Premios: Categoría Diseño Arquitectonico

Texto de: Silvia Arango
Aunque la idea básica del edificio existía desde el comienzo, su concreción es fruto de una larga reflexión y decantación que se prolongó por cerca de tres años, desde abril de 1994, cuando se citó al concurso privado, hasta fines de 1997, cuando terminó su construcción.

Este proceso es muy diciente. A partir de la absorción de la experiencia de su padre, el excelente arquitecto Guillermo Bermúdez, recientemente fallecido, Daniel Bermúdez ha asumido una actitud frente a su oficio: para hacer arquitectura es necesario desconfiar de la imagen y de la seducción del dibujo. Lo importante es pensar mucho, de manera que cuando se realice un primer esquema este sea como una semilla donde ya se encuentre prefigurada una solución integral a los problemas funcionales, técnicos y contextuales. La primacía de la reflexión y la fijación sobre una idea rectora producen la unidad de la arquitectura, opuesta al collage y la fragmentación.

La característica principal de este edificio es su unidad o integralidad, que se puede resumir en una idea: una gran escalera encerrada en una caja transparente por uno de sus costados. Esta idea es a la vez una manera de insertarse en la ciudad (un gran vano-ventana que marca la entrada al centro de la ciudad), un concepto estructural (la fachada sur portante y las columnas al norte retrocedidas, con vigas en voladizo) y una decisión funcional (conceder la misma importancia a las circulaciones que a las dependencias). El puro y contundente paralelepípedo y su material único –el concreto blanco– son la consecuencia formal de la unidad conceptual.

El interior del edificio está dominado por la presencia de la enorme escalera, que va disminuyendo sus tramos a medida que asciende los cinco pisos. La relación entre escalera y universidad tiene precedentes bogotanos. En la Universidad de los Andes, donde Daniel Bermúdez estudió, las escaleras han sido lugar de encuentro y foro de discusión ideológica. A finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, “asamblea estudiantil” era sinónimo de “escalerazo”. Las escaleras son también protagónicas en otras universidades. “Circular, comunicar y aprender van de la mano”, dice Bermúdez.

Conceder el 50 por ciento del área a circulaciones es una decisión funcional, como es concentrar las oficinas administrativas en los primeros pisos y las aulas en los últimos. Y es que aquí no hay una concepción abstracta de la función sino una visión concreta del uso.

El arquitecto prácticamente se instaló en la universidad por largos meses para observar, hablar y detectar situaciones y comportamientos. El profesor que pasa a la secretaría antes de subir al salón, los estudiantes que se quedan a comentar algo a la salida de clase, las reuniones informales de pequeños grupos.

En Colombia, para que un proyecto arquitectónico llegue a buen término, hay que cuidar su proceso de construcción, que comienza en el diseño, incluyendo visitas a las canteras para asegurarse de la tonalidad de las arenas y las piedras, pruebas de transparencia de los vidrios y calidades de los aluminios, ensayos de resistencia y texturas del concreto y otros pasos, para proseguir con la dirección de la obra y la visita diaria que garantice la perfección de cada ejecución. Sólo así se logra la coherencia entre la intención del diseño y el producto final. En esta dedicación se prueba la ética profesional.

Este edificio está hecho para durar. Su eficacia funcional y su elegancia formal se mantendrán más allá del vaivén de la moda arquitectónica.