- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Los peleles del año viejo
Carlos Lersundy.
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Texto de: Manuel Mejía Vallejo
El año que viene vuelvo dice la canción que tarareamos desde comienzos de diciembre hasta empezar el año nuevo, cuando renace la esperanza y el ánimo se alista para otra aventura. Es entonces cuando en plazas y calles, en fondas de camino real, en carreteras y patios, bajo los árboles, junto a las puertas, aparecen esos muñecos llenos de un encanto extravagante, improvisados al calor de unos aguardientes para animar la fiesta, para entretener el rato, para recordar cómo ya se anuncia, más que el año nuevo, la despedida de otro donde ha quedado enredado mucho de nuestra vida al azar de los doce meses que trazaron parte de nuestra curva, cuando ella empezaba a descender, o con vocación de alturas si apenas se iniciaba el impulso de otro renuevo. Porque a finales y principios de año, durante dos semanas casi todo es fiesta, desde que empiezan los aguinaldos al dar y no recibir, al hablar y no contestar, a la pajita en boca... Y luego el veinticuatro, seguido por su misa de nacimiento o misa de gallos, y fiesta nuevamente el veinticinco, y otra más el veintiocho, día de los santos inocentes, hasta llegar al treinta y uno y Año Nuevo para concluir el seis de enero, día de los reyes magos, todo como para el delirio. Porque aprovechar el tiempo manda la fiesta, y fiesta es, en fin de cuentas, la permisión de lo habitualmente prohibido.
Claro, en cada región hay variantes para tantas celebraciones, si bien existen correspondencias de vieja data. Según Alec, nuestro Atlas Ling¸ístico, en los Santanderes Los compadres de año nuevo se sortean después de la media noche meten en sendos bolsas los nombres de los hombres y de las mujeres y sacan los papeles alternadamente; otra manera de sacar los compadres es situándose los hombres y las mujeres en habitaciones diferentes, los varones en fila van saliendo a golpear en la puerta de la habitación donde están las mujeres para que salga a su vez la comadre, con la cual bailan la primera pieza. En de Medellín Antiguo el cronista Rafael Ortiz Arango escribe En año nuevo se repetía más o menos la misma cosa que en la navidad, con la sola diferencia de que en las casas de cierta categoría se hacían bailes muy elegantes y lo mismo en algunos clubes sociales, mientras que el pueblo hacía su festejo llamado El entierro del año, al cual todos concurrían, botella de aguardiente en mano y discurso a cada paso. Este paso de sainetes terminaba en medio del estallar de truenos de una gran recámara, y la incineración, en medio de llantos fingidos de todos los concurrentes, de un muñeco, el cual representaba el año que se iba. Luego toda esa masa del pueblo se repartía en sus propias casas, donde hacían bailes que muchas veces duraban hasta el seis de enero, para lo cual se preparaban con mucho tiempo fiambres y comidas, y también con la contribución de las personas asistentes que suscribían la compra de comida cuando la de la casa se había acabado, y entonces mandaban a las sancocherías y ventorrillos de Guayaquil por más alimentos, licores y en ocasiones más músicos, pues los que el primero habían comenzado, nunca terminaban el dos y así se cambiaban.
El año que viene vuelvo... repite la canción, la nostalgia anticipada en ella, la necesidad del regreso a nuestros afectos y a nuestros sitios de antes, donde se empezó una historia o donde se continuó sin final preciso. Y de pretexto El Año Viejo, que tomo forma en esos muñecos de apariencia entrañable, rellenos con paja o aserrín y fabricados al amor de las charlas por lo que pudo haber sido y nunca fue, por lo que de esa noche en adelante podrá ser Sí Dios nos tiene con vida. Allí están esos personajes fabricados de afán y donde el año que concluye se mira despiadadamente, en la cabeza una peluca de cabuya o crin, sobre la peluca un sombrero que soportó aguas y soles en inviernos largos y en veranos de sequía sobre tierras y sembrados; cejas de tiros de paño cosidas en su lugar o resaltadas con lápiz, tinto, pintura o carbón, cubiertas por anteojos de oro grueso, si el muñeco lleva anteojos; nariz igualmente adherida, como el bigote grande sobre unos labios de rojo exagerado y que dicen de un tiempo antiguo y romántico, desdeñoso al tabaco en una curva de la boca; y en el cuello estirado o recogido a lo toro de lidia, la corbata que asistió a una boda, que se estrenó el día del compromiso, que se balanceó en un baile, que llegó finalmente empacado como regalo de un afecto que otro día, poco a poco, se fue borrando hacia el olvido, donde tan a menudo el amor duerme su sueño. El año que viene vuelvo reitera la canción, la tristeza en ella o el contento de un tiempo que se va, y nuevamente la esperanza por el que se viene encima. Y allí el muñeco de pecho encogido o protuberante, con la camisa que un día fue estreno para la cita enamorada o para el funeral de ingrata memoria.
Allí el saco de ancha solapo, de un color más o menos impreciso que años antes fue invitado a la reunión solemne, a la fiesta religiosa, al primer viaje. Al los pantalones con un pasador reventado, bolsillos corroídos, línea borrada en el inflamiento de las rodilleras, torcido el doblez de la boto. Y zapatos que tal vez fueron botas camineras, sobre unas medios de listas azules o de un desvaído tono café y dos rotos mal disimulados. Bien hacen ronda los niños al pelele, señalan su gracia los mayores. Pero como se trato de otra fiesta, desde antes se dispuso meterle bulla en la polvorería o en otro lugar adecuado obtienen lo necesario para la ocasión totes, papeletas, chorrillos, triqui traques, tacos de gran sonido y alguna pólvora de luces que aclarará la inmediatez de la oscuridad a las doce del treinta y uno de diciembre ante la expectativa general, especialmente de la muchachada menor, despertada para la ocasión o ya desvelada por la espera con música y baile. El Juicio Vengan que empieza el Juicio Porque en algunas regiones, como ocurre con el cerdo engordado para la Nochebuena, nombran un defensor y un fiscal, un Jurado y un magistrado que en última instancia condena siempre al acusado de turno, cerdo o marioneta de año viejo.
Este parece un espantapájaros elegante. Aunque a estos matachos se les encuentran similitudes con el espantapájaros, el de año viejo defiende su personalidad con base especialmente en el hecho de que no fue construido para asustar sino para atraer, aunque han existido espantapájaros que lograron hacerse amigos de aves y mariposas, y en lugar de cosechas y siembras han defendido a los animales del monte y del aire en su afán por alimentarse con lo que le proporcionan. La primera cosecha es de los pájaros dice el viejo refrán así no convenga a tantos intereses privados, Además, el espantapájaros se construyó para el campo libre, su destino es cuidar las sementeras a cielo abierto, bajo el sol y el agua, y el muñeco de año viejo, aunque sirve menos al hombre, permanece más cerca de él y por él se sacrifica, endosa su existencia efímera a la diversión de quien lo crea al quemarse el treinta y uno de cada diciembre, en un silencio ardorosamente apacible o en estallidos que podrían llamarse de protesta magia y encanto, fuego y humo, contento y ceniza tanto en el adiós como en la bienvenida. En el sur de Colombia, Cauca y Nariño escribe Benjamín Yépez Ch.los campesinos designan a las figuras del 'año viejo' como Taita Puru, que en idioma quechua quiere decir 'Padre vacío'.
Este 'vacío' se refiere al de los recipientes sin contenido ya, pero que fueron o van a ser utilizados. El tiempo cíclico es el recipiente que se llenó o se va a llenar de acontecimientos y en que, simbolizado en las figuras y efigies, se exorciza lo pasado y se purifica el porvenir. El año que viene vuelvo... Los he visto bajo un naranjo, un mango o un ceibo disfrutando la sombra que también regala el trópico; los he visto en una silla mecedora detrás de la baranda que da al corredor principal; los he visto contra el muro delantero de una casa o recostados contra la verja del jardín; los he visto en una banco de parque o en un butacón de abuelo; los he visto durmiendo su juma en una hamaca o sobre el pasto que ofrecen las orillas del camino real; los he visto aferrados a un pilar o en la cama de tierra fría; los he visto en el aire como si colgaran, hasta medio hundidos en el agua junto a las piedras de un río. Los he conocido flacos y alargados como una figura mística de El Greco, y prepotentes en su gordura como si Fernando Botero los hubiera construido; los he conocido acampesinados como en un cuadro de Millet, o hermosamente disparatados como salidos de Picasso, o estilizados en su figura y en su cuello largo, a la manera de un delirio cordial de Modigliani, Y también los he conocido en el papel de gamonales prósperos o en el de los más desarrapados mendicantes; los he conocido vestidos de soldados, policías y guerrilleros, o remando un clubman y un criado, un loco y un vagabundo. Y a veces los capté como integrantes de una Sagrada Familia, o en pareja para el instante del amor. Y sentados, de pie, inclinados, acostados boca arriba y boca abajo, bebiendo siempre su propia despedida.
No hace mucho, con la alegría nostálgico que anuncia el fin de año salimos para El Modero, finca a la vista de El Buey, río que divide en dos un gran trecho cordillerano. En pueblos y caseríos, en fondas de camino real y en patios y corredores de casas vecinas íbamos viendo aquellos personajes rellenos de Año Viejo en actitudes de celebrar su última parranda, la del treinta y uno. A veces los saludaba una mano en alto, por solidaridad ante la mala situación del tiempo que ese día terminaba su andanza de doce meses; a veces los daba a conocer una simple mirado sonreída. También los había de todo color y pelambre, serios, sonrientes, desbarajustados, elegantes, absolutamente excluidos, Blancos, negros, mulatos, descoloridos; altos y bajos, flacos y gordos, peludos y calvos, en sano juicio 0 borrachos de compasión. Pero en el pueblito de Versalles había uno que hizo detener nuestro viaje para mirarlo detenidamente desde el vehículo en que nos trasladábamos. Tenía un envase de aguardiente en su mano izquierda, un tabaco entre los dedos de su derecha, un sombrero que le sombreaba el rostro de bigotes bien cuidados, y una postura aristocrática en todo él, su mismo carrizo decía una elegante despreocupación. Esta figura sentada en el parquecito pareció moverse cuando alguien de edad se le acercó, botella y vaso en mano, a ofrecerle una copa, la fecha autorizaba eso de dirigirse a un desconocido, también con tragos según la postura. Se toma el otro ofreció el recién llegado, la callado por respuesta. Buscó acomodo en la banca, se sentó, volvió a ofrecer, pareció molestarse ante aquel silencio y aquella indiferencia ajena a la ocasión. Por lo menos en vísperas de Año Nuevo debería tener educación reclamó el borrachito recién llegado, se levantó con tambaleante dignidad y salió a paso trastabilleado hacia los que, al fondo en dos cantinas bullosas, parecían celebrar la caída del año.
Antes de continuar viaje pensamos bobamente que éramos peleles ligeramente presuntuosos, y que deberíamos tener cierta inconmovilidad ante el duro paso del tiempo, Porque al rayar la media noche del treinta y uno de diciembre entre otros sueños, al juzgar y quemar al Año Viejo matamos nuestras propias culpas en un acto indirecto de purificación, cuando ya ni Dios ni el diablo podría acudirnos; hasta de este último hemos hecho otro pelele, don Tomás Carrasquilla lo afirmó hace muchos años El mismo diablo, siendo dogma de catolicismo, y un ser poderoso y sobrenatural, los mismos católicos se burlan de él, le pintan con enorme rabo, con tamaños cuernos y le sacan en sainetes y entremeses, como un pobre diablo. Diablo, marioneta, espantapájaros, pelele... Temerosos del diablo y de Dios escondíamos el muñeco entre los helechales y salíamos por las mangas enmalezadas a jugar Rueda del Angel, botellón, escondidijo, sensual ya la expectativa. dónde te metiste... dónde, echá apenas un gritico solicitaba uno de los buscadores, y la inocencia infantil al contestar Sí, cómo no, para que me encuentren El muñeco parecía jugar con todos, recostado contra un moral de castilla, sobre la hojarasca, en La Cueva de los Piratas... Y la muñeca amiga suya, amiga de hermanas y primas que visitaban por nochebuena y ano nuevo la finca llena de montes, montes llenos de orquídeas y frutas, orquídeas y frutas llenos de olores y sabores inusitados. Hasta que la muñeco envejeció también, como envejecen los años nuevos, y se deterioraron sus facciones, se deterioró el vestido, desaparecieron sus zapatillas y sus delantales, así llegó la hora del entierro por defunción. Aquí No, enterrémosla entre las flores del barranco. Y allí fue enterrada, y jamás se volvió a ese lugar porque la imaginación de siete, de nueve años creía que la muñeco solía a espantar en el barranco durante muchas oscuridades sin luna... Eran los días de aguinaldos y años nuevos, era el día de la navidad... La nochebuena se viene, / la nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más. Por supuesto, repetimos, cada región tiene sus variantes en las celebraciones.
En Popayán, sirva de apoyo, dice Oiga Marlene Campo de Vélez El 31 de diciembre comienza muy bullicioso, algunos payaneses guardan ciertos ag¸eros, por ejemplo, se debe lavar muy bien la casa y botar todo el 'año viejoí, se debe permanecer durante ese día alegre y con dinero para que no lo coja el año nuevo arruinado. Antes de las 12 de la noche es leído en cada barrio el testamento que deja el 'Taitapuro', una vez conocida su voluntad, es quemado en medio del alborozo de la gente que corre para abrazarse y desearse el feliz año nuevo acompañado de un brindis informal. Y Javier Ocampo López en Las fiestas en el folclor social y religioso, El Ancora Editores, Bogotá 1985 En la mayor parte de los pueblos y campos sacan 'el matachoí en figura de hombre vestido popularmente y relleno de aserrín; es llevado con gran algarabía y pólvora en procesión; piden con profusión dinero para la fiesta a todos los transeúntes que pasen por el lugar; y en la media noche lo prenden, para significar que el año viejo se va y llego el año nuevo. En algunos pueblos se pedían tres centavos que darán la suerte del año nuevo; se pedían en nombre de La Santísima Trinidad, La Sagrada Familia y los Tres Reyes Magos. Muñecos de la infancia, muñecos de la madurez, peleles, monigotes, marionetas... El año que viene vuelvo. Como la esperanza, como la fe perdida, como el retoño nuevo. Siempre se regresa, y no solamente al lugar de los afectos como quería el poeta ruso. Se suceden las estaciones, se renueva la especie, cada mes una luna nueva, cada año otra promesa, y el monigote allí atestiguando la hermosa mentira, vestido para su fiesta última.
Porque era la última, así se decretaba en el Juicio a que lo sometían frecuentemente, con Jurado sin apelaciones y donde se exponían sus méritos o deméritos, se hacía la radiografía de su existencia, desde que nació un primero de enero hasta ese treinta y uno de diciembre a media noche. El muñeco parece aguantarse diatribas y justificaciones, así en una parte y en otra. Porque ellos fueron hechos para nuestra diversión, creados para ser maltratados al final. Pero si un día, como ocurre en El Señor de Pigmalión de Jacinto Grau, las marionetas de todos los sexos se rebelaran contra el mal trato y liquidaran a sus manipuladores... Para ellos sería La Fiesta, El año que viene vuelvo, / sí Dios me tiene con vida.
#AmorPorColombia
Los peleles del año viejo
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Texto de: Manuel Mejía Vallejo
El año que viene vuelvo dice la canción que tarareamos desde comienzos de diciembre hasta empezar el año nuevo, cuando renace la esperanza y el ánimo se alista para otra aventura. Es entonces cuando en plazas y calles, en fondas de camino real, en carreteras y patios, bajo los árboles, junto a las puertas, aparecen esos muñecos llenos de un encanto extravagante, improvisados al calor de unos aguardientes para animar la fiesta, para entretener el rato, para recordar cómo ya se anuncia, más que el año nuevo, la despedida de otro donde ha quedado enredado mucho de nuestra vida al azar de los doce meses que trazaron parte de nuestra curva, cuando ella empezaba a descender, o con vocación de alturas si apenas se iniciaba el impulso de otro renuevo. Porque a finales y principios de año, durante dos semanas casi todo es fiesta, desde que empiezan los aguinaldos al dar y no recibir, al hablar y no contestar, a la pajita en boca... Y luego el veinticuatro, seguido por su misa de nacimiento o misa de gallos, y fiesta nuevamente el veinticinco, y otra más el veintiocho, día de los santos inocentes, hasta llegar al treinta y uno y Año Nuevo para concluir el seis de enero, día de los reyes magos, todo como para el delirio. Porque aprovechar el tiempo manda la fiesta, y fiesta es, en fin de cuentas, la permisión de lo habitualmente prohibido.
Claro, en cada región hay variantes para tantas celebraciones, si bien existen correspondencias de vieja data. Según Alec, nuestro Atlas Ling¸ístico, en los Santanderes Los compadres de año nuevo se sortean después de la media noche meten en sendos bolsas los nombres de los hombres y de las mujeres y sacan los papeles alternadamente; otra manera de sacar los compadres es situándose los hombres y las mujeres en habitaciones diferentes, los varones en fila van saliendo a golpear en la puerta de la habitación donde están las mujeres para que salga a su vez la comadre, con la cual bailan la primera pieza. En de Medellín Antiguo el cronista Rafael Ortiz Arango escribe En año nuevo se repetía más o menos la misma cosa que en la navidad, con la sola diferencia de que en las casas de cierta categoría se hacían bailes muy elegantes y lo mismo en algunos clubes sociales, mientras que el pueblo hacía su festejo llamado El entierro del año, al cual todos concurrían, botella de aguardiente en mano y discurso a cada paso. Este paso de sainetes terminaba en medio del estallar de truenos de una gran recámara, y la incineración, en medio de llantos fingidos de todos los concurrentes, de un muñeco, el cual representaba el año que se iba. Luego toda esa masa del pueblo se repartía en sus propias casas, donde hacían bailes que muchas veces duraban hasta el seis de enero, para lo cual se preparaban con mucho tiempo fiambres y comidas, y también con la contribución de las personas asistentes que suscribían la compra de comida cuando la de la casa se había acabado, y entonces mandaban a las sancocherías y ventorrillos de Guayaquil por más alimentos, licores y en ocasiones más músicos, pues los que el primero habían comenzado, nunca terminaban el dos y así se cambiaban.
El año que viene vuelvo... repite la canción, la nostalgia anticipada en ella, la necesidad del regreso a nuestros afectos y a nuestros sitios de antes, donde se empezó una historia o donde se continuó sin final preciso. Y de pretexto El Año Viejo, que tomo forma en esos muñecos de apariencia entrañable, rellenos con paja o aserrín y fabricados al amor de las charlas por lo que pudo haber sido y nunca fue, por lo que de esa noche en adelante podrá ser Sí Dios nos tiene con vida. Allí están esos personajes fabricados de afán y donde el año que concluye se mira despiadadamente, en la cabeza una peluca de cabuya o crin, sobre la peluca un sombrero que soportó aguas y soles en inviernos largos y en veranos de sequía sobre tierras y sembrados; cejas de tiros de paño cosidas en su lugar o resaltadas con lápiz, tinto, pintura o carbón, cubiertas por anteojos de oro grueso, si el muñeco lleva anteojos; nariz igualmente adherida, como el bigote grande sobre unos labios de rojo exagerado y que dicen de un tiempo antiguo y romántico, desdeñoso al tabaco en una curva de la boca; y en el cuello estirado o recogido a lo toro de lidia, la corbata que asistió a una boda, que se estrenó el día del compromiso, que se balanceó en un baile, que llegó finalmente empacado como regalo de un afecto que otro día, poco a poco, se fue borrando hacia el olvido, donde tan a menudo el amor duerme su sueño. El año que viene vuelvo reitera la canción, la tristeza en ella o el contento de un tiempo que se va, y nuevamente la esperanza por el que se viene encima. Y allí el muñeco de pecho encogido o protuberante, con la camisa que un día fue estreno para la cita enamorada o para el funeral de ingrata memoria.
Allí el saco de ancha solapo, de un color más o menos impreciso que años antes fue invitado a la reunión solemne, a la fiesta religiosa, al primer viaje. Al los pantalones con un pasador reventado, bolsillos corroídos, línea borrada en el inflamiento de las rodilleras, torcido el doblez de la boto. Y zapatos que tal vez fueron botas camineras, sobre unas medios de listas azules o de un desvaído tono café y dos rotos mal disimulados. Bien hacen ronda los niños al pelele, señalan su gracia los mayores. Pero como se trato de otra fiesta, desde antes se dispuso meterle bulla en la polvorería o en otro lugar adecuado obtienen lo necesario para la ocasión totes, papeletas, chorrillos, triqui traques, tacos de gran sonido y alguna pólvora de luces que aclarará la inmediatez de la oscuridad a las doce del treinta y uno de diciembre ante la expectativa general, especialmente de la muchachada menor, despertada para la ocasión o ya desvelada por la espera con música y baile. El Juicio Vengan que empieza el Juicio Porque en algunas regiones, como ocurre con el cerdo engordado para la Nochebuena, nombran un defensor y un fiscal, un Jurado y un magistrado que en última instancia condena siempre al acusado de turno, cerdo o marioneta de año viejo.
Este parece un espantapájaros elegante. Aunque a estos matachos se les encuentran similitudes con el espantapájaros, el de año viejo defiende su personalidad con base especialmente en el hecho de que no fue construido para asustar sino para atraer, aunque han existido espantapájaros que lograron hacerse amigos de aves y mariposas, y en lugar de cosechas y siembras han defendido a los animales del monte y del aire en su afán por alimentarse con lo que le proporcionan. La primera cosecha es de los pájaros dice el viejo refrán así no convenga a tantos intereses privados, Además, el espantapájaros se construyó para el campo libre, su destino es cuidar las sementeras a cielo abierto, bajo el sol y el agua, y el muñeco de año viejo, aunque sirve menos al hombre, permanece más cerca de él y por él se sacrifica, endosa su existencia efímera a la diversión de quien lo crea al quemarse el treinta y uno de cada diciembre, en un silencio ardorosamente apacible o en estallidos que podrían llamarse de protesta magia y encanto, fuego y humo, contento y ceniza tanto en el adiós como en la bienvenida. En el sur de Colombia, Cauca y Nariño escribe Benjamín Yépez Ch.los campesinos designan a las figuras del 'año viejo' como Taita Puru, que en idioma quechua quiere decir 'Padre vacío'.
Este 'vacío' se refiere al de los recipientes sin contenido ya, pero que fueron o van a ser utilizados. El tiempo cíclico es el recipiente que se llenó o se va a llenar de acontecimientos y en que, simbolizado en las figuras y efigies, se exorciza lo pasado y se purifica el porvenir. El año que viene vuelvo... Los he visto bajo un naranjo, un mango o un ceibo disfrutando la sombra que también regala el trópico; los he visto en una silla mecedora detrás de la baranda que da al corredor principal; los he visto contra el muro delantero de una casa o recostados contra la verja del jardín; los he visto en una banco de parque o en un butacón de abuelo; los he visto durmiendo su juma en una hamaca o sobre el pasto que ofrecen las orillas del camino real; los he visto aferrados a un pilar o en la cama de tierra fría; los he visto en el aire como si colgaran, hasta medio hundidos en el agua junto a las piedras de un río. Los he conocido flacos y alargados como una figura mística de El Greco, y prepotentes en su gordura como si Fernando Botero los hubiera construido; los he conocido acampesinados como en un cuadro de Millet, o hermosamente disparatados como salidos de Picasso, o estilizados en su figura y en su cuello largo, a la manera de un delirio cordial de Modigliani, Y también los he conocido en el papel de gamonales prósperos o en el de los más desarrapados mendicantes; los he conocido vestidos de soldados, policías y guerrilleros, o remando un clubman y un criado, un loco y un vagabundo. Y a veces los capté como integrantes de una Sagrada Familia, o en pareja para el instante del amor. Y sentados, de pie, inclinados, acostados boca arriba y boca abajo, bebiendo siempre su propia despedida.
No hace mucho, con la alegría nostálgico que anuncia el fin de año salimos para El Modero, finca a la vista de El Buey, río que divide en dos un gran trecho cordillerano. En pueblos y caseríos, en fondas de camino real y en patios y corredores de casas vecinas íbamos viendo aquellos personajes rellenos de Año Viejo en actitudes de celebrar su última parranda, la del treinta y uno. A veces los saludaba una mano en alto, por solidaridad ante la mala situación del tiempo que ese día terminaba su andanza de doce meses; a veces los daba a conocer una simple mirado sonreída. También los había de todo color y pelambre, serios, sonrientes, desbarajustados, elegantes, absolutamente excluidos, Blancos, negros, mulatos, descoloridos; altos y bajos, flacos y gordos, peludos y calvos, en sano juicio 0 borrachos de compasión. Pero en el pueblito de Versalles había uno que hizo detener nuestro viaje para mirarlo detenidamente desde el vehículo en que nos trasladábamos. Tenía un envase de aguardiente en su mano izquierda, un tabaco entre los dedos de su derecha, un sombrero que le sombreaba el rostro de bigotes bien cuidados, y una postura aristocrática en todo él, su mismo carrizo decía una elegante despreocupación. Esta figura sentada en el parquecito pareció moverse cuando alguien de edad se le acercó, botella y vaso en mano, a ofrecerle una copa, la fecha autorizaba eso de dirigirse a un desconocido, también con tragos según la postura. Se toma el otro ofreció el recién llegado, la callado por respuesta. Buscó acomodo en la banca, se sentó, volvió a ofrecer, pareció molestarse ante aquel silencio y aquella indiferencia ajena a la ocasión. Por lo menos en vísperas de Año Nuevo debería tener educación reclamó el borrachito recién llegado, se levantó con tambaleante dignidad y salió a paso trastabilleado hacia los que, al fondo en dos cantinas bullosas, parecían celebrar la caída del año.
Antes de continuar viaje pensamos bobamente que éramos peleles ligeramente presuntuosos, y que deberíamos tener cierta inconmovilidad ante el duro paso del tiempo, Porque al rayar la media noche del treinta y uno de diciembre entre otros sueños, al juzgar y quemar al Año Viejo matamos nuestras propias culpas en un acto indirecto de purificación, cuando ya ni Dios ni el diablo podría acudirnos; hasta de este último hemos hecho otro pelele, don Tomás Carrasquilla lo afirmó hace muchos años El mismo diablo, siendo dogma de catolicismo, y un ser poderoso y sobrenatural, los mismos católicos se burlan de él, le pintan con enorme rabo, con tamaños cuernos y le sacan en sainetes y entremeses, como un pobre diablo. Diablo, marioneta, espantapájaros, pelele... Temerosos del diablo y de Dios escondíamos el muñeco entre los helechales y salíamos por las mangas enmalezadas a jugar Rueda del Angel, botellón, escondidijo, sensual ya la expectativa. dónde te metiste... dónde, echá apenas un gritico solicitaba uno de los buscadores, y la inocencia infantil al contestar Sí, cómo no, para que me encuentren El muñeco parecía jugar con todos, recostado contra un moral de castilla, sobre la hojarasca, en La Cueva de los Piratas... Y la muñeca amiga suya, amiga de hermanas y primas que visitaban por nochebuena y ano nuevo la finca llena de montes, montes llenos de orquídeas y frutas, orquídeas y frutas llenos de olores y sabores inusitados. Hasta que la muñeco envejeció también, como envejecen los años nuevos, y se deterioraron sus facciones, se deterioró el vestido, desaparecieron sus zapatillas y sus delantales, así llegó la hora del entierro por defunción. Aquí No, enterrémosla entre las flores del barranco. Y allí fue enterrada, y jamás se volvió a ese lugar porque la imaginación de siete, de nueve años creía que la muñeco solía a espantar en el barranco durante muchas oscuridades sin luna... Eran los días de aguinaldos y años nuevos, era el día de la navidad... La nochebuena se viene, / la nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más. Por supuesto, repetimos, cada región tiene sus variantes en las celebraciones.
En Popayán, sirva de apoyo, dice Oiga Marlene Campo de Vélez El 31 de diciembre comienza muy bullicioso, algunos payaneses guardan ciertos ag¸eros, por ejemplo, se debe lavar muy bien la casa y botar todo el 'año viejoí, se debe permanecer durante ese día alegre y con dinero para que no lo coja el año nuevo arruinado. Antes de las 12 de la noche es leído en cada barrio el testamento que deja el 'Taitapuro', una vez conocida su voluntad, es quemado en medio del alborozo de la gente que corre para abrazarse y desearse el feliz año nuevo acompañado de un brindis informal. Y Javier Ocampo López en Las fiestas en el folclor social y religioso, El Ancora Editores, Bogotá 1985 En la mayor parte de los pueblos y campos sacan 'el matachoí en figura de hombre vestido popularmente y relleno de aserrín; es llevado con gran algarabía y pólvora en procesión; piden con profusión dinero para la fiesta a todos los transeúntes que pasen por el lugar; y en la media noche lo prenden, para significar que el año viejo se va y llego el año nuevo. En algunos pueblos se pedían tres centavos que darán la suerte del año nuevo; se pedían en nombre de La Santísima Trinidad, La Sagrada Familia y los Tres Reyes Magos. Muñecos de la infancia, muñecos de la madurez, peleles, monigotes, marionetas... El año que viene vuelvo. Como la esperanza, como la fe perdida, como el retoño nuevo. Siempre se regresa, y no solamente al lugar de los afectos como quería el poeta ruso. Se suceden las estaciones, se renueva la especie, cada mes una luna nueva, cada año otra promesa, y el monigote allí atestiguando la hermosa mentira, vestido para su fiesta última.
Porque era la última, así se decretaba en el Juicio a que lo sometían frecuentemente, con Jurado sin apelaciones y donde se exponían sus méritos o deméritos, se hacía la radiografía de su existencia, desde que nació un primero de enero hasta ese treinta y uno de diciembre a media noche. El muñeco parece aguantarse diatribas y justificaciones, así en una parte y en otra. Porque ellos fueron hechos para nuestra diversión, creados para ser maltratados al final. Pero si un día, como ocurre en El Señor de Pigmalión de Jacinto Grau, las marionetas de todos los sexos se rebelaran contra el mal trato y liquidaran a sus manipuladores... Para ellos sería La Fiesta, El año que viene vuelvo, / sí Dios me tiene con vida.