Hotel de la Ópera

Patio central cubierto por marquesina, rodeado de arcos “carpanel” apoyados en columnas cuadradas y con piso de piedra original. Colindante con el Teatro Colón, sus habitaciones estan distribuidas en lo que una vez fueran una casa republicana y una colonial.   Cristóbal von Rothkirch.

Texto de: Enrique Santos Molano

No tiene leyendas de fantasmas, ni de aparecidos, ni de misterios remotos de la época de la Colonia, pero la forma como se gestó y se hizo el Hotel de la Ópera, en la calle 10 n.º 5-72, adyacente al Teatro Colón, en la antigua Calle del Coliseo, se convertirá en una leyenda.

La restauración de dos casonas que pertenecen a épocas distintas y distantes –la una es colonial y la otra republicana– fue obra del arquitecto Álvaro Barrera. El matrimonio indisoluble de esas dos épocas antagónicas y su conversión en un lujoso hotel de 29 habitaciones, es una obra de arte porque está forjada con las dos sustancias sin las cuales el arte no es posible: conocimiento y buen gusto.

Todo comenzó en 1992 cuando Camilo Ayerbe y su esposa Laura, de vacaciones en Colombia, caminaban por el barrio de La Candelaria “el único barrio de nuestra ciudad que le quita el sueño a un europeo”, dice Camilo, y agrega que “al lado del Teatro Colón vimos entonces la fachada blanca de un edificio de cuatro pisos, rematada por una torre que presagiaba una vista espectacular. Tenía un estilo republicano, con balcones en mampostería y una entrada principal muy señorial. Se veía que era una joya de estilo francés, que bien podría estar en una calle de París o de Buenos Aires”.

La casa republicana resultó ser dos casas: la republicana, de cuatro pisos, y una colonial, de dos, que habían pertenecido a don Luis Ramelli, quien a finales del siglo xix vino a Colombia para colaborar en la decoración del Teatro Colón y del Salón del Senado en el Capitolio. Camilo Ayerbe y Laura vieron allí la posibilidad de hacer un hotel tan novedoso como era posible en un barrio cuatricentenario. El arquitecto Barrera quedó seducido con la idea tan pronto vio las dos casonas; pero los interiores necesitaban algo más que una mano de pintura.

“Los dueños les habían inventado apartamentos con escaleras y accesos tortuosos dignos de una estampa de Escher. Todo había terminado por estropear completamente el estilo original de las dos construcciones”. Hubo que luchar contra el escepticismo –el mismo con el que tropezó Arrubla en las Galerías– “pero la aventura era prometedora”.

¿Qué hizo Barrera? “Reubicó las escaleras al centro de las dos casas y unió los dos ambientes por medio de un zaguán debajo de lo que fuera el comedor principal, hoy convertido en salón con chimenea. Las vitrinas y las puertas de los almacenes del primer piso fueron cerradas y convertidas de nuevo en ventanas de postigos, simétricas con las del segundo piso. Las cubiertas se rehicieron y reforzaron. Se rehabilitó el acceso independiente al mirador, a través de una escalera de caracol y se construyó un área nueva (una bóveda) que conectara la terraza de la casa republicana con la torre. Allí se ubicó un restaurante, El Mirador, que tiene tal vez una de las mejores vistas de la ciudad. Los muebles y las telas se importaron de Italia, escogidas de concierto con el cavaliere Bussandri, dueño de los famosos muebles que llevan su nombre, en Bassano del Grappa, Venecia”. En el contiguo edificio Stella, construido a principios de los cuarenta, el Hotel de la Ópera logró conectar un área de 870 m2 donde se ubicó un spa y un salón de conferencias, el Salón Amalfi, con cupo para 200 personas.

Con el Hotel de la Ópera, Camilo Ayerbe tiene ahora algo más que mostrarles a sus amigos europeos “que no sea sólo el Centro Andino o la Zona Rosa. Un buen punto de partida para llevarlos a pie, como debe ser, a conocer nuestros museos, nuestras iglesias y nuestras casas con los solares llenos de plantas desconocidas”.