- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Prólogo
Lluvia en el Orinoco.
Amanecer en la cordillera de Mérida.
Guacamaya del Orinoco.
Trompetilla roja Bouvardia terniflora.
Llanos del Caparaparo.
Brazo del Casiquiare.
Riberas del río Orinoco cerca al raudal Mesetas.
Paisaje selvático en los alrededores de la Cueva del Guácharo.
Indio Yanomami del Casiquiare.
India Yanomami del Casiquiare.
Texto de: Arturo Uslar Pietri
Alejandro de Humboldt es uno de los grandes hombres de una época que fue pródiga en producirlos generosamente. Nació al comienzo de la segunda mitad del siglo XVIII, ese siglo crítico y razonador que iba a crear toda una crisis de la conciencia europea y que iba a conmover profundamente hasta sus cimientos las nociones, los ideales y las esperanzas por las cuales la humanidad había vivido casi desde los más remotos orígenes históricos del hombre. Es el siglo de los Enciclopedistas, el siglo de la Independencia Americana, el siglo del redescubrimiento científico del hombre y del mundo, y en ese momento, Humboldt, entre toda una pléyade de grandes hombres aparece como uno de los más grandes, porque a lo que pudiéramos llamar la mera y pura calificación intelectual y científica de su obra se añade una estatura humana incomparable. Fue un hombre que creyó en la justicia, que creyó en la libertad, en el gobierno representativo, en el bienestar humano y para quien los hombres y los sucesos no eran meramente accidentes de la naturaleza, sino la materia prima principal e indispensable de toda civilización y la preocupación constante de toda conciencia humana elevada y digna.
Alejandro de Humboldt nace en una familia acomodada de la Alemania de su tiempo, nace en Prusia en una época en que este país se apresta a desempeñar un papel preponderante en la escena europea y en lo que lo mismo que prepara sus hombres de acción para la acción, prepara sus hombres de pensamiento y de estudio para conquistarle el imperecedero e inalterable triunfo que se alcanza, no por las armas, sino por la investigación y por el conocimiento, que es lo único que sin mezquindades todos los hombres podemos repartir y a todos los hombres nos puede alcanzar con bienes iguales. Alejandro de Humboldt, en ese siglo que tantas veces se ha llamado de las luces, va a convertirse pronto en una de las grandes luminarias. Hay algo de magnífico y de conmovedor en los comienzos de su vida. En la casa de la familia hay dos hermanos: Alejandro, que se inclina al estudio de las ciencias naturales, y Guillermo, que se interesa por las letras y por las obras de creación del espíritu humano.
En el gran parque familiar de Tegel, entre los grandes árboles, hojeando libros de estampas, los dos adolescentes como en una especie de mito clásico se van a repartir el dominio del mundo. Alejandro va a escoger los continentes, las selvas, los mares, las especies vegetales y animales, es decir toda la circunstancia natural que rodea al hombre, y Guillermo va a escoger para sí todo lo que el hombre ha dicho, ha pensado y ha producido como reacción ante el escenario natural que le rodea, es decir, se van a repartir el mundo, simbólicamente, los dos hermanos, como dos dioses de la mitología.
Alejandro será uno de los grandes creadores e impulsadores de las ciencias naturales, y Guillermo será una de las fuentes de la filología comparada y uno de los hombres que más contribuyeron radicalmente a fundar un nuevo concepto y un nuevo criterio sobre lo que la historia de las literaturas y la expresión figurada del hombre ha significado a través de la historia. Estos caminos que se complementan se van a bifurcar de hecho pronto. Alejandro no va a ser nunca un hombre de gabinete, de laboratorio, de encierro, sino que su escena va a ser el mundo y va a sentir un impulso de atracción andariego y curioso que lo va a arrancar muy pronto de todas las comodidades que le podía ofrecer una vida adinerada en su patria nativa, o en aquel París que tanto amó y donde tan bien solía sentirse, para empezar a recorrer la heredad que la Providencia le había deparado y que para él era el mundo.
Alejandro de Humboldt piensa hacer una expedición al Cercano Oriente y a las Indias. Esa expedición no es fácil en su tiempo. Recordemos que todavía se navegaba a vela, que no había telégrafo, que los corsarios y piratas eran accidentes cotidianos, que los conocimientos geográficos y aun los mapas y los derroteros estaban plagados de graves inexactitudes y que además de todo, en ese momento, Europa estaba conmovida por la gran tragedia que vino a personificar aquel hombre tan lleno de contradicciones, de misterios y de grandezas que se llamó Napoleón. Va a intentar ir a Egipto, y es entonces cuando por un mero azar, en Marsella, resuelve cambiar de derrotero y buscar mediante la protección de la Corte Española ayuda para hacer un viaje hacia las Indias Occidentales, hacia el Nuevo Mundo, hacia ese Nuevo Mundo del que tantas patrañas, mentiras e inexactitudes habían circulado en Europa ininterrumpidamente desde el siglo XVI, y del que científicamente se conocía casi tan poco como se conocía el día en que Colón por primera vez puso el pie sobre una isla del archipiélago antillano.
Viene a América acompañado de Bonpland, otro hombre iluminado llamado por el deseo de conocer y de revelar, y quien va a consagrar su vida a las ciencias naturales y a América. Se embarca en una fragata que tiene un nombre simbólico, en la fragata “Pizarro”, este nuevo conquistador que viene a incorporar a América al mundo de las ciencias. En esa travesía van hacia La Habana. Tenemos el testimonio del propio Humboldt que nos va contando en cartas y luego en sus obras posteriores el diario asombro con que iba viendo surgir nuevas formas de vida, nuevos climas, nuevas especies animales y como en el soneto de José María de Heredia: Todas las noches del fondo del Océano nuevas constelaciones. Ese deslumbramiento no se va a apagar ni un momento en su viaje, medirá la temperatura del Océano, las corrientes marinas, el régimen de los vientos, las especies animales, las algas; hará observaciones que van a servir para corregir los viejos derroteros por los cuales durante tres siglos se estuvo navegando el Atlántico Norte; y un día, por un azar de una epidemia a bordo, en lugar de llegar a Cuba llega a Cumaná. Cumaná lo recibe engalanada con una de las más maravillosas noches tropicales que ojos humanos puedan ver, y desde ese instante Humboldt siente con una especie de pasión de niño la angustia y la ansiedad de abarcar, de conocer, de comprender, de catalogar y de reducir a fórmulas de conocimiento todo ese maravilloso botín inexplorado de naturaleza que el Nuevo Mundo le ofrecía con tanta generosidad.
Escribe a su hermano Guillermo las cartas más entusiastas. Le dice: que valía la pena haber vivido para haber llegado a aquella oportunidad única; le señala todas las posibilidades inmensas de nuevos conocimientos que este nuevo mundo le promete, desde el primer momento mira con amor y con simpatía, con una profunda identificación a aquellas gentes distintas y nuevas que le rodean, los Guaiqueríes de la playa, los señores coloniales de la ciudad de Cumaná, los hacendados del interior, los buenos frailes de las misiones y todo ese heterogéneo grupo acogedor y curioso que mira con sorpresa a aquel alemán de 30 años, acompañado por un francés más joven que él, que vienen cargados de los más raros instrumentos, y que se pasan el día entero en el monte recolectando insectos, hojas, raíces, plantas, dibujando perfiles de animales y perfiles de flores y que por la noche, hasta las más altas horas de la madrugada, con un sextante y con una lente observan los fenómenos astrales para poder determinar posiciones de altura y situación geográfica de los puntos. Toda esta actividad tan extraña y tan inusitada era precisamente el aporte que traía Humboldt, era el venir a América con unos ojos nuevos para verla como no la había visto nadie y para reincorporarla de un modo mucho más total al patrimonio humano. Humboldt recorre Venezuela, pasa de Cumaná al interior de toda la región oriental, viene a Caracas y de Caracas se prepara a hacer su fabulosa expedición al alto Orinoco, va a llegar más arriba de los raudales de Atures y Maipures, va a penetrar hasta el Río Negro, va a querer cerciorarse de la posibilidad de la comunicación por agua, entre los sistemas del Amazonas y del Orinoco y durante todo este trayecto, rodeado de indígenas, en las condiciones más primitivas posibles, sin ningún socorro ni auxilio, durmiendo a la intemperie, oyendo de noche el rugido de los jaguares que se acercan al campamento, observando animales nunca vistos, va levantando lo que pudiéramos llamar el primer inventario de la naturaleza venezolana para legarles a sus contemporáneos y a la posteridad una imagen mucho más exacta, cierta y valedera del país. De Venezuela, a donde llega en 1799, pasa a Cuba, de Cuba regresa de nuevo a la Nueva Granada, la actual Colombia, y de allí por tierra va bajando a Quito y hasta Lima. En todo el tiempo de esta larga marcha que hace a sus expensas, consumiendo el patrimonio recibido de sus padres, en esta empresa humanitaria y altruista, no cesa de completar colecciones. Nos es fácil a nosotros hoy en día, acostumbrados a las comodidades del mundo moderno, pensar que Humboldt era un recolector de datos naturales como los que solemos ver. Humboldt tenía que hacer aquello sin ayuda de ninguna especie, no había ninguna seguridad en las comunicaciones marítimas, de cada muestra tenía que tomar tres ejemplares para mandarlos por distintas vías a fin de asegurar que siquiera una de aquellas muestras pudiese llegar a Europa y pudiera ser luego objeto de estudio y clasificación, y aún así hubo casos en que ninguno de los tres envíos logró llegar a su destino. Viajaba en una especie de pintoresca caravana, a lomo de mula, acompañado de indígenas, con veinte o treinta cajas llenas de minerales, de hojas, de dibujos, de animales disecados, era como un conquistador que venía de regreso con el botín recogido en todo un mundo.
De Lima marcha a México, al que recorre desde la costa del Pacífico a la del Atlántico; allí igualmente se interesa por toda clase de estudios de ciencias naturales y por la observación de los fenómenos sociales; de México vuelve a Cuba momentáneamente y de Cuba pasa a los nacientes Estados Unidos donde conversa largamente con Jefferson y con los fundadores de la nueva patria americana sobre los destinos de este continente y con ellos comparte el amor por las ciencias naturales.
Y el año de 1804, después de cinco años de ausencia, Humboldt regresa a Francia en vísperas de la coronación de Napoleón. No ha terminado con esto la ciclópea tarea de este hombre; ya era bastante haber pasado cinco años inventariando un continente, trepando montañas, ascendiendo por primera vez no solamente a nuestro Avila modesto sino al soberbio Chimborazo, al que ningún ser humano le había llegado tan alto y que en su momento constituyó el récord mundial de altura alcanzado por ningún explorador. Trae muestras de animales desconocidos y nunca vistos como el gimnoto o temblador de los Llanos y trae también para el estudio de la ciencia plantas conocidas, pero poco estudiadas como la Chinchona, de la que más tarde se extrajo el alcaloide llamado quinina.
Empezaba entonces una labor muchísimo más grande para este hombre, empezaba la labor de estudiar, catalogar, reducir a informe y estudio todo este inmenso botín aportado por el viaje; y a esta labor se dedica con la colaboración de algunos científicos de primer orden. Esta labor le va a tomar a Humboldt casi toda la vida, casi todo lo que va a quedar de su larga vida que va a ser tan larga y que sin embargo nos parece tan corta por lo fecunda y lo llena de acción creadora que estuvo. Va a comenzar a publicar los resultados astronómicos, las observaciones geográficas, las enmiendas de los planos y la descripción minuciosa de sus viajes. Aquí asoma una virtud de Alejandro de Humboldt extraordinaria y es la mezcla que en él había del científico y del artista; es una delicia leer la prosa en que Humboldt describe sus viajes, está llena de una especie de sorpresa de poeta, de sentido agudo para observar la belleza fugitiva de las cosas, está llena también de un toque romántico, porque era un hombre del romanticismo el que escribía, para pintar con un amor de sentimiento el paisaje natural y no con una frialdad objetiva de científico. Todo esto va quedando en esos libros que, además de ser la revelación para Europa y para el mundo del aspecto científico del Nuevo Mundo, van a ser la más suntuosa obra científica que se haya hecho nunca. Humboldt termina por consumir casi todo lo que le queda de su herencia en la publicación de ese libro que ya en su tiempo era un monumento bibliográfico extraordinario y que en el nuestro lo es todavía aún más.
No puede uno, sin asombro, sin ternura y sin emoción hojear aquellos inmensos infolios donde los dibujantes de la época, tomando como punto de partida los croquis que el propio Humboldt hizo de su mano, nos restituyen aquella visión encantadora de la gran avenida de volcanes que corona el Chimborazo o aquella especie de inmensa bandeja de frutas y flores que se desliza por las mansas aguas del Magdalena y que debía de llenar de encanto y de sueños a generaciones de niños que se iban a asomar a las páginas de Humboldt, como Humboldt se había asomado a las páginas en que los viajeros antiguos describían sus experiencias y sus visiones.
Humboldt se va a encontrar a su regreso a Europa con el panorama de la Santa Alianza y con la reacción política en plena actividad y no va a ser para él un panorama agradable ni con el cual va a estar de acuerdo. Llega a pensar, en un momento, en regresar a América, en abandonar al Viejo Mundo, donde piensa que ya no será posible mantener por más tiempo instituciones representativas, gobierno libre y los principios básicos de la revolución del ochenta y nueve, para venirse a México a establecer una especie de centro científico donde, rodeado de jóvenes científicos europeos e hispanoamericanos, pudiera crearse una gran célula, un centro activo de exploración científica, de enseñanza y de divulgación para el mundo. Desgraciadamente este proyecto no se puede realizar y Humboldt permanece en Europa, las más de las veces en París, que viene a ser el asiento más permanente de su actividad intelectual, siendo un objeto de curiosidad y de aplauso general en Europa porque viene a ser para ellos el hombre que realmente ha traído una visión completa de ese Nuevo Mundo mal conocido, y publicado con una laboriosidad increíble toda la inmensa cantidad de obras que van a constituir su aporte fundamental a las ciencias de su tiempo y de todos los tiempos.
Sin embargo, no cesa aquí el ansia caminante de este hombre, ha soñado con venir de nuevo a América, pero tampoco ha renunciado a su vieja idea de ir a las Indias Orientales, de acercarse a la península asiática y de recorrer la Siberia. Al final, cerca de los sesenta años, en una época en que posiblemente podía él ya considerar que había concluido su tarea creadora, el gobierno ruso le brinda los medios para hacer este viaje, y en el año de 1829 sale Humboldt a hacer un recorrido extensísimo a través de toda la inmensa extensión del territorio ruso, desde la frontera europea hasta la frontera china, recogiendo igualmente una cantidad inmensa de información que vino a ser para la Rusia de esa época una revelación en el campo científico tan importante y tan completa como el viaje americano lo fue para América en el mismo sentido. Al regreso de Rusia continúa su labor, ya esta vez residiendo mucho más tiempo en Berlín que en París. Es el momento en que va a querer poner en práctica la ambición más grande de su vida de creador. Humboldt no fue nunca un especialista, Humboldt fue un hombre de mirada universal, un hombre de curiosidad sin compuertas, un hombre para quien el mundo en su plenitud era su escenario, era su palenque y era su gabinete de trabajo; pasaba con igual facilidad de una a otra de las ciencias naturales; de la botánica a la zoología, de la zoología a la astronomía, de la astronomía a todas las nuevas formas de ciencias que en su época se iban creando como la geología y, aún más, se asomaba a las que pudiéramos llamar en rigor las ciencias sociales; y era por otra parte un adelantado, un hombre que estaba en la frontera de la creación del conocimiento científico y por eso toda una serie de disciplinas científicas le deben su origen. Alejandro de Humboldt es, entre otras cosas, el padre de la fito-geografía, es decir, de la geografía de las plantas; Alejandro de Humboldt es además, sin duda alguna, uno de los grandes precursores de esa ciencia relativamente moderna que nosotros llamamos hoy la geografía humana o la antropogeografía, y esto porque le venía a él, no del conocimiento científico, sino acaso más de la sensibilidad artística, la noción de que la naturaleza era un todo, de que la naturaleza no era un sistema de compartimientos estancos, sino que los hombres, las plantas, los animales y las piedras estábamos integrados en una inmensa armonía y esa noción la tiene él desde el comienzo de sus investigaciones y de sus viajes.
En la primera carta que le escribe a su hermano Guillermo saliendo para el viaje americano, le dice lo que se propone venir a buscar en el Nuevo Mundo, a confirmar la armonía de la naturaleza, es decir, la idea de que todo el sistema natural está regido por una especie de armonía interna, en la cual participan todos los seres vivos y los seres inanimados, y que esa armonía está gobernada por unas leyes generales que el hombre debe llegar a conocer, porque es por medio del conocimiento de esas leyes como el hombre podrá llegar a convivir con los fenómenos naturales y a aprovecharse de ellos en una forma mucho más útil y armoniosa de lo que hasta su época había sido. Eso lo va a verificar en el mundo americano. No solamente va a ver cómo la altitud o la latitud geográfica van cambiando el tipo de las plantas y de los animales, cómo hay una determinación geográfica de la vida vegetal, sino que igualmente va a ver cómo a través de la planta se determina al animal, y al través del animal y de la planta se determina igualmente la vida humana, cómo el hombre vive y ha vivido siempre en una asociación estrecha con el marco natural y cómo ese marco natural, por medio de las piedras, de los suelos, de las plantas y de los animales determina el tipo de la vida humana. Esa especie de gran cadena por la cual las ciencias sociales vienen a injertarse como una de las ramas o de las flores supremas del conocimiento de la estructura natural del mundo, es la ambición de Humboldt. Esa ambición la persigue al través de toda su obra científica y la va a coronar ya en los años finales de su vida, en una obra de una ambición que acaso no ha sido sobrepasada por ninguna otra obra humana, que es su grandioso libro que quedó inconcluso a su muerte, conocido con el nombre de Cosmos. Este nombre nos dice ya cuál era el programa de Humboldt. Humboldt no era el hombre de un país ni el hombre de una raza ni el hombre de un tiempo, ni siquiera el hombre de un planeta, Humboldt era un hombre universal, un hombre con una sensibilidad cósmica y pretendía darles a los demás semejantes, como el más precioso regalo, esa visión de conjunto del ser humano encuadrado dentro del marco natural concebido en el más alto y abierto de los sentidos.
En Cosmos Humboldt trata de presentar a través de un gran panorama de las ciencias naturales esa armonía de la naturaleza, esa unidad en la diversidad, que en el fondo venía a ser un mensaje de concordia y de acuerdo, es decir, les estaba diciendo a los hombres: ningún ser humano es una isla, ningún ser humano es independiente, todos somos parte y pieza de un todo mayor y el fruto que podemos obtener de nuestras vidas está en proporción y en función directa de la forma en que sepamos encajarnos, integrarnos y componernos dentro del gran todo del que somos parte aunque lo ignoremos.
Es con esta visión final, y ya a los noventa años de su edad, como Humboldt termina su carrera en la vida y su carrera de científico. Le llevan a enterrar al Parque de Tegel, el viejo Parque del dominio familiar cerca de Berlín y allí a la sombra de los grandes árboles le entierran en una forma que debía haber complacido a su espíritu. Cuando Humboldt muere se le tributa en el mundo entero una de las ovaciones más grandes que ser humano ha recibido; el siglo XIX le veía como uno de los grandes sobrevivientes, de los gigantes del siglo XVIII y le veía como uno de los mayores benefactores del progreso científico humano. Para hablar de él se conmemoraban dos grandes figuras casi míticas, era el hombre que había hecho para el conocimiento científico el viaje de Colón y era también el hombre que había hecho para el conocimiento científico el viaje de Marco Polo, es decir, reunía para la ciencia las dos míticas aventuras que poblaron la imaginación de Europa desde el final de la Edad Media.
Se le tributa el homenaje no solamente del aplauso de las sociedades científicas, sino el de la toponimia geográfica; se van a llamar con el nombre de Humboldt bosques, lagos, ensenadas inmensas, corrientes marítimas, como la que atraviesa toda la extensión del Pacífico, cordilleras y picos; es como si la tierra se hubiera querido volver en toda su extensión el monumento funerario de este grande hombre que bajaba a la tumba a los noventa años, cargado de obras y cargado de luz.
Esto es lo que pudiéramos llamar la trayectoria humana del hombre que aquí conmemoramos, pero este hombre para nosotros los venezolanos tiene una significación muy especial y particular. De todos los países americanos que visitó Humboldt fue Venezuela a la que dedicó más tiempo, vivió 16 meses en nuestra tierra y la recorrió en una gran parte de su extensión, recorrió prácticamente la mayor parte de la zona oriental de la Península de Paria y del territorio de los actuales Estados Sucre, Anzoátegui y Monagas. Conoció a Caracas y pasó inolvidables días que han quedado con la gracia de una vieja miniatura, en el recuerdo de sus libros donde habla de aquella pequeña villa provinciana y grata donde se reunían gentes acogedoras y finas para conversar, interrogar y beber con avidez todas las informaciones que este hombre que venía del otro mundo, de Europa, podía aportarles. Igualmente queda en su libro la visión maravillosa del gran marco geográfico de nuestra tierra, la visión de las bestias, la visión de las plantas, la visión de los habitantes primitivos.
Están allí, junto a ellos, algunos recuerdos conmovedores que aún hoy en día en la lectura que hacemos de Humboldt llegan a producirnos acaso una impresión semejante a la que recibieron sus primeros lectores. Está aquella escena graciosa, inolvidable, en que se encuentra cuando va subiendo por el camino de La Guaira a Caracas y se detiene en la vieja parada de la venta queriendo ver la naturaleza, preguntando a la gente sobre el nombre local de las plantas y se encuentra allí a un grupo de viandantes que estaban discutiendo acaloradamente en aquella mañana de un día del año de 1800 sobre política, y Humboldt va a hacer la observación de que de todos los países americanos que él visita le parecen los más abiertos, los más preocupados por las cuestiones políticas, Venezuela y Cuba; dice él que más cerca de Europa, más al tanto de los problemas de esta índole estaban los habitantes de Caracas y de La Habana que los de los demás países y por eso su llegada vino a constituir un aporte inapreciable. Humboldt va a ejercer entre los caraqueños de ese tiempo tres influencias principales. En primer lugar va a ser un portador de noticias científicas. No se ha estudiado suficientemente la influencia que pudo tener la larga permanencia de Humboldt, especialmente en Caracas, en esa especie de inclinación por las ciencias naturales que tuvieron todos los principales hombres de nuestro primer humanismo. Todos ellos fueron inclinados al conocimiento de la botánica, coleccionistas de plantas, herborizadores; recuerden ustedes simplemente a Bello, recuerden a Vargas, recuerden a Toro; en todo este interés y curiosidad por la naturaleza, no hay duda de que está la herencia de Humboldt. Luego hay otra influencia innegable, Humboldt debió ser uno de los primeros que trajeron a Venezuela la información del significado del romanticismo en Europa, no solamente en el sentido literario, sino en la implicación política. Humboldt fue toda su vida lo que llamaban en el siglo XIX un liberal, un hombre de las ideas democráticas más amplias, un partidario de la Revolución Francesa, y ese hombre llegó a la ávida Venezuela que se asomaba al siglo XIX, trayendo la más completa y la más preciosa información que los criollos podían recibir sobre los grandes sucesos de la política y del pensamiento de la Europa de su tiempo. Fue compañero suyo respetuoso y asombrado en sus caminatas de Caracas, el joven Andrés Bello; mucho debió recibir Bello de Humboldt, especialmente de la curiosidad abierta de Bello sobre la marcha de la literatura en Europa, de la que ya tenía él algunos conocimientos y que Humboldt podía aportarle de primera mano porque había sido el contertulio de Schiller y de Goethe y de Schlegel y de todos los grandes espíritus que habían preparado el movimiento romántico y la gran revolución de las ideas de fines del siglo XVIII. Estas influencias va a ejercer, sin duda, Humboldt: la influencia en despertar el interés por las ciencias naturales, la influencia en despertar el interés y la curiosidad por la literatura romántica y la influencia en la afirmación en los espíritus jóvenes que le rodearon de la vigencia de las grandes ideas que habían conmovido a Europa y a América en las revoluciones francesa y americana.
Es un poco como si en la antesala de ese siglo XIX, que iba a ver el nacimiento de nuestra independencia y nuestros primeros pasos de nación libre, hubiera venido este portador de antorcha a detenerse simbólicamente para iluminar los espíritus que iban a dar el paso trascendental de transformar la antigua colonia en un país libre, que iba a enfrentarse a la dura tarea de hacerse su historia y de labrarse su destino.
Alejandro de Humboldt tuvo también contacto personal con muchos de estos hombres que iban a hacer la historia venezolana. Cuando llega a Caracas no está aquí Simón Bolívar, pero en cambio cuando llega a París en 1804 va a encontrarle allí, y por lo poco que sabemos de este aspecto, relativamente mal investigado, tenemos noticias de que en París se encontraron y de que juntos hicieron por lo menos una parte de la excursión italiana, lo cual significa que algún día, en alguna cuesta de volcán, o en algunas ruinas antiguas de la campiña romana, debieron conversar largamente Alejandro de Humboldt, Simón Bolívar y aquel pintoresco e inagotable venezolano cuyo nombre casi es inseguro porque se llamaba Simón Carreño, Simón Rodríguez o Samuel Robinson. Estos tres hombres debieron dialogar y hablar mucho sobre el destino americano y no pocas cosas debió recibir Bolívar de la visión que Humboldt traía de las nuevas tierras y la confirmación en las ideas que al través de Rodríguez venían compartiendo ambos sobre lo que debía ser el destino del mundo americano.
Estos son, los que podríamos llamar los aportes de Humboldt a Venezuela. Por Venezuela tuvo una predilección extraordinaria, aquí vivió más tiempo que en ningún otro país americano; en sus libros de viajes trata con una delectación, con una simpatía, con un amor intelectual sobre nuestra tierra que ya por sí solo nos obligaría en mucho con respecto a este hombre extraordinario. Años más tarde se preocupó, ya en su vejez, de mandar a jóvenes científicos como Boussingault, que vinieran a estudiar la naturaleza en estos países o a mandar a pintores como Bellerman que recorrieron toda la ruta que él había hecho para llevarle el testimonio melancólico de aquellas visiones que ya formaban parte de los recuerdos más caros de su corazón.
Todo esto es parte de lo que los venezolanos le debemos a Humboldt, pero le debemos, todavía, la obra escrita en la que seguimos encontrando una maravillosa enciclopedia de observaciones y de atisbos sobre nuestro pasado y sobre nuestro medio natural. El Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente es un libro venezolano por excelencia, es una de las fuentes en las que hay que ir a buscar el conocimiento de nuestro país y es una de las más sólidas satisfacciones de mi vida: el haber repatriado el Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, habiendo hecho publicar la traducción inédita de don Lisandro Alvarado, que había permanecido olvidada, en un cajón de la Academia de la Historia, por años. Desde entonces ha vuelto Humboldt a ser alimento de la curiosidad de los venezolanos y desde entonces está de nuevo reincorporado a lo que pudiéramos llamar nuestra preocupación por el país y nuestra búsqueda de luces para iluminar su rumbo. Hay en Humboldt un aspecto fundamental que es el que hoy deberemos considerar como el más vivo de todo cuanto él dejó para nosotros; ese aspecto es su noción de la armonía dentro de la naturaleza y de la integración del hombre dentro del marco natural. Cuando Humboldt llegó a Venezuela a comienzos del siglo XIX ya le asombró el estado de descuido, el estado de enemistad y de guerra entre el habitante y la naturaleza; veía los vastos incendios nocturnos que constituían un espectáculo maravilloso, pero que no podían menos que sobrecoger y llenar de dolor su corazón de naturalista y de amigo del hombre. Humboldt criticó las quemas y las rozas, el sistema de conucos, la destrucción constante de la naturaleza que se hacía en su tiempo, y si Humboldt volviera, en nuestros días, a ver lo que en estos cien años hemos hecho, tendría motivos para mirar con alarma cómo hemos ido perfeccionando la empresa destructora de la naturaleza, cómo hemos ido llevando adelante nuestra suicida manía de fabricar desiertos, cómo no hemos aprendido, ni un momento, a convivir con el marco natural en el que hemos nacido.
Hemos sido los venezolanos destructores empecinados de nuestra naturaleza, que es como si dijéramos destructores empecinados de la sustancia de nuestra propia vida. Esta ocasión debería ser el punto de partida para que como una campanada que despierte a los que duermen y que avive las conciencias pudiéramos pintarnos, en vivo, la inmensa tragedia que para el presente y el porvenir de este país representa la indiferencia, la criminal actitud que con respecto a nuestros recursos naturales hemos tenido ininterrumpidamente hasta hoy. Hemos llevado a Venezuela a vivir trágicamente, como en un péndulo, de las sequías y las quemas pavorosas a las inundaciones bíblicas que arrasan vidas y bienes, y sin embargo, con todo ello, no hemos aprendido la lección de acercarnos a la naturaleza, de convivir con ella, de restaurar la paz y la armonía y de vivir dentro de esa concepción integral del hombre y del marco natural que Humboldt predicaba. El más grande ser viviente de este país es el suelo. El suelo venezolano es una gran unidad de vida orgánica donde pululan billones de microorganismos, y ese gran ser vivo está quemado, herido, maltrecho y mutilado por la acción ciega de quienes deberíamos cuidarlo, atenderlo y preservarlo, porque de él vivimos y no viviremos una hora más después de que él cese de vivir.
Esta es la que pudiéramos llamar la herencia del pensamiento de Humboldt para nuestros días. Tenemos los venezolanos una gran empresa por hacer y esa gran empresa es la de recuperar para el bien y para la civilización nuestro territorio, la de detener la obra de destrucción que hemos venido realizando y sustituirla por una obra de conservación y de convivencia con los recursos naturales, y esa empresa es más grande que ninguna de las empresas políticas que podamos acometer. Esa sí es la que pudiéramos llamar una empresa unitaria básica. La empresa de hacer un país es mucho más importante, la empresa de rescatar la naturaleza de un país es mucho más grande, que las vanas banderas detrás de las cuales, por más de un siglo, nos hemos combatido y nos hemos odiado sin saber muchas veces por qué nos combatimos ni por qué nos odiamos, tantas mentes y tantos brazos venezolanos que hubieran tenido empleo útil y que no ha sido posible reemplazarlos en esa empresa que hemos dejado abandonada por nuestra desidia. A esa empresa nos convida Humboldt, a esa empresa de unidad de dejar a un lado la pugna estéril, de dejar a un lado la lucha ideológica y a olvidarnos un poco de las superficiales cosas que nos dividen y de ponernos mano en la mano y hombro con hombro a hacer un país, a crear en ese marco natural que hemos recibido condiciones de vida que garanticen no sólo una existencia mejor para la población actual, sino que aseguren la vida de innumerables generaciones de venezolanos que verán en los iniciadores de esa obra, como nosotros vemos en Humboldt, los más grandes benefactores de la vida nacional.
#AmorPorColombia
Prólogo
Lluvia en el Orinoco.
Amanecer en la cordillera de Mérida.
Guacamaya del Orinoco.
Trompetilla roja Bouvardia terniflora.
Llanos del Caparaparo.
Brazo del Casiquiare.
Riberas del río Orinoco cerca al raudal Mesetas.
Paisaje selvático en los alrededores de la Cueva del Guácharo.
Indio Yanomami del Casiquiare.
India Yanomami del Casiquiare.
Texto de: Arturo Uslar Pietri
Alejandro de Humboldt es uno de los grandes hombres de una época que fue pródiga en producirlos generosamente. Nació al comienzo de la segunda mitad del siglo XVIII, ese siglo crítico y razonador que iba a crear toda una crisis de la conciencia europea y que iba a conmover profundamente hasta sus cimientos las nociones, los ideales y las esperanzas por las cuales la humanidad había vivido casi desde los más remotos orígenes históricos del hombre. Es el siglo de los Enciclopedistas, el siglo de la Independencia Americana, el siglo del redescubrimiento científico del hombre y del mundo, y en ese momento, Humboldt, entre toda una pléyade de grandes hombres aparece como uno de los más grandes, porque a lo que pudiéramos llamar la mera y pura calificación intelectual y científica de su obra se añade una estatura humana incomparable. Fue un hombre que creyó en la justicia, que creyó en la libertad, en el gobierno representativo, en el bienestar humano y para quien los hombres y los sucesos no eran meramente accidentes de la naturaleza, sino la materia prima principal e indispensable de toda civilización y la preocupación constante de toda conciencia humana elevada y digna.
Alejandro de Humboldt nace en una familia acomodada de la Alemania de su tiempo, nace en Prusia en una época en que este país se apresta a desempeñar un papel preponderante en la escena europea y en lo que lo mismo que prepara sus hombres de acción para la acción, prepara sus hombres de pensamiento y de estudio para conquistarle el imperecedero e inalterable triunfo que se alcanza, no por las armas, sino por la investigación y por el conocimiento, que es lo único que sin mezquindades todos los hombres podemos repartir y a todos los hombres nos puede alcanzar con bienes iguales. Alejandro de Humboldt, en ese siglo que tantas veces se ha llamado de las luces, va a convertirse pronto en una de las grandes luminarias. Hay algo de magnífico y de conmovedor en los comienzos de su vida. En la casa de la familia hay dos hermanos: Alejandro, que se inclina al estudio de las ciencias naturales, y Guillermo, que se interesa por las letras y por las obras de creación del espíritu humano.
En el gran parque familiar de Tegel, entre los grandes árboles, hojeando libros de estampas, los dos adolescentes como en una especie de mito clásico se van a repartir el dominio del mundo. Alejandro va a escoger los continentes, las selvas, los mares, las especies vegetales y animales, es decir toda la circunstancia natural que rodea al hombre, y Guillermo va a escoger para sí todo lo que el hombre ha dicho, ha pensado y ha producido como reacción ante el escenario natural que le rodea, es decir, se van a repartir el mundo, simbólicamente, los dos hermanos, como dos dioses de la mitología.
Alejandro será uno de los grandes creadores e impulsadores de las ciencias naturales, y Guillermo será una de las fuentes de la filología comparada y uno de los hombres que más contribuyeron radicalmente a fundar un nuevo concepto y un nuevo criterio sobre lo que la historia de las literaturas y la expresión figurada del hombre ha significado a través de la historia. Estos caminos que se complementan se van a bifurcar de hecho pronto. Alejandro no va a ser nunca un hombre de gabinete, de laboratorio, de encierro, sino que su escena va a ser el mundo y va a sentir un impulso de atracción andariego y curioso que lo va a arrancar muy pronto de todas las comodidades que le podía ofrecer una vida adinerada en su patria nativa, o en aquel París que tanto amó y donde tan bien solía sentirse, para empezar a recorrer la heredad que la Providencia le había deparado y que para él era el mundo.
Alejandro de Humboldt piensa hacer una expedición al Cercano Oriente y a las Indias. Esa expedición no es fácil en su tiempo. Recordemos que todavía se navegaba a vela, que no había telégrafo, que los corsarios y piratas eran accidentes cotidianos, que los conocimientos geográficos y aun los mapas y los derroteros estaban plagados de graves inexactitudes y que además de todo, en ese momento, Europa estaba conmovida por la gran tragedia que vino a personificar aquel hombre tan lleno de contradicciones, de misterios y de grandezas que se llamó Napoleón. Va a intentar ir a Egipto, y es entonces cuando por un mero azar, en Marsella, resuelve cambiar de derrotero y buscar mediante la protección de la Corte Española ayuda para hacer un viaje hacia las Indias Occidentales, hacia el Nuevo Mundo, hacia ese Nuevo Mundo del que tantas patrañas, mentiras e inexactitudes habían circulado en Europa ininterrumpidamente desde el siglo XVI, y del que científicamente se conocía casi tan poco como se conocía el día en que Colón por primera vez puso el pie sobre una isla del archipiélago antillano.
Viene a América acompañado de Bonpland, otro hombre iluminado llamado por el deseo de conocer y de revelar, y quien va a consagrar su vida a las ciencias naturales y a América. Se embarca en una fragata que tiene un nombre simbólico, en la fragata “Pizarro”, este nuevo conquistador que viene a incorporar a América al mundo de las ciencias. En esa travesía van hacia La Habana. Tenemos el testimonio del propio Humboldt que nos va contando en cartas y luego en sus obras posteriores el diario asombro con que iba viendo surgir nuevas formas de vida, nuevos climas, nuevas especies animales y como en el soneto de José María de Heredia: Todas las noches del fondo del Océano nuevas constelaciones. Ese deslumbramiento no se va a apagar ni un momento en su viaje, medirá la temperatura del Océano, las corrientes marinas, el régimen de los vientos, las especies animales, las algas; hará observaciones que van a servir para corregir los viejos derroteros por los cuales durante tres siglos se estuvo navegando el Atlántico Norte; y un día, por un azar de una epidemia a bordo, en lugar de llegar a Cuba llega a Cumaná. Cumaná lo recibe engalanada con una de las más maravillosas noches tropicales que ojos humanos puedan ver, y desde ese instante Humboldt siente con una especie de pasión de niño la angustia y la ansiedad de abarcar, de conocer, de comprender, de catalogar y de reducir a fórmulas de conocimiento todo ese maravilloso botín inexplorado de naturaleza que el Nuevo Mundo le ofrecía con tanta generosidad.
Escribe a su hermano Guillermo las cartas más entusiastas. Le dice: que valía la pena haber vivido para haber llegado a aquella oportunidad única; le señala todas las posibilidades inmensas de nuevos conocimientos que este nuevo mundo le promete, desde el primer momento mira con amor y con simpatía, con una profunda identificación a aquellas gentes distintas y nuevas que le rodean, los Guaiqueríes de la playa, los señores coloniales de la ciudad de Cumaná, los hacendados del interior, los buenos frailes de las misiones y todo ese heterogéneo grupo acogedor y curioso que mira con sorpresa a aquel alemán de 30 años, acompañado por un francés más joven que él, que vienen cargados de los más raros instrumentos, y que se pasan el día entero en el monte recolectando insectos, hojas, raíces, plantas, dibujando perfiles de animales y perfiles de flores y que por la noche, hasta las más altas horas de la madrugada, con un sextante y con una lente observan los fenómenos astrales para poder determinar posiciones de altura y situación geográfica de los puntos. Toda esta actividad tan extraña y tan inusitada era precisamente el aporte que traía Humboldt, era el venir a América con unos ojos nuevos para verla como no la había visto nadie y para reincorporarla de un modo mucho más total al patrimonio humano. Humboldt recorre Venezuela, pasa de Cumaná al interior de toda la región oriental, viene a Caracas y de Caracas se prepara a hacer su fabulosa expedición al alto Orinoco, va a llegar más arriba de los raudales de Atures y Maipures, va a penetrar hasta el Río Negro, va a querer cerciorarse de la posibilidad de la comunicación por agua, entre los sistemas del Amazonas y del Orinoco y durante todo este trayecto, rodeado de indígenas, en las condiciones más primitivas posibles, sin ningún socorro ni auxilio, durmiendo a la intemperie, oyendo de noche el rugido de los jaguares que se acercan al campamento, observando animales nunca vistos, va levantando lo que pudiéramos llamar el primer inventario de la naturaleza venezolana para legarles a sus contemporáneos y a la posteridad una imagen mucho más exacta, cierta y valedera del país. De Venezuela, a donde llega en 1799, pasa a Cuba, de Cuba regresa de nuevo a la Nueva Granada, la actual Colombia, y de allí por tierra va bajando a Quito y hasta Lima. En todo el tiempo de esta larga marcha que hace a sus expensas, consumiendo el patrimonio recibido de sus padres, en esta empresa humanitaria y altruista, no cesa de completar colecciones. Nos es fácil a nosotros hoy en día, acostumbrados a las comodidades del mundo moderno, pensar que Humboldt era un recolector de datos naturales como los que solemos ver. Humboldt tenía que hacer aquello sin ayuda de ninguna especie, no había ninguna seguridad en las comunicaciones marítimas, de cada muestra tenía que tomar tres ejemplares para mandarlos por distintas vías a fin de asegurar que siquiera una de aquellas muestras pudiese llegar a Europa y pudiera ser luego objeto de estudio y clasificación, y aún así hubo casos en que ninguno de los tres envíos logró llegar a su destino. Viajaba en una especie de pintoresca caravana, a lomo de mula, acompañado de indígenas, con veinte o treinta cajas llenas de minerales, de hojas, de dibujos, de animales disecados, era como un conquistador que venía de regreso con el botín recogido en todo un mundo.
De Lima marcha a México, al que recorre desde la costa del Pacífico a la del Atlántico; allí igualmente se interesa por toda clase de estudios de ciencias naturales y por la observación de los fenómenos sociales; de México vuelve a Cuba momentáneamente y de Cuba pasa a los nacientes Estados Unidos donde conversa largamente con Jefferson y con los fundadores de la nueva patria americana sobre los destinos de este continente y con ellos comparte el amor por las ciencias naturales.
Y el año de 1804, después de cinco años de ausencia, Humboldt regresa a Francia en vísperas de la coronación de Napoleón. No ha terminado con esto la ciclópea tarea de este hombre; ya era bastante haber pasado cinco años inventariando un continente, trepando montañas, ascendiendo por primera vez no solamente a nuestro Avila modesto sino al soberbio Chimborazo, al que ningún ser humano le había llegado tan alto y que en su momento constituyó el récord mundial de altura alcanzado por ningún explorador. Trae muestras de animales desconocidos y nunca vistos como el gimnoto o temblador de los Llanos y trae también para el estudio de la ciencia plantas conocidas, pero poco estudiadas como la Chinchona, de la que más tarde se extrajo el alcaloide llamado quinina.
Empezaba entonces una labor muchísimo más grande para este hombre, empezaba la labor de estudiar, catalogar, reducir a informe y estudio todo este inmenso botín aportado por el viaje; y a esta labor se dedica con la colaboración de algunos científicos de primer orden. Esta labor le va a tomar a Humboldt casi toda la vida, casi todo lo que va a quedar de su larga vida que va a ser tan larga y que sin embargo nos parece tan corta por lo fecunda y lo llena de acción creadora que estuvo. Va a comenzar a publicar los resultados astronómicos, las observaciones geográficas, las enmiendas de los planos y la descripción minuciosa de sus viajes. Aquí asoma una virtud de Alejandro de Humboldt extraordinaria y es la mezcla que en él había del científico y del artista; es una delicia leer la prosa en que Humboldt describe sus viajes, está llena de una especie de sorpresa de poeta, de sentido agudo para observar la belleza fugitiva de las cosas, está llena también de un toque romántico, porque era un hombre del romanticismo el que escribía, para pintar con un amor de sentimiento el paisaje natural y no con una frialdad objetiva de científico. Todo esto va quedando en esos libros que, además de ser la revelación para Europa y para el mundo del aspecto científico del Nuevo Mundo, van a ser la más suntuosa obra científica que se haya hecho nunca. Humboldt termina por consumir casi todo lo que le queda de su herencia en la publicación de ese libro que ya en su tiempo era un monumento bibliográfico extraordinario y que en el nuestro lo es todavía aún más.
No puede uno, sin asombro, sin ternura y sin emoción hojear aquellos inmensos infolios donde los dibujantes de la época, tomando como punto de partida los croquis que el propio Humboldt hizo de su mano, nos restituyen aquella visión encantadora de la gran avenida de volcanes que corona el Chimborazo o aquella especie de inmensa bandeja de frutas y flores que se desliza por las mansas aguas del Magdalena y que debía de llenar de encanto y de sueños a generaciones de niños que se iban a asomar a las páginas de Humboldt, como Humboldt se había asomado a las páginas en que los viajeros antiguos describían sus experiencias y sus visiones.
Humboldt se va a encontrar a su regreso a Europa con el panorama de la Santa Alianza y con la reacción política en plena actividad y no va a ser para él un panorama agradable ni con el cual va a estar de acuerdo. Llega a pensar, en un momento, en regresar a América, en abandonar al Viejo Mundo, donde piensa que ya no será posible mantener por más tiempo instituciones representativas, gobierno libre y los principios básicos de la revolución del ochenta y nueve, para venirse a México a establecer una especie de centro científico donde, rodeado de jóvenes científicos europeos e hispanoamericanos, pudiera crearse una gran célula, un centro activo de exploración científica, de enseñanza y de divulgación para el mundo. Desgraciadamente este proyecto no se puede realizar y Humboldt permanece en Europa, las más de las veces en París, que viene a ser el asiento más permanente de su actividad intelectual, siendo un objeto de curiosidad y de aplauso general en Europa porque viene a ser para ellos el hombre que realmente ha traído una visión completa de ese Nuevo Mundo mal conocido, y publicado con una laboriosidad increíble toda la inmensa cantidad de obras que van a constituir su aporte fundamental a las ciencias de su tiempo y de todos los tiempos.
Sin embargo, no cesa aquí el ansia caminante de este hombre, ha soñado con venir de nuevo a América, pero tampoco ha renunciado a su vieja idea de ir a las Indias Orientales, de acercarse a la península asiática y de recorrer la Siberia. Al final, cerca de los sesenta años, en una época en que posiblemente podía él ya considerar que había concluido su tarea creadora, el gobierno ruso le brinda los medios para hacer este viaje, y en el año de 1829 sale Humboldt a hacer un recorrido extensísimo a través de toda la inmensa extensión del territorio ruso, desde la frontera europea hasta la frontera china, recogiendo igualmente una cantidad inmensa de información que vino a ser para la Rusia de esa época una revelación en el campo científico tan importante y tan completa como el viaje americano lo fue para América en el mismo sentido. Al regreso de Rusia continúa su labor, ya esta vez residiendo mucho más tiempo en Berlín que en París. Es el momento en que va a querer poner en práctica la ambición más grande de su vida de creador. Humboldt no fue nunca un especialista, Humboldt fue un hombre de mirada universal, un hombre de curiosidad sin compuertas, un hombre para quien el mundo en su plenitud era su escenario, era su palenque y era su gabinete de trabajo; pasaba con igual facilidad de una a otra de las ciencias naturales; de la botánica a la zoología, de la zoología a la astronomía, de la astronomía a todas las nuevas formas de ciencias que en su época se iban creando como la geología y, aún más, se asomaba a las que pudiéramos llamar en rigor las ciencias sociales; y era por otra parte un adelantado, un hombre que estaba en la frontera de la creación del conocimiento científico y por eso toda una serie de disciplinas científicas le deben su origen. Alejandro de Humboldt es, entre otras cosas, el padre de la fito-geografía, es decir, de la geografía de las plantas; Alejandro de Humboldt es además, sin duda alguna, uno de los grandes precursores de esa ciencia relativamente moderna que nosotros llamamos hoy la geografía humana o la antropogeografía, y esto porque le venía a él, no del conocimiento científico, sino acaso más de la sensibilidad artística, la noción de que la naturaleza era un todo, de que la naturaleza no era un sistema de compartimientos estancos, sino que los hombres, las plantas, los animales y las piedras estábamos integrados en una inmensa armonía y esa noción la tiene él desde el comienzo de sus investigaciones y de sus viajes.
En la primera carta que le escribe a su hermano Guillermo saliendo para el viaje americano, le dice lo que se propone venir a buscar en el Nuevo Mundo, a confirmar la armonía de la naturaleza, es decir, la idea de que todo el sistema natural está regido por una especie de armonía interna, en la cual participan todos los seres vivos y los seres inanimados, y que esa armonía está gobernada por unas leyes generales que el hombre debe llegar a conocer, porque es por medio del conocimiento de esas leyes como el hombre podrá llegar a convivir con los fenómenos naturales y a aprovecharse de ellos en una forma mucho más útil y armoniosa de lo que hasta su época había sido. Eso lo va a verificar en el mundo americano. No solamente va a ver cómo la altitud o la latitud geográfica van cambiando el tipo de las plantas y de los animales, cómo hay una determinación geográfica de la vida vegetal, sino que igualmente va a ver cómo a través de la planta se determina al animal, y al través del animal y de la planta se determina igualmente la vida humana, cómo el hombre vive y ha vivido siempre en una asociación estrecha con el marco natural y cómo ese marco natural, por medio de las piedras, de los suelos, de las plantas y de los animales determina el tipo de la vida humana. Esa especie de gran cadena por la cual las ciencias sociales vienen a injertarse como una de las ramas o de las flores supremas del conocimiento de la estructura natural del mundo, es la ambición de Humboldt. Esa ambición la persigue al través de toda su obra científica y la va a coronar ya en los años finales de su vida, en una obra de una ambición que acaso no ha sido sobrepasada por ninguna otra obra humana, que es su grandioso libro que quedó inconcluso a su muerte, conocido con el nombre de Cosmos. Este nombre nos dice ya cuál era el programa de Humboldt. Humboldt no era el hombre de un país ni el hombre de una raza ni el hombre de un tiempo, ni siquiera el hombre de un planeta, Humboldt era un hombre universal, un hombre con una sensibilidad cósmica y pretendía darles a los demás semejantes, como el más precioso regalo, esa visión de conjunto del ser humano encuadrado dentro del marco natural concebido en el más alto y abierto de los sentidos.
En Cosmos Humboldt trata de presentar a través de un gran panorama de las ciencias naturales esa armonía de la naturaleza, esa unidad en la diversidad, que en el fondo venía a ser un mensaje de concordia y de acuerdo, es decir, les estaba diciendo a los hombres: ningún ser humano es una isla, ningún ser humano es independiente, todos somos parte y pieza de un todo mayor y el fruto que podemos obtener de nuestras vidas está en proporción y en función directa de la forma en que sepamos encajarnos, integrarnos y componernos dentro del gran todo del que somos parte aunque lo ignoremos.
Es con esta visión final, y ya a los noventa años de su edad, como Humboldt termina su carrera en la vida y su carrera de científico. Le llevan a enterrar al Parque de Tegel, el viejo Parque del dominio familiar cerca de Berlín y allí a la sombra de los grandes árboles le entierran en una forma que debía haber complacido a su espíritu. Cuando Humboldt muere se le tributa en el mundo entero una de las ovaciones más grandes que ser humano ha recibido; el siglo XIX le veía como uno de los grandes sobrevivientes, de los gigantes del siglo XVIII y le veía como uno de los mayores benefactores del progreso científico humano. Para hablar de él se conmemoraban dos grandes figuras casi míticas, era el hombre que había hecho para el conocimiento científico el viaje de Colón y era también el hombre que había hecho para el conocimiento científico el viaje de Marco Polo, es decir, reunía para la ciencia las dos míticas aventuras que poblaron la imaginación de Europa desde el final de la Edad Media.
Se le tributa el homenaje no solamente del aplauso de las sociedades científicas, sino el de la toponimia geográfica; se van a llamar con el nombre de Humboldt bosques, lagos, ensenadas inmensas, corrientes marítimas, como la que atraviesa toda la extensión del Pacífico, cordilleras y picos; es como si la tierra se hubiera querido volver en toda su extensión el monumento funerario de este grande hombre que bajaba a la tumba a los noventa años, cargado de obras y cargado de luz.
Esto es lo que pudiéramos llamar la trayectoria humana del hombre que aquí conmemoramos, pero este hombre para nosotros los venezolanos tiene una significación muy especial y particular. De todos los países americanos que visitó Humboldt fue Venezuela a la que dedicó más tiempo, vivió 16 meses en nuestra tierra y la recorrió en una gran parte de su extensión, recorrió prácticamente la mayor parte de la zona oriental de la Península de Paria y del territorio de los actuales Estados Sucre, Anzoátegui y Monagas. Conoció a Caracas y pasó inolvidables días que han quedado con la gracia de una vieja miniatura, en el recuerdo de sus libros donde habla de aquella pequeña villa provinciana y grata donde se reunían gentes acogedoras y finas para conversar, interrogar y beber con avidez todas las informaciones que este hombre que venía del otro mundo, de Europa, podía aportarles. Igualmente queda en su libro la visión maravillosa del gran marco geográfico de nuestra tierra, la visión de las bestias, la visión de las plantas, la visión de los habitantes primitivos.
Están allí, junto a ellos, algunos recuerdos conmovedores que aún hoy en día en la lectura que hacemos de Humboldt llegan a producirnos acaso una impresión semejante a la que recibieron sus primeros lectores. Está aquella escena graciosa, inolvidable, en que se encuentra cuando va subiendo por el camino de La Guaira a Caracas y se detiene en la vieja parada de la venta queriendo ver la naturaleza, preguntando a la gente sobre el nombre local de las plantas y se encuentra allí a un grupo de viandantes que estaban discutiendo acaloradamente en aquella mañana de un día del año de 1800 sobre política, y Humboldt va a hacer la observación de que de todos los países americanos que él visita le parecen los más abiertos, los más preocupados por las cuestiones políticas, Venezuela y Cuba; dice él que más cerca de Europa, más al tanto de los problemas de esta índole estaban los habitantes de Caracas y de La Habana que los de los demás países y por eso su llegada vino a constituir un aporte inapreciable. Humboldt va a ejercer entre los caraqueños de ese tiempo tres influencias principales. En primer lugar va a ser un portador de noticias científicas. No se ha estudiado suficientemente la influencia que pudo tener la larga permanencia de Humboldt, especialmente en Caracas, en esa especie de inclinación por las ciencias naturales que tuvieron todos los principales hombres de nuestro primer humanismo. Todos ellos fueron inclinados al conocimiento de la botánica, coleccionistas de plantas, herborizadores; recuerden ustedes simplemente a Bello, recuerden a Vargas, recuerden a Toro; en todo este interés y curiosidad por la naturaleza, no hay duda de que está la herencia de Humboldt. Luego hay otra influencia innegable, Humboldt debió ser uno de los primeros que trajeron a Venezuela la información del significado del romanticismo en Europa, no solamente en el sentido literario, sino en la implicación política. Humboldt fue toda su vida lo que llamaban en el siglo XIX un liberal, un hombre de las ideas democráticas más amplias, un partidario de la Revolución Francesa, y ese hombre llegó a la ávida Venezuela que se asomaba al siglo XIX, trayendo la más completa y la más preciosa información que los criollos podían recibir sobre los grandes sucesos de la política y del pensamiento de la Europa de su tiempo. Fue compañero suyo respetuoso y asombrado en sus caminatas de Caracas, el joven Andrés Bello; mucho debió recibir Bello de Humboldt, especialmente de la curiosidad abierta de Bello sobre la marcha de la literatura en Europa, de la que ya tenía él algunos conocimientos y que Humboldt podía aportarle de primera mano porque había sido el contertulio de Schiller y de Goethe y de Schlegel y de todos los grandes espíritus que habían preparado el movimiento romántico y la gran revolución de las ideas de fines del siglo XVIII. Estas influencias va a ejercer, sin duda, Humboldt: la influencia en despertar el interés por las ciencias naturales, la influencia en despertar el interés y la curiosidad por la literatura romántica y la influencia en la afirmación en los espíritus jóvenes que le rodearon de la vigencia de las grandes ideas que habían conmovido a Europa y a América en las revoluciones francesa y americana.
Es un poco como si en la antesala de ese siglo XIX, que iba a ver el nacimiento de nuestra independencia y nuestros primeros pasos de nación libre, hubiera venido este portador de antorcha a detenerse simbólicamente para iluminar los espíritus que iban a dar el paso trascendental de transformar la antigua colonia en un país libre, que iba a enfrentarse a la dura tarea de hacerse su historia y de labrarse su destino.
Alejandro de Humboldt tuvo también contacto personal con muchos de estos hombres que iban a hacer la historia venezolana. Cuando llega a Caracas no está aquí Simón Bolívar, pero en cambio cuando llega a París en 1804 va a encontrarle allí, y por lo poco que sabemos de este aspecto, relativamente mal investigado, tenemos noticias de que en París se encontraron y de que juntos hicieron por lo menos una parte de la excursión italiana, lo cual significa que algún día, en alguna cuesta de volcán, o en algunas ruinas antiguas de la campiña romana, debieron conversar largamente Alejandro de Humboldt, Simón Bolívar y aquel pintoresco e inagotable venezolano cuyo nombre casi es inseguro porque se llamaba Simón Carreño, Simón Rodríguez o Samuel Robinson. Estos tres hombres debieron dialogar y hablar mucho sobre el destino americano y no pocas cosas debió recibir Bolívar de la visión que Humboldt traía de las nuevas tierras y la confirmación en las ideas que al través de Rodríguez venían compartiendo ambos sobre lo que debía ser el destino del mundo americano.
Estos son, los que podríamos llamar los aportes de Humboldt a Venezuela. Por Venezuela tuvo una predilección extraordinaria, aquí vivió más tiempo que en ningún otro país americano; en sus libros de viajes trata con una delectación, con una simpatía, con un amor intelectual sobre nuestra tierra que ya por sí solo nos obligaría en mucho con respecto a este hombre extraordinario. Años más tarde se preocupó, ya en su vejez, de mandar a jóvenes científicos como Boussingault, que vinieran a estudiar la naturaleza en estos países o a mandar a pintores como Bellerman que recorrieron toda la ruta que él había hecho para llevarle el testimonio melancólico de aquellas visiones que ya formaban parte de los recuerdos más caros de su corazón.
Todo esto es parte de lo que los venezolanos le debemos a Humboldt, pero le debemos, todavía, la obra escrita en la que seguimos encontrando una maravillosa enciclopedia de observaciones y de atisbos sobre nuestro pasado y sobre nuestro medio natural. El Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente es un libro venezolano por excelencia, es una de las fuentes en las que hay que ir a buscar el conocimiento de nuestro país y es una de las más sólidas satisfacciones de mi vida: el haber repatriado el Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, habiendo hecho publicar la traducción inédita de don Lisandro Alvarado, que había permanecido olvidada, en un cajón de la Academia de la Historia, por años. Desde entonces ha vuelto Humboldt a ser alimento de la curiosidad de los venezolanos y desde entonces está de nuevo reincorporado a lo que pudiéramos llamar nuestra preocupación por el país y nuestra búsqueda de luces para iluminar su rumbo. Hay en Humboldt un aspecto fundamental que es el que hoy deberemos considerar como el más vivo de todo cuanto él dejó para nosotros; ese aspecto es su noción de la armonía dentro de la naturaleza y de la integración del hombre dentro del marco natural. Cuando Humboldt llegó a Venezuela a comienzos del siglo XIX ya le asombró el estado de descuido, el estado de enemistad y de guerra entre el habitante y la naturaleza; veía los vastos incendios nocturnos que constituían un espectáculo maravilloso, pero que no podían menos que sobrecoger y llenar de dolor su corazón de naturalista y de amigo del hombre. Humboldt criticó las quemas y las rozas, el sistema de conucos, la destrucción constante de la naturaleza que se hacía en su tiempo, y si Humboldt volviera, en nuestros días, a ver lo que en estos cien años hemos hecho, tendría motivos para mirar con alarma cómo hemos ido perfeccionando la empresa destructora de la naturaleza, cómo hemos ido llevando adelante nuestra suicida manía de fabricar desiertos, cómo no hemos aprendido, ni un momento, a convivir con el marco natural en el que hemos nacido.
Hemos sido los venezolanos destructores empecinados de nuestra naturaleza, que es como si dijéramos destructores empecinados de la sustancia de nuestra propia vida. Esta ocasión debería ser el punto de partida para que como una campanada que despierte a los que duermen y que avive las conciencias pudiéramos pintarnos, en vivo, la inmensa tragedia que para el presente y el porvenir de este país representa la indiferencia, la criminal actitud que con respecto a nuestros recursos naturales hemos tenido ininterrumpidamente hasta hoy. Hemos llevado a Venezuela a vivir trágicamente, como en un péndulo, de las sequías y las quemas pavorosas a las inundaciones bíblicas que arrasan vidas y bienes, y sin embargo, con todo ello, no hemos aprendido la lección de acercarnos a la naturaleza, de convivir con ella, de restaurar la paz y la armonía y de vivir dentro de esa concepción integral del hombre y del marco natural que Humboldt predicaba. El más grande ser viviente de este país es el suelo. El suelo venezolano es una gran unidad de vida orgánica donde pululan billones de microorganismos, y ese gran ser vivo está quemado, herido, maltrecho y mutilado por la acción ciega de quienes deberíamos cuidarlo, atenderlo y preservarlo, porque de él vivimos y no viviremos una hora más después de que él cese de vivir.
Esta es la que pudiéramos llamar la herencia del pensamiento de Humboldt para nuestros días. Tenemos los venezolanos una gran empresa por hacer y esa gran empresa es la de recuperar para el bien y para la civilización nuestro territorio, la de detener la obra de destrucción que hemos venido realizando y sustituirla por una obra de conservación y de convivencia con los recursos naturales, y esa empresa es más grande que ninguna de las empresas políticas que podamos acometer. Esa sí es la que pudiéramos llamar una empresa unitaria básica. La empresa de hacer un país es mucho más importante, la empresa de rescatar la naturaleza de un país es mucho más grande, que las vanas banderas detrás de las cuales, por más de un siglo, nos hemos combatido y nos hemos odiado sin saber muchas veces por qué nos combatimos ni por qué nos odiamos, tantas mentes y tantos brazos venezolanos que hubieran tenido empleo útil y que no ha sido posible reemplazarlos en esa empresa que hemos dejado abandonada por nuestra desidia. A esa empresa nos convida Humboldt, a esa empresa de unidad de dejar a un lado la pugna estéril, de dejar a un lado la lucha ideológica y a olvidarnos un poco de las superficiales cosas que nos dividen y de ponernos mano en la mano y hombro con hombro a hacer un país, a crear en ese marco natural que hemos recibido condiciones de vida que garanticen no sólo una existencia mejor para la población actual, sino que aseguren la vida de innumerables generaciones de venezolanos que verán en los iniciadores de esa obra, como nosotros vemos en Humboldt, los más grandes benefactores de la vida nacional.