- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
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- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Protejamos las aguas de Colombia en un mundo en cambio
Nacimiento de la quebrada Las Nereidas. Parque Nacional Natural de los Nevados, Caldas. César David Martínez.
Raudal Maypures. Vichada. Diego Miguel Garcés.
Río Blanco, Tolima. Jesús Vélez.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
Cuando se estima que en el año 2050 cerca de 2,000 millones, de los 7,000 millones de habitantes del mundo, enfrentarán serios problemas de acceso al agua, los colombianos, a partir de su enorme riqueza en agua dulce, tenemos el imperativo de asegurar que esa situación de escasez no se presente en nuestro territorio. Una meta que exige fuerte voluntad política y el trabajo aunado de todos nosotros, los ciudadanos.
Es un escenario posible, así los procesos de contaminación del agua y la degradación de los ecosistemas que nos prestan el invaluable servicio de proveernos el preciado líquido, estén poniendo en riesgo la integridad de esta riqueza única.
La degradación, y muchas veces la destrucción, de nuestras fuentes de agua no es diferente a lo ocurrido en todos los países del mundo, aunque, quizá, hayamos sido menos cuidadosos en su protección como consecuencia de la abundancia que, con frecuencia, conduce al despilfarro. Y este deterioro es, en últimas, el producto de la incesante lucha de la humanidad por la supervivencia —a semejanza de lo que hacen los otros seres vivos de la naturaleza—, para la cual el agua es esencial. Una lucha que ha adquirido especial complejidad a raíz de que la población mundial se ha multiplicado por cuatro en poco más de 100 años, pasando de 1,650 millones de habitantes en 1900, a 6,640 millones en 2008. En Colombia se manifiesta en el hecho de que nuestra población se haya multiplicado, también por cuatro, pero tan solo en el lapso de 50 años.
Muchas veces esta lucha ha sido adelantada con sabiduría y prudencia, pero a menudo con estulticia, como indica, por ejemplo, el mal uso de los recursos naturales asociado con algunos patrones de consumo. O como nos lo recuerda la transformación o destrucción de ecosistemas estratégicos adelantadas sin medir sus consecuencias en relación con los servicios ambientales que aquellos nos prestan. Tal es el caso de grandes deforestaciones o la sustitución de la vegetación natural del páramo por cultivos de papa y pastizales para el pastoreo que, entre otros efectos, han causado la desregulación de los sistemas hídricos, haciendo más extremas las inundaciones en las estaciones de lluvia y la escasez de agua en las estaciones secas.
Asimismo, en muchos momentos de la historia, la creatividad humana, en búsqueda de satisfacer sus necesidades básicas, ha realizado extraordinarias e imaginativas invenciones. Pero, a la postre, muchas de estas creaciones han causado graves problemas ambientales y generado temores indecibles, ante fuerzas de la naturaleza desatadas por tecnologías que han acabado por atentar contra la trama misma de la vida en la Tierra. Es lo ocurrido con diversas tecnologías agrícolas e industriales, que han sido claves para atender necesidades básicas como la alimentación y el transporte, o para mejorar la salud de la población, pero que, al mismo tiempo, han generado diversos problemas de contaminación de los suelos, las aguas y la atmósfera.
Quizás el mejor ejemplo de esa paradoja sean hoy las tecnologías basadas en la combustión de combustibles fósiles —sin las cuales no sería imaginable la civilización contemporánea— que, después de dos siglos de empleo, muchas veces sin mesura, resultan ser la principal causa del calentamiento global, una amenaza que, de no doblegarse, podría tener repercusiones gravísimas en un futuro no muy distante. El hecho, ya está teniendo consecuencias serias para la humanidad, como evidencian los desequilibrios en los sistemas de agua dulce y salada (el derretimiento de los glaciares, por ejemplo), los regímenes de lluvia y la mayor severidad de los huracanes.
En Colombia lo atestiguan los más de un millón y medio de damnificados por las trágicas inundaciones, deslizamientos y pérdida de cosechas a lo largo del año 2008, resultado de las irregularidades de los períodos invernales y secos y del mayor rigor de las lluvias torrenciales y el aumento de la precipitación en casi todo el territorio nacional, fenómenos derivados del calentamiento global (IPCC, 2008).
La contaminación de las fuentes de agua, la degradación de los ecosistemas que las sustentan y las consecuencias ya palpables del calentamiento no hacen parte del testimonio fotográfico aquí presentado. Pero muchos de los ríos de Colombia —que en las bellas imágenes de esta obra discurren unas veces en forma plácida y otras torrentosa— están gravemente contaminados o sus caudales y regularidad a lo largo del año han sido alterados como resultado de la deforestación y otros daños infligidos a los ecosistemas que los sustentan.
Es el caso del río Bogotá que, en la imagen de su caída en el salto del Tequendama incluida en este libro, aparece tan majestuoso que podría confundirse con las fotografías de principios del siglo pasado o los grabados, óleos y acuarelas de los viajeros del siglo xix. Pero todos sabemos que el río Bogotá, antes de entrar al Distrito Capital, ya es un río biológicamente en agonía, como consecuencia de los vertimientos de aguas domésticas e industriales no tratadas que se hacen aguas arriba de la ciudad. Y el río, que acaba siendo rematado en su paso por la ciudad, se precipita maloliente por el gran salto, en aquellos momentos en que la empresa de energía de la ciudad permite que sus aguas se dirijan hacia esa caída natural, puesto que normalmente discurren por otra caída artificial, entubada e invisible, construida para generar electricidad. Pasado el salto, el río Bogotá, con sus aguas negras e inservibles para actividades domésticas o agrícolas, recorre un largo trecho hasta entregar al río Magdalena la contaminación producida principalmente por la gran urbe con sus siete millones de habitantes y su intensa actividad industrial y de servicios.
El río Bogotá es, a la vez, un símbolo nacional de la extrema contaminación que hemos producido en algunas de nuestras fuentes de agua dulce y de los graves costos ambientales y sociales en que hemos incurrido (muchas veces tal vez con justificación, otras producto de la simple irresponsabilidad) para avanzar en una senda del desarrollo económico que supuestamente nos promete el paraíso.
Sin embargo, la situación de los ríos de las ciudades colombianas no es solamente el producto de los malos hábitos ambientales de nuestros ciudadanos. No existe una sola urbe del planeta, del tamaño de la capital de nuestro país, que no haya visto morir su río. Y no existe una ciudad mediana o pequeña que no haya visto degradar sus fuentes de agua, muchas veces hasta la muerte.
Pero los problemas con nuestra agua dulce van más allá. Muchos de los cuerpos de agua (lagos y humedales) han sido desecados para dar paso a la agricultura y la urbanización. Todos nuestros ríos están hoy alterados por la destrucción de los ecosistemas boscosos. Y todos registran ya cambios que son consecuencia del calentamiento global, como se manifiesta en el derretimiento de los glaciares o en la reducción del área de los páramos, impacto, este último, que —como muchos otros— por ahora solo es perceptible a través de la investigación científica.
Trágicamente, parecía que no había alternativa a la degradación y destrucción de muchos de los cuerpos de agua dulce del mundo. Pero, por fortuna, algunos ríos y humedales están siendo objeto de complejas restauraciones, lo que nos muestra que es posible recuperar la calidad del agua dulce y que es posible devolver a ellos la vida, su flora y su fauna, en todo su esplendor. Son restauraciones que implican no solo la descontaminación de las aguas, sino también la reforestación de las cuencas protectoras y la recuperación de los humedales que hacen parte del complejo riverino. Y producen inevitablemente unos ecosistemas diferentes a los que conocieron nuestros antepasados hace 100 o 200 años, pero que pueden ser tan fuertes como aquellos en términos de los servicios que nos prestan, de su diversidad biológica y de su belleza paisajística. Son ríos restaurados (tal vez después de lo dicho no deberían llamarse así) que encontramos principalmente en Norteamérica y Europa, y cuya recuperación ha sido financiada, paradójicamente, con el superávit del crecimiento económico que los hizo morir.
Bogotá, como otras ciudades de Colombia, se ha planteado emprender la restauración de su río que, dado el nivel de desarrollo del país, ya está dentro de lo posible, y cuya realización no sería justificable postergar más. La fotografía del Tequendama no es entonces una imagen engañosa; sencillamente nos permite soñar con la restauración de las fuentes de agua dulce de Colombia que hemos arruinado. Un propósito nacional que requiere tomarse con todo el empeño en todas las ciudades y regiones del país que tengan hoy una deuda con sus ríos, lagunas y ciénagas.
En síntesis, vivimos en un mundo significativamente alterado por la acción humana. Y, para nuestro propio bien, es ineludible restaurar o fortalecer los ecosistemas que lo sustentan, con el fin de que continúen prestándonos los insustituibles servicios de aprovisionamiento (entre otros de agua, para los más diversos usos, y alimentos, a partir de los ecosistemas naturales y agroecosistemas); de regulación ambiental (por ejemplo, regulación del clima y los ciclos hidrológicos, dispersión de semillas, regulación de los vientos, prevención de la erosión); culturales y estéticos (recreación, hábitat a culturas indígenas y campesinas); y sostenimiento de los propios ecosistemas. Y el agua, en todas sus formas, es parte integral de todos los ecosistemas; su calidad y cantidad están indisolublemente ligadas a su fortaleza, y es un requisito para el bienestar humano.
Al afirmar que vivimos una época de cambio ambiental de origen humano, no debemos perder de vista que el mundo siempre ha estado en permanente cambio, como lo evidencia, en un horizonte temporal que a nosotros nos parece infinito, la evolución de las especies y la historia de la parte no viva del planeta que se inició hace cuatro billones de años en una extraordinaria colisión de asteroides y que, desde entonces, ha estado en incesante cambio.
Tampoco debemos perder de vista que nuestro planeta experimenta transformaciones naturales que han afectado la vida del hombre en plazos registrados por la historia, como evidencian los cambios del clima y de los regímenes de estaciones lluviosas y secas que se dieron en los últimos 10 000 años y que marcaron, de alguna manera, el devenir histórico de diversas civilizaciones y pueblos. Tal es el caso de Roma o el destino de la civilización maya y de los pueblos que habitaron la depresión momposina en Colombia.
La diferencia hoy consiste en que, al tiempo que vivimos los cambios naturales del planeta, habitamos un mundo en veloz transformación como resultado de la acción humana. Tal es el caso del calentamiento global de origen antropogénico que, así tomemos las medidas requeridas para que el aumento de la temperatura no supere el umbral de 2,5-3,0 grados centígrados —más allá del cual se considera catastrófico—, ya está teniendo, y tendrá, diversos impactos para la vida en la Tierra, frente a los cuales no tenemos otra alternativa que adaptarnos a ellos y aprender a manejarlos.
En el marco de ese medio ambiente que hemos alterado y que continuaremos alterando —en forma sustantiva, a escala global y en un proceso sin antecedentes en la historia del hombre en el planeta—, es posible manejar con sabiduría la riqueza en agua dulce de Colombia, así como la extraordinaria variedad y belleza de formas de vida y de paisaje con la que está indisolublemente vinculada.
Pero, infortunadamente, el conjunto de políticas públicas y acciones del sector privado y de los ciudadanos se está moviendo en dirección contraria, como lo manifiesta el dramático hecho de que el 70 por ciento de la población se encuentre en riesgo de sufrir de escasez de agua en 25 años, si se mantienen las actuales tendencias de destrucción y degradación de los ecosistemas que prestan el servicio de suministrárnosla. Si bien no se desconocen algunos valiosos esfuerzos realizados para detener y reversar estas tendencias, estos están muy lejos de ser suficientes.
Estamos a tiempo de modificar nuestro camino puesto que Colombia es inmensamente rica en agua dulce, y la protección de este patrimonio único no solo constituye un imperativo ético, sino, también, una gran oportunidad para garantizarles a sus habitantes una vida digna y equitativa.
#AmorPorColombia
Protejamos las aguas de Colombia en un mundo en cambio
Nacimiento de la quebrada Las Nereidas. Parque Nacional Natural de los Nevados, Caldas. César David Martínez.
Raudal Maypures. Vichada. Diego Miguel Garcés.
Río Blanco, Tolima. Jesús Vélez.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
Cuando se estima que en el año 2050 cerca de 2,000 millones, de los 7,000 millones de habitantes del mundo, enfrentarán serios problemas de acceso al agua, los colombianos, a partir de su enorme riqueza en agua dulce, tenemos el imperativo de asegurar que esa situación de escasez no se presente en nuestro territorio. Una meta que exige fuerte voluntad política y el trabajo aunado de todos nosotros, los ciudadanos.
Es un escenario posible, así los procesos de contaminación del agua y la degradación de los ecosistemas que nos prestan el invaluable servicio de proveernos el preciado líquido, estén poniendo en riesgo la integridad de esta riqueza única.
La degradación, y muchas veces la destrucción, de nuestras fuentes de agua no es diferente a lo ocurrido en todos los países del mundo, aunque, quizá, hayamos sido menos cuidadosos en su protección como consecuencia de la abundancia que, con frecuencia, conduce al despilfarro. Y este deterioro es, en últimas, el producto de la incesante lucha de la humanidad por la supervivencia —a semejanza de lo que hacen los otros seres vivos de la naturaleza—, para la cual el agua es esencial. Una lucha que ha adquirido especial complejidad a raíz de que la población mundial se ha multiplicado por cuatro en poco más de 100 años, pasando de 1,650 millones de habitantes en 1900, a 6,640 millones en 2008. En Colombia se manifiesta en el hecho de que nuestra población se haya multiplicado, también por cuatro, pero tan solo en el lapso de 50 años.
Muchas veces esta lucha ha sido adelantada con sabiduría y prudencia, pero a menudo con estulticia, como indica, por ejemplo, el mal uso de los recursos naturales asociado con algunos patrones de consumo. O como nos lo recuerda la transformación o destrucción de ecosistemas estratégicos adelantadas sin medir sus consecuencias en relación con los servicios ambientales que aquellos nos prestan. Tal es el caso de grandes deforestaciones o la sustitución de la vegetación natural del páramo por cultivos de papa y pastizales para el pastoreo que, entre otros efectos, han causado la desregulación de los sistemas hídricos, haciendo más extremas las inundaciones en las estaciones de lluvia y la escasez de agua en las estaciones secas.
Asimismo, en muchos momentos de la historia, la creatividad humana, en búsqueda de satisfacer sus necesidades básicas, ha realizado extraordinarias e imaginativas invenciones. Pero, a la postre, muchas de estas creaciones han causado graves problemas ambientales y generado temores indecibles, ante fuerzas de la naturaleza desatadas por tecnologías que han acabado por atentar contra la trama misma de la vida en la Tierra. Es lo ocurrido con diversas tecnologías agrícolas e industriales, que han sido claves para atender necesidades básicas como la alimentación y el transporte, o para mejorar la salud de la población, pero que, al mismo tiempo, han generado diversos problemas de contaminación de los suelos, las aguas y la atmósfera.
Quizás el mejor ejemplo de esa paradoja sean hoy las tecnologías basadas en la combustión de combustibles fósiles —sin las cuales no sería imaginable la civilización contemporánea— que, después de dos siglos de empleo, muchas veces sin mesura, resultan ser la principal causa del calentamiento global, una amenaza que, de no doblegarse, podría tener repercusiones gravísimas en un futuro no muy distante. El hecho, ya está teniendo consecuencias serias para la humanidad, como evidencian los desequilibrios en los sistemas de agua dulce y salada (el derretimiento de los glaciares, por ejemplo), los regímenes de lluvia y la mayor severidad de los huracanes.
En Colombia lo atestiguan los más de un millón y medio de damnificados por las trágicas inundaciones, deslizamientos y pérdida de cosechas a lo largo del año 2008, resultado de las irregularidades de los períodos invernales y secos y del mayor rigor de las lluvias torrenciales y el aumento de la precipitación en casi todo el territorio nacional, fenómenos derivados del calentamiento global (IPCC, 2008).
La contaminación de las fuentes de agua, la degradación de los ecosistemas que las sustentan y las consecuencias ya palpables del calentamiento no hacen parte del testimonio fotográfico aquí presentado. Pero muchos de los ríos de Colombia —que en las bellas imágenes de esta obra discurren unas veces en forma plácida y otras torrentosa— están gravemente contaminados o sus caudales y regularidad a lo largo del año han sido alterados como resultado de la deforestación y otros daños infligidos a los ecosistemas que los sustentan.
Es el caso del río Bogotá que, en la imagen de su caída en el salto del Tequendama incluida en este libro, aparece tan majestuoso que podría confundirse con las fotografías de principios del siglo pasado o los grabados, óleos y acuarelas de los viajeros del siglo xix. Pero todos sabemos que el río Bogotá, antes de entrar al Distrito Capital, ya es un río biológicamente en agonía, como consecuencia de los vertimientos de aguas domésticas e industriales no tratadas que se hacen aguas arriba de la ciudad. Y el río, que acaba siendo rematado en su paso por la ciudad, se precipita maloliente por el gran salto, en aquellos momentos en que la empresa de energía de la ciudad permite que sus aguas se dirijan hacia esa caída natural, puesto que normalmente discurren por otra caída artificial, entubada e invisible, construida para generar electricidad. Pasado el salto, el río Bogotá, con sus aguas negras e inservibles para actividades domésticas o agrícolas, recorre un largo trecho hasta entregar al río Magdalena la contaminación producida principalmente por la gran urbe con sus siete millones de habitantes y su intensa actividad industrial y de servicios.
El río Bogotá es, a la vez, un símbolo nacional de la extrema contaminación que hemos producido en algunas de nuestras fuentes de agua dulce y de los graves costos ambientales y sociales en que hemos incurrido (muchas veces tal vez con justificación, otras producto de la simple irresponsabilidad) para avanzar en una senda del desarrollo económico que supuestamente nos promete el paraíso.
Sin embargo, la situación de los ríos de las ciudades colombianas no es solamente el producto de los malos hábitos ambientales de nuestros ciudadanos. No existe una sola urbe del planeta, del tamaño de la capital de nuestro país, que no haya visto morir su río. Y no existe una ciudad mediana o pequeña que no haya visto degradar sus fuentes de agua, muchas veces hasta la muerte.
Pero los problemas con nuestra agua dulce van más allá. Muchos de los cuerpos de agua (lagos y humedales) han sido desecados para dar paso a la agricultura y la urbanización. Todos nuestros ríos están hoy alterados por la destrucción de los ecosistemas boscosos. Y todos registran ya cambios que son consecuencia del calentamiento global, como se manifiesta en el derretimiento de los glaciares o en la reducción del área de los páramos, impacto, este último, que —como muchos otros— por ahora solo es perceptible a través de la investigación científica.
Trágicamente, parecía que no había alternativa a la degradación y destrucción de muchos de los cuerpos de agua dulce del mundo. Pero, por fortuna, algunos ríos y humedales están siendo objeto de complejas restauraciones, lo que nos muestra que es posible recuperar la calidad del agua dulce y que es posible devolver a ellos la vida, su flora y su fauna, en todo su esplendor. Son restauraciones que implican no solo la descontaminación de las aguas, sino también la reforestación de las cuencas protectoras y la recuperación de los humedales que hacen parte del complejo riverino. Y producen inevitablemente unos ecosistemas diferentes a los que conocieron nuestros antepasados hace 100 o 200 años, pero que pueden ser tan fuertes como aquellos en términos de los servicios que nos prestan, de su diversidad biológica y de su belleza paisajística. Son ríos restaurados (tal vez después de lo dicho no deberían llamarse así) que encontramos principalmente en Norteamérica y Europa, y cuya recuperación ha sido financiada, paradójicamente, con el superávit del crecimiento económico que los hizo morir.
Bogotá, como otras ciudades de Colombia, se ha planteado emprender la restauración de su río que, dado el nivel de desarrollo del país, ya está dentro de lo posible, y cuya realización no sería justificable postergar más. La fotografía del Tequendama no es entonces una imagen engañosa; sencillamente nos permite soñar con la restauración de las fuentes de agua dulce de Colombia que hemos arruinado. Un propósito nacional que requiere tomarse con todo el empeño en todas las ciudades y regiones del país que tengan hoy una deuda con sus ríos, lagunas y ciénagas.
En síntesis, vivimos en un mundo significativamente alterado por la acción humana. Y, para nuestro propio bien, es ineludible restaurar o fortalecer los ecosistemas que lo sustentan, con el fin de que continúen prestándonos los insustituibles servicios de aprovisionamiento (entre otros de agua, para los más diversos usos, y alimentos, a partir de los ecosistemas naturales y agroecosistemas); de regulación ambiental (por ejemplo, regulación del clima y los ciclos hidrológicos, dispersión de semillas, regulación de los vientos, prevención de la erosión); culturales y estéticos (recreación, hábitat a culturas indígenas y campesinas); y sostenimiento de los propios ecosistemas. Y el agua, en todas sus formas, es parte integral de todos los ecosistemas; su calidad y cantidad están indisolublemente ligadas a su fortaleza, y es un requisito para el bienestar humano.
Al afirmar que vivimos una época de cambio ambiental de origen humano, no debemos perder de vista que el mundo siempre ha estado en permanente cambio, como lo evidencia, en un horizonte temporal que a nosotros nos parece infinito, la evolución de las especies y la historia de la parte no viva del planeta que se inició hace cuatro billones de años en una extraordinaria colisión de asteroides y que, desde entonces, ha estado en incesante cambio.
Tampoco debemos perder de vista que nuestro planeta experimenta transformaciones naturales que han afectado la vida del hombre en plazos registrados por la historia, como evidencian los cambios del clima y de los regímenes de estaciones lluviosas y secas que se dieron en los últimos 10 000 años y que marcaron, de alguna manera, el devenir histórico de diversas civilizaciones y pueblos. Tal es el caso de Roma o el destino de la civilización maya y de los pueblos que habitaron la depresión momposina en Colombia.
La diferencia hoy consiste en que, al tiempo que vivimos los cambios naturales del planeta, habitamos un mundo en veloz transformación como resultado de la acción humana. Tal es el caso del calentamiento global de origen antropogénico que, así tomemos las medidas requeridas para que el aumento de la temperatura no supere el umbral de 2,5-3,0 grados centígrados —más allá del cual se considera catastrófico—, ya está teniendo, y tendrá, diversos impactos para la vida en la Tierra, frente a los cuales no tenemos otra alternativa que adaptarnos a ellos y aprender a manejarlos.
En el marco de ese medio ambiente que hemos alterado y que continuaremos alterando —en forma sustantiva, a escala global y en un proceso sin antecedentes en la historia del hombre en el planeta—, es posible manejar con sabiduría la riqueza en agua dulce de Colombia, así como la extraordinaria variedad y belleza de formas de vida y de paisaje con la que está indisolublemente vinculada.
Pero, infortunadamente, el conjunto de políticas públicas y acciones del sector privado y de los ciudadanos se está moviendo en dirección contraria, como lo manifiesta el dramático hecho de que el 70 por ciento de la población se encuentre en riesgo de sufrir de escasez de agua en 25 años, si se mantienen las actuales tendencias de destrucción y degradación de los ecosistemas que prestan el servicio de suministrárnosla. Si bien no se desconocen algunos valiosos esfuerzos realizados para detener y reversar estas tendencias, estos están muy lejos de ser suficientes.
Estamos a tiempo de modificar nuestro camino puesto que Colombia es inmensamente rica en agua dulce, y la protección de este patrimonio único no solo constituye un imperativo ético, sino, también, una gran oportunidad para garantizarles a sus habitantes una vida digna y equitativa.