- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
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- Casa Guatemalteca (1999)
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- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
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- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
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- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
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- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
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- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
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- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
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- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
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- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
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- Manzur. Homenaje (2005)
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- Armando Villegas. Homenaje (2008)
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- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La Amazonía
Río Caquetá. Caquetá. Andrés Hurtado.
Río Caraparaná, Vaupes. Andrés Hurtado.
Río Cahuinari. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
La Amazonia es otro territorio de selva húmeda y mucha agua, así la lluvia no sea tan abundante como en el Pacífico biogeográfico. El habitante andino suele visualizarla como un infinito tapiz verde, sin saber que los ecosistemas acuáticos son más del 20 por ciento de la región.
La Amazonia colombiana se caracteriza por una gran riqueza cultural representada en las diversas poblaciones indígenas, que hablan más de 50 lenguas diferentes y conservan conocimientos únicos de relacionamiento con la selva y el agua. A la formación de esa sociedad culturalmente diversa también contribuye la amplia población llegada del interior del país, que hoy es mayoritaria y que ha hecho de la Amazonia su hogar.
Las poblaciones indígenas han habitado la Amazonia durante varios milenios, lo que hace imposible hallar selva intocada, como suele aparecer en muchos imaginarios: “Según algunos investigadores, no existe selva virgen; el migrar secular de los grupos indígenas fue tan intenso que se puede hablar de una selva utilizada con diferentes intensidades por cazadores, pescadores y horticultores, sin que exista un rincón que no conozca la presencia del hombre. Sin embargo, la estructura funcional de la selva permaneció inalterada debido a la adaptación de los grupos indígenas y su sabia utilización de los bienes renovables sin afectación de los sistemas que los producen” (Carrizosa y Hernández, 1990).
Con un área de 477,274 km² la Amazonia colombiana abarca cinco grandes biomas: selva húmeda de tierra firme, que ocupa su mayor extensión (64,9 por ciento); selvas inundables (12 por ciento); sabanas amazónicas (3,4 por ciento); formaciones rocosas y los tepuyes (15 por ciento), que comprenden también la gran Sierra de la Macarena; y montañas andinas (4,7 por ciento), donde nace un amplio número de los ríos que desembocan en el Amazonas (Rivera, 2008). En todos ellos se encuentra una representativa diversidad de ecosistemas, flora y fauna de la gran cuenca amazónica, que constituye la región con la más rica biodiversidad del planeta.
En la Amazonia fluyen tanto ríos que nacen en la región andina, como ríos que nacen en los tepuyes o en la planicie, distinguiéndose entre ellos los de aguas blancas y los de aguas negras.
Los ríos blancos deben su coloración a los sedimentos ricos en nutrientes que proceden de las montañas andinas, como el Caquetá, Putumayo y Guaviare. En Colombia son los de mayor longitud y dominan la mayor extensión del paisaje amazónico, como se aprecia en el Caquetá que, con una longitud de 2 200 km, nace en el Macizo Colombiano y recibe las aguas del Orteguaza y el Caguán, también ríos andinos.
Los ríos negros, como el Yarí, Apaporis, Mirita-Paraná, Igará-Paraná, Cahuinarí y Cotohué, nacen en la planicie amazónica. Sus aguas provienen de suelos arenosos y pantanos de las tierras bajas amazónicas. Los suelos por donde discurren son pobres en nutrientes lo que hace que sus aguas también lo sean. Debido a ello, parte del material orgánico que arrastran, proveniente de la vegetación baja, no se descompone del todo, aportando gran cantidad de ácidos húmicos, que dan un color negro o vino tinto a sus aguas (Ideam, 2004).
En Colombia el Alto Río Negro, formado por diversos ríos, que incluyen el Vaupés y el Guanía, fluye por los territorios de los tepuyes de Punawai y la Serranía de Nequen. Al encuentro en Manaos del río Amazonas, caudalosa corriente de aguas blancas, y del río Negro, también de gran caudal, se marca una extensa y nítida línea divisoria donde contrastan los enormes volúmenes de agua de las dos coloraciones. Mezcladas las aguas, el Amazonas sigue su curso como el mayor río blanco de la Tierra.
El Inírida, un río negro que nace en la Serranía de Tunahí, desemboca en el Guaviare, un río blanco formado por la confluencia del Guayabero y el Ariari, que nacen en la cordillera Oriental. Pero si bien el Guaviare, con 1300 km de longitud, rinde sus aguas al Orinoco, en un largo trayecto interactúa con la selva amazónica de transición.
Entre los ríos negros y los ríos blancos, los primeros son los más hermosos. Su color, combinado con su lento flujo, crea la ilusión de que están detenidos, mientras que en la oscuridad de sus aguas la selva se refleja como en un espejo, como testimonia la magnífica imagen del río Yarí. Pero la belleza no siempre coincide con la riqueza biológica: los ríos negros, menos productivos que los ríos blancos, son hábitat de una menor diversidad de flora y fauna.
La zona inundable de nuestra región amazónica, unos 57 000 km², es uno de los ecosistemas característicos de la región: “se presenta en las llanuras aluviales de los principales ríos y en consecuencia están sujetos a fuertes cambios; durante la mayor parte del año permanecen anegados y en épocas secas quedan al descubierto inmensos playones y grandes áreas” (Rivera, 2008).
Quienes visitan el Parque Natural Amacayacú o los alrededores de Leticia en épocas de invierno y de verano, pueden ver cómo tierras utilizadas para cultivo por los habitantes cuando las aguas se retiran —aprovechando la fertilidad que traen los limos—, en la estación lluviosa quedan inundadas. Justamente, frente a Leticia, el nivel del agua del río Amazonas puede variar entre 8 y 12 metros de la estación seca a la lluviosa.
El tiempo de permanencia de las inundaciones y su magnitud varían notoriamente entre las diversas regiones de la Amazonia, un fenómeno vinculado con la topografía. Mientras en las vegas de los bajos del Guaviare e Inírida, cada año entre junio y agosto, las aguas alcanzan unos 60 cm sobre el suelo, en las vegas bajas —denominadas baijales— el agua puede permanecer entre 8 y 9 meses durante la estación lluviosa (Mejía, 1987).
El ciclo de inundaciones de la región amazónica está profundamente ligado con el ciclo de vida de los peces y otras especies de la fauna acuática. A similitud de lo que ocurre en otras cuencas colombianas, como las de los ríos Magdalena y Orinoco, simultáneamente al descenso de las aguas se realiza el movimiento de los peces de las zonas inundadas hacia los cauces más profundos de los ríos. El pico de caudal mínimo de los ríos (estiaje) marca la muerte de un gran número de peces y otros animales, que no migran de las zonas inundadas hacia los ríos. Pero, a su vez, durante el aumento del caudal de los ríos y las inundaciones se manifiesta otra fascinante consecuencia del ciclo hidrológico en la alimentación de la fauna acuática: “El nivel de las aguas puede subir hasta doce metros por encima del los más bajos niveles de estiaje, poniendo al alcance de los peces enormes extensiones coincidiendo con la maduración de los frutos de las especies arbóreas silvestres. Goulding (1980) halló que el 75 por ciento de las principales especies comerciales obtienen su alimento en áreas de inundación. De ahí la importancia de conservar intactas aquellas zonas que en el período lluvioso constituyen las fuentes alimenticias para los peces; es decir, aquellas que se comportan como base de la cadena trófica (o alimenticia): ciénagas, pantanos, reblases, orillares…” (Mejía, 1987).
La Amazonia de tierra firme, con una topografía que no favorece la inundación, consta de tres regiones donde predomina la selva húmeda tropical, en su mejor expresión. La primera, en la parte sur de la Amazonia, comprende una vasta región (160 000 km²) donde se encuentra la selva muy desarrollada, con árboles de alto dosel, que limita al norte con los ríos Apaporis y Taraira, al sur con el Putumayo y el Amazonas, al oriente con Brasil y al occidente con el Caguán y el Orteguaza. La segunda comprende la selva densa y las sabanas de terrazas y colinas altas del Vaupés (149 000 km²). La tercera comprende la región mixta de bosque y sabanas de la región del Guainía, palabra de lengua indígena que significa territorio de muchas aguas (Rivera, 2008). Es precisamente en el río Inírida donde tal vez se ubica la sucesión de raudales más impresionante de Colombia: Morroco, Kualet, y Zamurro.
Todavía no sabemos lo suficiente sobre las relaciones de la selva amazónica y el ciclo del agua, pero se puede afirmar con certeza que una deforestación masiva podría crear graves trastornos en el clima global, incluyendo el régimen de lluvias.
También sabemos que entre el 50 y el 80 por ciento de la humedad de la Amazonia central y occidental permanece en el ciclo del agua.
El cambio climático tendrá profundos efectos sobre la gran selva amazónica pero estos serán diferenciados, siendo la subregión en la cual se ubica la Amazonia colombiana una de las partes menos afectadas desde el punto de vista de la protección de la biodiversidad, un hecho que, a su vez, está ligado con el ciclo del agua.
En efecto, estudios adelantados en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil, concluyen que para la gran cuenca amazónica, “a finales del siglo xxi algunas regiones del sudeste podrían ser sustituidas por vegetación de sabana, debido principalmente al aumento de la evapotranspiración y la disminución de la cantidad de agua en el suelo, mientras que las áreas con mayores valores de precipitación y menor estacionalidad, como la parte central y noroeste (justamente donde se ubica la Amazonia colombiana), son consideradas las áreas con menor probabilidad de sufrir los impactos negativos de estos cambios”. En este caso, añade el estudio, “estas áreas podrían actuar como refugio ecológico ante escenarios de cambio climático, por lo que son necesarias medidas prioritarias de preservación y manutención de condiciones de conectividad de estas áreas con el resto de la selva amazónica (Salazar, 2008)”.
La Amazonia colombiana, como ocurrió en la gran región amazónica, ha sufrido serias transformaciones a causa de la acción humana, en particular desde principios del siglo xx cuando los empresarios del caucho sometieron a las poblaciones indígenas del hoy resguardo Putumayo, prácticamente a la esclavitud, a fin de explotar intensamente este recurso. Triste capítulo de nuestra historia, narrado magistralmente por José Eustacio Rivera en su novela La Vorágine.
Sin embargo, podemos distinguir dos sub-regiones bien diferenciadas, desde la perspectiva de la transformación registrada. La Amazonia noroccidental —que ha sufrido la mayor intervención, tiene predominio de la población denominada comúnmente colona y se extiende por los departamentos de Meta, Guaviare, Caquetá, Putumayo y fracciones de Nariño y Cauca— representa aproximadamente el 34,47 por ciento del total de este territorio. Y la Amazonia suroriental —que presenta los menores niveles de transformación de sus ecosistemas, tiene predominio de población indígena, asentada allí por siglos, y se extiende por los departamentos de Amazonas, Vaupés, Guainía y, en menor proporción, por los de Vichada, Caquetá y Guaviare— representa el 65,53 por ciento del total de nuestra Amazonia (Sinchi, 2006).
En los últimos decenios la prensa internacional ha registrado, a menudo, la alarma por la rápida destrucción de la selva amazónica. Sin embargo, en la Amazonia colombiana la deforestación registrada en las dos últimas décadas ha sido menor a la de los territorios amazónicos ubicados en países como Brasil, Perú y Bolivia (Souza et al., 2008). Y este es un hecho que se explica fundamentalmente por la existencia de los resguardos indígenas y parques nacionales que hoy representan respectivamente el 42 por ciento y el 11 por ciento de la extensión de la Amazonia de Colombia (Ideam, 2004). Ello, indudablemente, ha impedido su colonización para establecer grandes empresas agroindustriales como ocurre en aquellos países, donde se produce la quema de grandes extensiones de bosque para el establecimiento de enormes cultivos agroindustriales y haciendas ganaderas.
Esta política de resguardos y parques nacionales —sumada a la del Chocó biogeográfico que, además de estas dos modalidades, incluye las propiedades colectivas de las comunidades negras—, tiene ya una historia de más de 20 años y alcanzó su mayor expresión en la Constitución de 1991, cuando estas formas de propiedad de la tierra y ordenamiento de nuestro territorio se consagraron como imprescriptibles, inembargables e inajenables, y se reconocieron los derechos culturales de las minorías étnicas. Pero, a similitud de lo que ocurre en el Chocó Biogográfico, esta política se encuentra también amenazada en la Amazonia, en particular por las singulares presiones de la minería, los cultivos ilícitos y, más grave aun, por la posición de algunos dirigentes del país que ven en ella un obstáculo para sacar adelante sus intereses económicos particulares de corto plazo.
Nuestro gran reto es vencer esas amenazas, y consolidar esta política singular colombiana de la conservación de su selva tropical que es, sin duda, una de las más audaces y ambiciosas del planeta, y que, de salir avante, podría constituirse en un legado ambiental único para nuestras futuras generaciones: allí se encuentra gran parte de nuestra inmensa riqueza en agua y biodiversidad.
#AmorPorColombia
La Amazonía
Río Caquetá. Caquetá. Andrés Hurtado.
Río Caraparaná, Vaupes. Andrés Hurtado.
Río Cahuinari. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
La Amazonia es otro territorio de selva húmeda y mucha agua, así la lluvia no sea tan abundante como en el Pacífico biogeográfico. El habitante andino suele visualizarla como un infinito tapiz verde, sin saber que los ecosistemas acuáticos son más del 20 por ciento de la región.
La Amazonia colombiana se caracteriza por una gran riqueza cultural representada en las diversas poblaciones indígenas, que hablan más de 50 lenguas diferentes y conservan conocimientos únicos de relacionamiento con la selva y el agua. A la formación de esa sociedad culturalmente diversa también contribuye la amplia población llegada del interior del país, que hoy es mayoritaria y que ha hecho de la Amazonia su hogar.
Las poblaciones indígenas han habitado la Amazonia durante varios milenios, lo que hace imposible hallar selva intocada, como suele aparecer en muchos imaginarios: “Según algunos investigadores, no existe selva virgen; el migrar secular de los grupos indígenas fue tan intenso que se puede hablar de una selva utilizada con diferentes intensidades por cazadores, pescadores y horticultores, sin que exista un rincón que no conozca la presencia del hombre. Sin embargo, la estructura funcional de la selva permaneció inalterada debido a la adaptación de los grupos indígenas y su sabia utilización de los bienes renovables sin afectación de los sistemas que los producen” (Carrizosa y Hernández, 1990).
Con un área de 477,274 km² la Amazonia colombiana abarca cinco grandes biomas: selva húmeda de tierra firme, que ocupa su mayor extensión (64,9 por ciento); selvas inundables (12 por ciento); sabanas amazónicas (3,4 por ciento); formaciones rocosas y los tepuyes (15 por ciento), que comprenden también la gran Sierra de la Macarena; y montañas andinas (4,7 por ciento), donde nace un amplio número de los ríos que desembocan en el Amazonas (Rivera, 2008). En todos ellos se encuentra una representativa diversidad de ecosistemas, flora y fauna de la gran cuenca amazónica, que constituye la región con la más rica biodiversidad del planeta.
En la Amazonia fluyen tanto ríos que nacen en la región andina, como ríos que nacen en los tepuyes o en la planicie, distinguiéndose entre ellos los de aguas blancas y los de aguas negras.
Los ríos blancos deben su coloración a los sedimentos ricos en nutrientes que proceden de las montañas andinas, como el Caquetá, Putumayo y Guaviare. En Colombia son los de mayor longitud y dominan la mayor extensión del paisaje amazónico, como se aprecia en el Caquetá que, con una longitud de 2 200 km, nace en el Macizo Colombiano y recibe las aguas del Orteguaza y el Caguán, también ríos andinos.
Los ríos negros, como el Yarí, Apaporis, Mirita-Paraná, Igará-Paraná, Cahuinarí y Cotohué, nacen en la planicie amazónica. Sus aguas provienen de suelos arenosos y pantanos de las tierras bajas amazónicas. Los suelos por donde discurren son pobres en nutrientes lo que hace que sus aguas también lo sean. Debido a ello, parte del material orgánico que arrastran, proveniente de la vegetación baja, no se descompone del todo, aportando gran cantidad de ácidos húmicos, que dan un color negro o vino tinto a sus aguas (Ideam, 2004).
En Colombia el Alto Río Negro, formado por diversos ríos, que incluyen el Vaupés y el Guanía, fluye por los territorios de los tepuyes de Punawai y la Serranía de Nequen. Al encuentro en Manaos del río Amazonas, caudalosa corriente de aguas blancas, y del río Negro, también de gran caudal, se marca una extensa y nítida línea divisoria donde contrastan los enormes volúmenes de agua de las dos coloraciones. Mezcladas las aguas, el Amazonas sigue su curso como el mayor río blanco de la Tierra.
El Inírida, un río negro que nace en la Serranía de Tunahí, desemboca en el Guaviare, un río blanco formado por la confluencia del Guayabero y el Ariari, que nacen en la cordillera Oriental. Pero si bien el Guaviare, con 1300 km de longitud, rinde sus aguas al Orinoco, en un largo trayecto interactúa con la selva amazónica de transición.
Entre los ríos negros y los ríos blancos, los primeros son los más hermosos. Su color, combinado con su lento flujo, crea la ilusión de que están detenidos, mientras que en la oscuridad de sus aguas la selva se refleja como en un espejo, como testimonia la magnífica imagen del río Yarí. Pero la belleza no siempre coincide con la riqueza biológica: los ríos negros, menos productivos que los ríos blancos, son hábitat de una menor diversidad de flora y fauna.
La zona inundable de nuestra región amazónica, unos 57 000 km², es uno de los ecosistemas característicos de la región: “se presenta en las llanuras aluviales de los principales ríos y en consecuencia están sujetos a fuertes cambios; durante la mayor parte del año permanecen anegados y en épocas secas quedan al descubierto inmensos playones y grandes áreas” (Rivera, 2008).
Quienes visitan el Parque Natural Amacayacú o los alrededores de Leticia en épocas de invierno y de verano, pueden ver cómo tierras utilizadas para cultivo por los habitantes cuando las aguas se retiran —aprovechando la fertilidad que traen los limos—, en la estación lluviosa quedan inundadas. Justamente, frente a Leticia, el nivel del agua del río Amazonas puede variar entre 8 y 12 metros de la estación seca a la lluviosa.
El tiempo de permanencia de las inundaciones y su magnitud varían notoriamente entre las diversas regiones de la Amazonia, un fenómeno vinculado con la topografía. Mientras en las vegas de los bajos del Guaviare e Inírida, cada año entre junio y agosto, las aguas alcanzan unos 60 cm sobre el suelo, en las vegas bajas —denominadas baijales— el agua puede permanecer entre 8 y 9 meses durante la estación lluviosa (Mejía, 1987).
El ciclo de inundaciones de la región amazónica está profundamente ligado con el ciclo de vida de los peces y otras especies de la fauna acuática. A similitud de lo que ocurre en otras cuencas colombianas, como las de los ríos Magdalena y Orinoco, simultáneamente al descenso de las aguas se realiza el movimiento de los peces de las zonas inundadas hacia los cauces más profundos de los ríos. El pico de caudal mínimo de los ríos (estiaje) marca la muerte de un gran número de peces y otros animales, que no migran de las zonas inundadas hacia los ríos. Pero, a su vez, durante el aumento del caudal de los ríos y las inundaciones se manifiesta otra fascinante consecuencia del ciclo hidrológico en la alimentación de la fauna acuática: “El nivel de las aguas puede subir hasta doce metros por encima del los más bajos niveles de estiaje, poniendo al alcance de los peces enormes extensiones coincidiendo con la maduración de los frutos de las especies arbóreas silvestres. Goulding (1980) halló que el 75 por ciento de las principales especies comerciales obtienen su alimento en áreas de inundación. De ahí la importancia de conservar intactas aquellas zonas que en el período lluvioso constituyen las fuentes alimenticias para los peces; es decir, aquellas que se comportan como base de la cadena trófica (o alimenticia): ciénagas, pantanos, reblases, orillares…” (Mejía, 1987).
La Amazonia de tierra firme, con una topografía que no favorece la inundación, consta de tres regiones donde predomina la selva húmeda tropical, en su mejor expresión. La primera, en la parte sur de la Amazonia, comprende una vasta región (160 000 km²) donde se encuentra la selva muy desarrollada, con árboles de alto dosel, que limita al norte con los ríos Apaporis y Taraira, al sur con el Putumayo y el Amazonas, al oriente con Brasil y al occidente con el Caguán y el Orteguaza. La segunda comprende la selva densa y las sabanas de terrazas y colinas altas del Vaupés (149 000 km²). La tercera comprende la región mixta de bosque y sabanas de la región del Guainía, palabra de lengua indígena que significa territorio de muchas aguas (Rivera, 2008). Es precisamente en el río Inírida donde tal vez se ubica la sucesión de raudales más impresionante de Colombia: Morroco, Kualet, y Zamurro.
Todavía no sabemos lo suficiente sobre las relaciones de la selva amazónica y el ciclo del agua, pero se puede afirmar con certeza que una deforestación masiva podría crear graves trastornos en el clima global, incluyendo el régimen de lluvias.
También sabemos que entre el 50 y el 80 por ciento de la humedad de la Amazonia central y occidental permanece en el ciclo del agua.
El cambio climático tendrá profundos efectos sobre la gran selva amazónica pero estos serán diferenciados, siendo la subregión en la cual se ubica la Amazonia colombiana una de las partes menos afectadas desde el punto de vista de la protección de la biodiversidad, un hecho que, a su vez, está ligado con el ciclo del agua.
En efecto, estudios adelantados en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil, concluyen que para la gran cuenca amazónica, “a finales del siglo xxi algunas regiones del sudeste podrían ser sustituidas por vegetación de sabana, debido principalmente al aumento de la evapotranspiración y la disminución de la cantidad de agua en el suelo, mientras que las áreas con mayores valores de precipitación y menor estacionalidad, como la parte central y noroeste (justamente donde se ubica la Amazonia colombiana), son consideradas las áreas con menor probabilidad de sufrir los impactos negativos de estos cambios”. En este caso, añade el estudio, “estas áreas podrían actuar como refugio ecológico ante escenarios de cambio climático, por lo que son necesarias medidas prioritarias de preservación y manutención de condiciones de conectividad de estas áreas con el resto de la selva amazónica (Salazar, 2008)”.
La Amazonia colombiana, como ocurrió en la gran región amazónica, ha sufrido serias transformaciones a causa de la acción humana, en particular desde principios del siglo xx cuando los empresarios del caucho sometieron a las poblaciones indígenas del hoy resguardo Putumayo, prácticamente a la esclavitud, a fin de explotar intensamente este recurso. Triste capítulo de nuestra historia, narrado magistralmente por José Eustacio Rivera en su novela La Vorágine.
Sin embargo, podemos distinguir dos sub-regiones bien diferenciadas, desde la perspectiva de la transformación registrada. La Amazonia noroccidental —que ha sufrido la mayor intervención, tiene predominio de la población denominada comúnmente colona y se extiende por los departamentos de Meta, Guaviare, Caquetá, Putumayo y fracciones de Nariño y Cauca— representa aproximadamente el 34,47 por ciento del total de este territorio. Y la Amazonia suroriental —que presenta los menores niveles de transformación de sus ecosistemas, tiene predominio de población indígena, asentada allí por siglos, y se extiende por los departamentos de Amazonas, Vaupés, Guainía y, en menor proporción, por los de Vichada, Caquetá y Guaviare— representa el 65,53 por ciento del total de nuestra Amazonia (Sinchi, 2006).
En los últimos decenios la prensa internacional ha registrado, a menudo, la alarma por la rápida destrucción de la selva amazónica. Sin embargo, en la Amazonia colombiana la deforestación registrada en las dos últimas décadas ha sido menor a la de los territorios amazónicos ubicados en países como Brasil, Perú y Bolivia (Souza et al., 2008). Y este es un hecho que se explica fundamentalmente por la existencia de los resguardos indígenas y parques nacionales que hoy representan respectivamente el 42 por ciento y el 11 por ciento de la extensión de la Amazonia de Colombia (Ideam, 2004). Ello, indudablemente, ha impedido su colonización para establecer grandes empresas agroindustriales como ocurre en aquellos países, donde se produce la quema de grandes extensiones de bosque para el establecimiento de enormes cultivos agroindustriales y haciendas ganaderas.
Esta política de resguardos y parques nacionales —sumada a la del Chocó biogeográfico que, además de estas dos modalidades, incluye las propiedades colectivas de las comunidades negras—, tiene ya una historia de más de 20 años y alcanzó su mayor expresión en la Constitución de 1991, cuando estas formas de propiedad de la tierra y ordenamiento de nuestro territorio se consagraron como imprescriptibles, inembargables e inajenables, y se reconocieron los derechos culturales de las minorías étnicas. Pero, a similitud de lo que ocurre en el Chocó Biogográfico, esta política se encuentra también amenazada en la Amazonia, en particular por las singulares presiones de la minería, los cultivos ilícitos y, más grave aun, por la posición de algunos dirigentes del país que ven en ella un obstáculo para sacar adelante sus intereses económicos particulares de corto plazo.
Nuestro gran reto es vencer esas amenazas, y consolidar esta política singular colombiana de la conservación de su selva tropical que es, sin duda, una de las más audaces y ambiciosas del planeta, y que, de salir avante, podría constituirse en un legado ambiental único para nuestras futuras generaciones: allí se encuentra gran parte de nuestra inmensa riqueza en agua y biodiversidad.