- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Carlos Lleras Restrepo
Y la muerte
Texto de: Alfonso López Michelsen.
Todos los colombianos deben haber recibido la noticia de la muerte del ex presidente Lleras con la misma sorpresa con que la recibimos nosotros. Solamente uno entre nuestros compatriotas podía haber recibido tan infausta nueva con toda naturalidad: el propio doctor Carlos Lleras Restrepo.
La muerte mantenía con el ex presidente una relación tan íntima que a veces yo solía asociarlo con las pinturas de los primitivos flamencos como Bruegel que se complacía en dibujar macabros cuadros sobrehumanos.
Tenía el doctor Lleras la convicción de ser una excepción dentro de su familia. Los Lleras Restrepo padecían una enfermedad del corazón que los arrebataba prematuramente de este mundo. Apenas se acercaban al medio siglo la muerte los sorprendía de manera súbita y no faltó quien muriera sin haber llegado a los 40. Completar los 86 de edad era una proeza dentro de la familia que le hacía pensar que estaba viviendo de milagro cada nuevo año. Y, sin embargo, a pesar de sus achaques seguía laborando incansablemente en una carrera contra el tiempo sin hacerse la ilusión de que la monumental obra que es la Crónica de mi propia vida pudiera llegar hasta nuestros días.
No sólo con sus hermanos fue implacable la visita de la intrusa. Como huésped indeseable golpeó dos veces a su propio hogar arrebatándole en menos de tres lustros sus dos hijas. Semejantes golpes no se dan todos los días en los hogares colombianos. Perder dos hijas en la flor de la edad era una prueba para familiarizarse una vez más con la idea de la muerte. El estoicismo con que recibió estas pérdidas una persona que no tenía una gran fe religiosa, acabó acrisolando su carácter revistiéndolo de una coraza de resignación ante adversidades como pocos colombianos habían conocido.
Paso a paso, el humor sarcástico que él había tenido frente a sus adversarios políticos lo fue aplicando a sí mismo, renunciando a un rasgo tan característicamente colombiano como es la autocompasión. Ni invocaba la piedad de los demás ni la tenía consigo mismo. Diríase que se reía de estar viviendo de milagro. La muerte no le había llegado, pero era una huésped tan asidua que podía llegar a su puerta en cualquier momento. En todo caso no lo encontraría desprevenido.
Muchas divergencias y entendimientos tuvimos en la vida. Sin embargo, nada rompió mis vínculos de respeto y afecto por su persona. Éramos sobrevivientes de muchas empresas comunes y compartíamos recuerdos de los cuales podíamos hacer partícipes de año en año a muchos colombianos.
En los últimos tiempos, cuando él estaba empeñado en dejar un testimonio liberal sobre nuestro siglo xx, yo lo frecuentaba con los más diversos pretextos en su casa de habitación. Quería refrescar episodios que sólo se conservan en la memoria de los menos y acudía a mis recuerdos con la esperanza de que juntos descifráramos las claves del pasado.
Yo había tenido la fortuna de conocer a su padre, el doctor Federico Lleras Acosta en su laboratorio biológico de la carrera 5.a, a donde mi padre me llevaba a escuchar sus conversaciones políticas y a alarmarnos con sus advertencias sobre las enfermedades sexuales, cuando apenas contaba yo 12 años. Mi padre y el doctor Lleras Acosta habían sido concejales de Bogotá en una misma lista, por allá en los años veinte, y al lado de sus actividades profesionales se interesaban en la política. Lleras y López eran bogotanos raizales, descendientes de secuaces del general Santander en los albores de la república.
Al doctor Carlos Lleras Restrepo sólo vine a conocerlo, tal como él mismo lo relata, en la primera Administracíón López, a mi regreso de Europa. Era un político bogotano muy activo, con grandes entronques en el sur de la ciudad y una fama de estudioso y de clientelista, entonces manzanillo, que parecían incompatibles. Sus partidarios se contaban entre el mundo de los activistas políticos más inverosímiles para el Carlos Lleras Restrepo que conocieron las generaciones posteriores: distribuidores de fermentadas, agitadores de barriada, a veces violentos, y liberales intransigentes embriagados con el fenómeno de la reconquista de 1930.
Un proceso de varios años permitió que el estudioso, el hombre de Estado eclipsara por completo al caudillo municipal y su estrella brillara con luz propia en el firmamento político nacional. Su gran oportunidad fue la administración Santos. Como Ministro de Hacienda fue el conductor de las finanzas nacionales en la procelosa época de la segunda guerra mundial. Se reveló como un estadista de verdad. No solamente era el hombre fuerte del régimen en materias económicas sino en todos los órdenes. La política internacional, la de vivienda y fomento, la de la industria, las obras públicas y las comunicaciones, estuvieron bajo su mirada vigilante tanto como la del presidente que se preciaba de no ser experto en ninguno de estos menesteres.
Al final del gobierno afloraron sus primeras aspiraciones presidenciales que las clases altas acogieron con la mayor naturalidad. Era el corolario natural de sus dotes de administrador. La clase media baja y el pueblo raso, que acaudillaba Jorge Eliécer Gaitán, lo enfrentaron en forma implacable llegando al extremo de privarlo del uso de la palabra con sus interrupciones en el curso de las manifestaciones públicas.
Con todo, la semilla había quedado plantada y en el curso de los años conseguiría superar la prevención en su contra, en forma tal que, a la muerte de Gaitán, fue consagrado como jefe único del Partido Liberal por muchos años, con breves interregnos, en los que se le buscaban sin éxito sustitutos en la dirección del partido. Un obstáculo, desde luego involuntario, en su carrera ascendente fue la competencia con su pariente Alberto Lleras Camargo. No era grande la rivalidad entre los dos. Tampoco la familiaridad. Hubo épocas en que estuvieron militando en distintos campos y otras en que colaboraron al servicio del partido. A los ojos del público eran dos Lleras, sin que nadie se ocupara seriamente de sus divergencias ideológicas, limitándose sus críticos a destacar su condición de parientes para despertar recelos entre los electores.
Se distanciaron grandemente con ocasión de mi candidatura a la Presidencia de la República en 1973. Alberto acogió de buen grado la decisión de la Convención Liberal mientras el doctor Lleras Restrepo no ocultaba su fastidio con mi proclamación. Ocho años más tarde los dos trabajaron estrechamente para impedir mi reelección, fomentando el Nuevo Liberalismo y estimulando una disidencia dizque de “liberales con Belisario” que ni antes ni después del gobierno de Betancur tuvo electorado.
Lo más curioso en la vida de Alfonso López Pumarejo fue su relación con cada uno de ellos. Alberto Lleras era su más íntimo confidente y su escritor de cabecera en el sinnúmero de ocasiones en las que él no podía redactar personalmente sus mensajes. Complementaba, en cierto modo, las limitaciones literarias del presidente. En la otra orilla, Carlos Lleras Restrepo era el hombre de confianza del doctor Eduardo Santos: su genio en materias económicas que le ayudaba a sortear las situaciones más difíciles en temas a los cuales era completamente ajeno el presidente Santos: el arreglo de la deuda externa, el Pacto Cafetero o el fideicomiso de los bienes de los súbditos del Eje durante la segunda guerra mundial. Lleras Restrepo era el complemento indispensable en el orden económico para un hombre de las calidades literarias y periodísticas del presidente Santos.
Lo paradójico de esta situación fue que con el transcurso del tiempo y los avatares de la política Alberto Lleras se fue aproximando más y más al doctor Santos hasta adoptar su filosofía política republicana, a tiempo que el doctor Carlos Lleras Restrepo acabó siendo la gran admiración y el gran colaborador de López Pumarejo en la dirección del partido, durante sus años de adversidad. Era un liberal a secas y si, en sus últimos años, patrocinó las soluciones frentenacionalistas más allá de su término legal, ello se debió a su íntima convicción de que vivíamos en un período de transición en el cual era inoportuno el gobierno de partido. Lo malo era que la transición duraba indefinidamente.
Como presidente de la república dejó la más grande huella administrativa de todos los tiempos. Adelantó la Reforma Constitucional de 1968, que nunca fue suficientemente aprovechada, y promulgó una reforma administrativa de tales proporciones en institutos descentralizados, empresas industriales y comerciales del Estado y fondos de todo orden, al punto que ningún otro gobernante ha realizado nada que se le compare. Él mismo, personalmente, elaboraba los decretos correspondientes que sometía al estudio del respectivo ministro y llevaba posteriormente al análisis de todo el gabinete. Su capacidad de trabajo era legendaria. Páginas enteras de sus mensajes presidenciales los escribía a mano en una letra clara e inconfundible. El alba lo sorprendía muchas veces entregado a faenas de esta índole.
Los únicos nombramientos de carácter político y administrativo que desempeñé en mi vida se los debo a su generosidad. Fui su gobernador del naciente departamento del Cesar y por dos años su ministro de Relaciones Exteriores. En ambos cargos me concedió una tan grande autonomía que me sobrarían páginas enteras para hacer el recuento de los episodios a que tuvimos que hacer frente juntos. Sólo quiero hacer referencia a los debates de carácter personal que tuvieron ocurrencia al final de su mandato y a propósito de las gestiones del incora en la adquisición de algunos predios en el departamento de Antioquia. Me correspondió defender al gobierno en momentos en que un Senado acobardado por las audacias del senador José Ignacio Vives Echeverría no se atrevía a asumir abiertamente la defensa del gobierno, y sus ministros, primíparos en debates parlamentarios, intentaban defenderse de las más crueles invectivas trasmitidas por radio a todo el país.
Meses antes se había presentado la renuncia del jefe de Estado a consecuencia del insuceso de la Reforma Constitucional en la Comisión Primera del Senado y estando yo de paso por Bogotá (a la sazón era gobernador del Cesar), me tocó convencer a la bancada liberal de lo insensato de tal proceder que estaba llevando a la república a una crisis presidencial.
Su obra de gobernante, que prevaleció casi intacta hasta la administración Gaviria, ha sido desmantelada dentro del proceso de apertura económica, que contraría radicalmente los postulados de la cepal, y la desregulación y la privatización del sector público, que había llegado a entrabar sin frutos la economía de mercado.
Es algo que invita a la reflexión acerca de lo efímero de las conquistas políticas. La ley del péndulo produjo el fenómeno del regreso integral a la libre empresa y a la iniciativa privada mientras que a la obra del doctor Carlos Lleras Restrepo se le reconocía como título de perennidad su intervencionismo de Estado a través de una infinidad de regulaciones escritas de su puño y letra, al estilo del decreto No. 444 de 1966.
A mi entender, y por paradójico que ello parezca, perdurará más su obra como hombre de pensamiento que sus ejecutorias como hombre de acción. Sus memorias, cobijadas con el sugestivo título de Crónica de mi propia vida, son el más significativo testimonio sobre el siglo xx colombiano. Obra eminentemente objetiva, sin consideraciones personales de ninguna clase, la crónica es par de las memorias de Posada Gutiérrez en el siglo xix, enriquecidas en este caso con la experiencia del gobierno y con la frecuentación con los más destacados personajes de su tiempo. Nada comparable podrá escribirse en lo que queda en este final de siglo.
Guardo del ilustre ex presidente un recuerdo amable, no exento de cicatrices provenientes de las heridas de otros tiempos. La soledad nos fue acercando con la evocación de las horas gratas que compartimos en diferentes etapas de nuestra trayectoria pública y privada. Sus servicios al país en las épocas de mi padre, nuestro exilio compartido en la Ciudad de México en los años cincuenta, su gobierno y finalmente su atardecer apacible en su casa de la calle 70 A, reconstruida después del incendio provocado por las hordas conservadoras enardecidas por sus jefes en 1952. Allí lo vi por última vez, hace apenas dos semanas, sin que ni él ni yo sospecháramos la inminencia de su muerte, tan prevista por él y tan inesperada para mí, que lo veía tan lúcido y tan escéptico como siempre sobre su propio futuro. Colombia entera evocará con nostalgia su mano firme de conductor.
Su laboriosidad
Con motivo de cumplirse el quinto año del fallecimiento del ex presidente Lleras Restrepo, su figura ha cobrado una nueva actualidad. Quienes lo conocieron de cerca y quienes rescatan su pensamiento y su acción a través de lecturas han hecho un justo balance del estadista y político que, por casi medio siglo, dominó el escenario público colombiano.
Durante la época del Frente Nacional, quien estas líneas escribe discrepó por muchos años de sus orientaciones, pero, de igual manera, juntos libramos batallas electorales, y ya, en el ocaso de su actividad política, lo frecuenté con más asiduidad que en el resto de sus días. Son circunstancias que me permiten ser más objetivo en la formulación de un juicio histórico sobre su carrera.
Comparto el diagnóstico que sobre sus ejecutorias han hecho y seguirán haciendo durante varias semanas sus amigos de toda una vida. Su balance de resultados llegó a tener un saldo tan favorable que, principalmente bajo la administración Gaviria, a la hora de las rectificaciones, diríase que la política de aperturas se adelantó contra su obra, en materias económicas y administrativas. Concibió tantos institutos descentralizados y aplicó de tal manera las ideas del doctor Prebish que, por contraste, la suya parecería una derrota histórica. El llamado Consenso de Washington, tanto como la política de las agencias internacionales de ayuda a los países pobres, desconceptuaron por una década, hasta hace un par de años, el menor asomo de proteccionismo que, al regresar el péndulo al otro extremo, lo que se consideraba como la sabiduría de turno ha ido cayendo en desuso.
Al colocar mi granito de arena en el monumento que se le está levantando al presidente Lleras Restrepo, quiero, por sobre todo, poner de presente su extraordinaria laboriosidad. Carlos Lleras Restrepo era un trabajador infatigable en todo el sentido de la palabra. Con sólo verlo redactar personalmente sus documentos de Estado, sus mensajes al Congreso, escritos a mano con su característica caligrafía, inevitablemente se llega a la conclusión de que ningún otro hombre público ha alcanzado comparables extremos de consagración. Ya fuera tratándose de las obras públicas, de la labor educativa, de la legislación laboral, de las relaciones internacionales o de cualquiera otra actividad de su gobierno, el presidente se mantenía al tanto de los más menudos detalles de su tarea. Lo mismo ocurría hacia el final de su vida, cuando se propuso escribir sus memorias. Relatan las crónicas que Marcel Proust, en su lucha contra el destino para rescatar el tiempo perdido, solía, al filo de la medianoche, llamar por el teléfono a sus amigas de la aristocracia francesa con quienes había compartido los salones veinte o treinta años atrás, para reconstruir la descripción de un sombrero o el menú de una cena de fines del siglo xix. Algo semejante ponía en práctica Lleras Restrepo, el cronista de su propia vida. Llamaba a quienes habían sido sus colaboradores en la Dirección Liberal Nacional o en el gobierno para reconstruir fielmente episodios viejos de muchas décadas.
Nada en su obra fue fruto de la improvisación sino del estudio. Hay una tendencia entre nuestros compatriotas a tener lo que Alberto Lleras calificaba de “cabezazos”, o sea, ideas supuestamente geniales, fruto de una inspiración súbita; pero la experiencia nos demuestra que el éxito en la vida no proviene de rayos de luz, como el de san Pablo de Tarso, sino del trabajo minucioso que se puede generalizar bajo el calificativo de laboriosidad. Así, por ejemplo, no falta quienes piensan que la obra de García Márquez obedece a impulsos de este género y que la buena literatura suele ir acompañada de una dosis de bohemia, pero es exactamente lo contrario; Gabo cada mañana dedica seis horas a escribir y rehacer unas pocas cuartillas con la minuciosidad de una bordadora, y, aun cuando parezca extravagante, es el mismo secreto del éxito de Juan Pablo Montoya, quien, por su entrega total a su oficio, consigue una serenidad, un dominio tal de las circunstancias de su deporte, que le ha permitido a los veinticuatro años superar en madurez deportiva a los más veteranos.
Recapitúlese la trayectoria intelectual del ex presidente Lleras Restrepo y es sorprendente cómo adquirió una extraordinaria familiaridad con las más disímiles disciplinas. Había estudiado derecho en una época en que el derecho romano prevalecía sobre la economía, las finanzas y la hacendística. Algún profesor trasnochado debió obligarlo a aprender de memoria el texto de Leroy Beaulieu, que era el manual de rigor sobre estos temas, pero, por su propia cuenta y antes de alcanzar la Contraloría General de la República, ya nuestro hombre era una enciclopedia en temas fiscales, cambiarios, monetarios, cafeteros y mineros. Los gobiernos liberales reclamaban su colaboración para toda clase de reuniones internacionales, con la seguridad absoluta de que haría quedar bien a Colombia por su prestancia personal, pero que, además por la claridad de sus conceptos, conseguiría regresar tras haber conquistado beneficios indudables para nuestra patria. Lo mismo en la Conferencia de La Habana, sobre comercio exterior, que en Bretton-Woods, sobre moneda, o en la onu, sobre el tratamiento a los países menos desarrollados, o en la fao, sobre la cuestión agrícola a nivel mundial; en dondequiera que se le confiaba una misión la cumplía a cabalidad. A tal punto llegó su prestigio que el no llamarlo a prestar su contingente en esta clase de emergencias, era una falla inexplicable en cualquier gobierno que pusiera los intereses nacionales por encima de los intereses políticos. Trabajar incansablemente era su divisa. Quienes en el exilio compartimos muchas horas con él, forzosamente tenemos que evocarlo al servicio del Banco de México, el equivalente de nuestro Banco de la República, analizando estadísticas como cualquier empleado, y redactando memorandos con las respectivas recomendaciones en desarrollo de un contrato que le permitía ganarse honradamente la vida. De igual manera, cuando ya no había gestión pública inmediata, pasaba horas enteras desarrollando una tarea crítica desde su semanario Nueva Frontera, vapuleando el gobierno del “mandato claro” y la administración Turbay Ayala. Algo que, transcurridos los años, nos hace sonreír, porque la permanente investigación de los actos administrativos de los gobiernos hacía parte de su laboriosidad.
#AmorPorColombia
Carlos Lleras Restrepo
Y la muerte
Texto de: Alfonso López Michelsen.
Todos los colombianos deben haber recibido la noticia de la muerte del ex presidente Lleras con la misma sorpresa con que la recibimos nosotros. Solamente uno entre nuestros compatriotas podía haber recibido tan infausta nueva con toda naturalidad: el propio doctor Carlos Lleras Restrepo.
La muerte mantenía con el ex presidente una relación tan íntima que a veces yo solía asociarlo con las pinturas de los primitivos flamencos como Bruegel que se complacía en dibujar macabros cuadros sobrehumanos.
Tenía el doctor Lleras la convicción de ser una excepción dentro de su familia. Los Lleras Restrepo padecían una enfermedad del corazón que los arrebataba prematuramente de este mundo. Apenas se acercaban al medio siglo la muerte los sorprendía de manera súbita y no faltó quien muriera sin haber llegado a los 40. Completar los 86 de edad era una proeza dentro de la familia que le hacía pensar que estaba viviendo de milagro cada nuevo año. Y, sin embargo, a pesar de sus achaques seguía laborando incansablemente en una carrera contra el tiempo sin hacerse la ilusión de que la monumental obra que es la Crónica de mi propia vida pudiera llegar hasta nuestros días.
No sólo con sus hermanos fue implacable la visita de la intrusa. Como huésped indeseable golpeó dos veces a su propio hogar arrebatándole en menos de tres lustros sus dos hijas. Semejantes golpes no se dan todos los días en los hogares colombianos. Perder dos hijas en la flor de la edad era una prueba para familiarizarse una vez más con la idea de la muerte. El estoicismo con que recibió estas pérdidas una persona que no tenía una gran fe religiosa, acabó acrisolando su carácter revistiéndolo de una coraza de resignación ante adversidades como pocos colombianos habían conocido.
Paso a paso, el humor sarcástico que él había tenido frente a sus adversarios políticos lo fue aplicando a sí mismo, renunciando a un rasgo tan característicamente colombiano como es la autocompasión. Ni invocaba la piedad de los demás ni la tenía consigo mismo. Diríase que se reía de estar viviendo de milagro. La muerte no le había llegado, pero era una huésped tan asidua que podía llegar a su puerta en cualquier momento. En todo caso no lo encontraría desprevenido.
Muchas divergencias y entendimientos tuvimos en la vida. Sin embargo, nada rompió mis vínculos de respeto y afecto por su persona. Éramos sobrevivientes de muchas empresas comunes y compartíamos recuerdos de los cuales podíamos hacer partícipes de año en año a muchos colombianos.
En los últimos tiempos, cuando él estaba empeñado en dejar un testimonio liberal sobre nuestro siglo xx, yo lo frecuentaba con los más diversos pretextos en su casa de habitación. Quería refrescar episodios que sólo se conservan en la memoria de los menos y acudía a mis recuerdos con la esperanza de que juntos descifráramos las claves del pasado.
Yo había tenido la fortuna de conocer a su padre, el doctor Federico Lleras Acosta en su laboratorio biológico de la carrera 5.a, a donde mi padre me llevaba a escuchar sus conversaciones políticas y a alarmarnos con sus advertencias sobre las enfermedades sexuales, cuando apenas contaba yo 12 años. Mi padre y el doctor Lleras Acosta habían sido concejales de Bogotá en una misma lista, por allá en los años veinte, y al lado de sus actividades profesionales se interesaban en la política. Lleras y López eran bogotanos raizales, descendientes de secuaces del general Santander en los albores de la república.
Al doctor Carlos Lleras Restrepo sólo vine a conocerlo, tal como él mismo lo relata, en la primera Administracíón López, a mi regreso de Europa. Era un político bogotano muy activo, con grandes entronques en el sur de la ciudad y una fama de estudioso y de clientelista, entonces manzanillo, que parecían incompatibles. Sus partidarios se contaban entre el mundo de los activistas políticos más inverosímiles para el Carlos Lleras Restrepo que conocieron las generaciones posteriores: distribuidores de fermentadas, agitadores de barriada, a veces violentos, y liberales intransigentes embriagados con el fenómeno de la reconquista de 1930.
Un proceso de varios años permitió que el estudioso, el hombre de Estado eclipsara por completo al caudillo municipal y su estrella brillara con luz propia en el firmamento político nacional. Su gran oportunidad fue la administración Santos. Como Ministro de Hacienda fue el conductor de las finanzas nacionales en la procelosa época de la segunda guerra mundial. Se reveló como un estadista de verdad. No solamente era el hombre fuerte del régimen en materias económicas sino en todos los órdenes. La política internacional, la de vivienda y fomento, la de la industria, las obras públicas y las comunicaciones, estuvieron bajo su mirada vigilante tanto como la del presidente que se preciaba de no ser experto en ninguno de estos menesteres.
Al final del gobierno afloraron sus primeras aspiraciones presidenciales que las clases altas acogieron con la mayor naturalidad. Era el corolario natural de sus dotes de administrador. La clase media baja y el pueblo raso, que acaudillaba Jorge Eliécer Gaitán, lo enfrentaron en forma implacable llegando al extremo de privarlo del uso de la palabra con sus interrupciones en el curso de las manifestaciones públicas.
Con todo, la semilla había quedado plantada y en el curso de los años conseguiría superar la prevención en su contra, en forma tal que, a la muerte de Gaitán, fue consagrado como jefe único del Partido Liberal por muchos años, con breves interregnos, en los que se le buscaban sin éxito sustitutos en la dirección del partido. Un obstáculo, desde luego involuntario, en su carrera ascendente fue la competencia con su pariente Alberto Lleras Camargo. No era grande la rivalidad entre los dos. Tampoco la familiaridad. Hubo épocas en que estuvieron militando en distintos campos y otras en que colaboraron al servicio del partido. A los ojos del público eran dos Lleras, sin que nadie se ocupara seriamente de sus divergencias ideológicas, limitándose sus críticos a destacar su condición de parientes para despertar recelos entre los electores.
Se distanciaron grandemente con ocasión de mi candidatura a la Presidencia de la República en 1973. Alberto acogió de buen grado la decisión de la Convención Liberal mientras el doctor Lleras Restrepo no ocultaba su fastidio con mi proclamación. Ocho años más tarde los dos trabajaron estrechamente para impedir mi reelección, fomentando el Nuevo Liberalismo y estimulando una disidencia dizque de “liberales con Belisario” que ni antes ni después del gobierno de Betancur tuvo electorado.
Lo más curioso en la vida de Alfonso López Pumarejo fue su relación con cada uno de ellos. Alberto Lleras era su más íntimo confidente y su escritor de cabecera en el sinnúmero de ocasiones en las que él no podía redactar personalmente sus mensajes. Complementaba, en cierto modo, las limitaciones literarias del presidente. En la otra orilla, Carlos Lleras Restrepo era el hombre de confianza del doctor Eduardo Santos: su genio en materias económicas que le ayudaba a sortear las situaciones más difíciles en temas a los cuales era completamente ajeno el presidente Santos: el arreglo de la deuda externa, el Pacto Cafetero o el fideicomiso de los bienes de los súbditos del Eje durante la segunda guerra mundial. Lleras Restrepo era el complemento indispensable en el orden económico para un hombre de las calidades literarias y periodísticas del presidente Santos.
Lo paradójico de esta situación fue que con el transcurso del tiempo y los avatares de la política Alberto Lleras se fue aproximando más y más al doctor Santos hasta adoptar su filosofía política republicana, a tiempo que el doctor Carlos Lleras Restrepo acabó siendo la gran admiración y el gran colaborador de López Pumarejo en la dirección del partido, durante sus años de adversidad. Era un liberal a secas y si, en sus últimos años, patrocinó las soluciones frentenacionalistas más allá de su término legal, ello se debió a su íntima convicción de que vivíamos en un período de transición en el cual era inoportuno el gobierno de partido. Lo malo era que la transición duraba indefinidamente.
Como presidente de la república dejó la más grande huella administrativa de todos los tiempos. Adelantó la Reforma Constitucional de 1968, que nunca fue suficientemente aprovechada, y promulgó una reforma administrativa de tales proporciones en institutos descentralizados, empresas industriales y comerciales del Estado y fondos de todo orden, al punto que ningún otro gobernante ha realizado nada que se le compare. Él mismo, personalmente, elaboraba los decretos correspondientes que sometía al estudio del respectivo ministro y llevaba posteriormente al análisis de todo el gabinete. Su capacidad de trabajo era legendaria. Páginas enteras de sus mensajes presidenciales los escribía a mano en una letra clara e inconfundible. El alba lo sorprendía muchas veces entregado a faenas de esta índole.
Los únicos nombramientos de carácter político y administrativo que desempeñé en mi vida se los debo a su generosidad. Fui su gobernador del naciente departamento del Cesar y por dos años su ministro de Relaciones Exteriores. En ambos cargos me concedió una tan grande autonomía que me sobrarían páginas enteras para hacer el recuento de los episodios a que tuvimos que hacer frente juntos. Sólo quiero hacer referencia a los debates de carácter personal que tuvieron ocurrencia al final de su mandato y a propósito de las gestiones del incora en la adquisición de algunos predios en el departamento de Antioquia. Me correspondió defender al gobierno en momentos en que un Senado acobardado por las audacias del senador José Ignacio Vives Echeverría no se atrevía a asumir abiertamente la defensa del gobierno, y sus ministros, primíparos en debates parlamentarios, intentaban defenderse de las más crueles invectivas trasmitidas por radio a todo el país.
Meses antes se había presentado la renuncia del jefe de Estado a consecuencia del insuceso de la Reforma Constitucional en la Comisión Primera del Senado y estando yo de paso por Bogotá (a la sazón era gobernador del Cesar), me tocó convencer a la bancada liberal de lo insensato de tal proceder que estaba llevando a la república a una crisis presidencial.
Su obra de gobernante, que prevaleció casi intacta hasta la administración Gaviria, ha sido desmantelada dentro del proceso de apertura económica, que contraría radicalmente los postulados de la cepal, y la desregulación y la privatización del sector público, que había llegado a entrabar sin frutos la economía de mercado.
Es algo que invita a la reflexión acerca de lo efímero de las conquistas políticas. La ley del péndulo produjo el fenómeno del regreso integral a la libre empresa y a la iniciativa privada mientras que a la obra del doctor Carlos Lleras Restrepo se le reconocía como título de perennidad su intervencionismo de Estado a través de una infinidad de regulaciones escritas de su puño y letra, al estilo del decreto No. 444 de 1966.
A mi entender, y por paradójico que ello parezca, perdurará más su obra como hombre de pensamiento que sus ejecutorias como hombre de acción. Sus memorias, cobijadas con el sugestivo título de Crónica de mi propia vida, son el más significativo testimonio sobre el siglo xx colombiano. Obra eminentemente objetiva, sin consideraciones personales de ninguna clase, la crónica es par de las memorias de Posada Gutiérrez en el siglo xix, enriquecidas en este caso con la experiencia del gobierno y con la frecuentación con los más destacados personajes de su tiempo. Nada comparable podrá escribirse en lo que queda en este final de siglo.
Guardo del ilustre ex presidente un recuerdo amable, no exento de cicatrices provenientes de las heridas de otros tiempos. La soledad nos fue acercando con la evocación de las horas gratas que compartimos en diferentes etapas de nuestra trayectoria pública y privada. Sus servicios al país en las épocas de mi padre, nuestro exilio compartido en la Ciudad de México en los años cincuenta, su gobierno y finalmente su atardecer apacible en su casa de la calle 70 A, reconstruida después del incendio provocado por las hordas conservadoras enardecidas por sus jefes en 1952. Allí lo vi por última vez, hace apenas dos semanas, sin que ni él ni yo sospecháramos la inminencia de su muerte, tan prevista por él y tan inesperada para mí, que lo veía tan lúcido y tan escéptico como siempre sobre su propio futuro. Colombia entera evocará con nostalgia su mano firme de conductor.
Su laboriosidad
Con motivo de cumplirse el quinto año del fallecimiento del ex presidente Lleras Restrepo, su figura ha cobrado una nueva actualidad. Quienes lo conocieron de cerca y quienes rescatan su pensamiento y su acción a través de lecturas han hecho un justo balance del estadista y político que, por casi medio siglo, dominó el escenario público colombiano.
Durante la época del Frente Nacional, quien estas líneas escribe discrepó por muchos años de sus orientaciones, pero, de igual manera, juntos libramos batallas electorales, y ya, en el ocaso de su actividad política, lo frecuenté con más asiduidad que en el resto de sus días. Son circunstancias que me permiten ser más objetivo en la formulación de un juicio histórico sobre su carrera.
Comparto el diagnóstico que sobre sus ejecutorias han hecho y seguirán haciendo durante varias semanas sus amigos de toda una vida. Su balance de resultados llegó a tener un saldo tan favorable que, principalmente bajo la administración Gaviria, a la hora de las rectificaciones, diríase que la política de aperturas se adelantó contra su obra, en materias económicas y administrativas. Concibió tantos institutos descentralizados y aplicó de tal manera las ideas del doctor Prebish que, por contraste, la suya parecería una derrota histórica. El llamado Consenso de Washington, tanto como la política de las agencias internacionales de ayuda a los países pobres, desconceptuaron por una década, hasta hace un par de años, el menor asomo de proteccionismo que, al regresar el péndulo al otro extremo, lo que se consideraba como la sabiduría de turno ha ido cayendo en desuso.
Al colocar mi granito de arena en el monumento que se le está levantando al presidente Lleras Restrepo, quiero, por sobre todo, poner de presente su extraordinaria laboriosidad. Carlos Lleras Restrepo era un trabajador infatigable en todo el sentido de la palabra. Con sólo verlo redactar personalmente sus documentos de Estado, sus mensajes al Congreso, escritos a mano con su característica caligrafía, inevitablemente se llega a la conclusión de que ningún otro hombre público ha alcanzado comparables extremos de consagración. Ya fuera tratándose de las obras públicas, de la labor educativa, de la legislación laboral, de las relaciones internacionales o de cualquiera otra actividad de su gobierno, el presidente se mantenía al tanto de los más menudos detalles de su tarea. Lo mismo ocurría hacia el final de su vida, cuando se propuso escribir sus memorias. Relatan las crónicas que Marcel Proust, en su lucha contra el destino para rescatar el tiempo perdido, solía, al filo de la medianoche, llamar por el teléfono a sus amigas de la aristocracia francesa con quienes había compartido los salones veinte o treinta años atrás, para reconstruir la descripción de un sombrero o el menú de una cena de fines del siglo xix. Algo semejante ponía en práctica Lleras Restrepo, el cronista de su propia vida. Llamaba a quienes habían sido sus colaboradores en la Dirección Liberal Nacional o en el gobierno para reconstruir fielmente episodios viejos de muchas décadas.
Nada en su obra fue fruto de la improvisación sino del estudio. Hay una tendencia entre nuestros compatriotas a tener lo que Alberto Lleras calificaba de “cabezazos”, o sea, ideas supuestamente geniales, fruto de una inspiración súbita; pero la experiencia nos demuestra que el éxito en la vida no proviene de rayos de luz, como el de san Pablo de Tarso, sino del trabajo minucioso que se puede generalizar bajo el calificativo de laboriosidad. Así, por ejemplo, no falta quienes piensan que la obra de García Márquez obedece a impulsos de este género y que la buena literatura suele ir acompañada de una dosis de bohemia, pero es exactamente lo contrario; Gabo cada mañana dedica seis horas a escribir y rehacer unas pocas cuartillas con la minuciosidad de una bordadora, y, aun cuando parezca extravagante, es el mismo secreto del éxito de Juan Pablo Montoya, quien, por su entrega total a su oficio, consigue una serenidad, un dominio tal de las circunstancias de su deporte, que le ha permitido a los veinticuatro años superar en madurez deportiva a los más veteranos.
Recapitúlese la trayectoria intelectual del ex presidente Lleras Restrepo y es sorprendente cómo adquirió una extraordinaria familiaridad con las más disímiles disciplinas. Había estudiado derecho en una época en que el derecho romano prevalecía sobre la economía, las finanzas y la hacendística. Algún profesor trasnochado debió obligarlo a aprender de memoria el texto de Leroy Beaulieu, que era el manual de rigor sobre estos temas, pero, por su propia cuenta y antes de alcanzar la Contraloría General de la República, ya nuestro hombre era una enciclopedia en temas fiscales, cambiarios, monetarios, cafeteros y mineros. Los gobiernos liberales reclamaban su colaboración para toda clase de reuniones internacionales, con la seguridad absoluta de que haría quedar bien a Colombia por su prestancia personal, pero que, además por la claridad de sus conceptos, conseguiría regresar tras haber conquistado beneficios indudables para nuestra patria. Lo mismo en la Conferencia de La Habana, sobre comercio exterior, que en Bretton-Woods, sobre moneda, o en la onu, sobre el tratamiento a los países menos desarrollados, o en la fao, sobre la cuestión agrícola a nivel mundial; en dondequiera que se le confiaba una misión la cumplía a cabalidad. A tal punto llegó su prestigio que el no llamarlo a prestar su contingente en esta clase de emergencias, era una falla inexplicable en cualquier gobierno que pusiera los intereses nacionales por encima de los intereses políticos. Trabajar incansablemente era su divisa. Quienes en el exilio compartimos muchas horas con él, forzosamente tenemos que evocarlo al servicio del Banco de México, el equivalente de nuestro Banco de la República, analizando estadísticas como cualquier empleado, y redactando memorandos con las respectivas recomendaciones en desarrollo de un contrato que le permitía ganarse honradamente la vida. De igual manera, cuando ya no había gestión pública inmediata, pasaba horas enteras desarrollando una tarea crítica desde su semanario Nueva Frontera, vapuleando el gobierno del “mandato claro” y la administración Turbay Ayala. Algo que, transcurridos los años, nos hace sonreír, porque la permanente investigación de los actos administrativos de los gobiernos hacía parte de su laboriosidad.