Diatriba de la ironía

Planetario, plaza de toros, torres y Parque de la Independencia.   Diego Samper.

Edificio Corpavi, Escultura de Negret.   Diego Samper.

Edificio Banco de Bogotá.   Diego Samper.

Edificio Seguros Tequendama.   Helmuth Dumfahrt.

Edificio Seguros Fénix, reflejo Hotel Hilton.   Ellen Tolmie.

Edificio de Las Americas - Banco cafetero.   Helmuth Dumfahrt.

Parque de la Independencia, Edificio Colpatria.   Ellen Tolmie.

Parque de la Independencia.   Ellen Tolmie.

Parque de la Independencia.   Ellen Tolmie.

Parque de la Independencia, Trianon.   Ellen Tolmie.

Texto de: Luis Tejada.

Dedicada a los sueltistas irónicos de El Diario Nacional.

Las nuevas generaciones se están inficionando sensiblemente de esa cualidad horripilante que fue y es todavía la única fuerza, o la fuerza aparente de la famosa generación centenario: la ironía- o lo que aquí llamamos ironía, una simple estilización literaria de la malicia indígena.

Y he aquí cómo nuestros buenos muchachos, que deberían adoptar una actitud patética, porque la vida de hoy y de mañana aparece grave y tremenda, se contenta con ironizar un poco acerca de los pequeños hombres y de las pequeñas cosas municipales- porque no hacen ironía de ideas, ni ironía de teorías, ni ironía del universo, cósmica, trascendental es una ironía rudimentaria, puramente personal y urbana nuestros ironistas jóvenes, como los colegiales, quedan satisfechos con colocar a los transeúntes un pajarito de papel en el rabo su mentalidad, prematuramente fatigada y tradicionalmente perezosa, no concibe el ensayo ni alcanza siquiera al artículo firmado- es una mentalidad fosforescente de sueltos de periódico una actividad espiritual que cabe íntegra en ligeras gacetillas cotidianas y es así como la obra de muchos de nuestros jóvenes ironistas y literatos está dispersa anónimamente en las terceras páginas de los diarios.

La ironía, o la malicia, no pueden ser nunca un sólido fundamento crítico, ni fundamento de ninguna obra perdurable, o siquiera provisionalmente eficaz la ironía es, a menudo, una disculpa para dejar de pensar, o la demostración de una incapacidad intrínseca para pensar ese hombre no se siente capaz de ir al fondo del asunto entonces, lo rodea y le pone una rúbrica risueña, le pone un pajarito de papel. Hay también en el que profesa la ironía, aunque sepa y pueda pensar, cierto invencible oportunismo literario que le roba sinceridad y solidez a su obra,- y es que, por obtener un pequeño éxito brillante se sacrifica el pensamiento verdadero que se tenga sobre el hombre o la cosa, a un ligero juego de palabras o a un afortunado contraste de situaciones- por eso el ironista es gratuitamente cruel con sus amigos e innecesariamente injusto con sus enemigos- inmola la verdad, que puede ser perdurable y fecunda, a la efímera pirotecnia de las palabras.

La ironía no es, como suele decirse, demasiado irónicamente, un síntoma de agilidad intelectual- es más bien una rigidez, una inercia, un estancamiento de la mente dentro del círculo reducido que afecta a la apariencia de las cosas, a su forma externa, a su superficie.