- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
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- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
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- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
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- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 / Comentarios Analíticos a la XVI Bienal Colombiana de Arquitectura |
Comentarios Analíticos a la XVI Bienal Colombiana de Arquitectura
Texto de: Silvia Arango
Consideraciones Previas++
El juicio++
Las bienales, así como otros premios y eventos arquitectónicos únicos, son las formas institucionalizadas de realizar juicios públicos sobre arquitectura. Un jurado juzga: decide qué está bien y qué está mal, es decir, asigna valores. No se trata de un juicio moral sino estético y por ello, en nuestras circunstancias históricas, discutible. En arte –y en arquitectura– no se puede ya apelar a una norma o ley absoluta que fije una referencia de excelencia. Por ello todo jurado debe establecer primero las “reglas de juego” o criterios para llevar a cabo su juicio.
Peter Collins1 hace una analogía entre el juicio en la arquitectura y el juicio en la jurisprudencia anglosajona. En ambos casos se procede con base en referentes, casos previamente juzgados en condiciones similares, de manera que se puedan encontrar una comparación y una orientación. Lo primero que tácitamente establece un jurado es el universo referencial dentro del cual establecer su juego comparativo. Dada la composición del jurado de esta XVI Bienal de Arquitectura Colombiana, esos referentes son la arquitectura colombiana y latinoamericana de los últimos años y, en menor medida, como telón de fondo, la arquitectura de otros países o internacional, que de alguna manera juega como “la otra”.
Los criterios, explícitos o no, de juzgamiento provendrán de las ideologías y valores predominantes en la ”comunidad arquitectónica latinoamericana“. Aunque no se ha hecho un estudio “científico” de estos valores, no es difícil reconocer la presencia de consensos en esta comunidad profesional por la forma reiterada en que aparecen en las memorias de los proyectos presentados, en los comentarios de los jurados y en las distintas formas de crítica. Por ejemplo, se considera positivo y deseable la sencillez y la coherencia, así como la integración contextual tanto en la ciudad como en el paisaje rural, mientras que se reprueba el historicismo literal y escenográfico o el exceso de ornamentación. Hay casi unanimidad en la concepción del proyecto arquitectónico como desafío-respuesta o como solución a un problema. El grado de ingenio, propiedad u oficio demostrado en el desafío específico será, pues, un buen termómetro para medir calidades. Algunos criterios adicionales como la desconfianza hacia las modas, por pasajeras, o hacia la arquitectura deliberadamente efímera o frívola, valorizan la arquitectura sólida, que resista el paso del tiempo o que exprese una cierta intemporalidad; adjetivos como elegancia se refieren, con frecuencia, a este atributo.
Es muy frecuente oír en los medios latinoamericanos la afirmación, que mezcla resignación y confianza, de la triada vitruviana: utilitas, firmitas, venustas (funcionalidad, solidez, belleza), como prueba de calidad arquitectónica.
Hasta dónde esta serie de criterios valorativos es compartida por comunidades arquitectónicas de otras latitudes, es materia de un largo debate. Lo que sí parece claro es que la evidencia de las precariedades, carencias y condiciones de la situación latinoamericana ha llevado a un cierto consenso valorativo, que se manifiesta no sólo en el evento colombiano sino en eventos similares en los demás países latinoamericanos.
La XVI Bienal de Arquitectura Colombiana ya está juzgada. Para ello se contó con un idóneo grupo de arquitectos colombianos y latinoamericanos que tuvo a su cargo tanto la tarea de selección como de premiación. El presente texto no intenta juzgar a los juzgadores, ni polemizar con los juicios emitidos. Su objetivo es analizar. Analizar, a diferencia de juzgar, significa tratar de comprender. Para ello hay que desmenuzar, desentrañar intenciones y propósitos y tratar de brindar un panorama reflexivo sobre la arquitectura colombiana actual en el contexto latinoamericano. Para el analista, todos los proyectos presentados, independientemente de su calidad, son interesantes pues expresan las distintas tendencias, posturas y alternativas de nuestra arquitectura actual.
Las categorías ++
Las primeras bienales de arquitectura colombiana, convocadas durante los años sesenta, presentaban una categorización muy sencilla: obras construidas (residencias y edificios) y obras no construidas. A esta división se adicionaban trabajos de investigación y, eventualmente, proyectos de estudiantes.
En los años setenta se adoptó una categorización funcional, como puede verse en los sucesivos anuarios de esta década. No obstante, la clasificación convencional de vivienda, comercio, industria e institucional, se vio pronto desbordada. A medida que el panorama profesional se hacía más complejo, se hizo necesario introducir subdivisiones (vivienda unifamiliar, multifamiliar, conjuntos) e involucrar nuevos usos (culto religioso, deportes, recreación, turismo, etc.). La proliferación de funciones desdibujó este tipo de clasificación por su incapacidad de abarcar una diversidad que se tornaba inmanejable. Se llegó entonces a la categoría disciplinaria.
Paralelamente a la aparición de arquitectos con estudios de postgrado o con una determinada especialización de su práctica, desde mediados de los años ochenta se reconocen claramente dos actividades especializadas: el urbanismo y la restauración; la especialización en tecnología sólo aparece en la IX Bienal, en 1983. Estos dos capítulos se añaden a las dos actividades medulares conservadas por más de 35 años: el diseño arquitectónico y la investigación. La categorización disciplinaria se ha mantenido con ligeras variaciones. Las últimas bienales se han convocado bajo cuatro capítulos: diseño, restauración, urbanismo e investigación, e incluso han conformado jurados especializados para cada área como reconocimiento al saber irreductible de cada especialización. No obstante, como se aprecia en la XVI Bienal, la categorización basada en especialidades disciplinarias comienza a resultar insuficiente. Y hay dos razones fundamentales para ello.
En primer lugar, el escenario profesional ofrece ahora especializaciones nuevas con especificidades propias como el paisajismo o la arquitectura de interiores, que no encuentran un lugar preciso en los cuatro capítulos indicados. Es de esperar que en los próximos años surjan nuevas especializaciones.
En segundo lugar, los contornos de las cuatro categorías disciplinarias, a la luz de las obras inscritas en la XVI Bienal, presentan límites difusos. Un ejemplo claro de confusión es el capítulo de “urbanismo”, que en bienales anteriores había tenido otras denominaciones (planificación urbana y regional o diseño urbano) y que en esta recibió 11 proyectos de muy disímiles características: adecuación o diseño de espacios urbanos, parques rurales, urbanizaciones en la ciudad o fuera de ella y un estudio regional. En el capítulo de “diseño arquitectónico” también se inscribieron plazas, parques y urbanizaciones. Esto pareciera indicar que el urbanismo, como “ciencia de planificar las ciudades” o no existe en Colombia o no se presentó a la Bienal, o no hay claridad sobre lo que el término denota.
Bajo el rubro de restauración se inscribieron 14 proyectos, que cubren una amplia gama que va de la restauración estricta a la readecuación. El jurado, compuesto por restauradores especializados, privilegió las acciones propiamente restauradoras de valor patrimonial, es decir, aquellas en las que se conserva la totalidad –o una porción importante– de la estructura original sin destruir su valor como documento histórico. Sin embargo, es evidente que la intervención sobre una estructura arquitectónica previa ofrece muchas alternativas, según su valor específico, como demuestra la proliferación de “res” con que se designa esta actividad: res-tauración, re-novación, re-modelación, re-estructuración, re-funcionalización, etc. Ahora bien, resulta que por lo menos otros 18 proyectos inscritos en la Categoría diseño y, por tanto, estudiados por un jurado diferente, son también intervenciones sobre una arquitectura precedente y cubren también el espectro que va de la conservación estricta a la readecuación. Tal vez quienes se inscribieron en diseño no se sienten especialistas sino sencillamente arquitectos.
Se pensaría que la investigación sí debería tener contornos precisos y de hecho es la categoría más nítida, pero, aun allí, hay una diversidad que dificulta su homogeneización. El jurado de esta área consideró que de los 19 trabajos presentados, algunos podrían caer bajo la clasificación de manuales de divulgación, otros son reseñas históricas hechas “en función de los proyectos de restauración respectivos y no deberían ser segregados de los proyectos” y otros son “estudios de base para intervenciones urbanas” (y, tal vez, ser considerados como urbanismo). En fin, sólo menos de la mitad podrían cobijarse bajo la denominación amplia de investigación, indagación o reflexión. Aunque examinaron la totalidad de los trabajos, su criterio fundamental se inclinó por privilegiar el trabajo propiamente investigativo.
La conclusión de las observaciones anteriores no es necesariamente la de eliminar la categorización disciplinaria por especialidades, sino alertar sobre los signos de insuficiencia que empieza a demostrar. En lo personal, me he ido convenciendo de que una categoría más simple podría ser más adecuada: la del tamaño o escala. En efecto, los proyectos pequeños, de cualquier tipo de especialidad o función, poseen una cercanía a lo objetual que implica determinantes diferentes a los medianos, donde se involucra una dimensión contextual inescamoteable. Los proyectos grandes requieren de una reflexión teórica en vista de su impacto social y en los muy grandes intervienen distintas disciplinas que obligan a procesos complejos de abstracción. A pesar de lo ingenuo que a primera vista pueda parecer esta clasificación por escalas espaciales, que son también temporales, podría, eventualmente, ser más práctica para manejar la enorme diversidad de obras que se producen en el campo de la arquitectura. Por eso no es extraño que el arquitecto Rem Koolhas haya escogido la categoría del tamaño, utilizando la analogía con las tallas de la ropa (S,M,L,XL), para el análisis de sus propios proyectos.2. En el análisis que sigue sobre las obras presentadas en la XVI Bienal, este ha sido también el criterio de clasificación.
Comentarios a la
muestra de la Bienal++
A pesar de que, por razones macroeconómicas, los últimos dos años han sido de receso en la industria de la construcción, comparada con otros países de América y el mundo Colombia sigue presentando un alto índice de producción edilicia, visible en la acelerada expansión física de nuestras ciudades. Aunque no todo lo que se construye puede considerarse “arquitectura” y el porcentaje de lo construido por arquitectos profesionales siga siendo pequeño, es indudable que la producción arquitectónica sobrepasa en mucho los 209 proyectos presentados en el capítulo de diseño arquitectónico e incluso las 234 obras inscritas, si sumamos las categorías de restauración y urbanismo.
En esta Bienal brillan por su ausencia algunos de los más prestigiosos arquitectos colombianos y algunas obras significativas, como la restauración de la Catedral Primada de Bogotá o la recuperación de espacios públicos en Cartagena y Medellín. Algunas ciudades grandes tuvieron escasa participación, como Barranquilla, de donde sólo se presentaron siete proyectos; no hay tampoco obras de algunas ciudades menores, como Neiva, Cúcuta o Quibdó. Sean las que fueren las razones para estas ausencias, su señalamiento sólo sirve para constatar lo que ya sabíamos: que la muestra de la Bienal no es exhaustiva, pero que, pese a ello, es el medio más idóneo de que disponemos para conocer, evaluar y analizar la producción arquitectónica colombiana. Por ello supondremos que la muestra de la Bienal es representativa de lo que no está allí y constituye, por tanto, un termómetro adecuado para analizar las tendencias y procesos de la arquitectura hecha en el país en los últimos dos años.
Una primera mirada revela que alrededor de 45 proyectos se construyeron en áreas rurales. Una segunda mirada, más detenida, revela que casi todos estos proyectos rurales consisten en casas de recreo (muchas en condominios) o casas permanentes sub o semiurbanas, pues se encuentran a cortas distancias (media hora de automóvil, como máximo) de una ciudad grande. Se pueden contar con los dedos de una mano los proyectos que, efectivamente, pertenecen a la dimensión rural, ya sea porque estén en el campo o en poblaciones pequeñas. Esto corrobora una de las características de la arquitectura colombiana: la de ser urbana, es decir, hecha en la ciudad o desde la ciudad, en todo caso con los valores de la ciudad.
Esta constatación es preocupante, pues no podemos olvidar que, a pesar de la creciente urbanización, un 40 por ciento de la población colombiana vive aún en áreas consideradas rurales. El olvido económico y cultural del campo es un factor de gran peso en los problemas sociales y políticos que acosan a nuestro país. En este sentido es necesario destacar dos de los proyectos de la Bienal: el colegio Barú y el denominado Colectivo Atípico.
El Colegio en la pequeña población de Barú, isla cercana a Cartagena, de los arquitectos David Restrepo y Cristóbal Pérez, es un bachillerato técnico orientado a oficios propios de la zona como pesca, acuacultura y hotelería. El significado social se corresponde con el gran tamaño del colegio, resuelto con una arquitectura que recoge tradiciones constructivas, espaciales y lingüísticas de la costa atlántica.
El Colectivo Atípico es, en verdad, atípico. Un desbordamiento del río Tetuán en mayo de 1994 arrasó un caserío indígena en el municipio de Ortega, Tolima. La Oficina de Asuntos Indígenas de la Gobernación del Tolima, con un precario presupuesto de 44 millones aportado por la nación, designó la tarea de reconstitución física de la población a la arquitecta María Helgee Rincón Holguín, quien trabajó con profesionales de otras áreas y el Cabildo Indígena en la mejora de 7 ranchos no afectados y la reubicación de 32 familias. Se trata aquí de una población de estrato 0, sin ingresos, afectada de enfermedades y en conflictivo proceso de aculturación. El esfuerzo arquitectónico se centró en gestar una vivienda digna, aceptada culturalmente y que permitiera, en alguna medida, mejorar la calidad de vida y la autoestima. Es importante entender que, en estas circunstancias extremas, el arquitecto puede realizar una acción social, aun sabiendo que debe renunciar a sus propias expectativas. La memoria del proyecto se inicia con un epígrafe del gobernador del cabildo: “Cambiamos de estatos (sic): ya no somos miserables, ahora somos pobres”.
En las investigaciones, en cambio, sí se encuentra una preocupación más extendida por los problemas de la población rural, tanto en su medio nativo como en los difíciles procesos de acomodación urbana. Entre ellos, además del seleccionado estudio “La arquitectura de las diversidades territoriales de Urabá”, que se comenta aparte, están los trabajos “Usos, costumbres e imaginarios en el espacio público: el cono del sector de Jerusalén”, del arquitecto Carlos Niño y Jairo Chaparro, y “Barrio Yanaconas. Popayán”, de los arquitectos Martha Lucía Roldán, Sergio Gómez Vieira, Claudia Márquez Arias y Alejandro Tieck Gaviria. Examinemos ahora las obras de espíritu urbano, que constituyen el 99 por ciento de la Bienal.
Pequeño++
Los proyectos pequeños son pocos, pero llamativos. Son aquellos que uno no sabría si denominar “objetos grandes” o “esculturas arquitectónicas” o “mobiliario urbano”. Un ejemplo es la Portería Sol de Río Claro, que da acceso al lago del Águila Pescadora, en Jamundí, Valle. Los arquitectos Luis Fernando Rengifo y Norberth Aristizábal, metafóricamente, posan en el campo un pequeño artefacto como un águila, que después de coger su presa se alista a alzar vuelo. Si el símbolo es literal, los recursos utilizados no son figurativos: el resultado es una sugerente estructura en madera y metal, preñada de movimiento y confeccionada con precisión. Otro ejemplo, que combina el ludismo urbano con el reto de la arquitectura efímera, son las simpáticas casetas para venta de comidas típicas de diversos países que construyera el arquitecto Freddy Clavijo para la Feria del Río, en Cali. Hechas con materiales diversos (plástico, madera o láminas de metal), este es el único proyecto que enfrenta el complicado tema de las ventas ambulantes, que, como todos sabemos, constituye uno de los principales problemas de nuestras ciudades. Aunque su tamaño sea algo mayor, no deben dejar de mencionarse los módulos de servicios del Parque de la Florida en Bogotá, del arquitecto Mario Cabrera, puesto que su intención estética, entre arquitectónica y escultórica, le da un carácter de objet trouvé muy adecuado a su cometido.
Mediano
Los proyectos de tamaño mediano son las edificaciones unitarias, denominadas normalmente piezas de arquitectura, y constituyen, como es de suponerse, la mayor parte de la muestra, cerca del 70 por ciento. Estos proyectos pueden dividirse en dos grandes grupos: el de las casas en el campo, antes mencionadas, y el de los “insertados” en una u otra situación urbana. En ambos casos el tema del contexto es crucial, ya sea en términos de paisaje, topografía, vecindarios, paramentos u otras variables. Así se reconoce en las memorias, donde lo usual es comenzar describiendo las condiciones físicas que rodean y condicionan el proyecto.
En comparación con las arquitecturas urbanas, las casas en el campo (agreste, domesticado o semiurbano) tienen mayor libertad de acción y se podría suponer que se prestan para la experimentación arquitectónica. Sin embargo, salvo contadas excepciones, esto no es así. Por el contrario, la nota predominante en buena parte de estos proyectos es el “rusticismo”, que apela a los materiales en bruto, los terminados burdos y los collages nostálgicos, con uso frecuente de elementos comprados en demoliciones. No es posible determinar si esta proclividad al gusto por lo pintoresco proviene de una concesión al cliente o de una curiosa interpretación profesional de las connotaciones de lo rural. Debe decirse a su favor que en algunos casos se logran ambientes agradables, sobre todo cuando el amoblamiento completa coherentemente la escenografía rústica.
Una actitud emparentada con la anterior, aunque con diferencias importantes, es la que se expresa en muchas de las casas provenientes básicamente de las zonas cafeteras, que por su cantidad y claridad de propósitos merecen un comentario especial. La insistente utilización de estructuras de guadua y muros con colores fuertes, los amplios voladizos y la división en cuerpos atravesados por un jardín son signos inequívocos de la militancia regionalista. La similitud en las respuestas hace pensar que se están bordeando los límites de esta postura. En los ejemplos más logrados como la Casa del Guardabosque, en Manizales, seleccionada por el jurado; la Casa en el Bosque Rodríguez-Vitale, en Cali, de los arquitectos Olga Milena Cadavid y Andrés Hoyos Mazuera, o la Casa Rojas, en Alejandría, cerca de Armenia, de los arquitectos Guillermo Holguín Mejía y José Arbey Soto Giraldo, se ha llegado a un dominio constructivo y plástico de las estructuras en guadua, a una interesante relación entre espacio interior y espacio exterior y a una osada implantación que las hace flotar sobre el paisaje.
Aunque grata y efectiva, esta arquitectura parece incapaz de enfrentar temas de mayor escala, contextos urbanos o funciones complejas y termina confinándose al reducido marco de casas de recreo o estructuras temporales en espacios abiertos. El excesivo énfasis en lo local, a un paso del tipicismo conservador y nostálgico, puede cerrar las puertas a una evolución efectiva. Se podría hablar entonces de “casas regionales” pero no de una “arquitectura regionalista”. Experiencias similares en otras regiones de América Latina (por ejemplo en Chiloé, al sur de Chile) han llevado a una reflexión colectiva sobre las posibilidades de conciliar una identidad regional con la absorción de ingredientes externos contemporáneos.
En ese sentido es interesante la casa Trujillo Londoño, en Villamaría, zona suburbana de Manizales, del arquitecto Gerardo Arias Villegas. En ella están presentes elementos de la tradición local, como el techo flotante, el protagonismo de la estructura en madera y la interpenetración espacial, al igual que elementos de otras arquitecturas contemporáneas como el muro curvo, la composición en planos y los colores ocres. Los distintos componentes de la casa no compiten entre sí, se sincronizan en una unidad tranquila, dentro de un proceso conceptual equidistante entre la abstracción y el figurativismo. La casa, claramente reconocible como perteneciente a su región, logra evadir las tentaciones del folclorismo, indicando un camino fructífero en la discusión, que ya va para largo, sobre las arquitecturas regionales en América Latina.
Se decía que las casas de campo son propicias para la experimentación. Y, aunque pocas, también las hay en la muestra de la Bienal. Además de la seleccionada (Horas Claras), se inscribieron algunas que se salen de los estereotipos convencionales. La Casa del Sol, en un barrio de Cali, en el pie de monte del cerro Cristo Rey (arquitectos Joseph Delgado Burckhardt y Juan José Cruz Borda), no es exactamente una casa rural pero se comporta como si lo fuera. La casa plantea contradicciones entre el círculo y el cuadrado, entre el interior y el exterior y entre los distintos materiales, pero, finalmente, las tensiones se equilibran porque una fuerza unitaria las cohesiona. En cambio, en la casa La Resaca, en Sasaima (arquitecto Guillermo Mojica), estos y otros conflictos permanecen yuxtapuestos, entrechocándose sin intento de reconciliación. La atrevida exposición de este collage de fragmentos suscita la sorpresa y la reacción inmediata de aceptación o rechazo, pero no deja indiferente al visitante.
La arquitectura puntual insertada en la ciudad destila una mayor experiencia colectiva y posee la más alta calidad promedio. En Colombia se ha llegado a un consenso acatado sobre lo que es una buena inserción o unas buenas maneras urbanas. Este rasgo es, posiblemente, el que suscita una buena opinión sobre la arquitectura colombiana entre los visitantes extranjeros. Pero en esto, como en todo, hay matices.
La manera más directa de respetar el contexto es la actitud camaleónica, es decir, la mimetización. Proyectos como el Portal de San Francisco, un edificio de apartamentos en Rionegro, Antioquia (arquitecto Óscar E. Gómez), o el Centro Comercial Camino Real, en Chiquinquirá (arquitecto Efraín Rincón), optaron por un lenguaje que podría llamarse neocolonial y que, discretamente, contribuye a la coherencia de las calles, bien conservadas, donde están situados.
Por su tamaño e importancia urbana, esta misma actitud se hace más desafiante en el edificio del Prado Office Center (arquitecto Christian Heins Finkenstaedt), frente al Hotel del Prado en Barranquilla. Varias décadas de credo moderno han llevado a atacar despiadadamente todo intento de lenguaje neocolonial, tildándolo de pastiche “guatavitesco”. Pero, ¿no es acaso el mismo Hotel del Prado, Monumento Nacional, un pastiche? ¿Y no lo son también muchas de las residencias de los años treinta y cuarenta en los barrios que suscitan orgullo patrimonial en las principales ciudades del país? No parece haber razón alguna para que lo permitido e incluso admirado hace cinco o seis décadas resulte hoy anatema.
La polémica, planteada en términos puramente estilísticos, no tiene salida porque se disuelve en la arbitrariedad de los gustos y los prejuicios. Lo importante no es analizar el ropaje lingüístico, sino la arquitectura misma. Y en el caso del Prado Office Center, pese a su nombre en inglés, la provisión de estacionamiento para 146 vehículos y la solución de la continuidad peatonal con arcadas en los dos primeros niveles de comercio, por ejemplo, demuestran sensibilidad por el lugar donde se localiza.
Otra manera muy socorrida de inserción en el contexto consiste en atrapar el espíritu y escala de la zona circundante, como en el caso del edificio Balcón de los Búcaros, en Medellín (arquitecto Jorge Álvaro Espinosa y María Helena Vanegas). Varios de los proyectos seleccionados por el jurado lo fueron precisamente por la habilidad demostrada en resolver las determinantes urbanas, a veces muy difíciles. La continuidad contextual es muy clara cuando se utiliza el mismo material y la misma escala. Por ejemplo, en la ampliación del colegio de las Bethlemitas, en Pasto (arquitectos Ricardo Navarrete Jiménez y Gloria Stella Astorquiza), el empleo del ladrillo y los ritmos del edificio anterior dan el tono general que impide que las innovaciones disuenen. La contextualización es menos evidente cuando hay cambios o mezcla de materiales. En la sede de la revista Cromos (arquitectos Enrique Silva, Humberto Silva y Gustavo Perry) y el edificio de oficinas Santa Clara (arquitectos Felipe Londoño Ángel, Fernando de la Carrera y Adolfo González Márquez), ambos en Bogotá, y en el edificio San Diego, en Cali (arquitecto Juan Felipe Cadavid), los materiales y los recursos, que evocan las arquitecturas de los años cincuenta, responden a la intención de recuperar una quintaesencia arquitectónica que emana de la zona donde se ubican.
Se ha querido ver en esta última actitud una polémica entre una modernidad que no ha muerto y un ladrillismo convencional. Fuera de algunos detalles que provienen de la vocación de los materiales o de las preferencias referenciales, no parece haber discrepancias de fondo en la escogencia de uno u otro material. En ambos casos predomina un sano afán por entender el desarrollo histórico y formal de la ciudad.
La manera más radical de pertenecer a un contexto no es continuarlo miméticamente ni interpretarlo en su espíritu: es, simplemente, existir. Los procesos de intervención sobre arquitecturas de distintos pasados es una de las modalidades más frecuentes de práctica profesional y probablemente se profundice aún más en el futuro. En esta, como en anteriores Bienales, hay muy buenos ejemplos de reciclajes, pero una de las características de esta XVI edición es la importancia que ha adquirido la intervención sobre construcciones recientes.
En la actualidad hay una preocupación mundial en lo que respecta al patrimonio moderno. La organización Docomomo (Documentación y Conservación del Movimiento Moderno) ha realizado una serie de congresos y reuniones para fomentar la discusión de este tema complejo, que ha obligado a revisiones historiográficas y críticas sobre el legado arquitectónico del siglo XX. Aunque en Colombia esta discusión apenas comienza, hay interés en el tema tanto en las obras presentadas como en varias investigaciones.
Entre los proyectos más logrados se encuentran la remodelación de un edificio de los años cincuenta para sede del Departamento Administrativo de la Función Pública (arquitectos Julio César Villabona y Gloria Ruth Mutis), la acertada readecuación del Teatro Jorge Eliécer Gaitán (Construcciones Acústicas, Ltda., arquitectos Mauricio Hernández, Juan Sánchez y Daniel Duplat) y las distintas intervenciones sobre el árido conjunto de la Feria Exposición, todos ellos en Bogotá, así como la integración de un edificio reciclado dentro del conjunto de la nueva sede de Cotrafa en Bello, Antioquia (Javier Vera Arquitectos, arquitectos Javier Vera Londoño y Alejandro Velásquez). Dentro de las investigaciones se orientan en esta misma dirección de rescate del patrimonio moderno los trabajos del arquitecto Francisco Ramírez Potes “La arquitectura profesional en Cali y su área de influencia” y de Carlos Bell Lemus “Legado de la arquitectura del movimiento moderno al patrimonio inmueble de Barranquilla, 1946-1964”.
Un caso sutil de integración de arquitectura nueva a una moderna anterior es el Gimnasio del Liceo Francés en Bogotá (arquitecto Daniel Bermúdez Samper). Este excelente proyecto fue resultado de un concurso privado realizado en 1988 para el plan de ordenamiento del colegio, donde se preveía la construcción de una cancha cubierta para basquetbol, voleibol, gimnasia y otros deportes. Al Liceo Francés inicial de 1948, Fernando Martínez Sanabria había añadido otros edificios entre 1965 y 1970. El coliseo ahora anexado por Bermúdez forma parte de esta historia progresiva de construcciones. La decisión de hundir la cancha múltiple traía el problema de su iluminación, que se resolvió de manera óptima con una hermosa estructura metálica, dos claraboyas centrales y marquesinas perimetrales. Pero, además, trajo enormes ventajas. En primer lugar, hacia la calle, en vez de un gran volumen, se encuentra una transparencia que permite a los transeúntes ver los deportes escolares. En segundo lugar, el techo del coliseo se convirtió en una plaza de juegos que recibe los muros en abanico del edificio de jardines infantiles y primaria, enriqueciendo la captación de los volúmenes de Martínez. La impecable solución, la fina implantación y el acierto estético en el manejo de la luz hacen de este uno de los mejores proyectos inscritos en la Bienal.
Además del contexto, como se pone de relieve en este caso, en los proyectos de mediana escala es muy importante la comprensión del carácter de la edificación, sobre todo en temas delicados por sus implicaciones trascendentes. Entre las varias capillas o mausoleos sobresale la Capilla de Cremación en Cali (arquitectos Ximena Zamorano Hincapié y Luis Fernando Zúñiga), tanto por su sobriedad como por la evocación de los cuatro elementos –aire, agua, tierra y fuego–, tan efectiva para cargarse de valor simbólico. El carácter, tema crucial de la arquitectura académica y centro de debates en el siglo XIX, tiene ahora una versión contemporánea, propia de la sociedad de consumo: la imagen. Llama la atención la cantidad de veces que esta palabra aparece en las memorias de los proyectos. Expresar la imagen corporativa se ha vuelto una de las preocupaciones principales del diseño de edificios para empresas privadas o públicas. Generalmente la convocación de la imagen sirve para justificar la altura de los edificios, los caprichos formales o las pretensiones tecnológicas. Cuando la imagen se convierte en un tema explícito –diseño de sucursales de almacenes, bancos o restaurantes–, el reto es “lograr variedad dentro de la unidad”, pero, también, si el arquitecto es sensible, responder a las condiciones específicas de su implantación. El arquitecto Guillermo Fischer, diseñador de la cadena de restaurantes Crepes and Waffles, presentó en esta ocasión la sucursal de Cedritos, en Bogotá. Además del acertado manejo del cielo raso en madera, el proyecto tiene el mérito de proveer estacionamientos cubiertos en el primer piso, muy necesarios en la zona, una concesión urbana que sobrepasa los requerimientos del encargo.
Grande++
Los proyectos grandes son aquellos que por sus dimensiones –de una a tres manzanas– forman una unidad autocontenida y producen un fuerte impacto en la ciudad. Pueden estar conformados por un solo edificio de gran formato o pueden ser conjuntos de varias edificaciones. Cuarenta y cinco de los proyectos inscritos en la Bienal entrarían en este rango, siendo pocos los que acometen con éxito el difícil reto de conciliar su tamaño con la vida urbana. La última reunión de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), celebrada en 1996 en Barcelona, fue convocada bajo una categorización atípica, con uno de sus rubros denominado containers. El nombre buscaba designar grandes edificios, cuya función, tipología o planteamiento los convertía en cajas herméticas forradas. Cuando son muy grandes, los centros comerciales, los edificios de estacionamiento, las bodegas o los galpones industriales son containers, que solucionan los problemas inherentes a su uso, por lo general codificado en términos de una sociedad de masas. Pero estos edificios suelen convertirse en “huecos negros” para la ciudad: su imponente masa interrumpe el flujo de las actividades corrientes y por eso muchos de ellos se localizan en áreas suburbanas. Los containers son una realidad que ya existe en nuestras ciudades, y por lo menos 10 proyectos presentados a esta Bienal pueden recibir tal denominación. Entre ellos, el más destacable por la manera como asume su función y suaviza su impacto con voluntad escultórica es el edificio para el estacionamiento de 1.600 automóviles, anexo a Corferias, en Bogotá, del arquitecto Alejandro Sokoloff. En los dos primeros pisos se prevén otros usos –espacios para eventos y exposiciones– que posibilitan una continuidad de las actividades propias del lugar. La mezcla de usos y el tratamiento de la entrada del edificio Calle Real en Pasto (arquitecto Fabio Gómez Hoyos), son los medios empleados para disminuir las repercusiones urbanas de un edificio de estacionamiento en el centro de la ciudad.
Sin ser cerrado, el enorme edificio de las Empresas Públicas de Medellín, de 108 x 54m de planta, rodeado de estacionamiento, funciona como un “hueco negro” urbano. Algo similar puede decirse del edificio para la Fiscalía General de la Nación. Consideraciones de seguridad, eficiencia, concentración burocrática y atención masiva de público, han llevado a muchas entidades del Estado a construir estas enormes estructuras, que contrastan con la actitud de amable integración a la ciudad y mecenazgo arquitectónico que desplegaron en otras épocas.
En la categoría grande están por lo general los espacios públicos, que en esta ocasión son, lamentablemente, muy escasos. Además de los dos seleccionados por el jurado —el Parque de San Antonio, en Medellín, y el de Bolívar, en Pereira—, que se comentan en su lugar pertinente, resultan también interesantes la Plazoleta Gabriel Velásquez Palau, en Cali (arquitectos Jaime Beltrán y Hebert Balanta), que forma parte del conjunto de la Universidad del Valle, en San Fernando, y el Parque Cultural del Oriente, en Bucaramanga (arquitectos Silvia Juliana Zárate y Luis Francisco Torres), por su acertado enfoque paisajístico. Entre los esfuerzos realizados para atenuar los problemas que deja el trazado de grandes vías, el diseño urbano aplicado a una oreja vial en la avenida al aeropuerto El Dorado en Bogotá (Contexto Urbano, arquitectos Andrés Ortiz Gómez, Nora Aristizábal y Jorge González Garcés) es un intento en este sentido.
De todas maneras, la escasez de acciones tendientes a mejorar el espacio público es inquietante. Este es un tema del que se habla mucho, pero se hace poco. La Bienal parece indicar que en Colombia hace falta encontrar los mecanismos que permitan a los políticos pasar de la retórica bien intencionada a las acciones concretas, y a los arquitectos del dibujo vistoso a la confrontación y evaluación del diseño urbano sobre el terreno.
En lo que a conjuntos se refiere, el Centro Administrativo Municipal de Itagüí, Antioquia (arquitectos Javier Hernando Castañeda, Juan Fernando Forero, Luis Guillermo Hernández, Carlos Mario Rodríguez y Mauricio Alberto Valencia), busca una conexión con el entorno, llevando el espacio público hasta el centro de la manzana. En su mayor parte los proyectos grandes siguen siendo, desde luego, conjuntos de vivienda. La agrupación Terrazas del Campestre, en las inmediaciones de Ibagué (arquitectos Álvaro Salamanca, Juan Carlos Uscátegui, Adelaida Balén de Salamanca y Miguel Antonio Bayona), es uno de los mejores ejemplos. Pegadas a la ladera de una colina, las casas-apartamentos bajan aterrazadas, aprovechando la vista y disolviendo la masa edilicia; los tres módulos-edificios se entrelazan por el tratamiento del acceso entre ellos, con un sentido unitario del conjunto. Pero esta delicadeza por sumergirse en el medio rural o urbano no es frecuente.
Desde hace varios años, con la excusa de la inseguridad, en las grandes ciudades (sobre todo en Bogotá) se habían construido conjuntos cerrados que creaban un “mundo feliz” en el interior, excluyéndose deliberadamente del resto de la ciudad. Esta moda se ha extendido ahora a ciudades menores. Aunque la arquitectura repetitiva de estos conjuntos cerrados tiende a ser convencional (por no decir comercial), en el diseño del espacio colectivo se encuentran ciertos logros llamativos como es el caso del conjunto Altos de Santa Bárbara, seleccionado por el jurado.
Muy grande++
Proyectos muy grandes son los que ocupan tres o más hectáreas (o manzanas). Casi siempre se trata de conjuntos que comprenden varios usos y requieren un acercamiento multidisciplinario y un planteamiento urbanístico y de diseño urbano. En Colombia esta escala es especialmente problemática porque implica altas inversiones y una persistencia en el tiempo que raras veces se consigue.
Cuando la intervención se hace en zonas centrales o consolidadas de la ciudad, lo corriente es subdividirlos en etapas, de las cuales generalmente se realiza la primera y, dependiendo de su éxito o aceptación, se desarrollan las siguientes. Con frecuencia en este proceso de ensayo y error, explayado a lo largo de varios años, ocurre que se introducen modificaciones, a veces tan sustanciales, que se desdibujan las intenciones iniciales o se abandona el proyecto a medio hacer o se segmenta en pedazos que adquieren lógicas autónomas. Un ejemplo de esta última situación es el Parque Central Bavaria, en Bogotá, que posee algunos sectores de calidad arquitectónica, uno de ellos seleccionado por el jurado de esta Bienal.
Otros casos de proyectos muy grandes son conjuntos de vivienda de sectores de ingresos medios o bajos, donde la localización suburbana y las economías de la producción en serie a gran escala permiten reducir costos. Por lo general el “interés social” es un eufemismo que oculta el “poco interés arquitectónico”. La precariedad de recursos con que se opera en estos casos hace que cualquier detalle amable en la arquitectura o el espacio público sean bienvenidos. Las experiencias indican que mientras la vivienda para sectores de muy bajos ingresos no sea subsidiada, será muy difícil cambiar el aspecto desapacible de muchos de estos barrios que se construyen por hectáreas en las afueras de nuestras ciudades.
En esta dimensión de lo enorme hacen su amable debut en Colombia los parques rurales, ya sea de vocación lúdico-turística como la Fundación Parque de la Cultura Cafetera, cerca a Montenegro, Quindío (arquitectos Dicken Castro 1 etapa y Carlos Eduardo Agudelo 2 etapa), o de carácter ecológico como el Ecoparque La Sona, en Puerto Nare, Antioquia (arquitecto Róvinson Sierra). Mientras en el primer caso sobresale la hermosa estructura simbólica en madera, en el segundo lo que destaca es que nada se destaque, pues las modestas intervenciones respetan el medio natural. En ambos casos se ponen en juego consideraciones de distintas escalas, desde ambientales y paisajísticas hasta el diseño de un pequeño puente o camino. El tamaño macro de estos proyectos los vuelve, paradójicamente, muy vulnerables, pues dependen en gran medida de su posterior mantenimiento y administración. La tentación de añadirles otras construcciones y otros enfoques pueden llegar a desvirtuar los buenos propósitos originales.
Los arquitectos++
Como comentario final se ofrecen a continuación algunas observaciones sobre el perfil de los arquitectos que participaron en la XVI Bienal. A pesar de no haber podido hacer una indagación exahustiva, la información parcial acerca de la edad y la formación de los participantes arroja algunas luces sobre ciertos aspectos de la presente muestra y su proyección futura.
Se dice con frecuencia que, a diferencia de otras artes, la arquitectura es un arte para gente mayor y, ciertamente, hay razones para creer que esto es así. Para construir un buen proyecto, que por lo general comprende inversiones considerables y consensos sociales, se necesita contar con una credibilidad y una experiencia que sólo se adquiere tras largos años de práctica. Sin embargo, la revisión de inscritos en la Bienal muestra que los arquitectos veteranos (que hoy tienen entre 60 y 75 años) son sólo seis o siete. Esta escasa participación es de lamentar, pues entre ellos se encuentran algunos de los mejores arquitectos del país. Se pensaría entonces que la mayoritaria sería la siguiente generación (entre 45 y 60 años), que en la vida económica, política y cultural está en el poder, pero sólo una tercera parte de los inscritos pertenecen a esta franja de edad. Alrededor de dos terceras partes de los participantes tienen menos de 45 años. Incluso tras las mudas siglas corporativas de firmas tradicionales, en muchas ocasiones también son arquitectos jóvenes quienes han tenido a su cargo el diseño. Esta es una de las notas características de la Bienal: la de ser preponderantemente una muestra de arquitectos jóvenes. Posiblemente ello explique la numerosa presencia de casas de campo, de reciclajes y proyectos pequeños, donde los arquitectos jóvenes tienen más posibilidades de actuación.
La masiva participación de esta nueva generación puede tener varias interpretaciones. Si bien es cierto que el efecto promocional de una eventual mención o premio puede ser muy atractivo para quienes están comenzando su carrera profesional, también lo es para los arquitectos un poco más maduros. Un examen de los trabajos presentados señala diferencias de talante entre estos dos grupos de edades. En la nueva generación tiende a predominar una concepción de arquitectura-arte, con diseño pormenorizado pleno de referencias intra-arquitectónicas, mientras que la generación un poco mayor parece tener una concepción de arquitectura-oficio, más permeada por inquietudes de tipo social e intelectual. Una parte importante de esta generación se ha dedicado a la investigación, al trabajo de planeación en oficinas públicas o a la docencia; de hecho, conforman la gran mayoría de los profesores universitarios del área de arquitectura.
La Bienal, bajo esta óptica generacional, es, por otra parte, una radiografía de la evolución de la enseñanza de la arquitectura. Salvo contadas excepciones, la casi totalidad de arquitectos se ha formado en Colombia. La generación mayor, casi exclusivamente en la Universidad Nacional, como es lógico, pues fue por mucho tiempo la única facultad existente. La generación intermedia estudió en las universidades estatales y en algunas privadas de las grandes capitales. En la tercera se acusa la diversificación de facultades y la preferencia por estudiar en la ciudad de origen.
En este proceso se evidencian dos tendencias. Por un lado, la regionalización creciente de la formación profesional, que se manifiesta en la Bienal en la expresión arquitectónica más o menos identificable por regiones. En segundo lugar, la privatización creciente de la educación. En las ciudades principales el equilibrio entre universidad pública y universidad privada ha ido cediendo el paso a una mayor participación de ciertas universidades privadas de trayectoria y prestigio. Entre los participantes jóvenes de Bogotá, la mayor parte se educaron en la Universidad de los Andes y los de Medellín en la Universidad Pontificia Bolivariana. Con la inusitada y reciente proliferación de nuevas facultades de arquitectura, es de esperar que en el futuro estas dos tendencias se agudicen, dándole un peculiar sesgo al panorama arquitectónico colombiano.
NOTAS++
1.Collins, Peter, Arquitectural Judgement. Ed. Faber & Faber, Londres, 1971
2.Koolhas, Rem y Mau, Bruce, S,M,L,XL, Ed. Taschen, Colonia, 1995
XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 |
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XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 / Comentarios Analíticos a la XVI Bienal Colombiana de Arquitectura
Comentarios Analíticos a la XVI Bienal Colombiana de Arquitectura
Texto de: Silvia Arango
Consideraciones Previas++
El juicio++
Las bienales, así como otros premios y eventos arquitectónicos únicos, son las formas institucionalizadas de realizar juicios públicos sobre arquitectura. Un jurado juzga: decide qué está bien y qué está mal, es decir, asigna valores. No se trata de un juicio moral sino estético y por ello, en nuestras circunstancias históricas, discutible. En arte –y en arquitectura– no se puede ya apelar a una norma o ley absoluta que fije una referencia de excelencia. Por ello todo jurado debe establecer primero las “reglas de juego” o criterios para llevar a cabo su juicio.
Peter Collins1 hace una analogía entre el juicio en la arquitectura y el juicio en la jurisprudencia anglosajona. En ambos casos se procede con base en referentes, casos previamente juzgados en condiciones similares, de manera que se puedan encontrar una comparación y una orientación. Lo primero que tácitamente establece un jurado es el universo referencial dentro del cual establecer su juego comparativo. Dada la composición del jurado de esta XVI Bienal de Arquitectura Colombiana, esos referentes son la arquitectura colombiana y latinoamericana de los últimos años y, en menor medida, como telón de fondo, la arquitectura de otros países o internacional, que de alguna manera juega como “la otra”.
Los criterios, explícitos o no, de juzgamiento provendrán de las ideologías y valores predominantes en la ”comunidad arquitectónica latinoamericana“. Aunque no se ha hecho un estudio “científico” de estos valores, no es difícil reconocer la presencia de consensos en esta comunidad profesional por la forma reiterada en que aparecen en las memorias de los proyectos presentados, en los comentarios de los jurados y en las distintas formas de crítica. Por ejemplo, se considera positivo y deseable la sencillez y la coherencia, así como la integración contextual tanto en la ciudad como en el paisaje rural, mientras que se reprueba el historicismo literal y escenográfico o el exceso de ornamentación. Hay casi unanimidad en la concepción del proyecto arquitectónico como desafío-respuesta o como solución a un problema. El grado de ingenio, propiedad u oficio demostrado en el desafío específico será, pues, un buen termómetro para medir calidades. Algunos criterios adicionales como la desconfianza hacia las modas, por pasajeras, o hacia la arquitectura deliberadamente efímera o frívola, valorizan la arquitectura sólida, que resista el paso del tiempo o que exprese una cierta intemporalidad; adjetivos como elegancia se refieren, con frecuencia, a este atributo.
Es muy frecuente oír en los medios latinoamericanos la afirmación, que mezcla resignación y confianza, de la triada vitruviana: utilitas, firmitas, venustas (funcionalidad, solidez, belleza), como prueba de calidad arquitectónica.
Hasta dónde esta serie de criterios valorativos es compartida por comunidades arquitectónicas de otras latitudes, es materia de un largo debate. Lo que sí parece claro es que la evidencia de las precariedades, carencias y condiciones de la situación latinoamericana ha llevado a un cierto consenso valorativo, que se manifiesta no sólo en el evento colombiano sino en eventos similares en los demás países latinoamericanos.
La XVI Bienal de Arquitectura Colombiana ya está juzgada. Para ello se contó con un idóneo grupo de arquitectos colombianos y latinoamericanos que tuvo a su cargo tanto la tarea de selección como de premiación. El presente texto no intenta juzgar a los juzgadores, ni polemizar con los juicios emitidos. Su objetivo es analizar. Analizar, a diferencia de juzgar, significa tratar de comprender. Para ello hay que desmenuzar, desentrañar intenciones y propósitos y tratar de brindar un panorama reflexivo sobre la arquitectura colombiana actual en el contexto latinoamericano. Para el analista, todos los proyectos presentados, independientemente de su calidad, son interesantes pues expresan las distintas tendencias, posturas y alternativas de nuestra arquitectura actual.
Las categorías ++
Las primeras bienales de arquitectura colombiana, convocadas durante los años sesenta, presentaban una categorización muy sencilla: obras construidas (residencias y edificios) y obras no construidas. A esta división se adicionaban trabajos de investigación y, eventualmente, proyectos de estudiantes.
En los años setenta se adoptó una categorización funcional, como puede verse en los sucesivos anuarios de esta década. No obstante, la clasificación convencional de vivienda, comercio, industria e institucional, se vio pronto desbordada. A medida que el panorama profesional se hacía más complejo, se hizo necesario introducir subdivisiones (vivienda unifamiliar, multifamiliar, conjuntos) e involucrar nuevos usos (culto religioso, deportes, recreación, turismo, etc.). La proliferación de funciones desdibujó este tipo de clasificación por su incapacidad de abarcar una diversidad que se tornaba inmanejable. Se llegó entonces a la categoría disciplinaria.
Paralelamente a la aparición de arquitectos con estudios de postgrado o con una determinada especialización de su práctica, desde mediados de los años ochenta se reconocen claramente dos actividades especializadas: el urbanismo y la restauración; la especialización en tecnología sólo aparece en la IX Bienal, en 1983. Estos dos capítulos se añaden a las dos actividades medulares conservadas por más de 35 años: el diseño arquitectónico y la investigación. La categorización disciplinaria se ha mantenido con ligeras variaciones. Las últimas bienales se han convocado bajo cuatro capítulos: diseño, restauración, urbanismo e investigación, e incluso han conformado jurados especializados para cada área como reconocimiento al saber irreductible de cada especialización. No obstante, como se aprecia en la XVI Bienal, la categorización basada en especialidades disciplinarias comienza a resultar insuficiente. Y hay dos razones fundamentales para ello.
En primer lugar, el escenario profesional ofrece ahora especializaciones nuevas con especificidades propias como el paisajismo o la arquitectura de interiores, que no encuentran un lugar preciso en los cuatro capítulos indicados. Es de esperar que en los próximos años surjan nuevas especializaciones.
En segundo lugar, los contornos de las cuatro categorías disciplinarias, a la luz de las obras inscritas en la XVI Bienal, presentan límites difusos. Un ejemplo claro de confusión es el capítulo de “urbanismo”, que en bienales anteriores había tenido otras denominaciones (planificación urbana y regional o diseño urbano) y que en esta recibió 11 proyectos de muy disímiles características: adecuación o diseño de espacios urbanos, parques rurales, urbanizaciones en la ciudad o fuera de ella y un estudio regional. En el capítulo de “diseño arquitectónico” también se inscribieron plazas, parques y urbanizaciones. Esto pareciera indicar que el urbanismo, como “ciencia de planificar las ciudades” o no existe en Colombia o no se presentó a la Bienal, o no hay claridad sobre lo que el término denota.
Bajo el rubro de restauración se inscribieron 14 proyectos, que cubren una amplia gama que va de la restauración estricta a la readecuación. El jurado, compuesto por restauradores especializados, privilegió las acciones propiamente restauradoras de valor patrimonial, es decir, aquellas en las que se conserva la totalidad –o una porción importante– de la estructura original sin destruir su valor como documento histórico. Sin embargo, es evidente que la intervención sobre una estructura arquitectónica previa ofrece muchas alternativas, según su valor específico, como demuestra la proliferación de “res” con que se designa esta actividad: res-tauración, re-novación, re-modelación, re-estructuración, re-funcionalización, etc. Ahora bien, resulta que por lo menos otros 18 proyectos inscritos en la Categoría diseño y, por tanto, estudiados por un jurado diferente, son también intervenciones sobre una arquitectura precedente y cubren también el espectro que va de la conservación estricta a la readecuación. Tal vez quienes se inscribieron en diseño no se sienten especialistas sino sencillamente arquitectos.
Se pensaría que la investigación sí debería tener contornos precisos y de hecho es la categoría más nítida, pero, aun allí, hay una diversidad que dificulta su homogeneización. El jurado de esta área consideró que de los 19 trabajos presentados, algunos podrían caer bajo la clasificación de manuales de divulgación, otros son reseñas históricas hechas “en función de los proyectos de restauración respectivos y no deberían ser segregados de los proyectos” y otros son “estudios de base para intervenciones urbanas” (y, tal vez, ser considerados como urbanismo). En fin, sólo menos de la mitad podrían cobijarse bajo la denominación amplia de investigación, indagación o reflexión. Aunque examinaron la totalidad de los trabajos, su criterio fundamental se inclinó por privilegiar el trabajo propiamente investigativo.
La conclusión de las observaciones anteriores no es necesariamente la de eliminar la categorización disciplinaria por especialidades, sino alertar sobre los signos de insuficiencia que empieza a demostrar. En lo personal, me he ido convenciendo de que una categoría más simple podría ser más adecuada: la del tamaño o escala. En efecto, los proyectos pequeños, de cualquier tipo de especialidad o función, poseen una cercanía a lo objetual que implica determinantes diferentes a los medianos, donde se involucra una dimensión contextual inescamoteable. Los proyectos grandes requieren de una reflexión teórica en vista de su impacto social y en los muy grandes intervienen distintas disciplinas que obligan a procesos complejos de abstracción. A pesar de lo ingenuo que a primera vista pueda parecer esta clasificación por escalas espaciales, que son también temporales, podría, eventualmente, ser más práctica para manejar la enorme diversidad de obras que se producen en el campo de la arquitectura. Por eso no es extraño que el arquitecto Rem Koolhas haya escogido la categoría del tamaño, utilizando la analogía con las tallas de la ropa (S,M,L,XL), para el análisis de sus propios proyectos.2. En el análisis que sigue sobre las obras presentadas en la XVI Bienal, este ha sido también el criterio de clasificación.
Comentarios a la
muestra de la Bienal++
A pesar de que, por razones macroeconómicas, los últimos dos años han sido de receso en la industria de la construcción, comparada con otros países de América y el mundo Colombia sigue presentando un alto índice de producción edilicia, visible en la acelerada expansión física de nuestras ciudades. Aunque no todo lo que se construye puede considerarse “arquitectura” y el porcentaje de lo construido por arquitectos profesionales siga siendo pequeño, es indudable que la producción arquitectónica sobrepasa en mucho los 209 proyectos presentados en el capítulo de diseño arquitectónico e incluso las 234 obras inscritas, si sumamos las categorías de restauración y urbanismo.
En esta Bienal brillan por su ausencia algunos de los más prestigiosos arquitectos colombianos y algunas obras significativas, como la restauración de la Catedral Primada de Bogotá o la recuperación de espacios públicos en Cartagena y Medellín. Algunas ciudades grandes tuvieron escasa participación, como Barranquilla, de donde sólo se presentaron siete proyectos; no hay tampoco obras de algunas ciudades menores, como Neiva, Cúcuta o Quibdó. Sean las que fueren las razones para estas ausencias, su señalamiento sólo sirve para constatar lo que ya sabíamos: que la muestra de la Bienal no es exhaustiva, pero que, pese a ello, es el medio más idóneo de que disponemos para conocer, evaluar y analizar la producción arquitectónica colombiana. Por ello supondremos que la muestra de la Bienal es representativa de lo que no está allí y constituye, por tanto, un termómetro adecuado para analizar las tendencias y procesos de la arquitectura hecha en el país en los últimos dos años.
Una primera mirada revela que alrededor de 45 proyectos se construyeron en áreas rurales. Una segunda mirada, más detenida, revela que casi todos estos proyectos rurales consisten en casas de recreo (muchas en condominios) o casas permanentes sub o semiurbanas, pues se encuentran a cortas distancias (media hora de automóvil, como máximo) de una ciudad grande. Se pueden contar con los dedos de una mano los proyectos que, efectivamente, pertenecen a la dimensión rural, ya sea porque estén en el campo o en poblaciones pequeñas. Esto corrobora una de las características de la arquitectura colombiana: la de ser urbana, es decir, hecha en la ciudad o desde la ciudad, en todo caso con los valores de la ciudad.
Esta constatación es preocupante, pues no podemos olvidar que, a pesar de la creciente urbanización, un 40 por ciento de la población colombiana vive aún en áreas consideradas rurales. El olvido económico y cultural del campo es un factor de gran peso en los problemas sociales y políticos que acosan a nuestro país. En este sentido es necesario destacar dos de los proyectos de la Bienal: el colegio Barú y el denominado Colectivo Atípico.
El Colegio en la pequeña población de Barú, isla cercana a Cartagena, de los arquitectos David Restrepo y Cristóbal Pérez, es un bachillerato técnico orientado a oficios propios de la zona como pesca, acuacultura y hotelería. El significado social se corresponde con el gran tamaño del colegio, resuelto con una arquitectura que recoge tradiciones constructivas, espaciales y lingüísticas de la costa atlántica.
El Colectivo Atípico es, en verdad, atípico. Un desbordamiento del río Tetuán en mayo de 1994 arrasó un caserío indígena en el municipio de Ortega, Tolima. La Oficina de Asuntos Indígenas de la Gobernación del Tolima, con un precario presupuesto de 44 millones aportado por la nación, designó la tarea de reconstitución física de la población a la arquitecta María Helgee Rincón Holguín, quien trabajó con profesionales de otras áreas y el Cabildo Indígena en la mejora de 7 ranchos no afectados y la reubicación de 32 familias. Se trata aquí de una población de estrato 0, sin ingresos, afectada de enfermedades y en conflictivo proceso de aculturación. El esfuerzo arquitectónico se centró en gestar una vivienda digna, aceptada culturalmente y que permitiera, en alguna medida, mejorar la calidad de vida y la autoestima. Es importante entender que, en estas circunstancias extremas, el arquitecto puede realizar una acción social, aun sabiendo que debe renunciar a sus propias expectativas. La memoria del proyecto se inicia con un epígrafe del gobernador del cabildo: “Cambiamos de estatos (sic): ya no somos miserables, ahora somos pobres”.
En las investigaciones, en cambio, sí se encuentra una preocupación más extendida por los problemas de la población rural, tanto en su medio nativo como en los difíciles procesos de acomodación urbana. Entre ellos, además del seleccionado estudio “La arquitectura de las diversidades territoriales de Urabá”, que se comenta aparte, están los trabajos “Usos, costumbres e imaginarios en el espacio público: el cono del sector de Jerusalén”, del arquitecto Carlos Niño y Jairo Chaparro, y “Barrio Yanaconas. Popayán”, de los arquitectos Martha Lucía Roldán, Sergio Gómez Vieira, Claudia Márquez Arias y Alejandro Tieck Gaviria. Examinemos ahora las obras de espíritu urbano, que constituyen el 99 por ciento de la Bienal.
Pequeño++
Los proyectos pequeños son pocos, pero llamativos. Son aquellos que uno no sabría si denominar “objetos grandes” o “esculturas arquitectónicas” o “mobiliario urbano”. Un ejemplo es la Portería Sol de Río Claro, que da acceso al lago del Águila Pescadora, en Jamundí, Valle. Los arquitectos Luis Fernando Rengifo y Norberth Aristizábal, metafóricamente, posan en el campo un pequeño artefacto como un águila, que después de coger su presa se alista a alzar vuelo. Si el símbolo es literal, los recursos utilizados no son figurativos: el resultado es una sugerente estructura en madera y metal, preñada de movimiento y confeccionada con precisión. Otro ejemplo, que combina el ludismo urbano con el reto de la arquitectura efímera, son las simpáticas casetas para venta de comidas típicas de diversos países que construyera el arquitecto Freddy Clavijo para la Feria del Río, en Cali. Hechas con materiales diversos (plástico, madera o láminas de metal), este es el único proyecto que enfrenta el complicado tema de las ventas ambulantes, que, como todos sabemos, constituye uno de los principales problemas de nuestras ciudades. Aunque su tamaño sea algo mayor, no deben dejar de mencionarse los módulos de servicios del Parque de la Florida en Bogotá, del arquitecto Mario Cabrera, puesto que su intención estética, entre arquitectónica y escultórica, le da un carácter de objet trouvé muy adecuado a su cometido.
Mediano
Los proyectos de tamaño mediano son las edificaciones unitarias, denominadas normalmente piezas de arquitectura, y constituyen, como es de suponerse, la mayor parte de la muestra, cerca del 70 por ciento. Estos proyectos pueden dividirse en dos grandes grupos: el de las casas en el campo, antes mencionadas, y el de los “insertados” en una u otra situación urbana. En ambos casos el tema del contexto es crucial, ya sea en términos de paisaje, topografía, vecindarios, paramentos u otras variables. Así se reconoce en las memorias, donde lo usual es comenzar describiendo las condiciones físicas que rodean y condicionan el proyecto.
En comparación con las arquitecturas urbanas, las casas en el campo (agreste, domesticado o semiurbano) tienen mayor libertad de acción y se podría suponer que se prestan para la experimentación arquitectónica. Sin embargo, salvo contadas excepciones, esto no es así. Por el contrario, la nota predominante en buena parte de estos proyectos es el “rusticismo”, que apela a los materiales en bruto, los terminados burdos y los collages nostálgicos, con uso frecuente de elementos comprados en demoliciones. No es posible determinar si esta proclividad al gusto por lo pintoresco proviene de una concesión al cliente o de una curiosa interpretación profesional de las connotaciones de lo rural. Debe decirse a su favor que en algunos casos se logran ambientes agradables, sobre todo cuando el amoblamiento completa coherentemente la escenografía rústica.
Una actitud emparentada con la anterior, aunque con diferencias importantes, es la que se expresa en muchas de las casas provenientes básicamente de las zonas cafeteras, que por su cantidad y claridad de propósitos merecen un comentario especial. La insistente utilización de estructuras de guadua y muros con colores fuertes, los amplios voladizos y la división en cuerpos atravesados por un jardín son signos inequívocos de la militancia regionalista. La similitud en las respuestas hace pensar que se están bordeando los límites de esta postura. En los ejemplos más logrados como la Casa del Guardabosque, en Manizales, seleccionada por el jurado; la Casa en el Bosque Rodríguez-Vitale, en Cali, de los arquitectos Olga Milena Cadavid y Andrés Hoyos Mazuera, o la Casa Rojas, en Alejandría, cerca de Armenia, de los arquitectos Guillermo Holguín Mejía y José Arbey Soto Giraldo, se ha llegado a un dominio constructivo y plástico de las estructuras en guadua, a una interesante relación entre espacio interior y espacio exterior y a una osada implantación que las hace flotar sobre el paisaje.
Aunque grata y efectiva, esta arquitectura parece incapaz de enfrentar temas de mayor escala, contextos urbanos o funciones complejas y termina confinándose al reducido marco de casas de recreo o estructuras temporales en espacios abiertos. El excesivo énfasis en lo local, a un paso del tipicismo conservador y nostálgico, puede cerrar las puertas a una evolución efectiva. Se podría hablar entonces de “casas regionales” pero no de una “arquitectura regionalista”. Experiencias similares en otras regiones de América Latina (por ejemplo en Chiloé, al sur de Chile) han llevado a una reflexión colectiva sobre las posibilidades de conciliar una identidad regional con la absorción de ingredientes externos contemporáneos.
En ese sentido es interesante la casa Trujillo Londoño, en Villamaría, zona suburbana de Manizales, del arquitecto Gerardo Arias Villegas. En ella están presentes elementos de la tradición local, como el techo flotante, el protagonismo de la estructura en madera y la interpenetración espacial, al igual que elementos de otras arquitecturas contemporáneas como el muro curvo, la composición en planos y los colores ocres. Los distintos componentes de la casa no compiten entre sí, se sincronizan en una unidad tranquila, dentro de un proceso conceptual equidistante entre la abstracción y el figurativismo. La casa, claramente reconocible como perteneciente a su región, logra evadir las tentaciones del folclorismo, indicando un camino fructífero en la discusión, que ya va para largo, sobre las arquitecturas regionales en América Latina.
Se decía que las casas de campo son propicias para la experimentación. Y, aunque pocas, también las hay en la muestra de la Bienal. Además de la seleccionada (Horas Claras), se inscribieron algunas que se salen de los estereotipos convencionales. La Casa del Sol, en un barrio de Cali, en el pie de monte del cerro Cristo Rey (arquitectos Joseph Delgado Burckhardt y Juan José Cruz Borda), no es exactamente una casa rural pero se comporta como si lo fuera. La casa plantea contradicciones entre el círculo y el cuadrado, entre el interior y el exterior y entre los distintos materiales, pero, finalmente, las tensiones se equilibran porque una fuerza unitaria las cohesiona. En cambio, en la casa La Resaca, en Sasaima (arquitecto Guillermo Mojica), estos y otros conflictos permanecen yuxtapuestos, entrechocándose sin intento de reconciliación. La atrevida exposición de este collage de fragmentos suscita la sorpresa y la reacción inmediata de aceptación o rechazo, pero no deja indiferente al visitante.
La arquitectura puntual insertada en la ciudad destila una mayor experiencia colectiva y posee la más alta calidad promedio. En Colombia se ha llegado a un consenso acatado sobre lo que es una buena inserción o unas buenas maneras urbanas. Este rasgo es, posiblemente, el que suscita una buena opinión sobre la arquitectura colombiana entre los visitantes extranjeros. Pero en esto, como en todo, hay matices.
La manera más directa de respetar el contexto es la actitud camaleónica, es decir, la mimetización. Proyectos como el Portal de San Francisco, un edificio de apartamentos en Rionegro, Antioquia (arquitecto Óscar E. Gómez), o el Centro Comercial Camino Real, en Chiquinquirá (arquitecto Efraín Rincón), optaron por un lenguaje que podría llamarse neocolonial y que, discretamente, contribuye a la coherencia de las calles, bien conservadas, donde están situados.
Por su tamaño e importancia urbana, esta misma actitud se hace más desafiante en el edificio del Prado Office Center (arquitecto Christian Heins Finkenstaedt), frente al Hotel del Prado en Barranquilla. Varias décadas de credo moderno han llevado a atacar despiadadamente todo intento de lenguaje neocolonial, tildándolo de pastiche “guatavitesco”. Pero, ¿no es acaso el mismo Hotel del Prado, Monumento Nacional, un pastiche? ¿Y no lo son también muchas de las residencias de los años treinta y cuarenta en los barrios que suscitan orgullo patrimonial en las principales ciudades del país? No parece haber razón alguna para que lo permitido e incluso admirado hace cinco o seis décadas resulte hoy anatema.
La polémica, planteada en términos puramente estilísticos, no tiene salida porque se disuelve en la arbitrariedad de los gustos y los prejuicios. Lo importante no es analizar el ropaje lingüístico, sino la arquitectura misma. Y en el caso del Prado Office Center, pese a su nombre en inglés, la provisión de estacionamiento para 146 vehículos y la solución de la continuidad peatonal con arcadas en los dos primeros niveles de comercio, por ejemplo, demuestran sensibilidad por el lugar donde se localiza.
Otra manera muy socorrida de inserción en el contexto consiste en atrapar el espíritu y escala de la zona circundante, como en el caso del edificio Balcón de los Búcaros, en Medellín (arquitecto Jorge Álvaro Espinosa y María Helena Vanegas). Varios de los proyectos seleccionados por el jurado lo fueron precisamente por la habilidad demostrada en resolver las determinantes urbanas, a veces muy difíciles. La continuidad contextual es muy clara cuando se utiliza el mismo material y la misma escala. Por ejemplo, en la ampliación del colegio de las Bethlemitas, en Pasto (arquitectos Ricardo Navarrete Jiménez y Gloria Stella Astorquiza), el empleo del ladrillo y los ritmos del edificio anterior dan el tono general que impide que las innovaciones disuenen. La contextualización es menos evidente cuando hay cambios o mezcla de materiales. En la sede de la revista Cromos (arquitectos Enrique Silva, Humberto Silva y Gustavo Perry) y el edificio de oficinas Santa Clara (arquitectos Felipe Londoño Ángel, Fernando de la Carrera y Adolfo González Márquez), ambos en Bogotá, y en el edificio San Diego, en Cali (arquitecto Juan Felipe Cadavid), los materiales y los recursos, que evocan las arquitecturas de los años cincuenta, responden a la intención de recuperar una quintaesencia arquitectónica que emana de la zona donde se ubican.
Se ha querido ver en esta última actitud una polémica entre una modernidad que no ha muerto y un ladrillismo convencional. Fuera de algunos detalles que provienen de la vocación de los materiales o de las preferencias referenciales, no parece haber discrepancias de fondo en la escogencia de uno u otro material. En ambos casos predomina un sano afán por entender el desarrollo histórico y formal de la ciudad.
La manera más radical de pertenecer a un contexto no es continuarlo miméticamente ni interpretarlo en su espíritu: es, simplemente, existir. Los procesos de intervención sobre arquitecturas de distintos pasados es una de las modalidades más frecuentes de práctica profesional y probablemente se profundice aún más en el futuro. En esta, como en anteriores Bienales, hay muy buenos ejemplos de reciclajes, pero una de las características de esta XVI edición es la importancia que ha adquirido la intervención sobre construcciones recientes.
En la actualidad hay una preocupación mundial en lo que respecta al patrimonio moderno. La organización Docomomo (Documentación y Conservación del Movimiento Moderno) ha realizado una serie de congresos y reuniones para fomentar la discusión de este tema complejo, que ha obligado a revisiones historiográficas y críticas sobre el legado arquitectónico del siglo XX. Aunque en Colombia esta discusión apenas comienza, hay interés en el tema tanto en las obras presentadas como en varias investigaciones.
Entre los proyectos más logrados se encuentran la remodelación de un edificio de los años cincuenta para sede del Departamento Administrativo de la Función Pública (arquitectos Julio César Villabona y Gloria Ruth Mutis), la acertada readecuación del Teatro Jorge Eliécer Gaitán (Construcciones Acústicas, Ltda., arquitectos Mauricio Hernández, Juan Sánchez y Daniel Duplat) y las distintas intervenciones sobre el árido conjunto de la Feria Exposición, todos ellos en Bogotá, así como la integración de un edificio reciclado dentro del conjunto de la nueva sede de Cotrafa en Bello, Antioquia (Javier Vera Arquitectos, arquitectos Javier Vera Londoño y Alejandro Velásquez). Dentro de las investigaciones se orientan en esta misma dirección de rescate del patrimonio moderno los trabajos del arquitecto Francisco Ramírez Potes “La arquitectura profesional en Cali y su área de influencia” y de Carlos Bell Lemus “Legado de la arquitectura del movimiento moderno al patrimonio inmueble de Barranquilla, 1946-1964”.
Un caso sutil de integración de arquitectura nueva a una moderna anterior es el Gimnasio del Liceo Francés en Bogotá (arquitecto Daniel Bermúdez Samper). Este excelente proyecto fue resultado de un concurso privado realizado en 1988 para el plan de ordenamiento del colegio, donde se preveía la construcción de una cancha cubierta para basquetbol, voleibol, gimnasia y otros deportes. Al Liceo Francés inicial de 1948, Fernando Martínez Sanabria había añadido otros edificios entre 1965 y 1970. El coliseo ahora anexado por Bermúdez forma parte de esta historia progresiva de construcciones. La decisión de hundir la cancha múltiple traía el problema de su iluminación, que se resolvió de manera óptima con una hermosa estructura metálica, dos claraboyas centrales y marquesinas perimetrales. Pero, además, trajo enormes ventajas. En primer lugar, hacia la calle, en vez de un gran volumen, se encuentra una transparencia que permite a los transeúntes ver los deportes escolares. En segundo lugar, el techo del coliseo se convirtió en una plaza de juegos que recibe los muros en abanico del edificio de jardines infantiles y primaria, enriqueciendo la captación de los volúmenes de Martínez. La impecable solución, la fina implantación y el acierto estético en el manejo de la luz hacen de este uno de los mejores proyectos inscritos en la Bienal.
Además del contexto, como se pone de relieve en este caso, en los proyectos de mediana escala es muy importante la comprensión del carácter de la edificación, sobre todo en temas delicados por sus implicaciones trascendentes. Entre las varias capillas o mausoleos sobresale la Capilla de Cremación en Cali (arquitectos Ximena Zamorano Hincapié y Luis Fernando Zúñiga), tanto por su sobriedad como por la evocación de los cuatro elementos –aire, agua, tierra y fuego–, tan efectiva para cargarse de valor simbólico. El carácter, tema crucial de la arquitectura académica y centro de debates en el siglo XIX, tiene ahora una versión contemporánea, propia de la sociedad de consumo: la imagen. Llama la atención la cantidad de veces que esta palabra aparece en las memorias de los proyectos. Expresar la imagen corporativa se ha vuelto una de las preocupaciones principales del diseño de edificios para empresas privadas o públicas. Generalmente la convocación de la imagen sirve para justificar la altura de los edificios, los caprichos formales o las pretensiones tecnológicas. Cuando la imagen se convierte en un tema explícito –diseño de sucursales de almacenes, bancos o restaurantes–, el reto es “lograr variedad dentro de la unidad”, pero, también, si el arquitecto es sensible, responder a las condiciones específicas de su implantación. El arquitecto Guillermo Fischer, diseñador de la cadena de restaurantes Crepes and Waffles, presentó en esta ocasión la sucursal de Cedritos, en Bogotá. Además del acertado manejo del cielo raso en madera, el proyecto tiene el mérito de proveer estacionamientos cubiertos en el primer piso, muy necesarios en la zona, una concesión urbana que sobrepasa los requerimientos del encargo.
Grande++
Los proyectos grandes son aquellos que por sus dimensiones –de una a tres manzanas– forman una unidad autocontenida y producen un fuerte impacto en la ciudad. Pueden estar conformados por un solo edificio de gran formato o pueden ser conjuntos de varias edificaciones. Cuarenta y cinco de los proyectos inscritos en la Bienal entrarían en este rango, siendo pocos los que acometen con éxito el difícil reto de conciliar su tamaño con la vida urbana. La última reunión de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), celebrada en 1996 en Barcelona, fue convocada bajo una categorización atípica, con uno de sus rubros denominado containers. El nombre buscaba designar grandes edificios, cuya función, tipología o planteamiento los convertía en cajas herméticas forradas. Cuando son muy grandes, los centros comerciales, los edificios de estacionamiento, las bodegas o los galpones industriales son containers, que solucionan los problemas inherentes a su uso, por lo general codificado en términos de una sociedad de masas. Pero estos edificios suelen convertirse en “huecos negros” para la ciudad: su imponente masa interrumpe el flujo de las actividades corrientes y por eso muchos de ellos se localizan en áreas suburbanas. Los containers son una realidad que ya existe en nuestras ciudades, y por lo menos 10 proyectos presentados a esta Bienal pueden recibir tal denominación. Entre ellos, el más destacable por la manera como asume su función y suaviza su impacto con voluntad escultórica es el edificio para el estacionamiento de 1.600 automóviles, anexo a Corferias, en Bogotá, del arquitecto Alejandro Sokoloff. En los dos primeros pisos se prevén otros usos –espacios para eventos y exposiciones– que posibilitan una continuidad de las actividades propias del lugar. La mezcla de usos y el tratamiento de la entrada del edificio Calle Real en Pasto (arquitecto Fabio Gómez Hoyos), son los medios empleados para disminuir las repercusiones urbanas de un edificio de estacionamiento en el centro de la ciudad.
Sin ser cerrado, el enorme edificio de las Empresas Públicas de Medellín, de 108 x 54m de planta, rodeado de estacionamiento, funciona como un “hueco negro” urbano. Algo similar puede decirse del edificio para la Fiscalía General de la Nación. Consideraciones de seguridad, eficiencia, concentración burocrática y atención masiva de público, han llevado a muchas entidades del Estado a construir estas enormes estructuras, que contrastan con la actitud de amable integración a la ciudad y mecenazgo arquitectónico que desplegaron en otras épocas.
En la categoría grande están por lo general los espacios públicos, que en esta ocasión son, lamentablemente, muy escasos. Además de los dos seleccionados por el jurado —el Parque de San Antonio, en Medellín, y el de Bolívar, en Pereira—, que se comentan en su lugar pertinente, resultan también interesantes la Plazoleta Gabriel Velásquez Palau, en Cali (arquitectos Jaime Beltrán y Hebert Balanta), que forma parte del conjunto de la Universidad del Valle, en San Fernando, y el Parque Cultural del Oriente, en Bucaramanga (arquitectos Silvia Juliana Zárate y Luis Francisco Torres), por su acertado enfoque paisajístico. Entre los esfuerzos realizados para atenuar los problemas que deja el trazado de grandes vías, el diseño urbano aplicado a una oreja vial en la avenida al aeropuerto El Dorado en Bogotá (Contexto Urbano, arquitectos Andrés Ortiz Gómez, Nora Aristizábal y Jorge González Garcés) es un intento en este sentido.
De todas maneras, la escasez de acciones tendientes a mejorar el espacio público es inquietante. Este es un tema del que se habla mucho, pero se hace poco. La Bienal parece indicar que en Colombia hace falta encontrar los mecanismos que permitan a los políticos pasar de la retórica bien intencionada a las acciones concretas, y a los arquitectos del dibujo vistoso a la confrontación y evaluación del diseño urbano sobre el terreno.
En lo que a conjuntos se refiere, el Centro Administrativo Municipal de Itagüí, Antioquia (arquitectos Javier Hernando Castañeda, Juan Fernando Forero, Luis Guillermo Hernández, Carlos Mario Rodríguez y Mauricio Alberto Valencia), busca una conexión con el entorno, llevando el espacio público hasta el centro de la manzana. En su mayor parte los proyectos grandes siguen siendo, desde luego, conjuntos de vivienda. La agrupación Terrazas del Campestre, en las inmediaciones de Ibagué (arquitectos Álvaro Salamanca, Juan Carlos Uscátegui, Adelaida Balén de Salamanca y Miguel Antonio Bayona), es uno de los mejores ejemplos. Pegadas a la ladera de una colina, las casas-apartamentos bajan aterrazadas, aprovechando la vista y disolviendo la masa edilicia; los tres módulos-edificios se entrelazan por el tratamiento del acceso entre ellos, con un sentido unitario del conjunto. Pero esta delicadeza por sumergirse en el medio rural o urbano no es frecuente.
Desde hace varios años, con la excusa de la inseguridad, en las grandes ciudades (sobre todo en Bogotá) se habían construido conjuntos cerrados que creaban un “mundo feliz” en el interior, excluyéndose deliberadamente del resto de la ciudad. Esta moda se ha extendido ahora a ciudades menores. Aunque la arquitectura repetitiva de estos conjuntos cerrados tiende a ser convencional (por no decir comercial), en el diseño del espacio colectivo se encuentran ciertos logros llamativos como es el caso del conjunto Altos de Santa Bárbara, seleccionado por el jurado.
Muy grande++
Proyectos muy grandes son los que ocupan tres o más hectáreas (o manzanas). Casi siempre se trata de conjuntos que comprenden varios usos y requieren un acercamiento multidisciplinario y un planteamiento urbanístico y de diseño urbano. En Colombia esta escala es especialmente problemática porque implica altas inversiones y una persistencia en el tiempo que raras veces se consigue.
Cuando la intervención se hace en zonas centrales o consolidadas de la ciudad, lo corriente es subdividirlos en etapas, de las cuales generalmente se realiza la primera y, dependiendo de su éxito o aceptación, se desarrollan las siguientes. Con frecuencia en este proceso de ensayo y error, explayado a lo largo de varios años, ocurre que se introducen modificaciones, a veces tan sustanciales, que se desdibujan las intenciones iniciales o se abandona el proyecto a medio hacer o se segmenta en pedazos que adquieren lógicas autónomas. Un ejemplo de esta última situación es el Parque Central Bavaria, en Bogotá, que posee algunos sectores de calidad arquitectónica, uno de ellos seleccionado por el jurado de esta Bienal.
Otros casos de proyectos muy grandes son conjuntos de vivienda de sectores de ingresos medios o bajos, donde la localización suburbana y las economías de la producción en serie a gran escala permiten reducir costos. Por lo general el “interés social” es un eufemismo que oculta el “poco interés arquitectónico”. La precariedad de recursos con que se opera en estos casos hace que cualquier detalle amable en la arquitectura o el espacio público sean bienvenidos. Las experiencias indican que mientras la vivienda para sectores de muy bajos ingresos no sea subsidiada, será muy difícil cambiar el aspecto desapacible de muchos de estos barrios que se construyen por hectáreas en las afueras de nuestras ciudades.
En esta dimensión de lo enorme hacen su amable debut en Colombia los parques rurales, ya sea de vocación lúdico-turística como la Fundación Parque de la Cultura Cafetera, cerca a Montenegro, Quindío (arquitectos Dicken Castro 1 etapa y Carlos Eduardo Agudelo 2 etapa), o de carácter ecológico como el Ecoparque La Sona, en Puerto Nare, Antioquia (arquitecto Róvinson Sierra). Mientras en el primer caso sobresale la hermosa estructura simbólica en madera, en el segundo lo que destaca es que nada se destaque, pues las modestas intervenciones respetan el medio natural. En ambos casos se ponen en juego consideraciones de distintas escalas, desde ambientales y paisajísticas hasta el diseño de un pequeño puente o camino. El tamaño macro de estos proyectos los vuelve, paradójicamente, muy vulnerables, pues dependen en gran medida de su posterior mantenimiento y administración. La tentación de añadirles otras construcciones y otros enfoques pueden llegar a desvirtuar los buenos propósitos originales.
Los arquitectos++
Como comentario final se ofrecen a continuación algunas observaciones sobre el perfil de los arquitectos que participaron en la XVI Bienal. A pesar de no haber podido hacer una indagación exahustiva, la información parcial acerca de la edad y la formación de los participantes arroja algunas luces sobre ciertos aspectos de la presente muestra y su proyección futura.
Se dice con frecuencia que, a diferencia de otras artes, la arquitectura es un arte para gente mayor y, ciertamente, hay razones para creer que esto es así. Para construir un buen proyecto, que por lo general comprende inversiones considerables y consensos sociales, se necesita contar con una credibilidad y una experiencia que sólo se adquiere tras largos años de práctica. Sin embargo, la revisión de inscritos en la Bienal muestra que los arquitectos veteranos (que hoy tienen entre 60 y 75 años) son sólo seis o siete. Esta escasa participación es de lamentar, pues entre ellos se encuentran algunos de los mejores arquitectos del país. Se pensaría entonces que la mayoritaria sería la siguiente generación (entre 45 y 60 años), que en la vida económica, política y cultural está en el poder, pero sólo una tercera parte de los inscritos pertenecen a esta franja de edad. Alrededor de dos terceras partes de los participantes tienen menos de 45 años. Incluso tras las mudas siglas corporativas de firmas tradicionales, en muchas ocasiones también son arquitectos jóvenes quienes han tenido a su cargo el diseño. Esta es una de las notas características de la Bienal: la de ser preponderantemente una muestra de arquitectos jóvenes. Posiblemente ello explique la numerosa presencia de casas de campo, de reciclajes y proyectos pequeños, donde los arquitectos jóvenes tienen más posibilidades de actuación.
La masiva participación de esta nueva generación puede tener varias interpretaciones. Si bien es cierto que el efecto promocional de una eventual mención o premio puede ser muy atractivo para quienes están comenzando su carrera profesional, también lo es para los arquitectos un poco más maduros. Un examen de los trabajos presentados señala diferencias de talante entre estos dos grupos de edades. En la nueva generación tiende a predominar una concepción de arquitectura-arte, con diseño pormenorizado pleno de referencias intra-arquitectónicas, mientras que la generación un poco mayor parece tener una concepción de arquitectura-oficio, más permeada por inquietudes de tipo social e intelectual. Una parte importante de esta generación se ha dedicado a la investigación, al trabajo de planeación en oficinas públicas o a la docencia; de hecho, conforman la gran mayoría de los profesores universitarios del área de arquitectura.
La Bienal, bajo esta óptica generacional, es, por otra parte, una radiografía de la evolución de la enseñanza de la arquitectura. Salvo contadas excepciones, la casi totalidad de arquitectos se ha formado en Colombia. La generación mayor, casi exclusivamente en la Universidad Nacional, como es lógico, pues fue por mucho tiempo la única facultad existente. La generación intermedia estudió en las universidades estatales y en algunas privadas de las grandes capitales. En la tercera se acusa la diversificación de facultades y la preferencia por estudiar en la ciudad de origen.
En este proceso se evidencian dos tendencias. Por un lado, la regionalización creciente de la formación profesional, que se manifiesta en la Bienal en la expresión arquitectónica más o menos identificable por regiones. En segundo lugar, la privatización creciente de la educación. En las ciudades principales el equilibrio entre universidad pública y universidad privada ha ido cediendo el paso a una mayor participación de ciertas universidades privadas de trayectoria y prestigio. Entre los participantes jóvenes de Bogotá, la mayor parte se educaron en la Universidad de los Andes y los de Medellín en la Universidad Pontificia Bolivariana. Con la inusitada y reciente proliferación de nuevas facultades de arquitectura, es de esperar que en el futuro estas dos tendencias se agudicen, dándole un peculiar sesgo al panorama arquitectónico colombiano.
NOTAS++
1.Collins, Peter, Arquitectural Judgement. Ed. Faber & Faber, Londres, 1971
2.Koolhas, Rem y Mau, Bruce, S,M,L,XL, Ed. Taschen, Colonia, 1995