistido a la exaltáción de la hazaña, que con su apoyo militar había ensanchado la geografía colonial de España hasta el recóndito país de los chibchas; recordarían que en tal ocasión consagrada a La Transfiguración o festejo magno entonces en el mundo cristiano, exaltó Quesada el territorio por él descubierto con el título de Nuevo Reino de Granada y que en nombre del emperador Carlos V lo anexó, como nueva colonia a la Corona española. No olvidaban que estos acontecimientos tan entrañables se habían solemnizado con la histórica misa oficiada por fray Domingo de las Casas, capellán del ejército.
De esta santa celebración, catalogada como primera en el Nuevo Reino, se ocupa el historiador Groot, docto investigador que en consulta permanente tuvo el archivo eclesiástico, y al respecto consignó en su Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada el siguiente texto: "Advirtió a Quesada el padre Las Casas que era preciso erigir un templo al Señor para celebrar aquellas ceremon las con el santo oficio de la misa. Convino en ello el General, y puso mano a la obra, edificando una ermita cubierta de paJa, que como el establo de Belén, debia recibir bajo su humilde techo al Rey de los Reyes en ei reino de los Zipas de Bogotá". Destaca luego el Sr. Groot, en nota complementaria, las siguientes líneas en las que subraya la palabra humilladero, sinónimo de ermita. "El pequeño templo de El Humilladero era el más antiguo y más célebre de Santafé de Bogotá, por haberse celebrado en él la primera misa. Este templo, reedificado luego con ladrillo y teja. es el que se hallaba en la plazuela de San Francisco con el nombre de El Humilladero ".
En apoyo al testimonio del Sr. Groot acuden otros textos igualmente incontrovertibles suscritos por historiadores eminentes. Entre esos: Fray Pedro Pablo de Villamor, cronista de Santafé, su ciudad natal, y al respecto escribió:
"Es tradición que en la plazuela de San Francisco se dijo la primera misa solemne de la conquista". De Basilio Vicente de Oviedo, historiador muy autorizado, son las líneas siguientes: "El primer templo de Santafé fue una ermita de paja de doce pies de largo y ocho de ancho, allí mismo donde hoy ‑1763, fecha en que escribía‑ permanece por memoria otra capillita a este modo que llaman Humilladero". Añade a continuación: "El Humilladero que tenemos dicho está en la plazuela e San Francisco por memoria donde se celebró la primera misa".
Con las citas de autores tan respetables y fielmente transcritas se exarita la certeza histórica, sin que quepan réplicas respecto a la existencia del Humilladero, levantado el 6 de agosto de 1538 con el exclusivo proposito de celebrar allí la misa, acontecimiento histórico que coloca ese templo como el primer centro de oración en el historial de Santafé.
Algunos autores, con el equivocado propósito de sustentar la precedencia historica, primacía y razón de ubicación de la actual Catedral, niegan la preexistencia del Humilladero. Sostienen que se levantó en fecha posterior a la de la fundación de Santafé. Y por tanto agregan, atenidos a su particular discernimiento, que la celebración de aquella misa histórica tuvo lugar en el piso mismo de la actual Catedral. Interviene en contra a esas afirmaciones la claridad meridiana de los textos transcritos, según los cuales en ese 6 de agosto de 1538 no se demarcó ni asigno el solar que más tarde ocupó el templo primado, ni en tal día se asentaron alineamientos para el cauce de las calles ni en el terreno se deslindó el área de una plaza.
El llumilladero, en acatamiento a estrictas normas que prohibían oficiar actos sacramentales en los ámbitos castrenses, se ubicó a cierta distancia de Teusaquillo o sede militar de las tropas de Quesada. Se sabe ciertamente que ocupó la esquina norte‑occ idental de la actual plaza de Santander, al frente, calle por medio, del edificio AVIANCA. Por los grabados más antiguos que se conservan se infiere que originalmente orientó su fachada y acceso hacia el sur, es decir hacia la vega allí formaba entonces el río Vicachá, posteteriormente río San Francisco. Pero la capacidad de su nave no daba cabida a los asistentes, circunstancia que estimuló la celebración de ceremonias campales cada vez más concurridas. A modo de necesidad imprescindible surgió allí espontáneamente un atrio o nave a cielo abierto. Ocupó esta desde entonces el piso que por fuerza del fervor religioso habría de convertirse en area comunal o, en términos cronológicos, en la primera plaza pública en la historia de Santafé.
Tales son los derechos inalienables de primogenitura urbana que le corresponden a este recinto, hoy consagrado a la memoria del General Santanler.
La plaza Mayor, hay de Bolívar, adquirió su jerarquia por derecho de fuadación con formalidades legales, nueve meses después de los acontecimientos que quedan transcritos. Es decir, que su inicio como plaza revestida de protocolos urbanos se cuenta como se verá luego a partir de la real y única fundación de Santafé.
Vale aclarar nuevamente que el tan traído 6 de agosto de 1538 no corresponde a la fundación de Santafé sino a la instalación del ejército de Quesada en una ranchería, según las afirmaciones atrás expuestas. Y vale aclarar también que entre asentar una ranchería y fundar una ciudad existen notables diferencias. Las rancherías eran, según el Derecho Indiano, establecimientos ocasionales de carácter transitorio, sin estampa urbana y sin autoridad civil, y como tales ocupaban el último lugar en el escalafón de los asentamientos erigidos por los conquistadores. Las ciudades como entidades representativas de la potestad real exigían en el momento de su fundación requisitos que en aquel día no se cumplieron. Entre otros: el diseño de la traza o plano con sus calles, plaza, manzanas, y éstas parceladas en solares en número proporcionado al de los primeros pobladores o vecinos; imprescindible era a la vez el cumplimiento de normas legales, vigentes en España y en sus dominios, consistentes en la elección y posesión de las autoridades depositarias del poder civil. Confirman esta aseveración los siguientes textos de Castellanos y del mismo Simón. Escribió el primero que “El General Jiménez de Quesada, no hizo de Cabildo ‑ nombramiento, ni puso más justicia que a su hermano” . Afirmación que ratificó el segundo así: "No nombró entonces el General Quesada, Justicia (alcaldes), ni regimiento (regidores), horca ni cuchillo, ni las demás cosas importantes al gobierno de una ciudad". Y sin Cabildo no podía una fundación figurar con la distinción de ciudad. Tales eran las normas estrictas incrustadas como código inviolable en la empresa urbanizadora. De ese modo se dotó a la Conquista de cierta sabiduría civil y por eso los cabildos fueron para España pilares robustos en el andamiaje de su política imperial. Otra cosa son los lugares comunes que, sustentados bajo el principio de autoridad, se imprimen en los textos escolares y que, a fuerza de repetirlos, se hacen dogmas sin que nadie se preocupe por indagar su fundamento histórico.
Otra aclaración importante se relaciona con la ubicación de Teusaquillo. Si se acepta que Jiménez de Quesada fundó allí la ciudad de Santafé es forzoso convenir que en ese lugar se demarcó el cuadrángulo de la plaza Mayor como centro de la planimetría urbana. Esta hipótesis no tiene sentido ante la realidad que se deriva de las peculiaridades topográficas que los historiadores le asignan a ese lugar.
A favor de la posición de Teusaquillo, a extramuros de Santafé, existen los testimonios de Aguado, que quedaron anotados, y el del cronista Simón, quien hacia 1620 escribió: "Los españoles se instalaron en una aldea llamada Teusaquillo que hoy permanece". Si permanecía en aque año no podía estar en el recinto urbano ocupado por la población española que entonces era de 3.000 almas.
Queda claro, con base en información tan explícita, que Teusaquillo ocupaba la parte alta de la ciudad. Añade Piedrahita, quien escribió 56 años después de Simón, que "en lo más elevado de la ciudad hay un lugar que llaman "Pueblo Viejo". Esta denominación se aplicaba en el pasado al emplazamiento de una fundación asentada por los españoles, y luego mudada a otro lugar. Y en la nomenclatura urbana de Santafé figuró la calle de Pueblo Viejo, de la que el historiador Moisés de la Rosa en su libro las Calles de Santafé informa: "Venía a quedar en la actual calle 14 entre carreras 2a. y 3a.". Y agrega: "El origen de su nombre ‑Pueblo Viejo‑ se debió indudablemente al antiguo pueblo que menciona Piedrahita. Vale añadir que hacia 1883 uno de los redactores del Papel Periódico Ilustrado consignó al respecto los renglones que siguen: "E1 Valle de los Alcázares estaba coronado al oriente por el renombrado Teusaquillo que se alzaba un poco más abajo del Boquerón que da paso al río San Francisco.
Si se visita el sector es fácil ubicar en el actual plano de Bogotá el sitio que ocupó el caserio de Teusaquillo llamado luego Pueblo Viejo. Aún permanece en el cruce de la calle 13 con la carrera 2a., esquina norte, una plazoleta conocida con el nombre de Chorro de Quevedo; sus flancos notoriamente pendientes y su posición prominente permiten observar la amplitud del panorama sabanero que enmarca la ciudad. Tal conjunto de requisitos naturales e históricos sustentan la certeza de que ese fue el lugar elegido, para instalar el asiento militar, mientras Quesada viajaba a España.
Difícil queda, pues, entender la elección de Teusaquillo, lugar tan restrinido en áreas planas, para asentar allí la traza o plano de Santafé con calles rectas, manzanas cuadrangulares y en el centro de éstas la espaciosa plaza mayor.
Sobre el año, mes y día que con certeza histórica corresponden como fecha única de la fundación de Santafé existen las siguientes constancias dignas de entero crédito:
En cuanto al año hay que atenerse al testimonio de jiménez de Quesada, cronista de sus propias hazañas. Este testigo magno en su obra Epítome, con la autoridad que a este relato nadie hasta ahora le ha negado, de su puño y letra, y como actor y espectador consignó el siguiente texto:
"Digo que se gastó la mayor parte del año de 38 en acabar de sujetar y pacificar el Reino. Lo cual acabado, emprendió luego en poblarlo de españoles y edificó luego tres ciudades principales. La una en la provincia de Bogota, y llamóla Santafé; la otra llamóla Tunja, del mismo nombre de la tierra; la otra llamó Vélez, que es a la entrada del Nuevo Reino, por donde con su gente había entrado. Ya era entrado el año de 39 cuando todo esto se acabó".
Esta afirmación del fundador no acepta réplica, porque no tiene sentido suponer que en esta su propia relación de servicios omitiera voluntariamente la fundación que el año de 38 se le atribuye. Si ese acontecimiento urbano hubiera culminado fácil le habría sido confirmarlo con solo añadir tres palabras a su texto, el cual habría quedado así: se gastó la mayor parte del año de 38 en fundar una ciudad y en acabar de sujetar y pacificar el Reino.
Los cronistas no concuerdan en el día en que tuvo lugar la fundación de Santafé, pero coinciden en que este notable suceso culminó en el mes de abril. "A los primeros de abril de mil quinientos treinta y nueve" es la constancia dejada por Castellanos, Simón y Piedrahita. Flórez de Ocáriz a su vez afirma que esa fundación se efectuó "con solemnidad de posesión y los otros actos jurídicos que se acostumbran hacer en principios de abril de mil quinientos treinta y nueve". Gómez Restrepo y otros historiadores modernos señalan el 29 de abril de ese año, Las anteriores atestaciones fijan palmariamente el año y el mes correspondientes al advenimiento de la ciudad capital de] Nuevo Reino.
Resta por fijar con entera exactitud el día del mes de abril de ese año como dato indispensable para la apertura del calendario histórico de Bogotá. Para el caso existe el testimonio, rescatado recientemente en el Archivo de Sevilla por el historiador Juan Friede, suscrito por el capitán Honorato Vicente Bernal de la milicia de Federmán y testigo presencial de la finidación. Sostiene Bernal, en oficio firmado por él el 27 de julio de 1545, que "se fundó esta ciudad de Santafé a veintisiete de abril de 1539, y se nombró alcaldes y regidores de ella". Tan explícita declaración de testigo tan prestante permite concluir, mediante el ajuste al calendario moderno, que el domingo 27 de abril de 1539 es la legítima y única fecha en que tuvo lugar la fundación de Santafé de Bogotá.
A modo de aportes coadyuvantes a lo hasta aquí expuesto se transcriben las citas que refrendan las acciones pertinentes a la fundación de Santafé consignadas en los textos de Castellanos y Simón. Relatan estos autores los pactos que Quesada concertó con Federmán y Belalcázar en ciertos días de marzo y abril de 1539. Mencionan que Belalcázar, con la autoridad que le confería su experiencia de avezado colonizador, alentó a Quesada a fundar ciudades. Aseveran que tales insinuaciones fueron aceptadas y de inmediato procedió el General a la fundación de Santafé, cuyos pormenores los describe Castellanos así: "Pero considerado por Jiménez /cuanto le importaba poner mano / en obra que tuviese fundamento/... en el de Santafé con fijeza/ iglesia, plaza, con los requisitos que parecían ser más convenientes / a la ciudad metrópoli y Cabeza /... Nombrados pues, cabildo y regimiento, / los nuevos moradores comenzaron / casas con más zanjado fundamento.
Es importante destacar que en el texto anterior se menciona por vez primera la demarcación de calles y plaza, la de los solares de los vecinos y la de la Iglesia, o sea la materialización de la imagen urbanística, primera que tuvo Santafé.
En su turno Simón con igual interés descriptivo señala los acaeceres de ese 27 de abril de 1539 y al respecto escribió:
“Pareció al Jiménez poner luego manos a la obra en esta ciudad de Santa fé, porque aún no tenía, como hemos dicho, más que doce bohíos en forma de ranchería, y así comenzándosela a dar de ciudad, se fueron luego señalando calles, plaza, solares, dándole el mejor en la mejor parte de ella a la iglesia, que es el que ahora tiene".
Hay que aceptar que estas aseveraciones son constancias ciertas de lo que sus autores indagaron cuando aún se tenía memoria fresca de lo ocurrido "ya entrado el año de 39", precisamente el 27 de abril del mismo. Cualquier intento encaminado a presentar interpretaciones contrarias a la fidelidad cronológica aquí puntualmente transcrita equivale a porfiar en vanos alardes de imaginación.
Y con lo expuesto aparece despejada la tarjeta de identidad o acta de nacimiento correspondiente a la plaza Mayor, actualmente distinguida como plaza de Bolívar.
La plaza de San Victorino, en la trilogia de las plazas santafereñas, aparece al promediar la segunda mitad del siglo XVI. Fue y es, de las tres, la de menor categoría como componente urbano, y su historial no destaca tantos acontecimientos significativos como sus predecesoras. Al surgir como área cívica ocupó el terreno que antes era anegable por las continuas crecientes del río San Francisco que allí se explayaban, cubriéndolo con detritos animales y vegetales y espesos mantos de lodo. Algunos arreglos encaminados a encauzar el río y su posición como escala obligada de las entradas y salidas del camino a Honda, estimularon en su contorno un paulatino desarrollo urbano aunque a extramuros de la ciudad de entonces.
Hacia el año de 1578 Dn. Francisco Hernán Sánchez, terrateniente y hombre de empresas, decidió urbanizar las extensas arcas que recuperadas de la influencia del rio allí poseia. La actividad urbanizadora estaba en vigencia en aquel tiempo en Santafé. De ese negocio se ocupaban a la vez Lope de Céspedes y Cristóbal Bernal, promotores de los barrios de Santa Bárbara y Las Nieves, respectivamente. La especulación con tierras suburbanas ha requerido siempre en nuestro medio de la inmediata construcción de una iglesia. Y Dn. Francisco Hernán Sánchez atenido a este lema, tan favorable a sus propósitos, inició en aquel año la erección de un modesto templo en uno de sus predios y a la vez, en alarde de generosidad, cedió para plaza el área frontera al mismo. La construcción de aquel centro de oración fue lenta porque cortas y paulatinas fueron las contribuciones y limosnas del piadoso pero pobre vecindario.
Una vez que la recatada iglesita cubierta de paja quedó terminada se glosó su anonimato. Es decir que carecía de una divinidad protectora. Se acudió en consecuencia a elegir el nombre de un Santo a quien consagrarla y que a la vez actuara como abogado contra los hielos que frecuentemente arruinaban trigales, maíces y sementeras. Para el caso Juntáronse los canónigos en la Catedral y echaron en un vaso cédulas con los nombres de algunos Santos. El niño encargado de sacar las boletas sacó la marcada con el nombre de San Victorino. Como éste no figuraba en el Breviario reincorporaron al vaso la papeleta. Y como el niño sacara por segunda y tercera vez del vaso revuelto el nombre de San Victorino se entendió "que era voluntad de Dios que entre sus santos se aceptara a San Victorino". Bajo este patrocinio se consagró la iglesia, “la que en el año de 1598 ‑escribe Flórez de Ocáriz‑ por septiembre, se erigió parroquial", asignandole parte de la feligresía de 1as Nieves.
La exposición abreviada que queda expuesta señala el origen, ubicación y nombre del Santo Patrón, de la plaza de San Victorino.
Asentado el origen de las tres plazas cabe agregar a su historia, así sea en síntesis, la siguiente secuencia cronológica de los acontecimientos que en ellas tuvieron su escenario.
Funciones cívicas y evolucion arquitectonica
POSICION DE LA PLAZA MAYOR EN LA FECHA DE SU DEMARCACION
Sobre bases ciertas, relacionadas con el reparto de solares entre los primeros pobladores de Santanfé, y con informes fidedignos sobre la posterior apertura de calles, diseñó el autor de este estudio el plano o traza que aquí se presenta, correspondiente a la fecha en que se demarcaron en el terreno las calles, manzanas y plaza, es decir, al 27 de abril de 1539, fecha de la real fundación de Santafé.
Sobresale en este plano la ubicación del cuadrángulo que luego se llamó plaza Mayor, en el centro de la planimetría integrada por 35 manzanas.
Incluye este plano, a la misma escala, la posición de Teusaquillo y con su consiguiente desarrollo urbano la plaza de La Yerba, hoy plaza de San Francisco.
Lectura del plano‑
1, Pie de monte de Guadalupe; 2, pie de monte de Monserrate; 3, río Vicachá y posteriormente río San Francisco; 4, Teusaquillo; 5, río que posteriormente se llamo de San Agustín; 6, solar destinado a la iglesia; 7, plaza que luego se llamó Mayor; a partir de 1550: 8, convento de los dominicos; 9, casa de los Quesadas; 10, plaza de San Francisco, 11, convento de San Francisco.
REPARTO DE SOLARES EN LA
PLAZA DE MERCADO
POSTERIORMENTE PLAZA DE SAN
FRANCISCO, HOY DE SANTANDER
Este reparto de solares se basa en el plano estudiado por don Daniel Ortega Ricaurte para el año de 1543, y tiene la siguiente lectura: 1, Juan Muñoz de Collantes; 2, Francisco de Mestanza; 3, González de la Peña; 4, Juan Guemez; 5, Juan Puelles; 6, Hernán Pérez de Quesada y su hermano don Gonzalo, el fundador de Santafé; 7, Juan de Moscoso; 8, Andrés Vásquez de Molina y 9, el Humilladero. La línea continua corresponde a los primeros alineamientos y la de puntos, a la forma que tuvo la plaza hace unos 50 años.
POSICION DE LAS PLAZAS
COLONIALES EN EL RECINTO
URBANO A FINALES DEL
MANDATO ESPAÑOL
Esta copia del plano de Santafé, levantado en 1797 por Carlos Francisco Cabrer, señala la posición equilibrada que, en relación al desarrollo espacial de la ciudad, ocupaban las tres plazas materia de este estudio. Puede observarse que sus áreas aún se destacan entre las 188 manzanas urbanizadas, para una población que entonces se aproximaba a los 21.000 habitantes.
LECTURA DEL PLANO.‑ A, Catedral; B. San Carlos; C. La Enseñanza; D, Monasterio del Carmen; E. La Candelaria (convento); F, Monasterio de Santa Clara; G. Casa Episcopal; H. Monasterio; I. Capilla de las Cruces; J. Santa Bárbara; K. San Agustín; L. Santo Domingo; M. San Francisco; N. La Tercera; 0. El Hospicio; P. Las Nieves; Q. San Diego (convento); R. Capuchina; S. Parroquia Sn. Victorino; T. Hospital Sn. Juan de Dios; V. Las Aguas; W. Monasterio; X Palacio.
Plaza de Santander
Esta fotografía es el aspecto que hacia 1862 mostraba la plaza ocupada por el mercado público. Destaca la categoría arquitectonica del Humilladero, algunos años antes de la demolición ordenada por el Congreso de la República.
El Humilladoero
Corresponde este grabado de Benjamín Heredia, publicado en el Papel Periódico Ilustrado, al aspecto que presentaba el Humilladero, antes de la ampliación y que pueden observarse en el grabado que en otro lugar se incluye, para ilustrar el escenario que presentaba la plaza de San Francisco como área de mercado público.
Costado Norte
Don Pedro María Ibáñez escribe que en 1572 el costado norte de la plaza de San Francisco "apenas contaba con tres casas particulares" correspondientes al primer reparto de solares (ver plano). El capitán Melchor Valdez inició, hacia 1553, en los solares que compró a Juan Guémez y Juan Puellez, hoy ocupados por el edificio Avianca, la construccion de unas casas, obra que le motivó un pleito con la cofradía de La Veracruz. Alegó ésta que Valdez había avanzado el alineamiento, afirmación que al ser verificada por el medidor de tierras, fue base para el fallo del 30 de julio de 1555 a favor de la Cofradía. Valdez, para no perder las obras, trasó el diferendo entregando una ternera, convenio que resultó adverso a los cofrades, pues tuvieron éstos que ceder una zona de 5 pies para conformar el ancho de la calle (actual calle 16, entre carreras 6a. y 7a.) y así perdió el solar que Alonso Luis de Lugo le había asignado, en 1544, a La Veracruz, en la plaza.
La casa que ocupó la esquina occidental fue del general Francisco de Paula Santander y allí murió el 6 de mayo de 1840, suceso que se rememoró el 7 de agosto de 1903, con la colocación de una placa en el muro exterior del costado norte. Posteriormente, fue ocupada por instituciones diversas, entre esas la primera sede de la dirección y talleres del periódico "El Tiempo", fundado el 30 de enero de 1911. Hacia 1924 se inició aquí la construcción del Hotel Regina, edificio que el 9 de abril de 1948 desapareció, arruinado por un incendio.
La casa del extremo oriental, donde actualmente se encuentran el edificio de La Nacional de Seguros y el Teatro Lido, se afirma que perteneció a Jiménez de Quesada. Esta versión puede ser cierta, pero a partir de 1551, al instalarse el Mariscal en Santafé, después de regresar de España. Don Luis Galvis Madero afirma que en 1558 "habitó en ella Jiménez de Quesada".
Hay que recordar que el reparto de solares en esta parte fue sin la intervención de Quesada. Varias coincidencias permiten dar por cierto que el solar y primera casa pertenecieron, originalmente, a Hernán Pérez de Quesada, hermano de Don Gonzalo, particularidad que insinuó el nombre de Casa de los Quesadas. La magnitud del solar y el amplio frente de la misma incitaron, tras posteriores subdivisiones, la acomodación de varias residencias. Una de éstas, la del solar que ocupa la Nacional de Seguros, fue víctima de la violencia politica, desatada el 3 de septiembre de 1952, que por ser la Casa Liberal, o sede de la dirección de este Partido, fue incendiada en esa fecha.
GRABADO I.‑ Hasta bien entrado el siglo XX figuró esta casa en la esquina ue la carrera 7a. con calle 16 o esquina del costado norte de la plaza de Santander. Por la amplitud del solar, liolgura y número de sus habitaciones, fue sede de varias instituciones‑ Cedió su solar para levantar el Hotel Regina.
GRABADO II.‑ Con planos traídos de Alemania se construyó y dio al servicio en 1926 el Hotel Regina que representa este grabado. El proyecto original incluía cuatro plantas y mansarda, pero una vez iniciada la obra se estimó que dos plantas eran suficientes para atender al corto número de viajeros que entonces llegaban a Bogotá.
No escapó el Regina a los incendios del 9 de abril de 1948 y el que lo atacó, lo redujo a cenizas.
Este edificio de La Nacional de Seguros, empresa especializada en seguros de vida, se adelantó mediante el concurso privado ‑planos y ejecución de la obra‑ asignado a Obregón y Valenzuela firma de arquitectos con sede en Bogotá.
La Nacional de Seguros fundada en 1952 ocupó entonces la casa contígua a la iglesia de La Tercera, con frente a la carrera 7a., y en el mes de agosto de 1957, ocupó y abrió sus despachos al público en este edificio, que es su sede actual.
Remata este costado norte, taponando la carrera 6a., el teatro Lido, inaugurado en 1954 para exhibir películas.
La casa de dos plantas que se ve en este grabado, construida en la primera década de este siglo XX, fue demolida para agregar su solar al que antes ocupó el Hotel Regina y, asi, en un area total de 3.017, 46 M2 Se dio asiento, al Edificio AVIANCA.
Edificio Avianca
AVIANCA S.A., con el ánimo de instalar sus despachos más representativos en un edificio moderno decidió elegir, por medio de un concurso privado, el proyecto que desempeñara su objetivo y que, a la vez, fuera una expresión de su prestigio. Se presentaron cinco proyectos, estudiados por los más renombrados arquitectos bogotanos. El jurado, formado por los arquitectos Aarne Ervi, finlandés, Jorge Arango y Eduardo Mejía Tapia, colombianos, y por don Juan Pablo Ortega, como presidente de la Empresa, y Manuel Pardo, como directivo de la misma, eligió el proyecto. El fallo, hecho público el 21 de septiembre de 1963, dio a conocer los nombres de los autores del diseño, así: Arquitecto Germán Samper en representación de la firma Esguerra Sáenz, Urdaneta, Samper, y arquitectos José Prieto Hurtado y Manuel Carrizosa, en nombre de la firma Ricaurte, Carrizosa, Prieto. Actuó como coordinador del concurso el arquitecto Eduardo Pombo.
Las controversias públicas que suscitó el proyecto elegido, y la oposición que, inicialmente, tuvo la aprobación municipal de los planos, retardaron la iniciación de la obra. Finalmente, las firmas proyectistas‑contratistas, con la colaboración del ingeniero Domenico autor del diseño estructural, entregaron, en el mes de diciembre de 1969, este edificio listo para ser ocupado.
Hacia 1958 la Plaza de Santander, recientemente remodelada entonces, presentaba este despejado aspecto. Obsérvense en el costado oriental las edificacioncs que luego cedieron su piso para levantar el Museo del Oro y el Banco Central Hipotecario. Del proyecto de remodelación es autor el arquitecto Alvaro Sáenz Camacho de la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Samper ejecutora de la obra.
Costado Oriental
Originalmente, según el plano de loteo que se publica en otro lugar, figuraron en este costado tres solares. En el de la esquina norte levantó Juan Moscoso una sencilla vivienda, la cual, sin estar terminada, fue cedida a los padres dominicos, quienes en 1550 establecieron en ella su primer convento, bajo la divisa de Nuestra Señora del Rosario, claustro que ocho años después se trasladó a la 2a. Calle Real del Comercio. Tiene este inicio conventual el mérito de primer taller de fundición en Santafé, con la primera campana que tañó en esta ciudad, fundida por Fray Lope de Acuña. También, el de la primera sala para representaciones teatrales, empresa transitoria explotada hacia 1578 por dos españoles andariegos.
E1 solar que fue de Andrés Vásquez de Molina, se subdividió para levantar viviendas que no dejaron referencias históricas.
De Don Daniel Ortega Ricaurte es el siguiente texto: "A mediados del siglo XVIII ya estaba construido todo el lado oriental de la plaza y entre las casas históricas sobresale una: la que fue del Precursor don Antonio Nariño, cerca de la Ronda del Río, casa espaciosa de dos pisos que compró al regidor don Jose Antonio de Ugarte. . . Las piezas bajas servían de depósito de mercaderías y de frutos del país listos para ser exportados". En el solar correspondiente a esta casa se encuentra el edificio sede dél Jockey Club de Bogotá.
De reciente construcción son los tres edificios que actualmente ocupan, al parecer, los tres solares que existieron poco después de fundada Santafé. Corresponden a tres instituciones representativas del adelanto cultural, económico y social de la ciudad. En la esquina norte se encuentra el Museo del Oro, construido por la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Samper, con planos de Germán Samper, socio de la misma, e inaugurado en el mes de abril de 1968. En posición central, se destaca el Banco Central Hipotecario, cuya construcción estuvo a cargo de la misma firma, con planos del mismo arquitecto. El diseño correspondiente fue elegido mediante un concurso privado. La obra se inició en 1963 y en 1967 instaló allí el Banco la sede de su vasta organización. Con planos de Pablo Rocha y Julio Santander se construyó y dio al servicio, en 1937, la sede del Jockey Club de Bogotá, centro social muy exclusivo.
Con el nombre del Círculo de Comercio se fundó, en 1888, en el costado norte de la plaza de Bolívar, el centro social que luego, al instalarse en el edificio de La Botella de Oro, situado donde hoy está el Palacio Arzobispal, tomó el nombre de Jockey Club.
En 1936, adquirió esta institución la casa‑solar que ocupa el actual edificio.
Costado Sur
En 1572, conforme al Acuerdo firmado en ese año por el Dr. Venero de Leiva que en otro lugar de este escrito se menciona, era propietario del solar que ocupa el Banco de la República, el capitan Muñoz de Collantes. El solar, lindó siempre al sur con la ronda del río o área "non edificandi", condición que, con la canalización del río, se transformó en propiedad municipal, contra la cual adosó sus muros posteriores el hotel Granada.
La construcción de las primeras casas fue tardía. Se sabe que en 1618 concedió el Cabildo autorización a la señora Jerónima de Bastida, para que edificara allí su casa. Otras construcciones se alinearon posteriormente, y en la que hacía esquina con el camino a Tunja se estableció la “Casa del Mesón” o primer hotel que tuvo Santafé. Esta casa fue demolida por orden del Virrey Solís, para en su lugar levantar la Fábrica de Aguardientes; la obra, inaugurada en 1759, se amplió bajo el gobierno de Messía de la Zerda, para incorporarle la administración del tabaco y otros despachos. Perdió, en 1780, el carácter de fábrica, al instalarse en ella, por orden de Caballero y Góngora, el cuartel de milicias reales. Y cuartel fue en dos ocasiones posteriores: En 1820 para las tropas patriotas vencedoras en Boyacá y en 1853, al servicio de1 ejército regular de la República.
En 1891 figura en este lugar una espaciosa residencia de esquina, con locales en la planta baja. Hacia 1920 era sede del Gun Club y, luego demolida para levantar el hotel Granada.
Con un anteproyecto para el Hotel Granada, elaborado en París por Diego Suárez Costa, se inició en 1927 el diseño de los planos y la promoción de los trabajos. Por desavenencias entre el arquitecto y los propietarios, optaron estos por traer de Chi1e al arquitecto Julio Casanova, quien tuvo a su cargo la revisión, construcción y decoración del edificio que, inaugurado en 1930, fue, hasta su demolición a mediados de 1953, el centro de las más animadas reuniones sociales y políticas de la capital.
Tuvo la obra del Hotel Granada el mérito de aula primera en Bogotá, para el aprendizaje de oficios relacionados con los sistemas modernos de construcción. impuso la necesidad de diseños a escalas apropiadas junto con especificaciones para cada una de las partes y, en asocio de su compatriota arquitecto Manheim, dirigió los acabados interiores y exteriores y así formó personal idóneo en diversos quehaceres. El escultor español Ramon Barba tuvo a su cargo la ornamentación, en los ramos de su especialidad. Los cubanos González y Charún, traídos expresamente para las instalaciones técnicas, dieron aprendizaje a los obreros bogotanos que les colaboraron. El auge posterior de la construcción en Bogota tuvo la fortuna de contar con el aporte de esa promoción de obreros especializados.
Para la construcción del Banco de la República se dispuso de un terreno rectangular con cuatro frentes. El proyecto fue motivo de vivas controversias sustentadas por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, el Departamento de Urbanismo Municipal, y las directivas del Banco. Primó, finalmente, el querer de éstas. El proyecto se confió al arquitecto español Alfredo Rodríguez Orgaz y la Construcción a Cuéllar, Serrano, Gómez y Cía.
El 2 de noviembre de 1958, abrió el Banco sus servicios al público.
En la fotografía vemos un rincón de la plaza de Santander donde se destaca una de las dos hermosas fuentes de bronce que contribuían a su ornamentación. Al fondo la fachada principal del Hotel Granada.
Esta fotografía tomada hacia 1925 muestra la fachada lateral de la iglesia de San Francisco con el revoque y blanquimiento que le fueron propios; adosada a la misma se inicia la iglesia de la Veracruz, formando el rincón ocupado actualmente por un pequeño jardin con su reja protectora.
Por la dirección que llevan los vehículos se deduce que entonces circulaban, en la carrera 7a., de norte a sur.
Costado Occidental
Los cercados, a mano izquierda de la salida hacia Tunja, correspondientes a los solares que hacia 1542 pertenecían a Juan Muñoz de Collantes y Francisco Mestanza, fijaron el primer alineamiento occidental de esta plaza. Collantes, dotado de notables cualidades cívicas y animoso promotor del adelanto urbano, levantó en lo propio dos casas de tapia que cubrió con tejas provenientes de tejar, primero en su genero en Santafé, montado hacia 1543 por Antonio Martínez. De estas casas parte la historia del actual templo de San Francisco, cuyos pormenores se resumen como sigue: En 1550 llegaron a Santafé las comunidades dominicanas y franciscanas, con el ánimo de establecer sus respectivos conventos. El Cabildo ubicó a los franciscanos afuera de la ciudad, cerca al predio que más tarde ocupó la iglesia de Las Nieves. De allí, por decisión del mismo Cabildo, se mudaron al solar donde hoy se encuentra la iglesia de San Agustín, en el que se había levantado una modesta capilla. Allí permanecieron hasta 1557, porque en ese año el arzobispo de Santafé, fray Juan de los Barrios, compró con toda una manzana las casas de Muñoz de Collantes, en las que se instalaron los frailes, definitivamente.
El padre Simón refiere que "se comenzó luego a edificar con la ayuda que para ello dieron los conquistadores con sus indios, trayendo maderas, paja y demás materiales y luego a postreros de enero de 1561, estando la iglesia acomodada, se puso el Santísimo Sacramento". Con la expresión "acomodada" quiso expresar que estaba el templo en proceso de construcción.
El padre Alberto Lee López consigna, apoyado en sus recientes investigaciones, la fecha en que fue inaugurada la nave, con el siguiente texto: "Creemos que debe afirmarse categóricamente que el edificio bendecido en 1556 por el arzobispo de Santafé, fue la nave principal de la actual iglesia de San Francisco". De referencia tan respetable se deduce que esta iglesia es la más antigua de Bogotá.
En fecha tan temprana no contó el templo con torre, ni con llave lateral, que no necesitaba ni era propia del estilo. Surgió ésta hacia 1570 con la capilla lateral al servicio de la cofradía del Nombre de jesús, a la que la comunidad le cedió el sitio "para en él hacer y edificar una capilla y colegio". En retribución a su generosidad, impusieron los religiosos que la obra se levantara con "paredes muy bien obradas de tapia, que lleven cal y sus rafas de ladrillo"' Así, tal cual, subsiste la textura del muro, pero sin el revoque en cal que hasta 1949 había conservado.
De la torre primera se sabe que tuvo, por donación del virrey Solís, un reloj y tres campanas y que quedó arruinada por el terremoto del 12 de julio de 1785. La construcción de la torre actual, la obra de la fachada sobre la avenida Jiménez y la restauración del templo, que también había sufrido algunas averias, estuvieron a cargo del ingeniero español Don Domingo Esquiaqui. Con motivo de estas composturas, se prolongó e incorporó, como nave lateral, la antigua capilla de la cofradía del Nombre de jesús. Con estos arreglos, consagrados el 25 de marzo de 1794, tomó la iglesia la imagen arquitectónica que aun conserva.
Adosada al templo de San Francisco, destaca su arquitectura La Veracruz. El cuerpo de esta iglesia, para llegar a la categoría espacial que hoy luce, tuvo que pasar por sucesivos ensanches y transformaciones. Su primera fundación, patrocinada por la cofradía de La Veracruz y representada en una ermita de dimensiones mínimas, se levantó en 1556 en el solar que hoy ocupa la iglesia. Para reemplazo de ésta, que tuvo una existencia fugaz, se inició en 1575 una capilla con holgura ropiada a las ceremonias de la Cofradía. Ocupó el terreno contia la iglesia de San Francisco, que los religiosos de esta orden cedieron gratuitamente a los cofrades de La Veracruz. A su vez, la nueva obra se prestó para modificaciones ulteriores en su piso y en su apariencia exterior. Culminaron en 1664 estas mudanzas con la iglesia típicamente colonial que subsistio hasta 1908, año en que el arquitecto Julián Lombana ridiculizó sus fachadas con una arquitectura estrafalaria.
La Veracruz, en su estado actual, se debe a la intervención del arquitecto Alvaro Sáenz.
Para los religiosos de la Orden Tercera se inició en 1761 la construcción de la iglesia llamada La Tercera, El 25 de agosto de 1780 se consagró esta nueva iglesia. El campanario actual, obra del arquitecto Carlos Schlecht, se levantó en 1857 sobre el cuerpo de mampostería que quedó de la primera torre después de un temblor.
Los parterres y cuidadosos arreglos florales del parque de Santander al quedar desprotegidos, con la retirada de las rejas que por varias décadas los habían amparado, se transformaron en áreas en las que el público estableció a su antojo sus propios senderos; tal es la imagen despedazada del parque que se presenta en esta fotografía, tomada antes de que nuevos senderos aparecieran para comunicar entre si a los primeros. Finalmente se aceptó que este lugar histórico y venerado se despejara y arreglara como hizo de circulación libre. Vale la pena observar que algunos árboles aun lucen su frondosidad.
Plaza de Bolívar
La plaza recoge el ambiente de los más notables acontecimicntos religiosos, cívicos y políticos o la espontánea alegría de las fiestas populares. "El Corpus, escribe Mollien, es la fiesta que se celebra con mayor esplendor en Bogotá. La víspera se anuncia con fuegos artificiales. Se levantan cuatro altares ricamente adornados, uno en cada esquina de la plaza mayor, y por una singular mezcolanza de lo sagrado con lo profano, por todas partes se ponen cucañas, fantoches y una infinidad de jaulas con animales raros".
Arriba, dibujo de Riou, en la obra de Edouard André ya citada, y abajo, grabado de R. Moros en el Papel Periódico
Costado Oriental hacia 1830
DE IZQUIERDA A DERECHA: Fachada de la cuarta catedral. Bajo la atenta vigilancia del doctor y luego arzobispo Fernando Caycedo y Flórez, se inició esta obra el 11 de febrero de 1807, con planos del capuchino fray Domingo Petrez, y como director de los trabajos el maestro Nicolás León. Petrez murió en 1811, quedando León con entera responsabilidad en la interpretación de los planos y ejecución de la mampostería en silláres de piedra. Adelantó éste la empresa con notable inteligencia y dedicación; el 19 de abril de 1823 se consagró el nuevo templo, con grandes solemnidades.
Sigue luego la casa del Cabildo Eclesiastico. El solar de esta obra, construida entre 1660 y 1689 con la intervención del arzobispo doctor Julián Cortázar, lo ocupó la iglesita de los conquistadores o primera catedral, Esta casa fue cárcel de eclesiásticos y Juzgado de diezmos.
La capilla del Sagrario, obra la más digna por su arquitectura y la mejor conservada entre las de caracter religioso de la época colonial. Se inició la construcción bajo el patrocinio economico de don Gabriel Gómez de Sandoval, devoto de la Eucaristía, en 1659, y en 1700 se dio al servicio. Sufrió grandes desperfectos con el terremoto de 1827, que se repararon oportunamente. De 1948 datan las actuales espadañas.
Contigua a la Capilla tuvo el conquistador Alonso de Olalla su casa, levantada con muros de tapia. Esta iniciativa, por novedosa en su tiempo, le valió para incorporarse en las crónicas locales como primera en su tipo en Santafé, La casa de Los Portales, según Ibáñez, se levantó sobre el nivel de la plaza y luego con el arreglo del altozano quedo separada por una baranda en ladrillo, formando un pasadizo. Esta casa la ocupó por largos años la Real Aduana, sirvio de prisión al virrey Amar y allí tuvo su despacho el dictador Pablo Morillo. Fue en los primeros años de la República sede de la Secretaría de Hacienda, de la Tesorería y Oficina de Correos. Actualmente ocupa el solar desde 1953, fecha de la inauguración, el Palacio Cardenalicio, levantado con planos del arquitecto Rodríguez Orgaz y construido por Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Suárez, firma de arquitectos bogotanos.
Costado Sur
DE IZQUIERDA A DERECHA: Solar donde figuró la casa o palacio de los virreyes hasta el 26 de mayo de 1786, fecha en que quedó arruinada por el incendió que acabó con lo poco bueno que allí había dejado el terremoto del 12 de julio de 1785, las ruinas se apropiaron luego para cuartel y depósito de pertrechos.
Las dos casitas que siguen fueron chicherías por muchos años.
La primera casa alta tuvo en su planta baja la cárcel grande, llamada también de Corte.
En la casa que luce dos balcones pareados funcionaron las oficinas de recaudos y la caja real.
Finalmente, a la extrema derecha, figura el edificio de la Real Audiencia, inaugurado en 1557. En el dibujo se puede leer: A, puerta principal; B, ventana hacia la habitación del portero; C, Archivo del Virreinato; D, despacho del escribano; E, ventana de la sala de reunión de los oidores; E, ventana del salón de recepciones; F,G,H, ventanas de las oficinas en que actuaba el Tribunal de Cuentas.
El Capitolio
En 1846, por iniciativa del General Mosquera, presidente de la República, se tomó toda la manzana frontera al costado sur de la plaza de La Constitución para levantar el actual Capitolio, autorizado por la Ley 3a. de marzo 17 de ese año. El artículo 2o. de la misma ordenó, para gastos de construcción y honorarios del arquitecto aplicar: "lo. hasta $20.000 anuales del tesoro nacional; 2o. el valor de los edificios de propiedad nacional existentes en la capital". Se encargó del proyecto y dirección al arquitecto Tomas Reed, oriundo de la isla de Santa Cruz, entonces posesión danesa en las Antillas, con un sueldo mensual de $150. Contratista de los cimientos fue Manuel Arrubla y en éstos se colocó la primera piedra, el 20 de julio de 1847. En 1851 se terminaron los cimientos pero la guerra de ese año paralizó la obra, y en ese estado permaneció varios años. Se propuso parcelar el terreno para vender lotes destinados a residencias. En 1871 se reanudaron los trabajos bajo la dirección de Francisco Olaya, quien altero los planos. José Maria Munévar censuró públicamente este hecho y denunció las fallas en la construcción. Nueva suspensión en 1876. Se le llamó entonces el "Enfermo de piedrá". Nuevamente, en 1878, se reinició la construcción con Olaya y Mario Lombardi (escultor) como directores y, luego, asesorados por el arquitecto Pedro Cantini. En 1886 se enmendaron las fallas de Olaya y se continuó momentáneamente la obra con los planos del arquitecto Antonio Clopatofski. Nueva paralización hasta que el general Reyes, en 1904, hizo expedir la ley 6a. de ese año que acreditó la suma de $200.000 anuales. En 1908 confió la dirección a los arquitectos Gastón Lelarge (francés) y el bogotano Mariano Santamaría. Este se encargó de los salones y de la fachada posterior y Lelarge del patio y fachada principales. En 1926 quedó esta obra finalmente terminada, y tan bien que se consideró como la mejor en su género en Suramérica.
Costadlo Occidental
DE IZQUIERDA A DERECHA: Casa de dos plantas llamada Cárcel Chiquita, con ventana enrejada ‑B‑ sobre el calabozo.
Sigue la casa de una planta que se desempeñó como despacho de los alcaldes.
La siguiente, de dos plantas, llamada La Cazueleta, fue la sede del Cabildo y desde sus balcones arengaron los patriotas al pueblo el 20 de julio de 1810.
Sigue la casita que fue el despacho de los escribanos. Viene despues la casa de dos plantas y azotea en la que tuvieron sus despachos los virreyes; con el mismo desempeño la ocupó el General Santander.
Finalmente, la amplia casa de esquina de propiedad particular que adaptada y alquilada por 800 pesos anuales, fue la residencia. última de los virreyes, es decir, a partir de 1786, año del incendio de la anterior residencia.
Este conjunto de construcciones sufrió considerables deterioros a consecuencia del terremoto de 1826. Hacia 1841 confió el Cabildo la construcción de la Casa Municipal, en la esquina sur, a Dn. Juan Manuel Arrubla, quien coordinó a los condueños y así pudo levantar el edificio que se llamó Galerías de Arrubla que ocupó todo el costado occidental de la plaza y que subsistió hasta el incendio de 1900, que l0 destruyó totalmente.
A pesar del notorio desorden del mercado, permite el grabado apreciar el diseño de las Galerías de Arrubla, edificio que tomó su nombre del portal, que a lo largo de la planta baja, daba acceso protegido a restaurantes, bares, cafés y almacenes de lujo. Fue un lugar muy frecuentado por la élite bogotana. Los pisos altos estaban al servicio de despachos municipales, en el costado sur, y a oficinas y residencia particulares, en el sector norte.
El 20 de mayo de 1900 quedó totalmente arruinado, por el pavoroso incendio que se inició en la sombrería del aleman Emilio Streicher.
Hacia 1906 se inició, con un anteproyecto del arquitecto francés Gastón Lelarge, el edificio actual. No incluyó ese diseño la galería en la planta baja, por dos razones obvias: La primera, porque se atendió al interés comercial de los condueños, deseosos de destacar sus almacenes y divisas; en segundo lugar, en razón a que la tradición no imponía ese servicio en aquel lugar.
El edificio actual, al pasar paulatinamente a ser propiedad del Municipio, perdió su función comercial. No tiene pues sentido, ni justificación comercial, ni significado histórico, ni respuesta estética, la galería postiza es inútil y engañosa que, por decisión del arquitecto renovador de 1967, Fernando Martínez, reemplazó el área que antes ocupaban los almacenes. Actualmente es lugar de desaseos, por donde nadie pasa.
El Concejo Municipal, ante la urgencia de disponer de despachos convenientes, expidió el Acuerdo No. 18 de 1902, por el que ordenó la construcción del “Palacio Municipal”. El arquitecto Julián Lombana, concejal en esa fecha, ofreció los planos y la dirección de la obra gratuitamente. Poco después el arquitecto Gastón Lelarge elaboró un ante proyecto para el conjunto de la cuadra, en estilo francés, rematado en mansardas. Estas, como parte central integrante del proyecto, quedaron inconclusas, por falta de fondos. El arquitecto Fernando Martínez encargao en 1967 de refaccionar el edificio, en vez de concluírlas debidamente, las suprimió, restándole así el carácter que a tener el conjunto. El resultado se puede observar en la foto de abajo.
Costado Norte
Se trata de un conjunto de casas particulares sin arquitectura y sin historia. Presenta un aspecto aldeano que refleja las limitaciones económicas asignadas a las viviendas coloniales, porque Santafé, como ciudad capital, se distinguió por una crecida burocracia transeúnte, sin ningún interés por las inversiones en finca raíz. Y quienes aquí se avecindaron en plan de comerciantes, no sobresalieron por holgadas riquezas. "No hay en Bogotá, escribió Mollien en 1823, diez comerciantes que tengan 100 mil pesos; entre personas que vivan de sus rentas, no hay cinco que tengan un capital mucho mayor. Las fortunas más corrientes son de $5 a $10.000”. Escribe luego el mismo autor que casi todo el mundo tiene tienda y esta observación se puede verificar aquí por el número de puertas indicativas de tiendas, chicherias o bazares en la planta baja.
La plaza presenta un aspecto desapacible, casi de abandono; ni un árbol, ni la menor señal de alumbrado público. Este servicio fue precario, casi inexistente, durante la Colonia y por muchas décadas republicanas. Se tiene noticia que en 1804 se repartieron a los guardias nocturnos, llamados "serenos", 10.248 velas que costaron $320, para el servicio de alumbrado de Santafé, que entonces contaba con 21.000 habitantes. Posteriormente, el 25 de septiembre de 1807, se pregonó por bando de la Real Audiencia la obligación de "colocar faroles en todas las puertas de pulperías y chicherías"; pero a partir de las 8 p.m., en que cerraban, la ciudad continuaba en tinieblas.
Hacia 1828 ‑refiere Le Moyne‑ no había más que tres o cuatro calles alumbradas y eso, en forma muy deficiente, puesto que, por ejemplo, en la Calle Real, que era la principal, no había más que tres faroles con una triste vela en cada uno.
En realidad, el alumbrado de la plaza llegó definitivamente, después de algunos tanteos con faroles a gas o de arco voltalco, con la del actual servicio de energía eléctrica, el 6 de agosto de 1900.PALACIO DE JUSTICIA
Sobre la construcción de este edificio son pertinentes los datos siguientes: Bajo el gobierno del presidente Alberto Lleras y de su ministro de justicia, Dr. Vicente Laverde Aponte, se presentó la inaplazable necesidad de alojar convenientemente los servicios del Poder Judicial, que se encontraban mal alojados en distintos locales de la ciudad. Se promovió entonces la Ley 132 de 1961 por la cual se ordenó la construcción de un Palacio de justicia. Determinó que se tomara un solar de 5.000 m2 con frente al costado norte de la plaza de Bolívar. Para llevar a efecto este mandato, el alcalde de Bogotá, arquitecto Jorge Gaitán, promovió un concurso público cuya entrega tuvo lugar el 23 de marzo de 1962. El programa indicaba que en el nuevo edificio se alojaran los despachos de la Corte Suprema de justicia el Consejo de Estado, la Procuraduría General de la Nación, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca y los juzgados con sede en la ciudad; dependencias que debían ocupar un total de 41.000 m2. Para juzgar los ocho proyectos presentados, se integró el jurado representado por el Ministro de Obras Públicas, el director de Servicios Generales de la Presidencia, el alcalde de Bogotá, el Secretario de Obras Públicas del Distrito, un representante de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y otro de la Sociedad Colombiana de Ingenieros. El jurado asignó el primer premio de $25.000.oo y el contrato para la ejecución de los planos y dirección de la obra a la firma de arquitectos Cruz & Londoño Ltda., el segundo premio de $50.000.00 lo adjudicó a la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Suárez y Germán Samper, y el tercer premio, de $25.000.oo, lo obtuvo el proyecto presentado por los arquitectos Manuel F. Samper, Willy Drews, Raimundo Gómez y Jaime Vélez D.
Tan importante iniciativa perdió interés en los cuatro años siguientes. Luego, bajo el gobierno del Dr. Carlos Lleras Restrepo, se actualizó el propósito de llevar a término esta obra con los planos y dirección de los arquitectos Cruz & Londoño, y para mayor acierto en edificio de tanta categoría contrató el gobierno los servicios profesionales de los arquitectos Guillermo Bermúdez y Fernando Martínez para que actuaran en su nombre como revisores del proyecto y en la ejecución de los planos definitivos, que debían quedar aprobados con sus firmas. La construcción se confió a Cuéllar, Serrano, Gómez.
El 6 de agosto de 1970, el señor presidente Carlos Lleras inauguró, con ceremonia solemne, la parte del edificio frontera a la plaza.
Esta fotografía tomada hacia 1958 destaca la plaza de Bolívar y el aspecto abigarrado y desproporcionado de las "fuentes luminosas" en detrimento de la exaltación artística propia de la estatua del Libertador.
En esa fecha las fuentes habían perdido su atractivo; no funcionaban porque en ruina total se encontraban las instalaciones hidráulicas, mecánicas y eléctricas.
Remodelación Proyecto de Le Corbusier
El Concejo Municipal de Bogotá creó, por Acuerdo No. 88 de 1948, la Oficina del Plan Regulador de Bogotá, como dependencia directa del Alcalde. Simultáneamente, contrató, por la suma de 223.000 dólares, con los arquitectos J.L. Sert y P.L. y Le Corbusier la elaboración de los proyectos relacionados con las funciones que habría de desempeñar el despacho que acababa de crear. Le Corbusier asumió por la suma de 73.000 dólares la asesoría en el tema Esquema Básico Preliminar, confiado a Sert y Wiener, y la ejecución en París, del Plan Director, Parte de ese trabajo se relacionó con la transformación de la plaza de Bolívar, cuyas ideas generales aquí se incluyen. Los dibujos 1 y 2 muestran la extensión que asignó a la plaza, la ubicación y estudio volumétrico de los edificios públicos que habrían de enmarcarla, y la posición de la estatua de Bolívar. La categoría espacial de este proyecto exijia inversiones cuantiosas, muy superiores a la capacidad económica del tesoro municipal.
Vista de la Plaza de Bolívar depues de su remodelación. Foto tomada el 18 de julio de 1960, día en que fue inaugurada con la asistencia del señor presidente de la República Dr. Alberto Lleras Camargo, el señor alcalde de Bogotá, Dr. Juan Pablo Llinás, y de 20.000 niños de las escuelas públicas, que animaron la ceremonia cantando canciones patrióticas.
Plaza de San Victorino
El transporte de pasajeros en los primeros vehículos colectivos tirados por caballos en el trayecto Bogotá‑Fcatativá y estaciones intermedias se ser Vía de esta plaza, como estación de entrada y salida.
El autor de esta acuarela, incluida en el Album de la Comisión Corográfica extendió su apunte hasta incluir el nevado del Tolima y las cierras nevadas del Quindío, Ruíz y Santa Isalel.
Fue costumbre engalanar con arcos y arreglos florales la entrada por occidente a la plaza de San Victorino. Ocurrían estos eventos en los días en que se recibían en la capital los persojes distinguidos por su elevada posición política o religiosa. La fotografía señala uno de esos sucesos en los primeros años del presente siglo.
Los incendios del nefando 9 de abril de 1949 dejaron en cenizas y escombros parte del costado oriental de la plaza de San Victorino. Con el alineamiento impuesto para la reconstrucción del área desmantelada ganó la plaza en extensión y en regularidad geometrica de ese costado.
En otra parte de este artículo se incluyen las gestiones encaminadas al ensanche regulador de la Plaza de San Victorino y sobre la posterior decisión de adaptar una parte de su piso a estacionamientoi público de vehículos, área que, con ocasión de las fiestas navideñas, se ocupó transitoriamente por las casetas destinadas a las ventas de pólvora y esa es la imagen que hacia 1951 presentó esta plaza. A partir de 1960 se instaló allí mismo el mercado de artesanías que aún subsiste.
Bibliografía
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- Caballero, José María: Particularidades de Santafé. Diario.
- Cané, Miguel: En Viaje.
- Fernández de Piedrahita, Lucas: Historia General del Nuevo Reino de Granada.
- Ibáñez, Pedro M: Crónicas de Bogotá.
- Jiménez de Quesada, Gonzalo: Epitome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada.
- Le Moyne, Augusto: Viajes y Estancias en la América del Sur.
- Martínez, Carlos: Bogotá ‑ Sinopsis sobre su Evolución Urbana.
- Mollien, Gaspar: Viaje por la República de Colombia.
- Ortega Ricaurte, Daniel: Casas de Santafé de Bogotá.
- Revista PROA: Artículos Varios.
- Rosa, Moisés de la: Calles de Santafé de Bogotá.
- Simón, Pedro: Noticias Historiales.
Secuencia de Sucesos Historicos
Siglo XVI
1539.‑ En este año, poco tiempo después de fundada Santafé, el Cabildo en corporación instaló el rollo en el centro de la plaza recién demarcada. El rollo o cuchillo, horca o picota, era una columna de madera o piedra, generalmente el tronco de un árbol que se hincaba en el centro de la plaza de toda la ciudad en el momento de la fundación. Significa jurisdicción, es decir el poder o autoridad que el Rey delegaba en sus representantes locales para gobernar y hacer cumplir las leyes. Hincar el rollo, símbolo de la presencia real, era un acto solemne y significativo del ceremonial de la fundación, y la potestad de erigirlo era privativa del fundador o, en su lugar, del Cabíldo. El padre Simón, al glosar la fundación de Santafé, observa que Jiménez de Quésada olvidó o involuntariamente dejó en manos del Cabildo este quehacer tan importante.
Rodríguez Freire en su obra El Carnero incluye capítulos enteros dedicados a la crónica roja, como se dice en nuestros días, y a episodios en los que el rollo fue testigo. Allí se azotaba a los indios por las menores desobediencias o por el hurto de bienes menores. Allí se ajusticiaba, ahorcando, decapitando o arcabuceando a los reos convictos de faltas mayores. Ordóñez de Ceballos en Viaje al Mundo (1585), refiere que el oidor Pérez de Salazar fue especialmente severo: "Acaeció semana ahorcar dos hombres, tres negros y un indio; azotaba allí todos los días de mercado, desorejó y desnarigó dos mil personas".
Hacia ese año se instaló una fuente o pila pública, como se verá luego, en el lugar que ocupaba el rollo, en el centro de la plaza. Con la ocasión se hizo labrar una columna de piedra que se apostó al frente de la cárcel, que estuvo situada hacia el Occidente de la fachada principal del Capitolio. Ante este nuevo "Arbol de la Justicia" pagaron con su vida el delito de ser patriotas numerosos y honrados ciudadanos.
1542,‑ El Humilladero con el privilegio de primer templo transformó la vega agreste que lo circundaba en obligado centro de reuniones. Esta particularidad y aliciente del lugar como estación de entradas y salidas del camino a Tunja, incitaron a los naturales a instalarse allí con sus frutos y bastimentos. Esta iniciativa, al persistir a contentamiento de los moradores, inspiró la formación del primer mercado publicó; surgió así la plaza de mercado llamada también de La Yerba. Fue ese un acontecimiento que sin mandato expreso usurpó espontáneamente la función primordial conferida y que por derecho le correspondía a la plaza central de la ciudad. Recobró ésta el atributo de recinto para el mercado público y, por comparación con la plazuela, el distintivo de plaza Mayor, al iniciar allí Fray Juan de los Barrios su iglesia obispal.
Debió ser una empresa pausada la organización y desarrollo del mercado público en la capital recién fundada. No porque los naturales desconocieran las modalidades, habituados como estaban a concurrir cada cuatro días al mercado público de Bacatá, la capital de Zipazgo. Pero mediaba, como es natural, la adaptación mutua de indios y españoles a sus respectivos gustos, usos y costumbres. El aporte de los naturales se presentaba en la selección de sus cosechas: variedades del maíz, papa, cubios, hibias, arracacha, maní, calabazas y algunas frutas y hierbas aromáticas de las tierras frías y templadas. Para comodidad de los recién llegados, acudían con vasijas y utensilios de menaje, y mantas de algodón para confeccionar vestidos. Las transacciones se regulaban con "tejuelo", moneda de oro que, caso único en 1a Historia, impuso el pueblo vencido a los vencedores españoles.
En la fecha ya abundaban los aportes de España. Se sabe que Jerónimo Lebrón introdujo en 1541, con grandes trabajos y pérdidas cuantiosas, las primeras semillas de trigo, cebada, garbanzos, fríjoles, habas, arvejas, cebollas, repollos y frutales diversos, que aquí fructificaron. Paulatinamente, para curiosidad de los indios y deleite de la población toda, estas variedades fueron anunciando su presencia en el mercado. De tales novedades se valio Jerónimo de Aguayo para sembrar y recoger, al año siguiente, la primera cosecha de trigo con cuyos granos la acuciosa Elvira Gutiérrez surgió en 1542, como la primera panadera de Santafé. La carne no faltaba. Las trescientas cerdas "todas preñadas" que desde Popayán trajo Belalcázar se habían multiplicado. En atención a este hecho autorizó el Cabildo, por Acuerdo de noviembre 18 de 1541 a "que se ponga carnícería para pesar carne de puerco y de ve nmado, ora sea cogido el venado con perros o a bala". Tal vez a se vendían pollos y huevos porque hay que recordar que Juan Verdejo, capellán del ejército de Federmán, llego, aquí con las primeras gallinas. También a Lebrón le corresponde el mérito de haber traído los primeros gánados vacunos que pastaron en La Sabana. Estos se incrementaron con los animales de carne, leche, lana y trabajo introducidos por Alonso Luis de Lugo en 1543, y, luego, con los de razas seleccionadas importados en 1556 por Antón de Olalla.
1542.‑ La plaza que surgió en torno al Humilladero, el camino, la hermita y el mercado público allí fueron determinantes que se asociaron para asignarle categoría cívica a este sector de la ciudad. Hay que añadir otro aporte indicativo de la importancia que se le confirió en su origen. Surge de la preocupación del Cabildo por construir las "Casas Reales" para sede de los representantes de la Corona, inquietud suscitada tal vez por la visita que al finalizar el año de 1540 hizo a Santafé Jerónimo Lebrón, gobernador de la provincia de Santa Marta; o quizá con el ánimo de rendir homenaje a Hernán Pérez de Quesada, entonces cabeza de gobierno del Nuevo Reino; o como instalación indispensable a la prestancia de la nueva capital y señal de ornato y adelanto cívico. Lo cierto fue que los cabildantes abocaron en 1542 la necesidad de esta obra, pero se encontraron ante el olvido que se tuvo, al repartir los solares, el no haber reservado el correspondiente a este servicio. Y como el marco de la plaza de mercado sobresalía por el mayor adelanto urbano, optaron por elegir allí el lugar más apropiado. De inmediato, en las sesiones del 15 y 17 de enero de ese año, notificaron a Pedro de Arévalo que justificara el derecho al solar que tenía en la plaza o que desocupara el lugar. En la siguiente sesión, el 20 del mismo, quedo constancia de "que el solar de Arévalo es chico para hacerle casa al gobernador, que se le dé a Juan Trujillo lo que le costó el que tiene en la plaza, atento a que no se ha ocupado". Esta proposición no prospero porque finalmente se acordó, “que como son dos los solares del capitán Juan de Collantes, que están en la plaza, más bien se tomen éstos".
Tuvo este proyecto, como tantísimos otros en esta ciudad, el respectivo papeleo y el consiguiente rincon en el archivo de las iniciativas frustradas. Pero hay que relievar el interés de los cabildantes hacia la exaltación cívica de esta plaza, que en cierto modo prosperaba a espaldas de la traza o plano oficial de Santafé. Enaltecimiento espontáneo pero en detrimento de las funciones que; por derecho de la jerarquía impuesta por el fundador, le correspondían a la plaza Mayor.
Finalmente vino a corresponderle al visitador, juez y delegado personal de la Corona, don Miguel Díaz de Armendáriz, corregir las imprevisiones de los fundadores, con la adquisición de una sede oficial para los representantes de la Corona en Santafé. Al respecto, en carta al rey firmada el 13 de febrero de 1547, escribe: “en nombre de Vuestra Majestad he hecho comprar una casa medio hecha de adobe, y cubrirla con teja y estar en ella, que cuesta mil doscientos castellanos, sin lo que más en ello se gastará, de lo cual Vuestra Majestad tiene muy merecida en esta ciudad”
Es dable suponer que esta casa fue la de los Quesada, Gonzalo y Hernán, por haber sido una de las primeras cubiertas con teja. Ocupaba el solar en que hoy se encuentra el cine "Lido" y el Edificio de la Nacional de Seguros, en la calle 16, marcados con los números 6‑06 y 6‑34, respectivamente, de la nomenclatura actual.
1543.‑ La sencilla estructura de el Humilladero, ejecutada con premura por los indios de Guatavita el 6 de agosto de 1538 y levantada con materiales perecederos, no perduró. Tomó la iniciativa de construir un segundo Humilladero, en el mismo lugar del primero, el capitán Juan Muñoz de Collantes. Para su propósito cursó, en el mes de julio de 1543, la petición del terreno ante el adelantado Alonso Luis de Lugo que entonces se encontraba en Santafé. La súplica fue atendida con la cesión de una faja de terreno entre las actuales calle 16 y carreras 6a. y 7a. para que el peticionario, como mayordomo de la cofradía de La Veracruz, levantara allí la ermita que pretendía con amplitud suficiente a las ceremonias de los cofrades. Pero ocurrió que en esos días el capitán Melchor Valdez al levantar unas casas en los solares ocupados hoy por el edificio AVIANCA, avanzó en cinco pies el alineamiento de su obra sobre la calle. La infracción fue confirmada por el medidor de tierras. La zona correspondiente al ancho prefijado para la calle tuvo que cederla el terreno asignado al Humilladero, cesión que redujo considerablemente su propio frente y detrimentó su cabida superficiaria. Surgió en consecuencia un pleito entre la Cofradía y el infractor. Valdez transó el diferendo entregando una ternera a cambio de la zona por él ocupada. Y así se perdió el solar concedido a la cofradía de La Veracruz en la plaza. Se tiene, no obstante, la certeza de que allí, en el terreno sobrante, se levantó el segundo Humilladero a escala menor de la pretendida por Muñoz de Collantes.
1543 ‑ 1544.‑ Ningún componente urbano tuvo en el pasado tanto poder de atracción sobre los pobladores como el que es dable asignar a los edificios destinados al Culto. Esa fuerza seductora, ese poder cautivante fincado en la estructura pajiza de El Humilladero son los factores que permiten entender el extraordinario desarrollo habitacional en el contorno de la vega plana bañada por las aguas cristalinas del río Vicachá. Con afán de lucro asomaron allí las primeras transacciones en finca raíz y de contera los consiguientes pleitos. Las actas del Cabildo delatan los nombres de quienes porfiaban en acomodarse en la naciente plaza así fueran como invasores. De los textos respectivos se toman los hechos siguientes: en la sesión del 15 de enero de aquel año consta la notificación a Pedro de Arévalo en la que se pide, como ya se anotó, que justifique el derecho o el título del solar con casa en que vive situado en la plaza. Arévalo alegó que el solar lo hubo por compra a Francisco Puente. El Cabildo no aceptó el descargo y, violando los mandatos reales que prohibían la venta de tierras, acordó que Arévalo "dé 10 pesos de buen oro por el solar". El 22 de junio de 1544 ordenó el Cabildo a Melchor Valdez "que dentro de 4 días desbarate los bohíos que tiene junto al río".
1551.‑ Mayo 20. En esta fecha expidió el Cabildo el Acuerdo que mandó demoler la obra que sobre la plaza de mercado adelantaban los padres dominicos para ampliar su improvisado convento. Ocupo éste desde el 28 de julio de ese año la casa a medio construir que su propietario Juan Moscoso les cedió como sede transitoria, situada en la esquina donde actualmente se encuentra el Museo del Oro, Como la casa no fuera suficiente para albergar los 30 frailes, optaron éstos por acomodar sus servicios en el área misma de la plaza. Permanecieron allí los frailes por ocho años hasta su traslado a la que luego se llamó Calle Real o del Comercio, donde levantaron el amplio convento de Santo Domingo.
Tiene aquel primitivo convento el mérito de primer taller de fundición en Santafé con la fabricación allí de la primera campana que tanó en esta ciudad, fundida por Fray Lope de Acuña.
1553.‑ Por petición de Felipe II expidió Pío IV, el 11 de abril de este año, la bula por la cual se dispuso que el obispo de Santa Marta y el cabildo obispal sentaran su sede en Santafé. Dio cumplimiento al mandato papal fray Juan de Los Barrios,quien en el mismo año llegó a esta ciudad. El obispo y su séquito encontraron que para su desempeño misional la capilla pajiza de la plaza Mayor no satisfacía ni por la categoría de su nave ni por el recato de su arquitectura y de inmediato se empeño el eminente jerarca en levantar una catedral o iglesia rectora en solar ocupado parcialmente por la capilla de los fundadores, la que no obstante, mientras se construía el nuevo templo, fue adaptada como primera iglesia catedral en Santafé. Con estas decisiones a las que se ligó la más viva complacencia de los vecinos recobró la plaza la categoría inherente a su existencia. Y sin más recibió oficialmente el grado de plaza Mayor o centro de reuniones civicas, religiosas y mercantiles.
1554.‑ La plaza Mayor, enaltecida con este título y con el atractivo de la construcción de la catedral en uno de sus costados, le arrebató a la plaza de La Yerba o del mercado la hegemonía de centro comunitario. Ordenó en ese año el Cabildo que el mercado público se instalara en la plaza Mayor.
Muy amplia debió ser en aquel tiempo la extensión de esta plaza para el mercado semanal que tenía lugar los viernes. Hay que anotar que ya abundaban las cosechas de los frutos y frutas venidos de España, que con la variedad de los productos vernáculos suplían las exigencias de las amas de casa. Se surtía el mercado con los artículos ya mencionados que concurrían a la plaza de La Yerba y además con pescados de río, codornices, tórtolas, pollos, chorizos, embuchados y huevos. Para mayor abundancia harinas, miel, azúcar, bocadillos, higos, uvas, melones, cebollas, repollos, y frutas de las tierras templadas y calientes.
1555.‑ La autorización para ocupar las áreas sagradas como cementerio, en las posiciones de España, se encuentra en la cédula real de 18 de julio de 1539, expedida por Carlos V, que dice: "Encargamos a los arzobispos y obispos de nuestras Indias que en su diócesis provean y den orden cómo los vecinos y naturales de ellas pueden enterrar y entierren libremente en las iglesias y, monasterios que quisieren y por bien tuvieren estando benditos, el monasterio o iglesia, y no se les ponga impedimento". Correspondió a Fray Juan de los Barrios dar cumplimiento a la imperial orden. Para el caso tomó el área delantera o atrio de la catedral que él mismo había iniciado hacia 1553, poco después de instalarse como obispo de Santafé. Alonso Garzón de Tahuste lo reseña: “de treinta pies medidos desde la puerta principal de dicha iglesia hacia la plaza” (8.40 metros). La solemnidad de la consagración tuvo lugar, según el mismo autor, el 6 de enero de 1555, fecha que se inscribió en el libro de bautismos. Los santafereños oriundos de España rechazaron la posibilidad de dejar sus restos en un predio tan a la intemperie y de hecho quedó el cementerio exclusivamente para pobres.
1557.‑ En este año se dio el nombre de plaza de San Francisco al área que venía ocupando el primer mercado público de Santafé. A 1a vez el río Vicachá trocó su nombre por el de río San Francisco. Estos cambios en la naciente nomenclatura urbana se debieron a que ese año se instalaron los padres franciscanos en el costado occidental de esa plaza. El capitán Muñoz de Collantes poseía allí desde 1542 un amplísimo solar donde hizo levantar dos casas de tapia cubiertas con tejas provenientes del primer tejar que tuvo Santafé, montado hacia 1543 por Antonio Martínez. Ocuparon estas casas y su solar los padres franciscanos gracias a la donación que recibieron del arzobispo fray Juan de los Barrios, quien las adquirió por compra a Muñoz de Collantes. De inmediato se inició la construcción del convento y de la iglesia de San Francisco que aun permanece.
1564.‑ La plaza Mayor fue teatro en ese año del primer motin con carácter de sedición que se registra en las crónicas de Santafé. Ocurrió en la fecha en que la real audiencia presidida por Venero de Leiva se ocupaba de hacer cumplir las cédulas reales que prohibían el servicio personal de los indios. Corrió el rumor, según el cual el español que así obligara a los aborígenes seria castigado con 1.000 pesos y 200 azotes. Violenta reacción se apoderó de los 1.000 españoles que entonces poblaban la ciudad y de los encomenderos que habían acudido en plan de defender lo que para ellos era un privilegio adquirido. Reunidos corrillos en la plaza ‑escribe Aguado‑ "de ser natural sediciosos y bulliciosos y amigos de novedades, como por la mayor parte lo suelen ser los hombres en Indias, maldecían y blasfemaban atrevida y aun desvergonzadamente” Rodríguez Freire añade: "el que primero habló fue el capitán Zorro, echando el canto de la capa sobre el hombro izquierdo y diciendo: Voto a Dios, señores capitanes, que estamos todos azotados, síganme caballeros... Partieron todos en tropa hacia las casas reales, terciadas las capas y empuñadas las espadas diciendo palabras injuriosas". Ante el intento de tomar por asalto la real audiencia y a golpe de estocadas rechazar los mandatos reales, acudieron algunos oidores que no sin dificultad lograron sosegar a los amotinados. En consecuencia, los más exaltados fueron retenidos algunas horas en la cárcel. “Fué de gran bien ‑ concluye Aguado ‑ para que esa rebelión no hubiere efecto, el no hallarse presentes soldados, que hubieren seguido las pisadas y opiniones de los alzados”.
1572.‑ Para frenar a quienes de continuo codiciaban el suelo de la plaza de San Francisco ocasionando intervenciones del Cabildo para desalojar a los infractores y a la vez incorporarla oficialmente como área urbana de servicio público, se explicó el siguiente mandato:
"El doctor Venero de Leiva del consejo de su Majestad, presidente y gobernador de este Nuevo Reino de Granada y su Distrito:
"Por cuanto después en este dicho Nuevo Reino, y antes que a él viniese, esta ciudad y República, tiene para su ennoblecimiento una plazuela en frente del monasterio de San Francisco de esta dicha ciudad, conveniente cosa que haya en aquella parte, para ornato del dicho monasterio y de aquella parte de la ciudad, vecinos y moradores de aquella vecindad, la cual, si se quitase sería disminución, por ser entrada de la ciudad de Tunja, y en la cual algunas veces suele haber mercado de naturales de aquella parte y otras, por lo cual conviene que la susodicha no se labre, antes continúe la dicha plazuela y no haya edificios en ella, por el antiguo ennoblecimiento que es de dicha ciudad. Por ende, en nombre de Su Majestad, para ahora y, para siempre jamás, señalo para esta dicha ciudad y República, y ornato de ella, la dicha cuadra y plazuela, como hasta ahora ha sido, y excepto lo que está edificando y lo que tienen por título los herederos de Juan Muñoz de Collantes, que viene cayendo hacia la parte del río; y como tal ornato y ennoblecimiento que esta república tiene, mando al Consejo, justicia y Regidores de esta ciudad de Santafé, que no den ni señalen en la dicha plazuela ningún solar, ni edificio, ni en la dicha cuadra ninguna posesión a ninguna persona, antes de tal plazuela tomen posesión en voz y en nombre de esta república, vecinos y, moradores de ella, y si los vecinos de aquella dicha plazuela o el monasterio de ello, quisieren título de esta merced que hago a esta ciudad, se les de porque de ello haya noticia ahora y siempre, y no se pueda pretender ignorancia, por cuanto en la dicha cuadra y plazuela nunca ha habido ni hay ningunos edificios, como dicho es, y el dicho Concejo, Justicia y Regidores cumplan lo susodicho, so pena de quinientos pesos oro para la cámara de Su Majestad, Fecha en la ciudad de Santafé a 26 de mayo de 1572".
1581.‑ El oidor Cortés de Mesa, protagonista de un horrendo crimen, muere allí decapitado en la plaza Mayor. Este suceso por la categoría del reo, figura como el más notable en la crónica roja de la antigua Santafé. Los hechos ocurrieron así:
En aquel año vivía en la capital desempeñando el honroso cargo de oidor el doctor Andrés Cortés de Mesa y su mujer la muy hermosa Ana de Heredia. En casa del oidor residía su criado Juan de los Ríos, casado con una hermana natural de la Heredia, matrimonio al que Ríos había consentido halagado por las promesas de bienestar en las que había empeñado la palabra Cortés de Mesa. Del incumplimiento de tales ofrecimientos surgió agria enemistad entre el patrón y su criado, situación que éste aprovechó para entablar un juicio con consecuencia de carcel para el Oidor en su propia casa. En esos días el joven Andrés Escobedo fue atraido por el preso con la intención de valerse de ciertas influencias que Escobedo pretendía tener ante los estrados judiciales. De las continuas entrevistas surgió que el nuevo amigo se prendó de los atractivos de la Heredia, que ella miró con indiferencia pero que su marido toleró para hacerse a la sumisión incondicional del joven galán. Ciertas circunstancias se presentaron favorables al Oidor que ansiaba vengarse del Juan de los Ríos causante de sus pesares. Y con el apoyo irrestricto de Escobedo planeó darle muerte. La noche acordada para el crimen invitó Escobedo al de Los Ríos a visitar dos muchachas casquivanas y así lo condujo a una calle obscura donde los dos victimarios lo cosieron a estocadas. El cadaver espantosamente mutilado se arrojó a un pozo de aguas cenagosas y al fue descubierto ocho días después.
Las investigaciones pertinentes delataron a los asesinos y substanciada la causa se condenó al doctor Andrés Cortés de Mesa a ser degollado y a Andrés Escobedo a ser arrastrado atado a las colas de dos caballos y ahorcado en el lugar del crimen.
El día de la ejecución del oidor se colmó la plaza de curiosos que no quitaban los ojos del cadalso levantado entre la picota o rollo y la casa de la Audiencia.
Ibáñez en sus Crónicas de Bogotá añade que en recuerdo del suceso "se fijó una columna de piedra, la cual fue enterrada en 1816, cuando el Pacificador Morillo hizo empedrar la plaza. En 1898 se rodeó el capitel de la columna con un círculo de adoquines por orden del ministro de Fomento Ricardo Becerra y el Alcalde de Bogotá don Higinio Cualla". Arreglo que estuvo al lado sur de la verja del parque que rodeó la estatua de Bolivar y que en 1926 desapareció con la obra llamada "fuentes luminosas".
1584.‑ El primer motivo de atracción, a modo de monumento que tuvo la plaza después del rollo o picota, fue la pila o fuente de agua para el servicio público. En realidad los ríos y manantiales que surcaban la ciudad proveían al vecindario de agua fresca y pura. Esto en los primeros años porque el crecimiento demográfico y la mayor extensión urbanizada incrementaron en proporción la necesidad de pilas para comodidad y aseo. Se menciona al licenciado y severo oidor, citado atrás, don Alonso Pérez de Salazar, como promotor del acuerdo aprobado el 15 de julio de 1584, por el cual ordenó el Cabildo hacer en la plaza pública una fuente de agua". Este mandato como tantos otros, fue letra muerta por algún tiempo.
Un nuevo debate tuvo lugar en la sesión del 24 de enero de 1589, del que el escribano dejó el siguiente relato: "Trataron (los cabildantes) sobre la fuente de la plaza de esta ciudad, para que se traiga el agua, y habiendo tratado sobre ello se acordó que atento que en días pasados los señores Rodrigo Pardo y otros fueron con Juan del Hoyo a ver el agua que se había de tomar para la dicha fuente, y habiéndola visto dijeron que convenía se hiciese una arca y almacén para recoger el agua que ha de venir a dicha fuente, y se limpien los caños, para lo cual es necesario la cal, ladrillo, aceite y estopas y las manos de los oficiales; mandaron y acordaron que el señor Luis Gutiérrez, rejidor, tome a su cargo lo susodicho y haga poner todo lo necesario que fuere manester" ... No se sabe si este comisionado, con tan amplia autorización y sin los medios económicos para financiar la gestión, cumplió con el encargo. No hay noticias sobre la fecha de inauguración de esta fuente, seguramente se instaló en el centro, lugar ocupado hasta entonces por el rollo, y allí permaneció largos años. Esa pila debio ser pequeña, de poca altura, sin gracia ni comodidades, La afirmación se basa en el texto del acuerdo expedido el 30 de enero de 1681 en el que se puede leer que el Cabildo asignó fondos para una nueva pila adjudicable al mejor postor. Y expresamente manda: "que la dicha pila tenga perfección y ornato, subiéndola, pues solo tiene tres cuartas de alto su pilarejo, y es necesario poner taza más ancha añadiendo más piedras labradas y acabándola en proporción". De esta nueva pila se desconoce la fecha de su instalación y nada se sabe de su artífice cuya obra luce actualmente anónima con su San Juan Bautista o "mono de la pila", en el patio del Museo Colonial. Queda pues, difícil aceptar que esta pila iniciada, quizá, en 1681, casi un siglo después de la gestión del oidor Pérez de Salazar, se deba a la generosidad de éste, como lo afirman algunos historiadores.
1591.‑ El segundo humilladero, construido en 1543 por el capitán Muñoz de Collantes no perduró. Seguramente fue una obra precaria que en corto tiempo desapareció. Esto lo confirma la ordenanza de Venero de Leiva ‑atrás transcrita‑, expedida en 1572 para declarar como arca pública la plaza de San Francisco. En el documento no se exalta la presencia allí de una ermita, oratorio o humilladero, antes bien la meja con el siguiente renglón: "en la dicha cuadra y plazuela no hay ningunos edificios". Se despeja así el texto que sigue relacionado con la construcción del tercer humilladero.
Seguramente ese último centro de oración se construyó, según los indicios históricos, hacia el 15 de enero de 1591 y exactamente en el mismo lugar historico ocupado por los dos primeros. En ese año se avivó con caracteres de pugnacidad y escándalo público el pleito que surgió en 1571 entre los franciscanos y el Cabildo eclesiástico de la catedral. Se oponía éste al traslado de la sede de la cofradía de La Veracruz al monasterio de San Francisco, derecho que los religiosos de esta orden sustentaban con argumentos basados en la tradición. Para el 15 de enero de 1591, día consagrado al Nombre de Jesús, proyectó el Cabildo una procesión con escala final en La Veracruz, ceremonia que impidieron los de San Francisco. Fr. Alberto Lee López, sobre este incidente refiere que "mientras los párrocos de la catedral se disponían la víspera a arreglar la iglesia de la Veracruz, el guardián y frailes de San Francisco se lo impidieron, quitaron las llaves de la capilla a los mayordomos y clausuraron la entrada a la misma". El arrogante Cabildo, en réplica a este insuceso, seguramente ordenó la construcción de un humilladero justo al frente, calle por medio, a la Capilla de La Veracruz, Casualmente estaba allí la impronta de los cuatro tabiques protectores del suelo sagrado, donde fray Domingo de las Casas ofició su histórica misa. Y así, el Cabildo ecleslastico que sostenía el derecho a los rituales de la Cofradía, pudo celebrar su procesión a pesar de la oposición de los religiosos de San Francisco, aseveración que confirma el padre Lee López con el texto siguiente: "La procesión por los párrocos de la catedral tuvo como meta final la capilla del Humilladero".
Siglo XVII
1623.‑ Alinderamiento y tenencia del área correspondiente a la plaza de San Francisco segun los datos siguientes: En fecha anterior al mandato expedido en 1572 por Venero de Leiva había asignado el Cabildo a Cristóbal de San Miguel, "un pedazo de tierra contiguo y por encima del puente del río San Francisco que comprende la plazuela de San Francisco". Se quiso expresar que el puente estaba incorporado a la plazuela para el servicio de la misma; los interesados en la ampliación del solar sostuvieron que el giro "que comprende la plazuela" se aplicaba al solar, es decir que la plazuela estaba comprendida como “pedazo de tierra”, Tras una serie de traspasos por herencias, ventas y donaciones vino a quedar todo el predio en manos de los franciscanos quienes atenidos a la interpretación favorable a sus intereses sostuvieron el derecho de legítimos dueños de la tierra "que comprende la plazuela", derecho que les fue acordado sin tener en cuenta el mandato de Venero de Leiva. Y para ratificar el dominio "pidieron al superior gobierno de este Reino el que se midiere y alinderare la memorada tierra y de ella se formase un cuadro a modo de plazuela". El 3 de noviembre de 1623 dos maestros alarifes ejecutaron oficialmente la petición. De este modo, en fecha tardía, tomó forma geométrica el piso de esta plazuela, que por su origen es la más antigua de Bogotá. Los padres franciscanos cancelaron por escritura pública, fechada el 31 de octubre de 1760, el supuesto derecho de propiedad sobre esta área tan vinculada a la historia urbana de la Capital y hoy uno de sus lugares más concurridos.
1631.‑ Al crecer el vecindario santafereño se presentó la necesidad de ensanchar el cementerio que venía ocupando el frente de la catedral. Esa empresa la acomentió en ese año el Arzobispo don Bernardino de Almanza. Enterado de esa obra don Sancho Girón, presidente del Nuevo Reino, se opuso alegando que la ampliación estorbaba el paso. Tal actitud suscitó diversos sucesos y perturbaciones públicas, pero la iniciativa culminó con la ocupación de casi todo el frente de la cuadra sobre la plaza. El nuevo camposanto fue aderezado, para separarlo de la vía pública, con una baranda de ladrillo reforzada con pilares en piedra, rematados con una esfera sobre base piramidal. Este arreglo confería al lugar un ambiente fúnebre y tenebroso que exaltaba las mentes supersticiosas y restaba a la plaza su caracter eminentemente mundano. El presidente Egues Beaumont, consciente de tal incoherencia, hizo quitar en 1662 la balaustrada, ordenó levantar el terreno hasta el nivel del piso de la catedral y mandó poner un enlosado y gradas de piedra. Surgió así una espléndida terraza o balcón sobre la plaza, al que los santafereños dieron el nombre de “altozano”.
Siglo XVIII
1759.‑ A las dos y media de la tarde de un día del mes de noviembre azotó un fuerte huracán al sector central de San Victorino, causando serios estragos a las casas situadas en el marco de la plaza.
1781.‑ Agosto 4. En este día se colmó la plaza de San Victorino con el gentío que acudió a ver la llegada del regimiento El Fijo, que procedente de Cartagena vino a reforzar las escasas tropas acantonadas entonces en Santafé. La recepción se oficializó calurosamente con la asistencia de la Audiencia, el Cabildo, los altos funcionarios reales y las representaciones eclesiásticas. El muy engalanado regimiento, instalado transitoriamente a la entrada de la plaza, entretuvo a la concurrencia con vistosa revista militar.
1782.‑ El lo. de febrero en la plaza Mayor pagaron con su vida los patriotas que encabezaron en el Socorro el movimiento de protesta contra los excesos tributarios a favor de la Hacienda Virreinal.
Don José María Caballero, testigo presencial, escribe: "En ese día arcabucearon a Galán y a sus tres compañeros, Molina, Alcantuz y Ortiz y sacaron a la vergüenza a 17 de los que los seguían y después los pusieron en un tablado para que vieran ejecutar la justicia. Pusieron cuatro banquillos frente a la cárcel grande, donde los arcabucearon; despues los colgaron en dos horcas que se habían puesto para este fin, pues la causa de arcabucearlos no fue sino porque el verdugo no estaba diestro, que a la sazón era un negro, pero la sentencia fue que fueran ahorcados. Después pasaron por debajo de las horcas a los 17 que estaban en el tablado. A Galán le descuartizaron la cabeza, que fue a Guaduas; un brazo al Socorro, el otro a San Gil, una pierna a Mogotes y la otra a Puente Real. La cabeza de los otros: la una quedó aquí; la otra fue al Socorro y la otra a San Gil. A los que sacaron a vergüenza después los echaron a los presidios de Africa".
1784.‑ Nada frecuentes fueron en la época colonial, los desfiles militares, cuyas bandas, uniformes y aparato marcial tanto atraen a grandes y chicos. La verdad fue que las guarniciones acantonadas en Santafé no tuvieron la importancia que fue preciso acordarles ante los primeros conatos revolucionarios. Las crónicas mencionan como gran novedad el 20 de enero de 1784, día en que todo el pueblo de la capital presencio la entrada a la plaza Mayor del muy engalanado Regimiento de la Corona, "acompañado de música de trompas y clarinetes, que por vez primera en la ciudad se oían estos instrumentos".
Todo era sencillo y fácil en los siglos pasados. Los santafereños y aún los bogotanos en sus primeras décadas se conformaban con muy pocas amenidades y éstas, año tras año, siempre eran las mismas. Unos y otros adecuaron su vivir a un pasar sosegado, íntimo, hogareño, La rutina diaria la irrumpía el mercado en la plaza Mayor. Esta reunión era festiva porque mercado, feria, día feriado y fiesta son sucesos afines. Todos los viernes una hueste innúmera y bulliciosa se adueñaba de la plaza desde el amanecer hasta las últimas horas de la tarde. En ese escenario policromado por los matices de las mercaderías y las vestimentas de los asistentes, y espacioso por la vastedad de su área, cada quien, con desenfado y alegría, desempeñaba su propio papel. Unos con los pregones a vivo o a media voz, otros gesticulando a su modo, los más en diálogos de regateo, algunos apegados a lo suyo o moviéndose continuamente en plan de acuciosos mercaderes. Todos se portaban a la vez, como actores y espectadores. El desorden era aparente porque las escenas tenían secuencia y satisfactorios desenlaces: las compra‑ventas. Habitualmente una minoría, entre los asistentes, instalada en el atrio o en los balcones vecinos, se recreaba ante la representación conjunta de esta escena multitudinaria.
También se prestaba esta amplia sala o "cour d'honneur" para representacionse civiles, religiosas y marciales. En esas ocasiones se atestaba de espectadores. Entre las fiestas más atractivas se contaban: El vistoso desfile y suntuosas fiestas organizadas a costa del Alférez Real, en las fechas en que se proclamaba un nuevo rey. La recepción del sello real, con la firma del monarca reinante, que al estamparla confería respaldo regio a los acuerdos de la real audiencia. Se instituyó este evento el 7 de abril de 1550, al recibir el primer sello "con toda fiesta y regocijo y también como se pudiera hacer en un pueblo muy principal de Castilla", tal fue en su fecha, la constancia de los oidores. Y del último de estos acontecimientos el 27 de marzo de 1817, dejó el cronista J.M. Caballero los siguientes datos: "Al desfile concurrieron todos los grandes a caballo en ricos jaeces, todos los procuradores, receptores, porteros, escribanos, alcaldes, regidores y numerosos acompañantes. El sello iba en una salvilla de plata encima de un caballo provisto de riquisimo jaez; dos oidores a pie conducían el caballo por las riendas que eran de seda, plata y oro", El cortejo se detuvo en la Reál Audiencia, una de cuyas salas estaba asignada a este representante de la autoridad real.
Comitivas igualmente espléndidas se organizaban a la llegada de virreyes, arzobispos o personajes prestantes, algunas con gran aparato y agasajos diversos en los que participaban, en su turno, todas las clases sociales de la apacible Santafé.
Las fechas del Corpus y de Semana Santa se celebraban en el ámbito de calles y plazas con gran solemnidad y nutrida concurrencia, por que nada fue más atractivo a la feligresia santafereña que la teatralidad de las procesiones. Estas pompas aflojaban su rigidez en los días consagrados a San Juan, San Pedro y San Eloy, fiestas éstas más profanas y populares que religiosas.
Siglo XIX
1803.‑ Santafé de Bogotá adoleció a lo largo de su historia de los necesarios recursos económicos para atender los servicios públicos de su recinto urbano. Los vecinos del barrio de San Victorino, por ejemplo, ansiosos del servicio de agua acudieron al Cabildo en 1680 con la petición de una fuente publica en su plaza, y apenas en 1803 fueron atendidas tan justas aspiraciones. El 22 de agosto de este año se bendijo y dio al servicio la pila instalada en la plaza. Bajo la dirección del capuchino fray Domingo de Petrez se captó y condujo el agua desde el río del Arzobisro. Al costo de la obra contribuyó a Junta Municipal de Propios con la suma de 5.709 pesos y con el aporte oportuno de 6.300 pesos del párroco de San Victorino doctor Manuel de Andrade se concluyeron las obras, entre esas la pila construida con planos del mismo Petrez.
La pila tuvo seis chorros y gradas en su contorno para mayor comodidad; la coronaban cuatro jarrones y el escudo de Bogotá.
1810.‑ Viernes 20 de julio día de mercado. En esta fecha se acrisolaron los sentimientos patrióticos que venían gestándose con miras a obtener la independencia del yugo español. A eso de las once y media de la mañana ocurrió el incidente histórico que tuvo como protagonistas a don Francisco Morales y su hijo Antonio contra el comerciante español José González Llorente y motivado por las expresiones denigrantes que éste acababa de proferir contra los americanos. A esa hora bullían en pleno las actividades del mercado. Los que allí asistían se exasperaron al enterarse del desplante soez del español. De inmediato grupos exaltados se precipitaron hacia la tienda de González, inmediata a la plaza por encontrarse en la planta baja en la hoy conocida Casa del Florero, y con gritos y amenazas expresaron su indignación! "Se juntó tanto pueblo ‑escribió Acevedo y Gómez‑ que si González no se refugia en casa de Marroquín, lo matan". No caben en esta reseña los sucesos relacionados con el encarcelamiento de González Llorente, ni los referentes a las gestiones adelantadas ante el Virrey Amar porque el tema de esta nota es la plaza Mayor, escenario magno de los acontecimientos que allí tuvieron lugar ese viernes memorable y en los días siguientes.
Al promediar la tarde de ese día apenas quedaban indicios del mercado en la plaza. Los campesinos, abaceros y tenderos, que pocas horas antes pregonaban bulliciosamente la excelencia de sus cosechas y hechuras, habían recogido sus tendales, tenderetes y mercancías para poner todo a salvo en lugares sejuros; los tratantes y mercaderes habían cesado de regatear y andaban engrosando los tumultos callejeros. Unos y otros entendieron que la plaza debía liberarse para el amplisimo foro, que instintivamente esperaban y que con patriótico ardor animaban, como en efecto ocurrió en las horas que siguieron a la caída del sol. Del doctor Francisco José de Caldas son los renglones siguientes:
"A las seis y media de la noche hizo el pueblo tocar a fuego en la catedral y en todas las iglesias para llamar de todos los puntos de la ciudad el que faltaba. La noche se acercaba, y los ánimos parecia que tomaban nuevo valor con las tinieblas. Olas de pueblo armado refluían de todas partes a la plaza principal; todos se agolpabanal palacio, y no se oye otra voz que Cabildo Abierto, junta".
El pueblo se trasladó luego en masa a las casas consistoriales; reunió a los Alcaldes y Regidores, entraron los vecinos y se comenzó, a pesar del Virrey, un Cabildo Abierto.
"En fin, después de las agitaciones más acaloradas, después de las inquietudes más vivas, después de una noche de sustos, de temores y de horror, quedó instalada la Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada al rayar la aurora del 21 de julio. Ella fue reconocida por el pueblo que la acababa de formar, por el clero, cuerpos religiosos, militares y tribunales. El orgullo de los oidores, de esos sátrapas odiosos, se vio humillado por la primera vez; se vio esa toga imperiosa por 300 años ponerse de rodillas a prestar fe y obediencia en manos de una junta compuesta de americanos, a quien poco antes miraban con desprecio".
En los días que siguieron al memorable 20 de julio y a distintas horas, continuó la plaza Mayor en su desempeño de centro de reuniones masivas del patriótico pueblo santafereño. Las notas consignadas al respecto en el Diario del testigo presencial José María Caballero permiten el resumen que sigue:
Julio 21: Al medio dia colmó el pueblo tumultuariamente la plaza, los balcones lucían colgaduras vistosas y ramos de flores. Los hombres destacaban en sus sombreros la divisa Viva la Junta Suprema estampada en cintas de colores. Se trataba de festejar la recepción del Canónigo Andrés Rosillo liberado a esa hora de su prisión en el Convento de la Capuchina. Vivas y expresiones de júbilo resonaron a la entrada del lomenajeado a la plaza.
Julio 22: ‑ Bien entrada la noche se encontraba la plaza prácticamente vacía. De repente corrió el rumor según el cual 300 negros armados se acercaban a la capital en actitud agresiva. Súbitamente cundió el pánico. Las campanas de las iglesias delataron el peligro. Y sin más, hombres y mujeres acudieron a la plaza en plan de defender con su vida los logros recientemente adquiridos. "Traición, nos han vendido, a las armas", eran los gritos conjuntos. Poco después, al indagar la noticia, se supo que quienes se acercaban a la capital "eran gentes de los pueblos vecinos que entraban en auxilio de la patria". A las doce de la noche reinó de nuevo el sosiego y el suceso se recordó como "La noche de los negros".
Julio 23: ‑ Desde muy temprano se reunió el pueblo en la plaza. Esperaba oir el bando que la junta Suprema había preparado y que debía pregonarse con la presencia de la misma en el balcón de la Casa Consistorial acompañada del exvirrey. Con sus bandas de guerra y en formación de parada asistieron la Compañía de Granaderos la Caballería, también las comunisas y los vecinos prestantes. Con vivas expresiones de complacencia se recibieron las proclamas que aseguraban la paz, el sosiego y el respeto a la religión. En señal de regocijo se ordenó que la ciudad se iluminara tres noches seguidas.
Julio 24: ‑ Nuevamente el pueblo se adueñó de la plaza para recibir fraternalmente a los 500 hombres procedentes de Choachí, Fómeque y Ubaque, que, con los respectivos curas y alcaldes, llegaron a recibir órdenes de la Junta Suprema.
Julio 25: ‑ Los ánimos de los santafereños amanecieron calmados pero de un momento a otro cundió el pánico al saberse que en el palacio virreinal se encontraban milicias fuertemente armadas y dispuestas a tomar represalias. Don José María Caballero consignó en su Diario: "Los señores de la junta se reunen; la catedral toca a fuego; todos dejan sus casas y tareas y vuelan a la plaza a salvar la patria. ¡Cosa admirable! En cosa de media hora se juntaron en la plaza sobre 3.000 hombres. . . Los que acudieron a la artillería pidieron que se sacasen cañones a la plaza, a todos se les dieron sables, machetes y fusiles; sacaron seis pedreros; cuatro los pusieron frente al palacio; dos de grueso calibre en las esquinas con los otros dos pedreros todos cargados con bala y metralla. Más de 25 hombres armados guardaban cada cañón". . . En precaución ante posibles sucesos sangrientos, dada la ira desafiante del pueblo, decidió la junta intimar prisión al exvirrey Amar y a su mujer la exvirreina Francisca Villanová, como en efecto ocurrió. Ante la multitud, celosa espectadora, fueron conducidos él a la Aduana, hoy palacio Arzobispal, donde quedó fuertemente custodiado, y ella al convento de La Enseñanza.
Agosto 13: ‑ De días atrás se venía sospechando que el batallón auxiliar tenia el plan de liberar a los exvirreyes, Ese rumor apremiado con el proyecto de conducir a Cartagena a tan destacados personajes incitó la formación de tumultos alborotadores en la plaza Mayor que pronto se acrecentaron. Hombres y mujeres en su turno, comenzaron a pedir a gritos prisión para el exvirrey, prisión para la Villanova. Esa actitud colectiva, iracunda y atropellante, logró su propósito. El exvirrey fue conducido a la cárcel de Corte y le pusieron grillos. La cárcel ocupaba la planta baja del Tribunal de Cuentas situado en la plaza Mayor. Al atardecer sacaron de la Enseñanza a la exvirreina. En su recorrido hasta la cárcel de mujeres llamada El Divorcio, situada en la hoy calle 10a. a pocos pasos abajo de la plaza, fue acompañada, formándole calle, por una multitud de mujeres, “que pasarían de 600”, escribió José María Caballero y agrega que entrometidas entre el séquito de personas notables que la acompañaba” le rasgaron la saya. . . fue milagro que llegara viva a El Divorcio.
1811.‑ La fiesta de E1 Corpus que usualmente tenía como escenario la plaza Mayor, tuvo lugar ese año el 14 de junio pero se limitó según don José María Caballero, a una sencilla procesión. En cambio la celebración de la octava correspondiente a esa ceremonia se revistio de tal aparato que no se ha visto hasta el día otra igual". Ante la feligresía que devota se apretujaba formando calle en el contorno de la plaza circuló el cortejo. El mismo autor lo describe así:
"Salieron contradanzas distintas de indios bravos; otra de Fontibón; otra de Granada, teniendo las cintas en caballitos vestidos a la española antigua, otra de damas primorosamente vestidas a la moda, otra de niños lo mismo, muchísimos matachines, graciosamente vestidos, otra de caballitos, otra de pelícanos, otra de cucambas, el arca del testamento en su carro tirado por dos terneros hermosamente enjaezados, con el sumo sacerdote; ninfas a cual mejores que pasaban de 30; el premio pasaba de una onza de oro; formación de todos los cuerpos, el acompañamiento numeroso; el adorno de la plaza fue con igual esmero y lo mismo los altares, y para completar hizo un día tan hermoso que fue una maravilla; la víspera hubo unos hermosos fuegos artificiales, todo fue completo".
1813.‑ Enero 9. En aquel tiempo imperaba la pugnacidad política entre la Cámara legislativa de tendencia federalista y el presidente de la Nueva Granada, don Antonio Nariño, quien sostenía el régimen centralista. Las tropas federalistas comandadas por el brigadier Antonio Barayá sitiaron la capital y pretendieron tomarla al asalto. La acción tuvo lugar al amanecer de la fecha citada y tuvo como epicentro la plaza de San Victorino que de inmediato fue ocupada junto con las calles vecinas. Las tropas de Nariño debidamente parapetadas y provistas de artil1ería pesada derribaron las defensas de los contrarios y tras sucesivos descalabros quedaron vencidos los federalistas.
Con este insuceso se malogró un sistema de gobierno más acorde con la tradicional configuración político‑administrativa que el mandato español había implantado y sostenido atendiendo las características geográficas y raciales de las distintas provincias que formaban el virreinato.
1813.‑ Con la derrota de las tropas federalistas, insuceso que tuvo lugar en enero de ese año, se consolidó el régimen centralista encabezado por el presidente Antonio Nariño. En consecuencia surgieron anhelos de paz y Nariño quiso que una alegoría o emblema interpretara esa transformación de los espiritus. La economía del pais era precaria y peor aun la de la ciudad. No se podía pensar en un monumento grandioso al tenor de lo que se deseaba expresar y, así, la idea se precisó de modo más sencillo y de pronta ejecución. El 29 de abril de 1813 se plantó en la plaza mayor el Arbol de la Libertad. Gran aparato y solemnidad tuvo aquel acto. Las casas y edificios lucieron enjalbegados y en sus ventanas vistosas colgaduras. Un brillante cortejo recorrió el marco de la plaza; a la revista asistieron las más altas autoridades civiles en traje de rigor, acompanadas de destacamentos militares con sus tambores y bandas de guerra. Los soldados de caballería en uniforme de parada y las espadas desnudas apartaban la multitud y formaban la calle del desfile. El árbol, un arrayán de 5 varas de alto, se plantó en el centro de una terraza triangular esmeradamente enlosada y contigua al costado oriental de la pila. Para mayor adorno cuatro arcos vestidos con laurel, ramos de flores y faroles para las luminarias, enmarcaron ese espóntánco emblema de la libertad. Un durazno y un cerezo se agregaron, dentro del cercado en madera, el 17 de enero de 1816 y apenas perduraron como símbolos de paz porque en el siguiente mes de mayo el general Pablo Morillo impuso en Santafé un gobierno tiránico que con mano fuerte persiguió y aniquiló todo indicio patriótico.
1816.‑ En la plaza de San Victorino se instaló el patíbulo donde, por orden del pacificador español Pablo Morillo, se arcabuceó a hombres ilustres, Allí, el 6 de junio de ese año fue sacrificado el prócer santafereño Don Antonio Villavicencio. Al acto asistieron vistosamente ataviadas las tropas y caballerías españolas acompañadas de sus tambores y bandas de guerra.
El 25 de octubre siguiente se avivó una hoguera en el centro de esa plaza donde con gran aparato marcial los inquisidores españoles hicieron quemar una carretada de manuscritos, retratos, gacetas, boletines y otras hojas impresas que no escaparon a las requisas domiciliarias.
1816.‑ Entre los arreglos importantes adelantados en la plaza Mayor bajo el mandato español, hay que mencionar el primer adoquinado, obra ejecutada por los patriotas condenados a trabajos forzados por el dictador Morillo. Don José María Caballero, testigo de las iniquidades bajo el Régimen del Terror, consignó en su Diario, correspondiente al mes de agosto de ese año, este sencillo renglón: "A 9 se comenzó a empedrar la plaza Mayor". Este enlosado mejoró las condiciones hijiénicas de la plaza, que en los meses luviosos se cubría de baches y lodazales o de nubes de polvo en los períodos de sequía, factores que empeoraban el desaseo del lugar. El mercado público, servicio que allí perduró hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, y la falta de alcantarillas en el mismo lapso, constituían las causas que amontonaban basuras y suciedades. El servicio de albañales se suplía con los caños o cunetas de las vías públicas, donde los desperdicios acumulados formaban fangales. Había que contar con ocasionales aguaceros torrenciales para que, a modo de servicio municipal de aseo, despejaran, lavaran y dejaran las cunetas de la plaza en estado de limpieza. Otro agente del aseo de este lugar fue el gallinazo. Bandadas de este émulo del cuervo europeo invadían la plaza, al caer la tarde, el día de mercado. El coronel J.P. Hamilton, ciudadano inglés que visitó la ciudad en 1824, escribe: "Los gallinazos son los verdaderos recolectores de basuras de esta ciudad; después de un día de mercado se ve la gran cantidad, tan mansitos que casi se les puede tocar con mano o con el bastón, devorando la suciedad y los despojos quedan del mercado”. Ese desaliño de la plaza, legítimo raigambre colonial, aun irrumpe su recinto. En años recientemente pasados allí se instalaban las ventas de pólvora navideñas, amparadas por toldas mezquinas y desaseadas. Y en estos días una resaca de noctámbulos se sirven de la plataforma de la estatua de Bolívar como dormidero público, en los días de sol. La desidia aún perdura.
1816.‑ Octubre 5. En esta fecha luctuosa fueron conducidos a la plaza mayor el doctor Camilo Torres "Verbo de la Revolución", Manuel Rodrípez Torices, José María Dávila, patriotas insignes, y el Conde de Casa Valencia Pedro Felipe Valencia, grande de España, que había tomado la causa patriótica. Los dos primeros condenados a morir ahorcados, pero por no haber verdugo cayeron todos arcabuceados; los cadáveres de Torres y Rodríguez fueron luego colgados de las horcas y en las horas de la tarde ferozmente de capitados; sus cabezas se exhibieron en jaulas por varios días en sitios públicos.
1816.‑ Octubre 29. En la plaza de San Francisco fue sacrificado el científico y hombre de letras Francisco José de Caldas; el Sabio Caldas como se le conoce históricamente. Con su muerte quedaron inconclusos los estudios de ciencias matemáticas y naturales de inestimable valor que venía adelantando.
Henao y Arrubla al comentar ese crimen incluye la siguiente frase del humanista español don Marcelino Menéndez y Pelayo relativa a Caldas: "Víctima nunca bastante deplorada de la ignorante ferocidad de un soldado, a quien en mala hora confió España la delicada empresa de la pacificación de sus provincias ultramarinas". Ese soldado se llamó Pablo Morillo, el Pacificador.
1817.‑ Noviembre 14. Al cadalso levantado en la plaza mayor fue conducida y ajusticiada la heroína Policarpa Salavarrieta, conocida con el nombre de la Pola. Ocho compañeros y con éstos su novio Alejo Savaraín, que con ella habían sido juzgados y sentenciados cuatro días antes, pagaron allí con su vida, ese mismo dia y hora en la misma plaza, el delito de haber alentado la causa de la libertad.
La espectacularidad dada al consejo de guerra que expidió tan infame sentencia y la personalidad y entereza de esta muchacha atrajeron a la plaza una nutrida y apesadumbrada concurrencia.
1819.‑ Septiembre 18. Poco después del 7 de agosto de este año, día de la victoria de los patriotas sobre el ejército español en el puente de Boyacá, se aprestaba Bolívar para salir de Santafé. Las autoridades civiles, militares y eclesiásticas y las clases sociales más prestantes acordaron una demostración pública en honor de los Libertadores de la Nueva Granada. Se acordó el 18 de septiembre para las solemnidades con escenario principal en la plaza Mayor. Fue un acontecimiento apoteósico. Anzoátegui y Santander acompañando a Bolivar encabezaron el desfile desde San Diego y por la calle real entraron a la plaza al compás de músicas marciales y bajo una lluvia de flores. Después de la ceremonia religiosa en la catedral los tres generales tomaron asiento en el vistoso estrado erigido en el costado sur de la plaza; en dos de sus alas estacionaron los batallones patriotas en tanto que una densa multitud ocupaba los contornos; "Una niña ‑ escribe el historiador Manuel José Restrepo cuyo padre había sido sacrifica, por los españoles, colocó sobre la cabeza de Bolivar una corona de laurel. Otra señorita puso sobre el pecho del triunfador la Cruz de Boyaca y dos más hicieron lo mismo con los generales Anzoátegui y Santander.
Esta fiesta patriótica figura como el evento más fastuoso entre los que adoptron como teatro el ‑ámbito de la plaza Mayor.
1820.‑ Febrero 13. En esta fecha se festejó en la plaza Mayor la creación de la República de Colombia instituida por el Congreso de Angostura en acatamiento a la genial iniciativa del Libertador. Ese domingo el pueblo de Santafé acudió a la plaza ansioso de participar en el desfile conmemorativo. Concurrieron a exaltar el acto el general Santander y los ministros del Despacho Ejecutivo, el Cabildo de la ciudad en corporación, las autoridades judiciales, los funcionarios públicos, la representación de la jerarquía eclesiástica, las de los ocho conventos de frailes y los mandos militares al frente de una compañía de húsares montados y un piquete de artillería con las respectivas bandas militares. Se hicieron salvas de artillería que alternaron con repiques de campanas.
1825.‑ Del mercado público en ese año en la plaza Mayor dejó Gosselmann, viajero sueco la siguiente descripción: "Por medio de los embaldosados que parten de la pila a las esquinas de la plaza, está ella dividida en triángulos del mismo tamaño y cada uno contiene mercancías de género distinto. En uno están los matarifes, vendedores de carne, tocino, manteca y un especie de salchichas que llaman "longanizas", en otro los campesinos con sus diversos artículos como arroz, maíz, trigo, batatas, cebada, yuca, plátanos, carbón, limones, manzanas, zanahorias, piñas, melones, etc.. Aquí hay tamién lindas flores para la venta, como nuestras rosas y cláveles. Se ven en la tercera sección gallinas, pavos, palomos y aves de casa. La cuarta está llena de productos de la industria nacional, entre los cuales figuran y en primer término unas telas ordinarias de lana o algodón y que se emplean para ropa de las clases inferiores. Ademas hay oferta de caballos, mulas y ganado de carnicería. Como la plaza el viernes en la mañana está colmada por una pintoresca miscelánea de gentes, animales y mercancías, su contemplación proporciona un variado y divertido golpe de vista ... es uno de los espectáculos más interesantes que se ven en Colombia". Posteriormente, don Miguel Cané escritor argentino se refirio al mercado bogotano en los siguientes términos: "Así todas las frutas de la tierra ofrecidas simultáneamente, todas frescas, deliciosas y casi sin valor nominal. No es un fenomeno único en el mundo? Un indio de la sabana puede darse el lujo que sólo alcanzan los más poderosos magnates rusos a costa de sumas inmensas, y más completo aún".
1827.‑ El terremoto que en ese año hizo estragos en Bogotá destruyó totalmente el templo de San Victorino. Este suceso rebajó naturalmente la categoría de la plaza. En toda época y en toda ciudad la estrecha alianza entre templo y plaza es un factor que confiere exaltaciones mutuas. El poder de atracción de los muros sagrados entrega a su inmediata vecindad incontables beneficios de orden material. A la vez la plaza destaca los alzados de la arquitectura y presta un piso para las procesiones y otras ceremonias rituales, otrora en el orden urbano una plaza sin templo o éste sin plaza delantera era una composición de menor grado; y por templo hay que entender no sólo el destinado al Culto sino también el que acepta el sentido figurado.
1834.‑ La fiesta más animada, alegre y concurrida en aquel tiempo fue la de los toros, o "capeas" en a plaza Mayor. Este regocijo tenía lugar generalmente como acto final de ciertas fiestas cívicas o religiosas. Para la corrida se improvisaban graderías destinadas al gran público y palcos o "tablados" para los altos funcionarios y familias prestantes. De la fiesta en 1834, vista por un francés, es el siguiente texto de Augusto Le Moyne; "En la mayoría de los casos, los toros no estan del todo en libertad sino que llevan a la base de los cuernos una cuerda larga cuyo otro extremo sostiene un jinete atado a la cabeza de la silla, jinete que va detrás o delante del toro para detenerle en sus arrancadas cuando un torero poco diestro está a punto de ser cogido. Toda la corrida se limita a excitar al bicho con picadores a caballo, armados con una lanza llamada "garrocha" y a clavarle unos arponcillos con banderolas o con petardos por los banderilleros que van a pie, suerte ésta que no se realiza siempre por toreros de profesión, sino por cualquier aficionado y hasta por rapaces que quieran divertirse ejecutando esa suerte".
Posteriormente se celebraron con mayor aparato las fiestas patrias, especialmente la del 20 de julio. Entre festejos figuraban las corridas de toros en la plaza de Bolívar. Cordovez Moure en sus Reminiscencias consigna al respecto una descripción pormenorizada de la fiesta brava de la que se extractan los párrafos siguientes: "El lo. de julio empezaban los constructores de tablados y toldos la tarea de acarrear la madera necesaria para las obras proyectadas, y desde entonces tomaba la plaza el aspecto de una gran feria en que se veían llegar de todas partes enormes carretadas de madera en diversas formas y clases.
A medida que se aproximaba el 20 de julio aumentaba la desazón y movimiento febril de la ciudad: se hablaba de las fiestas, se preparaban para las fiestas, se comentaban y se preparaban las diversiones que tendrían 1ugar en las fiestas; las muchachas tenían fundadas esperanzas de encontrar novio en las fiestas, las viejas tenían seguridad de rejuvenecer en las fiestas, las venteras creían que iban a formar un capitalito en las fiestas, los tahúres tenían intención de desplumar muchos pájaros en las fiestas, y hasta el Gobierno creía que aseguraría el orden en las fiestas. ¡Fatídica palabra, llamada a ser la esperanza de tantos y el desengaño de todos!
Al fin llegaba el impacientemente esperado día 19, en que debían empezar las tan apetecidas fiestas con fuegos artificiales de ordenanza. Desde mediodía estaban terminados los trabajos de construcción de las tres filas de palcos, coronados de gallardetes tricolores que, agitados por el viento, daban a la plaza aspecto risueño y alegre; cada localidad la adornaba el respectivo locatario con colchas de damasco del color que a bien tenía; entre las barreras y los tablados se dejaba un andén para que transitaran por él los que no querían entrar a la arena; debajo de los palcos se instalaban las cantinas, presididas por antiguas veteranas hijas de la alegria, que después de crudas campañas del oficio se contentaban con ver los toros desde la barrera, ya que no podían hacer parte del ejército activo, por aquella razón de que la cruda mano del tiempo todo lo desbarata.
A las siete de la noche estaban encendidos los faroles de diversos colores colocados en los palcos y restaurantes; el centro de la plaza se veía iluminado con luces de Bengala, y doquiera reinaba la mayor animación. Los muchachos de la ciudad tomaban puesto en las barreras; en donde metían tanta bulla como los pericos en tierra caliente cuando van de tránsito a saquear la apetecida roza de maíz; y de todas partes llegaban enjambres de gentes ansiosas de tomar buen puesto. Las madres del pueblo llevaban a las muchachas entramonjadas y en el centro de la familia, a fin de preservarlas de los cachacos atrevidos, o de que se les perdieran entre aquella vorágine. Los tenorios pasaban revista a todos los grupos que ofrecían probabilidades de aventura amorosa, y si llegaban a pescar en aquel río revuelto, se perdian en uno de tantos toldos preparados al efecto.
De repente se elevaba con estruendo un gran cohetón, que iluminaba el cielo con multitud de luces de colores brillantes; la gritería de veinte mil almas y los agudísimos silbidos de los muchachos contestaban, llenos de alborozo, ese anuncio de que empezaban los juegos. Las bandas de música del ejército alternaban tocando bambucos, pasillos y otros aires nacionales de no muy buen gusto; la función pirotécnica duraba hasta las nueve de la noche, y en ese intervalo se quemaban idas y venidas, triquitraques, bombardas, buscaniguas o ruedas encendidas, que se lanzaban sobre la apiñada multitud que, para no quemarse, remolinaba en todas direcciones, estropeándose y gritando; ese era el momento propicio para que los amantes contrariados se desquitaran en menos que se limpia un ojo. Luego seguían los castillos, que figuraban fuentes, estrellas, abanicos y otras alegorias; pero siempre terminaban con el castillo grande 0 Fuente de San Mateo, que, al reventar el último gran trueno, dejaba ver a Ricaurte dando fuego al parque. Seguían los globos de vistosos colores, que se atacaban con cohetes, y si llegaba el caso de atravesarlos, estallaba estrepitosa salva de aplausos y risas.
El 21 de julio empezaban las verdaderas fiestas con las bulliciosas corridas de toros, que era la meta perseguida por los que estaban ansiosos de divertirse. Desde las once de la mañana empezaban a llegar a la plaza grupos de señoritas vestidas de amazonas, seguídas de jóvenes montados en magníficos caballos. A la una se traían los toros en medio de un diluvio de jinetes de todos los tipos imaginables, precedidos de la gente de a pie que acudía ansiosa de tomar puesto en la barrera, sobre la cual se hallaban de antemano establecidos los muchachos de la ciudad.
Los tablados se veían atestados de espectadores, que dejaban traslucir el estado de excitación nerviosa que los dominaba por la realización de la pesadilla de las fiestas; el pueblo llenaba el cercado para poder recoger algo del dinero que regaban los de a caballo, lo mismo que del pan, pedazos de carne asada y chicha con que los alféreces los obsegiaban, pues durante los nueve días de toros era lo único con que contaba para alimentarse.
La llegada de los toros a la plaza daba idea de la confusión y algazara que debieron de tener lugar en la toma de Babilonia o en el saco de Roma; todos gritaban: ¡El Toro! La expansión, silbidos y gritería de los muchachos no tenía límites; de todas partes se lanzaban millares de cohetes, que reventaban sobre aquella compacta muchedumbre, quemando a muchos y apagando uno que otro ojo; los de a caballo corrían en distintas direcciones para salvarse de los toros, que recorrían atolondrados la arena y se resistían a entrar al toril; los de a pie formaban remolinos inextricables para defenderse de los toros, de los caballos y de los cohetes; pero lo natural era que se produjeran conflictos entre unos y otros, por las direcciones encontradas que tomaban de repente y que se resolvían en atropellones formidables, jinetes caídos y numerosos accidentes desgraciados, sin provecho de nadie y mal de muchos".
1839.‑ Augusto Le Moyne, ciudadano francés, vivió en Bogotá cerca de 11 años a partir de 1828 y en su libro Voyages et Sejours dans L´Amerique du Sud dedica varias páginas a los aspectos urbanos de nuestra ciudad. De una de ellas es el siguiente párrafo:
"Hay en Bogotá varias grandes plazas, que toman su nombre de los conventos e iglesias que hay en ellas. La de San Victorino por la que se pasa al entrar a Bogotá viniendo de Facatativá, de forma triangular tiene a derecha e izquierda casas de fea catadura y al fondo un parapeto levantado en el mismo borde del barranco del río principal de los dos que atraviesan la ciudad y que en este sitio hace un codo; por encima de parapeto se divisa a favor de un gran claro y por entre las casas una parte de aguas torrentosas que corren por el barranco y más allá, formando anfiteatro las montañas a cuyo pie se alza la ciudad.
Si, en general el aspecto de esta plaza es pobre y predispone por lo tanto al forastero que entra por ella poco o nada en favor de la ciudad, en cambio para un pintor, ofrece por lo menos un aspecto muy pintoresco y me he enterado de que después de mi salida de Bogotá, el barón de Gros, encargado de negocios de Francia, la ha tomado como motivo para un cuadro al óleo".
1842.‑ Atrás. quedaron anotadas las obras adelantadas bajo el gobierno español en el atrio de la Cátedral que entonces abarcaba la mitad de la cuadra, es decir hasta comprender el frente de la capilla de El Sagrario. En ese estado subsistió el altozano hasta el año de 1842 en que por iniciativa del gobernador de la provincia de Bogotá y por suscripción popular se prolongó y enlosó el atrio y sus graderías a todo lo largo del costado oriental de la plaza.
Sobre el atrio escribió en 1853 el Ministro del Brasil en Colombia Conselheiro Lisboa: ”La plaza de la Catedral en Bogotá es una de las más bellas entre las que conozco en la América Española... El conjunto lo enaltece una plataforma de grandes lajas a la que llaman Altozano de la cual se desciende al piso de la plaza por seis gradas también en piedra. A esta plataforma concurren diariamente a tomar el fresco de la tarde y pasearse muchos bogotanos”.
1845.‑ Narra Cordovez Moure que en una tarde de ese año tuvo la plaza de San Victorino una nutrida concurrencia. Motivó la atracción del gentío la novedosa ascensión en globo protagonizada por el aeronauta argentino Antonio José Flórez; Esta era su segunda proeza en Bogotá porque pocos días antes había demostrado sus habilidades en un globo de fabricación local lanzado al aire desde el patio del Colegio de Nuestra Señora del Rosario y que fue a caer después de un recorrido caprichoso sobre el hospital de San Juan de Dios. El ámbito espacioso de la plaza de San Victorino fue más propicio a la teatralidad del espectáculo. Los asistentes, a prudente distancia, vieron inflar el globo con humo caliente producido por la combustión de leña y tamo. En momento propicio Flórez subió a la canastilla y el globo, una vez liberado de los veinte hombres que lo sujetaban, se elevó. En vivas y aplausos prorrumpió la multitud. La prueba terminó "en la quinta La Floresta abajo de la antigua alameda donde los orejones a caballo trajeron a Flórez en triunfo hasta el centro de la ciudad".
1846.‑ Para destacar el monumento erigido a Bolívar y magnificar su plaza se decidió repartir el mercado público de ésta entre las plazas de San Francisco y San Victorino. Nada fácil fue desarraigar a los muy renuentes vendedores que allí venían de tiempo atrás ejerciendo su negocio.
Permaneció el mercado en la plaza de San Francisco con su alborotado trajín diario, y con mayor abundancia y gentío los jueves y viernes hasta la apertura en 1864 del mercado cubierto de La Concepción. A la de San Victorino se le asignó la parte más encumbrante del mercado: miel en zurrones, maderas de construcción, carbón vegetal, esteras, corderos y cerdos. En este desempeño permaneció hasta la apertura, en 1898, de la plaza de maderas, hoy de España, que relevó a la de San Victorino del espectáculo derrimente que ésta presentaba justo la entrada de la ciudad.
1846.‑ Fué menester de la generosidad de don José Ignacio París para que la plaza luciera con la estatua del héroe, de quien toma su nombre actual: Plaza de Bolívar. No por falta de sensibilidad patriótica y cívica del Estado surgió esta iniciativa, sino porque la escasez presupuestal de entonces, cargada de deudas externas e internas y de gastos imprescindibles e inaplazables, contrariaba otros dispendios. El señor Paris, con miras a rendir un homenaje a quien había profesado leal amistad y grande admiración, encargó al escultor italiano Pietro Tenerani la estatua del Libertador. Estaba destinada esta obra maestra, la mejor en estatuaria que posee Bogotá, a adornar el patio de la quinta de Bolívar. Pero una vez la estatua en la capital decidió el señor París ofrecerla al Congreso, que en aquel momento estaba reunido. La carta portadora de la oferta concluye así: "Colocado por la Asamblea Nacional de la Nueva Granada donde lo estime conveniente, este monumento será un justo homena a la memória del héroe...Bogotá, 20 de abril de 1846".
El Congreso con gentiles frases de agradecimiento dio respuesta inmediata y luego, el 12 de mayo de 1846, expidió la ley de la que se transcribe:
"Artículo lo. El Congreso acepta con alto aprecio la estatua del Libertador Simon Bolívar que le ha presentado José Ignacio Paris.
Artículo 2o. La estatua del Libertador se colocará en la plaza Mayor de la capital".
En cumplimiento del mandato legal se levantó el pedestal, obra del mismo escultor, en la plaza de La Constitución y para la necesaria protección ante posibles irreverencias se dispuso, en su alrededor, un pequeño enrejado. El 20 de julio del mismo año de 1846 se inauguró el monumento. El General Mosquera, presidente de la república en aquel tiempo, asistió acompañado de sus Ministros, de los altos funcionarios del gobierno, de dignidades eclesiásticas de muy prestantes ciudadanos, Se dio al acto especial pompa civil y suntuosidad militar.
En esa fecha la histórica plaza de Bogotá se llamó por decisión popular Plaza de Bolívar.
1847.‑ Por Acuerdo expedido por el Concejo Municipal el 20 de julio de 1847 se ratificó el nombre por el cual "la plaza Mayor o Plaza de La Constitucion de Bogotá se denomina Plaza de Bolívar", y desde entonces tal es el título oficial de este sitio de la ciudad.
1850.‑ El Congreso de Nueva Granada con el propósito de rendir homenaje al General Francisco de Paula Santander, el Hombre de las Leyes, digno de reconocimiento nacional por sus servicios a la patria, dispuso erigirle un monumento en la plaza de San Francisco. Con tal propósito expidió el 8 de mayo de 1850, el correspondiente Decreto Legislativo.
1851.‑ La Cámara Provincial de Bogotá, que suplía entonces al Concejo Municipal, acató el mandato del Congreso por el cual se ordenó, la erección del monumento a Santander y expresó su solidaridad al respecto al extender el 8 de octubre de 1851, una Ordenanza con el siguiente texto: “La plaza de San Francisco, situada al Norte de esta ciudad, en la cual existe la casa que habitó y en que murió el General Francisco de Paula Santander, se denominará, en lo sucesivo, Plaza de Santander”.
1853.‑ En este año y por cortos meses residió en Bogotá el señor Miguel María ‑ Conselheiro ‑ Lisboa; posteriormente publicó su libro Uma Viagem, en el que describe los aspectos más salientes de la capital y entre esos el que sigue:
"En importancia después de la Plaza de la Catedral figura la de Santander, que llaman de San Francisco; a uno de sus lados está el convento de este santo, al otro un Cuartel de Soldados, al centro un predio descuidado y al extremo de éste, aislada, la capilla del Humilladero, primera iglesia erigida por los conquistadores y cuidadosamente conservada como monumento histórico. Es este un edificio pequeño de tres brazos de fondo, tres de ancho y extremadamente bajo. La ví siempre abierta y frecuentada por numerosos devotos; en su nave se conserva un gran crucifijo que de tiempo inmemorial acompaña a los condenados al cadalso".
1878.‑ Mayo 6. En esta fecha se inauguro solemnemente la estatua del General Francisco de Paula Santander en la plaza consagrada a venerar su memoria. Este monumento ordenado en 1850 por el Congreso de la Nueva Granada y para el cual se asipó la suma de $10.000 se encomendó al escultor Florentino D. Costa y se fundió en la ciudad de Munich. El pedestal que en 1938 tenía la estatua lo describe el historiador Roberto Cortázar: “en mármol blanco de rigurosas proporciones, y lo adornan, al frente, en alto relieve, la alegoría de la justicia esculpida en el mismo material y a los lados, en bronce, los escudos de la Gran Colombia y de la Nueva Granada”.
La inauguración de esta estatua promovió varios arreglos tendientes a exaltar el lugar, entre esos: el contrato conferido al escultor italiano Mario Lombardi relacionado con la construcción de la calzada y andenes en el costado oriental de la plaza y la instalación de las verjas y puertas de hierro forjado pedidas a Europa y destinadas a la protección de la plaza; incluía el contrato los zócalos y las pilastras en piedra. Vale anotar que una parte de la verja se forjó en Bogotá conforme al modelo importado, trabajo que fue necesario para suplir el error en las medidas de la plaza al hacer el pedido.
1880.‑ En el mes de febrero se iniciaron, bajo la dirección del contratista Casiano Salcedo, los jardines y arborización de la Plaza de Santander. En el mismo mes la Compañía de Alumbrado se obligó por contrato a poner el gas en los 48 faroles, en las pilastras de la verja y en las 12 que rodean la estatua. Se le concedió un año para cumplir lo estipulado. A la vez Francisco Aldana construía por contrato las calzadas y andenes de los costados sur y occidental de la misma plaza.
1881.‑ El monumento del Libertador, genialmente concebido con altura proporcionada al recinto enclaustrado de la hoy Quinta de Bolívar, quedó, en el escenario escueto y dilatado de su plaza, desmedidamente pequeño y sin escala con el ambiente, en detrimento de la euritmia, falla que subsiste a pesar de los sucesivos empeños en corregir1a. Hacia 1880 surgió el primer proposito a este respecto. Se inició con un jardín "de severo estilo inglés" conforme a mandato del ministro de Instrucción Pública, don Ricardo Becerra. Para destacar la estatua se sustituyó el pedestal primitivo por uno más alto, confiado a Mario Lombardi, escultor italiano residente en Bogotá; el encargo fue duramente criticado por las imperfecciones del estilo. La obra conjunta se inauguró el 20 de julio de 1881 circundada por una hermosa verja de hierro importada de Europa.
Con esta obra perdió la plaza su función excelsa de centro de reuniones colectivas, que le era propia por tradición centenaria y, de contera, se le dio el nombre de parque de Bolívar, En realidad dejó de ser plaza y en términos estrictos no fue parque. No obstante, aquella composición refleja, en las fotografías que se conservan, un encomiable grado de civilidad expresada en el arreglo de un jardín un tanto entremezclado, a imagen del gusto de entonces, pero pulcramente presentado.
Una turba fanatizada arruinó el todo, jardín y verja, al precipitarse tumultuariamente con motivo de la recepción, en 1919, de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá.
1882.‑ Como embajador de la República Argentina residió por poco tiempo en Bogotá el diplomático y escritor de renombre don Miguel Cané. En su libro En Viaje narra la impresión que le causó su entrada a la ciudad dice así:
“La calle por donde el carruaje avanzaba con dificultad estaba materialmente cuajada de indios. Acababa de cruzar la plazuela de San Victorino, donde había encontrado un cuadro que no se me borrará nunca. En el centro, una fuente tosca, arrojando el agua por numerosos conductos colocados circularmente. Sobre una grada un gran número de mujeres del pueblo, armadas de una caña hueca, en cuya punta había un trozo de cuerno que ajustaba al pico del agua que corria por el caño así formado, siendo recogida en una ánfora tosca de tierra cocida. Todas estas mujeres tenían el tipo de indio marcado en la fisonomía; su traje era una camisa, dejando libres el tostado seno y los brazos, y una saya de un paño burdo y oscuro, en la cabeza un pequeño sombrero de paja, todas descalzas, Los indios que impedían el tránsito del carruaje, tal era su número, presentaban el mismo aspecto. Mirar uno, era mirar a todos. El eterno sombrero de paja; el poncho corto, hasta la cintura, pantalones anchos a media pierna y descalzos. Una inmensa cantidad de pequeños burros cargados de frutas y legumbres... y una atmósfera pesada y de equívoco perfume. Los bogotanos se reían más tarde cuando les narraba la impresión de mi entrada y me explicaban la razón. Había llegado en viernes día de mercado".
1882.‑ Por aquel tiempo el atrio de la Catedral mejor conocido como Altozano, se había convertido desde el advenimiento de la República como lugar propio para pasear o como palco para observar los acontecimientos de la plaza, y sin estorbos porque para el mercado, por ejemplo, esta área estaba vedada. Esos pasatiempos se hicieron costumbre a ciertas horas del día. Y por la destacada categoría intelectual de quienes se habituaron a dialogar allí se puede afirmar, que fue, en términos estrictos, el ágora de la capital. El escritor argentino citado atrás, don Miguel Cané en su libro En Viaje (1881‑1882), menciona el altozano como centro de reuniones cotidianas, a mañana y tarde, de "todo cuanto la ciudad tiene de notable en política, en letras y en posición", y lo define con el siguiente párrafo: "Un círculo literario, un areópago, una "coterie", un salón de solterones, una "coulisse" de teatro, un forum, toda la actividad de Bogotá en un centenar de metros cuadrados: tal es el altozano". El señor Cané fué testigo y más propiamente brillante copartícipe en los temas que allí se departían y quizá se inspiró en la diversa erudición expresada en ese dialogar, para exaltar a Bogotá con el calificativo de Atenas Suramericana.
1887.‑ Sobre la demolición, en este año, del último Humilladero que yacía en la Plaza de Santander se sabe lo siguiente:
Con fecha 20 de abril de ese año dirigió la Cámara de Representantes un oficio al gobernador del Estado de Cundinamarca pidiéndole "hiciera demoler el pequeño edificio, sin mérito arquitectónico, ni histórico, que con el nombre de capilla del Humilladero afeaba la plaza de San Francisco". En respuesta expresó el gobernador Don Dámaso Zapata que la decisión de démoler ese edificio estaba tomada “para emplear los materiales en algún edificio público”. Así se consumó tan lamentable disparate. Hay que relevan que el rasgo más perenne de esta plaza tomó su origen en esa ermita o primer oratorio en Santafé. Comenzó como templo accesorio. Fue luego portal inpregnado de ambiente rural, donde el viajero detenía el paso para santiguarse antes después de sus jornadas. Y de tan humildes cometidos pasó a puntal de un escenario de arquitectura religiosa en la que, no obstante las huellas del tiempo y de la mano del hombre, subsiste con aspiraciones de perpetuidad.
Siglo XX
1910.‑ Para conmemorar el primer centenario de los sucesos enmancipádores del régimen colonial que tuvieron lugar el 20 de julio de 1810 se programaron en Bogotá diversas celebraciones. Entre esas la erección de una estatua en bronce a Nariño en la plaza que hasta entonces se llamó de San Victorino; por Acuerdo No. 3, expedido por el Concejo en 1909, recibió el nombre de Plaza de Nariño. La inauguración de este monumento al Precursor se solemnizó en su día con la asistencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas.
1923.‑ Por la esmerada atención prestada a los árboles y jardines y por la pulcritud de su conjunto conservó la plaza de Santander, hasta bien entrado este siglo, un ambiente eminentemente cívico. Pero estas expresiones de decoro urbano sometidas a la manía renovadora no perduraron. Ortega Ricaurte menciona los siguientes hechos: La Sociedad de Mejoras y Ornato tomó la iniciativa de modernizar la plaza. Y para adelantar en el propósito presentó al Consejo Municipal el 2 de noviembre de 1922, el texto de su proyecto sustentado en la urgente necesidad de levantar las verjas protectoras de los jardines para la mejor presentación de éstos y en la importancia de destacar el árbol más frondoso ciñéndolo, a cierta altura, con una plataforma o terraza en cemento, provista de escalinatas, bancos y barandales en el mismo material. El Concejo, ante la presión de los autores, autorizó, en 1923, los trabajos exigiendo que se empleara la piedra en vez de cemento y limitando a $2.500 su participación al presupuesto de $7.500 aprobado por la Sociedad de Mejoras. Los amigos de los árboles protestaron por la prensa y vaticinaron que el árbol se secaria, como en efecto ocurrió. Igualmente presentaron su inconformidad quienes entendieron que sin el resguardo de las verjas, los jardines y los arreglos florales quedaban desemparados. Todo fue inútil. En corto tiempo quedó reducido a campo de desaseos un recinto que había tomado más de 40 años en continuos y esmerados arreglos.
1926. El Congreso Nacional y la Asamblea de Cundinamarca aprobaron los aportes anuales de $600.000 y $200.000, respectivamente, destinados a obras de alcantarillado y pavimentación de Bogotá. Se estudio entonces el tipo de pavimento que debía adoptarse; se rechazó el uso exclusivo del ladrillo, que algunos preconizaban, porque los 600.000 M2 que requerian pavimento necesitaban 1.000.000 de ladrillos y la producción local apenas llegaba a 700.000 unidades anuales. Se optó por el asfalto importado y para su empleo se contrató en ese año con el ingeniero Diego Suárez la pavimentación y arreglo de la Plaza de Bolívar conforme a los planos diseñados por el contratista.
1926.‑ La Plaza de Bolívar venía presentando notables desperfectos en su presentación que estimularon la iniciación de obras tendientes a su mejor aderezo. El Consejo Municipal acordó después de un concurso de ideas expresadas verbalmente, la instalación de pilas o fuentes luminosas mecánicamente accionadas. Se confió el proyecto al arquitecto Alberto Manrique Martín, quien también tuvo a su cargo la dirección de las obras. En la noche del 19 de julio de 1926 presenció el novelero pueblo bogotano los juegos combinados de agua y luces policromas de cuatro fuentes, dispuestas en cuadro en una plazoleta también cuadrada, para la que fue preciso excavar el declive natural de la plaza. El tamaño exageradamente macizo de las fuentes impúso la adopción de un pedestal aún mas alto, para que la estatua, situada en el centro de la plazoleta, pudiera verse a cierta distancia porque de cerca se presentaba en escorzo.
Este injerto, o incrustación de una plaza en otra, acabó definitivamente con el carácter del recinto santafereño, que por centurias tuvo el desempeño de palco o de escenario, según el caso, para reuniones multitudinarias, libre de obstáculos y estorbos. Ahora, en las tardes tibias, concurrian las gentes a la plaza atraídas por la novedad de las fuentes. Pero la curiosidad inicial decayó al mismo tiempo de las limitaciones presupuestales destinadas al funcionamiento y conservación de las instalaciones mecánicas y eléctricas. Así llegó la fecha en que las fuentes, sin agua ni alardes luminosos, se convirtieron en motivo de escarnio y lugar de basuras y desaseos, en menoscabo del debido respeto a la dignidad del monumento consagrado al Padre de la Patria.
1933.‑ El 7 de noviembre fecha del centenario del nacimiento de Rafael Pombo, se inauguró en la esquina noroccidental del parque de Santander el monumento en homenaje a este insigne poeta bogotano. La obra confiada al maestro escultor Luis Alberto Acuña destacó el busto tallado en mármol sobre un pedestal de piedra tallada y en éste dos alegorías a las célebres fábulas escritas por el homenajeado. La Sociedad de Mejoras y Ornato en su sesión de noviembre de ese año aprobó el siguiente aplauso, “La Sociedad presenta su entusiasta felicitación a la junta organizadora del centenario de don Rafael Pombo por la erección del monumento a este eximio poeta y haber escogido a un artista nacional para la ejecución de la escultura y pedestal en referencia, que son en concepto de la sociedad de Mejoras una obra de verdadero mérito artístico”.
El monumento tuvo allí una permanencia fugaz; tras nuevos arreglos fue desmontado y mandado a otro lugar.
1945.‑ La plaza de Nariño, antigua de San Victorino, venía presentando lo por la incuria de las construcciones que la enmarcaban un aspecto cada dia más deprimente, en detrimento del notable desarrollo adquirido entonces por el sector occidental de la ciudad. Este espacio abierto había surgido sin plano previo y sin normas urbanas que regularan su crecimiento y así había con figurado un perímetro pentagonal propicio al desorden y al desaseo. El Concejo con el loable propósito de regularizar y aderezar la plaza expidio en 1945 el Acuerdo 11 por el cual autorizó la remodelación de la plaza. Dispuso igualmente la adquisición "de la manzana triangular comprendida entre la calle 12, carrera 11 y costado oriental de la plaza justo con las zonas que para ese efecto se necesiten en la manzana comprendida entre la calle 12, avenida Colón, carrera 14 y plaza de Nariño, de acuerdo con los planos elaborados por la Secretaría de Obras Públicas".
1948.‑ El Concejo Municipal expidió este año dos Acuerdos relacionados con la remodelación de la plaza de Narino. El Acuerdo 16 por el cual autorizó la adquisición de los inmuebles y zonas previstas en el Acuerdo 11 de 1945 y destinadas al ensanche de la plaza; y el Acuerdo No. 100 por el que para ese propósito asigno la suma de $1´162.036 incluyendo en éstos las demoliciones, las obras de construcción y las de pavimentación.
La ejecución de los acuerdos anteriores siguió el ritmo que en estos casos impone la adquisición de inmuebles, los tramites de las licitaciones y la ejecución de las obras. Y ocurrió que la plaza una vez ensanchada tuvo que ceder parte de su área para la ampliación de la Avenida Jiménez de Quesada, obra que desfiguró la imagen urbana que allí se pretendía y de hecho la estatua de Nariño quedó fuera de lugar. Intervino también a alterar las funciones cívicas de este recinto la excavación artesonada que hacia 1950 se construyó para estacionamiento de vehículos y hoy ocupada por el mercado de artesanías.
La estatua de Nariño se retiró de la plaza en ese año; actualmente se encuentra en el jardín frontero da la fachada posterior del Capitolio.
1948.‑ En la primera década del mes de abril de este año se reunió en Bogotá la IX Conferencia Panamericana de Cancilleres y con ese motivo se adelantaron numerosas obras de ornato en esta ciudad. Entre esas un arreglo en la Plaza de Bolívar consistente en cuatro grandes esferas que el público llamó "bolas" erguidas en las esquinas de la plazoleta asignada a las fuentes luminosas e ideadas para disimular la presencia de éstas que yacían abandonadas. Una vez retirados los andamios estalló la protesta ciudadana justamente alarmada por el aspecto desproporcionado, antiestético e inoperante de las "bolas". Fue ese un atavío fugaz; permaneció tres días porque en atención al decoro de la plaza fue desmontado.
Un segundo suceso se relaciona con los desastres por los incendios y desmanes ocurridos el 9 del mismo mes de abril que arruinaron varios sectores del área central de la ciudad. La Plaza de Bolívar fue teatro de varias calamidades: saqueos en almacenes y comercios; automóviles y tranvías reducidos a pavesas, candelabros y difusores destrozados y por doquiera escombros y devastaciones.
1949.‑ Las tropelías ocasionadas por los sucesos calamitosos que tuvieron lugar el 9 de abril de 1948 suscitaron el deseo de atender prontamente a la presentación de la ciudad y en especial a de la plaza de Bolívar. El Municipio particularmente interesado por el decoro de su centro cívico contrató a fines de febrero de 1949 por la suma de 223.000 dólares americanos el estudio del plan regulador de Bogotá. Encargo tan importante se concedió a los arquitectos Sert y Wiener, residentes en Nueva York. Figuró en el convenio que el arquitecto Le Corbusier colaborara en el respectivo plan director. Este trabajo se presentó en agosto de 1950 al Concejo Municipal y en él se incluyó el proyecto de Centro Cívico con la plaza de Bolívar como componente primordial del conjunto. El nombrado arquitecto animado, quiza, por los ímpetus de renovación urbana oficiales y privados, tasó con demasiado optimismo la capacidad financiera de la ciudad y así impresionado presentó un proyecto excedido: despejó la plaza de las pilas inoperantes y estorbosas, ensanchó en demasía la plaza agregándole como área cívica la totalidad de las manzanas vecinas comprendidas entre la calle 11 y la calle 9a. y las enmarcó con edificios monumentales. A la estatua de Bolívar. le asignó la potestad de único monumento en la plaza y sobre un sencillo pedestal la ubicó cerca al Capitolio.
Los ambiciosos planteamientos de Le Corbusier en relación a la civilidad de la plaza no tomaron cuerpo real con demoliciones, cemento y ladrillos, pero perduraron afirmando la conveniencia de dar a este recinto la fisonomía sobria impuesta por su tradición centenaria.
1953.‑ El propósito de ubicar el actual edificio sede del Banco de la República en la plaza de Santander fue motivo de vivas controversias sustentadas con tres proyectos que presentaban la total remodelación de la plaza con la ubicación del Banco en la misma. El diseño, defendido por los padres franciscanos, situaba el edificio en proyecto en el costado norte; el presentado por el Departamento de Urbanismo Municipal le asignaba el costado oriental y el estudiado por las directivas del Banco concebido para ocupar el costado sur en las áreas del hotel Granada y de otras propiedades adquiridas con tal fin y en esos días en demolición. Se convino finalmente que el Banco tomara una porción de la plaza y en contraprestación cediera el área necesaria para ampliar la carrera 7a. que allí formaba embotellamientos al tránsito; solución que exigió de la plaza la cesión correspondiente al ensanche de esa vía.
1959.‑ La remodelación de la plaza de Santander en el aspecto que presenta actualmente se confirió a los arquitectos Esguerra Sáenz, Urdaneta, Samper conforme a los planos del socio de esa firma, arquitecto Alvaro Sáenz.
El proyecto contempló conservar los árboles que quedaban; la ejecución del enlosado del piso, la ejecución de las escalinatas de acceso, el diseño y la dotación mecánica de la fuente ornamental y el diseño y ejecución del pedestal en que actualmente reposa la estatua del General Santander. Estos trabajos fueron costeados por el Municipio a excepción de la fuente ornamental que fue financiada en su costo y sostenimiento en 1966 por el Banco Central Hipotecario.
1960.‑ En el mes de junio de ese año el Director del Departamento Administrativo de Planificación Distrital, arquitecto que ahora suscribe este estudio, solicito del Consejo de Gobierno Distrital su autorización para adelantar un programa de obras públicas, como contribución a los festejos sesquicentenarios de la Independencia, que debían cumplirse el 20 de julio de 1960. El plan se preparó tomando como obras básicas la remodelación de la plaza de Bolívar y la restauración de la Casa del Florero. Se decidió que éstas fueran motivo de un concurso público, conforme a los reglamentos de la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Con estos antecedentes el Concejo Municipal expidió el Acuerdo No. 79 de 1959 por el cual confirmó la ejecución del concurso. El programa presentado a la consideración de los concursantes planteaba, entre otras, las siguientes exijencias: Liberar la plaza de la función de estacionamiento público y retirar las fuentes; considerar el monumento a Bolívar como único en la plaza y dar al pedestal ubicación y dimensiones que permitan a los visitantes una mejor apreciación de la escultura y adecuada presentación de ofrendas florales; tratar el enlosado en piedra y en ladrillo o los dos materiales combinados; prescindir de árboles, estanques, jardines o zonas verdes, en beneficio de la austeridad y monumentalidad de la plaza.
Los concursantes atendieron las nítidas exigencias del programa oficial que enfatizaban los planteamientos de Le Corbusier y diez proyectos se presentaron al jurado calificador del concurso. Se eligió para la remodelación el favorecido con el primer premio, presentado por los arquitectos Fernando Martínez y Guillermo Avendaño. El segundo premio se concedió a los arquitectos Llorente & Ponce de León. Se iniciaron las obras el 18 de enero de 1960, a cargo de la firma Mopal, integrada por ingenieros de reconocida experiencia. La actual nueva plaza se inauguro el 16 de julio del mismo año con una concentración cívica en la que participaron las más altas autoridades de la capital y 40.000 niños de las escuelas públicas que en coro entonaron el himno nacional y canciones patrióticas.
#AmorPorColombia
Las Plazas Coloniales de Bogotá
Texto de: Carlos Martínez Jiménez
El titulo que encabeza este texto quiza sea motivo para que a alguien se le ocurra preguntar ¿cuál Bogotá? Tal inquietud es pertinente porque los 780 barrios de la disparatada aglomeración bogotana, que ocupan actualmente en su centro unas 17.000 hectáreas, segregados por sectores configuran varias ciudades distintas: Distintas por las caracteristicas climáticas, determinadas por microclimas definidos en función de sus regímenes de lluvias y por la desigual altura topográfica de sus ubicaciones. Dispares en razón del irregular acceso a los servicios públicos primordiales o por las distancias a los centros de trabajo, a los de escolaridad, salud y esparcimiento. Disímiles algunas por el origen regional de sus moradores impregnados de gregarismo y con costumbres domésticas y comportamientos colectivos propios. Distintas por la apariencia formal de sus viviendas y edificios como consecuencia de rentas o ingresos diferenciales al tenor de las profesiones, oficios y que haceres. Distintas también porque Bogotá cuenta con sectores en los que predomina el carácter industrial, comercial, histórico e institucional.
Las anotaciones que quedan expuestas dan materia, pues, Para tantas monografías urbano‑arquitectónicas como posibles demarcaciones sectoriales encajen lógicamente en el actual plano de Bogotá. Estudios que, si se les conceden las investigaciones y el espacio que merecen, exceden notablemente el tope espacial aquí asignado a una reseña. Y para este propósito, es decir, el de bosquejar una imagen que comprenda la evolución urbano-arquitectonica de Bogotá, presente está la lección que deparan tres de sus plazas eminentemente históricas y que hoy llevan los nombres de Bolívar, Santander y San Victorino.
La plaza, como lugar de congregación en el plano o traza de las ciudades fundadas en Indias, fue el aporte más notable de la urbanística imperial de España. Tal atributo se magnifica en estas plazas de legítima raigambre colonial, que la antigua Santafé legara a Bogota.
A través de los ya largos cuatro siglos que miden su pasado se destacan esas plazas como testijos de acontecimientos patrios, los más significativos y entrañables. Se desempeñaron atendiendo las matizadas expresiones del ágora, el forum y el teatro. En sus suelos figuró el mercado público en determinados días de la semana. Comerciantes y mercaderes las eligieron para instalar en sus marcos el almacén de ultramarinos, los bazares de fruslerías, los baratillos surtidos de artesanías vernáculas, las chicherías, el comedor, la posada y hotel de los viajeros, servicios que alternaban con los talleres donde lucían sus actividades los sastres, los zapateros, los talabarteros o con los despachos del boticario, el escribano público y el leguleyo.
En el trajín de las especulaciones en bienes raices fueron estos centros polos de atracción en torno a los cuales prosperó el desarrollo espacial con los consiguientes factores de valorización o plus valías.
Para sucesos revestidos de teatralidad fue propicio al ámbito de estas plazas. En ellas tuvieron cabida las pompas civiles, militares y religiosas más concurridas, o se adaptaron como circos de toros o como escenarios para acrobacias y torneos. En ocasiones fueron banquillos de castigos y tormentos o patíbulos donde se pagaban con la vida los entrañables y legitimos anhelos de libertad.
En el plano comunal desempeñaron estas plazas un papel preponderante. Nacer o vivir en su recuadro era señal de riqueza, de alcurnia, de restancia. Pero esta barrera divisoria le los estamentos sociales aflojaba su tensión en los días de mercado o en las fechas señaladas para las festividades santas o de mero esparcimiento colectivo; en esas ocasiones los vecinos se apretujaban, se confundían, nivelaban sus categorías sociales y el ámbito de las plazas se transformaba súbitamente en aula magna de la democracia.
Como auxiliares urbanísticos fueron estos espacios abiertos preciosos componentes de la planimetría urbana de Santafé. En su tiempo se portaron supliendo la falta de jardines y parques públicos para solaz de grandes y chicos. Por la magnitud de sus áreas presentaban al viandante un urbanorama enmarcado entonces como hoy por obras arquitectónicas que testimonian la evolución de los estilos. En la historia de las empresas que abocaron su ornato o su renovación está la huella que cada generación pretendió dejar como constancia de su paso por la ciudad. Unas con obras de utilidad o aderezo, como las primeras pilas o fuentes públicas, las primeras estatuas en bronce para honra y prez de los grandes hombres, y los primeros jardines que luciera la ciudad, obras éstas que enaltecen el arte cívico. Otras adelantadas con intención de acertar llegaron tocadas de novelería o afectadas de incapacidad estética. Desde su amanecer en la historia urbana de nuestra ciudad adquirieron estos lugares la impronta que ni los estragos del tiempo ni los afanes de modernidad han logrado borrar por completo. Aún subsiste en la plaza de San Francisco, primeramente llamada de La Yerba y hoy de Santander, la presencia de los muros sagrados de la colonial ciudadela franciscana.
San Victorino, de tan escaso renombre en el Santoral, destacó su nombre, por azares de la suerte, en la modesta iglesia consagrada a su gloria, levantada a extramuros de la naciente Santafé. El templo sacudido por un temblor desapareció, más no así la plaza contigua que aún perdura con el nombre de San Victorino.
La plaza Mayor, denominada luego de la Constitución y al presente consagrada a Bolívar, se aderezó desde su origen con las más excelsas funciones. Aún perduran allí la representación de la jerarquía eclesiástica, las sedes de los altos poderes del Estado y las del gobierno municipal. Como corazón de la ciudad fue y será esta plaza su centro cívico por excelencia.
En estricto orden cronólogico le corresponde el mérito de primera, en antigüedad, a la plaza de Santander. Para sustentar esta afirmación se consignan como testimonios irrefutables los siguientes acaeceres históricos que confirman su privilegio.
Hacia el mes de junio de 1538 ideó Jiménez de Quesada una mejor posición para su tropa, que entonces ocupaba el pueblo de Bacatá, hoy Funza, a la vez que aprestaba su pronto regreso a España. "Estando, pues, ya resuelto en estas determinaciones ‑escribe Simón‑ las tuvo también de no ejercerlas hasta dejar asentada y poblada alguna ranchería, a modo de pueblo, para que el pueblo de Bogotá (o Bacatá) se le dejase libre a los indios, que andaban fuera de sus casas por tenérselas ocupadas los soldados".
Con tal intención confió Quesada a dos expediciones la misión de elegir un sitio naturalmente amparado porque Bacatá, a pesar de las facilidades de alojamiento, no era lugar apropiado para asentar la tropa. Su posición, escueta en la planicie, dificultaba la defensa en el caso de que los naturales tomaran represalias. Se hacía indispensable un lugar con particularidades que suplieran la carencia de caballos y pertrechos, de los que ya prácticamente no se disponía. La comisión confiada al capitán Pedro Fernández de Valenzuela se encaminó hacia los cerros y allí, en la ladera del actual cerro de Guadalupe, encontró un caserío llamado Teusaquillo. Y como observó que reunía condiciones estratégicas y estaba provisto de agua, leña y buenas tierras para huertas y jardines, regresó con un informe favorale.
Teusaquillo contaba con el privilegio de ser en ciertos períodos del año el asiento de esparcimiento del Zipa, asistido de su corte integrada por un centenar de mujeres y del natural séquito de servidores.
Quesada, informado de estos pormenores, aceptó sin reparos la insinuación de Fernandez de Valenzuela, y sin más formalidades quedó elegida la sede del ejército mientras él viajaba a España, de la que esperaba regresar pronto.
Para concretar la posesión ordenó que en Teusaquillo se levantaran, para complementar las viviendas existentes, doce chozas pajizas, empresa que se confió a un grupo de indios traídos expresamente de Guatavita.
Fueron pues, consideraciones eminentemente estratégicas, primordialmente defensivas, porque aquel lugar era, según el cronista Aguado, "el más corroborado y fortalecido para la defensa de los españoles y conservación de los que en la tierra quedasen... y tenían necesidad de residir en el lugar acomodado para resistir la furia de los indios, si en algún tiempo se rebelasen; y es este sitio un poco alto y algo escombrado y raso, y que de lo alto de la sierra no les podían ofender los indios, ni en ninguna manera se podían aprovechar en él contra los españoles".
"Hechas las casas y ranchería ‑añade Aguado‑ el General se mudó a ellas y allí fundó su pueblo". Coincide esta afirmación con la de Simón, atrás transcrita, según la cual Quesada expresó la intención de dejar, antes de viajar a España, “asentada y poblada una ranchería a modo de pueblo”. De testimonios tan valiosos se deduce con entera claridad que el General instaló en aquella ranchería, la milicia que lo acompañaba, suceso que tuvo lugar el 6 de agosto de 1538 según los mismos cronistas, y aceptado posteriormente como fecha de la fundación de Santafé.
Para los primeros vecinos debió ser el de agosto una fecha de recuerdo imperecedero. En ese día habían asistido a la exaltáción de la hazaña, que con su apoyo militar había ensanchado la geografía colonial de España hasta el recóndito país de los chibchas; recordarían que en tal ocasión consagrada a La Transfiguración o festejo magno entonces en el mundo cristiano, exaltó Quesada el territorio por él descubierto con el título de Nuevo Reino de Granada y que en nombre del emperador Carlos V lo anexó, como nueva colonia a la Corona española. No olvidaban que estos acontecimientos tan entrañables se habían solemnizado con la histórica misa oficiada por fray Domingo de las Casas, capellán del ejército.
De esta santa celebración, catalogada como primera en el Nuevo Reino, se ocupa el historiador Groot, docto investigador que en consulta permanente tuvo el archivo eclesiástico, y al respecto consignó en su Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada el siguiente texto: "Advirtió a Quesada el padre Las Casas que era preciso erigir un templo al Señor para celebrar aquellas ceremon las con el santo oficio de la misa. Convino en ello el General, y puso mano a la obra, edificando una ermita cubierta de paJa, que como el establo de Belén, debia recibir bajo su humilde techo al Rey de los Reyes en ei reino de los Zipas de Bogotá". Destaca luego el Sr. Groot, en nota complementaria, las siguientes líneas en las que subraya la palabra humilladero, sinónimo de ermita. "El pequeño templo de El Humilladero era el más antiguo y más célebre de Santafé de Bogotá, por haberse celebrado en él la primera misa. Este templo, reedificado luego con ladrillo y teja. es el que se hallaba en la plazuela de San Francisco con el nombre de El Humilladero ".
En apoyo al testimonio del Sr. Groot acuden otros textos igualmente incontrovertibles suscritos por historiadores eminentes. Entre esos: Fray Pedro Pablo de Villamor, cronista de Santafé, su ciudad natal, y al respecto escribió:
"Es tradición que en la plazuela de San Francisco se dijo la primera misa solemne de la conquista". De Basilio Vicente de Oviedo, historiador muy autorizado, son las líneas siguientes: "El primer templo de Santafé fue una ermita de paja de doce pies de largo y ocho de ancho, allí mismo donde hoy ‑1763, fecha en que escribía‑ permanece por memoria otra capillita a este modo que llaman Humilladero". Añade a continuación: "El Humilladero que tenemos dicho está en la plazuela e San Francisco por memoria donde se celebró la primera misa".
Con las citas de autores tan respetables y fielmente transcritas se exarita la certeza histórica, sin que quepan réplicas respecto a la existencia del Humilladero, levantado el 6 de agosto de 1538 con el exclusivo proposito de celebrar allí la misa, acontecimiento histórico que coloca ese templo como el primer centro de oración en el historial de Santafé.
Algunos autores, con el equivocado propósito de sustentar la precedencia historica, primacía y razón de ubicación de la actual Catedral, niegan la preexistencia del Humilladero. Sostienen que se levantó en fecha posterior a la de la fundación de Santafé. Y por tanto agregan, atenidos a su particular discernimiento, que la celebración de aquella misa histórica tuvo lugar en el piso mismo de la actual Catedral. Interviene en contra a esas afirmaciones la claridad meridiana de los textos transcritos, según los cuales en ese 6 de agosto de 1538 no se demarcó ni asigno el solar que más tarde ocupó el templo primado, ni en tal día se asentaron alineamientos para el cauce de las calles ni en el terreno se deslindó el área de una plaza.
El llumilladero, en acatamiento a estrictas normas que prohibían oficiar actos sacramentales en los ámbitos castrenses, se ubicó a cierta distancia de Teusaquillo o sede militar de las tropas de Quesada. Se sabe ciertamente que ocupó la esquina norte‑occ idental de la actual plaza de Santander, al frente, calle por medio, del edificio AVIANCA. Por los grabados más antiguos que se conservan se infiere que originalmente orientó su fachada y acceso hacia el sur, es decir hacia la vega allí formaba entonces el río Vicachá, posteteriormente río San Francisco. Pero la capacidad de su nave no daba cabida a los asistentes, circunstancia que estimuló la celebración de ceremonias campales cada vez más concurridas. A modo de necesidad imprescindible surgió allí espontáneamente un atrio o nave a cielo abierto. Ocupó esta desde entonces el piso que por fuerza del fervor religioso habría de convertirse en area comunal o, en términos cronológicos, en la primera plaza pública en la historia de Santafé.
Tales son los derechos inalienables de primogenitura urbana que le corresponden a este recinto, hoy consagrado a la memoria del General Santanler.
La plaza Mayor, hay de Bolívar, adquirió su jerarquia por derecho de fuadación con formalidades legales, nueve meses después de los acontecimientos que quedan transcritos. Es decir, que su inicio como plaza revestida de protocolos urbanos se cuenta como se verá luego a partir de la real y única fundación de Santafé.
Vale aclarar nuevamente que el tan traído 6 de agosto de 1538 no corresponde a la fundación de Santafé sino a la instalación del ejército de Quesada en una ranchería, según las afirmaciones atrás expuestas. Y vale aclarar también que entre asentar una ranchería y fundar una ciudad existen notables diferencias. Las rancherías eran, según el Derecho Indiano, establecimientos ocasionales de carácter transitorio, sin estampa urbana y sin autoridad civil, y como tales ocupaban el último lugar en el escalafón de los asentamientos erigidos por los conquistadores. Las ciudades como entidades representativas de la potestad real exigían en el momento de su fundación requisitos que en aquel día no se cumplieron. Entre otros: el diseño de la traza o plano con sus calles, plaza, manzanas, y éstas parceladas en solares en número proporcionado al de los primeros pobladores o vecinos; imprescindible era a la vez el cumplimiento de normas legales, vigentes en España y en sus dominios, consistentes en la elección y posesión de las autoridades depositarias del poder civil. Confirman esta aseveración los siguientes textos de Castellanos y del mismo Simón. Escribió el primero que “El General Jiménez de Quesada, no hizo de Cabildo ‑ nombramiento, ni puso más justicia que a su hermano” . Afirmación que ratificó el segundo así: "No nombró entonces el General Quesada, Justicia (alcaldes), ni regimiento (regidores), horca ni cuchillo, ni las demás cosas importantes al gobierno de una ciudad". Y sin Cabildo no podía una fundación figurar con la distinción de ciudad. Tales eran las normas estrictas incrustadas como código inviolable en la empresa urbanizadora. De ese modo se dotó a la Conquista de cierta sabiduría civil y por eso los cabildos fueron para España pilares robustos en el andamiaje de su política imperial. Otra cosa son los lugares comunes que, sustentados bajo el principio de autoridad, se imprimen en los textos escolares y que, a fuerza de repetirlos, se hacen dogmas sin que nadie se preocupe por indagar su fundamento histórico.
Otra aclaración importante se relaciona con la ubicación de Teusaquillo. Si se acepta que Jiménez de Quesada fundó allí la ciudad de Santafé es forzoso convenir que en ese lugar se demarcó el cuadrángulo de la plaza Mayor como centro de la planimetría urbana. Esta hipótesis no tiene sentido ante la realidad que se deriva de las peculiaridades topográficas que los historiadores le asignan a ese lugar.
A favor de la posición de Teusaquillo, a extramuros de Santafé, existen los testimonios de Aguado, que quedaron anotados, y el del cronista Simón, quien hacia 1620 escribió: "Los españoles se instalaron en una aldea llamada Teusaquillo que hoy permanece". Si permanecía en aque año no podía estar en el recinto urbano ocupado por la población española que entonces era de 3.000 almas.
Queda claro, con base en información tan explícita, que Teusaquillo ocupaba la parte alta de la ciudad. Añade Piedrahita, quien escribió 56 años después de Simón, que "en lo más elevado de la ciudad hay un lugar que llaman "Pueblo Viejo". Esta denominación se aplicaba en el pasado al emplazamiento de una fundación asentada por los españoles, y luego mudada a otro lugar. Y en la nomenclatura urbana de Santafé figuró la calle de Pueblo Viejo, de la que el historiador Moisés de la Rosa en su libro las Calles de Santafé informa: "Venía a quedar en la actual calle 14 entre carreras 2a. y 3a.". Y agrega: "El origen de su nombre ‑Pueblo Viejo‑ se debió indudablemente al antiguo pueblo que menciona Piedrahita. Vale añadir que hacia 1883 uno de los redactores del Papel Periódico Ilustrado consignó al respecto los renglones que siguen: "E1 Valle de los Alcázares estaba coronado al oriente por el renombrado Teusaquillo que se alzaba un poco más abajo del Boquerón que da paso al río San Francisco.
Si se visita el sector es fácil ubicar en el actual plano de Bogotá el sitio que ocupó el caserio de Teusaquillo llamado luego Pueblo Viejo. Aún permanece en el cruce de la calle 13 con la carrera 2a., esquina norte, una plazoleta conocida con el nombre de Chorro de Quevedo; sus flancos notoriamente pendientes y su posición prominente permiten observar la amplitud del panorama sabanero que enmarca la ciudad. Tal conjunto de requisitos naturales e históricos sustentan la certeza de que ese fue el lugar elegido, para instalar el asiento militar, mientras Quesada viajaba a España.
Difícil queda, pues, entender la elección de Teusaquillo, lugar tan restrinido en áreas planas, para asentar allí la traza o plano de Santafé con calles rectas, manzanas cuadrangulares y en el centro de éstas la espaciosa plaza mayor.
Sobre el año, mes y día que con certeza histórica corresponden como fecha única de la fundación de Santafé existen las siguientes constancias dignas de entero crédito:
En cuanto al año hay que atenerse al testimonio de jiménez de Quesada, cronista de sus propias hazañas. Este testigo magno en su obra Epítome, con la autoridad que a este relato nadie hasta ahora le ha negado, de su puño y letra, y como actor y espectador consignó el siguiente texto:
"Digo que se gastó la mayor parte del año de 38 en acabar de sujetar y pacificar el Reino. Lo cual acabado, emprendió luego en poblarlo de españoles y edificó luego tres ciudades principales. La una en la provincia de Bogota, y llamóla Santafé; la otra llamóla Tunja, del mismo nombre de la tierra; la otra llamó Vélez, que es a la entrada del Nuevo Reino, por donde con su gente había entrado. Ya era entrado el año de 39 cuando todo esto se acabó".
Esta afirmación del fundador no acepta réplica, porque no tiene sentido suponer que en esta su propia relación de servicios omitiera voluntariamente la fundación que el año de 38 se le atribuye. Si ese acontecimiento urbano hubiera culminado fácil le habría sido confirmarlo con solo añadir tres palabras a su texto, el cual habría quedado así: se gastó la mayor parte del año de 38 en fundar una ciudad y en acabar de sujetar y pacificar el Reino.
Los cronistas no concuerdan en el día en que tuvo lugar la fundación de Santafé, pero coinciden en que este notable suceso culminó en el mes de abril. "A los primeros de abril de mil quinientos treinta y nueve" es la constancia dejada por Castellanos, Simón y Piedrahita. Flórez de Ocáriz a su vez afirma que esa fundación se efectuó "con solemnidad de posesión y los otros actos jurídicos que se acostumbran hacer en principios de abril de mil quinientos treinta y nueve". Gómez Restrepo y otros historiadores modernos señalan el 29 de abril de ese año, Las anteriores atestaciones fijan palmariamente el año y el mes correspondientes al advenimiento de la ciudad capital de] Nuevo Reino.
Resta por fijar con entera exactitud el día del mes de abril de ese año como dato indispensable para la apertura del calendario histórico de Bogotá. Para el caso existe el testimonio, rescatado recientemente en el Archivo de Sevilla por el historiador Juan Friede, suscrito por el capitán Honorato Vicente Bernal de la milicia de Federmán y testigo presencial de la finidación. Sostiene Bernal, en oficio firmado por él el 27 de julio de 1545, que "se fundó esta ciudad de Santafé a veintisiete de abril de 1539, y se nombró alcaldes y regidores de ella". Tan explícita declaración de testigo tan prestante permite concluir, mediante el ajuste al calendario moderno, que el domingo 27 de abril de 1539 es la legítima y única fecha en que tuvo lugar la fundación de Santafé de Bogotá.
A modo de aportes coadyuvantes a lo hasta aquí expuesto se transcriben las citas que refrendan las acciones pertinentes a la fundación de Santafé consignadas en los textos de Castellanos y Simón. Relatan estos autores los pactos que Quesada concertó con Federmán y Belalcázar en ciertos días de marzo y abril de 1539. Mencionan que Belalcázar, con la autoridad que le confería su experiencia de avezado colonizador, alentó a Quesada a fundar ciudades. Aseveran que tales insinuaciones fueron aceptadas y de inmediato procedió el General a la fundación de Santafé, cuyos pormenores los describe Castellanos así: "Pero considerado por Jiménez /cuanto le importaba poner mano / en obra que tuviese fundamento/... en el de Santafé con fijeza/ iglesia, plaza, con los requisitos que parecían ser más convenientes / a la ciudad metrópoli y Cabeza /... Nombrados pues, cabildo y regimiento, / los nuevos moradores comenzaron / casas con más zanjado fundamento.
Es importante destacar que en el texto anterior se menciona por vez primera la demarcación de calles y plaza, la de los solares de los vecinos y la de la Iglesia, o sea la materialización de la imagen urbanística, primera que tuvo Santafé.
En su turno Simón con igual interés descriptivo señala los acaeceres de ese 27 de abril de 1539 y al respecto escribió:
“Pareció al Jiménez poner luego manos a la obra en esta ciudad de Santa fé, porque aún no tenía, como hemos dicho, más que doce bohíos en forma de ranchería, y así comenzándosela a dar de ciudad, se fueron luego señalando calles, plaza, solares, dándole el mejor en la mejor parte de ella a la iglesia, que es el que ahora tiene".
Hay que aceptar que estas aseveraciones son constancias ciertas de lo que sus autores indagaron cuando aún se tenía memoria fresca de lo ocurrido "ya entrado el año de 39", precisamente el 27 de abril del mismo. Cualquier intento encaminado a presentar interpretaciones contrarias a la fidelidad cronológica aquí puntualmente transcrita equivale a porfiar en vanos alardes de imaginación.
Y con lo expuesto aparece despejada la tarjeta de identidad o acta de nacimiento correspondiente a la plaza Mayor, actualmente distinguida como plaza de Bolívar.
La plaza de San Victorino, en la trilogia de las plazas santafereñas, aparece al promediar la segunda mitad del siglo XVI. Fue y es, de las tres, la de menor categoría como componente urbano, y su historial no destaca tantos acontecimientos significativos como sus predecesoras. Al surgir como área cívica ocupó el terreno que antes era anegable por las continuas crecientes del río San Francisco que allí se explayaban, cubriéndolo con detritos animales y vegetales y espesos mantos de lodo. Algunos arreglos encaminados a encauzar el río y su posición como escala obligada de las entradas y salidas del camino a Honda, estimularon en su contorno un paulatino desarrollo urbano aunque a extramuros de la ciudad de entonces.
Hacia el año de 1578 Dn. Francisco Hernán Sánchez, terrateniente y hombre de empresas, decidió urbanizar las extensas arcas que recuperadas de la influencia del rio allí poseia. La actividad urbanizadora estaba en vigencia en aquel tiempo en Santafé. De ese negocio se ocupaban a la vez Lope de Céspedes y Cristóbal Bernal, promotores de los barrios de Santa Bárbara y Las Nieves, respectivamente. La especulación con tierras suburbanas ha requerido siempre en nuestro medio de la inmediata construcción de una iglesia. Y Dn. Francisco Hernán Sánchez atenido a este lema, tan favorable a sus propósitos, inició en aquel año la erección de un modesto templo en uno de sus predios y a la vez, en alarde de generosidad, cedió para plaza el área frontera al mismo. La construcción de aquel centro de oración fue lenta porque cortas y paulatinas fueron las contribuciones y limosnas del piadoso pero pobre vecindario.
Una vez que la recatada iglesita cubierta de paja quedó terminada se glosó su anonimato. Es decir que carecía de una divinidad protectora. Se acudió en consecuencia a elegir el nombre de un Santo a quien consagrarla y que a la vez actuara como abogado contra los hielos que frecuentemente arruinaban trigales, maíces y sementeras. Para el caso Juntáronse los canónigos en la Catedral y echaron en un vaso cédulas con los nombres de algunos Santos. El niño encargado de sacar las boletas sacó la marcada con el nombre de San Victorino. Como éste no figuraba en el Breviario reincorporaron al vaso la papeleta. Y como el niño sacara por segunda y tercera vez del vaso revuelto el nombre de San Victorino se entendió "que era voluntad de Dios que entre sus santos se aceptara a San Victorino". Bajo este patrocinio se consagró la iglesia, “la que en el año de 1598 ‑escribe Flórez de Ocáriz‑ por septiembre, se erigió parroquial", asignandole parte de la feligresía de 1as Nieves.
La exposición abreviada que queda expuesta señala el origen, ubicación y nombre del Santo Patrón, de la plaza de San Victorino.
Asentado el origen de las tres plazas cabe agregar a su historia, así sea en síntesis, la siguiente secuencia cronológica de los acontecimientos que en ellas tuvieron su escenario.
Funciones cívicas y evolucion arquitectonica
POSICION DE LA PLAZA MAYOR EN LA FECHA DE SU DEMARCACION
Sobre bases ciertas, relacionadas con el reparto de solares entre los primeros pobladores de Santanfé, y con informes fidedignos sobre la posterior apertura de calles, diseñó el autor de este estudio el plano o traza que aquí se presenta, correspondiente a la fecha en que se demarcaron en el terreno las calles, manzanas y plaza, es decir, al 27 de abril de 1539, fecha de la real fundación de Santafé.
Sobresale en este plano la ubicación del cuadrángulo que luego se llamó plaza Mayor, en el centro de la planimetría integrada por 35 manzanas.
Incluye este plano, a la misma escala, la posición de Teusaquillo y con su consiguiente desarrollo urbano la plaza de La Yerba, hoy plaza de San Francisco.
Lectura del plano‑
1, Pie de monte de Guadalupe; 2, pie de monte de Monserrate; 3, río Vicachá y posteriormente río San Francisco; 4, Teusaquillo; 5, río que posteriormente se llamo de San Agustín; 6, solar destinado a la iglesia; 7, plaza que luego se llamó Mayor; a partir de 1550: 8, convento de los dominicos; 9, casa de los Quesadas; 10, plaza de San Francisco, 11, convento de San Francisco.
REPARTO DE SOLARES EN LA
PLAZA DE MERCADO
POSTERIORMENTE PLAZA DE SAN
FRANCISCO, HOY DE SANTANDER
Este reparto de solares se basa en el plano estudiado por don Daniel Ortega Ricaurte para el año de 1543, y tiene la siguiente lectura: 1, Juan Muñoz de Collantes; 2, Francisco de Mestanza; 3, González de la Peña; 4, Juan Guemez; 5, Juan Puelles; 6, Hernán Pérez de Quesada y su hermano don Gonzalo, el fundador de Santafé; 7, Juan de Moscoso; 8, Andrés Vásquez de Molina y 9, el Humilladero. La línea continua corresponde a los primeros alineamientos y la de puntos, a la forma que tuvo la plaza hace unos 50 años.
POSICION DE LAS PLAZAS
COLONIALES EN EL RECINTO
URBANO A FINALES DEL
MANDATO ESPAÑOL
Esta copia del plano de Santafé, levantado en 1797 por Carlos Francisco Cabrer, señala la posición equilibrada que, en relación al desarrollo espacial de la ciudad, ocupaban las tres plazas materia de este estudio. Puede observarse que sus áreas aún se destacan entre las 188 manzanas urbanizadas, para una población que entonces se aproximaba a los 21.000 habitantes.
LECTURA DEL PLANO.‑ A, Catedral; B. San Carlos; C. La Enseñanza; D, Monasterio del Carmen; E. La Candelaria (convento); F, Monasterio de Santa Clara; G. Casa Episcopal; H. Monasterio; I. Capilla de las Cruces; J. Santa Bárbara; K. San Agustín; L. Santo Domingo; M. San Francisco; N. La Tercera; 0. El Hospicio; P. Las Nieves; Q. San Diego (convento); R. Capuchina; S. Parroquia Sn. Victorino; T. Hospital Sn. Juan de Dios; V. Las Aguas; W. Monasterio; X Palacio.
Plaza de Santander
Esta fotografía es el aspecto que hacia 1862 mostraba la plaza ocupada por el mercado público. Destaca la categoría arquitectonica del Humilladero, algunos años antes de la demolición ordenada por el Congreso de la República.
El Humilladoero
Corresponde este grabado de Benjamín Heredia, publicado en el Papel Periódico Ilustrado, al aspecto que presentaba el Humilladero, antes de la ampliación y que pueden observarse en el grabado que en otro lugar se incluye, para ilustrar el escenario que presentaba la plaza de San Francisco como área de mercado público.
Costado Norte
Don Pedro María Ibáñez escribe que en 1572 el costado norte de la plaza de San Francisco "apenas contaba con tres casas particulares" correspondientes al primer reparto de solares (ver plano). El capitán Melchor Valdez inició, hacia 1553, en los solares que compró a Juan Guémez y Juan Puellez, hoy ocupados por el edificio Avianca, la construccion de unas casas, obra que le motivó un pleito con la cofradía de La Veracruz. Alegó ésta que Valdez había avanzado el alineamiento, afirmación que al ser verificada por el medidor de tierras, fue base para el fallo del 30 de julio de 1555 a favor de la Cofradía. Valdez, para no perder las obras, trasó el diferendo entregando una ternera, convenio que resultó adverso a los cofrades, pues tuvieron éstos que ceder una zona de 5 pies para conformar el ancho de la calle (actual calle 16, entre carreras 6a. y 7a.) y así perdió el solar que Alonso Luis de Lugo le había asignado, en 1544, a La Veracruz, en la plaza.
La casa que ocupó la esquina occidental fue del general Francisco de Paula Santander y allí murió el 6 de mayo de 1840, suceso que se rememoró el 7 de agosto de 1903, con la colocación de una placa en el muro exterior del costado norte. Posteriormente, fue ocupada por instituciones diversas, entre esas la primera sede de la dirección y talleres del periódico "El Tiempo", fundado el 30 de enero de 1911. Hacia 1924 se inició aquí la construcción del Hotel Regina, edificio que el 9 de abril de 1948 desapareció, arruinado por un incendio.
La casa del extremo oriental, donde actualmente se encuentran el edificio de La Nacional de Seguros y el Teatro Lido, se afirma que perteneció a Jiménez de Quesada. Esta versión puede ser cierta, pero a partir de 1551, al instalarse el Mariscal en Santafé, después de regresar de España. Don Luis Galvis Madero afirma que en 1558 "habitó en ella Jiménez de Quesada".
Hay que recordar que el reparto de solares en esta parte fue sin la intervención de Quesada. Varias coincidencias permiten dar por cierto que el solar y primera casa pertenecieron, originalmente, a Hernán Pérez de Quesada, hermano de Don Gonzalo, particularidad que insinuó el nombre de Casa de los Quesadas. La magnitud del solar y el amplio frente de la misma incitaron, tras posteriores subdivisiones, la acomodación de varias residencias. Una de éstas, la del solar que ocupa la Nacional de Seguros, fue víctima de la violencia politica, desatada el 3 de septiembre de 1952, que por ser la Casa Liberal, o sede de la dirección de este Partido, fue incendiada en esa fecha.
GRABADO I.‑ Hasta bien entrado el siglo XX figuró esta casa en la esquina ue la carrera 7a. con calle 16 o esquina del costado norte de la plaza de Santander. Por la amplitud del solar, liolgura y número de sus habitaciones, fue sede de varias instituciones‑ Cedió su solar para levantar el Hotel Regina.
GRABADO II.‑ Con planos traídos de Alemania se construyó y dio al servicio en 1926 el Hotel Regina que representa este grabado. El proyecto original incluía cuatro plantas y mansarda, pero una vez iniciada la obra se estimó que dos plantas eran suficientes para atender al corto número de viajeros que entonces llegaban a Bogotá.
No escapó el Regina a los incendios del 9 de abril de 1948 y el que lo atacó, lo redujo a cenizas.
Este edificio de La Nacional de Seguros, empresa especializada en seguros de vida, se adelantó mediante el concurso privado ‑planos y ejecución de la obra‑ asignado a Obregón y Valenzuela firma de arquitectos con sede en Bogotá.
La Nacional de Seguros fundada en 1952 ocupó entonces la casa contígua a la iglesia de La Tercera, con frente a la carrera 7a., y en el mes de agosto de 1957, ocupó y abrió sus despachos al público en este edificio, que es su sede actual.
Remata este costado norte, taponando la carrera 6a., el teatro Lido, inaugurado en 1954 para exhibir películas.
La casa de dos plantas que se ve en este grabado, construida en la primera década de este siglo XX, fue demolida para agregar su solar al que antes ocupó el Hotel Regina y, asi, en un area total de 3.017, 46 M2 Se dio asiento, al Edificio AVIANCA.
Edificio Avianca
AVIANCA S.A., con el ánimo de instalar sus despachos más representativos en un edificio moderno decidió elegir, por medio de un concurso privado, el proyecto que desempeñara su objetivo y que, a la vez, fuera una expresión de su prestigio. Se presentaron cinco proyectos, estudiados por los más renombrados arquitectos bogotanos. El jurado, formado por los arquitectos Aarne Ervi, finlandés, Jorge Arango y Eduardo Mejía Tapia, colombianos, y por don Juan Pablo Ortega, como presidente de la Empresa, y Manuel Pardo, como directivo de la misma, eligió el proyecto. El fallo, hecho público el 21 de septiembre de 1963, dio a conocer los nombres de los autores del diseño, así: Arquitecto Germán Samper en representación de la firma Esguerra Sáenz, Urdaneta, Samper, y arquitectos José Prieto Hurtado y Manuel Carrizosa, en nombre de la firma Ricaurte, Carrizosa, Prieto. Actuó como coordinador del concurso el arquitecto Eduardo Pombo.
Las controversias públicas que suscitó el proyecto elegido, y la oposición que, inicialmente, tuvo la aprobación municipal de los planos, retardaron la iniciación de la obra. Finalmente, las firmas proyectistas‑contratistas, con la colaboración del ingeniero Domenico autor del diseño estructural, entregaron, en el mes de diciembre de 1969, este edificio listo para ser ocupado.
Hacia 1958 la Plaza de Santander, recientemente remodelada entonces, presentaba este despejado aspecto. Obsérvense en el costado oriental las edificacioncs que luego cedieron su piso para levantar el Museo del Oro y el Banco Central Hipotecario. Del proyecto de remodelación es autor el arquitecto Alvaro Sáenz Camacho de la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Samper ejecutora de la obra.
Costado Oriental
Originalmente, según el plano de loteo que se publica en otro lugar, figuraron en este costado tres solares. En el de la esquina norte levantó Juan Moscoso una sencilla vivienda, la cual, sin estar terminada, fue cedida a los padres dominicos, quienes en 1550 establecieron en ella su primer convento, bajo la divisa de Nuestra Señora del Rosario, claustro que ocho años después se trasladó a la 2a. Calle Real del Comercio. Tiene este inicio conventual el mérito de primer taller de fundición en Santafé, con la primera campana que tañó en esta ciudad, fundida por Fray Lope de Acuña. También, el de la primera sala para representaciones teatrales, empresa transitoria explotada hacia 1578 por dos españoles andariegos.
E1 solar que fue de Andrés Vásquez de Molina, se subdividió para levantar viviendas que no dejaron referencias históricas.
De Don Daniel Ortega Ricaurte es el siguiente texto: "A mediados del siglo XVIII ya estaba construido todo el lado oriental de la plaza y entre las casas históricas sobresale una: la que fue del Precursor don Antonio Nariño, cerca de la Ronda del Río, casa espaciosa de dos pisos que compró al regidor don Jose Antonio de Ugarte. . . Las piezas bajas servían de depósito de mercaderías y de frutos del país listos para ser exportados". En el solar correspondiente a esta casa se encuentra el edificio sede dél Jockey Club de Bogotá.
De reciente construcción son los tres edificios que actualmente ocupan, al parecer, los tres solares que existieron poco después de fundada Santafé. Corresponden a tres instituciones representativas del adelanto cultural, económico y social de la ciudad. En la esquina norte se encuentra el Museo del Oro, construido por la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Samper, con planos de Germán Samper, socio de la misma, e inaugurado en el mes de abril de 1968. En posición central, se destaca el Banco Central Hipotecario, cuya construcción estuvo a cargo de la misma firma, con planos del mismo arquitecto. El diseño correspondiente fue elegido mediante un concurso privado. La obra se inició en 1963 y en 1967 instaló allí el Banco la sede de su vasta organización. Con planos de Pablo Rocha y Julio Santander se construyó y dio al servicio, en 1937, la sede del Jockey Club de Bogotá, centro social muy exclusivo.
Con el nombre del Círculo de Comercio se fundó, en 1888, en el costado norte de la plaza de Bolívar, el centro social que luego, al instalarse en el edificio de La Botella de Oro, situado donde hoy está el Palacio Arzobispal, tomó el nombre de Jockey Club.
En 1936, adquirió esta institución la casa‑solar que ocupa el actual edificio.
Costado Sur
En 1572, conforme al Acuerdo firmado en ese año por el Dr. Venero de Leiva que en otro lugar de este escrito se menciona, era propietario del solar que ocupa el Banco de la República, el capitan Muñoz de Collantes. El solar, lindó siempre al sur con la ronda del río o área "non edificandi", condición que, con la canalización del río, se transformó en propiedad municipal, contra la cual adosó sus muros posteriores el hotel Granada.
La construcción de las primeras casas fue tardía. Se sabe que en 1618 concedió el Cabildo autorización a la señora Jerónima de Bastida, para que edificara allí su casa. Otras construcciones se alinearon posteriormente, y en la que hacía esquina con el camino a Tunja se estableció la “Casa del Mesón” o primer hotel que tuvo Santafé. Esta casa fue demolida por orden del Virrey Solís, para en su lugar levantar la Fábrica de Aguardientes; la obra, inaugurada en 1759, se amplió bajo el gobierno de Messía de la Zerda, para incorporarle la administración del tabaco y otros despachos. Perdió, en 1780, el carácter de fábrica, al instalarse en ella, por orden de Caballero y Góngora, el cuartel de milicias reales. Y cuartel fue en dos ocasiones posteriores: En 1820 para las tropas patriotas vencedoras en Boyacá y en 1853, al servicio de1 ejército regular de la República.
En 1891 figura en este lugar una espaciosa residencia de esquina, con locales en la planta baja. Hacia 1920 era sede del Gun Club y, luego demolida para levantar el hotel Granada.
Con un anteproyecto para el Hotel Granada, elaborado en París por Diego Suárez Costa, se inició en 1927 el diseño de los planos y la promoción de los trabajos. Por desavenencias entre el arquitecto y los propietarios, optaron estos por traer de Chi1e al arquitecto Julio Casanova, quien tuvo a su cargo la revisión, construcción y decoración del edificio que, inaugurado en 1930, fue, hasta su demolición a mediados de 1953, el centro de las más animadas reuniones sociales y políticas de la capital.
Tuvo la obra del Hotel Granada el mérito de aula primera en Bogotá, para el aprendizaje de oficios relacionados con los sistemas modernos de construcción. impuso la necesidad de diseños a escalas apropiadas junto con especificaciones para cada una de las partes y, en asocio de su compatriota arquitecto Manheim, dirigió los acabados interiores y exteriores y así formó personal idóneo en diversos quehaceres. El escultor español Ramon Barba tuvo a su cargo la ornamentación, en los ramos de su especialidad. Los cubanos González y Charún, traídos expresamente para las instalaciones técnicas, dieron aprendizaje a los obreros bogotanos que les colaboraron. El auge posterior de la construcción en Bogota tuvo la fortuna de contar con el aporte de esa promoción de obreros especializados.
Para la construcción del Banco de la República se dispuso de un terreno rectangular con cuatro frentes. El proyecto fue motivo de vivas controversias sustentadas por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, el Departamento de Urbanismo Municipal, y las directivas del Banco. Primó, finalmente, el querer de éstas. El proyecto se confió al arquitecto español Alfredo Rodríguez Orgaz y la Construcción a Cuéllar, Serrano, Gómez y Cía.
El 2 de noviembre de 1958, abrió el Banco sus servicios al público.
En la fotografía vemos un rincón de la plaza de Santander donde se destaca una de las dos hermosas fuentes de bronce que contribuían a su ornamentación. Al fondo la fachada principal del Hotel Granada.
Esta fotografía tomada hacia 1925 muestra la fachada lateral de la iglesia de San Francisco con el revoque y blanquimiento que le fueron propios; adosada a la misma se inicia la iglesia de la Veracruz, formando el rincón ocupado actualmente por un pequeño jardin con su reja protectora.
Por la dirección que llevan los vehículos se deduce que entonces circulaban, en la carrera 7a., de norte a sur.
Costado Occidental
Los cercados, a mano izquierda de la salida hacia Tunja, correspondientes a los solares que hacia 1542 pertenecían a Juan Muñoz de Collantes y Francisco Mestanza, fijaron el primer alineamiento occidental de esta plaza. Collantes, dotado de notables cualidades cívicas y animoso promotor del adelanto urbano, levantó en lo propio dos casas de tapia que cubrió con tejas provenientes de tejar, primero en su genero en Santafé, montado hacia 1543 por Antonio Martínez. De estas casas parte la historia del actual templo de San Francisco, cuyos pormenores se resumen como sigue: En 1550 llegaron a Santafé las comunidades dominicanas y franciscanas, con el ánimo de establecer sus respectivos conventos. El Cabildo ubicó a los franciscanos afuera de la ciudad, cerca al predio que más tarde ocupó la iglesia de Las Nieves. De allí, por decisión del mismo Cabildo, se mudaron al solar donde hoy se encuentra la iglesia de San Agustín, en el que se había levantado una modesta capilla. Allí permanecieron hasta 1557, porque en ese año el arzobispo de Santafé, fray Juan de los Barrios, compró con toda una manzana las casas de Muñoz de Collantes, en las que se instalaron los frailes, definitivamente.
El padre Simón refiere que "se comenzó luego a edificar con la ayuda que para ello dieron los conquistadores con sus indios, trayendo maderas, paja y demás materiales y luego a postreros de enero de 1561, estando la iglesia acomodada, se puso el Santísimo Sacramento". Con la expresión "acomodada" quiso expresar que estaba el templo en proceso de construcción.
El padre Alberto Lee López consigna, apoyado en sus recientes investigaciones, la fecha en que fue inaugurada la nave, con el siguiente texto: "Creemos que debe afirmarse categóricamente que el edificio bendecido en 1556 por el arzobispo de Santafé, fue la nave principal de la actual iglesia de San Francisco". De referencia tan respetable se deduce que esta iglesia es la más antigua de Bogotá.
En fecha tan temprana no contó el templo con torre, ni con llave lateral, que no necesitaba ni era propia del estilo. Surgió ésta hacia 1570 con la capilla lateral al servicio de la cofradía del Nombre de jesús, a la que la comunidad le cedió el sitio "para en él hacer y edificar una capilla y colegio". En retribución a su generosidad, impusieron los religiosos que la obra se levantara con "paredes muy bien obradas de tapia, que lleven cal y sus rafas de ladrillo"' Así, tal cual, subsiste la textura del muro, pero sin el revoque en cal que hasta 1949 había conservado.
De la torre primera se sabe que tuvo, por donación del virrey Solís, un reloj y tres campanas y que quedó arruinada por el terremoto del 12 de julio de 1785. La construcción de la torre actual, la obra de la fachada sobre la avenida Jiménez y la restauración del templo, que también había sufrido algunas averias, estuvieron a cargo del ingeniero español Don Domingo Esquiaqui. Con motivo de estas composturas, se prolongó e incorporó, como nave lateral, la antigua capilla de la cofradía del Nombre de jesús. Con estos arreglos, consagrados el 25 de marzo de 1794, tomó la iglesia la imagen arquitectónica que aun conserva.
Adosada al templo de San Francisco, destaca su arquitectura La Veracruz. El cuerpo de esta iglesia, para llegar a la categoría espacial que hoy luce, tuvo que pasar por sucesivos ensanches y transformaciones. Su primera fundación, patrocinada por la cofradía de La Veracruz y representada en una ermita de dimensiones mínimas, se levantó en 1556 en el solar que hoy ocupa la iglesia. Para reemplazo de ésta, que tuvo una existencia fugaz, se inició en 1575 una capilla con holgura ropiada a las ceremonias de la Cofradía. Ocupó el terreno contia la iglesia de San Francisco, que los religiosos de esta orden cedieron gratuitamente a los cofrades de La Veracruz. A su vez, la nueva obra se prestó para modificaciones ulteriores en su piso y en su apariencia exterior. Culminaron en 1664 estas mudanzas con la iglesia típicamente colonial que subsistio hasta 1908, año en que el arquitecto Julián Lombana ridiculizó sus fachadas con una arquitectura estrafalaria.
La Veracruz, en su estado actual, se debe a la intervención del arquitecto Alvaro Sáenz.
Para los religiosos de la Orden Tercera se inició en 1761 la construcción de la iglesia llamada La Tercera, El 25 de agosto de 1780 se consagró esta nueva iglesia. El campanario actual, obra del arquitecto Carlos Schlecht, se levantó en 1857 sobre el cuerpo de mampostería que quedó de la primera torre después de un temblor.
Los parterres y cuidadosos arreglos florales del parque de Santander al quedar desprotegidos, con la retirada de las rejas que por varias décadas los habían amparado, se transformaron en áreas en las que el público estableció a su antojo sus propios senderos; tal es la imagen despedazada del parque que se presenta en esta fotografía, tomada antes de que nuevos senderos aparecieran para comunicar entre si a los primeros. Finalmente se aceptó que este lugar histórico y venerado se despejara y arreglara como hizo de circulación libre. Vale la pena observar que algunos árboles aun lucen su frondosidad.
Plaza de Bolívar
La plaza recoge el ambiente de los más notables acontecimicntos religiosos, cívicos y políticos o la espontánea alegría de las fiestas populares. "El Corpus, escribe Mollien, es la fiesta que se celebra con mayor esplendor en Bogotá. La víspera se anuncia con fuegos artificiales. Se levantan cuatro altares ricamente adornados, uno en cada esquina de la plaza mayor, y por una singular mezcolanza de lo sagrado con lo profano, por todas partes se ponen cucañas, fantoches y una infinidad de jaulas con animales raros".
Arriba, dibujo de Riou, en la obra de Edouard André ya citada, y abajo, grabado de R. Moros en el Papel Periódico
Costado Oriental hacia 1830
DE IZQUIERDA A DERECHA: Fachada de la cuarta catedral. Bajo la atenta vigilancia del doctor y luego arzobispo Fernando Caycedo y Flórez, se inició esta obra el 11 de febrero de 1807, con planos del capuchino fray Domingo Petrez, y como director de los trabajos el maestro Nicolás León. Petrez murió en 1811, quedando León con entera responsabilidad en la interpretación de los planos y ejecución de la mampostería en silláres de piedra. Adelantó éste la empresa con notable inteligencia y dedicación; el 19 de abril de 1823 se consagró el nuevo templo, con grandes solemnidades.
Sigue luego la casa del Cabildo Eclesiastico. El solar de esta obra, construida entre 1660 y 1689 con la intervención del arzobispo doctor Julián Cortázar, lo ocupó la iglesita de los conquistadores o primera catedral, Esta casa fue cárcel de eclesiásticos y Juzgado de diezmos.
La capilla del Sagrario, obra la más digna por su arquitectura y la mejor conservada entre las de caracter religioso de la época colonial. Se inició la construcción bajo el patrocinio economico de don Gabriel Gómez de Sandoval, devoto de la Eucaristía, en 1659, y en 1700 se dio al servicio. Sufrió grandes desperfectos con el terremoto de 1827, que se repararon oportunamente. De 1948 datan las actuales espadañas.
Contigua a la Capilla tuvo el conquistador Alonso de Olalla su casa, levantada con muros de tapia. Esta iniciativa, por novedosa en su tiempo, le valió para incorporarse en las crónicas locales como primera en su tipo en Santafé, La casa de Los Portales, según Ibáñez, se levantó sobre el nivel de la plaza y luego con el arreglo del altozano quedo separada por una baranda en ladrillo, formando un pasadizo. Esta casa la ocupó por largos años la Real Aduana, sirvio de prisión al virrey Amar y allí tuvo su despacho el dictador Pablo Morillo. Fue en los primeros años de la República sede de la Secretaría de Hacienda, de la Tesorería y Oficina de Correos. Actualmente ocupa el solar desde 1953, fecha de la inauguración, el Palacio Cardenalicio, levantado con planos del arquitecto Rodríguez Orgaz y construido por Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Suárez, firma de arquitectos bogotanos.
Costado Sur
DE IZQUIERDA A DERECHA: Solar donde figuró la casa o palacio de los virreyes hasta el 26 de mayo de 1786, fecha en que quedó arruinada por el incendió que acabó con lo poco bueno que allí había dejado el terremoto del 12 de julio de 1785, las ruinas se apropiaron luego para cuartel y depósito de pertrechos.
Las dos casitas que siguen fueron chicherías por muchos años.
La primera casa alta tuvo en su planta baja la cárcel grande, llamada también de Corte.
En la casa que luce dos balcones pareados funcionaron las oficinas de recaudos y la caja real.
Finalmente, a la extrema derecha, figura el edificio de la Real Audiencia, inaugurado en 1557. En el dibujo se puede leer: A, puerta principal; B, ventana hacia la habitación del portero; C, Archivo del Virreinato; D, despacho del escribano; E, ventana de la sala de reunión de los oidores; E, ventana del salón de recepciones; F,G,H, ventanas de las oficinas en que actuaba el Tribunal de Cuentas.
El Capitolio
En 1846, por iniciativa del General Mosquera, presidente de la República, se tomó toda la manzana frontera al costado sur de la plaza de La Constitución para levantar el actual Capitolio, autorizado por la Ley 3a. de marzo 17 de ese año. El artículo 2o. de la misma ordenó, para gastos de construcción y honorarios del arquitecto aplicar: "lo. hasta $20.000 anuales del tesoro nacional; 2o. el valor de los edificios de propiedad nacional existentes en la capital". Se encargó del proyecto y dirección al arquitecto Tomas Reed, oriundo de la isla de Santa Cruz, entonces posesión danesa en las Antillas, con un sueldo mensual de $150. Contratista de los cimientos fue Manuel Arrubla y en éstos se colocó la primera piedra, el 20 de julio de 1847. En 1851 se terminaron los cimientos pero la guerra de ese año paralizó la obra, y en ese estado permaneció varios años. Se propuso parcelar el terreno para vender lotes destinados a residencias. En 1871 se reanudaron los trabajos bajo la dirección de Francisco Olaya, quien altero los planos. José Maria Munévar censuró públicamente este hecho y denunció las fallas en la construcción. Nueva suspensión en 1876. Se le llamó entonces el "Enfermo de piedrá". Nuevamente, en 1878, se reinició la construcción con Olaya y Mario Lombardi (escultor) como directores y, luego, asesorados por el arquitecto Pedro Cantini. En 1886 se enmendaron las fallas de Olaya y se continuó momentáneamente la obra con los planos del arquitecto Antonio Clopatofski. Nueva paralización hasta que el general Reyes, en 1904, hizo expedir la ley 6a. de ese año que acreditó la suma de $200.000 anuales. En 1908 confió la dirección a los arquitectos Gastón Lelarge (francés) y el bogotano Mariano Santamaría. Este se encargó de los salones y de la fachada posterior y Lelarge del patio y fachada principales. En 1926 quedó esta obra finalmente terminada, y tan bien que se consideró como la mejor en su género en Suramérica.
Costadlo Occidental
DE IZQUIERDA A DERECHA: Casa de dos plantas llamada Cárcel Chiquita, con ventana enrejada ‑B‑ sobre el calabozo.
Sigue la casa de una planta que se desempeñó como despacho de los alcaldes.
La siguiente, de dos plantas, llamada La Cazueleta, fue la sede del Cabildo y desde sus balcones arengaron los patriotas al pueblo el 20 de julio de 1810.
Sigue la casita que fue el despacho de los escribanos. Viene despues la casa de dos plantas y azotea en la que tuvieron sus despachos los virreyes; con el mismo desempeño la ocupó el General Santander.
Finalmente, la amplia casa de esquina de propiedad particular que adaptada y alquilada por 800 pesos anuales, fue la residencia. última de los virreyes, es decir, a partir de 1786, año del incendio de la anterior residencia.
Este conjunto de construcciones sufrió considerables deterioros a consecuencia del terremoto de 1826. Hacia 1841 confió el Cabildo la construcción de la Casa Municipal, en la esquina sur, a Dn. Juan Manuel Arrubla, quien coordinó a los condueños y así pudo levantar el edificio que se llamó Galerías de Arrubla que ocupó todo el costado occidental de la plaza y que subsistió hasta el incendio de 1900, que l0 destruyó totalmente.
A pesar del notorio desorden del mercado, permite el grabado apreciar el diseño de las Galerías de Arrubla, edificio que tomó su nombre del portal, que a lo largo de la planta baja, daba acceso protegido a restaurantes, bares, cafés y almacenes de lujo. Fue un lugar muy frecuentado por la élite bogotana. Los pisos altos estaban al servicio de despachos municipales, en el costado sur, y a oficinas y residencia particulares, en el sector norte.
El 20 de mayo de 1900 quedó totalmente arruinado, por el pavoroso incendio que se inició en la sombrería del aleman Emilio Streicher.
Hacia 1906 se inició, con un anteproyecto del arquitecto francés Gastón Lelarge, el edificio actual. No incluyó ese diseño la galería en la planta baja, por dos razones obvias: La primera, porque se atendió al interés comercial de los condueños, deseosos de destacar sus almacenes y divisas; en segundo lugar, en razón a que la tradición no imponía ese servicio en aquel lugar.
El edificio actual, al pasar paulatinamente a ser propiedad del Municipio, perdió su función comercial. No tiene pues sentido, ni justificación comercial, ni significado histórico, ni respuesta estética, la galería postiza es inútil y engañosa que, por decisión del arquitecto renovador de 1967, Fernando Martínez, reemplazó el área que antes ocupaban los almacenes. Actualmente es lugar de desaseos, por donde nadie pasa.
El Concejo Municipal, ante la urgencia de disponer de despachos convenientes, expidió el Acuerdo No. 18 de 1902, por el que ordenó la construcción del “Palacio Municipal”. El arquitecto Julián Lombana, concejal en esa fecha, ofreció los planos y la dirección de la obra gratuitamente. Poco después el arquitecto Gastón Lelarge elaboró un ante proyecto para el conjunto de la cuadra, en estilo francés, rematado en mansardas. Estas, como parte central integrante del proyecto, quedaron inconclusas, por falta de fondos. El arquitecto Fernando Martínez encargao en 1967 de refaccionar el edificio, en vez de concluírlas debidamente, las suprimió, restándole así el carácter que a tener el conjunto. El resultado se puede observar en la foto de abajo.
Costado Norte
Se trata de un conjunto de casas particulares sin arquitectura y sin historia. Presenta un aspecto aldeano que refleja las limitaciones económicas asignadas a las viviendas coloniales, porque Santafé, como ciudad capital, se distinguió por una crecida burocracia transeúnte, sin ningún interés por las inversiones en finca raíz. Y quienes aquí se avecindaron en plan de comerciantes, no sobresalieron por holgadas riquezas. "No hay en Bogotá, escribió Mollien en 1823, diez comerciantes que tengan 100 mil pesos; entre personas que vivan de sus rentas, no hay cinco que tengan un capital mucho mayor. Las fortunas más corrientes son de $5 a $10.000”. Escribe luego el mismo autor que casi todo el mundo tiene tienda y esta observación se puede verificar aquí por el número de puertas indicativas de tiendas, chicherias o bazares en la planta baja.
La plaza presenta un aspecto desapacible, casi de abandono; ni un árbol, ni la menor señal de alumbrado público. Este servicio fue precario, casi inexistente, durante la Colonia y por muchas décadas republicanas. Se tiene noticia que en 1804 se repartieron a los guardias nocturnos, llamados "serenos", 10.248 velas que costaron $320, para el servicio de alumbrado de Santafé, que entonces contaba con 21.000 habitantes. Posteriormente, el 25 de septiembre de 1807, se pregonó por bando de la Real Audiencia la obligación de "colocar faroles en todas las puertas de pulperías y chicherías"; pero a partir de las 8 p.m., en que cerraban, la ciudad continuaba en tinieblas.
Hacia 1828 ‑refiere Le Moyne‑ no había más que tres o cuatro calles alumbradas y eso, en forma muy deficiente, puesto que, por ejemplo, en la Calle Real, que era la principal, no había más que tres faroles con una triste vela en cada uno.
En realidad, el alumbrado de la plaza llegó definitivamente, después de algunos tanteos con faroles a gas o de arco voltalco, con la del actual servicio de energía eléctrica, el 6 de agosto de 1900.PALACIO DE JUSTICIA
Sobre la construcción de este edificio son pertinentes los datos siguientes: Bajo el gobierno del presidente Alberto Lleras y de su ministro de justicia, Dr. Vicente Laverde Aponte, se presentó la inaplazable necesidad de alojar convenientemente los servicios del Poder Judicial, que se encontraban mal alojados en distintos locales de la ciudad. Se promovió entonces la Ley 132 de 1961 por la cual se ordenó la construcción de un Palacio de justicia. Determinó que se tomara un solar de 5.000 m2 con frente al costado norte de la plaza de Bolívar. Para llevar a efecto este mandato, el alcalde de Bogotá, arquitecto Jorge Gaitán, promovió un concurso público cuya entrega tuvo lugar el 23 de marzo de 1962. El programa indicaba que en el nuevo edificio se alojaran los despachos de la Corte Suprema de justicia el Consejo de Estado, la Procuraduría General de la Nación, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca y los juzgados con sede en la ciudad; dependencias que debían ocupar un total de 41.000 m2. Para juzgar los ocho proyectos presentados, se integró el jurado representado por el Ministro de Obras Públicas, el director de Servicios Generales de la Presidencia, el alcalde de Bogotá, el Secretario de Obras Públicas del Distrito, un representante de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y otro de la Sociedad Colombiana de Ingenieros. El jurado asignó el primer premio de $25.000.oo y el contrato para la ejecución de los planos y dirección de la obra a la firma de arquitectos Cruz & Londoño Ltda., el segundo premio de $50.000.00 lo adjudicó a la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta, Suárez y Germán Samper, y el tercer premio, de $25.000.oo, lo obtuvo el proyecto presentado por los arquitectos Manuel F. Samper, Willy Drews, Raimundo Gómez y Jaime Vélez D.
Tan importante iniciativa perdió interés en los cuatro años siguientes. Luego, bajo el gobierno del Dr. Carlos Lleras Restrepo, se actualizó el propósito de llevar a término esta obra con los planos y dirección de los arquitectos Cruz & Londoño, y para mayor acierto en edificio de tanta categoría contrató el gobierno los servicios profesionales de los arquitectos Guillermo Bermúdez y Fernando Martínez para que actuaran en su nombre como revisores del proyecto y en la ejecución de los planos definitivos, que debían quedar aprobados con sus firmas. La construcción se confió a Cuéllar, Serrano, Gómez.
El 6 de agosto de 1970, el señor presidente Carlos Lleras inauguró, con ceremonia solemne, la parte del edificio frontera a la plaza.
Esta fotografía tomada hacia 1958 destaca la plaza de Bolívar y el aspecto abigarrado y desproporcionado de las "fuentes luminosas" en detrimento de la exaltación artística propia de la estatua del Libertador.
En esa fecha las fuentes habían perdido su atractivo; no funcionaban porque en ruina total se encontraban las instalaciones hidráulicas, mecánicas y eléctricas.
Remodelación Proyecto de Le Corbusier
El Concejo Municipal de Bogotá creó, por Acuerdo No. 88 de 1948, la Oficina del Plan Regulador de Bogotá, como dependencia directa del Alcalde. Simultáneamente, contrató, por la suma de 223.000 dólares, con los arquitectos J.L. Sert y P.L. y Le Corbusier la elaboración de los proyectos relacionados con las funciones que habría de desempeñar el despacho que acababa de crear. Le Corbusier asumió por la suma de 73.000 dólares la asesoría en el tema Esquema Básico Preliminar, confiado a Sert y Wiener, y la ejecución en París, del Plan Director, Parte de ese trabajo se relacionó con la transformación de la plaza de Bolívar, cuyas ideas generales aquí se incluyen. Los dibujos 1 y 2 muestran la extensión que asignó a la plaza, la ubicación y estudio volumétrico de los edificios públicos que habrían de enmarcarla, y la posición de la estatua de Bolívar. La categoría espacial de este proyecto exijia inversiones cuantiosas, muy superiores a la capacidad económica del tesoro municipal.
Vista de la Plaza de Bolívar depues de su remodelación. Foto tomada el 18 de julio de 1960, día en que fue inaugurada con la asistencia del señor presidente de la República Dr. Alberto Lleras Camargo, el señor alcalde de Bogotá, Dr. Juan Pablo Llinás, y de 20.000 niños de las escuelas públicas, que animaron la ceremonia cantando canciones patrióticas.
Plaza de San Victorino
El transporte de pasajeros en los primeros vehículos colectivos tirados por caballos en el trayecto Bogotá‑Fcatativá y estaciones intermedias se ser Vía de esta plaza, como estación de entrada y salida.
El autor de esta acuarela, incluida en el Album de la Comisión Corográfica extendió su apunte hasta incluir el nevado del Tolima y las cierras nevadas del Quindío, Ruíz y Santa Isalel.
Fue costumbre engalanar con arcos y arreglos florales la entrada por occidente a la plaza de San Victorino. Ocurrían estos eventos en los días en que se recibían en la capital los persojes distinguidos por su elevada posición política o religiosa. La fotografía señala uno de esos sucesos en los primeros años del presente siglo.
Los incendios del nefando 9 de abril de 1949 dejaron en cenizas y escombros parte del costado oriental de la plaza de San Victorino. Con el alineamiento impuesto para la reconstrucción del área desmantelada ganó la plaza en extensión y en regularidad geometrica de ese costado.
En otra parte de este artículo se incluyen las gestiones encaminadas al ensanche regulador de la Plaza de San Victorino y sobre la posterior decisión de adaptar una parte de su piso a estacionamientoi público de vehículos, área que, con ocasión de las fiestas navideñas, se ocupó transitoriamente por las casetas destinadas a las ventas de pólvora y esa es la imagen que hacia 1951 presentó esta plaza. A partir de 1960 se instaló allí mismo el mercado de artesanías que aún subsiste.
Bibliografía
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- Rosa, Moisés de la: Calles de Santafé de Bogotá.
- Simón, Pedro: Noticias Historiales.
Secuencia de Sucesos Historicos
Siglo XVI
1539.‑ En este año, poco tiempo después de fundada Santafé, el Cabildo en corporación instaló el rollo en el centro de la plaza recién demarcada. El rollo o cuchillo, horca o picota, era una columna de madera o piedra, generalmente el tronco de un árbol que se hincaba en el centro de la plaza de toda la ciudad en el momento de la fundación. Significa jurisdicción, es decir el poder o autoridad que el Rey delegaba en sus representantes locales para gobernar y hacer cumplir las leyes. Hincar el rollo, símbolo de la presencia real, era un acto solemne y significativo del ceremonial de la fundación, y la potestad de erigirlo era privativa del fundador o, en su lugar, del Cabíldo. El padre Simón, al glosar la fundación de Santafé, observa que Jiménez de Quésada olvidó o involuntariamente dejó en manos del Cabildo este quehacer tan importante.
Rodríguez Freire en su obra El Carnero incluye capítulos enteros dedicados a la crónica roja, como se dice en nuestros días, y a episodios en los que el rollo fue testigo. Allí se azotaba a los indios por las menores desobediencias o por el hurto de bienes menores. Allí se ajusticiaba, ahorcando, decapitando o arcabuceando a los reos convictos de faltas mayores. Ordóñez de Ceballos en Viaje al Mundo (1585), refiere que el oidor Pérez de Salazar fue especialmente severo: "Acaeció semana ahorcar dos hombres, tres negros y un indio; azotaba allí todos los días de mercado, desorejó y desnarigó dos mil personas".
Hacia ese año se instaló una fuente o pila pública, como se verá luego, en el lugar que ocupaba el rollo, en el centro de la plaza. Con la ocasión se hizo labrar una columna de piedra que se apostó al frente de la cárcel, que estuvo situada hacia el Occidente de la fachada principal del Capitolio. Ante este nuevo "Arbol de la Justicia" pagaron con su vida el delito de ser patriotas numerosos y honrados ciudadanos.
1542,‑ El Humilladero con el privilegio de primer templo transformó la vega agreste que lo circundaba en obligado centro de reuniones. Esta particularidad y aliciente del lugar como estación de entradas y salidas del camino a Tunja, incitaron a los naturales a instalarse allí con sus frutos y bastimentos. Esta iniciativa, al persistir a contentamiento de los moradores, inspiró la formación del primer mercado publicó; surgió así la plaza de mercado llamada también de La Yerba. Fue ese un acontecimiento que sin mandato expreso usurpó espontáneamente la función primordial conferida y que por derecho le correspondía a la plaza central de la ciudad. Recobró ésta el atributo de recinto para el mercado público y, por comparación con la plazuela, el distintivo de plaza Mayor, al iniciar allí Fray Juan de los Barrios su iglesia obispal.
Debió ser una empresa pausada la organización y desarrollo del mercado público en la capital recién fundada. No porque los naturales desconocieran las modalidades, habituados como estaban a concurrir cada cuatro días al mercado público de Bacatá, la capital de Zipazgo. Pero mediaba, como es natural, la adaptación mutua de indios y españoles a sus respectivos gustos, usos y costumbres. El aporte de los naturales se presentaba en la selección de sus cosechas: variedades del maíz, papa, cubios, hibias, arracacha, maní, calabazas y algunas frutas y hierbas aromáticas de las tierras frías y templadas. Para comodidad de los recién llegados, acudían con vasijas y utensilios de menaje, y mantas de algodón para confeccionar vestidos. Las transacciones se regulaban con "tejuelo", moneda de oro que, caso único en 1a Historia, impuso el pueblo vencido a los vencedores españoles.
En la fecha ya abundaban los aportes de España. Se sabe que Jerónimo Lebrón introdujo en 1541, con grandes trabajos y pérdidas cuantiosas, las primeras semillas de trigo, cebada, garbanzos, fríjoles, habas, arvejas, cebollas, repollos y frutales diversos, que aquí fructificaron. Paulatinamente, para curiosidad de los indios y deleite de la población toda, estas variedades fueron anunciando su presencia en el mercado. De tales novedades se valio Jerónimo de Aguayo para sembrar y recoger, al año siguiente, la primera cosecha de trigo con cuyos granos la acuciosa Elvira Gutiérrez surgió en 1542, como la primera panadera de Santafé. La carne no faltaba. Las trescientas cerdas "todas preñadas" que desde Popayán trajo Belalcázar se habían multiplicado. En atención a este hecho autorizó el Cabildo, por Acuerdo de noviembre 18 de 1541 a "que se ponga carnícería para pesar carne de puerco y de ve nmado, ora sea cogido el venado con perros o a bala". Tal vez a se vendían pollos y huevos porque hay que recordar que Juan Verdejo, capellán del ejército de Federmán, llego, aquí con las primeras gallinas. También a Lebrón le corresponde el mérito de haber traído los primeros gánados vacunos que pastaron en La Sabana. Estos se incrementaron con los animales de carne, leche, lana y trabajo introducidos por Alonso Luis de Lugo en 1543, y, luego, con los de razas seleccionadas importados en 1556 por Antón de Olalla.
1542.‑ La plaza que surgió en torno al Humilladero, el camino, la hermita y el mercado público allí fueron determinantes que se asociaron para asignarle categoría cívica a este sector de la ciudad. Hay que añadir otro aporte indicativo de la importancia que se le confirió en su origen. Surge de la preocupación del Cabildo por construir las "Casas Reales" para sede de los representantes de la Corona, inquietud suscitada tal vez por la visita que al finalizar el año de 1540 hizo a Santafé Jerónimo Lebrón, gobernador de la provincia de Santa Marta; o quizá con el ánimo de rendir homenaje a Hernán Pérez de Quesada, entonces cabeza de gobierno del Nuevo Reino; o como instalación indispensable a la prestancia de la nueva capital y señal de ornato y adelanto cívico. Lo cierto fue que los cabildantes abocaron en 1542 la necesidad de esta obra, pero se encontraron ante el olvido que se tuvo, al repartir los solares, el no haber reservado el correspondiente a este servicio. Y como el marco de la plaza de mercado sobresalía por el mayor adelanto urbano, optaron por elegir allí el lugar más apropiado. De inmediato, en las sesiones del 15 y 17 de enero de ese año, notificaron a Pedro de Arévalo que justificara el derecho al solar que tenía en la plaza o que desocupara el lugar. En la siguiente sesión, el 20 del mismo, quedo constancia de "que el solar de Arévalo es chico para hacerle casa al gobernador, que se le dé a Juan Trujillo lo que le costó el que tiene en la plaza, atento a que no se ha ocupado". Esta proposición no prospero porque finalmente se acordó, “que como son dos los solares del capitán Juan de Collantes, que están en la plaza, más bien se tomen éstos".
Tuvo este proyecto, como tantísimos otros en esta ciudad, el respectivo papeleo y el consiguiente rincon en el archivo de las iniciativas frustradas. Pero hay que relievar el interés de los cabildantes hacia la exaltación cívica de esta plaza, que en cierto modo prosperaba a espaldas de la traza o plano oficial de Santafé. Enaltecimiento espontáneo pero en detrimento de las funciones que; por derecho de la jerarquía impuesta por el fundador, le correspondían a la plaza Mayor.
Finalmente vino a corresponderle al visitador, juez y delegado personal de la Corona, don Miguel Díaz de Armendáriz, corregir las imprevisiones de los fundadores, con la adquisición de una sede oficial para los representantes de la Corona en Santafé. Al respecto, en carta al rey firmada el 13 de febrero de 1547, escribe: “en nombre de Vuestra Majestad he hecho comprar una casa medio hecha de adobe, y cubrirla con teja y estar en ella, que cuesta mil doscientos castellanos, sin lo que más en ello se gastará, de lo cual Vuestra Majestad tiene muy merecida en esta ciudad”
Es dable suponer que esta casa fue la de los Quesada, Gonzalo y Hernán, por haber sido una de las primeras cubiertas con teja. Ocupaba el solar en que hoy se encuentra el cine "Lido" y el Edificio de la Nacional de Seguros, en la calle 16, marcados con los números 6‑06 y 6‑34, respectivamente, de la nomenclatura actual.
1543.‑ La sencilla estructura de el Humilladero, ejecutada con premura por los indios de Guatavita el 6 de agosto de 1538 y levantada con materiales perecederos, no perduró. Tomó la iniciativa de construir un segundo Humilladero, en el mismo lugar del primero, el capitán Juan Muñoz de Collantes. Para su propósito cursó, en el mes de julio de 1543, la petición del terreno ante el adelantado Alonso Luis de Lugo que entonces se encontraba en Santafé. La súplica fue atendida con la cesión de una faja de terreno entre las actuales calle 16 y carreras 6a. y 7a. para que el peticionario, como mayordomo de la cofradía de La Veracruz, levantara allí la ermita que pretendía con amplitud suficiente a las ceremonias de los cofrades. Pero ocurrió que en esos días el capitán Melchor Valdez al levantar unas casas en los solares ocupados hoy por el edificio AVIANCA, avanzó en cinco pies el alineamiento de su obra sobre la calle. La infracción fue confirmada por el medidor de tierras. La zona correspondiente al ancho prefijado para la calle tuvo que cederla el terreno asignado al Humilladero, cesión que redujo considerablemente su propio frente y detrimentó su cabida superficiaria. Surgió en consecuencia un pleito entre la Cofradía y el infractor. Valdez transó el diferendo entregando una ternera a cambio de la zona por él ocupada. Y así se perdió el solar concedido a la cofradía de La Veracruz en la plaza. Se tiene, no obstante, la certeza de que allí, en el terreno sobrante, se levantó el segundo Humilladero a escala menor de la pretendida por Muñoz de Collantes.
1543 ‑ 1544.‑ Ningún componente urbano tuvo en el pasado tanto poder de atracción sobre los pobladores como el que es dable asignar a los edificios destinados al Culto. Esa fuerza seductora, ese poder cautivante fincado en la estructura pajiza de El Humilladero son los factores que permiten entender el extraordinario desarrollo habitacional en el contorno de la vega plana bañada por las aguas cristalinas del río Vicachá. Con afán de lucro asomaron allí las primeras transacciones en finca raíz y de contera los consiguientes pleitos. Las actas del Cabildo delatan los nombres de quienes porfiaban en acomodarse en la naciente plaza así fueran como invasores. De los textos respectivos se toman los hechos siguientes: en la sesión del 15 de enero de aquel año consta la notificación a Pedro de Arévalo en la que se pide, como ya se anotó, que justifique el derecho o el título del solar con casa en que vive situado en la plaza. Arévalo alegó que el solar lo hubo por compra a Francisco Puente. El Cabildo no aceptó el descargo y, violando los mandatos reales que prohibían la venta de tierras, acordó que Arévalo "dé 10 pesos de buen oro por el solar". El 22 de junio de 1544 ordenó el Cabildo a Melchor Valdez "que dentro de 4 días desbarate los bohíos que tiene junto al río".
1551.‑ Mayo 20. En esta fecha expidió el Cabildo el Acuerdo que mandó demoler la obra que sobre la plaza de mercado adelantaban los padres dominicos para ampliar su improvisado convento. Ocupo éste desde el 28 de julio de ese año la casa a medio construir que su propietario Juan Moscoso les cedió como sede transitoria, situada en la esquina donde actualmente se encuentra el Museo del Oro, Como la casa no fuera suficiente para albergar los 30 frailes, optaron éstos por acomodar sus servicios en el área misma de la plaza. Permanecieron allí los frailes por ocho años hasta su traslado a la que luego se llamó Calle Real o del Comercio, donde levantaron el amplio convento de Santo Domingo.
Tiene aquel primitivo convento el mérito de primer taller de fundición en Santafé con la fabricación allí de la primera campana que tanó en esta ciudad, fundida por Fray Lope de Acuña.
1553.‑ Por petición de Felipe II expidió Pío IV, el 11 de abril de este año, la bula por la cual se dispuso que el obispo de Santa Marta y el cabildo obispal sentaran su sede en Santafé. Dio cumplimiento al mandato papal fray Juan de Los Barrios,quien en el mismo año llegó a esta ciudad. El obispo y su séquito encontraron que para su desempeño misional la capilla pajiza de la plaza Mayor no satisfacía ni por la categoría de su nave ni por el recato de su arquitectura y de inmediato se empeño el eminente jerarca en levantar una catedral o iglesia rectora en solar ocupado parcialmente por la capilla de los fundadores, la que no obstante, mientras se construía el nuevo templo, fue adaptada como primera iglesia catedral en Santafé. Con estas decisiones a las que se ligó la más viva complacencia de los vecinos recobró la plaza la categoría inherente a su existencia. Y sin más recibió oficialmente el grado de plaza Mayor o centro de reuniones civicas, religiosas y mercantiles.
1554.‑ La plaza Mayor, enaltecida con este título y con el atractivo de la construcción de la catedral en uno de sus costados, le arrebató a la plaza de La Yerba o del mercado la hegemonía de centro comunitario. Ordenó en ese año el Cabildo que el mercado público se instalara en la plaza Mayor.
Muy amplia debió ser en aquel tiempo la extensión de esta plaza para el mercado semanal que tenía lugar los viernes. Hay que anotar que ya abundaban las cosechas de los frutos y frutas venidos de España, que con la variedad de los productos vernáculos suplían las exigencias de las amas de casa. Se surtía el mercado con los artículos ya mencionados que concurrían a la plaza de La Yerba y además con pescados de río, codornices, tórtolas, pollos, chorizos, embuchados y huevos. Para mayor abundancia harinas, miel, azúcar, bocadillos, higos, uvas, melones, cebollas, repollos, y frutas de las tierras templadas y calientes.
1555.‑ La autorización para ocupar las áreas sagradas como cementerio, en las posiciones de España, se encuentra en la cédula real de 18 de julio de 1539, expedida por Carlos V, que dice: "Encargamos a los arzobispos y obispos de nuestras Indias que en su diócesis provean y den orden cómo los vecinos y naturales de ellas pueden enterrar y entierren libremente en las iglesias y, monasterios que quisieren y por bien tuvieren estando benditos, el monasterio o iglesia, y no se les ponga impedimento". Correspondió a Fray Juan de los Barrios dar cumplimiento a la imperial orden. Para el caso tomó el área delantera o atrio de la catedral que él mismo había iniciado hacia 1553, poco después de instalarse como obispo de Santafé. Alonso Garzón de Tahuste lo reseña: “de treinta pies medidos desde la puerta principal de dicha iglesia hacia la plaza” (8.40 metros). La solemnidad de la consagración tuvo lugar, según el mismo autor, el 6 de enero de 1555, fecha que se inscribió en el libro de bautismos. Los santafereños oriundos de España rechazaron la posibilidad de dejar sus restos en un predio tan a la intemperie y de hecho quedó el cementerio exclusivamente para pobres.
1557.‑ En este año se dio el nombre de plaza de San Francisco al área que venía ocupando el primer mercado público de Santafé. A 1a vez el río Vicachá trocó su nombre por el de río San Francisco. Estos cambios en la naciente nomenclatura urbana se debieron a que ese año se instalaron los padres franciscanos en el costado occidental de esa plaza. El capitán Muñoz de Collantes poseía allí desde 1542 un amplísimo solar donde hizo levantar dos casas de tapia cubiertas con tejas provenientes del primer tejar que tuvo Santafé, montado hacia 1543 por Antonio Martínez. Ocuparon estas casas y su solar los padres franciscanos gracias a la donación que recibieron del arzobispo fray Juan de los Barrios, quien las adquirió por compra a Muñoz de Collantes. De inmediato se inició la construcción del convento y de la iglesia de San Francisco que aun permanece.
1564.‑ La plaza Mayor fue teatro en ese año del primer motin con carácter de sedición que se registra en las crónicas de Santafé. Ocurrió en la fecha en que la real audiencia presidida por Venero de Leiva se ocupaba de hacer cumplir las cédulas reales que prohibían el servicio personal de los indios. Corrió el rumor, según el cual el español que así obligara a los aborígenes seria castigado con 1.000 pesos y 200 azotes. Violenta reacción se apoderó de los 1.000 españoles que entonces poblaban la ciudad y de los encomenderos que habían acudido en plan de defender lo que para ellos era un privilegio adquirido. Reunidos corrillos en la plaza ‑escribe Aguado‑ "de ser natural sediciosos y bulliciosos y amigos de novedades, como por la mayor parte lo suelen ser los hombres en Indias, maldecían y blasfemaban atrevida y aun desvergonzadamente” Rodríguez Freire añade: "el que primero habló fue el capitán Zorro, echando el canto de la capa sobre el hombro izquierdo y diciendo: Voto a Dios, señores capitanes, que estamos todos azotados, síganme caballeros... Partieron todos en tropa hacia las casas reales, terciadas las capas y empuñadas las espadas diciendo palabras injuriosas". Ante el intento de tomar por asalto la real audiencia y a golpe de estocadas rechazar los mandatos reales, acudieron algunos oidores que no sin dificultad lograron sosegar a los amotinados. En consecuencia, los más exaltados fueron retenidos algunas horas en la cárcel. “Fué de gran bien ‑ concluye Aguado ‑ para que esa rebelión no hubiere efecto, el no hallarse presentes soldados, que hubieren seguido las pisadas y opiniones de los alzados”.
1572.‑ Para frenar a quienes de continuo codiciaban el suelo de la plaza de San Francisco ocasionando intervenciones del Cabildo para desalojar a los infractores y a la vez incorporarla oficialmente como área urbana de servicio público, se explicó el siguiente mandato:
"El doctor Venero de Leiva del consejo de su Majestad, presidente y gobernador de este Nuevo Reino de Granada y su Distrito:
"Por cuanto después en este dicho Nuevo Reino, y antes que a él viniese, esta ciudad y República, tiene para su ennoblecimiento una plazuela en frente del monasterio de San Francisco de esta dicha ciudad, conveniente cosa que haya en aquella parte, para ornato del dicho monasterio y de aquella parte de la ciudad, vecinos y moradores de aquella vecindad, la cual, si se quitase sería disminución, por ser entrada de la ciudad de Tunja, y en la cual algunas veces suele haber mercado de naturales de aquella parte y otras, por lo cual conviene que la susodicha no se labre, antes continúe la dicha plazuela y no haya edificios en ella, por el antiguo ennoblecimiento que es de dicha ciudad. Por ende, en nombre de Su Majestad, para ahora y, para siempre jamás, señalo para esta dicha ciudad y República, y ornato de ella, la dicha cuadra y plazuela, como hasta ahora ha sido, y excepto lo que está edificando y lo que tienen por título los herederos de Juan Muñoz de Collantes, que viene cayendo hacia la parte del río; y como tal ornato y ennoblecimiento que esta república tiene, mando al Consejo, justicia y Regidores de esta ciudad de Santafé, que no den ni señalen en la dicha plazuela ningún solar, ni edificio, ni en la dicha cuadra ninguna posesión a ninguna persona, antes de tal plazuela tomen posesión en voz y en nombre de esta república, vecinos y, moradores de ella, y si los vecinos de aquella dicha plazuela o el monasterio de ello, quisieren título de esta merced que hago a esta ciudad, se les de porque de ello haya noticia ahora y siempre, y no se pueda pretender ignorancia, por cuanto en la dicha cuadra y plazuela nunca ha habido ni hay ningunos edificios, como dicho es, y el dicho Concejo, Justicia y Regidores cumplan lo susodicho, so pena de quinientos pesos oro para la cámara de Su Majestad, Fecha en la ciudad de Santafé a 26 de mayo de 1572".
1581.‑ El oidor Cortés de Mesa, protagonista de un horrendo crimen, muere allí decapitado en la plaza Mayor. Este suceso por la categoría del reo, figura como el más notable en la crónica roja de la antigua Santafé. Los hechos ocurrieron así:
En aquel año vivía en la capital desempeñando el honroso cargo de oidor el doctor Andrés Cortés de Mesa y su mujer la muy hermosa Ana de Heredia. En casa del oidor residía su criado Juan de los Ríos, casado con una hermana natural de la Heredia, matrimonio al que Ríos había consentido halagado por las promesas de bienestar en las que había empeñado la palabra Cortés de Mesa. Del incumplimiento de tales ofrecimientos surgió agria enemistad entre el patrón y su criado, situación que éste aprovechó para entablar un juicio con consecuencia de carcel para el Oidor en su propia casa. En esos días el joven Andrés Escobedo fue atraido por el preso con la intención de valerse de ciertas influencias que Escobedo pretendía tener ante los estrados judiciales. De las continuas entrevistas surgió que el nuevo amigo se prendó de los atractivos de la Heredia, que ella miró con indiferencia pero que su marido toleró para hacerse a la sumisión incondicional del joven galán. Ciertas circunstancias se presentaron favorables al Oidor que ansiaba vengarse del Juan de los Ríos causante de sus pesares. Y con el apoyo irrestricto de Escobedo planeó darle muerte. La noche acordada para el crimen invitó Escobedo al de Los Ríos a visitar dos muchachas casquivanas y así lo condujo a una calle obscura donde los dos victimarios lo cosieron a estocadas. El cadaver espantosamente mutilado se arrojó a un pozo de aguas cenagosas y al fue descubierto ocho días después.
Las investigaciones pertinentes delataron a los asesinos y substanciada la causa se condenó al doctor Andrés Cortés de Mesa a ser degollado y a Andrés Escobedo a ser arrastrado atado a las colas de dos caballos y ahorcado en el lugar del crimen.
El día de la ejecución del oidor se colmó la plaza de curiosos que no quitaban los ojos del cadalso levantado entre la picota o rollo y la casa de la Audiencia.
Ibáñez en sus Crónicas de Bogotá añade que en recuerdo del suceso "se fijó una columna de piedra, la cual fue enterrada en 1816, cuando el Pacificador Morillo hizo empedrar la plaza. En 1898 se rodeó el capitel de la columna con un círculo de adoquines por orden del ministro de Fomento Ricardo Becerra y el Alcalde de Bogotá don Higinio Cualla". Arreglo que estuvo al lado sur de la verja del parque que rodeó la estatua de Bolivar y que en 1926 desapareció con la obra llamada "fuentes luminosas".
1584.‑ El primer motivo de atracción, a modo de monumento que tuvo la plaza después del rollo o picota, fue la pila o fuente de agua para el servicio público. En realidad los ríos y manantiales que surcaban la ciudad proveían al vecindario de agua fresca y pura. Esto en los primeros años porque el crecimiento demográfico y la mayor extensión urbanizada incrementaron en proporción la necesidad de pilas para comodidad y aseo. Se menciona al licenciado y severo oidor, citado atrás, don Alonso Pérez de Salazar, como promotor del acuerdo aprobado el 15 de julio de 1584, por el cual ordenó el Cabildo hacer en la plaza pública una fuente de agua". Este mandato como tantos otros, fue letra muerta por algún tiempo.
Un nuevo debate tuvo lugar en la sesión del 24 de enero de 1589, del que el escribano dejó el siguiente relato: "Trataron (los cabildantes) sobre la fuente de la plaza de esta ciudad, para que se traiga el agua, y habiendo tratado sobre ello se acordó que atento que en días pasados los señores Rodrigo Pardo y otros fueron con Juan del Hoyo a ver el agua que se había de tomar para la dicha fuente, y habiéndola visto dijeron que convenía se hiciese una arca y almacén para recoger el agua que ha de venir a dicha fuente, y se limpien los caños, para lo cual es necesario la cal, ladrillo, aceite y estopas y las manos de los oficiales; mandaron y acordaron que el señor Luis Gutiérrez, rejidor, tome a su cargo lo susodicho y haga poner todo lo necesario que fuere manester" ... No se sabe si este comisionado, con tan amplia autorización y sin los medios económicos para financiar la gestión, cumplió con el encargo. No hay noticias sobre la fecha de inauguración de esta fuente, seguramente se instaló en el centro, lugar ocupado hasta entonces por el rollo, y allí permaneció largos años. Esa pila debio ser pequeña, de poca altura, sin gracia ni comodidades, La afirmación se basa en el texto del acuerdo expedido el 30 de enero de 1681 en el que se puede leer que el Cabildo asignó fondos para una nueva pila adjudicable al mejor postor. Y expresamente manda: "que la dicha pila tenga perfección y ornato, subiéndola, pues solo tiene tres cuartas de alto su pilarejo, y es necesario poner taza más ancha añadiendo más piedras labradas y acabándola en proporción". De esta nueva pila se desconoce la fecha de su instalación y nada se sabe de su artífice cuya obra luce actualmente anónima con su San Juan Bautista o "mono de la pila", en el patio del Museo Colonial. Queda pues, difícil aceptar que esta pila iniciada, quizá, en 1681, casi un siglo después de la gestión del oidor Pérez de Salazar, se deba a la generosidad de éste, como lo afirman algunos historiadores.
1591.‑ El segundo humilladero, construido en 1543 por el capitán Muñoz de Collantes no perduró. Seguramente fue una obra precaria que en corto tiempo desapareció. Esto lo confirma la ordenanza de Venero de Leiva ‑atrás transcrita‑, expedida en 1572 para declarar como arca pública la plaza de San Francisco. En el documento no se exalta la presencia allí de una ermita, oratorio o humilladero, antes bien la meja con el siguiente renglón: "en la dicha cuadra y plazuela no hay ningunos edificios". Se despeja así el texto que sigue relacionado con la construcción del tercer humilladero.
Seguramente ese último centro de oración se construyó, según los indicios históricos, hacia el 15 de enero de 1591 y exactamente en el mismo lugar historico ocupado por los dos primeros. En ese año se avivó con caracteres de pugnacidad y escándalo público el pleito que surgió en 1571 entre los franciscanos y el Cabildo eclesiástico de la catedral. Se oponía éste al traslado de la sede de la cofradía de La Veracruz al monasterio de San Francisco, derecho que los religiosos de esta orden sustentaban con argumentos basados en la tradición. Para el 15 de enero de 1591, día consagrado al Nombre de Jesús, proyectó el Cabildo una procesión con escala final en La Veracruz, ceremonia que impidieron los de San Francisco. Fr. Alberto Lee López, sobre este incidente refiere que "mientras los párrocos de la catedral se disponían la víspera a arreglar la iglesia de la Veracruz, el guardián y frailes de San Francisco se lo impidieron, quitaron las llaves de la capilla a los mayordomos y clausuraron la entrada a la misma". El arrogante Cabildo, en réplica a este insuceso, seguramente ordenó la construcción de un humilladero justo al frente, calle por medio, a la Capilla de La Veracruz, Casualmente estaba allí la impronta de los cuatro tabiques protectores del suelo sagrado, donde fray Domingo de las Casas ofició su histórica misa. Y así, el Cabildo ecleslastico que sostenía el derecho a los rituales de la Cofradía, pudo celebrar su procesión a pesar de la oposición de los religiosos de San Francisco, aseveración que confirma el padre Lee López con el texto siguiente: "La procesión por los párrocos de la catedral tuvo como meta final la capilla del Humilladero".
Siglo XVII
1623.‑ Alinderamiento y tenencia del área correspondiente a la plaza de San Francisco segun los datos siguientes: En fecha anterior al mandato expedido en 1572 por Venero de Leiva había asignado el Cabildo a Cristóbal de San Miguel, "un pedazo de tierra contiguo y por encima del puente del río San Francisco que comprende la plazuela de San Francisco". Se quiso expresar que el puente estaba incorporado a la plazuela para el servicio de la misma; los interesados en la ampliación del solar sostuvieron que el giro "que comprende la plazuela" se aplicaba al solar, es decir que la plazuela estaba comprendida como “pedazo de tierra”, Tras una serie de traspasos por herencias, ventas y donaciones vino a quedar todo el predio en manos de los franciscanos quienes atenidos a la interpretación favorable a sus intereses sostuvieron el derecho de legítimos dueños de la tierra "que comprende la plazuela", derecho que les fue acordado sin tener en cuenta el mandato de Venero de Leiva. Y para ratificar el dominio "pidieron al superior gobierno de este Reino el que se midiere y alinderare la memorada tierra y de ella se formase un cuadro a modo de plazuela". El 3 de noviembre de 1623 dos maestros alarifes ejecutaron oficialmente la petición. De este modo, en fecha tardía, tomó forma geométrica el piso de esta plazuela, que por su origen es la más antigua de Bogotá. Los padres franciscanos cancelaron por escritura pública, fechada el 31 de octubre de 1760, el supuesto derecho de propiedad sobre esta área tan vinculada a la historia urbana de la Capital y hoy uno de sus lugares más concurridos.
1631.‑ Al crecer el vecindario santafereño se presentó la necesidad de ensanchar el cementerio que venía ocupando el frente de la catedral. Esa empresa la acomentió en ese año el Arzobispo don Bernardino de Almanza. Enterado de esa obra don Sancho Girón, presidente del Nuevo Reino, se opuso alegando que la ampliación estorbaba el paso. Tal actitud suscitó diversos sucesos y perturbaciones públicas, pero la iniciativa culminó con la ocupación de casi todo el frente de la cuadra sobre la plaza. El nuevo camposanto fue aderezado, para separarlo de la vía pública, con una baranda de ladrillo reforzada con pilares en piedra, rematados con una esfera sobre base piramidal. Este arreglo confería al lugar un ambiente fúnebre y tenebroso que exaltaba las mentes supersticiosas y restaba a la plaza su caracter eminentemente mundano. El presidente Egues Beaumont, consciente de tal incoherencia, hizo quitar en 1662 la balaustrada, ordenó levantar el terreno hasta el nivel del piso de la catedral y mandó poner un enlosado y gradas de piedra. Surgió así una espléndida terraza o balcón sobre la plaza, al que los santafereños dieron el nombre de “altozano”.
Siglo XVIII
1759.‑ A las dos y media de la tarde de un día del mes de noviembre azotó un fuerte huracán al sector central de San Victorino, causando serios estragos a las casas situadas en el marco de la plaza.
1781.‑ Agosto 4. En este día se colmó la plaza de San Victorino con el gentío que acudió a ver la llegada del regimiento El Fijo, que procedente de Cartagena vino a reforzar las escasas tropas acantonadas entonces en Santafé. La recepción se oficializó calurosamente con la asistencia de la Audiencia, el Cabildo, los altos funcionarios reales y las representaciones eclesiásticas. El muy engalanado regimiento, instalado transitoriamente a la entrada de la plaza, entretuvo a la concurrencia con vistosa revista militar.
1782.‑ El lo. de febrero en la plaza Mayor pagaron con su vida los patriotas que encabezaron en el Socorro el movimiento de protesta contra los excesos tributarios a favor de la Hacienda Virreinal.
Don José María Caballero, testigo presencial, escribe: "En ese día arcabucearon a Galán y a sus tres compañeros, Molina, Alcantuz y Ortiz y sacaron a la vergüenza a 17 de los que los seguían y después los pusieron en un tablado para que vieran ejecutar la justicia. Pusieron cuatro banquillos frente a la cárcel grande, donde los arcabucearon; despues los colgaron en dos horcas que se habían puesto para este fin, pues la causa de arcabucearlos no fue sino porque el verdugo no estaba diestro, que a la sazón era un negro, pero la sentencia fue que fueran ahorcados. Después pasaron por debajo de las horcas a los 17 que estaban en el tablado. A Galán le descuartizaron la cabeza, que fue a Guaduas; un brazo al Socorro, el otro a San Gil, una pierna a Mogotes y la otra a Puente Real. La cabeza de los otros: la una quedó aquí; la otra fue al Socorro y la otra a San Gil. A los que sacaron a vergüenza después los echaron a los presidios de Africa".
1784.‑ Nada frecuentes fueron en la época colonial, los desfiles militares, cuyas bandas, uniformes y aparato marcial tanto atraen a grandes y chicos. La verdad fue que las guarniciones acantonadas en Santafé no tuvieron la importancia que fue preciso acordarles ante los primeros conatos revolucionarios. Las crónicas mencionan como gran novedad el 20 de enero de 1784, día en que todo el pueblo de la capital presencio la entrada a la plaza Mayor del muy engalanado Regimiento de la Corona, "acompañado de música de trompas y clarinetes, que por vez primera en la ciudad se oían estos instrumentos".
Todo era sencillo y fácil en los siglos pasados. Los santafereños y aún los bogotanos en sus primeras décadas se conformaban con muy pocas amenidades y éstas, año tras año, siempre eran las mismas. Unos y otros adecuaron su vivir a un pasar sosegado, íntimo, hogareño, La rutina diaria la irrumpía el mercado en la plaza Mayor. Esta reunión era festiva porque mercado, feria, día feriado y fiesta son sucesos afines. Todos los viernes una hueste innúmera y bulliciosa se adueñaba de la plaza desde el amanecer hasta las últimas horas de la tarde. En ese escenario policromado por los matices de las mercaderías y las vestimentas de los asistentes, y espacioso por la vastedad de su área, cada quien, con desenfado y alegría, desempeñaba su propio papel. Unos con los pregones a vivo o a media voz, otros gesticulando a su modo, los más en diálogos de regateo, algunos apegados a lo suyo o moviéndose continuamente en plan de acuciosos mercaderes. Todos se portaban a la vez, como actores y espectadores. El desorden era aparente porque las escenas tenían secuencia y satisfactorios desenlaces: las compra‑ventas. Habitualmente una minoría, entre los asistentes, instalada en el atrio o en los balcones vecinos, se recreaba ante la representación conjunta de esta escena multitudinaria.
También se prestaba esta amplia sala o "cour d'honneur" para representacionse civiles, religiosas y marciales. En esas ocasiones se atestaba de espectadores. Entre las fiestas más atractivas se contaban: El vistoso desfile y suntuosas fiestas organizadas a costa del Alférez Real, en las fechas en que se proclamaba un nuevo rey. La recepción del sello real, con la firma del monarca reinante, que al estamparla confería respaldo regio a los acuerdos de la real audiencia. Se instituyó este evento el 7 de abril de 1550, al recibir el primer sello "con toda fiesta y regocijo y también como se pudiera hacer en un pueblo muy principal de Castilla", tal fue en su fecha, la constancia de los oidores. Y del último de estos acontecimientos el 27 de marzo de 1817, dejó el cronista J.M. Caballero los siguientes datos: "Al desfile concurrieron todos los grandes a caballo en ricos jaeces, todos los procuradores, receptores, porteros, escribanos, alcaldes, regidores y numerosos acompañantes. El sello iba en una salvilla de plata encima de un caballo provisto de riquisimo jaez; dos oidores a pie conducían el caballo por las riendas que eran de seda, plata y oro", El cortejo se detuvo en la Reál Audiencia, una de cuyas salas estaba asignada a este representante de la autoridad real.
Comitivas igualmente espléndidas se organizaban a la llegada de virreyes, arzobispos o personajes prestantes, algunas con gran aparato y agasajos diversos en los que participaban, en su turno, todas las clases sociales de la apacible Santafé.
Las fechas del Corpus y de Semana Santa se celebraban en el ámbito de calles y plazas con gran solemnidad y nutrida concurrencia, por que nada fue más atractivo a la feligresia santafereña que la teatralidad de las procesiones. Estas pompas aflojaban su rigidez en los días consagrados a San Juan, San Pedro y San Eloy, fiestas éstas más profanas y populares que religiosas.
Siglo XIX
1803.‑ Santafé de Bogotá adoleció a lo largo de su historia de los necesarios recursos económicos para atender los servicios públicos de su recinto urbano. Los vecinos del barrio de San Victorino, por ejemplo, ansiosos del servicio de agua acudieron al Cabildo en 1680 con la petición de una fuente publica en su plaza, y apenas en 1803 fueron atendidas tan justas aspiraciones. El 22 de agosto de este año se bendijo y dio al servicio la pila instalada en la plaza. Bajo la dirección del capuchino fray Domingo de Petrez se captó y condujo el agua desde el río del Arzobisro. Al costo de la obra contribuyó a Junta Municipal de Propios con la suma de 5.709 pesos y con el aporte oportuno de 6.300 pesos del párroco de San Victorino doctor Manuel de Andrade se concluyeron las obras, entre esas la pila construida con planos del mismo Petrez.
La pila tuvo seis chorros y gradas en su contorno para mayor comodidad; la coronaban cuatro jarrones y el escudo de Bogotá.
1810.‑ Viernes 20 de julio día de mercado. En esta fecha se acrisolaron los sentimientos patrióticos que venían gestándose con miras a obtener la independencia del yugo español. A eso de las once y media de la mañana ocurrió el incidente histórico que tuvo como protagonistas a don Francisco Morales y su hijo Antonio contra el comerciante español José González Llorente y motivado por las expresiones denigrantes que éste acababa de proferir contra los americanos. A esa hora bullían en pleno las actividades del mercado. Los que allí asistían se exasperaron al enterarse del desplante soez del español. De inmediato grupos exaltados se precipitaron hacia la tienda de González, inmediata a la plaza por encontrarse en la planta baja en la hoy conocida Casa del Florero, y con gritos y amenazas expresaron su indignación! "Se juntó tanto pueblo ‑escribió Acevedo y Gómez‑ que si González no se refugia en casa de Marroquín, lo matan". No caben en esta reseña los sucesos relacionados con el encarcelamiento de González Llorente, ni los referentes a las gestiones adelantadas ante el Virrey Amar porque el tema de esta nota es la plaza Mayor, escenario magno de los acontecimientos que allí tuvieron lugar ese viernes memorable y en los días siguientes.
Al promediar la tarde de ese día apenas quedaban indicios del mercado en la plaza. Los campesinos, abaceros y tenderos, que pocas horas antes pregonaban bulliciosamente la excelencia de sus cosechas y hechuras, habían recogido sus tendales, tenderetes y mercancías para poner todo a salvo en lugares sejuros; los tratantes y mercaderes habían cesado de regatear y andaban engrosando los tumultos callejeros. Unos y otros entendieron que la plaza debía liberarse para el amplisimo foro, que instintivamente esperaban y que con patriótico ardor animaban, como en efecto ocurrió en las horas que siguieron a la caída del sol. Del doctor Francisco José de Caldas son los renglones siguientes:
"A las seis y media de la noche hizo el pueblo tocar a fuego en la catedral y en todas las iglesias para llamar de todos los puntos de la ciudad el que faltaba. La noche se acercaba, y los ánimos parecia que tomaban nuevo valor con las tinieblas. Olas de pueblo armado refluían de todas partes a la plaza principal; todos se agolpabanal palacio, y no se oye otra voz que Cabildo Abierto, junta".
El pueblo se trasladó luego en masa a las casas consistoriales; reunió a los Alcaldes y Regidores, entraron los vecinos y se comenzó, a pesar del Virrey, un Cabildo Abierto.
"En fin, después de las agitaciones más acaloradas, después de las inquietudes más vivas, después de una noche de sustos, de temores y de horror, quedó instalada la Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada al rayar la aurora del 21 de julio. Ella fue reconocida por el pueblo que la acababa de formar, por el clero, cuerpos religiosos, militares y tribunales. El orgullo de los oidores, de esos sátrapas odiosos, se vio humillado por la primera vez; se vio esa toga imperiosa por 300 años ponerse de rodillas a prestar fe y obediencia en manos de una junta compuesta de americanos, a quien poco antes miraban con desprecio".
En los días que siguieron al memorable 20 de julio y a distintas horas, continuó la plaza Mayor en su desempeño de centro de reuniones masivas del patriótico pueblo santafereño. Las notas consignadas al respecto en el Diario del testigo presencial José María Caballero permiten el resumen que sigue:
Julio 21: Al medio dia colmó el pueblo tumultuariamente la plaza, los balcones lucían colgaduras vistosas y ramos de flores. Los hombres destacaban en sus sombreros la divisa Viva la Junta Suprema estampada en cintas de colores. Se trataba de festejar la recepción del Canónigo Andrés Rosillo liberado a esa hora de su prisión en el Convento de la Capuchina. Vivas y expresiones de júbilo resonaron a la entrada del lomenajeado a la plaza.
Julio 22: ‑ Bien entrada la noche se encontraba la plaza prácticamente vacía. De repente corrió el rumor según el cual 300 negros armados se acercaban a la capital en actitud agresiva. Súbitamente cundió el pánico. Las campanas de las iglesias delataron el peligro. Y sin más, hombres y mujeres acudieron a la plaza en plan de defender con su vida los logros recientemente adquiridos. "Traición, nos han vendido, a las armas", eran los gritos conjuntos. Poco después, al indagar la noticia, se supo que quienes se acercaban a la capital "eran gentes de los pueblos vecinos que entraban en auxilio de la patria". A las doce de la noche reinó de nuevo el sosiego y el suceso se recordó como "La noche de los negros".
Julio 23: ‑ Desde muy temprano se reunió el pueblo en la plaza. Esperaba oir el bando que la junta Suprema había preparado y que debía pregonarse con la presencia de la misma en el balcón de la Casa Consistorial acompañada del exvirrey. Con sus bandas de guerra y en formación de parada asistieron la Compañía de Granaderos la Caballería, también las comunisas y los vecinos prestantes. Con vivas expresiones de complacencia se recibieron las proclamas que aseguraban la paz, el sosiego y el respeto a la religión. En señal de regocijo se ordenó que la ciudad se iluminara tres noches seguidas.
Julio 24: ‑ Nuevamente el pueblo se adueñó de la plaza para recibir fraternalmente a los 500 hombres procedentes de Choachí, Fómeque y Ubaque, que, con los respectivos curas y alcaldes, llegaron a recibir órdenes de la Junta Suprema.
Julio 25: ‑ Los ánimos de los santafereños amanecieron calmados pero de un momento a otro cundió el pánico al saberse que en el palacio virreinal se encontraban milicias fuertemente armadas y dispuestas a tomar represalias. Don José María Caballero consignó en su Diario: "Los señores de la junta se reunen; la catedral toca a fuego; todos dejan sus casas y tareas y vuelan a la plaza a salvar la patria. ¡Cosa admirable! En cosa de media hora se juntaron en la plaza sobre 3.000 hombres. . . Los que acudieron a la artillería pidieron que se sacasen cañones a la plaza, a todos se les dieron sables, machetes y fusiles; sacaron seis pedreros; cuatro los pusieron frente al palacio; dos de grueso calibre en las esquinas con los otros dos pedreros todos cargados con bala y metralla. Más de 25 hombres armados guardaban cada cañón". . . En precaución ante posibles sucesos sangrientos, dada la ira desafiante del pueblo, decidió la junta intimar prisión al exvirrey Amar y a su mujer la exvirreina Francisca Villanová, como en efecto ocurrió. Ante la multitud, celosa espectadora, fueron conducidos él a la Aduana, hoy palacio Arzobispal, donde quedó fuertemente custodiado, y ella al convento de La Enseñanza.
Agosto 13: ‑ De días atrás se venía sospechando que el batallón auxiliar tenia el plan de liberar a los exvirreyes, Ese rumor apremiado con el proyecto de conducir a Cartagena a tan destacados personajes incitó la formación de tumultos alborotadores en la plaza Mayor que pronto se acrecentaron. Hombres y mujeres en su turno, comenzaron a pedir a gritos prisión para el exvirrey, prisión para la Villanova. Esa actitud colectiva, iracunda y atropellante, logró su propósito. El exvirrey fue conducido a la cárcel de Corte y le pusieron grillos. La cárcel ocupaba la planta baja del Tribunal de Cuentas situado en la plaza Mayor. Al atardecer sacaron de la Enseñanza a la exvirreina. En su recorrido hasta la cárcel de mujeres llamada El Divorcio, situada en la hoy calle 10a. a pocos pasos abajo de la plaza, fue acompañada, formándole calle, por una multitud de mujeres, “que pasarían de 600”, escribió José María Caballero y agrega que entrometidas entre el séquito de personas notables que la acompañaba” le rasgaron la saya. . . fue milagro que llegara viva a El Divorcio.
1811.‑ La fiesta de E1 Corpus que usualmente tenía como escenario la plaza Mayor, tuvo lugar ese año el 14 de junio pero se limitó según don José María Caballero, a una sencilla procesión. En cambio la celebración de la octava correspondiente a esa ceremonia se revistio de tal aparato que no se ha visto hasta el día otra igual". Ante la feligresía que devota se apretujaba formando calle en el contorno de la plaza circuló el cortejo. El mismo autor lo describe así:
"Salieron contradanzas distintas de indios bravos; otra de Fontibón; otra de Granada, teniendo las cintas en caballitos vestidos a la española antigua, otra de damas primorosamente vestidas a la moda, otra de niños lo mismo, muchísimos matachines, graciosamente vestidos, otra de caballitos, otra de pelícanos, otra de cucambas, el arca del testamento en su carro tirado por dos terneros hermosamente enjaezados, con el sumo sacerdote; ninfas a cual mejores que pasaban de 30; el premio pasaba de una onza de oro; formación de todos los cuerpos, el acompañamiento numeroso; el adorno de la plaza fue con igual esmero y lo mismo los altares, y para completar hizo un día tan hermoso que fue una maravilla; la víspera hubo unos hermosos fuegos artificiales, todo fue completo".
1813.‑ Enero 9. En aquel tiempo imperaba la pugnacidad política entre la Cámara legislativa de tendencia federalista y el presidente de la Nueva Granada, don Antonio Nariño, quien sostenía el régimen centralista. Las tropas federalistas comandadas por el brigadier Antonio Barayá sitiaron la capital y pretendieron tomarla al asalto. La acción tuvo lugar al amanecer de la fecha citada y tuvo como epicentro la plaza de San Victorino que de inmediato fue ocupada junto con las calles vecinas. Las tropas de Nariño debidamente parapetadas y provistas de artil1ería pesada derribaron las defensas de los contrarios y tras sucesivos descalabros quedaron vencidos los federalistas.
Con este insuceso se malogró un sistema de gobierno más acorde con la tradicional configuración político‑administrativa que el mandato español había implantado y sostenido atendiendo las características geográficas y raciales de las distintas provincias que formaban el virreinato.
1813.‑ Con la derrota de las tropas federalistas, insuceso que tuvo lugar en enero de ese año, se consolidó el régimen centralista encabezado por el presidente Antonio Nariño. En consecuencia surgieron anhelos de paz y Nariño quiso que una alegoría o emblema interpretara esa transformación de los espiritus. La economía del pais era precaria y peor aun la de la ciudad. No se podía pensar en un monumento grandioso al tenor de lo que se deseaba expresar y, así, la idea se precisó de modo más sencillo y de pronta ejecución. El 29 de abril de 1813 se plantó en la plaza mayor el Arbol de la Libertad. Gran aparato y solemnidad tuvo aquel acto. Las casas y edificios lucieron enjalbegados y en sus ventanas vistosas colgaduras. Un brillante cortejo recorrió el marco de la plaza; a la revista asistieron las más altas autoridades civiles en traje de rigor, acompanadas de destacamentos militares con sus tambores y bandas de guerra. Los soldados de caballería en uniforme de parada y las espadas desnudas apartaban la multitud y formaban la calle del desfile. El árbol, un arrayán de 5 varas de alto, se plantó en el centro de una terraza triangular esmeradamente enlosada y contigua al costado oriental de la pila. Para mayor adorno cuatro arcos vestidos con laurel, ramos de flores y faroles para las luminarias, enmarcaron ese espóntánco emblema de la libertad. Un durazno y un cerezo se agregaron, dentro del cercado en madera, el 17 de enero de 1816 y apenas perduraron como símbolos de paz porque en el siguiente mes de mayo el general Pablo Morillo impuso en Santafé un gobierno tiránico que con mano fuerte persiguió y aniquiló todo indicio patriótico.
1816.‑ En la plaza de San Victorino se instaló el patíbulo donde, por orden del pacificador español Pablo Morillo, se arcabuceó a hombres ilustres, Allí, el 6 de junio de ese año fue sacrificado el prócer santafereño Don Antonio Villavicencio. Al acto asistieron vistosamente ataviadas las tropas y caballerías españolas acompañadas de sus tambores y bandas de guerra.
El 25 de octubre siguiente se avivó una hoguera en el centro de esa plaza donde con gran aparato marcial los inquisidores españoles hicieron quemar una carretada de manuscritos, retratos, gacetas, boletines y otras hojas impresas que no escaparon a las requisas domiciliarias.
1816.‑ Entre los arreglos importantes adelantados en la plaza Mayor bajo el mandato español, hay que mencionar el primer adoquinado, obra ejecutada por los patriotas condenados a trabajos forzados por el dictador Morillo. Don José María Caballero, testigo de las iniquidades bajo el Régimen del Terror, consignó en su Diario, correspondiente al mes de agosto de ese año, este sencillo renglón: "A 9 se comenzó a empedrar la plaza Mayor". Este enlosado mejoró las condiciones hijiénicas de la plaza, que en los meses luviosos se cubría de baches y lodazales o de nubes de polvo en los períodos de sequía, factores que empeoraban el desaseo del lugar. El mercado público, servicio que allí perduró hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, y la falta de alcantarillas en el mismo lapso, constituían las causas que amontonaban basuras y suciedades. El servicio de albañales se suplía con los caños o cunetas de las vías públicas, donde los desperdicios acumulados formaban fangales. Había que contar con ocasionales aguaceros torrenciales para que, a modo de servicio municipal de aseo, despejaran, lavaran y dejaran las cunetas de la plaza en estado de limpieza. Otro agente del aseo de este lugar fue el gallinazo. Bandadas de este émulo del cuervo europeo invadían la plaza, al caer la tarde, el día de mercado. El coronel J.P. Hamilton, ciudadano inglés que visitó la ciudad en 1824, escribe: "Los gallinazos son los verdaderos recolectores de basuras de esta ciudad; después de un día de mercado se ve la gran cantidad, tan mansitos que casi se les puede tocar con mano o con el bastón, devorando la suciedad y los despojos quedan del mercado”. Ese desaliño de la plaza, legítimo raigambre colonial, aun irrumpe su recinto. En años recientemente pasados allí se instalaban las ventas de pólvora navideñas, amparadas por toldas mezquinas y desaseadas. Y en estos días una resaca de noctámbulos se sirven de la plataforma de la estatua de Bolívar como dormidero público, en los días de sol. La desidia aún perdura.
1816.‑ Octubre 5. En esta fecha luctuosa fueron conducidos a la plaza mayor el doctor Camilo Torres "Verbo de la Revolución", Manuel Rodrípez Torices, José María Dávila, patriotas insignes, y el Conde de Casa Valencia Pedro Felipe Valencia, grande de España, que había tomado la causa patriótica. Los dos primeros condenados a morir ahorcados, pero por no haber verdugo cayeron todos arcabuceados; los cadáveres de Torres y Rodríguez fueron luego colgados de las horcas y en las horas de la tarde ferozmente de capitados; sus cabezas se exhibieron en jaulas por varios días en sitios públicos.
1816.‑ Octubre 29. En la plaza de San Francisco fue sacrificado el científico y hombre de letras Francisco José de Caldas; el Sabio Caldas como se le conoce históricamente. Con su muerte quedaron inconclusos los estudios de ciencias matemáticas y naturales de inestimable valor que venía adelantando.
Henao y Arrubla al comentar ese crimen incluye la siguiente frase del humanista español don Marcelino Menéndez y Pelayo relativa a Caldas: "Víctima nunca bastante deplorada de la ignorante ferocidad de un soldado, a quien en mala hora confió España la delicada empresa de la pacificación de sus provincias ultramarinas". Ese soldado se llamó Pablo Morillo, el Pacificador.
1817.‑ Noviembre 14. Al cadalso levantado en la plaza mayor fue conducida y ajusticiada la heroína Policarpa Salavarrieta, conocida con el nombre de la Pola. Ocho compañeros y con éstos su novio Alejo Savaraín, que con ella habían sido juzgados y sentenciados cuatro días antes, pagaron allí con su vida, ese mismo dia y hora en la misma plaza, el delito de haber alentado la causa de la libertad.
La espectacularidad dada al consejo de guerra que expidió tan infame sentencia y la personalidad y entereza de esta muchacha atrajeron a la plaza una nutrida y apesadumbrada concurrencia.
1819.‑ Septiembre 18. Poco después del 7 de agosto de este año, día de la victoria de los patriotas sobre el ejército español en el puente de Boyacá, se aprestaba Bolívar para salir de Santafé. Las autoridades civiles, militares y eclesiásticas y las clases sociales más prestantes acordaron una demostración pública en honor de los Libertadores de la Nueva Granada. Se acordó el 18 de septiembre para las solemnidades con escenario principal en la plaza Mayor. Fue un acontecimiento apoteósico. Anzoátegui y Santander acompañando a Bolivar encabezaron el desfile desde San Diego y por la calle real entraron a la plaza al compás de músicas marciales y bajo una lluvia de flores. Después de la ceremonia religiosa en la catedral los tres generales tomaron asiento en el vistoso estrado erigido en el costado sur de la plaza; en dos de sus alas estacionaron los batallones patriotas en tanto que una densa multitud ocupaba los contornos; "Una niña ‑ escribe el historiador Manuel José Restrepo cuyo padre había sido sacrifica, por los españoles, colocó sobre la cabeza de Bolivar una corona de laurel. Otra señorita puso sobre el pecho del triunfador la Cruz de Boyaca y dos más hicieron lo mismo con los generales Anzoátegui y Santander.
Esta fiesta patriótica figura como el evento más fastuoso entre los que adoptron como teatro el ‑ámbito de la plaza Mayor.
1820.‑ Febrero 13. En esta fecha se festejó en la plaza Mayor la creación de la República de Colombia instituida por el Congreso de Angostura en acatamiento a la genial iniciativa del Libertador. Ese domingo el pueblo de Santafé acudió a la plaza ansioso de participar en el desfile conmemorativo. Concurrieron a exaltar el acto el general Santander y los ministros del Despacho Ejecutivo, el Cabildo de la ciudad en corporación, las autoridades judiciales, los funcionarios públicos, la representación de la jerarquía eclesiástica, las de los ocho conventos de frailes y los mandos militares al frente de una compañía de húsares montados y un piquete de artillería con las respectivas bandas militares. Se hicieron salvas de artillería que alternaron con repiques de campanas.
1825.‑ Del mercado público en ese año en la plaza Mayor dejó Gosselmann, viajero sueco la siguiente descripción: "Por medio de los embaldosados que parten de la pila a las esquinas de la plaza, está ella dividida en triángulos del mismo tamaño y cada uno contiene mercancías de género distinto. En uno están los matarifes, vendedores de carne, tocino, manteca y un especie de salchichas que llaman "longanizas", en otro los campesinos con sus diversos artículos como arroz, maíz, trigo, batatas, cebada, yuca, plátanos, carbón, limones, manzanas, zanahorias, piñas, melones, etc.. Aquí hay tamién lindas flores para la venta, como nuestras rosas y cláveles. Se ven en la tercera sección gallinas, pavos, palomos y aves de casa. La cuarta está llena de productos de la industria nacional, entre los cuales figuran y en primer término unas telas ordinarias de lana o algodón y que se emplean para ropa de las clases inferiores. Ademas hay oferta de caballos, mulas y ganado de carnicería. Como la plaza el viernes en la mañana está colmada por una pintoresca miscelánea de gentes, animales y mercancías, su contemplación proporciona un variado y divertido golpe de vista ... es uno de los espectáculos más interesantes que se ven en Colombia". Posteriormente, don Miguel Cané escritor argentino se refirio al mercado bogotano en los siguientes términos: "Así todas las frutas de la tierra ofrecidas simultáneamente, todas frescas, deliciosas y casi sin valor nominal. No es un fenomeno único en el mundo? Un indio de la sabana puede darse el lujo que sólo alcanzan los más poderosos magnates rusos a costa de sumas inmensas, y más completo aún".
1827.‑ El terremoto que en ese año hizo estragos en Bogotá destruyó totalmente el templo de San Victorino. Este suceso rebajó naturalmente la categoría de la plaza. En toda época y en toda ciudad la estrecha alianza entre templo y plaza es un factor que confiere exaltaciones mutuas. El poder de atracción de los muros sagrados entrega a su inmediata vecindad incontables beneficios de orden material. A la vez la plaza destaca los alzados de la arquitectura y presta un piso para las procesiones y otras ceremonias rituales, otrora en el orden urbano una plaza sin templo o éste sin plaza delantera era una composición de menor grado; y por templo hay que entender no sólo el destinado al Culto sino también el que acepta el sentido figurado.
1834.‑ La fiesta más animada, alegre y concurrida en aquel tiempo fue la de los toros, o "capeas" en a plaza Mayor. Este regocijo tenía lugar generalmente como acto final de ciertas fiestas cívicas o religiosas. Para la corrida se improvisaban graderías destinadas al gran público y palcos o "tablados" para los altos funcionarios y familias prestantes. De la fiesta en 1834, vista por un francés, es el siguiente texto de Augusto Le Moyne; "En la mayoría de los casos, los toros no estan del todo en libertad sino que llevan a la base de los cuernos una cuerda larga cuyo otro extremo sostiene un jinete atado a la cabeza de la silla, jinete que va detrás o delante del toro para detenerle en sus arrancadas cuando un torero poco diestro está a punto de ser cogido. Toda la corrida se limita a excitar al bicho con picadores a caballo, armados con una lanza llamada "garrocha" y a clavarle unos arponcillos con banderolas o con petardos por los banderilleros que van a pie, suerte ésta que no se realiza siempre por toreros de profesión, sino por cualquier aficionado y hasta por rapaces que quieran divertirse ejecutando esa suerte".
Posteriormente se celebraron con mayor aparato las fiestas patrias, especialmente la del 20 de julio. Entre festejos figuraban las corridas de toros en la plaza de Bolívar. Cordovez Moure en sus Reminiscencias consigna al respecto una descripción pormenorizada de la fiesta brava de la que se extractan los párrafos siguientes: "El lo. de julio empezaban los constructores de tablados y toldos la tarea de acarrear la madera necesaria para las obras proyectadas, y desde entonces tomaba la plaza el aspecto de una gran feria en que se veían llegar de todas partes enormes carretadas de madera en diversas formas y clases.
A medida que se aproximaba el 20 de julio aumentaba la desazón y movimiento febril de la ciudad: se hablaba de las fiestas, se preparaban para las fiestas, se comentaban y se preparaban las diversiones que tendrían 1ugar en las fiestas; las muchachas tenían fundadas esperanzas de encontrar novio en las fiestas, las viejas tenían seguridad de rejuvenecer en las fiestas, las venteras creían que iban a formar un capitalito en las fiestas, los tahúres tenían intención de desplumar muchos pájaros en las fiestas, y hasta el Gobierno creía que aseguraría el orden en las fiestas. ¡Fatídica palabra, llamada a ser la esperanza de tantos y el desengaño de todos!
Al fin llegaba el impacientemente esperado día 19, en que debían empezar las tan apetecidas fiestas con fuegos artificiales de ordenanza. Desde mediodía estaban terminados los trabajos de construcción de las tres filas de palcos, coronados de gallardetes tricolores que, agitados por el viento, daban a la plaza aspecto risueño y alegre; cada localidad la adornaba el respectivo locatario con colchas de damasco del color que a bien tenía; entre las barreras y los tablados se dejaba un andén para que transitaran por él los que no querían entrar a la arena; debajo de los palcos se instalaban las cantinas, presididas por antiguas veteranas hijas de la alegria, que después de crudas campañas del oficio se contentaban con ver los toros desde la barrera, ya que no podían hacer parte del ejército activo, por aquella razón de que la cruda mano del tiempo todo lo desbarata.
A las siete de la noche estaban encendidos los faroles de diversos colores colocados en los palcos y restaurantes; el centro de la plaza se veía iluminado con luces de Bengala, y doquiera reinaba la mayor animación. Los muchachos de la ciudad tomaban puesto en las barreras; en donde metían tanta bulla como los pericos en tierra caliente cuando van de tránsito a saquear la apetecida roza de maíz; y de todas partes llegaban enjambres de gentes ansiosas de tomar buen puesto. Las madres del pueblo llevaban a las muchachas entramonjadas y en el centro de la familia, a fin de preservarlas de los cachacos atrevidos, o de que se les perdieran entre aquella vorágine. Los tenorios pasaban revista a todos los grupos que ofrecían probabilidades de aventura amorosa, y si llegaban a pescar en aquel río revuelto, se perdian en uno de tantos toldos preparados al efecto.
De repente se elevaba con estruendo un gran cohetón, que iluminaba el cielo con multitud de luces de colores brillantes; la gritería de veinte mil almas y los agudísimos silbidos de los muchachos contestaban, llenos de alborozo, ese anuncio de que empezaban los juegos. Las bandas de música del ejército alternaban tocando bambucos, pasillos y otros aires nacionales de no muy buen gusto; la función pirotécnica duraba hasta las nueve de la noche, y en ese intervalo se quemaban idas y venidas, triquitraques, bombardas, buscaniguas o ruedas encendidas, que se lanzaban sobre la apiñada multitud que, para no quemarse, remolinaba en todas direcciones, estropeándose y gritando; ese era el momento propicio para que los amantes contrariados se desquitaran en menos que se limpia un ojo. Luego seguían los castillos, que figuraban fuentes, estrellas, abanicos y otras alegorias; pero siempre terminaban con el castillo grande 0 Fuente de San Mateo, que, al reventar el último gran trueno, dejaba ver a Ricaurte dando fuego al parque. Seguían los globos de vistosos colores, que se atacaban con cohetes, y si llegaba el caso de atravesarlos, estallaba estrepitosa salva de aplausos y risas.
El 21 de julio empezaban las verdaderas fiestas con las bulliciosas corridas de toros, que era la meta perseguida por los que estaban ansiosos de divertirse. Desde las once de la mañana empezaban a llegar a la plaza grupos de señoritas vestidas de amazonas, seguídas de jóvenes montados en magníficos caballos. A la una se traían los toros en medio de un diluvio de jinetes de todos los tipos imaginables, precedidos de la gente de a pie que acudía ansiosa de tomar puesto en la barrera, sobre la cual se hallaban de antemano establecidos los muchachos de la ciudad.
Los tablados se veían atestados de espectadores, que dejaban traslucir el estado de excitación nerviosa que los dominaba por la realización de la pesadilla de las fiestas; el pueblo llenaba el cercado para poder recoger algo del dinero que regaban los de a caballo, lo mismo que del pan, pedazos de carne asada y chicha con que los alféreces los obsegiaban, pues durante los nueve días de toros era lo único con que contaba para alimentarse.
La llegada de los toros a la plaza daba idea de la confusión y algazara que debieron de tener lugar en la toma de Babilonia o en el saco de Roma; todos gritaban: ¡El Toro! La expansión, silbidos y gritería de los muchachos no tenía límites; de todas partes se lanzaban millares de cohetes, que reventaban sobre aquella compacta muchedumbre, quemando a muchos y apagando uno que otro ojo; los de a caballo corrían en distintas direcciones para salvarse de los toros, que recorrían atolondrados la arena y se resistían a entrar al toril; los de a pie formaban remolinos inextricables para defenderse de los toros, de los caballos y de los cohetes; pero lo natural era que se produjeran conflictos entre unos y otros, por las direcciones encontradas que tomaban de repente y que se resolvían en atropellones formidables, jinetes caídos y numerosos accidentes desgraciados, sin provecho de nadie y mal de muchos".
1839.‑ Augusto Le Moyne, ciudadano francés, vivió en Bogotá cerca de 11 años a partir de 1828 y en su libro Voyages et Sejours dans L´Amerique du Sud dedica varias páginas a los aspectos urbanos de nuestra ciudad. De una de ellas es el siguiente párrafo:
"Hay en Bogotá varias grandes plazas, que toman su nombre de los conventos e iglesias que hay en ellas. La de San Victorino por la que se pasa al entrar a Bogotá viniendo de Facatativá, de forma triangular tiene a derecha e izquierda casas de fea catadura y al fondo un parapeto levantado en el mismo borde del barranco del río principal de los dos que atraviesan la ciudad y que en este sitio hace un codo; por encima de parapeto se divisa a favor de un gran claro y por entre las casas una parte de aguas torrentosas que corren por el barranco y más allá, formando anfiteatro las montañas a cuyo pie se alza la ciudad.
Si, en general el aspecto de esta plaza es pobre y predispone por lo tanto al forastero que entra por ella poco o nada en favor de la ciudad, en cambio para un pintor, ofrece por lo menos un aspecto muy pintoresco y me he enterado de que después de mi salida de Bogotá, el barón de Gros, encargado de negocios de Francia, la ha tomado como motivo para un cuadro al óleo".
1842.‑ Atrás. quedaron anotadas las obras adelantadas bajo el gobierno español en el atrio de la Cátedral que entonces abarcaba la mitad de la cuadra, es decir hasta comprender el frente de la capilla de El Sagrario. En ese estado subsistió el altozano hasta el año de 1842 en que por iniciativa del gobernador de la provincia de Bogotá y por suscripción popular se prolongó y enlosó el atrio y sus graderías a todo lo largo del costado oriental de la plaza.
Sobre el atrio escribió en 1853 el Ministro del Brasil en Colombia Conselheiro Lisboa: ”La plaza de la Catedral en Bogotá es una de las más bellas entre las que conozco en la América Española... El conjunto lo enaltece una plataforma de grandes lajas a la que llaman Altozano de la cual se desciende al piso de la plaza por seis gradas también en piedra. A esta plataforma concurren diariamente a tomar el fresco de la tarde y pasearse muchos bogotanos”.
1845.‑ Narra Cordovez Moure que en una tarde de ese año tuvo la plaza de San Victorino una nutrida concurrencia. Motivó la atracción del gentío la novedosa ascensión en globo protagonizada por el aeronauta argentino Antonio José Flórez; Esta era su segunda proeza en Bogotá porque pocos días antes había demostrado sus habilidades en un globo de fabricación local lanzado al aire desde el patio del Colegio de Nuestra Señora del Rosario y que fue a caer después de un recorrido caprichoso sobre el hospital de San Juan de Dios. El ámbito espacioso de la plaza de San Victorino fue más propicio a la teatralidad del espectáculo. Los asistentes, a prudente distancia, vieron inflar el globo con humo caliente producido por la combustión de leña y tamo. En momento propicio Flórez subió a la canastilla y el globo, una vez liberado de los veinte hombres que lo sujetaban, se elevó. En vivas y aplausos prorrumpió la multitud. La prueba terminó "en la quinta La Floresta abajo de la antigua alameda donde los orejones a caballo trajeron a Flórez en triunfo hasta el centro de la ciudad".
1846.‑ Para destacar el monumento erigido a Bolívar y magnificar su plaza se decidió repartir el mercado público de ésta entre las plazas de San Francisco y San Victorino. Nada fácil fue desarraigar a los muy renuentes vendedores que allí venían de tiempo atrás ejerciendo su negocio.
Permaneció el mercado en la plaza de San Francisco con su alborotado trajín diario, y con mayor abundancia y gentío los jueves y viernes hasta la apertura en 1864 del mercado cubierto de La Concepción. A la de San Victorino se le asignó la parte más encumbrante del mercado: miel en zurrones, maderas de construcción, carbón vegetal, esteras, corderos y cerdos. En este desempeño permaneció hasta la apertura, en 1898, de la plaza de maderas, hoy de España, que relevó a la de San Victorino del espectáculo derrimente que ésta presentaba justo la entrada de la ciudad.
1846.‑ Fué menester de la generosidad de don José Ignacio París para que la plaza luciera con la estatua del héroe, de quien toma su nombre actual: Plaza de Bolívar. No por falta de sensibilidad patriótica y cívica del Estado surgió esta iniciativa, sino porque la escasez presupuestal de entonces, cargada de deudas externas e internas y de gastos imprescindibles e inaplazables, contrariaba otros dispendios. El señor Paris, con miras a rendir un homenaje a quien había profesado leal amistad y grande admiración, encargó al escultor italiano Pietro Tenerani la estatua del Libertador. Estaba destinada esta obra maestra, la mejor en estatuaria que posee Bogotá, a adornar el patio de la quinta de Bolívar. Pero una vez la estatua en la capital decidió el señor París ofrecerla al Congreso, que en aquel momento estaba reunido. La carta portadora de la oferta concluye así: "Colocado por la Asamblea Nacional de la Nueva Granada donde lo estime conveniente, este monumento será un justo homena a la memória del héroe...Bogotá, 20 de abril de 1846".
El Congreso con gentiles frases de agradecimiento dio respuesta inmediata y luego, el 12 de mayo de 1846, expidió la ley de la que se transcribe:
"Artículo lo. El Congreso acepta con alto aprecio la estatua del Libertador Simon Bolívar que le ha presentado José Ignacio Paris.
Artículo 2o. La estatua del Libertador se colocará en la plaza Mayor de la capital".
En cumplimiento del mandato legal se levantó el pedestal, obra del mismo escultor, en la plaza de La Constitución y para la necesaria protección ante posibles irreverencias se dispuso, en su alrededor, un pequeño enrejado. El 20 de julio del mismo año de 1846 se inauguró el monumento. El General Mosquera, presidente de la república en aquel tiempo, asistió acompañado de sus Ministros, de los altos funcionarios del gobierno, de dignidades eclesiásticas de muy prestantes ciudadanos, Se dio al acto especial pompa civil y suntuosidad militar.
En esa fecha la histórica plaza de Bogotá se llamó por decisión popular Plaza de Bolívar.
1847.‑ Por Acuerdo expedido por el Concejo Municipal el 20 de julio de 1847 se ratificó el nombre por el cual "la plaza Mayor o Plaza de La Constitucion de Bogotá se denomina Plaza de Bolívar", y desde entonces tal es el título oficial de este sitio de la ciudad.
1850.‑ El Congreso de Nueva Granada con el propósito de rendir homenaje al General Francisco de Paula Santander, el Hombre de las Leyes, digno de reconocimiento nacional por sus servicios a la patria, dispuso erigirle un monumento en la plaza de San Francisco. Con tal propósito expidió el 8 de mayo de 1850, el correspondiente Decreto Legislativo.
1851.‑ La Cámara Provincial de Bogotá, que suplía entonces al Concejo Municipal, acató el mandato del Congreso por el cual se ordenó, la erección del monumento a Santander y expresó su solidaridad al respecto al extender el 8 de octubre de 1851, una Ordenanza con el siguiente texto: “La plaza de San Francisco, situada al Norte de esta ciudad, en la cual existe la casa que habitó y en que murió el General Francisco de Paula Santander, se denominará, en lo sucesivo, Plaza de Santander”.
1853.‑ En este año y por cortos meses residió en Bogotá el señor Miguel María ‑ Conselheiro ‑ Lisboa; posteriormente publicó su libro Uma Viagem, en el que describe los aspectos más salientes de la capital y entre esos el que sigue:
"En importancia después de la Plaza de la Catedral figura la de Santander, que llaman de San Francisco; a uno de sus lados está el convento de este santo, al otro un Cuartel de Soldados, al centro un predio descuidado y al extremo de éste, aislada, la capilla del Humilladero, primera iglesia erigida por los conquistadores y cuidadosamente conservada como monumento histórico. Es este un edificio pequeño de tres brazos de fondo, tres de ancho y extremadamente bajo. La ví siempre abierta y frecuentada por numerosos devotos; en su nave se conserva un gran crucifijo que de tiempo inmemorial acompaña a los condenados al cadalso".
1878.‑ Mayo 6. En esta fecha se inauguro solemnemente la estatua del General Francisco de Paula Santander en la plaza consagrada a venerar su memoria. Este monumento ordenado en 1850 por el Congreso de la Nueva Granada y para el cual se asipó la suma de $10.000 se encomendó al escultor Florentino D. Costa y se fundió en la ciudad de Munich. El pedestal que en 1938 tenía la estatua lo describe el historiador Roberto Cortázar: “en mármol blanco de rigurosas proporciones, y lo adornan, al frente, en alto relieve, la alegoría de la justicia esculpida en el mismo material y a los lados, en bronce, los escudos de la Gran Colombia y de la Nueva Granada”.
La inauguración de esta estatua promovió varios arreglos tendientes a exaltar el lugar, entre esos: el contrato conferido al escultor italiano Mario Lombardi relacionado con la construcción de la calzada y andenes en el costado oriental de la plaza y la instalación de las verjas y puertas de hierro forjado pedidas a Europa y destinadas a la protección de la plaza; incluía el contrato los zócalos y las pilastras en piedra. Vale anotar que una parte de la verja se forjó en Bogotá conforme al modelo importado, trabajo que fue necesario para suplir el error en las medidas de la plaza al hacer el pedido.
1880.‑ En el mes de febrero se iniciaron, bajo la dirección del contratista Casiano Salcedo, los jardines y arborización de la Plaza de Santander. En el mismo mes la Compañía de Alumbrado se obligó por contrato a poner el gas en los 48 faroles, en las pilastras de la verja y en las 12 que rodean la estatua. Se le concedió un año para cumplir lo estipulado. A la vez Francisco Aldana construía por contrato las calzadas y andenes de los costados sur y occidental de la misma plaza.
1881.‑ El monumento del Libertador, genialmente concebido con altura proporcionada al recinto enclaustrado de la hoy Quinta de Bolívar, quedó, en el escenario escueto y dilatado de su plaza, desmedidamente pequeño y sin escala con el ambiente, en detrimento de la euritmia, falla que subsiste a pesar de los sucesivos empeños en corregir1a. Hacia 1880 surgió el primer proposito a este respecto. Se inició con un jardín "de severo estilo inglés" conforme a mandato del ministro de Instrucción Pública, don Ricardo Becerra. Para destacar la estatua se sustituyó el pedestal primitivo por uno más alto, confiado a Mario Lombardi, escultor italiano residente en Bogotá; el encargo fue duramente criticado por las imperfecciones del estilo. La obra conjunta se inauguró el 20 de julio de 1881 circundada por una hermosa verja de hierro importada de Europa.
Con esta obra perdió la plaza su función excelsa de centro de reuniones colectivas, que le era propia por tradición centenaria y, de contera, se le dio el nombre de parque de Bolívar, En realidad dejó de ser plaza y en términos estrictos no fue parque. No obstante, aquella composición refleja, en las fotografías que se conservan, un encomiable grado de civilidad expresada en el arreglo de un jardín un tanto entremezclado, a imagen del gusto de entonces, pero pulcramente presentado.
Una turba fanatizada arruinó el todo, jardín y verja, al precipitarse tumultuariamente con motivo de la recepción, en 1919, de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá.
1882.‑ Como embajador de la República Argentina residió por poco tiempo en Bogotá el diplomático y escritor de renombre don Miguel Cané. En su libro En Viaje narra la impresión que le causó su entrada a la ciudad dice así:
“La calle por donde el carruaje avanzaba con dificultad estaba materialmente cuajada de indios. Acababa de cruzar la plazuela de San Victorino, donde había encontrado un cuadro que no se me borrará nunca. En el centro, una fuente tosca, arrojando el agua por numerosos conductos colocados circularmente. Sobre una grada un gran número de mujeres del pueblo, armadas de una caña hueca, en cuya punta había un trozo de cuerno que ajustaba al pico del agua que corria por el caño así formado, siendo recogida en una ánfora tosca de tierra cocida. Todas estas mujeres tenían el tipo de indio marcado en la fisonomía; su traje era una camisa, dejando libres el tostado seno y los brazos, y una saya de un paño burdo y oscuro, en la cabeza un pequeño sombrero de paja, todas descalzas, Los indios que impedían el tránsito del carruaje, tal era su número, presentaban el mismo aspecto. Mirar uno, era mirar a todos. El eterno sombrero de paja; el poncho corto, hasta la cintura, pantalones anchos a media pierna y descalzos. Una inmensa cantidad de pequeños burros cargados de frutas y legumbres... y una atmósfera pesada y de equívoco perfume. Los bogotanos se reían más tarde cuando les narraba la impresión de mi entrada y me explicaban la razón. Había llegado en viernes día de mercado".
1882.‑ Por aquel tiempo el atrio de la Catedral mejor conocido como Altozano, se había convertido desde el advenimiento de la República como lugar propio para pasear o como palco para observar los acontecimientos de la plaza, y sin estorbos porque para el mercado, por ejemplo, esta área estaba vedada. Esos pasatiempos se hicieron costumbre a ciertas horas del día. Y por la destacada categoría intelectual de quienes se habituaron a dialogar allí se puede afirmar, que fue, en términos estrictos, el ágora de la capital. El escritor argentino citado atrás, don Miguel Cané en su libro En Viaje (1881‑1882), menciona el altozano como centro de reuniones cotidianas, a mañana y tarde, de "todo cuanto la ciudad tiene de notable en política, en letras y en posición", y lo define con el siguiente párrafo: "Un círculo literario, un areópago, una "coterie", un salón de solterones, una "coulisse" de teatro, un forum, toda la actividad de Bogotá en un centenar de metros cuadrados: tal es el altozano". El señor Cané fué testigo y más propiamente brillante copartícipe en los temas que allí se departían y quizá se inspiró en la diversa erudición expresada en ese dialogar, para exaltar a Bogotá con el calificativo de Atenas Suramericana.
1887.‑ Sobre la demolición, en este año, del último Humilladero que yacía en la Plaza de Santander se sabe lo siguiente:
Con fecha 20 de abril de ese año dirigió la Cámara de Representantes un oficio al gobernador del Estado de Cundinamarca pidiéndole "hiciera demoler el pequeño edificio, sin mérito arquitectónico, ni histórico, que con el nombre de capilla del Humilladero afeaba la plaza de San Francisco". En respuesta expresó el gobernador Don Dámaso Zapata que la decisión de démoler ese edificio estaba tomada “para emplear los materiales en algún edificio público”. Así se consumó tan lamentable disparate. Hay que relevan que el rasgo más perenne de esta plaza tomó su origen en esa ermita o primer oratorio en Santafé. Comenzó como templo accesorio. Fue luego portal inpregnado de ambiente rural, donde el viajero detenía el paso para santiguarse antes después de sus jornadas. Y de tan humildes cometidos pasó a puntal de un escenario de arquitectura religiosa en la que, no obstante las huellas del tiempo y de la mano del hombre, subsiste con aspiraciones de perpetuidad.
Siglo XX
1910.‑ Para conmemorar el primer centenario de los sucesos enmancipádores del régimen colonial que tuvieron lugar el 20 de julio de 1810 se programaron en Bogotá diversas celebraciones. Entre esas la erección de una estatua en bronce a Nariño en la plaza que hasta entonces se llamó de San Victorino; por Acuerdo No. 3, expedido por el Concejo en 1909, recibió el nombre de Plaza de Nariño. La inauguración de este monumento al Precursor se solemnizó en su día con la asistencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas.
1923.‑ Por la esmerada atención prestada a los árboles y jardines y por la pulcritud de su conjunto conservó la plaza de Santander, hasta bien entrado este siglo, un ambiente eminentemente cívico. Pero estas expresiones de decoro urbano sometidas a la manía renovadora no perduraron. Ortega Ricaurte menciona los siguientes hechos: La Sociedad de Mejoras y Ornato tomó la iniciativa de modernizar la plaza. Y para adelantar en el propósito presentó al Consejo Municipal el 2 de noviembre de 1922, el texto de su proyecto sustentado en la urgente necesidad de levantar las verjas protectoras de los jardines para la mejor presentación de éstos y en la importancia de destacar el árbol más frondoso ciñéndolo, a cierta altura, con una plataforma o terraza en cemento, provista de escalinatas, bancos y barandales en el mismo material. El Concejo, ante la presión de los autores, autorizó, en 1923, los trabajos exigiendo que se empleara la piedra en vez de cemento y limitando a $2.500 su participación al presupuesto de $7.500 aprobado por la Sociedad de Mejoras. Los amigos de los árboles protestaron por la prensa y vaticinaron que el árbol se secaria, como en efecto ocurrió. Igualmente presentaron su inconformidad quienes entendieron que sin el resguardo de las verjas, los jardines y los arreglos florales quedaban desemparados. Todo fue inútil. En corto tiempo quedó reducido a campo de desaseos un recinto que había tomado más de 40 años en continuos y esmerados arreglos.
1926. El Congreso Nacional y la Asamblea de Cundinamarca aprobaron los aportes anuales de $600.000 y $200.000, respectivamente, destinados a obras de alcantarillado y pavimentación de Bogotá. Se estudio entonces el tipo de pavimento que debía adoptarse; se rechazó el uso exclusivo del ladrillo, que algunos preconizaban, porque los 600.000 M2 que requerian pavimento necesitaban 1.000.000 de ladrillos y la producción local apenas llegaba a 700.000 unidades anuales. Se optó por el asfalto importado y para su empleo se contrató en ese año con el ingeniero Diego Suárez la pavimentación y arreglo de la Plaza de Bolívar conforme a los planos diseñados por el contratista.
1926.‑ La Plaza de Bolívar venía presentando notables desperfectos en su presentación que estimularon la iniciación de obras tendientes a su mejor aderezo. El Consejo Municipal acordó después de un concurso de ideas expresadas verbalmente, la instalación de pilas o fuentes luminosas mecánicamente accionadas. Se confió el proyecto al arquitecto Alberto Manrique Martín, quien también tuvo a su cargo la dirección de las obras. En la noche del 19 de julio de 1926 presenció el novelero pueblo bogotano los juegos combinados de agua y luces policromas de cuatro fuentes, dispuestas en cuadro en una plazoleta también cuadrada, para la que fue preciso excavar el declive natural de la plaza. El tamaño exageradamente macizo de las fuentes impúso la adopción de un pedestal aún mas alto, para que la estatua, situada en el centro de la plazoleta, pudiera verse a cierta distancia porque de cerca se presentaba en escorzo.
Este injerto, o incrustación de una plaza en otra, acabó definitivamente con el carácter del recinto santafereño, que por centurias tuvo el desempeño de palco o de escenario, según el caso, para reuniones multitudinarias, libre de obstáculos y estorbos. Ahora, en las tardes tibias, concurrian las gentes a la plaza atraídas por la novedad de las fuentes. Pero la curiosidad inicial decayó al mismo tiempo de las limitaciones presupuestales destinadas al funcionamiento y conservación de las instalaciones mecánicas y eléctricas. Así llegó la fecha en que las fuentes, sin agua ni alardes luminosos, se convirtieron en motivo de escarnio y lugar de basuras y desaseos, en menoscabo del debido respeto a la dignidad del monumento consagrado al Padre de la Patria.
1933.‑ El 7 de noviembre fecha del centenario del nacimiento de Rafael Pombo, se inauguró en la esquina noroccidental del parque de Santander el monumento en homenaje a este insigne poeta bogotano. La obra confiada al maestro escultor Luis Alberto Acuña destacó el busto tallado en mármol sobre un pedestal de piedra tallada y en éste dos alegorías a las célebres fábulas escritas por el homenajeado. La Sociedad de Mejoras y Ornato en su sesión de noviembre de ese año aprobó el siguiente aplauso, “La Sociedad presenta su entusiasta felicitación a la junta organizadora del centenario de don Rafael Pombo por la erección del monumento a este eximio poeta y haber escogido a un artista nacional para la ejecución de la escultura y pedestal en referencia, que son en concepto de la sociedad de Mejoras una obra de verdadero mérito artístico”.
El monumento tuvo allí una permanencia fugaz; tras nuevos arreglos fue desmontado y mandado a otro lugar.
1945.‑ La plaza de Nariño, antigua de San Victorino, venía presentando lo por la incuria de las construcciones que la enmarcaban un aspecto cada dia más deprimente, en detrimento del notable desarrollo adquirido entonces por el sector occidental de la ciudad. Este espacio abierto había surgido sin plano previo y sin normas urbanas que regularan su crecimiento y así había con figurado un perímetro pentagonal propicio al desorden y al desaseo. El Concejo con el loable propósito de regularizar y aderezar la plaza expidio en 1945 el Acuerdo 11 por el cual autorizó la remodelación de la plaza. Dispuso igualmente la adquisición "de la manzana triangular comprendida entre la calle 12, carrera 11 y costado oriental de la plaza justo con las zonas que para ese efecto se necesiten en la manzana comprendida entre la calle 12, avenida Colón, carrera 14 y plaza de Nariño, de acuerdo con los planos elaborados por la Secretaría de Obras Públicas".
1948.‑ El Concejo Municipal expidió este año dos Acuerdos relacionados con la remodelación de la plaza de Narino. El Acuerdo 16 por el cual autorizó la adquisición de los inmuebles y zonas previstas en el Acuerdo 11 de 1945 y destinadas al ensanche de la plaza; y el Acuerdo No. 100 por el que para ese propósito asigno la suma de $1´162.036 incluyendo en éstos las demoliciones, las obras de construcción y las de pavimentación.
La ejecución de los acuerdos anteriores siguió el ritmo que en estos casos impone la adquisición de inmuebles, los tramites de las licitaciones y la ejecución de las obras. Y ocurrió que la plaza una vez ensanchada tuvo que ceder parte de su área para la ampliación de la Avenida Jiménez de Quesada, obra que desfiguró la imagen urbana que allí se pretendía y de hecho la estatua de Nariño quedó fuera de lugar. Intervino también a alterar las funciones cívicas de este recinto la excavación artesonada que hacia 1950 se construyó para estacionamiento de vehículos y hoy ocupada por el mercado de artesanías.
La estatua de Nariño se retiró de la plaza en ese año; actualmente se encuentra en el jardín frontero da la fachada posterior del Capitolio.
1948.‑ En la primera década del mes de abril de este año se reunió en Bogotá la IX Conferencia Panamericana de Cancilleres y con ese motivo se adelantaron numerosas obras de ornato en esta ciudad. Entre esas un arreglo en la Plaza de Bolívar consistente en cuatro grandes esferas que el público llamó "bolas" erguidas en las esquinas de la plazoleta asignada a las fuentes luminosas e ideadas para disimular la presencia de éstas que yacían abandonadas. Una vez retirados los andamios estalló la protesta ciudadana justamente alarmada por el aspecto desproporcionado, antiestético e inoperante de las "bolas". Fue ese un atavío fugaz; permaneció tres días porque en atención al decoro de la plaza fue desmontado.
Un segundo suceso se relaciona con los desastres por los incendios y desmanes ocurridos el 9 del mismo mes de abril que arruinaron varios sectores del área central de la ciudad. La Plaza de Bolívar fue teatro de varias calamidades: saqueos en almacenes y comercios; automóviles y tranvías reducidos a pavesas, candelabros y difusores destrozados y por doquiera escombros y devastaciones.
1949.‑ Las tropelías ocasionadas por los sucesos calamitosos que tuvieron lugar el 9 de abril de 1948 suscitaron el deseo de atender prontamente a la presentación de la ciudad y en especial a de la plaza de Bolívar. El Municipio particularmente interesado por el decoro de su centro cívico contrató a fines de febrero de 1949 por la suma de 223.000 dólares americanos el estudio del plan regulador de Bogotá. Encargo tan importante se concedió a los arquitectos Sert y Wiener, residentes en Nueva York. Figuró en el convenio que el arquitecto Le Corbusier colaborara en el respectivo plan director. Este trabajo se presentó en agosto de 1950 al Concejo Municipal y en él se incluyó el proyecto de Centro Cívico con la plaza de Bolívar como componente primordial del conjunto. El nombrado arquitecto animado, quiza, por los ímpetus de renovación urbana oficiales y privados, tasó con demasiado optimismo la capacidad financiera de la ciudad y así impresionado presentó un proyecto excedido: despejó la plaza de las pilas inoperantes y estorbosas, ensanchó en demasía la plaza agregándole como área cívica la totalidad de las manzanas vecinas comprendidas entre la calle 11 y la calle 9a. y las enmarcó con edificios monumentales. A la estatua de Bolívar. le asignó la potestad de único monumento en la plaza y sobre un sencillo pedestal la ubicó cerca al Capitolio.
Los ambiciosos planteamientos de Le Corbusier en relación a la civilidad de la plaza no tomaron cuerpo real con demoliciones, cemento y ladrillos, pero perduraron afirmando la conveniencia de dar a este recinto la fisonomía sobria impuesta por su tradición centenaria.
1953.‑ El propósito de ubicar el actual edificio sede del Banco de la República en la plaza de Santander fue motivo de vivas controversias sustentadas con tres proyectos que presentaban la total remodelación de la plaza con la ubicación del Banco en la misma. El diseño, defendido por los padres franciscanos, situaba el edificio en proyecto en el costado norte; el presentado por el Departamento de Urbanismo Municipal le asignaba el costado oriental y el estudiado por las directivas del Banco concebido para ocupar el costado sur en las áreas del hotel Granada y de otras propiedades adquiridas con tal fin y en esos días en demolición. Se convino finalmente que el Banco tomara una porción de la plaza y en contraprestación cediera el área necesaria para ampliar la carrera 7a. que allí formaba embotellamientos al tránsito; solución que exigió de la plaza la cesión correspondiente al ensanche de esa vía.
1959.‑ La remodelación de la plaza de Santander en el aspecto que presenta actualmente se confirió a los arquitectos Esguerra Sáenz, Urdaneta, Samper conforme a los planos del socio de esa firma, arquitecto Alvaro Sáenz.
El proyecto contempló conservar los árboles que quedaban; la ejecución del enlosado del piso, la ejecución de las escalinatas de acceso, el diseño y la dotación mecánica de la fuente ornamental y el diseño y ejecución del pedestal en que actualmente reposa la estatua del General Santander. Estos trabajos fueron costeados por el Municipio a excepción de la fuente ornamental que fue financiada en su costo y sostenimiento en 1966 por el Banco Central Hipotecario.
1960.‑ En el mes de junio de ese año el Director del Departamento Administrativo de Planificación Distrital, arquitecto que ahora suscribe este estudio, solicito del Consejo de Gobierno Distrital su autorización para adelantar un programa de obras públicas, como contribución a los festejos sesquicentenarios de la Independencia, que debían cumplirse el 20 de julio de 1960. El plan se preparó tomando como obras básicas la remodelación de la plaza de Bolívar y la restauración de la Casa del Florero. Se decidió que éstas fueran motivo de un concurso público, conforme a los reglamentos de la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Con estos antecedentes el Concejo Municipal expidió el Acuerdo No. 79 de 1959 por el cual confirmó la ejecución del concurso. El programa presentado a la consideración de los concursantes planteaba, entre otras, las siguientes exijencias: Liberar la plaza de la función de estacionamiento público y retirar las fuentes; considerar el monumento a Bolívar como único en la plaza y dar al pedestal ubicación y dimensiones que permitan a los visitantes una mejor apreciación de la escultura y adecuada presentación de ofrendas florales; tratar el enlosado en piedra y en ladrillo o los dos materiales combinados; prescindir de árboles, estanques, jardines o zonas verdes, en beneficio de la austeridad y monumentalidad de la plaza.
Los concursantes atendieron las nítidas exigencias del programa oficial que enfatizaban los planteamientos de Le Corbusier y diez proyectos se presentaron al jurado calificador del concurso. Se eligió para la remodelación el favorecido con el primer premio, presentado por los arquitectos Fernando Martínez y Guillermo Avendaño. El segundo premio se concedió a los arquitectos Llorente & Ponce de León. Se iniciaron las obras el 18 de enero de 1960, a cargo de la firma Mopal, integrada por ingenieros de reconocida experiencia. La actual nueva plaza se inauguro el 16 de julio del mismo año con una concentración cívica en la que participaron las más altas autoridades de la capital y 40.000 niños de las escuelas públicas que en coro entonaron el himno nacional y canciones patrióticas.