Residencia Privada Manhattan, Nueva York

En la sala, que ofrece una espectacular vista de la ciudad, Montoya instaló cortinas accionadas con un motor que se recogen completamente dentro del plafón del cielo raso. El mobiliario contemporáneo se combina con una urna italiana y una cabeza de cariátide del siglo XIX sobre un pedestal en espejos.  

Texto de: Margaret Cottom Winslow

Este apartamento, ubicado en la aristocrática Quinta Avenida de Nueva York, aunque situado en una bella torre de vidrio, originalmente era un oscuro estudio en azules –en pisos, cielos rasos y paredes– que evocaba la sensación de una siniestra cueva. Los clientes, que vivían seis meses del año en Nueva York, inicialmente estaban descorazonados con este espacio azul, y le pidieron a Montoya que lo transformara en algo más claro, cálido y alegre. Estaban ansiosos, sin embargo, de poder disfrutar los ventanales pared a pared, que constituían el principal atractivo del apartamento.

Lo primero que solicitaron los clientes fue eliminar el azul y aclarar el espacio. También querían que los cuartos tuvieran flexibilidad y pudieran adaptarse al ir y venir de sus hijas universitarias y de sus frecuentes huéspedes, con un estudio que se transformara en cuarto de huéspedes contiguo a la sala.

La entrada del apartamento compendia la transformación de todo el espacio. Esta gran entrada da acceso a todos los cuartos. El plafón ovalado del cielo raso crea interés arquitectónico, a tiempo que acoge la iluminación encastrada. Se utilizó el piso en mármol negro y habano para delinear visualmente la entrada y para dirigir la vista hacia la simetría de las puertas adyacentes. Tras estas puertas, lo que antes no fuera más que un simple armario fue transformado en un bien provisto bar. Las paredes fueron barnizadas en blanco mate y se incorporó un mobiliario excéntrico. Una consola Imperio define dramáticamente una horizontal, recios pedestales contrastan con su verticalidad y un espejo sugiere una dimensión distinta de espacio imaginario.

Mas allá de la entrada descansa la sala apacible y sutil en contraste. Montoya abrió el estudio hacia la sala, unió las dos áreas a través del color y de los pulidos pisos en roble y únicamente las separó por puertas corredizas encastradas. Aquí también utilizó los plafones de la entrada e instaló la iluminación sobre rieles ajustables. Para exhibir la extensa colección de libros de los clientes, diseñó bibliotecas macizas en roble decoradas con ocasionales líneas de esferas plateadas. Un carro que hace juego con la biblioteca soporta el televisor, parte inevitable de la vida moderna. Las ventanas, que se desnudan totalmente cuando se retiran las persianas eléctricas, despliegan la espectacular vista y la incorporan al diseño.

El dormitorio principal proporciona tanto un tranquilo retiro como abundante pero disimulado espacio de depósito. El opulento baño principal demuestra la maestría de Montoya en el uso de la iluminación y de los reflejos.

En el diseño de este apartamento, Montoya hace gala de su habilidad para el detalle sin competir con la verdadera protagonista del drama: la vista de la ciudad.