- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
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- Luis Restrepo. construcciones (2007)
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- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
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La Educación en Bogotá
Texto de: Fernando Hinestroza y Carlos Medellín
Resulta imposible diseñar los perfiles históricos de lo que pudiera ser y representar la institución educativa en nuestra ciudad de Bogotá, sin aludir, tan someramente como las circunstancias lo exigen, a sus antecedentes más remotos en las intimidades de la organización política y cultural de la nación de los muiscas, como se denominó a sus integrantes en las primeras crónicas que de ellos se conocen, o de los chibchas, como luego se les distinguió, vocablo que, como se sabe, significa persona, en razón del excesivo uso que de ella hacían nuestros antepasados aborígenes, de cuyo imperio fue Bacatá su capital.
Ni para qué entrar en el relato minucioso de las características sociales de aquella organización política, en cuya ciencia fueron los mismos chibchas tan notables.
No obstante, hemos de recordar la drástica estructura clasista de esa sociedad, por cuanto fue, a no dudarlo, determinante de su sistema educacional, destinado a mantenerla en una estratificación bien definida: caciques ‑usaques si lo eran de alto linaje‑, nobles, sacerdotes, guerreros, vasallos y esclavos, procedentes estos de las conquistas militares.
Objetivos, métodos y, en general, formas de educación dependían de la localización social de los educandos.
Los herederos del Zipa, por ejemplo, necesariamente pertenecientes al clan Chía, debían ser recluidos en el Templo de la Luna de esa localidad y sometidos a pruebas especialmente exigentes, en tanto que los descendientes de los caciques eran recluidos en otro tipo de templos, los adoratorios, de cinco a siete años, donde solo se les permitía la contemplación de la luna y las estrellas, mientras se les preparaba para el desempeño de sus delicadas funciones políticas antes de serles confiadas en espléndidas ceremonias de fastuosa solemnidad.
Aún más severa fue la educación de los vástagos de los Chyguy, sacerdotes a quienes los conquistadores llamaban Jeques, pues desde su más temprana juventud ingresaban a las cucas o mojas (los hubo masculinos y femeninos), seminarios para su formación física y espiritual, consistente ésta especialmente en el aprendizaje de los ritos y las supersticiones tradicionales, de los principios éticos, de las técnicas de comunicación con los seres del más allá y de las propiedades medicinales de las yerbas, y la práctica de los hechizos.
Parte fundamental de esa preparación fue el conocimiento de las tradiciones y de las leyes, sobre las cuales habrían de instruir al pueblo, una vez fueran presentados al cacique, aceptados por él y autorizados por su gobierno para ejercer ese ministerio docente. Por último, niños y jóvenes sin alcurnia, apenas fueron objeto de adiestramiento para oficios diferentes, para la caza y el transporte, y de instrucción elemental en tradiciones y supersticiones.
Crónicas y leyendas señalan a Nompanín, sucesor de Bochica, y a Nemequeme, Zipa de Bacatá, no sólo como sabios legisladores y políticos, sino como verdaderos maestros de su pueblo e impulsores de su educación. Se habla de su preocupación por la transmisión popular de los conocimientos, inclusive mediante formas escritas. Sin embargo como lo reitera Luis López de Mesa1,‑ "no es creíble que hubiesen adquirido escritura alfabética ni calendario, ni matemática de cálculo eficiente" a diferencia de los aztecas y los mayas.
“Luego que se haya hecho la pacificación el adelantado, Gobernador o pacificador . . . reparta los indios entre los pobladores, para que uno se encargue de los que fueren de su repartimiento y los defienda y ampare, proveyendo maestro que les enseñe la doctrina cristiana y administre los sacramentos, guardando nuestro patronazgo, y enseñe a vivir en policía. Haciendo lo demás que están obligados los encomenderos en sus repartimientos, según se dispone en las leyes de este libro". (Ley la. Tit. VIII, Lib. VI).
De manera que en estas primeras comunidades llamadas encomiendas, se da lugar a formas primitivas de escuela y escolaridad para los indígenas, y a la institución del maestro, identificada en la misma persona del encomendero, cuya tarea primordial tuvo un sentido eminentemente práctico en la enseñanza de la agricultura, distinta de la función evangelizadora propia del predicador.
Generalmente el cura predicador cumplía ambos propósitos. Y naturalmente la enseñanza y el aprendizaje del idioma español y de las lenguas nativas, en acción simultánea, por ser de primera necesidad como elemento primordial de intercomunicación, vinieron a constituir la primera cátedra obligada para realizar los mutuos intereses. Tanto y tan pronto fueron advertidos éstos, que se dio lugar a apelativos específicos para quienes más lograban avanzar en tal empeño, llamándose "ladinos" a quienes entendían el español, y "lenguaraces" a quienes aprendían las lenguas autóctonas.
En este orden de necesidades, encontramos que las primeras formas de docencia se deben a la iniciativa privada y religiosa, concretamente Sin embargo, se advierte una evidente preocupación del gobierno real para fomentar este tipo de organización educativa, por medio de normas y recomendaciones que condicionan el establecimiento de comunidades, como las encomiendas, a objetivos culturales en el más amplio sentido.
El Rey Fernando, por ejemplo, vino a ordenar más tarde que en toda, encomienda con más de cincuenta indios, sus responsables debían enseñar a leer y escribir a uno de ellos, deber que se impuso también "a quienes se sirvan de indio por paje".
No obstante, la educación en aquella época y después, durante mucho tiempo, obedeció al interés y la obra de la iniciativa privada, de la Iglesia en primer término, y de la familia, aunque con distintos sentidos, si bien el Estado ejerció sobre aquélla una autoridad, a veces impositiva, a veces permisiva Carlos V disminuyó los deberes educativos de las encomiendas; Felipe IV en 1624 dispuso mayor diligencia en la enseñanza de la lengua castellana y reprimió el uso de las lenguas nativas; tres años después se determinó "que se lean y enseñen públicamente las lenguas de que los indios usan más generalmente".
Cuando se dió, paso a la formación de escuelas propiamente dichas, por iniciativa de los religiosos primero, y más tarde de seglares, se aplicó a los maestros el mismo régimen imperante en España, con exigencias tales como la de demostrar ante las autoridades suficiente instrucción en la doctrina cristiana, moralidad de vida, y costumbres de "pureza de sangre".
Aquellas escuelas fueron según su origen, religiosas, laicas hogareñas y algunas pocas oficiales, las que los cabildos crearon. Jamás se permitió la coeducación. Su dotación fue siempre exclusivamente pobre e inadecuada.
Vestían los alumnos uniformes vistosos: botones rojos, trajes negros. La pedagogía era la de la férula, por aquello tan antiguo de que "la letra con sangre entra".
Sin, embargo, los aspirantes a maestro debían concursar en cuanto a conocimientos, ante religiosos, párrocos, y cabildos: lecturas "de romance en libros", cartas misivas y procesos: escritura en signos "grandes, medianos y chicos"; "cuenta de guarisma" (las cuatro operaciones). Textos ordinarios y corrientes fueron el Catón Cristiano (devocionario), el catecismo de Fleury, la gramática de Nebrija. Ni educación física, ni materias artísticas; canto sólo el llano.
Maestros y padres de familia acordaban los programas docentes, los cuales versaban, según lo dicho, exclusivamente sobre lectura, escritura, nociones de gramática y aritmética, además de la doctrina cristiana, que era la de las mayores exigencias, y cubría el horario de la mañana.
De todas estas deficiencias de nuestra organización educativa, la peor parte la llevó siempre la mujer, la cual, en tratándose de familias muy pudientes, en el mejor de los casos recibía instrucción de sus padres, o de maestros a domicilio apenas relacionadas con los oficios propios de su sexo. "Puede decirse que no se encontraban en Santa Fé cien damas que supieran leer y escribir, y las que poseían esa instrucción usaban una, ortografía desastrosa".2
Por aquellas épocas se advierte ya cierta rivalidad entre la Iglesia y el Estado por la dirección de la instrucción pública. La antigüedad de sus instituciones educativas y su mayor dedicación a ellas otorga a aquélla indudable ventaja, reforzada con la precariedad de presupuestos estables dedicables a la educación.
Muy modesta y tímidamente la iniciativa privada de origen no religioso empieza a manifestarse en la fundación de escuelas públicas, y ello ocurre la primera vez cuando don Luis López Ortiz organiza un servicio educativo para niños sin recursos económicos en una de las naves de la Iglesia de San Francisco, orientado a la enseñanza de oficios.
Se ignora la fecha exacta de lo ocurrido, pero es lo cierto que el mismo benefactor fue quien patrocinó la fundación del Monasterio de la Concepción el 19 de septiembre de 1595. En el mismo propósito síguenle don Antonio Gonzalez Casadiego, en una escuela para primeras letras, anexa al Colegio de San Bartolomé (1687); el sacerdote Santiago Torres Peña con su escuela "Tres Balconcitos", en la parroquia de Las Nieves, y don José María Dávila, alumno de San Bartolomé y también maestro en cierne.
En el año de 1564 arriba a Santa Fé Andrés Díaz Venero de Leiva, y con él ocurre el primer impulso serio para el establecimiento de escuelas oficiales. Ellas fueron destinadas a la Instrucción de hijos de españoles y de indios, especialmente en materias religiosas, gramaticales, de escritura y lectura. fue su propósito, aunque frustrado establecer un colegio para los hijos de los caciques más importantes. Las nuevas escuelas fueron financiadas por los cabildos.
El estado de la educación primaria fue en Santa Fé, tal como queda descrito, se extiende sin mayores modificaciones hasta los albores de 1810, como se alcanza a apreciar en la publicación aparecida en el "Semanario", en 1808, con la firma de Francisco José de Caldas, en el cual se lee:"... Mantiene la ilustrada propiedad de nuestro Soberano en esta capital una escuela de primeras letras; pero habiéndose multiplicado tanto la población, de 25 años a esta parte, no puede alcanzar aquélla a repartir a todos los pobres el beneficio de la educación, ni dejar de estar demasiado recargada para un solo maestro con los muchos que concurren (aún de los pendientes), para que pueda ser bien dirigida la enseñanza. De aquí resulta que teniendo Santa Fé una población de 30.000 habitantes, puede decirse con verdad que la educación primaria es nula para la mayor parte y defectuosa para la restante, esto es, para aquella menor que depende únicamente del cuidado de los padres pudientes. Por que siendo ésta privada, voluntaria y arbitraria, a poco que se reflexione se encuentran los muchos fundados motivos para que sea defectuosa".
Algo pudo haber influido la preocupación del Sabio Caldas por este estado de cosas, en la organización, por esa misma época, de las llamadas Escuelas Gratuitas, Patrióticas, y Metódicas.
Vamos ahora al origen y relativo desarrollo de los colegios. "El estado Español no fundó, apenas patrocinó y a veces auxilió, los institutos erigidos en territorio peninsular y posesiones de ultramar. Fue la iniciativa y generalmente de origen eclesiástico la que creo colegios coloniales en Indias".3 El acto de fundación estaba precedido de las correspondientes autorizaciones religiosas y civiles. Frecuente fue que los seminarios prestaran servicios docentes como colegios, y aún que tuvieran más acentuado este carácter que el de claustros para la formación de religiosos.
Según lo informa Bohórquez Casallas4, los colegios fueron de tres clases: Universitarios, aquéllos que ofrecían programas de educación superior. Mayores, que así se denominaban "por su antigüedad, rentas, mayor número de privilegios, méritos, licencia pontificia y algunos de ellos porque concedían grados y no recibían como alumnos sino a quienes habían obtenido el título de bachiller. Y Menores el resto, o sea los destinados a proseguir el ciclo siguiente a las primeras letras. Colegio universitario fue el de Santo Tomás de Aquino, al cual estaba incorporada la universidad así llamada también. El Rosario y San Bartolomé fueron colegios mayores.
Distingue a todos estos establecimientos educativos su definida orientación clasista, pues sólo los jóvenes de alto nivel social tuvieron acceso a ellos. Funcionaron en su totalidad en conventos, seminarios y comunidades religiosas, y generalmente tuvieron escuelas de primaria anexas.
En el año de 1554, la Real Audiencia recibió la orden de fundar un colegio para indios, y éste empezó a funcionar el 16 de mayo de 1576, con la rectoría del Padre Pedro Ortiz de Camburu. Fue el primer ensayo del colegio oficial, de muy corta duración.
Y ahora las Universidades. Su fundación no estuvo exenta de trámites y requerimientos que se iniciaban con solicitud formal de autorización dirigida al Rey, quien ordenaba prolijas investigaciones sobre capacidades y recursos económicos especialmente. Si las informaciones oficiales resultaban satisfactorias, el propio Monarca pedía a la Santa Sede "la, creación canónica" de la universidad.
Cronológicamente aparecieron en Santa Fe, en su orden, las facultades de Teología, Filosofía, Jurisprudencia, Medicina, Matemáticas, Ciencias (Expedición Botánica), Ciencias Físicas.
La Universidad de Santo Tomás de Aquino, iniciada en 1608, originada en el Colegio de Santo Tomás de Aquino; la Universidad Javeriana, originada en 1623 en el Colegio Seminario de San Bartolomé; y el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado en 1653 por el Arzobispo Fray Cristóbal de Torres, fueron las únicas instituciones Universitarias autorizadas para otorgar grados. La primera existió hasta 1861; la segunda hasta la expulsión de los jesuitas en 1767; el tercero sólo ha tenido breves interrupciones. En 1697 se creó la Universidad Agustiniana de San Nicolás de Bari, exclusivamente para la formación filosófica y teológica de los miembros de esa orden religiosa. Existió hasta 1775, por voluntad de sus fundadores.
Los grados correspondieron a tres clases y niveles: bachiller, licenciado, y doctor o maestro.
Doctor fue solamente el Jurista o el Canonista; maestro el filósofo o el teólogo. Los estudios de Jurisprudencia aparecieron sólo a fines del siglo XVII, los de medicina apenas un siglo después. Aquí de nuevo una información de Bohórquez Casallas5, sobre las circunstancias habituales de los grados universitarios: "Los religiosos no se graduaban ni en medicina, ni en cánones y sólo se laureban en Teología. En cambio en artes se graduaban tanto religiosos como seglares. Para obtener el grado se necesitaba haber cursado y aprobado por cierto número de años las materias correspondientes a las facultades respectivas, presentar los exámenes, depositar los derechos y hacer profesión de fe católica. Algunas veces el grado lo confería el Maestrescuela de la Catedral, en ausencia del Prelado. Los grados generalmente eran muy costosos, por los derechos y propinas que se cobraban para la celebración de los solemnes actos que se efectuaban, desde regocijos públicos hasta sesiones literarias, y de ahí que muchos no se titulaban por falta de recursos para satisfacer los inmensos gastos.
Los graduados tenían ciertos privilegios . . . Eran reputados nobles, debíaseles tributar honor y respeto; permitíaseles lucir públicamente particulares insignias, blasón en su casa; anillo gemado en su mano, birrete cuadricornio. Además, únicamente a los graduados se les permitía regentar cátedras en la universidad y obtener por este aspecto otros privilegios. Los títulos eran en latín y contenían una leyenda larga y explicativa.
La Universidad de Santo Tomás estaba facultada para conferir grados de bachilleratos, licenciatura y doctorado. La duración de los cursos en cada facultad era de tres años en artes o filosofía, cuatro en Teología y cinco en Jurisprudencia Civil o Canónica.
La duración de cada período académico fue de seis meses, siguiendo el mismo calendario escolar de España. Obtenido el bachillerato, y luego de varios años de pasantía, era posible iniciar los programas de licenciatura, cuyos exámenes se llamaban tremendas, por su rigor especial. Exigencia para el doctorado fue la aprobación del bachillerato y la licenciatura.
"En el Nuevo Reino de Granada, extinguida la Universidad Javeriana, fundada por la compañía de Jesús, se pensó inmediatamente en la creación de estudios generales con la categoría de Universidad Mayor que pusiese término al privilegio pontificio que la Orden de Santo Domingo explotaba desde el siglo XVII. La Universidad Tomística de los Dominicanos no venía siendo otra cosa sino el lugar en donde se otorgaban grados académicos; no había en ella una sola cátedra donde los estudiantes laicos pudiesen oir el derecho o la medicina ni ejercitarse como profesores. Reducíase el instituto a enseñar filosofía a los miembros de la misma comunidad, entre los cuales se repartían luego las dignidades universitarias.
Estudiantes de los dos Colegios Mayores del Virreinato, el de San Bartolomé, fundado en 1605, y el del Rosario en 1653, ganaban en ellos los cursos universitarios, teniendo que concurrir a la Universidad Tomística, donde sufrían las "tremendas", y recibían los grados académicos de bachiller, maestro licenciado y doctor, sin que jamás se les considerase como miembros de la Universidad. No era tampoco raro el que teólogos y canonistas dominicanos sirviesen de examinadores en medicina, por ejemplo, cuyas ciencias jamás habían profesado" 6
Los estudios universitarios, circunscritos a los claustros religiosos que los fundaron, padecieron las mismas vicisitudes de estos, y experimentaron no pocas alteraciones por razones políticas y de rivalidades y competencias bien conocidas. No existió, desde luego, ningún plan de estudios que los cohesionara, sino al contrario, cada colegio mayor o universidad procuró elaborar por su cuenta el suyo propio, sin correspondencia con los demás, y apoyándose en la antigüedad de sus principios y privilegios reales para funcionar y otorgar grados.
La Universidad de Santo Tomás fue la primera en obtener aquellas autorizaciones oficiales, y la que más duración alcanzó. Le pertenece el primer profesor de medicina que hubo en el país, en 1639, el licenciado Rodrigo Enriquez de Andrade, procedente de la Universidad de Alcalá de Henares.
Aparte de la comunidad franciscana, además de las escuelas de primaria que constituyeron en sus conventos y seminarios, fue el Colegio‑Seminario de San Luis el primero que con tal carácter existió en la colonia y cuyas tareas se iniciaron en 1850, en las mismas casas que luego albergaron al Colegio de San Bartolomé.
A la misma iniciativa religiosa se debieron el Colegio de Santa Fe, organizado en el convento del mismo nombre, y el Colegio de San Buenaventura, fundado en 1715, cuyos estudios determinó el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora, con grados obligatorios en la Universidad Tomística.
En cuanto al Colegio de San Bartolomé, también nació con el carácter de colegio‑seminario, confiado a la orientación y dirección de la Compañía de Jesús, adquirió después la categoría de Colegio Mayor y Seminario, a fin de armonizar su posición institucional con su émulo, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Sus estudiantes fueron: seminaristas, los que seguían cursos de formación para el Sacerdocio por cuenta de la Iglesia; convictores, los que sufragaban el costo de sus estudios, y colegiados reales, los sostenidos por el erario oficial. Se inició allí el estudio de la Física por el Padre Clovio. El Padre Hadey enalteció las clases de gramática muisca, y elaboró un diccionario de esta lengua.
Gregorio XV, en 1622 y Felipe IV después, atendiendo la insistente solicitud de los Jesuitas, autorizaron al Colegio para otorgar grados, con lo cual empezó a acentuarse la rivalidad ya existente con los establecimientos educativos dominicanos.
En San Bartolomé se inauguran los estudios de jurisprudencia, cuyos profesores, por primera vez, fueron laicos. Así nace la Universidad Javeriana, y empieza a aplicarse, casi integralmente, el plan de estudios de la Compañía de Jesús, conocido como “Ratio Studiorum”, los que forman parte de su constitución. Característica sobresaliente de este plan fue su apertura a la educación no exclusivamente religiosa, y su objetivo de actualización en las ciencias, particularmente en las humanas.
"El plan contenido en la Ratio Studiorum divide la enseñanza en tres etapas: letras humanas, filosofía y estudios teológicos".7 La Academia Javeriana fue antecedente inmediato de la Universidad Javeriana y existió por aquella época hasta 1767, año de la expulsión de los Jesuitas. Fue restaurada en febrero de 1931.
El Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado por Fray Cristóbal de Torres mediante cédula de Felipe IV del 31 de diciembre de 1651, inició sus estudios superiores de Teología, Jurisprudencia y Medicina, con la regencia de la comunidad dominicana, la cual perduró durante trece (13) años.
“Los rectores y catedráticos según las constituciones, debían ser hijos del claustro, haber vestido su beca y por consiguiente los distinguía su amor al establecimiento y su eficacia; el rectorado era electivo siendo sufragantes los colegiales formales y que fueran mayores de veinte (20) años. Se disponía como condición indispensable para vestir la beca, que el postulante acreditase nobleza hereditaria, y si bien es cierto que con tal requisito se limitaba el beneficio a las familias aristocráticas, es innegable que tuvo el mérito de abrir la carrera de las letras, tan descuidada por el poder civil durante la colonia”8.
Monseñor Rafael María Carrasquilla, actualizó las constituciones del Colegio en 1893. En el Colegio del Rosario, cuya filosofía oficial ha sido siempre la tomística, funcionaron entonces las facultades de Teología, cuya carrera duraba cuatro (4) años; de Cánones, de Leyes, de Medicina; la cátedra de artes, con duración de tres (3) años.
La primera cátedra de medicina práctica fue servida por Fray Miguel de Isba en 1801, año también de la instauración de las cátedras de química y mineralogía.
Según cédula Real de 1771, la carrera de Jurisprudencia se realizaba en cinco (5) cursos: los dos primeros comprendían el Derecho Romano y las Instituta, utilizando los comentarios de Arnoldo Vinio y las notas de Heinecio.
El estudio comparativo de la legislación española y las leyes de Indias, se valía de las Instituta de Torres. En el tercer curso se iniciaba el Derecho Canónico, con libros de consulta como los de Antonio Agustín, de Douvit, de Van Espen, de Murillo y de González. Los dos últimos cursos completaban el Derecho Canónico, con autores como Engel y Fleury.
En materia de educación femenina, la situación se mantiene igual a la anteriormente descrita. Sin embargo, es preciso mencionar como caso realmente excepcional el de la fundación del Colegio de la Enseñanza para señoritas, ocurrida bajo el gobierno del Virrey Pedro Messía de la Zerda, por iniciativa de doña Clemencia de Caycedo y Vélez Ladrón de Guevara, quien financió prácticamente la totalidad del nuevo y en nuestro medio novedoso plantel, cuya sede fue amplia casa del barrio de la Catedral, donde posteriormente se levantó el Palacio de Justicia, desaparecido el 9 de abril de 1948.
La correspondiente autorización se obtuvo mediante la Cédula Real de fecha 8 de febrero de 1770. El Colegio fue regentado por las Monjas Benitas, llamadas también de la Enseñanza; inició sus tareas en 1783. Su plan de estudios, bastante elemental y sencillo, comprendía lectura, escritura, aritmética, religión, historia sagrada y actividades domésticas. Sus alumnas, 25 al comenizar, fueron internas y externas, y pertenecían a las famillas más notables. El Colegio de la Enseñanza existió hasta el 5 de noviembre de 1861.
Paso importante para el desarrollo académico de nuestra educación fue la adopción del llamado Plan Moreno y Escandón. debido al fervoroso interés de este notable fiscal de la Real Audiencia, quien, a instancias del Virrey Guirior, presentó su propuesta el 12 de septiembre de 1774. El plan se aplicó en el colegio de San Bartolomé y en el Rosario, y su filosofía se inspira en principios tan novedosos para esa época como el de considerar la educación como función estatal, y determinar que la educación primaria debería ser gratuita. "Preconizó la libertad de investigación y se propuso extirpar de la enseñanza el espíritu de secta" 9
“Habría de nacer el triunfo de la idea pura y con él el desquiciamiento del edificio medieval de nuestra cultura, ya que en hora tan angustiosa para las conciencias, alternó el Fiscal protector de indios, don Francisco Moreno y Escandón, preconizando rumbos pedagógicos desconocidos, libertando a Catedráticos y Colegiales de la tutela filosófica y con ella el triunfo ruidoso del pensamiento en un ensayo tímido, en verdad, de libre examen científico” 10
El plan Moreno y Escandón no tuvo mucha duración, como resulta explicable. Fue sustituido hacia 1778 por uno nuevo elaborado por la Junta de Estudios del Nuevo Reino. Posteriormente el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora decidió sustituir ambos planes, y con esa finalidad, entre otras no menos importantes, dio lugar a la Expedición Botánica.
Suficientemente conocida y reconocida es la obra realizada por la Expedición Botánica, no sólo como empresa científica de investigación, sin antecedentes y con no muchas consecuencias en ese mismo campo, sino como tarea educativa de vastísimas proyecciones. Su gran promotor, impulsor y director, don José Celeslino Mutis ‑nacido en Cádiz el 6 de abril de 1732, llegado a Cartagena el 29 de octubre de 1760 y a Santa Fé el 24 de Febrero de 1761 , fue emínentísimo profesor de Matemáticas en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. donde produjo inmenso impacto con su defensa del sistema de Copérnico. Fue también maestro de Medicina, de los primeros en nuestro medio.
Iniciada la expedición en Mariquita, fue trasladada su sede a Santa Fé, en el año de 1791, donde ocupó el mismo sitio de nuestro actual Observatorio Astronómico. Con razón se tiene a la Expedición Botánica como modelo de pedagogía activa, de cuyo sistema constituye el primer ensayo afortunado.
En el año 1801, se fundó en Santa Fé la primera escuela de Dibujo y Arquitectura, por obra de Bernardo Anillo, ingeniero español iniciado por el Rey Carlos III.
Entra ahora el país en una nueva época de inspiración y realizaciones liberales originarias de los principios de su emancipación política.
Las primeras constituciones de Cundinamarca, Cartagena y Tunja, consagran expresamente normas tendientes a desarrollar la educación sobre presupuestos democráticos orientados a popularizar la enseñanza primaria y los demás niveles, entendidos como función estatal así en su servicio como en su dirección académica y en su inspección general.
Ciertamente las circunstancias históricas de este primer período no eran las más propicias para lograr los impulsos anhelados en la tarea educativa. Sin embargo, como ideal político y como fundamento filosófico, son muchos los documentos que consignan con elocuencia la ideología de los fundadores de la nacionalidad en materias culturales y educativas. Demasiado extensa resultaría su simple reseña.
El pensamiento democrático del Libertador en materia educativa, consignado con altura y claridad en múltiples documentos, por una parte, y la acción ejecutiva del general Francisco de Paula Santander, son los determinantes de las primeras empresas educativas en la era republicana.
El 6 de octubre de 1920 aparece un Decreto General sobre instrucción pública: las ciudades y los poblados en general deben tener cada uno, por lo menos una escuela pública; las comunidades religiosas, a su vez, harán otro tanto, lo mismo que las parroquias; “Los maestros deberán enseñar a los niños a leer, escribir, los principios de la aritmética y los dogmas de la religión y de la moral cristiana; les instruirán en los deberes y derechos del hombre en sociedad y les enseñarán el ejercicio militar todos los días de fiesta y los jueves en la tarde”. (Art.80).
El siguiente año se destina a establecimientos de enseñanza los conventos menores sin oficio. Por esa misma época se ordena a las comunidades religiosas la organización de escuelas para niñas, e inmediatamente después se procede al establecimiento de escuelas primarlas mixtas.
Decreto de Santander también es el de 1822 que dispone la apertura de normales en Bogotá, Caracas y Quitó.
Hasta ese momento los estudios universitarios no experimentan ninguna variación apreciable.
El Historiador José Manuel Groot alude a ellos: “Servía el rectorado del Colegio del Rosario en esos días y accidentalmente el Doctor Estanislao Vergara y en ese plantel los estudios eran similares a los del Colegio de San Bartolomé. A la Universidad Tomística, a cargo de los frailes dominicanos, acudían desde esos tiempos los alumnos que habían terminado los cursos de estudios superiores en Medicina y Jurisprudencia, para recibir de la Universidad las borlas de doctor. Los Jurisconsultos tenían que concurrir al bufete de un abogado para ser aptos y solicitar de la Alta Corte de Justicia el título legal”.
El nuevo régimen político que organiza y gobierna a la Gran Colombia, significa para nuestro país y su capital el gran paso de la educación privada a la oficial, con respecto de los fueros de aquélla pero, al mismo tiempo, con la acción legal del Estado en cuanto a su inspección y vigilancia. A la enseñanza se le asignó el carácter de obligatoria aunque sin gratuidad. La ciudadanía más pudiente económicamente fue convocada a brindar su aporte efectivo para el incremento de la nueva empresa educativa.
En cuanto a la Ciencia y a la técnica pedagógicas, se adoptaron las que se sustentan en los principios lancasterianos, aunque con las naturales resistencias que desde entonces ha despertado el discutido sistema inglés.
Pocos años después, en 1825, el General Santander interviene en la educación superior: “Los catedráticos de Derecho Público enseñarán los principios de Derecho Político Constitucional por Constant Lepage, y el Derecho Público internacional por la obra de Watel”. Se crea en Bogotá una cátedra de minas, que pretende prolongar trabajos de la Expedición.
La Ley del 18 de Marzo de 1826 y su decreto reglamentario, vienen a reunir en un estatuto uniforme las innovaciones y tendencias hasta ese momento introducidas a nuestro sistema educativo: crea la Dirección General de Instrucción Pública, las Juntas de Padres de Familia que intervienen en la elección de maestros, en la inspección de las escuelas, y su financiación. No obstante los objetivos ambiciosos de estas normas, la situación general del país, su permanente conflicto político, impide su cabal realización. Las condiciones anteriores, de la educación escolar se invierten. Ya no es obligatorta, pero sí gratuita. Adviértese por entonces en todos los niveles educativos la influencia del pensamiento inglés: Lancaster, Bentham, Juan Bautista Say.
Inspirador en buena parte de la acción política de Santander sobre la educación, y ejecutor al lado suyo de sus principales disposiciones, fue don José Manuel Restrepo, Secretario de Estado del Despacho del Interior.
No menos entusiasta y activo en los mismos propósitos el doctor Rufino J. Cuervo, padre de nuestra mayor gloria científica en los campos filológicos. Designado por Santander como Gobernador de Bogotá, “la realidad ‑al decir de Hernández de Alba‑ no podría ser más desconcertante: solo ochenta y un (81) niños concurrían a las únicas escuelas, y en las noventa y ocho (98) parroquias que constituían la provincia sólo existían veintitrés (23) escuelas, seis (6) lancasterianas y diecisiete (17) del sistema antiguo”. Cuervo hace reanudar, de otra parte, las actividades docentes de la Facultad de Medicina, suspendidas por algún tiempo como resultado de su desorganización.
En 1832, el 30 de mayo, precisamente, ocurre un hecho muy significativo para la educación de la mujer, cuyo único antecedente había sido la obra de María Clemencia Caycedo, en la Colonia: se crea el Colegio Departamental de la Merced. El Decreto correspondiente incluye, entre otros, este considerando: "Que habiendo en esta ciudad dos colegios para hombres suficientemente dotados, es más conveniente fundar un colegio de niñas, de cuyo establecimiento desgraciadamente se ha carecido hasta ahora". El Decreto está firmado por José Ignacio de Márquez, otro de los mandatarios realmente impulsores de la educación y por Alejandro Vélez, Secretario del Interior y Relaciones del Exterior.
El nuevo Colegio funcionó desde entonces en el antiguo Convento de los Capuchinos, religiosos que lo habían dejado abandonado en 1819. Fue su primera directora Doña Marcelina Lago. La Merced no solamente fue nuestro primer establecimiento educativo para niñas (hecha la salvedad de la Enseñanza, ya reseñado), sino también el primer plantel oficial femenino de Suramérica.
En el año de 1848, el entonces Vicepresidente de la República doctor Rufino J. Cuervo, fiel a su tradición de propulsor educativo, presentó al Congreso un proyecto que se convirtió en la ley del 8 de Mayo de ese año, con el apoyo de Mariano Ospina Rodríguez, a quien es preciso reconocer también su singular labor en beneficio de nuestra educación. En tal estatuto legal se autorizaba la creación de establecímientos educativos por personas naturales y jurídicas, previo el cumplimiento de determinados requisitos.
Por aquella época, el régimen legal de la educación, en términos generales, continuaba siendo el mismo que había determinado el General Santander, primero en 1826 y luego mediante disposición del Congreso que lo reprodujo, por la Ley del 30 de mayo de 1835.
En este mismo año se creó en Bogotá la Sociedad de Educación Primaria, como organismo asesor del Gobierno Central.
La nueva institución de apoyo, proveía de libros y útiles a las escuelas, y fue fundada en 1843, de una escuela normal y de educación primaria, que ocupó en el barrio de la Catedral un local colindante con el Observatorio Nacional, donde años después habría de ser edificado el Teatro Municipal, de grata memoria.
El plan educativo del General Santander sólo vino a ser sustituido en 1840, cuando el Congreso promulgó la Ley del 16 de mayo, la cual reforma la designación de textos de estudio, reglamenta los programas de Teología, Medicina y Jurisprudencia, regula la provisión de cátedras limitando a un máximo de dos las de cada profesor, incrementa las asignaturas científicas y la enseñanza de los idiomas vivos y somete a las universidades al control Gubernamental.
La Ley del 21 de mayo de 1842, reforma la todavía existente Universidad Central, que había sido fundada en 1826 por el Presidente Santander, y que funcionó en los colegios de San Bartolomé y el Rosario, con facultades de Literatura, Bellas Artes, Filosofía, Ciencias Naturales, Medicina, Jurisprudencia y Teología.
Dos años más tarde el Gobierno Central, por Decreto del 2 de noviembre de 1844, establece una estructura más clara de nuestro sistema educativo oficial, así: escuelas primarias o elementales para niños; escuelas primarias para niñas, escuelas primarias para adultos; escuelas talleres; escuelas primarias superiores; salas de asilo para infantes y escuelas normales de instrucción primaria.
Los métodos habrían de evitar "cuidadosamente todo maltratamiento de palabra y todo ajamiento que los humille. Los corregirán con bondad, procurando siempre hacerles que reconozcan la falta cometida y la necesidad y justicia de la corrección, "como lo dispuso el capítulo 4o. El capítulo 6o. revive la norma que da carácter obligatorio a la educación y coacciona a los padres de familia para el cumplimiento de ese deber. El mismo Decreto establece el más completo plan educativo entre los dispuestos hasta entonces. Dato curioso: la asignación mensual de un director de escuela en Bogotá era de ochocientos diez pesos ($810.oo), que probablemente se pagaban con cumplimiento.
El mismo plan demuestra la preocupación del Gobierno (desde entonces), por poner coto a la proliferación de establecimientos educativos carentes de nivel académico y de idoneidad, institucional que, sin embargo, se presentaban como universidades.
El criterio fue el mismo que el Presidente José Ignacio de Márquez había expuesto en 1839: "Si la nación, para promover lo que le es verdaderamente útil, no debe descuidar la educación intelectual y moral de sus miembros, debe también tener en grande estima la educación industrial, que tanto influye en la dicha de los individuos y en la riqueza de la sociedad. Tenemos abundancia de letrados y de médicos que se aumentan de día en día, pero carecemos de suficiente número de hombres instruidos en las ciencias exactas y artes mecánicas, en la química, mineralogía, botánica y agricultura, sin las cuales no podrán desenvolverse del todo los gérmenes de prosperidad que encierran las diversas provincias del Estado".
En 1848, mediante Ley del 3 de mayo, se determina: "Artículo lo. La enseñanza en todas sus ramas es libre. En consecuencia podrán los granadinos adquirir y recibir la instrucción literaria y científica en establecimientos públicos, privados o particulares, con el objeto de obtener grados académicos".
Rufino J. Cuervo, como encargado de la Jefatura del Estado, reorganiza por decreto las universidades. Tomás Cipriano de Mosquera crea en Bogotá el Instituto Caldas, "que fomentó el desarrollo de la inteligencia, la conservación de la moral y el perfeccionamiento de la industria en el pueblo Granadino".
En 1865 el mismo General Mosquera fundó el Instituto de Ciencias y Artes, que debería reunir los establecimientos culturales de la ciudad. Ese Instituto, lo mismo que el anterior, no alcanzó a tener cabal realización.
Es 1867 un año de gran significado para la educación universitaria de Bogotá y del país: la Ley 66 del 22 de septiembre crea la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, cuyo primer Rector fue el Dr. Ezequiel Rojas.
El Presidente Eustorgio Salgar expidió el Decreto de 1o. de noviembre de 1870, que viene a ser un nuevo estatuto educativo concebido integralmente. Entre sus disposiciones merece destacarse la que da origen al periódico titulado "la Escuela Normal", de distribución gratuita en todos los establecimientos educativos, el cual contiene guías pedagógicas y metodológicas de especial importancia para el servicio educativo.
El mismo Decreto determina que las escuelas "tienen por objeto formar hombres sanos de cuerpo y espíritu, dignos y capaces de ser ciudadanos y magistrados de una sociedad republicana y libre". Y agrega: “la enseñanza en las escuelas no se limitará a la instrucción, sino que comprenderá el desarrollo armónico de todas las facultades del alma, de los sentidos y de las fuerzas del cuerpo”.
Por el artículo 144, se ordena la creación de una Escuela Central, destinada a la formación de docentes para las escuelas normales. Así mismo se ratifica la obligatoriedad de la enseñanza. Con la misma preocupación por la formación normalista el Gobierno contrató los servicios de una misión alemana, cuyos primeros componentes arribaron en 1872. Una de sus tareas más significativas fue la organización en Bogotá, de la Escuela Normal Femenina, la cual inició labores el 23 de septiembre de ese año con cuarenta maestros estudiantes. Los trabajos de esta misión no fueron tan fructíferos como se esperaba. Su aporte más significativo fue la introducción de los sistemas de Pestalozzi. En el año 1886 ocurre un hecho de trascendencia para la educación superior del país: se funda en Bogotá la primera Universidad privada laica, con el nombre de Externado de Colombia, la cual inicia actividades con la carrera de Jurisprudencia y sección de bachillerato, bajo la rectoría del Doctor Nicolás Pinzón Warlosten. El Externado constituye una respuesta a las restricciones impuestas a la libertad de enseñanza y a la autonomía universitaria por el régimen político de aquella época.
Es además, la primera institución universitaria que consagra en sus estatutos y reglamentos la participación estudiantil de índole democrática, en sus organismos directivos.
La consagración y sucesiva reafirmación de los principios ideológicos sobre libertad de enseñanza, da ocasión, en el siglo pasado, a la fundación en Bogotá de establecimientos educativos de origen particular, que redundan en beneficio del nivel y la calidad de la enseñanza.
Eminentes colombianos figuran entre los gestores de tales iniciativas. Hacemos memoria de José María Triana, Victortano Paredes, Mateo Esquiaqui, José Raimundo María Russi, Justo Pastor Losada, Mariano Becerra, José Joaquín Ortiz, Ulpiano González, Lorenzo María Lleras (Colegio del Espíritu Santo), Santiago Pérez, Luis María Silvestre (Colegio de San Buenaventura), Ricardo Carrasquilla (Liceo de la Infancia), Antonio B. Cuervo (Liceo de la Familia), José Manuel Marroquín (Colegio de la Yerbabuena), Domingo Martínez, José Calcedo y Rojas (Academia Mutis), Ruperto S. Gómez y Víctor Mallarino (Establecimiento de Enseñanza Objetiva), José Vicente Concha Lobo (Colegio Pío IX), Carlos Martínez Silva y Sergio Arboleda (Nuevo Colegio del Espíritu Santo), Wenceslao Montenegro, Simón Araújo.
“La República del siglo XX se inicia en lo referente a educación con la Ley 39 de 1903, sobre instrucción pública (Ley Orgánica), que introduce varias reformas en el sistema escolar y universitario del pasado siglo”.11
A partir de ella y hasta hace no mucho, el sistema educativo por niveles comprende: primaria, secundaria, profesional, industrial y artística. La primera ha sido gratuita pero no obligatoria. En cuanto a sus tendencias, siguiendo el esquema general de Bernal Escobar, se anotan como rasgos principales: "Contenido, técnico y humanístico; propósitos políticos y sociales; aplicaciones teoréticas; extensión".
En 1932 se fundó en Bogotá la Facultad de Educación, cuyo funcionamiento se inicia en 1934. Antecedentes suyos en el nivel de la educación superior fueron la Normal de Varones de Tunja, organizada por el alemán Julius Sieber, y la Facultad de Educación de Tunja, origen de la Normal Superior y de la actual Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
En 1936, aquella Facultad de Educación de la Capital de la República se convirtió en la justamente prestigiosa Escuela Normal Superior, la cual inició tareas en 1933, con la rectoría de Rafael Bernal Jiménez. De ella egresaron licenciados en Ciencias Pedagógicas, en Ciencias Histórico Geográficas, en Biología, en Lingüística y en Ciencias Físico Matemáticas. Posteriormente ejercieron la rectoría de la Normal Superior los eminentes educadores José Francisco Socarrás, Eugenio Salas y Guillermo Nannetti.
En 1931 se crea en Bogotá el Instituto Técnico Central, destinado a la formación de mecánicos, moldeadores, fundidorés, orfebres, electricistas, tejedores y artesanos de diversa índole. Al mismo tiempo se organizan como antecedentes de las hoy denominadas educación descolarizada y educación a distancia, cursos de información y cursos por correspondencia, que existieron hasta 1940. En 1947, el Gobierno Nacional constituye el Consejo Superior de Educación con sede en Bogotá.
Es preciso mencionar, como ensayos educacionales dignos de nuevo estudio, el establecimiento de las colonias escolares en 1937, y de los restaurantes escolares en 1936. Estos últimos se habían iniciado en Boyacá en 1925, por iniciativa de Rafael Bernal Jiménez.
Otro tanto pudiera decirse de las Granjas Escolares, concebidas por Decreto Nacional de septiembre de 1939.
Una segunda Misión Pedagógica Alemana había llegado a Bogotá en 1924, compuesta por Carl Glocker, Karl Dleeker y Anton Eit, quienes se encargaron de estudiar los niveles de normal y primaria, secundaria y universidad respectivamente, asesorados por los colombianos Emilio Ferrero, Gerardo Arrubla y Tomás Rueda Vargas. Unos y otros prepararon un interesante proyecto de ley orgánica de la educación que no fue suficientemente entendido por el Congreso donde no obtuvo aprobación. Sin embargo, la Ley 56 de 1927 acogió muchos de los puntos incluidos en aquel proyecto frustrado. Por la misma época arribó a Bogotá, invitado por el inolvidable don Agustín Nieto Caballero, el Doctor Ovidio Decroly. En ese momento su influencia sobre nuestro medio educativo alcanzó a ser notable, especialmente a través de sus atractivos centros de interés con su sistema de globalización, los que fueron establecidos entre 1934 y 1938. Principios pedagógicos esenciales en tal sistema han sido los de "preparar al niño para la vida, por la vida" y “organizar el medio de modo que, el niño halle en él los estímulos ordenados a sus tendencias favorables". El Gimnasio Moderno, fundado por don Agustín en 1914, acogió plenamente los postulados educativos de Decroly. Al lado suyo debe destacarse también el nombre de Julius Sieber, otro educador alemán, a quien la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá debe constante memoria.
En 1947 los programas oficiales de alfabetización reciben apreciable refuerzo mediante la Ley 56, la cual prescribe para los empresarios la obligación de crear escuelas “para cada grupo de cuarenta niños hijos de sus trabajadores”. Años después se establece como requisito para recibir el grádo en bachillerato, el de haber prestado una especie de servicio civil obligatorio en tareas de alfabetización. No obstante la falta de dirección adecuada ha hecho casi imposible la saludable disposición legal.
En el área de la educación comercial, ha de mencionarse especialmente la función en Bogotá de la Escuela Nacional de Comercio, por medio del Decreto 740 de 1905, expedido por el General Rafael Reyes. Fué su primer rector Don Víctor Mallarino, y durante muchos años la Escuela constituyó importante centro de enseñanzas en las materias de su especialización, prácticamente iniciadas por ella, de la cual se desprendió en cierta forma el Colegio Nacional Camilo Torres, destinado a proseguir los estudios de bachillerato.
De otra parte la educación femenina iniciada seriamente en el Colegio Departamental de La Merced, recibe apreciable apoyo con la fundación en 1945 de los Colegios Mayores de Cultura Femenina, destinados a ofrecer carreras especiales en Ciencias, Artes y Estudios Sociales.
En 1949 se inició el Liceo Femenino Policarpa Salavarrieta, anexo al Colegio Mayor de Cundinamarca. En 1940 el Liceo Nacional Femenino Antonia Santos.
Posteriormente los distintos gobiernos de la nación han venido incrementando con patriótica preocupación sus presupuestos educativos, lo que ha permitido la fundación de numerosos planteles, hasta llegar a los modernos institutos de Educación Media Diversificada ‑INEM‑ sobre los cuales no es posible adelantar opiniones definitivas, acerca de sus verdaderos resultados educativos.
Otro tanto debe anotarse en cuanto a los esfuerzos estatales por extender las proyecciones sociales de la educación superior, a través de las Universidades y los nuevos Institutos Tecnológicos.
Hemos de recordar los esfuerzos del Presidente Alfonso López Pumarejo, por organizar la Universidad Nacional en campo propio, al haber adquirido los amplios predios de la Ciuada Universitaria de Bogotá, cuyas construcciones se iniciaron en 1937.
Tampoco podemos callar los meritorios avances de la Educación no Oficial en todos los niveles, durante los últimos años, ni la preocupación de los Gobiernos por responder mejor a sus obligaciones legales en materia educacional, mediante la expedición de planes y estatutos tendientes a hacer más coherente y eficaz nuestro sistema educativo.
Finalizamos esta apretada sinopsis de la Educación en Bogotá, con algunas informaciones sobre los establecimientos Universitarios más significativos de la Capital, y breves estadísticas que permiten ilustrar la situación de los estudios que se adelantan hoy, por su aspecto cuantitativo, en los distintos niveles y sectores.
NOTAS: 1/Incluye los niveles “Básica Secundaria” (4 años) y “Media Vocacional” (2 años). 2/ Corresponde a las instituciones que de manera exclusiva ofrecen programas a este nivel. 3/ Son las instituciones debidamente reconocidas como universidades. Algunas de ellas tienen programas a nivel tecnológico, pero las cifras de éste nivel no son muy significativas frente a las de los programas a nivel profesional. 4/ Se incluyen aquellas instituciones que cuentan con programas universitarios a nivel profesional -y en varios casos con programas a nivel tecnológico‑, pero que su aprobación definitiva como universidades aun se encuentra en trámite.
PORCENTAJES: (a) Indica la captación de cada nivel respecto al total del sector (léase verticalmente).
(b) Corresponde a la incidencia de cada sector frente al total (léase horizontalmente).
FUENTE: Ministerio de Educación Nacional ‑ ICFES
Notas
1 Luis López de Mesa, “Escrutinio Sociológico de la Historia Colombiana”, Academia Colombiana de Historia, Biblioteca Eduardo Santos, Vol. X, Bogotá, 1956, Pág. 123.
2 Luis A. Bohórquez Casallas. "La evolución educativa en Colombia". Cultural Colombiana, Bogotá, Pág. 123.
3 Guillermo Hernández de Alba. “Aspectos de la Cultura Colombiana”.
4 Op. Cit. Pág. 74
5 Luis Antonio Bohórquez Casallas. Op. Cit. Pág, 81.
6 Guillermo Hernández de Alba. "Aspectos de la Cultura en Colombia".
7 P. Ramón Ruiz Amado. “Historia de la Educación y la Pedagogía”.
8 Luis A. Bohorquez Casallas. Op. Cit. Pág. 138.
9 Bohórquez Casallas, Op. C.T, Pág. 155.
10 Hernández de Alba, Op. cit.
11 Alejandro Bernal Escobar. "La Educación en Colombia". Pág. 58.
#AmorPorColombia
La Educación en Bogotá
Texto de: Fernando Hinestroza y Carlos Medellín
Resulta imposible diseñar los perfiles históricos de lo que pudiera ser y representar la institución educativa en nuestra ciudad de Bogotá, sin aludir, tan someramente como las circunstancias lo exigen, a sus antecedentes más remotos en las intimidades de la organización política y cultural de la nación de los muiscas, como se denominó a sus integrantes en las primeras crónicas que de ellos se conocen, o de los chibchas, como luego se les distinguió, vocablo que, como se sabe, significa persona, en razón del excesivo uso que de ella hacían nuestros antepasados aborígenes, de cuyo imperio fue Bacatá su capital.
Ni para qué entrar en el relato minucioso de las características sociales de aquella organización política, en cuya ciencia fueron los mismos chibchas tan notables.
No obstante, hemos de recordar la drástica estructura clasista de esa sociedad, por cuanto fue, a no dudarlo, determinante de su sistema educacional, destinado a mantenerla en una estratificación bien definida: caciques ‑usaques si lo eran de alto linaje‑, nobles, sacerdotes, guerreros, vasallos y esclavos, procedentes estos de las conquistas militares.
Objetivos, métodos y, en general, formas de educación dependían de la localización social de los educandos.
Los herederos del Zipa, por ejemplo, necesariamente pertenecientes al clan Chía, debían ser recluidos en el Templo de la Luna de esa localidad y sometidos a pruebas especialmente exigentes, en tanto que los descendientes de los caciques eran recluidos en otro tipo de templos, los adoratorios, de cinco a siete años, donde solo se les permitía la contemplación de la luna y las estrellas, mientras se les preparaba para el desempeño de sus delicadas funciones políticas antes de serles confiadas en espléndidas ceremonias de fastuosa solemnidad.
Aún más severa fue la educación de los vástagos de los Chyguy, sacerdotes a quienes los conquistadores llamaban Jeques, pues desde su más temprana juventud ingresaban a las cucas o mojas (los hubo masculinos y femeninos), seminarios para su formación física y espiritual, consistente ésta especialmente en el aprendizaje de los ritos y las supersticiones tradicionales, de los principios éticos, de las técnicas de comunicación con los seres del más allá y de las propiedades medicinales de las yerbas, y la práctica de los hechizos.
Parte fundamental de esa preparación fue el conocimiento de las tradiciones y de las leyes, sobre las cuales habrían de instruir al pueblo, una vez fueran presentados al cacique, aceptados por él y autorizados por su gobierno para ejercer ese ministerio docente. Por último, niños y jóvenes sin alcurnia, apenas fueron objeto de adiestramiento para oficios diferentes, para la caza y el transporte, y de instrucción elemental en tradiciones y supersticiones.
Crónicas y leyendas señalan a Nompanín, sucesor de Bochica, y a Nemequeme, Zipa de Bacatá, no sólo como sabios legisladores y políticos, sino como verdaderos maestros de su pueblo e impulsores de su educación. Se habla de su preocupación por la transmisión popular de los conocimientos, inclusive mediante formas escritas. Sin embargo como lo reitera Luis López de Mesa1,‑ "no es creíble que hubiesen adquirido escritura alfabética ni calendario, ni matemática de cálculo eficiente" a diferencia de los aztecas y los mayas.
“Luego que se haya hecho la pacificación el adelantado, Gobernador o pacificador . . . reparta los indios entre los pobladores, para que uno se encargue de los que fueren de su repartimiento y los defienda y ampare, proveyendo maestro que les enseñe la doctrina cristiana y administre los sacramentos, guardando nuestro patronazgo, y enseñe a vivir en policía. Haciendo lo demás que están obligados los encomenderos en sus repartimientos, según se dispone en las leyes de este libro". (Ley la. Tit. VIII, Lib. VI).
De manera que en estas primeras comunidades llamadas encomiendas, se da lugar a formas primitivas de escuela y escolaridad para los indígenas, y a la institución del maestro, identificada en la misma persona del encomendero, cuya tarea primordial tuvo un sentido eminentemente práctico en la enseñanza de la agricultura, distinta de la función evangelizadora propia del predicador.
Generalmente el cura predicador cumplía ambos propósitos. Y naturalmente la enseñanza y el aprendizaje del idioma español y de las lenguas nativas, en acción simultánea, por ser de primera necesidad como elemento primordial de intercomunicación, vinieron a constituir la primera cátedra obligada para realizar los mutuos intereses. Tanto y tan pronto fueron advertidos éstos, que se dio lugar a apelativos específicos para quienes más lograban avanzar en tal empeño, llamándose "ladinos" a quienes entendían el español, y "lenguaraces" a quienes aprendían las lenguas autóctonas.
En este orden de necesidades, encontramos que las primeras formas de docencia se deben a la iniciativa privada y religiosa, concretamente Sin embargo, se advierte una evidente preocupación del gobierno real para fomentar este tipo de organización educativa, por medio de normas y recomendaciones que condicionan el establecimiento de comunidades, como las encomiendas, a objetivos culturales en el más amplio sentido.
El Rey Fernando, por ejemplo, vino a ordenar más tarde que en toda, encomienda con más de cincuenta indios, sus responsables debían enseñar a leer y escribir a uno de ellos, deber que se impuso también "a quienes se sirvan de indio por paje".
No obstante, la educación en aquella época y después, durante mucho tiempo, obedeció al interés y la obra de la iniciativa privada, de la Iglesia en primer término, y de la familia, aunque con distintos sentidos, si bien el Estado ejerció sobre aquélla una autoridad, a veces impositiva, a veces permisiva Carlos V disminuyó los deberes educativos de las encomiendas; Felipe IV en 1624 dispuso mayor diligencia en la enseñanza de la lengua castellana y reprimió el uso de las lenguas nativas; tres años después se determinó "que se lean y enseñen públicamente las lenguas de que los indios usan más generalmente".
Cuando se dió, paso a la formación de escuelas propiamente dichas, por iniciativa de los religiosos primero, y más tarde de seglares, se aplicó a los maestros el mismo régimen imperante en España, con exigencias tales como la de demostrar ante las autoridades suficiente instrucción en la doctrina cristiana, moralidad de vida, y costumbres de "pureza de sangre".
Aquellas escuelas fueron según su origen, religiosas, laicas hogareñas y algunas pocas oficiales, las que los cabildos crearon. Jamás se permitió la coeducación. Su dotación fue siempre exclusivamente pobre e inadecuada.
Vestían los alumnos uniformes vistosos: botones rojos, trajes negros. La pedagogía era la de la férula, por aquello tan antiguo de que "la letra con sangre entra".
Sin, embargo, los aspirantes a maestro debían concursar en cuanto a conocimientos, ante religiosos, párrocos, y cabildos: lecturas "de romance en libros", cartas misivas y procesos: escritura en signos "grandes, medianos y chicos"; "cuenta de guarisma" (las cuatro operaciones). Textos ordinarios y corrientes fueron el Catón Cristiano (devocionario), el catecismo de Fleury, la gramática de Nebrija. Ni educación física, ni materias artísticas; canto sólo el llano.
Maestros y padres de familia acordaban los programas docentes, los cuales versaban, según lo dicho, exclusivamente sobre lectura, escritura, nociones de gramática y aritmética, además de la doctrina cristiana, que era la de las mayores exigencias, y cubría el horario de la mañana.
De todas estas deficiencias de nuestra organización educativa, la peor parte la llevó siempre la mujer, la cual, en tratándose de familias muy pudientes, en el mejor de los casos recibía instrucción de sus padres, o de maestros a domicilio apenas relacionadas con los oficios propios de su sexo. "Puede decirse que no se encontraban en Santa Fé cien damas que supieran leer y escribir, y las que poseían esa instrucción usaban una, ortografía desastrosa".2
Por aquellas épocas se advierte ya cierta rivalidad entre la Iglesia y el Estado por la dirección de la instrucción pública. La antigüedad de sus instituciones educativas y su mayor dedicación a ellas otorga a aquélla indudable ventaja, reforzada con la precariedad de presupuestos estables dedicables a la educación.
Muy modesta y tímidamente la iniciativa privada de origen no religioso empieza a manifestarse en la fundación de escuelas públicas, y ello ocurre la primera vez cuando don Luis López Ortiz organiza un servicio educativo para niños sin recursos económicos en una de las naves de la Iglesia de San Francisco, orientado a la enseñanza de oficios.
Se ignora la fecha exacta de lo ocurrido, pero es lo cierto que el mismo benefactor fue quien patrocinó la fundación del Monasterio de la Concepción el 19 de septiembre de 1595. En el mismo propósito síguenle don Antonio Gonzalez Casadiego, en una escuela para primeras letras, anexa al Colegio de San Bartolomé (1687); el sacerdote Santiago Torres Peña con su escuela "Tres Balconcitos", en la parroquia de Las Nieves, y don José María Dávila, alumno de San Bartolomé y también maestro en cierne.
En el año de 1564 arriba a Santa Fé Andrés Díaz Venero de Leiva, y con él ocurre el primer impulso serio para el establecimiento de escuelas oficiales. Ellas fueron destinadas a la Instrucción de hijos de españoles y de indios, especialmente en materias religiosas, gramaticales, de escritura y lectura. fue su propósito, aunque frustrado establecer un colegio para los hijos de los caciques más importantes. Las nuevas escuelas fueron financiadas por los cabildos.
El estado de la educación primaria fue en Santa Fé, tal como queda descrito, se extiende sin mayores modificaciones hasta los albores de 1810, como se alcanza a apreciar en la publicación aparecida en el "Semanario", en 1808, con la firma de Francisco José de Caldas, en el cual se lee:"... Mantiene la ilustrada propiedad de nuestro Soberano en esta capital una escuela de primeras letras; pero habiéndose multiplicado tanto la población, de 25 años a esta parte, no puede alcanzar aquélla a repartir a todos los pobres el beneficio de la educación, ni dejar de estar demasiado recargada para un solo maestro con los muchos que concurren (aún de los pendientes), para que pueda ser bien dirigida la enseñanza. De aquí resulta que teniendo Santa Fé una población de 30.000 habitantes, puede decirse con verdad que la educación primaria es nula para la mayor parte y defectuosa para la restante, esto es, para aquella menor que depende únicamente del cuidado de los padres pudientes. Por que siendo ésta privada, voluntaria y arbitraria, a poco que se reflexione se encuentran los muchos fundados motivos para que sea defectuosa".
Algo pudo haber influido la preocupación del Sabio Caldas por este estado de cosas, en la organización, por esa misma época, de las llamadas Escuelas Gratuitas, Patrióticas, y Metódicas.
Vamos ahora al origen y relativo desarrollo de los colegios. "El estado Español no fundó, apenas patrocinó y a veces auxilió, los institutos erigidos en territorio peninsular y posesiones de ultramar. Fue la iniciativa y generalmente de origen eclesiástico la que creo colegios coloniales en Indias".3 El acto de fundación estaba precedido de las correspondientes autorizaciones religiosas y civiles. Frecuente fue que los seminarios prestaran servicios docentes como colegios, y aún que tuvieran más acentuado este carácter que el de claustros para la formación de religiosos.
Según lo informa Bohórquez Casallas4, los colegios fueron de tres clases: Universitarios, aquéllos que ofrecían programas de educación superior. Mayores, que así se denominaban "por su antigüedad, rentas, mayor número de privilegios, méritos, licencia pontificia y algunos de ellos porque concedían grados y no recibían como alumnos sino a quienes habían obtenido el título de bachiller. Y Menores el resto, o sea los destinados a proseguir el ciclo siguiente a las primeras letras. Colegio universitario fue el de Santo Tomás de Aquino, al cual estaba incorporada la universidad así llamada también. El Rosario y San Bartolomé fueron colegios mayores.
Distingue a todos estos establecimientos educativos su definida orientación clasista, pues sólo los jóvenes de alto nivel social tuvieron acceso a ellos. Funcionaron en su totalidad en conventos, seminarios y comunidades religiosas, y generalmente tuvieron escuelas de primaria anexas.
En el año de 1554, la Real Audiencia recibió la orden de fundar un colegio para indios, y éste empezó a funcionar el 16 de mayo de 1576, con la rectoría del Padre Pedro Ortiz de Camburu. Fue el primer ensayo del colegio oficial, de muy corta duración.
Y ahora las Universidades. Su fundación no estuvo exenta de trámites y requerimientos que se iniciaban con solicitud formal de autorización dirigida al Rey, quien ordenaba prolijas investigaciones sobre capacidades y recursos económicos especialmente. Si las informaciones oficiales resultaban satisfactorias, el propio Monarca pedía a la Santa Sede "la, creación canónica" de la universidad.
Cronológicamente aparecieron en Santa Fe, en su orden, las facultades de Teología, Filosofía, Jurisprudencia, Medicina, Matemáticas, Ciencias (Expedición Botánica), Ciencias Físicas.
La Universidad de Santo Tomás de Aquino, iniciada en 1608, originada en el Colegio de Santo Tomás de Aquino; la Universidad Javeriana, originada en 1623 en el Colegio Seminario de San Bartolomé; y el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado en 1653 por el Arzobispo Fray Cristóbal de Torres, fueron las únicas instituciones Universitarias autorizadas para otorgar grados. La primera existió hasta 1861; la segunda hasta la expulsión de los jesuitas en 1767; el tercero sólo ha tenido breves interrupciones. En 1697 se creó la Universidad Agustiniana de San Nicolás de Bari, exclusivamente para la formación filosófica y teológica de los miembros de esa orden religiosa. Existió hasta 1775, por voluntad de sus fundadores.
Los grados correspondieron a tres clases y niveles: bachiller, licenciado, y doctor o maestro.
Doctor fue solamente el Jurista o el Canonista; maestro el filósofo o el teólogo. Los estudios de Jurisprudencia aparecieron sólo a fines del siglo XVII, los de medicina apenas un siglo después. Aquí de nuevo una información de Bohórquez Casallas5, sobre las circunstancias habituales de los grados universitarios: "Los religiosos no se graduaban ni en medicina, ni en cánones y sólo se laureban en Teología. En cambio en artes se graduaban tanto religiosos como seglares. Para obtener el grado se necesitaba haber cursado y aprobado por cierto número de años las materias correspondientes a las facultades respectivas, presentar los exámenes, depositar los derechos y hacer profesión de fe católica. Algunas veces el grado lo confería el Maestrescuela de la Catedral, en ausencia del Prelado. Los grados generalmente eran muy costosos, por los derechos y propinas que se cobraban para la celebración de los solemnes actos que se efectuaban, desde regocijos públicos hasta sesiones literarias, y de ahí que muchos no se titulaban por falta de recursos para satisfacer los inmensos gastos.
Los graduados tenían ciertos privilegios . . . Eran reputados nobles, debíaseles tributar honor y respeto; permitíaseles lucir públicamente particulares insignias, blasón en su casa; anillo gemado en su mano, birrete cuadricornio. Además, únicamente a los graduados se les permitía regentar cátedras en la universidad y obtener por este aspecto otros privilegios. Los títulos eran en latín y contenían una leyenda larga y explicativa.
La Universidad de Santo Tomás estaba facultada para conferir grados de bachilleratos, licenciatura y doctorado. La duración de los cursos en cada facultad era de tres años en artes o filosofía, cuatro en Teología y cinco en Jurisprudencia Civil o Canónica.
La duración de cada período académico fue de seis meses, siguiendo el mismo calendario escolar de España. Obtenido el bachillerato, y luego de varios años de pasantía, era posible iniciar los programas de licenciatura, cuyos exámenes se llamaban tremendas, por su rigor especial. Exigencia para el doctorado fue la aprobación del bachillerato y la licenciatura.
"En el Nuevo Reino de Granada, extinguida la Universidad Javeriana, fundada por la compañía de Jesús, se pensó inmediatamente en la creación de estudios generales con la categoría de Universidad Mayor que pusiese término al privilegio pontificio que la Orden de Santo Domingo explotaba desde el siglo XVII. La Universidad Tomística de los Dominicanos no venía siendo otra cosa sino el lugar en donde se otorgaban grados académicos; no había en ella una sola cátedra donde los estudiantes laicos pudiesen oir el derecho o la medicina ni ejercitarse como profesores. Reducíase el instituto a enseñar filosofía a los miembros de la misma comunidad, entre los cuales se repartían luego las dignidades universitarias.
Estudiantes de los dos Colegios Mayores del Virreinato, el de San Bartolomé, fundado en 1605, y el del Rosario en 1653, ganaban en ellos los cursos universitarios, teniendo que concurrir a la Universidad Tomística, donde sufrían las "tremendas", y recibían los grados académicos de bachiller, maestro licenciado y doctor, sin que jamás se les considerase como miembros de la Universidad. No era tampoco raro el que teólogos y canonistas dominicanos sirviesen de examinadores en medicina, por ejemplo, cuyas ciencias jamás habían profesado" 6
Los estudios universitarios, circunscritos a los claustros religiosos que los fundaron, padecieron las mismas vicisitudes de estos, y experimentaron no pocas alteraciones por razones políticas y de rivalidades y competencias bien conocidas. No existió, desde luego, ningún plan de estudios que los cohesionara, sino al contrario, cada colegio mayor o universidad procuró elaborar por su cuenta el suyo propio, sin correspondencia con los demás, y apoyándose en la antigüedad de sus principios y privilegios reales para funcionar y otorgar grados.
La Universidad de Santo Tomás fue la primera en obtener aquellas autorizaciones oficiales, y la que más duración alcanzó. Le pertenece el primer profesor de medicina que hubo en el país, en 1639, el licenciado Rodrigo Enriquez de Andrade, procedente de la Universidad de Alcalá de Henares.
Aparte de la comunidad franciscana, además de las escuelas de primaria que constituyeron en sus conventos y seminarios, fue el Colegio‑Seminario de San Luis el primero que con tal carácter existió en la colonia y cuyas tareas se iniciaron en 1850, en las mismas casas que luego albergaron al Colegio de San Bartolomé.
A la misma iniciativa religiosa se debieron el Colegio de Santa Fe, organizado en el convento del mismo nombre, y el Colegio de San Buenaventura, fundado en 1715, cuyos estudios determinó el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora, con grados obligatorios en la Universidad Tomística.
En cuanto al Colegio de San Bartolomé, también nació con el carácter de colegio‑seminario, confiado a la orientación y dirección de la Compañía de Jesús, adquirió después la categoría de Colegio Mayor y Seminario, a fin de armonizar su posición institucional con su émulo, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Sus estudiantes fueron: seminaristas, los que seguían cursos de formación para el Sacerdocio por cuenta de la Iglesia; convictores, los que sufragaban el costo de sus estudios, y colegiados reales, los sostenidos por el erario oficial. Se inició allí el estudio de la Física por el Padre Clovio. El Padre Hadey enalteció las clases de gramática muisca, y elaboró un diccionario de esta lengua.
Gregorio XV, en 1622 y Felipe IV después, atendiendo la insistente solicitud de los Jesuitas, autorizaron al Colegio para otorgar grados, con lo cual empezó a acentuarse la rivalidad ya existente con los establecimientos educativos dominicanos.
En San Bartolomé se inauguran los estudios de jurisprudencia, cuyos profesores, por primera vez, fueron laicos. Así nace la Universidad Javeriana, y empieza a aplicarse, casi integralmente, el plan de estudios de la Compañía de Jesús, conocido como “Ratio Studiorum”, los que forman parte de su constitución. Característica sobresaliente de este plan fue su apertura a la educación no exclusivamente religiosa, y su objetivo de actualización en las ciencias, particularmente en las humanas.
"El plan contenido en la Ratio Studiorum divide la enseñanza en tres etapas: letras humanas, filosofía y estudios teológicos".7 La Academia Javeriana fue antecedente inmediato de la Universidad Javeriana y existió por aquella época hasta 1767, año de la expulsión de los Jesuitas. Fue restaurada en febrero de 1931.
El Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado por Fray Cristóbal de Torres mediante cédula de Felipe IV del 31 de diciembre de 1651, inició sus estudios superiores de Teología, Jurisprudencia y Medicina, con la regencia de la comunidad dominicana, la cual perduró durante trece (13) años.
“Los rectores y catedráticos según las constituciones, debían ser hijos del claustro, haber vestido su beca y por consiguiente los distinguía su amor al establecimiento y su eficacia; el rectorado era electivo siendo sufragantes los colegiales formales y que fueran mayores de veinte (20) años. Se disponía como condición indispensable para vestir la beca, que el postulante acreditase nobleza hereditaria, y si bien es cierto que con tal requisito se limitaba el beneficio a las familias aristocráticas, es innegable que tuvo el mérito de abrir la carrera de las letras, tan descuidada por el poder civil durante la colonia”8.
Monseñor Rafael María Carrasquilla, actualizó las constituciones del Colegio en 1893. En el Colegio del Rosario, cuya filosofía oficial ha sido siempre la tomística, funcionaron entonces las facultades de Teología, cuya carrera duraba cuatro (4) años; de Cánones, de Leyes, de Medicina; la cátedra de artes, con duración de tres (3) años.
La primera cátedra de medicina práctica fue servida por Fray Miguel de Isba en 1801, año también de la instauración de las cátedras de química y mineralogía.
Según cédula Real de 1771, la carrera de Jurisprudencia se realizaba en cinco (5) cursos: los dos primeros comprendían el Derecho Romano y las Instituta, utilizando los comentarios de Arnoldo Vinio y las notas de Heinecio.
El estudio comparativo de la legislación española y las leyes de Indias, se valía de las Instituta de Torres. En el tercer curso se iniciaba el Derecho Canónico, con libros de consulta como los de Antonio Agustín, de Douvit, de Van Espen, de Murillo y de González. Los dos últimos cursos completaban el Derecho Canónico, con autores como Engel y Fleury.
En materia de educación femenina, la situación se mantiene igual a la anteriormente descrita. Sin embargo, es preciso mencionar como caso realmente excepcional el de la fundación del Colegio de la Enseñanza para señoritas, ocurrida bajo el gobierno del Virrey Pedro Messía de la Zerda, por iniciativa de doña Clemencia de Caycedo y Vélez Ladrón de Guevara, quien financió prácticamente la totalidad del nuevo y en nuestro medio novedoso plantel, cuya sede fue amplia casa del barrio de la Catedral, donde posteriormente se levantó el Palacio de Justicia, desaparecido el 9 de abril de 1948.
La correspondiente autorización se obtuvo mediante la Cédula Real de fecha 8 de febrero de 1770. El Colegio fue regentado por las Monjas Benitas, llamadas también de la Enseñanza; inició sus tareas en 1783. Su plan de estudios, bastante elemental y sencillo, comprendía lectura, escritura, aritmética, religión, historia sagrada y actividades domésticas. Sus alumnas, 25 al comenizar, fueron internas y externas, y pertenecían a las famillas más notables. El Colegio de la Enseñanza existió hasta el 5 de noviembre de 1861.
Paso importante para el desarrollo académico de nuestra educación fue la adopción del llamado Plan Moreno y Escandón. debido al fervoroso interés de este notable fiscal de la Real Audiencia, quien, a instancias del Virrey Guirior, presentó su propuesta el 12 de septiembre de 1774. El plan se aplicó en el colegio de San Bartolomé y en el Rosario, y su filosofía se inspira en principios tan novedosos para esa época como el de considerar la educación como función estatal, y determinar que la educación primaria debería ser gratuita. "Preconizó la libertad de investigación y se propuso extirpar de la enseñanza el espíritu de secta" 9
“Habría de nacer el triunfo de la idea pura y con él el desquiciamiento del edificio medieval de nuestra cultura, ya que en hora tan angustiosa para las conciencias, alternó el Fiscal protector de indios, don Francisco Moreno y Escandón, preconizando rumbos pedagógicos desconocidos, libertando a Catedráticos y Colegiales de la tutela filosófica y con ella el triunfo ruidoso del pensamiento en un ensayo tímido, en verdad, de libre examen científico” 10
El plan Moreno y Escandón no tuvo mucha duración, como resulta explicable. Fue sustituido hacia 1778 por uno nuevo elaborado por la Junta de Estudios del Nuevo Reino. Posteriormente el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora decidió sustituir ambos planes, y con esa finalidad, entre otras no menos importantes, dio lugar a la Expedición Botánica.
Suficientemente conocida y reconocida es la obra realizada por la Expedición Botánica, no sólo como empresa científica de investigación, sin antecedentes y con no muchas consecuencias en ese mismo campo, sino como tarea educativa de vastísimas proyecciones. Su gran promotor, impulsor y director, don José Celeslino Mutis ‑nacido en Cádiz el 6 de abril de 1732, llegado a Cartagena el 29 de octubre de 1760 y a Santa Fé el 24 de Febrero de 1761 , fue emínentísimo profesor de Matemáticas en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. donde produjo inmenso impacto con su defensa del sistema de Copérnico. Fue también maestro de Medicina, de los primeros en nuestro medio.
Iniciada la expedición en Mariquita, fue trasladada su sede a Santa Fé, en el año de 1791, donde ocupó el mismo sitio de nuestro actual Observatorio Astronómico. Con razón se tiene a la Expedición Botánica como modelo de pedagogía activa, de cuyo sistema constituye el primer ensayo afortunado.
En el año 1801, se fundó en Santa Fé la primera escuela de Dibujo y Arquitectura, por obra de Bernardo Anillo, ingeniero español iniciado por el Rey Carlos III.
Entra ahora el país en una nueva época de inspiración y realizaciones liberales originarias de los principios de su emancipación política.
Las primeras constituciones de Cundinamarca, Cartagena y Tunja, consagran expresamente normas tendientes a desarrollar la educación sobre presupuestos democráticos orientados a popularizar la enseñanza primaria y los demás niveles, entendidos como función estatal así en su servicio como en su dirección académica y en su inspección general.
Ciertamente las circunstancias históricas de este primer período no eran las más propicias para lograr los impulsos anhelados en la tarea educativa. Sin embargo, como ideal político y como fundamento filosófico, son muchos los documentos que consignan con elocuencia la ideología de los fundadores de la nacionalidad en materias culturales y educativas. Demasiado extensa resultaría su simple reseña.
El pensamiento democrático del Libertador en materia educativa, consignado con altura y claridad en múltiples documentos, por una parte, y la acción ejecutiva del general Francisco de Paula Santander, son los determinantes de las primeras empresas educativas en la era republicana.
El 6 de octubre de 1920 aparece un Decreto General sobre instrucción pública: las ciudades y los poblados en general deben tener cada uno, por lo menos una escuela pública; las comunidades religiosas, a su vez, harán otro tanto, lo mismo que las parroquias; “Los maestros deberán enseñar a los niños a leer, escribir, los principios de la aritmética y los dogmas de la religión y de la moral cristiana; les instruirán en los deberes y derechos del hombre en sociedad y les enseñarán el ejercicio militar todos los días de fiesta y los jueves en la tarde”. (Art.80).
El siguiente año se destina a establecimientos de enseñanza los conventos menores sin oficio. Por esa misma época se ordena a las comunidades religiosas la organización de escuelas para niñas, e inmediatamente después se procede al establecimiento de escuelas primarlas mixtas.
Decreto de Santander también es el de 1822 que dispone la apertura de normales en Bogotá, Caracas y Quitó.
Hasta ese momento los estudios universitarios no experimentan ninguna variación apreciable.
El Historiador José Manuel Groot alude a ellos: “Servía el rectorado del Colegio del Rosario en esos días y accidentalmente el Doctor Estanislao Vergara y en ese plantel los estudios eran similares a los del Colegio de San Bartolomé. A la Universidad Tomística, a cargo de los frailes dominicanos, acudían desde esos tiempos los alumnos que habían terminado los cursos de estudios superiores en Medicina y Jurisprudencia, para recibir de la Universidad las borlas de doctor. Los Jurisconsultos tenían que concurrir al bufete de un abogado para ser aptos y solicitar de la Alta Corte de Justicia el título legal”.
El nuevo régimen político que organiza y gobierna a la Gran Colombia, significa para nuestro país y su capital el gran paso de la educación privada a la oficial, con respecto de los fueros de aquélla pero, al mismo tiempo, con la acción legal del Estado en cuanto a su inspección y vigilancia. A la enseñanza se le asignó el carácter de obligatoria aunque sin gratuidad. La ciudadanía más pudiente económicamente fue convocada a brindar su aporte efectivo para el incremento de la nueva empresa educativa.
En cuanto a la Ciencia y a la técnica pedagógicas, se adoptaron las que se sustentan en los principios lancasterianos, aunque con las naturales resistencias que desde entonces ha despertado el discutido sistema inglés.
Pocos años después, en 1825, el General Santander interviene en la educación superior: “Los catedráticos de Derecho Público enseñarán los principios de Derecho Político Constitucional por Constant Lepage, y el Derecho Público internacional por la obra de Watel”. Se crea en Bogotá una cátedra de minas, que pretende prolongar trabajos de la Expedición.
La Ley del 18 de Marzo de 1826 y su decreto reglamentario, vienen a reunir en un estatuto uniforme las innovaciones y tendencias hasta ese momento introducidas a nuestro sistema educativo: crea la Dirección General de Instrucción Pública, las Juntas de Padres de Familia que intervienen en la elección de maestros, en la inspección de las escuelas, y su financiación. No obstante los objetivos ambiciosos de estas normas, la situación general del país, su permanente conflicto político, impide su cabal realización. Las condiciones anteriores, de la educación escolar se invierten. Ya no es obligatorta, pero sí gratuita. Adviértese por entonces en todos los niveles educativos la influencia del pensamiento inglés: Lancaster, Bentham, Juan Bautista Say.
Inspirador en buena parte de la acción política de Santander sobre la educación, y ejecutor al lado suyo de sus principales disposiciones, fue don José Manuel Restrepo, Secretario de Estado del Despacho del Interior.
No menos entusiasta y activo en los mismos propósitos el doctor Rufino J. Cuervo, padre de nuestra mayor gloria científica en los campos filológicos. Designado por Santander como Gobernador de Bogotá, “la realidad ‑al decir de Hernández de Alba‑ no podría ser más desconcertante: solo ochenta y un (81) niños concurrían a las únicas escuelas, y en las noventa y ocho (98) parroquias que constituían la provincia sólo existían veintitrés (23) escuelas, seis (6) lancasterianas y diecisiete (17) del sistema antiguo”. Cuervo hace reanudar, de otra parte, las actividades docentes de la Facultad de Medicina, suspendidas por algún tiempo como resultado de su desorganización.
En 1832, el 30 de mayo, precisamente, ocurre un hecho muy significativo para la educación de la mujer, cuyo único antecedente había sido la obra de María Clemencia Caycedo, en la Colonia: se crea el Colegio Departamental de la Merced. El Decreto correspondiente incluye, entre otros, este considerando: "Que habiendo en esta ciudad dos colegios para hombres suficientemente dotados, es más conveniente fundar un colegio de niñas, de cuyo establecimiento desgraciadamente se ha carecido hasta ahora". El Decreto está firmado por José Ignacio de Márquez, otro de los mandatarios realmente impulsores de la educación y por Alejandro Vélez, Secretario del Interior y Relaciones del Exterior.
El nuevo Colegio funcionó desde entonces en el antiguo Convento de los Capuchinos, religiosos que lo habían dejado abandonado en 1819. Fue su primera directora Doña Marcelina Lago. La Merced no solamente fue nuestro primer establecimiento educativo para niñas (hecha la salvedad de la Enseñanza, ya reseñado), sino también el primer plantel oficial femenino de Suramérica.
En el año de 1848, el entonces Vicepresidente de la República doctor Rufino J. Cuervo, fiel a su tradición de propulsor educativo, presentó al Congreso un proyecto que se convirtió en la ley del 8 de Mayo de ese año, con el apoyo de Mariano Ospina Rodríguez, a quien es preciso reconocer también su singular labor en beneficio de nuestra educación. En tal estatuto legal se autorizaba la creación de establecímientos educativos por personas naturales y jurídicas, previo el cumplimiento de determinados requisitos.
Por aquella época, el régimen legal de la educación, en términos generales, continuaba siendo el mismo que había determinado el General Santander, primero en 1826 y luego mediante disposición del Congreso que lo reprodujo, por la Ley del 30 de mayo de 1835.
En este mismo año se creó en Bogotá la Sociedad de Educación Primaria, como organismo asesor del Gobierno Central.
La nueva institución de apoyo, proveía de libros y útiles a las escuelas, y fue fundada en 1843, de una escuela normal y de educación primaria, que ocupó en el barrio de la Catedral un local colindante con el Observatorio Nacional, donde años después habría de ser edificado el Teatro Municipal, de grata memoria.
El plan educativo del General Santander sólo vino a ser sustituido en 1840, cuando el Congreso promulgó la Ley del 16 de mayo, la cual reforma la designación de textos de estudio, reglamenta los programas de Teología, Medicina y Jurisprudencia, regula la provisión de cátedras limitando a un máximo de dos las de cada profesor, incrementa las asignaturas científicas y la enseñanza de los idiomas vivos y somete a las universidades al control Gubernamental.
La Ley del 21 de mayo de 1842, reforma la todavía existente Universidad Central, que había sido fundada en 1826 por el Presidente Santander, y que funcionó en los colegios de San Bartolomé y el Rosario, con facultades de Literatura, Bellas Artes, Filosofía, Ciencias Naturales, Medicina, Jurisprudencia y Teología.
Dos años más tarde el Gobierno Central, por Decreto del 2 de noviembre de 1844, establece una estructura más clara de nuestro sistema educativo oficial, así: escuelas primarias o elementales para niños; escuelas primarias para niñas, escuelas primarias para adultos; escuelas talleres; escuelas primarias superiores; salas de asilo para infantes y escuelas normales de instrucción primaria.
Los métodos habrían de evitar "cuidadosamente todo maltratamiento de palabra y todo ajamiento que los humille. Los corregirán con bondad, procurando siempre hacerles que reconozcan la falta cometida y la necesidad y justicia de la corrección, "como lo dispuso el capítulo 4o. El capítulo 6o. revive la norma que da carácter obligatorio a la educación y coacciona a los padres de familia para el cumplimiento de ese deber. El mismo Decreto establece el más completo plan educativo entre los dispuestos hasta entonces. Dato curioso: la asignación mensual de un director de escuela en Bogotá era de ochocientos diez pesos ($810.oo), que probablemente se pagaban con cumplimiento.
El mismo plan demuestra la preocupación del Gobierno (desde entonces), por poner coto a la proliferación de establecimientos educativos carentes de nivel académico y de idoneidad, institucional que, sin embargo, se presentaban como universidades.
El criterio fue el mismo que el Presidente José Ignacio de Márquez había expuesto en 1839: "Si la nación, para promover lo que le es verdaderamente útil, no debe descuidar la educación intelectual y moral de sus miembros, debe también tener en grande estima la educación industrial, que tanto influye en la dicha de los individuos y en la riqueza de la sociedad. Tenemos abundancia de letrados y de médicos que se aumentan de día en día, pero carecemos de suficiente número de hombres instruidos en las ciencias exactas y artes mecánicas, en la química, mineralogía, botánica y agricultura, sin las cuales no podrán desenvolverse del todo los gérmenes de prosperidad que encierran las diversas provincias del Estado".
En 1848, mediante Ley del 3 de mayo, se determina: "Artículo lo. La enseñanza en todas sus ramas es libre. En consecuencia podrán los granadinos adquirir y recibir la instrucción literaria y científica en establecimientos públicos, privados o particulares, con el objeto de obtener grados académicos".
Rufino J. Cuervo, como encargado de la Jefatura del Estado, reorganiza por decreto las universidades. Tomás Cipriano de Mosquera crea en Bogotá el Instituto Caldas, "que fomentó el desarrollo de la inteligencia, la conservación de la moral y el perfeccionamiento de la industria en el pueblo Granadino".
En 1865 el mismo General Mosquera fundó el Instituto de Ciencias y Artes, que debería reunir los establecimientos culturales de la ciudad. Ese Instituto, lo mismo que el anterior, no alcanzó a tener cabal realización.
Es 1867 un año de gran significado para la educación universitaria de Bogotá y del país: la Ley 66 del 22 de septiembre crea la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, cuyo primer Rector fue el Dr. Ezequiel Rojas.
El Presidente Eustorgio Salgar expidió el Decreto de 1o. de noviembre de 1870, que viene a ser un nuevo estatuto educativo concebido integralmente. Entre sus disposiciones merece destacarse la que da origen al periódico titulado "la Escuela Normal", de distribución gratuita en todos los establecimientos educativos, el cual contiene guías pedagógicas y metodológicas de especial importancia para el servicio educativo.
El mismo Decreto determina que las escuelas "tienen por objeto formar hombres sanos de cuerpo y espíritu, dignos y capaces de ser ciudadanos y magistrados de una sociedad republicana y libre". Y agrega: “la enseñanza en las escuelas no se limitará a la instrucción, sino que comprenderá el desarrollo armónico de todas las facultades del alma, de los sentidos y de las fuerzas del cuerpo”.
Por el artículo 144, se ordena la creación de una Escuela Central, destinada a la formación de docentes para las escuelas normales. Así mismo se ratifica la obligatoriedad de la enseñanza. Con la misma preocupación por la formación normalista el Gobierno contrató los servicios de una misión alemana, cuyos primeros componentes arribaron en 1872. Una de sus tareas más significativas fue la organización en Bogotá, de la Escuela Normal Femenina, la cual inició labores el 23 de septiembre de ese año con cuarenta maestros estudiantes. Los trabajos de esta misión no fueron tan fructíferos como se esperaba. Su aporte más significativo fue la introducción de los sistemas de Pestalozzi. En el año 1886 ocurre un hecho de trascendencia para la educación superior del país: se funda en Bogotá la primera Universidad privada laica, con el nombre de Externado de Colombia, la cual inicia actividades con la carrera de Jurisprudencia y sección de bachillerato, bajo la rectoría del Doctor Nicolás Pinzón Warlosten. El Externado constituye una respuesta a las restricciones impuestas a la libertad de enseñanza y a la autonomía universitaria por el régimen político de aquella época.
Es además, la primera institución universitaria que consagra en sus estatutos y reglamentos la participación estudiantil de índole democrática, en sus organismos directivos.
La consagración y sucesiva reafirmación de los principios ideológicos sobre libertad de enseñanza, da ocasión, en el siglo pasado, a la fundación en Bogotá de establecimientos educativos de origen particular, que redundan en beneficio del nivel y la calidad de la enseñanza.
Eminentes colombianos figuran entre los gestores de tales iniciativas. Hacemos memoria de José María Triana, Victortano Paredes, Mateo Esquiaqui, José Raimundo María Russi, Justo Pastor Losada, Mariano Becerra, José Joaquín Ortiz, Ulpiano González, Lorenzo María Lleras (Colegio del Espíritu Santo), Santiago Pérez, Luis María Silvestre (Colegio de San Buenaventura), Ricardo Carrasquilla (Liceo de la Infancia), Antonio B. Cuervo (Liceo de la Familia), José Manuel Marroquín (Colegio de la Yerbabuena), Domingo Martínez, José Calcedo y Rojas (Academia Mutis), Ruperto S. Gómez y Víctor Mallarino (Establecimiento de Enseñanza Objetiva), José Vicente Concha Lobo (Colegio Pío IX), Carlos Martínez Silva y Sergio Arboleda (Nuevo Colegio del Espíritu Santo), Wenceslao Montenegro, Simón Araújo.
“La República del siglo XX se inicia en lo referente a educación con la Ley 39 de 1903, sobre instrucción pública (Ley Orgánica), que introduce varias reformas en el sistema escolar y universitario del pasado siglo”.11
A partir de ella y hasta hace no mucho, el sistema educativo por niveles comprende: primaria, secundaria, profesional, industrial y artística. La primera ha sido gratuita pero no obligatoria. En cuanto a sus tendencias, siguiendo el esquema general de Bernal Escobar, se anotan como rasgos principales: "Contenido, técnico y humanístico; propósitos políticos y sociales; aplicaciones teoréticas; extensión".
En 1932 se fundó en Bogotá la Facultad de Educación, cuyo funcionamiento se inicia en 1934. Antecedentes suyos en el nivel de la educación superior fueron la Normal de Varones de Tunja, organizada por el alemán Julius Sieber, y la Facultad de Educación de Tunja, origen de la Normal Superior y de la actual Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
En 1936, aquella Facultad de Educación de la Capital de la República se convirtió en la justamente prestigiosa Escuela Normal Superior, la cual inició tareas en 1933, con la rectoría de Rafael Bernal Jiménez. De ella egresaron licenciados en Ciencias Pedagógicas, en Ciencias Histórico Geográficas, en Biología, en Lingüística y en Ciencias Físico Matemáticas. Posteriormente ejercieron la rectoría de la Normal Superior los eminentes educadores José Francisco Socarrás, Eugenio Salas y Guillermo Nannetti.
En 1931 se crea en Bogotá el Instituto Técnico Central, destinado a la formación de mecánicos, moldeadores, fundidorés, orfebres, electricistas, tejedores y artesanos de diversa índole. Al mismo tiempo se organizan como antecedentes de las hoy denominadas educación descolarizada y educación a distancia, cursos de información y cursos por correspondencia, que existieron hasta 1940. En 1947, el Gobierno Nacional constituye el Consejo Superior de Educación con sede en Bogotá.
Es preciso mencionar, como ensayos educacionales dignos de nuevo estudio, el establecimiento de las colonias escolares en 1937, y de los restaurantes escolares en 1936. Estos últimos se habían iniciado en Boyacá en 1925, por iniciativa de Rafael Bernal Jiménez.
Otro tanto pudiera decirse de las Granjas Escolares, concebidas por Decreto Nacional de septiembre de 1939.
Una segunda Misión Pedagógica Alemana había llegado a Bogotá en 1924, compuesta por Carl Glocker, Karl Dleeker y Anton Eit, quienes se encargaron de estudiar los niveles de normal y primaria, secundaria y universidad respectivamente, asesorados por los colombianos Emilio Ferrero, Gerardo Arrubla y Tomás Rueda Vargas. Unos y otros prepararon un interesante proyecto de ley orgánica de la educación que no fue suficientemente entendido por el Congreso donde no obtuvo aprobación. Sin embargo, la Ley 56 de 1927 acogió muchos de los puntos incluidos en aquel proyecto frustrado. Por la misma época arribó a Bogotá, invitado por el inolvidable don Agustín Nieto Caballero, el Doctor Ovidio Decroly. En ese momento su influencia sobre nuestro medio educativo alcanzó a ser notable, especialmente a través de sus atractivos centros de interés con su sistema de globalización, los que fueron establecidos entre 1934 y 1938. Principios pedagógicos esenciales en tal sistema han sido los de "preparar al niño para la vida, por la vida" y “organizar el medio de modo que, el niño halle en él los estímulos ordenados a sus tendencias favorables". El Gimnasio Moderno, fundado por don Agustín en 1914, acogió plenamente los postulados educativos de Decroly. Al lado suyo debe destacarse también el nombre de Julius Sieber, otro educador alemán, a quien la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá debe constante memoria.
En 1947 los programas oficiales de alfabetización reciben apreciable refuerzo mediante la Ley 56, la cual prescribe para los empresarios la obligación de crear escuelas “para cada grupo de cuarenta niños hijos de sus trabajadores”. Años después se establece como requisito para recibir el grádo en bachillerato, el de haber prestado una especie de servicio civil obligatorio en tareas de alfabetización. No obstante la falta de dirección adecuada ha hecho casi imposible la saludable disposición legal.
En el área de la educación comercial, ha de mencionarse especialmente la función en Bogotá de la Escuela Nacional de Comercio, por medio del Decreto 740 de 1905, expedido por el General Rafael Reyes. Fué su primer rector Don Víctor Mallarino, y durante muchos años la Escuela constituyó importante centro de enseñanzas en las materias de su especialización, prácticamente iniciadas por ella, de la cual se desprendió en cierta forma el Colegio Nacional Camilo Torres, destinado a proseguir los estudios de bachillerato.
De otra parte la educación femenina iniciada seriamente en el Colegio Departamental de La Merced, recibe apreciable apoyo con la fundación en 1945 de los Colegios Mayores de Cultura Femenina, destinados a ofrecer carreras especiales en Ciencias, Artes y Estudios Sociales.
En 1949 se inició el Liceo Femenino Policarpa Salavarrieta, anexo al Colegio Mayor de Cundinamarca. En 1940 el Liceo Nacional Femenino Antonia Santos.
Posteriormente los distintos gobiernos de la nación han venido incrementando con patriótica preocupación sus presupuestos educativos, lo que ha permitido la fundación de numerosos planteles, hasta llegar a los modernos institutos de Educación Media Diversificada ‑INEM‑ sobre los cuales no es posible adelantar opiniones definitivas, acerca de sus verdaderos resultados educativos.
Otro tanto debe anotarse en cuanto a los esfuerzos estatales por extender las proyecciones sociales de la educación superior, a través de las Universidades y los nuevos Institutos Tecnológicos.
Hemos de recordar los esfuerzos del Presidente Alfonso López Pumarejo, por organizar la Universidad Nacional en campo propio, al haber adquirido los amplios predios de la Ciuada Universitaria de Bogotá, cuyas construcciones se iniciaron en 1937.
Tampoco podemos callar los meritorios avances de la Educación no Oficial en todos los niveles, durante los últimos años, ni la preocupación de los Gobiernos por responder mejor a sus obligaciones legales en materia educacional, mediante la expedición de planes y estatutos tendientes a hacer más coherente y eficaz nuestro sistema educativo.
Finalizamos esta apretada sinopsis de la Educación en Bogotá, con algunas informaciones sobre los establecimientos Universitarios más significativos de la Capital, y breves estadísticas que permiten ilustrar la situación de los estudios que se adelantan hoy, por su aspecto cuantitativo, en los distintos niveles y sectores.
NOTAS: 1/Incluye los niveles “Básica Secundaria” (4 años) y “Media Vocacional” (2 años). 2/ Corresponde a las instituciones que de manera exclusiva ofrecen programas a este nivel. 3/ Son las instituciones debidamente reconocidas como universidades. Algunas de ellas tienen programas a nivel tecnológico, pero las cifras de éste nivel no son muy significativas frente a las de los programas a nivel profesional. 4/ Se incluyen aquellas instituciones que cuentan con programas universitarios a nivel profesional -y en varios casos con programas a nivel tecnológico‑, pero que su aprobación definitiva como universidades aun se encuentra en trámite.
PORCENTAJES: (a) Indica la captación de cada nivel respecto al total del sector (léase verticalmente).
(b) Corresponde a la incidencia de cada sector frente al total (léase horizontalmente).
FUENTE: Ministerio de Educación Nacional ‑ ICFES
Notas
1 Luis López de Mesa, “Escrutinio Sociológico de la Historia Colombiana”, Academia Colombiana de Historia, Biblioteca Eduardo Santos, Vol. X, Bogotá, 1956, Pág. 123.
2 Luis A. Bohórquez Casallas. "La evolución educativa en Colombia". Cultural Colombiana, Bogotá, Pág. 123.
3 Guillermo Hernández de Alba. “Aspectos de la Cultura Colombiana”.
4 Op. Cit. Pág. 74
5 Luis Antonio Bohórquez Casallas. Op. Cit. Pág, 81.
6 Guillermo Hernández de Alba. "Aspectos de la Cultura en Colombia".
7 P. Ramón Ruiz Amado. “Historia de la Educación y la Pedagogía”.
8 Luis A. Bohorquez Casallas. Op. Cit. Pág. 138.
9 Bohórquez Casallas, Op. C.T, Pág. 155.
10 Hernández de Alba, Op. cit.
11 Alejandro Bernal Escobar. "La Educación en Colombia". Pág. 58.