El Libano

Las paredes están recubiertas en seda adamascada y decoradas con variados paisajes de famosos artistas libaneses, tales como Saliba Douaihy, Omar Onsi y César Gemayel. Cuatro lámparas de cristal inundan la sala de luz. Los muebles son franceses y sobre el piso de encina alfombras orientales de vivos colores.    Antonio Castañeda Buraglia.

La escalera con balaustrada tallada acapara la atención del vestíbulo de entrada. Una fuente de mármol con tres querubines, adorna el vestíbulo.   Antonio Castañeda Buraglia.

Mesas dispuestas para 60 invitados. El comedor –iluminado por una gran araña de cristal– tiene pisos de parquet y muros enchapados en madera.   Antonio Castañeda Buraglia.

Texto de: Lily Urdinola de Bianchi

Orgullosos de su país están los libaneses. Destacan su privilegiado clima mediterráneo, con 300 días de sol al año, una cocina extraordinaria, artistas notables y una geografía que ha sido punto de encuentro de diversas y antiguas civilizaciones. En cuanto pueden mencionan al famoso poeta Kahlil Gibran, autor del célebre libro El Profeta, traducido a más de 25 idiomas, y el cedro, árbol nativo y omnipresente que, según dicen, representa la fortaleza del país. No es por accidente que éste sea recordado, una y otra vez, en la poesía, la pintura, la escultura… y hasta en la vajilla Limoges que emplean todas sus embajadas en el exterior. Desde luego, el cedro está grabado tambien en la bandera nacional.

Cada uno de los motivos de orgullo del país se encuentran bajo el techo de la Embajada de El Líbano en Washington D. C., que el Gobierno compró en 1949 como residencia para sus embajadores.

La propiedad fue adquirida seis años después que el país se independizara del mandato francés. La elección de la casa es obvia: de estuco blanco, tejuelas, mosaicos y pequeños balcones, es la típica mansión estilo mediterráneo, reinterpretado con entusiasmo por los arquitectos norteamericanos en la década de los 20 y los 30. De la patria, por cierto, se trajeron piezas únicas. Basta atravesar las rejas negras de hierro forjado de la propiedad para encontrarse –en pleno jardín– con un buen ejemplo de ello: un sarcófago “Garland”, trabajado en piedra, del siglo II.

En el interior, la luz entra en abundancia por los amplios ventanales y deja al desnudo la amplia escalera del vestíbulo de entrada, los pisos de encina, las chimeneas de mármol, las alfombras persas, el gran piano Steinway y las porcelanas francesas. Pero lo más notable es el homenaje que se le rinde –y con razón– a diversos y afamados artistas libaneses del siglo pasado que forman parte importante de la vida nacional.

En las paredes de la sala principal, en la sala de música, en el bello comedor familiar, se encuentra la memoria colectiva del Líbano. Hay reproducciones de Kahlil Gibran, impresionantes acuarelas y la magnífica colección de desnudos. Otras habitaciones están decoradas con paisajes de Omar Onsi y César Gemayel y con la pintura, cada vez más abstracta, de Saliba Douaihy, también famoso por sus frescos de la iglesia Maronita, en Diman, El Líbano.