- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
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- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
De ciertas flores (literarias)
Familia: MYRTACEAE / Especie: Acca sellowiana / Nombre común: Feijoa César David Martínez.
Familia: ACANTHACEAE / Especie: Thunbergia alata / Nombre común: Susanita César David Martínez.
Familia: ONAGRACEAE / Especie: Fuchsia boliviana / Nombre común: Fucsia César David Martínez.
Familia: IRIDACEAE / Especie: Crocosmia x crocosmiiflora César David Martínez.
Familia: STRELITZIACEAE / Especie: Strelitzia reginae / Nombre común: Ave del paraiso César David Martínez.
Familia: RANUCULACEAE / Especie: Aquilegia x hybrida / Nombre común: Espuela de caballero César David Martínez.
Familia: ROSACEAE / Especie: Rosa “Polar star Tan 025222” César David Martínez.
Texto de: Juan Gustavo Cobo Borda
A fines del siglo XIV de nuestra era, un poeta azteca, con el difícil nombre de Tochihuitzin Coyolchiuki, y el más grato sobrenombre de “Hacedor de cascabeles”, nos reflejó a todos los hombres en estas parcas líneas traducidas por Ángel María Garibay:
Solo venimos a dormir, solo venimos a soñar;
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.
En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer, llegan a abrir sus colores nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: da algunas flores y se seca.
Qué acierto pensar nuestro cuerpo como flor que brilla y luego se extingue. La naturaleza es nuestro espejo y en ella, esplendor y ruina, nos miramos, inquietos pero resignados al sabernos parte de un proceso inexorable. Solo que las fotos de este libro, de algunas flores únicas, nos conmueven y consuelan.
Subsisten allí, en sus rojos y sus lilas, sus fucsias y sus amarillos, como quizás subsistan los versos en una memoria impregnada por el perfume de su música. Belleza y gracia.
Algo de ello intuyó Miguel de Cervantes en La Galatea cuando recurrió a ese trasfondo de naturaleza para fijar los rasgos de su carácter:
Del campo son y han sido mis amores,
rosas son y jazmines mis cadenas,
libre nascí, y en libertad me fundo.
Encadenado al amor y a la vez libre en la gratuidad ofrecida en ese milagro diario: lo absoluto de una flor. Al arribar al campo, nos despojamos de nuestro gris uniforme carcelario de citadinos y respiramos mejor. Vemos, con deleite y calma, cuanto nos rodea. Y entendemos, en un latido ancestral, por qué el Paraíso ha sido invariablemente representado como Edén exuberante de flores.
Así lo percibió el gran poeta persa Hafiz (c. 1320-1389), traducido por Goethe, y quien maestro y copista profesional de manuscritos devino uno de los más grandes líricos. Como en la novela Me llamo Rojo (1998) de Orhan Pamuk, la iluminación prodigiosa de esos textos hace que el vasto libro de la naturaleza se conserve en esas páginas únicas, y casi siempre anónimas. Dice Hafiz:
La noche iba a morir cuando bajé al jardín donde me atraía el perfume de las rosas, a buscar como el desconsolado ruiseñor, un bálsamo para mi fiebre. En la sombra brillaba una rosa, una rosa roja igual que una lámpara velada, y contemplé su rostro. ¡Qué orgullosa estaba de su juventud y de su belleza!. Su vista había expulsado toda paz en el pecho del melodioso ruiseñor. Los ojos del narciso se llenaron de lágrimas compasivas: el tulipán, en su dolor, mostró la sangre de las heridas que el amor le ha hecho. El mismo lirio descubrió sus finas agujas de oro, y la frágil anémona se abrió como una boca que gime. ¡Bebe, puesto que el copero te ofrece un vino puro! El placer, la juventud, las canciones entre las rosas, ¡he aquí tu parte, Hafiz!. El mensajero no tiene otra misión que la de transmitir su mensaje.
(Traducción: Charles Devilliers/Ernestina de Champourcin).
Qué coro exultante el de estas flores embriagadas de pasión. Aquí en la Colombia del siglo XXI, como al parecer en la remota Persia del siglo XIV, las flores siguen tejiendo el tapiz en donde los hombres descifran su destino y conservan el don de brindar una flor. Que bien puede ir desde la cayena grávida de rojo, en la costa, hasta el morado episcopal del siete cueros, en el altiplano.
Con toda razón José Asunción Silva mantendrá sus ojos fijos en la infancia, como tierra que aún lo nutre, en el “mullido lecho de musgo gris y verdecino helecho!”, donde edificara el pesebre, “de talco brillante las cascadas”.
No quiere salir nunca de allí, y por ello, cuando intuitivo y visionario, presagia su muerte, en “El sepulcro del bosque”, solo hablará de “zarza salvaje y silvestre yedra”, donde finalmente, “la gran naturaleza” cuidará solícita esa rústica cruz de la tumba, con “verdeoscuras coronas de maleza”.
Pero sobre esos brochazos grises, de gran pintor de oscuros fondos, el ligero trazo de un único color servirá para evocar la resurrección de la vista:
Del miosotis, las flores azuladas,
Abren el leve broche,
Como a una cita mística llamadas
Por los flotantes genios de la noche.
La leyenda cuenta que en el año que José Asunción Silva estuvo en París visitó al poeta Mallarmé en su apartamento de la rue Rome y hablaron de orquídeas. Más tarde, desde Caracas, Silva enviaría a Mallarmé una orquídea, nacida en el cerro de Ávila. La orquídea, la flor nacional de Colombia, a la cual el poeta Julio Flórez lloró en un largo canto ecológico, en contra de los recolectores de orquídeas, que derriban todo un bosque para arrancar de allí “la orquídea roja o amarilla o blanca”,
¡Pobres flores”!. Mañana en la europeacorte, engalanarán regios salones;
…
¡Ellas... las confidentes de los nidos!
La infinita riqueza y variedad de la flora colombiana se ramifica así, y se expande en muchos textos, que mantienen vivo su encanto. Y su misterio. Tal el caso del misionero español fray Juan de Santa Gertrudis, franciscano muerto en 1799, quien en su libro Maravillas de la naturaleza nos cuenta cómo a la entrada de Popayán, en el río de La Plata, hay muchos guayabos. “Y advierto que el guayabo da una flor blanca; pero cuando cae a las 24 horas ya son sus cuatro hojas cuatro mariposas”. Puro realismo mágico, sobre el cual insiste: “Yo he tenido una en la mano que ya caminaba como mariposa, y todavía sus alas eran hojas, todavía no se habían vuelto alas. La aseguré, y en cosa de una hora se despegó de la hoja y se dividió de por medio en 4 alas y se voló ya perfecta mariposa”. Hojas que vuelan, trocadas en mariposas. Los poetas asombrados perciben fenómenos que los mortales no detectan. Tal el caso de Eduardo Carranza, ensimismado en la contemplación de una rosa:
En el aire quedó la rosa escrita.
La escribió a tenue pulso la mañana.
Y puesta su mejilla en la ventana
de la luz, a lo azul cumple la cita.
Rosa: doncella embelesada. Por su parte el también colombiano José Umaña Bernal se dirigirá a la azucena calificándola de “agua de luna en desvelo”, dibujándola de este modo:
Copa de celeste yelo,
sarcófago de rocío,
celdilla de azul y frío
para la abeja del cielo.
Sí, los poetas colombianos se han inspirado, con gusto, en las flores y han vuelto perdurables sus perfumes, como José Eustasio Rivera, quien en Tierra de promisión aún nos deleita con el aroma de las “vainilleras” y aún nos mece con el “cámbulo florecido en carmines”.
El jardín por donde el poeta pasea su pasión o su hastío. El ascético huerto donde el monje medita. Los juegos galantes, en Versalles, donde cada flor enviada encierra un mensaje en clave. O la denuncia impecable que Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York, emprende en la madrugada, contra
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Así ven la doble faz de todas las cosas los grandes poetas, fieles a una tradición milenaria, que desde la Edad Media, con los poetas hebraico andaluces, como Sem Tob, en sus Proverbios morales, ya hace de las flores conceptos, con didáctica advertencia resumida en cuatro versos:
Non se puede coger rosa
sin pisar las espinas;
la miel es dulce cosa,
mas tiene agrias vecinas.
Placer y dolor. Deleite y amargura. Todos nuestros cambios y oscilaciones tienen en las flores equivalencia; y por ello su lenguaje complementa al hombre, único animal que habla. Que escribe. Como en la poesía anónima, de tipo tradicional, que nos impacta, desde el fondo de la Edad Media, con esta queja de doncella:
Dentro en el vergel
moriré.
Dentro en el rosal
matarm’ han.
Yo m’iba, mi madre,
las rosas coger;
halle mis amores
dentro en el vergel.
Dentro del rosal
matarm’ han.
Muerte y vida. Muerte enamorada que es vida inolvidable. Por eso las flores, llámense orquídeas o anturios, iris o nenúfares, nos marcan para siempre.
Por eso. Porque son ligeras y frágiles. Porque parecen volar como un ave o caer hacia la tierra, con su cáliz abierto. Porque ascienden al cielo, se envuelven con sus propios pétalos, o se abren, en la impudicia de un sexo expuesto. Borges no sería Borges si no hubiera aspirado en el sur de Buenos Aires “el olor del jazmín y la madreselva”. Y Luis Cernuda, el poeta andaluz que habló de los cuerpos como flores, escribiría un poema inolvidable sobre las “Violetas”, que bien podemos proyectar sobre todo aquello que debe llamarse, sin duda, Reino de las Flores. Dice así:
Leves, mojadas, melodiosas,
Su oscura luz morada insinuándose
Tal perla vegetal tras verdes valvas,
Son un grito de marzo, un sortilegio
De alas nacientes por el aire tibio.
Frágiles, fieles, sonríen quedamente
Con muda incitación, como sonrisa
Que brota desde un fresco labio humano.
Mas su forma graciosa nunca engaña:
Nada prometen que después traicionen.
Al marchar victoriosas a la muerte
Sostienen un momento, ellas tan frágiles,
El tiempo entre sus pétalos. Así su instante alcanza,
Norma para lo efímero que es bello,
A ser vivo embeleso en la memoria.
Nada más, y mejor, puede decirse al respecto. Solo que al repasar este prodigioso ramillete de flores, recogidas todas en Colombia, como industria o al azar de la fecunda y “gran naturaleza”, añado un “Envío” propio, surgido de este repaso feliz. De esta divagación entre los aromas del jardín literario.
Quisiera enviarte una flor,
un pensamiento nocturno de imprevisible sorpresa.
Necesitada de compartirse
por sobre el desierto habitual
y la rama que enmarca
un blanco misterio: la luna.
¿Cómo crear una flor?
Entretejer verde y rojo,
para así organizar el poema
que sea a la vez una flor.
Estrella que exhala su perfume
en la noche abierta por fin.
Sí, solo enviarte una flor,
densa, irrevocable,
irguiendo la trémula gota de sangre.
Su rojo estallido.
Y verla avanzar; llegar a tu puerta,
con su terciopelo de espinas,
con su cristal de lluvia
que irisa el conjunto.
Pretexto apenas
para saludar y decirte:
“Mira, te traje una flor”.
#AmorPorColombia
De ciertas flores (literarias)
Familia: MYRTACEAE / Especie: Acca sellowiana / Nombre común: Feijoa César David Martínez.
Familia: ACANTHACEAE / Especie: Thunbergia alata / Nombre común: Susanita César David Martínez.
Familia: ONAGRACEAE / Especie: Fuchsia boliviana / Nombre común: Fucsia César David Martínez.
Familia: IRIDACEAE / Especie: Crocosmia x crocosmiiflora César David Martínez.
Familia: STRELITZIACEAE / Especie: Strelitzia reginae / Nombre común: Ave del paraiso César David Martínez.
Familia: RANUCULACEAE / Especie: Aquilegia x hybrida / Nombre común: Espuela de caballero César David Martínez.
Familia: ROSACEAE / Especie: Rosa “Polar star Tan 025222” César David Martínez.
Texto de: Juan Gustavo Cobo Borda
A fines del siglo XIV de nuestra era, un poeta azteca, con el difícil nombre de Tochihuitzin Coyolchiuki, y el más grato sobrenombre de “Hacedor de cascabeles”, nos reflejó a todos los hombres en estas parcas líneas traducidas por Ángel María Garibay:
Solo venimos a dormir, solo venimos a soñar;
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.
En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer, llegan a abrir sus colores nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: da algunas flores y se seca.
Qué acierto pensar nuestro cuerpo como flor que brilla y luego se extingue. La naturaleza es nuestro espejo y en ella, esplendor y ruina, nos miramos, inquietos pero resignados al sabernos parte de un proceso inexorable. Solo que las fotos de este libro, de algunas flores únicas, nos conmueven y consuelan.
Subsisten allí, en sus rojos y sus lilas, sus fucsias y sus amarillos, como quizás subsistan los versos en una memoria impregnada por el perfume de su música. Belleza y gracia.
Algo de ello intuyó Miguel de Cervantes en La Galatea cuando recurrió a ese trasfondo de naturaleza para fijar los rasgos de su carácter:
Del campo son y han sido mis amores,
rosas son y jazmines mis cadenas,
libre nascí, y en libertad me fundo.
Encadenado al amor y a la vez libre en la gratuidad ofrecida en ese milagro diario: lo absoluto de una flor. Al arribar al campo, nos despojamos de nuestro gris uniforme carcelario de citadinos y respiramos mejor. Vemos, con deleite y calma, cuanto nos rodea. Y entendemos, en un latido ancestral, por qué el Paraíso ha sido invariablemente representado como Edén exuberante de flores.
Así lo percibió el gran poeta persa Hafiz (c. 1320-1389), traducido por Goethe, y quien maestro y copista profesional de manuscritos devino uno de los más grandes líricos. Como en la novela Me llamo Rojo (1998) de Orhan Pamuk, la iluminación prodigiosa de esos textos hace que el vasto libro de la naturaleza se conserve en esas páginas únicas, y casi siempre anónimas. Dice Hafiz:
La noche iba a morir cuando bajé al jardín donde me atraía el perfume de las rosas, a buscar como el desconsolado ruiseñor, un bálsamo para mi fiebre. En la sombra brillaba una rosa, una rosa roja igual que una lámpara velada, y contemplé su rostro. ¡Qué orgullosa estaba de su juventud y de su belleza!. Su vista había expulsado toda paz en el pecho del melodioso ruiseñor. Los ojos del narciso se llenaron de lágrimas compasivas: el tulipán, en su dolor, mostró la sangre de las heridas que el amor le ha hecho. El mismo lirio descubrió sus finas agujas de oro, y la frágil anémona se abrió como una boca que gime. ¡Bebe, puesto que el copero te ofrece un vino puro! El placer, la juventud, las canciones entre las rosas, ¡he aquí tu parte, Hafiz!. El mensajero no tiene otra misión que la de transmitir su mensaje.
(Traducción: Charles Devilliers/Ernestina de Champourcin).
Qué coro exultante el de estas flores embriagadas de pasión. Aquí en la Colombia del siglo XXI, como al parecer en la remota Persia del siglo XIV, las flores siguen tejiendo el tapiz en donde los hombres descifran su destino y conservan el don de brindar una flor. Que bien puede ir desde la cayena grávida de rojo, en la costa, hasta el morado episcopal del siete cueros, en el altiplano.
Con toda razón José Asunción Silva mantendrá sus ojos fijos en la infancia, como tierra que aún lo nutre, en el “mullido lecho de musgo gris y verdecino helecho!”, donde edificara el pesebre, “de talco brillante las cascadas”.
No quiere salir nunca de allí, y por ello, cuando intuitivo y visionario, presagia su muerte, en “El sepulcro del bosque”, solo hablará de “zarza salvaje y silvestre yedra”, donde finalmente, “la gran naturaleza” cuidará solícita esa rústica cruz de la tumba, con “verdeoscuras coronas de maleza”.
Pero sobre esos brochazos grises, de gran pintor de oscuros fondos, el ligero trazo de un único color servirá para evocar la resurrección de la vista:
Del miosotis, las flores azuladas,
Abren el leve broche,
Como a una cita mística llamadas
Por los flotantes genios de la noche.
La leyenda cuenta que en el año que José Asunción Silva estuvo en París visitó al poeta Mallarmé en su apartamento de la rue Rome y hablaron de orquídeas. Más tarde, desde Caracas, Silva enviaría a Mallarmé una orquídea, nacida en el cerro de Ávila. La orquídea, la flor nacional de Colombia, a la cual el poeta Julio Flórez lloró en un largo canto ecológico, en contra de los recolectores de orquídeas, que derriban todo un bosque para arrancar de allí “la orquídea roja o amarilla o blanca”,
¡Pobres flores”!. Mañana en la europeacorte, engalanarán regios salones;
…
¡Ellas... las confidentes de los nidos!
La infinita riqueza y variedad de la flora colombiana se ramifica así, y se expande en muchos textos, que mantienen vivo su encanto. Y su misterio. Tal el caso del misionero español fray Juan de Santa Gertrudis, franciscano muerto en 1799, quien en su libro Maravillas de la naturaleza nos cuenta cómo a la entrada de Popayán, en el río de La Plata, hay muchos guayabos. “Y advierto que el guayabo da una flor blanca; pero cuando cae a las 24 horas ya son sus cuatro hojas cuatro mariposas”. Puro realismo mágico, sobre el cual insiste: “Yo he tenido una en la mano que ya caminaba como mariposa, y todavía sus alas eran hojas, todavía no se habían vuelto alas. La aseguré, y en cosa de una hora se despegó de la hoja y se dividió de por medio en 4 alas y se voló ya perfecta mariposa”. Hojas que vuelan, trocadas en mariposas. Los poetas asombrados perciben fenómenos que los mortales no detectan. Tal el caso de Eduardo Carranza, ensimismado en la contemplación de una rosa:
En el aire quedó la rosa escrita.
La escribió a tenue pulso la mañana.
Y puesta su mejilla en la ventana
de la luz, a lo azul cumple la cita.
Rosa: doncella embelesada. Por su parte el también colombiano José Umaña Bernal se dirigirá a la azucena calificándola de “agua de luna en desvelo”, dibujándola de este modo:
Copa de celeste yelo,
sarcófago de rocío,
celdilla de azul y frío
para la abeja del cielo.
Sí, los poetas colombianos se han inspirado, con gusto, en las flores y han vuelto perdurables sus perfumes, como José Eustasio Rivera, quien en Tierra de promisión aún nos deleita con el aroma de las “vainilleras” y aún nos mece con el “cámbulo florecido en carmines”.
El jardín por donde el poeta pasea su pasión o su hastío. El ascético huerto donde el monje medita. Los juegos galantes, en Versalles, donde cada flor enviada encierra un mensaje en clave. O la denuncia impecable que Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York, emprende en la madrugada, contra
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Así ven la doble faz de todas las cosas los grandes poetas, fieles a una tradición milenaria, que desde la Edad Media, con los poetas hebraico andaluces, como Sem Tob, en sus Proverbios morales, ya hace de las flores conceptos, con didáctica advertencia resumida en cuatro versos:
Non se puede coger rosa
sin pisar las espinas;
la miel es dulce cosa,
mas tiene agrias vecinas.
Placer y dolor. Deleite y amargura. Todos nuestros cambios y oscilaciones tienen en las flores equivalencia; y por ello su lenguaje complementa al hombre, único animal que habla. Que escribe. Como en la poesía anónima, de tipo tradicional, que nos impacta, desde el fondo de la Edad Media, con esta queja de doncella:
Dentro en el vergel
moriré.
Dentro en el rosal
matarm’ han.
Yo m’iba, mi madre,
las rosas coger;
halle mis amores
dentro en el vergel.
Dentro del rosal
matarm’ han.
Muerte y vida. Muerte enamorada que es vida inolvidable. Por eso las flores, llámense orquídeas o anturios, iris o nenúfares, nos marcan para siempre.
Por eso. Porque son ligeras y frágiles. Porque parecen volar como un ave o caer hacia la tierra, con su cáliz abierto. Porque ascienden al cielo, se envuelven con sus propios pétalos, o se abren, en la impudicia de un sexo expuesto. Borges no sería Borges si no hubiera aspirado en el sur de Buenos Aires “el olor del jazmín y la madreselva”. Y Luis Cernuda, el poeta andaluz que habló de los cuerpos como flores, escribiría un poema inolvidable sobre las “Violetas”, que bien podemos proyectar sobre todo aquello que debe llamarse, sin duda, Reino de las Flores. Dice así:
Leves, mojadas, melodiosas,
Su oscura luz morada insinuándose
Tal perla vegetal tras verdes valvas,
Son un grito de marzo, un sortilegio
De alas nacientes por el aire tibio.
Frágiles, fieles, sonríen quedamente
Con muda incitación, como sonrisa
Que brota desde un fresco labio humano.
Mas su forma graciosa nunca engaña:
Nada prometen que después traicionen.
Al marchar victoriosas a la muerte
Sostienen un momento, ellas tan frágiles,
El tiempo entre sus pétalos. Así su instante alcanza,
Norma para lo efímero que es bello,
A ser vivo embeleso en la memoria.
Nada más, y mejor, puede decirse al respecto. Solo que al repasar este prodigioso ramillete de flores, recogidas todas en Colombia, como industria o al azar de la fecunda y “gran naturaleza”, añado un “Envío” propio, surgido de este repaso feliz. De esta divagación entre los aromas del jardín literario.
Quisiera enviarte una flor,
un pensamiento nocturno de imprevisible sorpresa.
Necesitada de compartirse
por sobre el desierto habitual
y la rama que enmarca
un blanco misterio: la luna.
¿Cómo crear una flor?
Entretejer verde y rojo,
para así organizar el poema
que sea a la vez una flor.
Estrella que exhala su perfume
en la noche abierta por fin.
Sí, solo enviarte una flor,
densa, irrevocable,
irguiendo la trémula gota de sangre.
Su rojo estallido.
Y verla avanzar; llegar a tu puerta,
con su terciopelo de espinas,
con su cristal de lluvia
que irisa el conjunto.
Pretexto apenas
para saludar y decirte:
“Mira, te traje una flor”.