- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Introducción
Techos-terrazas de la Biblioteca Pública Virgilio Barco, obra del arquitecto colombiano Rogelio Salmona. En juego con los ventanales y claraboyas, los senderos y jardineras hacen de la cubierta un sitio de encuentro y descanso para los visitantes. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Un cancel colonial, en madera labrada, pintada y dorada, abre paso a la Capilla del Sagrario. A la entrada dos obras con escenas bíblicas del más de medio centenar que Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos ejecutó para la capilla, por encargo de don Gabriel Gómez Sandoval. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Salón Bolívar del Palacio de San Carlos. El Libertador, obra del artista venezolano Antonio Salguero, flanqueada por dos columnas salomónicas, forma conjunto con la chimenea en mármol gris. Los ventanales bajo el balcón de madera dan al llamado “patio de la palma”. El portón policromado y dorado conduce al oratorio. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Iglesia de Santa Clara: la bóveda en madera sirve de soporte a la pintura mural sobre la que están superpuestas pentafolias en madera tallada y hojilla de oro. La tribuna del órgano y la celosía son de madera calada, el techo del coro alto ofrece ornamentaciones vegetales y animales. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
A la izquierda, patio principal del Museo del Siglo XIX. A la derecha dos ángeles presiden el corredor que exhibe otras esculturas de Dionisio Cortés. Al fondo de este, se encuentra el Salón de Dibujos. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Texto de: Enrique Santos Molano
¿Cuál puede ser esa Bogotá interior con que soñamos sus habitantes, esa Bogotá recatada y sigilosa que forma parte de nuestra intimidad desde los tiempos de los tatarabuelos, que se conserva inmodificable en los bogotanos de hoy y que persistirá en la intimidad de los que van a vivirla en el siglo xxi? Esa Bogotá que intuimos, y que no conocemos, vamos a encontrarla, con seguridad, en las páginas que siguen de este nuevo libro de Villegas Editores. Son 47 sitios de la capital de Colombia, en los que un joven fotógrafo de hoy, Cristóbal von Rothkirch, ha captado los 360º de belleza de la Bogotá de adentro que fue ayer, la que es hoy y la que será mañana. Ya el mismo von Rothkirch –con ascendencia y apellido alemanes, pero que, como decían antes las señoras, “es más bogotano que una azalea de mica”– nos recreó en otro libro de Villegas Editores con la Bogotá viva, la urbe que se mueve palpitante al ritmo de las locuras del presente siglo, la internet, la globalización, los tratados de libre comercio y demás maravillas mundiales que, nos guste o no, ejercen profundo influjo en nuestras calles. La Bogotá interior, además de estar viva, nos lleva a otro entorno, el de nuestras raíces, el del patrimonio que nos han legado 468 años de existencia que se cumplieron el 6 de agosto de 2006, y que hemos conservado por milagro y por la tarea empecinada de unos cuantos “rolos” soñadores.
Jiménez de Quesada, al entrar a la sabana en 1537, encontró una ciudad indígena, Bacatá, donde “las casas comunes eran de dos formas: unas cónicas y otras rectangulares. Las primeras consistían en una pared en círculo hecho de palos enterrados como pilares más fuertes sobre los cuales se sostenía de lado y lado un doble entretejido de cañas cuyo intersticio era tupido de barro. El techo era cónico y cubierto de pajas aseguradas sobre varas. La profusión de tales construcciones en forma cónica en la sabana de Bogotá dio origen a que Gonzalo Jiménez de Quesada le diera a esta altiplanicie el nombre de Valle de los Alcázares”1.
Este Valle de los Alcázares invitó a Gonzalo Jiménez de Quesada a fundar en los predios de Bacatá una ciudad hispana el 6 de agosto de 1538, ciudad cuya arquitectura tomó muchos de los elementos utilizados por los indígenas en sus casas de habitación, elementos que, como el barro o bahareque, formaron parte imprescindible de la que se denomina arquitectura colonial.
Como todo, la Independencia trajo cosas buenas y cosas malas. Entre las malas, una de las peores fue la abrupta ruptura que el régimen republicano hizo, menos por intención que por incuria, con la cuidadosa planeación urbana de las ciudades coloniales. En el caso de Santafé de Bogotá es fácil ver que, desde el mismo 6 de agosto de 1538, se erige basada en un estricto ordenamiento legal y urbanístico, y que, por ejemplo, la cuadra española le facilita crecer en forma armónica y funcional. Su perímetro se establece sobre el cálculo de la distancia que los habitantes podrán recorrer sin dificultad, a caballo, en carreta o a pie, entre las actuales calle 1.a y calle 26, es decir, entre Las Cruces y San Diego, de sur a norte, y entre las carreras 1.a al este y carrera 17 actuales, zona a la que debemos referir el centro histórico. Entre 1538 y 1910, Bogotá se desarrolló dentro de ese perímetro en dos etapas. La primera, hasta 1820, regida por el trazo español; y la segunda, hasta 1910, a lomo del desorden republicano.
Don Vicente Basilio de Oviedo, un estupendo cronista colonial, nos cuenta cómo estaba la ciudad en 1763, año en que un terremoto echó al piso la cúpula de la iglesia de San Ignacio. “Tiene la ciudad de Santafé de longitud 24 cuadras y 12 de latitud, por donde más cada lienzo de cuadra tiene 125 varas y la plaza mayor 127 varas con igual proporción, niveladas en cuadro, por lo que así se llaman. Tendrá dos mil casas y entre ellas famosos edificios que los tienen sus dueños adornados con notable aseo y ornato. Constará de treinta mil almas o poco menos, es a saber sobre doce mil de comunión, por lo que toca a La Catedral; cerca de seis mil en el barrio de Las Nieves; sobre mil quinientas en el barrio de Santa Bárbara; mil trescientas en el barrio de San Victorino, dado que el sujeto que escribió el padrón de San Victorino en el año de 1760 me aseguró constar de dos mil almas de comunión, y con todo eso es mayor la parroquia de Santa Bárbara; mil ciento en los cuatro conventos de monjas; otras tantas en los nueve conventos de religiosos; cien enfermos en el hospital y cerca de doscientos en los dos colegios, y a más de estos pasa de seis mil párvulos, pues aunque no llegan sus vecinos a cuatro mil sino a lo menos a tres mil y tantos, es sinnúmero el de mujeriego, de que puede haber más que de hombres”2.
Así, a dos siglos y medio de su fundación, la ciudad de Santafé ya lo era en toda la regla, no obstante estar situada a 2 600 metros de altura sobre el nivel del mar y constituir, por ello, una ciudad “inaccesible”, a la que llegaban de continuo los viajeros sin otra dificultad que los siete días de viaje Magdalena arriba, y otros dos a caballo desde Honda.
Para ese cumpleaños contaba la capital del Nuevo Reino con los barrios de La Catedral; del Príncipe; de San Jorge; de San Victorino; de Las Nieves, que incluía Las Aguas; de Santa Bárbara, que incluía Las Cruces, y de Belén, que incluía Egipto, más la parroquia de San Diego que marcaba la puerta de entrada norte de la ciudad, por el camino de Tunja, y tenía, según el dato de Oviedo, 30 000 habitantes. ¿Cómo entender entonces que a finales del siglo xviii apenas se le contabilizan 20 000 habitantes, y que al promediar el siglo xix el cálculo no alcanza a los 45 000 habitantes? Bogotá ha sido la única ciudad del mundo que crece al tiempo que sus habitantes disminuyen, al menos en los censos oficiales, pues por lo general las estadísticas particulares siempre le han dado un número de pobladores mayor que el que aquellos suponen.
La ciudad colonial le entregó a la republicana un balance arquitectónico bastante satisfactorio. Todo el conjunto de los jesuitas, que abarca buena parte del sector conocido hoy como La Candelaria; las iglesias de La Catedral, La Candelaria, San Diego, Santo Domingo, San Francisco, La Veracruz, La Tercera, con sus conventos. La Plaza Mayor y la de San Francisco, el paseo de la Alameda (carrera 13 desde San Victorino hasta la 26), la Casa de la Moneda, el Colegio del Rosario, y otros tantos edificios la mayoría de los cuales por fortuna se han conservado.
Vino la arquitectura republicana, que se llamó así por el hecho obvio de que a las 5 de la tarde del 7 de agosto de 1819 comenzamos a vivir en una república. Al principio las construcciones republicanas no se diferenciaron de las coloniales y la única forma de distinguirlas es por la fecha de su construcción. Sólo a partir de 1848, con el edificio de las Galerías, la arquitectura republicana adquiere sus características propias y se desliga por completo de la influencia colonial. De esa fecha en adelante cabe hablar de verdadera arquitectura republicana, y conste que a su promotor, don Juan Manuel Arrubla, la innovación le trajo no pequeños dolores de cabeza.
Hasta 1884 Bogotá no había podido pasar de la calle 26 al norte, ni se había movido de la calle 1.a al sur. ¿El motivo? Los medios de transporte no admitían una expansión de la ciudad, ni existían posibilidades de extender los servicios públicos más allá del perímetro establecido en 1538, si ya era difícil instalarlos en él; pero en 1884 apareció el tranvía de mulas, que hacía el recorrido entre Bogotá y el paradisíaco caserío de Chapinero, donde los pudientes bogotanos se apresuraron a comprar terrenos y a construir elegantes quintas “de veraneo”, y se dio comienzo a una de las joyas de nuestra arquitectura, la gótica iglesia de Lourdes. Para comienzo de la década de los veinte, Chapinero se había convertido en un barrio de Bogotá y la ciudad llegaba hasta la calle 74. La avenida Santiago de Chile estaba poblada de mansiones suntuosas y el Gimnasio Moderno estrenaba su edificio central y construía el resto de su campus idílico. Hacia el sur se levantaron los barrios del 20 de Julio y San Cristóbal, descrito por el poeta Eduardo Castillo como “la versión más fiel del paraíso terrenal”.
También la arquitectura republicana, cuyo período histórico encuadra entre 1848 y 1910, dejó obras notables como el Capitolio Nacional, el Panóptico, el Palacio Liévano, sucesor de las Galerías, la Casa Echeverri, el Teatro Colón, además de las magníficas edificaciones que se construyeron desde 1850 entre Las Cruces y la Avenida Jiménez, arriba de la carrera 7.a (La Candelaria) y abajo de la carrera 9.a hasta la carrera 10; y la bellísima Avenida de la República, o sea la carrera 7.a entre la calle 16 y la calle 26, que parecía una de las más hermosas calles parisinas. Todo este sector está caracterizado por una arquitectura ecléctica, una feliz combinación de Colonia y República, que le da un encanto extraordinario.
Después de 1910 se impuso la arquitectura centenarista, propia del período que se conoce como la República conservadora (1914-1930), aunque ejercida por arquitectos en su mayoría de filiación liberal. Las obras de la arquitectura centenarista son admirables trabajos de diseño y arte. El templo de Nuestra Señora del Carmen, el Colegio de La Merced, el Instituto Pedagógico para señoritas –más adelante Universidad Pedagógica–, el Gimnasio Moderno, el Hotel del Salto, el Edificio Pedro A. López, el Pasaje Hernández, el Palacio de San Francisco, el Edificio Cubillos, el Teatro Faenza, el Teatro Caldas en Chapinero y la Estación de la Sabana son buena muestra de la gran calidad de la arquitectura centenarista, que le dio a Bogotá su primer aire de ciudad cosmopolita.
En 1930 irrumpe la arquitectura de la República liberal. Olaya Herrera trae al urbanista vienés Karl Brunner para que trace el plan regulador de Bogotá, primero en la historia de la capital e inspirador de la arquitectura liberal. En los dieciséis años que van de 1930 a 1946 Bogotá sufrió una transformación urbanística y arquitectónica asombrosa, al punto de que era imposible reconocer en la ciudad de 1930 y la de 1946 la misma capital. La ciudad se extendió por el norte hasta la calle 87, por el sur hasta la calle 24 y por el occidente hasta la carrera 30. Se construyeron grandes edificios, de más de doce pisos, se modernizaron las vías, se hizo el aeropuerto de Techo, y la vida de la ciudad cambió. Como monumentos imperecederos de la arquitectura liberal quedan los edificios de la Universidad Nacional, de la Biblioteca Nacional, del Palacio de Comunicaciones Manuel Murillo Toro, la Casa Medina; los barrios de Teusaquillo, Palermo, Santa Teresita, Bosque Calderón Tejada, El Nogal, El Retiro, La Cabrera, Rosales y muchos otros, si bien nunca podrá excusársele a la República liberal la demolición del templo y del convento de Santo Domingo, ni la del convento de San Agustín.
Los años cincuenta y sesenta, que siguieron a la República liberal, a la violencia de los años cincuenta, al gobierno militar y al Frente Nacional, no hicieron aporte arquitectónico digno de memoria, si exceptuamos las Torres del Parque y el Museo de Arte Moderno. La Plaza de Bolívar, adornada con preciosas fuentes de colores y escalinatas de sobria elegancia, fue “desarmada” en 1960 y sustituida por la actual, germen de polémica permanente entre los que lamentan la desaparición de la artística plaza anterior y critican la nueva como un adefesio desposeído de toda gracia, y los que defienden la plaza actual como un toque de modernización del sector.
Las décadas de 1970 y 1980 marcan un declive dramático de la arquitectura bogotana, y la desaparición absoluta de planeación en la ciudad, sustituida por el caos. Un ejemplo lo encontramos en la carrera 7.a entre las calles 40 y 67, donde una arquitectura disparatada, sin diseño ni control, ha hecho de ese tramo, en una vía de gran importancia, uno de los sectores más feos de la ciudad.
Hay un renacimiento a mediados de los ochenta. El proyecto del Parque Central Bavaria revive el entusiasmo por el buen gusto y el diseño arquitectónico fincado en una concepción artística. El Parque, a la postre, no resultó lo que se había pensado, pero de todas maneras constituyó un hito. Los años noventa traen la arquitectura de fin de siglo, con obras deslumbrantes como el Archivo General de la Nación, el edificio de Postgrados de la Universidad Nacional, el Hotel de la Ópera, el edificio de Postgrados de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y su plazoleta y el Complejo Científico de Maloka. Y en lo que va del siglo XXI surge una arquitectura futurista que tiene sus mejores exponentes en el edificio de la Biblioteca de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y de las Bibliotecas Públicas Virgilio Barco, El Tintal y El Tunal.
Bogotá 360º nos lleva a un recorrido del pasado, el presente y el futuro de Bogotá, que vistos por el ojo de un fotógrafo de hoy nos enseñan detalles que escapan a nuestra mirada inexperta de ciudadanos comunes y corrientes. ¿Tiene, esa Bogotá interior, la belleza espectacular que apreciamos en las fotos de Cristóbal von Rothkirch? La tiene. Y precisamente la tarea que cumple von Rothkirch es mostrárnosla, hacérnosla visible; pero no es una tarea fácil valerse de un enfoque de 360º para describir un lugar. La cámara en 360º tiene la misma visión que el ojo humano. Este puede captar de una mirada la angulación completa de un lugar, como si fuera un lente de 360º; pero no tiene la capacidad de fijar lo que capta. La cámara sí. De ahí la sorpresa que se experimenta al observar una foto en 360º tomada por Cristóbal von Rothkirch de un sitio que, como el Museo de El Chicó, nos es tan familiar, y que en principio no reconocemos. Aquellos salones elegantes, que con sus muebles de los tiempos coloniales, sus cuadros auténticos, también de la Colonia, con sus marcos dorados, las dos puertas de ventanal que vislumbran al exterior un jardín suntuoso, nos llevan a una tercera puerta abierta sobre un espléndido patio lleno de verdor, ¿dónde los hemos visto? Los hemos visto, una o muchas veces, en el Museo de El Chicó, bajo un aspecto idéntico a como los visualiza la cámara de von Rothkirch, y que no recordamos porque la mente carece de las cualidades de la cámara fotográfica para fijar el instante.
Durante los siglos xviii, xix y primera década del xx, los santafereños, primero, y los bogotanos después, adquirieron el hábito de construir casas de fachadas modestas e interiores muy lujosos, verdaderos palacetes. Los capitalinos pudientes no querían ser ostentosos hacia afuera sino hacia adentro de sus viviendas y las amoblaban y adornaban de modo que fueran un placer para la familia y para las visitas que iban a tomar chocolate a las onces, como lo describen en sus cuadros de costumbres Ricardo Silva, José María Vergara y Vergara, Rafael Eliseo Santander y otros, o para lucirse en los suntuosos bailes que se daban de cuando en cuando. En su gracioso cuadro Un remiendito, Ricardo Silva describe uno de esos interiores en trance de remodelación: “—Pues aquí puede hacerse un palacio, comadre —dijo D. Serafín llegando con doña Pilar al corredor en donde estaban las muchachas recostadas sobre la baranda. —Vea usted lo que yo haría —agregó—: quitar el balcón feo y enorme de la calle; abrir los umbralados a la misma altura y a la misma distancia; hacer nuevo el alar sobre canecitos de moda, poner cinco balconcitos de balaustres dorados; abrir, haciéndolos más altos y a igual distancia, los umbralados de las tiendas; quitar el zaguán de donde está y hacerlo en el centro, más estrecho y bonito; ponerle portones nuevos, enchapado de madera, y cielo raso con cornisa y floroncito, y montar los vanes del alar sobre una cornisa elegante y vistosa. Esto en cuanto a la calle: ahora, en cuanto a lo de adentro, la obra sería más sencilla: levantar los entejados de estos corredores, para lo cual sólo habría que cambiar estas columnas viejas y rajadas por otras más altas, ochavadas y con sus capiteles y pedestales de buen gusto y montar sobre estas el nuevo pendulado, sin tocar las cumbreras; levantar y colocar a igual distancia los umbralados de la parte alta; hacer todos los cielos rasos, empezando por el de la sala, que es de lienzo y que está manchado y soplado; ponerle a todas las piezas cornisas y florones vistosos y elegantes; cubrir este corredor ancho con bastidores y cristales para formar una linda galería; hacer de las piezas de mi compadre Torreglosa y de la siguiente, un departamento para las niñas, con vista al patio interior, que puede ser convertido en un bellísimo jardín; hacer un gran aplanchado en el comedor y cubrirlo con cristales para reemplazar esa ventana vieja que lo afea, y hacerle sus seiboes; hacer de nuevo esas canales de lata y empapelar y pintar toda la casa”. ¿Se imaginan la foto maravillosa con que el lente de 360º de von Rothkirch hubiera podido plasmar la situación descrita por el irónico costumbrista.
Con la llegada del cine, el automóvil y el avión, las costumbres bogotanas comienzan a evolucionar. Los nuevos arquitectos –Santamaría, Lombana, Manrique, de La Cruz– bajo la inspiración de los maestros extranjeros –Lelarge, Cantini– crean sus propios diseños originales que armonizan la elegancia y el esplendor interior con exteriores atractivos.
Hay muchos de estos interiores bogotanos captados por Cristóbal von Rothkirch a los que quizá nunca tengan acceso los lectores de este libro. Esa veda, impuesta por distintas circunstancias, nos impide conocer una parte de la ciudad que sin embargo ejerce influencia extrema en su ritmo de vida. La cámara mágica de von Rothkirch nos abre las puertas de aquellos lugares poco accesibles y con su giro de 360º nos deja verlos en su majestuosa dimensión.
Notas:
- 1 Guillermo Hernández Rodríguez: De los chibchas a la Colonia y a la República, p. 52. Ediciones Paraninfo, Bogotá, 1990.
- 2 Vicente Basilio de Oviedo: Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada, p. 83. Biblioteca de Historia Nacional, volumen XLV. Imprenta Nacional, Bogotá, 1930.
#AmorPorColombia
Introducción
Techos-terrazas de la Biblioteca Pública Virgilio Barco, obra del arquitecto colombiano Rogelio Salmona. En juego con los ventanales y claraboyas, los senderos y jardineras hacen de la cubierta un sitio de encuentro y descanso para los visitantes. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Un cancel colonial, en madera labrada, pintada y dorada, abre paso a la Capilla del Sagrario. A la entrada dos obras con escenas bíblicas del más de medio centenar que Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos ejecutó para la capilla, por encargo de don Gabriel Gómez Sandoval. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Salón Bolívar del Palacio de San Carlos. El Libertador, obra del artista venezolano Antonio Salguero, flanqueada por dos columnas salomónicas, forma conjunto con la chimenea en mármol gris. Los ventanales bajo el balcón de madera dan al llamado “patio de la palma”. El portón policromado y dorado conduce al oratorio. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Iglesia de Santa Clara: la bóveda en madera sirve de soporte a la pintura mural sobre la que están superpuestas pentafolias en madera tallada y hojilla de oro. La tribuna del órgano y la celosía son de madera calada, el techo del coro alto ofrece ornamentaciones vegetales y animales. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
A la izquierda, patio principal del Museo del Siglo XIX. A la derecha dos ángeles presiden el corredor que exhibe otras esculturas de Dionisio Cortés. Al fondo de este, se encuentra el Salón de Dibujos. Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Cristóbal von Rothkirch.
Texto de: Enrique Santos Molano
¿Cuál puede ser esa Bogotá interior con que soñamos sus habitantes, esa Bogotá recatada y sigilosa que forma parte de nuestra intimidad desde los tiempos de los tatarabuelos, que se conserva inmodificable en los bogotanos de hoy y que persistirá en la intimidad de los que van a vivirla en el siglo xxi? Esa Bogotá que intuimos, y que no conocemos, vamos a encontrarla, con seguridad, en las páginas que siguen de este nuevo libro de Villegas Editores. Son 47 sitios de la capital de Colombia, en los que un joven fotógrafo de hoy, Cristóbal von Rothkirch, ha captado los 360º de belleza de la Bogotá de adentro que fue ayer, la que es hoy y la que será mañana. Ya el mismo von Rothkirch –con ascendencia y apellido alemanes, pero que, como decían antes las señoras, “es más bogotano que una azalea de mica”– nos recreó en otro libro de Villegas Editores con la Bogotá viva, la urbe que se mueve palpitante al ritmo de las locuras del presente siglo, la internet, la globalización, los tratados de libre comercio y demás maravillas mundiales que, nos guste o no, ejercen profundo influjo en nuestras calles. La Bogotá interior, además de estar viva, nos lleva a otro entorno, el de nuestras raíces, el del patrimonio que nos han legado 468 años de existencia que se cumplieron el 6 de agosto de 2006, y que hemos conservado por milagro y por la tarea empecinada de unos cuantos “rolos” soñadores.
Jiménez de Quesada, al entrar a la sabana en 1537, encontró una ciudad indígena, Bacatá, donde “las casas comunes eran de dos formas: unas cónicas y otras rectangulares. Las primeras consistían en una pared en círculo hecho de palos enterrados como pilares más fuertes sobre los cuales se sostenía de lado y lado un doble entretejido de cañas cuyo intersticio era tupido de barro. El techo era cónico y cubierto de pajas aseguradas sobre varas. La profusión de tales construcciones en forma cónica en la sabana de Bogotá dio origen a que Gonzalo Jiménez de Quesada le diera a esta altiplanicie el nombre de Valle de los Alcázares”1.
Este Valle de los Alcázares invitó a Gonzalo Jiménez de Quesada a fundar en los predios de Bacatá una ciudad hispana el 6 de agosto de 1538, ciudad cuya arquitectura tomó muchos de los elementos utilizados por los indígenas en sus casas de habitación, elementos que, como el barro o bahareque, formaron parte imprescindible de la que se denomina arquitectura colonial.
Como todo, la Independencia trajo cosas buenas y cosas malas. Entre las malas, una de las peores fue la abrupta ruptura que el régimen republicano hizo, menos por intención que por incuria, con la cuidadosa planeación urbana de las ciudades coloniales. En el caso de Santafé de Bogotá es fácil ver que, desde el mismo 6 de agosto de 1538, se erige basada en un estricto ordenamiento legal y urbanístico, y que, por ejemplo, la cuadra española le facilita crecer en forma armónica y funcional. Su perímetro se establece sobre el cálculo de la distancia que los habitantes podrán recorrer sin dificultad, a caballo, en carreta o a pie, entre las actuales calle 1.a y calle 26, es decir, entre Las Cruces y San Diego, de sur a norte, y entre las carreras 1.a al este y carrera 17 actuales, zona a la que debemos referir el centro histórico. Entre 1538 y 1910, Bogotá se desarrolló dentro de ese perímetro en dos etapas. La primera, hasta 1820, regida por el trazo español; y la segunda, hasta 1910, a lomo del desorden republicano.
Don Vicente Basilio de Oviedo, un estupendo cronista colonial, nos cuenta cómo estaba la ciudad en 1763, año en que un terremoto echó al piso la cúpula de la iglesia de San Ignacio. “Tiene la ciudad de Santafé de longitud 24 cuadras y 12 de latitud, por donde más cada lienzo de cuadra tiene 125 varas y la plaza mayor 127 varas con igual proporción, niveladas en cuadro, por lo que así se llaman. Tendrá dos mil casas y entre ellas famosos edificios que los tienen sus dueños adornados con notable aseo y ornato. Constará de treinta mil almas o poco menos, es a saber sobre doce mil de comunión, por lo que toca a La Catedral; cerca de seis mil en el barrio de Las Nieves; sobre mil quinientas en el barrio de Santa Bárbara; mil trescientas en el barrio de San Victorino, dado que el sujeto que escribió el padrón de San Victorino en el año de 1760 me aseguró constar de dos mil almas de comunión, y con todo eso es mayor la parroquia de Santa Bárbara; mil ciento en los cuatro conventos de monjas; otras tantas en los nueve conventos de religiosos; cien enfermos en el hospital y cerca de doscientos en los dos colegios, y a más de estos pasa de seis mil párvulos, pues aunque no llegan sus vecinos a cuatro mil sino a lo menos a tres mil y tantos, es sinnúmero el de mujeriego, de que puede haber más que de hombres”2.
Así, a dos siglos y medio de su fundación, la ciudad de Santafé ya lo era en toda la regla, no obstante estar situada a 2 600 metros de altura sobre el nivel del mar y constituir, por ello, una ciudad “inaccesible”, a la que llegaban de continuo los viajeros sin otra dificultad que los siete días de viaje Magdalena arriba, y otros dos a caballo desde Honda.
Para ese cumpleaños contaba la capital del Nuevo Reino con los barrios de La Catedral; del Príncipe; de San Jorge; de San Victorino; de Las Nieves, que incluía Las Aguas; de Santa Bárbara, que incluía Las Cruces, y de Belén, que incluía Egipto, más la parroquia de San Diego que marcaba la puerta de entrada norte de la ciudad, por el camino de Tunja, y tenía, según el dato de Oviedo, 30 000 habitantes. ¿Cómo entender entonces que a finales del siglo xviii apenas se le contabilizan 20 000 habitantes, y que al promediar el siglo xix el cálculo no alcanza a los 45 000 habitantes? Bogotá ha sido la única ciudad del mundo que crece al tiempo que sus habitantes disminuyen, al menos en los censos oficiales, pues por lo general las estadísticas particulares siempre le han dado un número de pobladores mayor que el que aquellos suponen.
La ciudad colonial le entregó a la republicana un balance arquitectónico bastante satisfactorio. Todo el conjunto de los jesuitas, que abarca buena parte del sector conocido hoy como La Candelaria; las iglesias de La Catedral, La Candelaria, San Diego, Santo Domingo, San Francisco, La Veracruz, La Tercera, con sus conventos. La Plaza Mayor y la de San Francisco, el paseo de la Alameda (carrera 13 desde San Victorino hasta la 26), la Casa de la Moneda, el Colegio del Rosario, y otros tantos edificios la mayoría de los cuales por fortuna se han conservado.
Vino la arquitectura republicana, que se llamó así por el hecho obvio de que a las 5 de la tarde del 7 de agosto de 1819 comenzamos a vivir en una república. Al principio las construcciones republicanas no se diferenciaron de las coloniales y la única forma de distinguirlas es por la fecha de su construcción. Sólo a partir de 1848, con el edificio de las Galerías, la arquitectura republicana adquiere sus características propias y se desliga por completo de la influencia colonial. De esa fecha en adelante cabe hablar de verdadera arquitectura republicana, y conste que a su promotor, don Juan Manuel Arrubla, la innovación le trajo no pequeños dolores de cabeza.
Hasta 1884 Bogotá no había podido pasar de la calle 26 al norte, ni se había movido de la calle 1.a al sur. ¿El motivo? Los medios de transporte no admitían una expansión de la ciudad, ni existían posibilidades de extender los servicios públicos más allá del perímetro establecido en 1538, si ya era difícil instalarlos en él; pero en 1884 apareció el tranvía de mulas, que hacía el recorrido entre Bogotá y el paradisíaco caserío de Chapinero, donde los pudientes bogotanos se apresuraron a comprar terrenos y a construir elegantes quintas “de veraneo”, y se dio comienzo a una de las joyas de nuestra arquitectura, la gótica iglesia de Lourdes. Para comienzo de la década de los veinte, Chapinero se había convertido en un barrio de Bogotá y la ciudad llegaba hasta la calle 74. La avenida Santiago de Chile estaba poblada de mansiones suntuosas y el Gimnasio Moderno estrenaba su edificio central y construía el resto de su campus idílico. Hacia el sur se levantaron los barrios del 20 de Julio y San Cristóbal, descrito por el poeta Eduardo Castillo como “la versión más fiel del paraíso terrenal”.
También la arquitectura republicana, cuyo período histórico encuadra entre 1848 y 1910, dejó obras notables como el Capitolio Nacional, el Panóptico, el Palacio Liévano, sucesor de las Galerías, la Casa Echeverri, el Teatro Colón, además de las magníficas edificaciones que se construyeron desde 1850 entre Las Cruces y la Avenida Jiménez, arriba de la carrera 7.a (La Candelaria) y abajo de la carrera 9.a hasta la carrera 10; y la bellísima Avenida de la República, o sea la carrera 7.a entre la calle 16 y la calle 26, que parecía una de las más hermosas calles parisinas. Todo este sector está caracterizado por una arquitectura ecléctica, una feliz combinación de Colonia y República, que le da un encanto extraordinario.
Después de 1910 se impuso la arquitectura centenarista, propia del período que se conoce como la República conservadora (1914-1930), aunque ejercida por arquitectos en su mayoría de filiación liberal. Las obras de la arquitectura centenarista son admirables trabajos de diseño y arte. El templo de Nuestra Señora del Carmen, el Colegio de La Merced, el Instituto Pedagógico para señoritas –más adelante Universidad Pedagógica–, el Gimnasio Moderno, el Hotel del Salto, el Edificio Pedro A. López, el Pasaje Hernández, el Palacio de San Francisco, el Edificio Cubillos, el Teatro Faenza, el Teatro Caldas en Chapinero y la Estación de la Sabana son buena muestra de la gran calidad de la arquitectura centenarista, que le dio a Bogotá su primer aire de ciudad cosmopolita.
En 1930 irrumpe la arquitectura de la República liberal. Olaya Herrera trae al urbanista vienés Karl Brunner para que trace el plan regulador de Bogotá, primero en la historia de la capital e inspirador de la arquitectura liberal. En los dieciséis años que van de 1930 a 1946 Bogotá sufrió una transformación urbanística y arquitectónica asombrosa, al punto de que era imposible reconocer en la ciudad de 1930 y la de 1946 la misma capital. La ciudad se extendió por el norte hasta la calle 87, por el sur hasta la calle 24 y por el occidente hasta la carrera 30. Se construyeron grandes edificios, de más de doce pisos, se modernizaron las vías, se hizo el aeropuerto de Techo, y la vida de la ciudad cambió. Como monumentos imperecederos de la arquitectura liberal quedan los edificios de la Universidad Nacional, de la Biblioteca Nacional, del Palacio de Comunicaciones Manuel Murillo Toro, la Casa Medina; los barrios de Teusaquillo, Palermo, Santa Teresita, Bosque Calderón Tejada, El Nogal, El Retiro, La Cabrera, Rosales y muchos otros, si bien nunca podrá excusársele a la República liberal la demolición del templo y del convento de Santo Domingo, ni la del convento de San Agustín.
Los años cincuenta y sesenta, que siguieron a la República liberal, a la violencia de los años cincuenta, al gobierno militar y al Frente Nacional, no hicieron aporte arquitectónico digno de memoria, si exceptuamos las Torres del Parque y el Museo de Arte Moderno. La Plaza de Bolívar, adornada con preciosas fuentes de colores y escalinatas de sobria elegancia, fue “desarmada” en 1960 y sustituida por la actual, germen de polémica permanente entre los que lamentan la desaparición de la artística plaza anterior y critican la nueva como un adefesio desposeído de toda gracia, y los que defienden la plaza actual como un toque de modernización del sector.
Las décadas de 1970 y 1980 marcan un declive dramático de la arquitectura bogotana, y la desaparición absoluta de planeación en la ciudad, sustituida por el caos. Un ejemplo lo encontramos en la carrera 7.a entre las calles 40 y 67, donde una arquitectura disparatada, sin diseño ni control, ha hecho de ese tramo, en una vía de gran importancia, uno de los sectores más feos de la ciudad.
Hay un renacimiento a mediados de los ochenta. El proyecto del Parque Central Bavaria revive el entusiasmo por el buen gusto y el diseño arquitectónico fincado en una concepción artística. El Parque, a la postre, no resultó lo que se había pensado, pero de todas maneras constituyó un hito. Los años noventa traen la arquitectura de fin de siglo, con obras deslumbrantes como el Archivo General de la Nación, el edificio de Postgrados de la Universidad Nacional, el Hotel de la Ópera, el edificio de Postgrados de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y su plazoleta y el Complejo Científico de Maloka. Y en lo que va del siglo XXI surge una arquitectura futurista que tiene sus mejores exponentes en el edificio de la Biblioteca de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y de las Bibliotecas Públicas Virgilio Barco, El Tintal y El Tunal.
Bogotá 360º nos lleva a un recorrido del pasado, el presente y el futuro de Bogotá, que vistos por el ojo de un fotógrafo de hoy nos enseñan detalles que escapan a nuestra mirada inexperta de ciudadanos comunes y corrientes. ¿Tiene, esa Bogotá interior, la belleza espectacular que apreciamos en las fotos de Cristóbal von Rothkirch? La tiene. Y precisamente la tarea que cumple von Rothkirch es mostrárnosla, hacérnosla visible; pero no es una tarea fácil valerse de un enfoque de 360º para describir un lugar. La cámara en 360º tiene la misma visión que el ojo humano. Este puede captar de una mirada la angulación completa de un lugar, como si fuera un lente de 360º; pero no tiene la capacidad de fijar lo que capta. La cámara sí. De ahí la sorpresa que se experimenta al observar una foto en 360º tomada por Cristóbal von Rothkirch de un sitio que, como el Museo de El Chicó, nos es tan familiar, y que en principio no reconocemos. Aquellos salones elegantes, que con sus muebles de los tiempos coloniales, sus cuadros auténticos, también de la Colonia, con sus marcos dorados, las dos puertas de ventanal que vislumbran al exterior un jardín suntuoso, nos llevan a una tercera puerta abierta sobre un espléndido patio lleno de verdor, ¿dónde los hemos visto? Los hemos visto, una o muchas veces, en el Museo de El Chicó, bajo un aspecto idéntico a como los visualiza la cámara de von Rothkirch, y que no recordamos porque la mente carece de las cualidades de la cámara fotográfica para fijar el instante.
Durante los siglos xviii, xix y primera década del xx, los santafereños, primero, y los bogotanos después, adquirieron el hábito de construir casas de fachadas modestas e interiores muy lujosos, verdaderos palacetes. Los capitalinos pudientes no querían ser ostentosos hacia afuera sino hacia adentro de sus viviendas y las amoblaban y adornaban de modo que fueran un placer para la familia y para las visitas que iban a tomar chocolate a las onces, como lo describen en sus cuadros de costumbres Ricardo Silva, José María Vergara y Vergara, Rafael Eliseo Santander y otros, o para lucirse en los suntuosos bailes que se daban de cuando en cuando. En su gracioso cuadro Un remiendito, Ricardo Silva describe uno de esos interiores en trance de remodelación: “—Pues aquí puede hacerse un palacio, comadre —dijo D. Serafín llegando con doña Pilar al corredor en donde estaban las muchachas recostadas sobre la baranda. —Vea usted lo que yo haría —agregó—: quitar el balcón feo y enorme de la calle; abrir los umbralados a la misma altura y a la misma distancia; hacer nuevo el alar sobre canecitos de moda, poner cinco balconcitos de balaustres dorados; abrir, haciéndolos más altos y a igual distancia, los umbralados de las tiendas; quitar el zaguán de donde está y hacerlo en el centro, más estrecho y bonito; ponerle portones nuevos, enchapado de madera, y cielo raso con cornisa y floroncito, y montar los vanes del alar sobre una cornisa elegante y vistosa. Esto en cuanto a la calle: ahora, en cuanto a lo de adentro, la obra sería más sencilla: levantar los entejados de estos corredores, para lo cual sólo habría que cambiar estas columnas viejas y rajadas por otras más altas, ochavadas y con sus capiteles y pedestales de buen gusto y montar sobre estas el nuevo pendulado, sin tocar las cumbreras; levantar y colocar a igual distancia los umbralados de la parte alta; hacer todos los cielos rasos, empezando por el de la sala, que es de lienzo y que está manchado y soplado; ponerle a todas las piezas cornisas y florones vistosos y elegantes; cubrir este corredor ancho con bastidores y cristales para formar una linda galería; hacer de las piezas de mi compadre Torreglosa y de la siguiente, un departamento para las niñas, con vista al patio interior, que puede ser convertido en un bellísimo jardín; hacer un gran aplanchado en el comedor y cubrirlo con cristales para reemplazar esa ventana vieja que lo afea, y hacerle sus seiboes; hacer de nuevo esas canales de lata y empapelar y pintar toda la casa”. ¿Se imaginan la foto maravillosa con que el lente de 360º de von Rothkirch hubiera podido plasmar la situación descrita por el irónico costumbrista.
Con la llegada del cine, el automóvil y el avión, las costumbres bogotanas comienzan a evolucionar. Los nuevos arquitectos –Santamaría, Lombana, Manrique, de La Cruz– bajo la inspiración de los maestros extranjeros –Lelarge, Cantini– crean sus propios diseños originales que armonizan la elegancia y el esplendor interior con exteriores atractivos.
Hay muchos de estos interiores bogotanos captados por Cristóbal von Rothkirch a los que quizá nunca tengan acceso los lectores de este libro. Esa veda, impuesta por distintas circunstancias, nos impide conocer una parte de la ciudad que sin embargo ejerce influencia extrema en su ritmo de vida. La cámara mágica de von Rothkirch nos abre las puertas de aquellos lugares poco accesibles y con su giro de 360º nos deja verlos en su majestuosa dimensión.
Notas:
- 1 Guillermo Hernández Rodríguez: De los chibchas a la Colonia y a la República, p. 52. Ediciones Paraninfo, Bogotá, 1990.
- 2 Vicente Basilio de Oviedo: Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada, p. 83. Biblioteca de Historia Nacional, volumen XLV. Imprenta Nacional, Bogotá, 1930.