La iguana iridiscente

El Mirador, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

El Mirador, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

El Mirador, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

Sayaxché, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

Flores, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Laguna Petexbatún, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Laguna Petexbatún, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Flores, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Santa Elena, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

El Remate, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

El Tintal, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

El Mirador, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Sayaxché, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Las Pozas, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

Río La Pasión, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Carmelita, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Sayaxché, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Sayaxché, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Yaxhá, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Dolores, Petén.    Cristóbal von Rothkirch.

Uaxactún, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Uaxactún, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Don Paquito Matus, El Remate, Petén.   Cristóbal von Rothkirch.

Texto de: Harris Whitbeck

Don Paquito Matus nunca olvidará el día en que su hermano menor desapareció en la selva, donde juntos trabajaban sacando chicle para vendérselo a los compradores estadounidenses que llegaban cada mes en un avión a su campamento cerca del lago Petén Itzá.

Estaban buscando un árbol para treparse y cortar la corteza de la cual comenzaría a salir, gota a gota, el chicle que sería hervido y luego vertido en bloques.

De repente el hermano de don Paquito se detuvo, mirando fijamente una enorme iguana de cresta azul que estaba trepada en un árbol. Don Paquito, que se encontraba ocupado mientras preparaba sus herramientas de trabajo, no se fijó cuando su hermano comenzó a caminar selva adentro. Dice don Paquito que tal vez la iguana hechizó a su hermano y lo desorientó, porque su hermano empezó a mover la cabeza de un lado a otro para evitarla. Los padres de don Paquito le habían advertido sobre estas iguanas mágicas, que con su mirada desorientan a los hombres aún más experimentados, esos hombres que conocen mejor la selva.

El hermano de don Paquito estuvo perdido dos años. Dicen que un día regresó caminando a su casa, semidesnudo, sin saber quién era ni dónde había estado.

Desde entonces don Paquito no se acerca a las iguanas, ni se atreve a mirarlas a los ojos.

Hoy, cuando ya es un hombre de unos noventa años, don Paquito sabe perfectamente dónde y en qué etapa de su vida se encuentra. Se pasa los días en su pequeña casa al lado del lago, gozando de las atenciones de sus hijas y nietos. Su casa está llena de recuerdos, de herramientas de trabajo, que muestra y maneja orgullosamente como si fuera un hombre setenta años menor. Muestra las viejas calderas de cobre que usaba para hervir el chicle, que ahora sirven de macetas para las plantas ornamentales que una de sus hijas mantiene en su jardín.

Se divierte con las visitas de quienes lo ven como un anciano sabio que da buenos consejos pero que también cuenta buenas historias.

La historia de la iguana encantadora es la preferida, porque evoca la magia y el misterio de la selva y de los que viven y trabajan en ella.

Don Paquito conoce esa selva íntimamente. A veces pasaba tres, cuatro meses en sus profundidades, buscando los árboles del chicle. Se encontraba con jaguares, el animal sagrado de los mayas, y con tucanes, monos y serpientes. Don Paquito era parte de su entorno; uno más entre la multitud de animales que allí habitan. Dice que en ese tiempo los animales se le acercaban sin temor porque no lo veían como una amenaza. Eso ahora ya no es así: las cosas cambian, dice, como lo dicen tantos viejos.

Hace años que don Paquito ya no se aventura a entrar en la selva, que cada vez está más lejos de su casa a orillas del lago. El crecimiento de las comunidades, la llegada de nuevos colonos a la zona, han ido reduciendo poco a poco las zonas verdes. Y a él se le han ido atenuando los sentidos poco a poco: ya casi no oye y ya casi no ve; se mueve con dificultad.

Pero don Paquito sigue tan lúcido como ese día en que vio cómo una iguana de cresta azul hiciera extraviar a su hermano menor.

Ahora que la selva ya está lejos, dice, las iguanas encantadoras ya no aparecen por su casa; ya no tienen cómo desorientar a los que se atreven a mirarlas a los ojos.