- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
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- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Arte y mecenazgo en la actualidad
Fídolo González Camargo / El chino / s. f. / Óleo sobre lienzo / 35 x 25 cm / Adquirida en 1998
Francisco Antonio Cano / Laguna de Pedro Palo / 1985 / Óleo sobre lienzo / 39 x 55 cm / Adquirida en 1997
Cancioni / Juego de cartas / s. f. / Óleo sobre lienzo / 60 x 80 cm
Texto de: Carlos Arturo Fernández Uribe
Detrás de la serie de apoyos empresariales al arte y la cultura a lo largo del siglo xx, en unos casos más generosos y en otros menos, resulta importante percibir que este proceso está jalonado por el desarrollo de formas de relación inéditas entre las empresas y el arte. Aquí están implícitos nuevos conceptos de empresa pero también de arte y, de manera particular, se plantea el reconocimiento de la necesidad de un manejo profesional de los asuntos culturales; no sería imaginable que una situación como la contemporánea pudiera ser manejada a partir de la idea del gusto particular de un directivo empresarial.
Por supuesto, es posible presentar la historia del arte desde el punto de vista de los artistas, como la producción de una serie de obras o el desarrollo de las poéticas que las sustentan. En realidad, esa es una de las orientaciones básicas de los estudios de historiografía artística. Sin embargo, cabe también pensar que la realización de la obra de arte depende de ciertas condiciones que, en sentido estricto, podrían parecer exteriores a los problemas estéticos sobre los cuales reflexiona el artista en su obra. En este nivel deberíamos tener en cuenta factores como el desarrollo técnico de determinados materiales, las condiciones más o menos favorables del mercado o la situación política o económica, las ideas religiosas, o la relación entre artista y poder, entre otros. En esta dirección, es posible afirmar que el mecenazgo juega un papel fundamental a lo largo de toda la historia del arte.
El mecenas se define tradicionalmente como la persona que patrocina las artes o las letras. La palabra procede de la Antigua Roma y, en concreto, del nombre de Cayo Cilnio Mecenas, quien vivió entre los años 70 y 8 antes de Cristo, aproximadamente; gran amigo del emperador Augusto, supo rodearse de artistas y escritores como Ovidio, Virgilio y Propercio a quienes apoyó de manera decidida. Ya desde su tiempo los críticos más agudos dudaban de que el objetivo de tanta generosidad fuera el puro amor al arte y el deseo de verse rodeado de belleza; todavía hoy muchos sostienen que detrás de ello se manifestaba también el interés del poder imperial, es decir, de Augusto a través de su amigo, por lograr que la sociedad romana, tradicionalmente esquiva a los artistas, aprendiera a aprovechar el arte para hacer por medio de él una propaganda más eficaz de su poderío universal.
Pero, de todas maneras, la actitud de Mecenas fue tan definitiva que su nombre ha servido para identificar, en muchos idiomas distintos, a quienes apoyan las manifestaciones artísticas y que, por eso mismo, tienen un mérito indiscutible en la producción efectiva de las obras de arte.
Dentro de los diversos casos de mecenazgo que conoció una ciudad como Medellín a lo largo del siglo xx, quizá el más emblemático de todos, y justamente el más recordado, es el de don Diego Echavarría Misas y de su esposa Benedikta Zur Nieden, “doña Dita”. De su acción cultural dan testimonio artistas reconocidos, colecciones de arte, museos, bibliotecas, hospitales. Pero seguramente pensamos, muchas veces, que “ya no hay personas así”.
El problema es que quizá no se ha interiorizado suficientemente la redefinición del concepto de mecenas que imponen las nuevas condiciones de la vida social, económica y cultural. Y eso sería insignificante si, al mismo tiempo, tras ello no se hubiera perdido de vista dentro de muchos grupos sociales que el arte es una necesidad esencial del ser humano y que su desarrollo, de una manera u otra, es competencia de todos los miembros de la sociedad y manifestación de su cohesión y vitalidad comunitarias.
También el mecenazgo ha debido acomodarse a los nuevos conceptos que caracterizan los mundos del arte y de la economía. Más que el lustre personal que lograba el mecenas, hoy son importantes conceptos como la función social o los beneficios del desarrollo cultural que se desprenden del apoyo a las artes. Sin embargo, a pesar de todo, el mecenazgo sigue siendo una realidad viva y efectiva que se desarrolla en la actualidad en dos direcciones fundamentales: como mecenazgo de los mismos artistas y como mecenazgo empresarial.
En el primer sentido, quizá el país entero reconoce que la acción de Fernando Botero es paradigmática. Pero junto a él es necesario recordar a muchos otros artistas mecenas: Pedro Nel Gómez, Débora Arango, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar y una lista que podría continuar casi indefinidamente. No cabe duda de que, al menos en nuestro medio, los grandes artistas son también grandes mecenas, inclusive hasta niveles que tienen poco que ver con sus posibilidades y aspiraciones económicas. Y el asunto funciona desde perspectivas culturales y formativas: nadie podría negar hoy los efectos benéficos de la obra de Botero en el centro de Medellín, y para demostrarlo, basta observar su Gorda del Parque Berrío, convertida en hito fundamental de la ciudad.
Pero, por otra parte, es indiscutible que en Colombia existen numerosas empresas que están convencidas de la trascendencia social de su apoyo al arte y la cultura, como valores humanos esenciales y que, inclusive, la conciben como una manifestación esencial de sus mismos objetivos sociales. Ese es el caso de Suramericana. Pero el mecenazgo de una entidad como Suramericana no es solo asunto de generosidad sino, sobre todo, una toma de conciencia sobre lo que la organización entiende con respecto de su responsabilidad social.
Una reflexión final: Comprometerse con el arte, una forma de responsabilidad social
Con frecuencia se ha conceptualizado acerca de la diferencia que existe entre una empresa y una organización. Las empresas superan su nivel básico operativo y se constituyen en organizaciones cuando, de forma coherente, incluyen en su proyecto una finalidad social y desarrollan cierto tipo de actividades especiales que buscan proporcionar unos bienes particulares a la sociedad. De esa manera, las organizaciones consolidan y legitiman su presencia y valor en medio de la comunidad humana que las hace posibles. El resultado de este proceso son unos valores agregados, tales como el prestigio, la credibilidad y la confianza pública, que se derivan más de aquellas acciones paralelas que de las directamente relacionadas con la actividad económica de la que procede la rentabilidad esencial que sustenta la empresa.
Es en este sentido como puede valorarse el hecho de que Suramericana, dentro del ejercicio responsable de su libertad como empresa, decida dirigir sus mejores esfuerzos de presencia y acción social hacia el estímulo, la divulgación y el reconocimiento de los valores artísticos que constituyen una de las manifestaciones fundamentales de nuestra cultura.
De esta manera, Suramericana logra construir un proyecto cultural maduro, integral y sólidamente estructurado a partir de la construcción consciente y sistemática de una complementariedad y coherencia entre los desarrollos de la sociedad que la hace posible y sus propios fines organizacionales.Por supuesto, todos sabemos que, al menos en casos como el colombiano, es imposible esperarlo todo de un Estado limitado en posibilidades y recursos. Por tanto, en lugar de encerrarse en el puro ejercicio de su interés empresarial, las organizaciones privadas asumen el deber ético de constituirse en sociedad civil para apoyar el logro de los objetivos sociales. Es lo que ocurre, por ejemplo, con esta historia de compromiso cultural que es Suramericana: ante tantas necesidades básicas sin resolver muchos pensarán, seguramente por ignorancia, que el apoyo del Estado en el campo de las artes es una cosa no prioritaria, e incluso a lo largo de la historia nacional esa ha sido, muchas veces, la respuesta oficial a las necesidades de este sector. Por eso, resultan tan significativas las acciones privadas, claras y directas, como las que pueden encontrarse en el caso de Suramericana.
Las consecuencias son evidentes: este proyecto cultural implica una transformación cualitativa de la organización que lo sustenta. De alguna manera, lo que se hace patente es un nuevo liderazgo empresarial que asume la condición de un liderazgo moral, más cercano a lo colectivo, a lo cívico, a lo formativo, a lo ejemplar. En palabras de Adela Cortina: “El directivo se ha convertido en uno de los personajes más significativos en la cultura del fin de siglo. No solo por la importancia de las decisiones que debe tomar o por la capacidad de gestión que debe demostrar. Su liderazgo ha trascendido las fronteras de la empresa. El suyo es ya un liderazgo social y por ello se espera de él una conducta ejemplar”.32?
Otra manera de expresarlo es afirmando que la consideración del bien común ya hace parte esencial de los valores, las actividades, los hábitos y el carácter de las organizaciones privadas. Lo mismo que las personas, ellas necesitan saber que son miembros muy apreciados y bien acogidos por parte de la comunidad particular en la que se instauran; esa es su manera de ejercer ciudadanía, de crear lazos cívicos: amarrando lo más apretadamente posible sus fines particulares con los generales de la sociedad que las acoge y posibilita. Por eso, ahora es imposible concebirlas en forma aislada del entorno que las hace posible y las sustenta. Y, por supuesto, se trata de un beneficio que es común a todos, porque si la sociedad sobrevive y prospera ocurrirá lo mismo con las empresas u organizaciones sociales que la constituyen.
A los problemas básicos de la rentabilidad económica es necesario agregar, entonces, los de una “rentabilidad social” para obtener el respeto y reconocimiento que hagan posible la supervivencia y el desarrollo organizacional. Lo que hoy se impone es el mantenimiento de la confianza y la credibilidad. Y, en este sentido, Suramericana es pionera en ese entendimiento del papel social que le corresponde asumir a la empresa privada en la sociedad colombiana.
Cuando Suramericana decide actuar y permanecer en la vida social y cultural a través de la divulgación, conservación y disfrute del legado artístico, la gran beneficiaria de estos esfuerzos es la comunidad: todo tipo de personas, sin distinción ninguna, que pueden reconocer, apreciar, comparar, comprender su propia vida y la de las demás culturas, a partir de distintas actividades académicas y culturales. Porque, como es claro para Suramericana, esta función educadora y formativa encuentra un ambiente propicio y un tema rico en posibilidades alrededor del disfrute y reconocimiento del arte y la cultura, que se puede lograr gracias a un proyecto cultural seriamente estructurado que se convierte, él mismo, en una consecuencia directa de aquel espíritu de liderazgo moral.
En esta dirección, vale la pena reconocer el serio y cuidadoso trabajo investigativo y de planificación que ha caracterizado la actividad cultural de Suramericana en sus mejores momentos; por supuesto, así se pueden evitar costosas improvisaciones o esfuerzos perdidos por dispersión de intereses, o por dejarse llevar por la moda, o por el simple gusto particular. Pero lo fundamental es que aquel trabajo serio y cuidadoso le permite a la Compañía participar activamente en la vida social mediante una labor permanente de descubrimiento de talentos invisibles, de esfuerzos desconocidos que hacen parte esencial de nuestra propia vida cultural, además de prestar la debida atención a lo que ya se conoce pero que no ha sido estudiado suficientemente.
Suramericana actúa con total responsabilidad social al entender como propios los asuntos públicos, al conservar y proteger los bienes culturales que permiten elevar la calidad de vida, al establecer relaciones perdurables que hacen posible una construcción colectiva de intereses. Como señala Victoria Camps, hay un tipo de acciones que nos humanizan, es decir, que nos hacen mejores seres humanos, como la coherencia, la fidelidad, la veracidad y la solidaridad. Es en ese tipo de nuevo ámbito empresarial donde se enmarca y se reconoce hoy la intervención de Suramericana. Por tanto, hablamos de un esfuerzo social donde lo que predominan son los máximos, cuando lo más cómodo y fácil sería acogerse a la simple lógica de los mínimos, sobre todo cuando la mayoría se limita, por supuesto, a lo estrictamente legal y no logra entender el beneficio que puede obtenerse de superar lo simplemente obligatorio.
Un proyecto empresarial con responsabilidad social está en capacidad de imaginar y diseñar su futuro. Se proyecta a partir del reconocimiento de las tendencias sociales y culturales. No se limita a reaccionar sino que, más bien, ejerce su derecho a actuar en forma proactiva, interviniendo la realidad para mejorarla. Dentro de esa lógica se mueven las decisiones culturales que asume permanentemente Suramericana.
Se crea así una cultura responsable, interna y externa, que hace posible la fusión de intereses, gustos y necesidades de sus diferentes actores, construyendo un único bien común o una voluntad colectiva, alrededor del arte. De esa manera la empresa moderna causa un impacto directo sobre las distintas esferas sociales, sean éticas, políticas o culturales. A partir de lo anterior, puede afirmarse que Suramericana, al igual que otras unidades empresariales, se convierte en “ciudadana corporativa”, o lo que es lo mismo en verdadera organización social que va mucho más allá de la simple filantropía y se dedica a construir relaciones e interacciones sociales que le hacen posible elevar el nivel de vida, satisfacer necesidades básicas y promover el desarrollo cultural y científico del país, aportando inteligencia, recursos e innovación y logrando con ello mayor sostenibilidad y legitimidad social.
En palabras del doctor Nicanor Restrepo Santamaría:
“Las empresas son obras de personas, nacen, crecen y se desarrollan entre personas. Esto hace que no se las pueda considerar entes aislados, sino órganos vitales de las comunidades que llegan a formar parte del patrimonio de los pueblos y a jugar un importante papel en su historia. Fieles a esta filosofía, debemos reconocer que las empresas tienen un serio compromiso frente al desarrollo social, económico y cultural de las comunidades entre las cuales viven. No debe entonces considerarse un regalo, el aporte que las empresas hacen a la sociedad, sino el honrado cumplimiento de gratas obligaciones”.33?
La de Suramericana es una historia de participación en la cultura, la historia de un proceso de toma de conciencia de su responsabilidad social o, lo que es lo mismo, la de una institución que sabe que encarna un liderazgo ético y civil.
En definitiva, un mecenazgo consciente que comprende que más allá de la exclusiva experiencia estética individual, el arte y la cultura son, sobre todo, construcción de humanidad y de ciudadanía.
Notas:
- 32 Adela Cortina, Ética de la empresa, Valladolid, Trotta, 2000, p. 95.
- 33 Nicanor Restrepo Santamaría, en Arte en Suramericana, op. cit., 1987.
#AmorPorColombia
Arte y mecenazgo en la actualidad
Fídolo González Camargo / El chino / s. f. / Óleo sobre lienzo / 35 x 25 cm / Adquirida en 1998
Francisco Antonio Cano / Laguna de Pedro Palo / 1985 / Óleo sobre lienzo / 39 x 55 cm / Adquirida en 1997
Cancioni / Juego de cartas / s. f. / Óleo sobre lienzo / 60 x 80 cm
Texto de: Carlos Arturo Fernández Uribe
Detrás de la serie de apoyos empresariales al arte y la cultura a lo largo del siglo xx, en unos casos más generosos y en otros menos, resulta importante percibir que este proceso está jalonado por el desarrollo de formas de relación inéditas entre las empresas y el arte. Aquí están implícitos nuevos conceptos de empresa pero también de arte y, de manera particular, se plantea el reconocimiento de la necesidad de un manejo profesional de los asuntos culturales; no sería imaginable que una situación como la contemporánea pudiera ser manejada a partir de la idea del gusto particular de un directivo empresarial.
Por supuesto, es posible presentar la historia del arte desde el punto de vista de los artistas, como la producción de una serie de obras o el desarrollo de las poéticas que las sustentan. En realidad, esa es una de las orientaciones básicas de los estudios de historiografía artística. Sin embargo, cabe también pensar que la realización de la obra de arte depende de ciertas condiciones que, en sentido estricto, podrían parecer exteriores a los problemas estéticos sobre los cuales reflexiona el artista en su obra. En este nivel deberíamos tener en cuenta factores como el desarrollo técnico de determinados materiales, las condiciones más o menos favorables del mercado o la situación política o económica, las ideas religiosas, o la relación entre artista y poder, entre otros. En esta dirección, es posible afirmar que el mecenazgo juega un papel fundamental a lo largo de toda la historia del arte.
El mecenas se define tradicionalmente como la persona que patrocina las artes o las letras. La palabra procede de la Antigua Roma y, en concreto, del nombre de Cayo Cilnio Mecenas, quien vivió entre los años 70 y 8 antes de Cristo, aproximadamente; gran amigo del emperador Augusto, supo rodearse de artistas y escritores como Ovidio, Virgilio y Propercio a quienes apoyó de manera decidida. Ya desde su tiempo los críticos más agudos dudaban de que el objetivo de tanta generosidad fuera el puro amor al arte y el deseo de verse rodeado de belleza; todavía hoy muchos sostienen que detrás de ello se manifestaba también el interés del poder imperial, es decir, de Augusto a través de su amigo, por lograr que la sociedad romana, tradicionalmente esquiva a los artistas, aprendiera a aprovechar el arte para hacer por medio de él una propaganda más eficaz de su poderío universal.
Pero, de todas maneras, la actitud de Mecenas fue tan definitiva que su nombre ha servido para identificar, en muchos idiomas distintos, a quienes apoyan las manifestaciones artísticas y que, por eso mismo, tienen un mérito indiscutible en la producción efectiva de las obras de arte.
Dentro de los diversos casos de mecenazgo que conoció una ciudad como Medellín a lo largo del siglo xx, quizá el más emblemático de todos, y justamente el más recordado, es el de don Diego Echavarría Misas y de su esposa Benedikta Zur Nieden, “doña Dita”. De su acción cultural dan testimonio artistas reconocidos, colecciones de arte, museos, bibliotecas, hospitales. Pero seguramente pensamos, muchas veces, que “ya no hay personas así”.
El problema es que quizá no se ha interiorizado suficientemente la redefinición del concepto de mecenas que imponen las nuevas condiciones de la vida social, económica y cultural. Y eso sería insignificante si, al mismo tiempo, tras ello no se hubiera perdido de vista dentro de muchos grupos sociales que el arte es una necesidad esencial del ser humano y que su desarrollo, de una manera u otra, es competencia de todos los miembros de la sociedad y manifestación de su cohesión y vitalidad comunitarias.
También el mecenazgo ha debido acomodarse a los nuevos conceptos que caracterizan los mundos del arte y de la economía. Más que el lustre personal que lograba el mecenas, hoy son importantes conceptos como la función social o los beneficios del desarrollo cultural que se desprenden del apoyo a las artes. Sin embargo, a pesar de todo, el mecenazgo sigue siendo una realidad viva y efectiva que se desarrolla en la actualidad en dos direcciones fundamentales: como mecenazgo de los mismos artistas y como mecenazgo empresarial.
En el primer sentido, quizá el país entero reconoce que la acción de Fernando Botero es paradigmática. Pero junto a él es necesario recordar a muchos otros artistas mecenas: Pedro Nel Gómez, Débora Arango, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar y una lista que podría continuar casi indefinidamente. No cabe duda de que, al menos en nuestro medio, los grandes artistas son también grandes mecenas, inclusive hasta niveles que tienen poco que ver con sus posibilidades y aspiraciones económicas. Y el asunto funciona desde perspectivas culturales y formativas: nadie podría negar hoy los efectos benéficos de la obra de Botero en el centro de Medellín, y para demostrarlo, basta observar su Gorda del Parque Berrío, convertida en hito fundamental de la ciudad.
Pero, por otra parte, es indiscutible que en Colombia existen numerosas empresas que están convencidas de la trascendencia social de su apoyo al arte y la cultura, como valores humanos esenciales y que, inclusive, la conciben como una manifestación esencial de sus mismos objetivos sociales. Ese es el caso de Suramericana. Pero el mecenazgo de una entidad como Suramericana no es solo asunto de generosidad sino, sobre todo, una toma de conciencia sobre lo que la organización entiende con respecto de su responsabilidad social.
Una reflexión final: Comprometerse con el arte, una forma de responsabilidad social
Con frecuencia se ha conceptualizado acerca de la diferencia que existe entre una empresa y una organización. Las empresas superan su nivel básico operativo y se constituyen en organizaciones cuando, de forma coherente, incluyen en su proyecto una finalidad social y desarrollan cierto tipo de actividades especiales que buscan proporcionar unos bienes particulares a la sociedad. De esa manera, las organizaciones consolidan y legitiman su presencia y valor en medio de la comunidad humana que las hace posibles. El resultado de este proceso son unos valores agregados, tales como el prestigio, la credibilidad y la confianza pública, que se derivan más de aquellas acciones paralelas que de las directamente relacionadas con la actividad económica de la que procede la rentabilidad esencial que sustenta la empresa.
Es en este sentido como puede valorarse el hecho de que Suramericana, dentro del ejercicio responsable de su libertad como empresa, decida dirigir sus mejores esfuerzos de presencia y acción social hacia el estímulo, la divulgación y el reconocimiento de los valores artísticos que constituyen una de las manifestaciones fundamentales de nuestra cultura.
De esta manera, Suramericana logra construir un proyecto cultural maduro, integral y sólidamente estructurado a partir de la construcción consciente y sistemática de una complementariedad y coherencia entre los desarrollos de la sociedad que la hace posible y sus propios fines organizacionales.Por supuesto, todos sabemos que, al menos en casos como el colombiano, es imposible esperarlo todo de un Estado limitado en posibilidades y recursos. Por tanto, en lugar de encerrarse en el puro ejercicio de su interés empresarial, las organizaciones privadas asumen el deber ético de constituirse en sociedad civil para apoyar el logro de los objetivos sociales. Es lo que ocurre, por ejemplo, con esta historia de compromiso cultural que es Suramericana: ante tantas necesidades básicas sin resolver muchos pensarán, seguramente por ignorancia, que el apoyo del Estado en el campo de las artes es una cosa no prioritaria, e incluso a lo largo de la historia nacional esa ha sido, muchas veces, la respuesta oficial a las necesidades de este sector. Por eso, resultan tan significativas las acciones privadas, claras y directas, como las que pueden encontrarse en el caso de Suramericana.
Las consecuencias son evidentes: este proyecto cultural implica una transformación cualitativa de la organización que lo sustenta. De alguna manera, lo que se hace patente es un nuevo liderazgo empresarial que asume la condición de un liderazgo moral, más cercano a lo colectivo, a lo cívico, a lo formativo, a lo ejemplar. En palabras de Adela Cortina: “El directivo se ha convertido en uno de los personajes más significativos en la cultura del fin de siglo. No solo por la importancia de las decisiones que debe tomar o por la capacidad de gestión que debe demostrar. Su liderazgo ha trascendido las fronteras de la empresa. El suyo es ya un liderazgo social y por ello se espera de él una conducta ejemplar”.32?
Otra manera de expresarlo es afirmando que la consideración del bien común ya hace parte esencial de los valores, las actividades, los hábitos y el carácter de las organizaciones privadas. Lo mismo que las personas, ellas necesitan saber que son miembros muy apreciados y bien acogidos por parte de la comunidad particular en la que se instauran; esa es su manera de ejercer ciudadanía, de crear lazos cívicos: amarrando lo más apretadamente posible sus fines particulares con los generales de la sociedad que las acoge y posibilita. Por eso, ahora es imposible concebirlas en forma aislada del entorno que las hace posible y las sustenta. Y, por supuesto, se trata de un beneficio que es común a todos, porque si la sociedad sobrevive y prospera ocurrirá lo mismo con las empresas u organizaciones sociales que la constituyen.
A los problemas básicos de la rentabilidad económica es necesario agregar, entonces, los de una “rentabilidad social” para obtener el respeto y reconocimiento que hagan posible la supervivencia y el desarrollo organizacional. Lo que hoy se impone es el mantenimiento de la confianza y la credibilidad. Y, en este sentido, Suramericana es pionera en ese entendimiento del papel social que le corresponde asumir a la empresa privada en la sociedad colombiana.
Cuando Suramericana decide actuar y permanecer en la vida social y cultural a través de la divulgación, conservación y disfrute del legado artístico, la gran beneficiaria de estos esfuerzos es la comunidad: todo tipo de personas, sin distinción ninguna, que pueden reconocer, apreciar, comparar, comprender su propia vida y la de las demás culturas, a partir de distintas actividades académicas y culturales. Porque, como es claro para Suramericana, esta función educadora y formativa encuentra un ambiente propicio y un tema rico en posibilidades alrededor del disfrute y reconocimiento del arte y la cultura, que se puede lograr gracias a un proyecto cultural seriamente estructurado que se convierte, él mismo, en una consecuencia directa de aquel espíritu de liderazgo moral.
En esta dirección, vale la pena reconocer el serio y cuidadoso trabajo investigativo y de planificación que ha caracterizado la actividad cultural de Suramericana en sus mejores momentos; por supuesto, así se pueden evitar costosas improvisaciones o esfuerzos perdidos por dispersión de intereses, o por dejarse llevar por la moda, o por el simple gusto particular. Pero lo fundamental es que aquel trabajo serio y cuidadoso le permite a la Compañía participar activamente en la vida social mediante una labor permanente de descubrimiento de talentos invisibles, de esfuerzos desconocidos que hacen parte esencial de nuestra propia vida cultural, además de prestar la debida atención a lo que ya se conoce pero que no ha sido estudiado suficientemente.
Suramericana actúa con total responsabilidad social al entender como propios los asuntos públicos, al conservar y proteger los bienes culturales que permiten elevar la calidad de vida, al establecer relaciones perdurables que hacen posible una construcción colectiva de intereses. Como señala Victoria Camps, hay un tipo de acciones que nos humanizan, es decir, que nos hacen mejores seres humanos, como la coherencia, la fidelidad, la veracidad y la solidaridad. Es en ese tipo de nuevo ámbito empresarial donde se enmarca y se reconoce hoy la intervención de Suramericana. Por tanto, hablamos de un esfuerzo social donde lo que predominan son los máximos, cuando lo más cómodo y fácil sería acogerse a la simple lógica de los mínimos, sobre todo cuando la mayoría se limita, por supuesto, a lo estrictamente legal y no logra entender el beneficio que puede obtenerse de superar lo simplemente obligatorio.
Un proyecto empresarial con responsabilidad social está en capacidad de imaginar y diseñar su futuro. Se proyecta a partir del reconocimiento de las tendencias sociales y culturales. No se limita a reaccionar sino que, más bien, ejerce su derecho a actuar en forma proactiva, interviniendo la realidad para mejorarla. Dentro de esa lógica se mueven las decisiones culturales que asume permanentemente Suramericana.
Se crea así una cultura responsable, interna y externa, que hace posible la fusión de intereses, gustos y necesidades de sus diferentes actores, construyendo un único bien común o una voluntad colectiva, alrededor del arte. De esa manera la empresa moderna causa un impacto directo sobre las distintas esferas sociales, sean éticas, políticas o culturales. A partir de lo anterior, puede afirmarse que Suramericana, al igual que otras unidades empresariales, se convierte en “ciudadana corporativa”, o lo que es lo mismo en verdadera organización social que va mucho más allá de la simple filantropía y se dedica a construir relaciones e interacciones sociales que le hacen posible elevar el nivel de vida, satisfacer necesidades básicas y promover el desarrollo cultural y científico del país, aportando inteligencia, recursos e innovación y logrando con ello mayor sostenibilidad y legitimidad social.
En palabras del doctor Nicanor Restrepo Santamaría:
“Las empresas son obras de personas, nacen, crecen y se desarrollan entre personas. Esto hace que no se las pueda considerar entes aislados, sino órganos vitales de las comunidades que llegan a formar parte del patrimonio de los pueblos y a jugar un importante papel en su historia. Fieles a esta filosofía, debemos reconocer que las empresas tienen un serio compromiso frente al desarrollo social, económico y cultural de las comunidades entre las cuales viven. No debe entonces considerarse un regalo, el aporte que las empresas hacen a la sociedad, sino el honrado cumplimiento de gratas obligaciones”.33?
La de Suramericana es una historia de participación en la cultura, la historia de un proceso de toma de conciencia de su responsabilidad social o, lo que es lo mismo, la de una institución que sabe que encarna un liderazgo ético y civil.
En definitiva, un mecenazgo consciente que comprende que más allá de la exclusiva experiencia estética individual, el arte y la cultura son, sobre todo, construcción de humanidad y de ciudadanía.
Notas:
- 32 Adela Cortina, Ética de la empresa, Valladolid, Trotta, 2000, p. 95.
- 33 Nicanor Restrepo Santamaría, en Arte en Suramericana, op. cit., 1987.