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- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
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- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
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- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
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- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
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- Volando Colombia. Paisajes (2009)
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- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Miscelanea
Collar con cuentas de chaquiras, dijes, azabaches, semillas “ojo de venado”, “ojo de tigre” y representaciones sagradas de la imaginería popular. Indígenas Guambiano, Cauca. Janine El' Gazi.
Recipiente elaborado con el caparazón de un armadillo, doblado, perforado y atado con cable. Se utiliza, generalmente, para guardar huevos. Magdalena medio. José Fernando Machado.
Cáliz en miniatura, hecho en tagua, semilla de una palma, conocida como marfil vegetal, ideal para elaborar diferentes productos artesanales. Chiquinquirá, Boyacá. Alfredo Pinzón.
Detalle de un bargueño con incrustaciones en hueso. Siglo XVII. Bogotá. Diego Samper.
Collares prehispánicos con cuentas de hueso, láminas de concha en forma de botón y caracoles. Diferentes culturas. Pilar Gómez.
Collares prehispánicos con cuentas de hueso, colmillos de animales y conchas, sobre recipiente cerámico globular. Cultura Tairona. José Fernando Machado.
Cuentas de collar prehispánico de piedra, talladas y perforadas. Armadas sobre un aro de plata. Costa Atlántica. Collares prehispánicos en piedra. Janine El' Gazi.
Las cuentas fueron talladas en forma tubular, globular y discoide. Costa Atlántica. Jorge Eduardo Arango.
Corona ceremonial en plumas de tucán, loro, guacamayo y paujil, insertadas sobre banda de bejuco. Putumayo. José Fernando Machado.
Adorno en alas de escarabajo y plumas. Guaviare. José Fernando Machado.
Tocado ceremonial de plumas de loro y papagayo, montado sobre bejuco, adornado con bandas de plumas de tucán amarillas y rojas. Amazonas. José Fernando Machado.
Sonaja hecha de semillas de palma de cumare, utilizadas en las pantorrillas o en los brazos del danzante indígena. Amazonas. José Fernando Machado.
Cascabel vegetal de semillas de cumare, que se anuda por encima de las rodillas. Entre los indígenas Cuna se conoce como “kaapolet”. Golfo de Urabá. José Fernando Machado.
Collares y sonajeros en racimos de semillas, cortadas y unidas con fibras vegetales, retorcidas y anudadas. El danzante las usa en el cuello o en la cintura. Vaupés. José Fernando Machado.
Sonajero de semillas del bejuco cascabel, tejidas con fibras delgadas de yarumo, llamadas entre los Cubeo “tsakápa”. También son usados por los danzantes, en las pantorrillas o atados a un bastón. Amazonas. José Fernando Machado.
Collares ceremoniales en plumas de guacamayo y loro, con semillas “ojos de dios” o “lágrimas de San Pedro”, pepas rojas de “siringa”, “ojo de muñeco” de color negro, segmentos de hueso y chaquiras, atadas a una fibra vegetal. Vaupés. Pilar Gómez.
Maracas y recipientes en totumo, tallados y pintados. La maraca es un instrumento musical que se puede hacer también con calabazo. El mango cilíndrico se talla en diversas maderas. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Recipientes, tallados y pintados sobre el fruto del totumo, utilizados para almacenar líquidos. La decoración de esta corteza comprende tanto motivos figurativos, como escenas cotidianas de vaquería o fiestas populares. Córdoba. Pilar Gómez.
Recipientes en calabazo tallados y pintados en el cuerpo ovoide, y asas con forma de canasta. Córdoba. Pilar Gómez.
Poporos o calabazos para cargar la cal, usados por diferentes grupos indígenas en el “mambeo” de las hojas de coca. La cal la extraen del calabazo con la ayuda de un palo que llevan a la boca. Antes de introducirlo nuevamente, ya que sirve de tapa, lo friccionan alrededor de la abertura para secarlo. Con el tiempo y por el constante uso, la abertura, paulatinamente, se recubre con cal, que luego de endurecerse y al acumularse va formando un disco. José Fernando Machado.
Maracas costeñas. Instrumento musical hecho del fruto del totumo. Decorado, perforado y pintado, con mango de madera. En el interior se depositan pequeñas piedras o semillas para producir el sonido. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Detalles de enchape en coco, sobre superficies en madera. Se utiliza principalmente en mesas, marcos y cofres. Ibagué, Tolima. Diego Samper.
Detalles de enchape en coco, sobre superficies en madera. Se utiliza principalmente en mesas, marcos y cofres. Ibagué, Tolima. Diego Samper.
Jorge Eduardo Arango.
Remates de pasamanos de escalera, con cortezas de coco pulidas, colocadas por medio de un espigo en madera y relleno en concreto. Marcelo Villegas. Manizales, Caldas. Jorge Eduardo Arango.
Cubiertos, elaborados a mano por artesanos de la Costa Atlántica. Deimos. Bogotá. José Fernando Machado.
Cajas en cacho, elaborados a mano por artesanos de la Costa Atlántica. Deimos. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalle de una mesa enchapada en piezas de cacho. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Las sociedades indígenas hacen uso de las semillas, plumas de aves, alas de insectos, huesos y colmillos de animales, para elaborar collares, pulseras y otros elementos de adorno personal, que son llevados en las fiestas y ceremonias.
Dentro de la plumaria ceremonial se usa comúnmente las de papagayo, grulla real, tulcán y otros pájaros de hermosos y vistosos colores. La mayoría de estas plumas se tejen en coronas o peines planos, otras acompañan las cuentas de hueso, piedras, semillas y colmillos de pecarí y ocelote, en la conformación de los collares que, además de su uso ornamental, tienen una función musical. El danzante que los usa precipita con su ritmo y movimiento sonidos que imitan el fragor de la naturaleza, silbidos, vientos, lluvias y truenos.
Son los hombres quienes usan, en las comunidades indígenas, las plumas profusamente en sus adornos personales, especialmente los de la región amazónica. Constituyen ellas un signo distintivo de importancia individual, pero también una seña de identidad de la tribu. El número y vistosidad de las plumas que se llevan pueden denotar claramente el rango de su portador, dentro de la jerarquía de su grupo. Los grandes penachos de plumas, el cuerpo pintado, los collares y los sonajeros de semillas anudados a los tobillos y codos, constituyen parte importante de la indumentaria ritual.
Otra semilla bellamente trabajada es el totumo. De la familia de las bignoniáceas, el árbol del totumo se encuentra en abundancia en todo el país. Gracias a la resistencia de su cáscara, el grabador puede realizar sobre ella incisiones de muy variadas formas y motivos. La flora y las composiciones geométricas son los diseños dominantes en la presentación de este bello artículo.
Figuras humanas, fauna, decoración en forma de flores, escenas de la vida cotidiana, hojas y remates estilizados con un movimiento en espiral, son características de estos dibujos sobre la dura corteza. En Jamundí, en el Valle del Cauca, los artesanos reflejan, más que escenas, todo el ambiente de la zona. Los colores rojo y verde son los más característicos. El totumo es utilizado en el Valle del Cauca, sin mayores procesos de ornamentación, como recipiente para empacar el manjar blanco, un postre hecho a base de leche y azúcar, propio de la región.
El cocotero es un preciado regalo de la naturaleza. Las hojas enteras del cocotero se utilizan para techar casas y formar cercas. Sus limbos son usados como fibra para fabricar alfombras, canastas, sombreros, escobas, cepillos y sopladores. Las flores y órganos de sostén del cocotero son útiles para fabricar escobas y cepillos. Las vainas de las hojas se usan, frecuentemente, en la confección de pantallas, pantuflas, canastos y hasta vestidos y cobijas. La cubierta exterior del fruto se aprovecha para la confección de tapetes, sogas y escobillas. Las cáscaras duras resultan de gran calidad para la confección de botones, adornos, peines, vasijas, materos, cucharas, apliques y juguetes. El tronco viejo sirve como rolliza para construcciones civiles y marítimas. Con ella se pueden fabricar puntales y canaletes para la conducción de líquidos y vasijas. Una característica muy peculiar del coco es que su madera, de excelente calidad, sirve para fabricar elementos resistentes y a la vez delicados. Los artesanos de La Guajira ofrecen un ejemplo espléndido de la continuidad en la utilización del coco en la confección de collares. La cáscara del coco se horada haciendo girar una aguja cónica en forma de molinillo. La cáscara sobrante, con múltiples agujeros, sirve como colador para la cocina. Por otra parte los diseñadores contemporáneos han sabido utilizar la corteza de coco al aplicarla como parte de sus diseños. En la fabricación de enchapes de muebles y otros usos, el coco ofrece un aspecto diverso y atractivo.
El uso del cuerno y el carey, en la Edad Media, estaba incorporado a los trabajos de los pequeños artesanos de España, que ofrecían al pueblo sus productos derivados de los apéndices de los animales vacunos y de los caparazones de las tortugas. Se usaron, con gran frecuencia, para realizar incrustaciones en los mobiliarios. Esta tradición fue prolongada por los españoles, en tierra americana, en la época de la Colonia, aunque ya, desde tiempo atrás, los indígenas utilizaban el cuerno. Con el incremento del ganado vacuno su uso se difundió, en forma más apreciable, en diferentes regiones del país.
Así como el cuerno y el carey se emplean para la incrustación, otros materiales con características similares se tratan de forma parecida y, así, resultan aptos para hacer parte de la decoración de muebles, cajas, bargueños y marcos. Materiales como el marfil, el hueso y el nácar resultan ideales para engastar, en formas intrincadas, fragmentos de tales materiales con un sentido del orden geométrico o, bien en forma tan caprichosa, que ofrecen la impresión de una gran densidad en los motivos.
En el diseño contemporáneo, el cacho es un material de bello aspecto para la elaboración de juegos completos de cubiertos y sofisticadas vasijas.
Altamente apreciada en Europa, la tagua fue a finales del siglo XIX exportada en grandes cantidades al viejo continente. Allí servía de materia prima para las fábricas de botones. En la Costa Pacífica la figura de un gran explotador, típico del siglo XIX, se alza aún con la fuerza de una leyenda. En las selvas de Urabá a Eusebio Campillo se le llamaba con temor y respeto “Rey de la Tagua”. Con las exportaciones masivas, este personaje creó allí su propio imperio de riqueza y dominio. Hacia las primeras décadas del siglo, el uso de la tagua se difundió por otras regiones, en Boyacá por ejemplo, en donde tuvo fuerte arraigo. En los años treinta se inició el oficio del tallado y torneado de la tagua, en Chiquinquirá, con perspectivas de un amplio desarrollo. Desde entonces se ha visto en ella una materia prima ideal para elaborar juguetes en miniatura, camándulas, collares y pequeñas imágenes sagradas.
Las semillas, el cuerno, los huesos y los vegetales que se han usado como materia prima para la elaboración de objetos artesanales, siempre presentarán nuevas incitaciones a los artesanos, para la creación de objetos que embellecen la vida y que señalan una utilidad práctica.
#AmorPorColombia
Miscelanea
Collar con cuentas de chaquiras, dijes, azabaches, semillas “ojo de venado”, “ojo de tigre” y representaciones sagradas de la imaginería popular. Indígenas Guambiano, Cauca. Janine El' Gazi.
Recipiente elaborado con el caparazón de un armadillo, doblado, perforado y atado con cable. Se utiliza, generalmente, para guardar huevos. Magdalena medio. José Fernando Machado.
Cáliz en miniatura, hecho en tagua, semilla de una palma, conocida como marfil vegetal, ideal para elaborar diferentes productos artesanales. Chiquinquirá, Boyacá. Alfredo Pinzón.
Detalle de un bargueño con incrustaciones en hueso. Siglo XVII. Bogotá. Diego Samper.
Collares prehispánicos con cuentas de hueso, láminas de concha en forma de botón y caracoles. Diferentes culturas. Pilar Gómez.
Collares prehispánicos con cuentas de hueso, colmillos de animales y conchas, sobre recipiente cerámico globular. Cultura Tairona. José Fernando Machado.
Cuentas de collar prehispánico de piedra, talladas y perforadas. Armadas sobre un aro de plata. Costa Atlántica. Collares prehispánicos en piedra. Janine El' Gazi.
Las cuentas fueron talladas en forma tubular, globular y discoide. Costa Atlántica. Jorge Eduardo Arango.
Corona ceremonial en plumas de tucán, loro, guacamayo y paujil, insertadas sobre banda de bejuco. Putumayo. José Fernando Machado.
Adorno en alas de escarabajo y plumas. Guaviare. José Fernando Machado.
Tocado ceremonial de plumas de loro y papagayo, montado sobre bejuco, adornado con bandas de plumas de tucán amarillas y rojas. Amazonas. José Fernando Machado.
Sonaja hecha de semillas de palma de cumare, utilizadas en las pantorrillas o en los brazos del danzante indígena. Amazonas. José Fernando Machado.
Cascabel vegetal de semillas de cumare, que se anuda por encima de las rodillas. Entre los indígenas Cuna se conoce como “kaapolet”. Golfo de Urabá. José Fernando Machado.
Collares y sonajeros en racimos de semillas, cortadas y unidas con fibras vegetales, retorcidas y anudadas. El danzante las usa en el cuello o en la cintura. Vaupés. José Fernando Machado.
Sonajero de semillas del bejuco cascabel, tejidas con fibras delgadas de yarumo, llamadas entre los Cubeo “tsakápa”. También son usados por los danzantes, en las pantorrillas o atados a un bastón. Amazonas. José Fernando Machado.
Collares ceremoniales en plumas de guacamayo y loro, con semillas “ojos de dios” o “lágrimas de San Pedro”, pepas rojas de “siringa”, “ojo de muñeco” de color negro, segmentos de hueso y chaquiras, atadas a una fibra vegetal. Vaupés. Pilar Gómez.
Maracas y recipientes en totumo, tallados y pintados. La maraca es un instrumento musical que se puede hacer también con calabazo. El mango cilíndrico se talla en diversas maderas. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Recipientes, tallados y pintados sobre el fruto del totumo, utilizados para almacenar líquidos. La decoración de esta corteza comprende tanto motivos figurativos, como escenas cotidianas de vaquería o fiestas populares. Córdoba. Pilar Gómez.
Recipientes en calabazo tallados y pintados en el cuerpo ovoide, y asas con forma de canasta. Córdoba. Pilar Gómez.
Poporos o calabazos para cargar la cal, usados por diferentes grupos indígenas en el “mambeo” de las hojas de coca. La cal la extraen del calabazo con la ayuda de un palo que llevan a la boca. Antes de introducirlo nuevamente, ya que sirve de tapa, lo friccionan alrededor de la abertura para secarlo. Con el tiempo y por el constante uso, la abertura, paulatinamente, se recubre con cal, que luego de endurecerse y al acumularse va formando un disco. José Fernando Machado.
Maracas costeñas. Instrumento musical hecho del fruto del totumo. Decorado, perforado y pintado, con mango de madera. En el interior se depositan pequeñas piedras o semillas para producir el sonido. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Detalles de enchape en coco, sobre superficies en madera. Se utiliza principalmente en mesas, marcos y cofres. Ibagué, Tolima. Diego Samper.
Detalles de enchape en coco, sobre superficies en madera. Se utiliza principalmente en mesas, marcos y cofres. Ibagué, Tolima. Diego Samper.
Jorge Eduardo Arango.
Remates de pasamanos de escalera, con cortezas de coco pulidas, colocadas por medio de un espigo en madera y relleno en concreto. Marcelo Villegas. Manizales, Caldas. Jorge Eduardo Arango.
Cubiertos, elaborados a mano por artesanos de la Costa Atlántica. Deimos. Bogotá. José Fernando Machado.
Cajas en cacho, elaborados a mano por artesanos de la Costa Atlántica. Deimos. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalle de una mesa enchapada en piezas de cacho. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Las sociedades indígenas hacen uso de las semillas, plumas de aves, alas de insectos, huesos y colmillos de animales, para elaborar collares, pulseras y otros elementos de adorno personal, que son llevados en las fiestas y ceremonias.
Dentro de la plumaria ceremonial se usa comúnmente las de papagayo, grulla real, tulcán y otros pájaros de hermosos y vistosos colores. La mayoría de estas plumas se tejen en coronas o peines planos, otras acompañan las cuentas de hueso, piedras, semillas y colmillos de pecarí y ocelote, en la conformación de los collares que, además de su uso ornamental, tienen una función musical. El danzante que los usa precipita con su ritmo y movimiento sonidos que imitan el fragor de la naturaleza, silbidos, vientos, lluvias y truenos.
Son los hombres quienes usan, en las comunidades indígenas, las plumas profusamente en sus adornos personales, especialmente los de la región amazónica. Constituyen ellas un signo distintivo de importancia individual, pero también una seña de identidad de la tribu. El número y vistosidad de las plumas que se llevan pueden denotar claramente el rango de su portador, dentro de la jerarquía de su grupo. Los grandes penachos de plumas, el cuerpo pintado, los collares y los sonajeros de semillas anudados a los tobillos y codos, constituyen parte importante de la indumentaria ritual.
Otra semilla bellamente trabajada es el totumo. De la familia de las bignoniáceas, el árbol del totumo se encuentra en abundancia en todo el país. Gracias a la resistencia de su cáscara, el grabador puede realizar sobre ella incisiones de muy variadas formas y motivos. La flora y las composiciones geométricas son los diseños dominantes en la presentación de este bello artículo.
Figuras humanas, fauna, decoración en forma de flores, escenas de la vida cotidiana, hojas y remates estilizados con un movimiento en espiral, son características de estos dibujos sobre la dura corteza. En Jamundí, en el Valle del Cauca, los artesanos reflejan, más que escenas, todo el ambiente de la zona. Los colores rojo y verde son los más característicos. El totumo es utilizado en el Valle del Cauca, sin mayores procesos de ornamentación, como recipiente para empacar el manjar blanco, un postre hecho a base de leche y azúcar, propio de la región.
El cocotero es un preciado regalo de la naturaleza. Las hojas enteras del cocotero se utilizan para techar casas y formar cercas. Sus limbos son usados como fibra para fabricar alfombras, canastas, sombreros, escobas, cepillos y sopladores. Las flores y órganos de sostén del cocotero son útiles para fabricar escobas y cepillos. Las vainas de las hojas se usan, frecuentemente, en la confección de pantallas, pantuflas, canastos y hasta vestidos y cobijas. La cubierta exterior del fruto se aprovecha para la confección de tapetes, sogas y escobillas. Las cáscaras duras resultan de gran calidad para la confección de botones, adornos, peines, vasijas, materos, cucharas, apliques y juguetes. El tronco viejo sirve como rolliza para construcciones civiles y marítimas. Con ella se pueden fabricar puntales y canaletes para la conducción de líquidos y vasijas. Una característica muy peculiar del coco es que su madera, de excelente calidad, sirve para fabricar elementos resistentes y a la vez delicados. Los artesanos de La Guajira ofrecen un ejemplo espléndido de la continuidad en la utilización del coco en la confección de collares. La cáscara del coco se horada haciendo girar una aguja cónica en forma de molinillo. La cáscara sobrante, con múltiples agujeros, sirve como colador para la cocina. Por otra parte los diseñadores contemporáneos han sabido utilizar la corteza de coco al aplicarla como parte de sus diseños. En la fabricación de enchapes de muebles y otros usos, el coco ofrece un aspecto diverso y atractivo.
El uso del cuerno y el carey, en la Edad Media, estaba incorporado a los trabajos de los pequeños artesanos de España, que ofrecían al pueblo sus productos derivados de los apéndices de los animales vacunos y de los caparazones de las tortugas. Se usaron, con gran frecuencia, para realizar incrustaciones en los mobiliarios. Esta tradición fue prolongada por los españoles, en tierra americana, en la época de la Colonia, aunque ya, desde tiempo atrás, los indígenas utilizaban el cuerno. Con el incremento del ganado vacuno su uso se difundió, en forma más apreciable, en diferentes regiones del país.
Así como el cuerno y el carey se emplean para la incrustación, otros materiales con características similares se tratan de forma parecida y, así, resultan aptos para hacer parte de la decoración de muebles, cajas, bargueños y marcos. Materiales como el marfil, el hueso y el nácar resultan ideales para engastar, en formas intrincadas, fragmentos de tales materiales con un sentido del orden geométrico o, bien en forma tan caprichosa, que ofrecen la impresión de una gran densidad en los motivos.
En el diseño contemporáneo, el cacho es un material de bello aspecto para la elaboración de juegos completos de cubiertos y sofisticadas vasijas.
Altamente apreciada en Europa, la tagua fue a finales del siglo XIX exportada en grandes cantidades al viejo continente. Allí servía de materia prima para las fábricas de botones. En la Costa Pacífica la figura de un gran explotador, típico del siglo XIX, se alza aún con la fuerza de una leyenda. En las selvas de Urabá a Eusebio Campillo se le llamaba con temor y respeto “Rey de la Tagua”. Con las exportaciones masivas, este personaje creó allí su propio imperio de riqueza y dominio. Hacia las primeras décadas del siglo, el uso de la tagua se difundió por otras regiones, en Boyacá por ejemplo, en donde tuvo fuerte arraigo. En los años treinta se inició el oficio del tallado y torneado de la tagua, en Chiquinquirá, con perspectivas de un amplio desarrollo. Desde entonces se ha visto en ella una materia prima ideal para elaborar juguetes en miniatura, camándulas, collares y pequeñas imágenes sagradas.
Las semillas, el cuerno, los huesos y los vegetales que se han usado como materia prima para la elaboración de objetos artesanales, siempre presentarán nuevas incitaciones a los artesanos, para la creación de objetos que embellecen la vida y que señalan una utilidad práctica.