- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Introducción
Valle central y pico El Castillo. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Vertiente noroccidental Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna de Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Cresta occidental. Pico Tulio Ospina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna Naboba. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Arenales del Ruiz. Parque Nacional de Los Nevados, Caldas. Cristóbal von Rothkirch.
Picos Sin Nombre y La Aguja. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Pico Pan de Azúcar y Púlpito del Diablo. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna Verde. Volcán Azufral, Nariño. Cristóbal von Rothkirch.
Pico norte Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
En el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. La montaña y la estrella son individuos y los individuos caducan. Busqué algo más tenaz, más vulnerable. Pensé en las generaciones de los cereales, de los pastos, de los pájaros, de los hombres. Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca.
Jorge Luis Borges
La escritura del Dios
Texto de: Juan Pablo Ruíz Soto
Las fotografías de la “Alta Colombia” que presenta Cristóbal von Rothkirch, ilustran el arte y la magia del autor y del tema. La integración entre este hombre y el escenario natural en el cual ha pasado parte importante de su vida, nos invitan a abstraernos y a globalizar, a pensar en la alta montaña como lugar sagrado, como expresión de imponentes y positivas fuerzas de la naturaleza, y como soporte de nuestra vida. Por ello, esta introducción se remonta a tiempos geológicos, a la formación de los paisajes naturales, para llegar, finalmente, a nosotros, ciudadanos del mundo que tenemos relaciones, posibilidades y responsabilidades con los espacios naturales y sociales de la alta montaña.
Las montañas son referente obligado de todas las culturas. Su estrecha relación con el ser humano se explica tanto por aspectos espirituales y culturales, como por razones fisiográficas y ecológicas que condicionan de forma significativa la evolución de la especie humana sobre la tierra. Sin las montañas todo sería plano.
Las montañas, su significado e impacto no son uniformes. La alta montaña significa una elevación muy diversa en la geografía mundial, pero siempre es el límite superior, el punto más alto y, por ello, lugar de observación, meditación y comprensión para humanos o dioses.
El origen de las imponentes cimas que sumergen en éxtasis contemplativo nuestro espíritu, está relacionado con choques de placas en la corteza terrestre. Después, los vientos, los glaciares, los volcanes y los ríos, labran y modifican su forma. Vistas así, las montañas son hechos físicos de gran magnitud.
Los cambios de elevación implican cambios rápidos e importantes de temperatura en la superficie de la corteza terrestre. La temperatura y el clima son dos factores destacados para entender el porqué de la gran diversidad en la cobertura vegetal y el poblamiento faunístico de las montañas.
Como señala el meteorólogo Albert Baumgartner en “Clima de Montaña y Gradación de Alturas”, los climas están determinados por lo que se llama el gradiente térmico. En promedio, podemos decir que cada vez que ascendemos 1.000 m., la temperatura desciende entre 5°C y 10°C y las precipitaciones aumentan 70 cm. Cada piso altitudinal tiene su propio régimen de calor, humedad, radiación solar, presión y densidad del aire. El nivel de adaptación y evolución de las distintas especies, explica la diversidad de plantas y animales en los diversos pisos térmicos.
En la alta montaña, la combinación de frío y viento define la apariencia y estructura de sus ecosistemas. Predominan allí la vegetación de baja altura y las formas entrelazadas como estrategia de adaptación a condiciones extremas. Las plantas de estos ecosistemas son de lento crecimiento. Por ello su capacidad de recuperación ante fenómenos de alteración demanda mucho tiempo, agravando la fragilidad general que las caracteriza. La fauna también debe adaptarse a las condiciones climáticas. Los mamíferos se cubren de piel espesa y, en algunos casos, deben ser ágiles trepadores. Por sus atributos y comportamiento, las aves que habitan la alta montaña han sido referente mítico en muy diversas culturas.
En su libro “Montañas Sagradas del Mundo”, el historiador Edwin Bernbaum afirma que en todos los continentes y para muchas culturas, las montañas son lugares de referencia mítica. “Como lo más alto y dramático de las características del paisaje natural, las montañas tienen un extraordinario poder para evocar lo sagrado”, señala al comienzo. Si empezamos por Asia, el continente que exhibe las mayores cimas del mundo, este poder se manifiesta en múltiples lugares del Himalaya. Su propio nombre tiene origen religioso. Himalaya es un dios hindú, padre de Parvati, la esposa de Shiva. En el continente más poblado del mundo, para el budismo, el hinduísmo, el jainismo, el sikhismo y el bon en la tradición tibetana, las altas cumbres del Himalaya son el lugar predilecto de los dioses y el escenario de las prácticas espirituales de los humanos. El Chomolungma, Sagarmatha o monte Everest para los occidentales, es también un lugar mítico para montañistas y ciudadanos de Occidente. En las cercanías del Everest, para los sherpas, el monte sagrado e inexpugnable es el Khumbila, pico que, por su carácter, ningún sherpa se atrevería a escalar. Monte sagrado por excelencia para más de 500 millones de seres humanos, es el Kailas, en el Tibet, sobre la cadena montañosa del Himalaya y origen de cuatro ríos importantes: Hindú, Brahmaputra, Sutlej y Karnali.
Pero no sólo los picos nevados del Himalaya son lugares sacros en Asia. En Japón, según la Universidad de Sophia, hay más de 354 montañas mayores consagradas e innumerables menores. Entre todas sobresale el monte Fuji, cuyo significado se vincula con el fuego y su historia de erupciones.
En el Medio Oriente, los montes están asociados con el cristianismo y el judaísmo. El monte Sinaí, lugar de la más importante alianza entre Dios y el pueblo de Israel, con los Diez Mandamientos. El monte de los Olivos con la fe cristiana. El monte Sión, en la sacrosanta ciudad de Jerusalén, con la tradición hebrea. En Europa, el monte Olimpo fue considerado por los griegos morada de Zeus.
El Kenia y el Kilimanjaro, las mayores elevaciones africanas, han representado lugares sagrados para los kikuyos y los chagga, respectivamente. Los macizos de Ahaggar y Tibesti también han sido vinculados con sus divinidades por otras comunidades del mismo continente.
En Hawai, según la mitología maorí, la vida surgió del Hikuranki. Cuando los Maorí llegaron a Nueva Zelandia, denominaron las elevaciones montes Hikurankis e identificaron algunas montañas como cuerpos petrificados de sus dioses. En su cultura existe la práctica de dejar caer los huesos de algunas personalidades en las grietas profundas de los picos nevados. Al colonizar el norte de Hawai, los polinesios también sacralizaron sus montañas, designándolas como legendario paraíso de sus dioses.
Aunque en Norteamérica los migrantes anglosajones no atribuyeron significado religioso a las montañas, para los nativos un coloso pétreo, como el McKinley? o el Denali, representa una ola de roca que, en el caso de los Koyukon, explica la relación de sus dioses con el agua y la reproducción de la vida sobre la tierra. Función semejante cumplen el San Elías, la segunda elevación de Norteamérica (5.488,8 m.) y el monte Rainier, “La Montaña” para los habitantes de Seattle, en el Estado de Washington, Estados Unidos, en cuyos casquetes glaciales, según ellos, habitan los espíritus. De otra parte, el valle de Yosemite y sus montañas son el santuario de la escalada moderna en esta parte del mundo.
En América Central y Suramérica, las referencias de montañas sagradas, tanto entre grupos aborígenes extintos como vivos, son múltiples. Tenochtitlán, la capital azteca, hoy Ciudad de México, estaba en la montaña. En Tlaloc (4.500 m.), montaña consagrada al dios de la lluvia y las tormentas, perviven aún las ruinas de un templo que estuvo dedicado a su culto. Y, aunque de las montañas venía la lluvia, también de ellas podían descender la enfermedad y las calamidades. Los Aztecas ofrecían sacrificios humanos a los dioses de las cimas nevadas del Popocatepetl y el Iztaccihuatl. Las pirámides repiten o prolongan en sus pináculos la referencia a las cimas como espacio predilecto de los dioses.
En Suramérica, los Andes, la cadena montañosa más extensa del planeta (8.534 Km), bordea la Costa Pacífica. Allí se encuentra el Chimborazo, la montaña más alta del mundo, tomando como referencia el centro de la Tierra. En el extremo norte de Suramérica se halla el Chundúa, que abarca los picos nevados de la Sierra Nevada de Santa Marta o Citurna para los indígenas (5.800 m.) donde, según la tradición de los Tairona y los Kogui, está el origen y centro del universo. La génesis de esta creencia se entiende cuando se asciende a sus picos. Desde un balcón natural al norte del Chundúa, al borde de una pared de más de 500 m. de altura, resguardados por lagunas que señalan el Oriente y Occidente, se divisa el mar Caribe. Sólo allí, acariciados por el viento de la sierra, observando la redondez de la tierra y maravillados por el espectáculo geográfico, se puede sentir cómo el mito nos invade y palpita al filo de la realidad.
Citurna es la montaña intertropical más alta del mundo en vecindad de un litoral. Por estos días (1996), el acceso a Citurna está cerrado para los hermanos menores, como nos denominan, pues Koguis, Arhuacos y Arsarios se sienten agredidos por la profanación de sus lagunas y sus cimas por parte de la cultura occidental que, sin comprender la dimensión mítica, ataca su espacio vital y les niega el inalienable derecho a la autodeterminación. El Chundúa, en la cima de Citurna, es un lugar sagrado con plena vigencia cultural.
Para los Uwa, la Sierra Nevada del Cocuy, al nororiente de Colombia, es el lugar de las deidades, las lagunas su útero y el bosque su piel. Si continuamos hacia el sur de nuestro país, encontramos innumerables montañas de carácter ceremonial o sagrado.
Y más al sur del continente americano, los escaladores chilenos Bión González y Juan Harseim encontraron, en 1952, vestigios del sitio arqueológico más alto del mundo, un templo inca en la cima del monte Llullailaco (6.723 m.), entre Chile y Argentina. Arqueólogos y montañistas han identificado más de 100 sitios incas por encima de los 5.000 m. de altura, al sur de Cuzco, la capital del imperio Inca, iniciando lo que podríamos denominar arqueología de alta montaña. En esta zona, de muy baja humedad, la línea de nieves perpetuas está muy arriba, permitiendo alcanzar las altas cumbres sin dificultad técnica.
Casi todos los hallazgos arqueológicos de alta montaña han sido sitios ceremoniales o lugares de “pagamento”. En 1954, un escalador encontró en el cerro El Plomo, cerca de Santiago de Chile, a 5.430 m., el cuerpo de un niño inca de ocho años que, en traje de ceremonia y sacrificio, permanecía conservado por el hielo. Casos similares se han presentado luego en El Toro (6.386 m.) y en Quehar (6.097,8 m.), en Argentina, donde también se han encontrado ofrendas humanas a los dioses de las montañas, al parecer en petición de lluvia y buenas cosechas. En 1958, cerca del lago Titicaca, en Bolivia, se reportó el último sacrificio humano destinado a solicitar favores de los dioses. No obstante, en la Isla del Sol, en el mismo lago, todavía se realizan frecuentes sacrificios de animales para pedir lluvias o evitar las sequías.
Desde épocas precolombinas, Ausangate, cerca a Cuzco, ha sido considerada morada de dioses. En las fiestas anuales del Cuzco, en las que se mezclan creencias incas y cristianas, se realizan grandes peregrinajes a la base de la montaña. Al amparo del cerro tutelar, se elevan cantos y se ejecutan danzas que representan el ascenso de algunos espíritus de las selvas bajas para interactuar con las deidades de las alturas. Y a menos de 93 Km de allí, espléndida y misteriosa, surge entre la bruma del tiempo la ciudad de Machu-Picchu, centro ceremonial de los Incas, cuya ubicación parece estar determinada por Paumasillo, Salcantay, Verónica y Ausangate, cuatro picos nevados, guardianes vegetales, que celosamente la protegen.
El Fiztroy y el Cerro Torre, dos de las paredes más difíciles de escalar en el mundo, tienen, según los Araucanos, un origen mítico. El cai cai, una serpiente maligna, intentó, mediante inundaciones, eliminar la raza humana; pero una serpiente amiga salvó a algunos seres en las partes altas de las montañas. Cai cai, sin embargo, convirtió sus cuerpos en los dos cerros de difícil acceso.
Esta reseña nos demuestra cómo la grandeza física de las montañas ha suscitado imágenes demiúrgicas en todos los tiempos y continentes, y cómo sólo de manera reciente, y en algunas culturas occidentales, se ha perdido el entendimiento de la estrecha relación que existe entre la vida sobre el planeta y la necesaria conservación y respeto por Pacha Mamma, la madre tierra.
Desde el punto de vista geológico, los Andes se pueden dividir en tres grandes secciones. Los Andes meridionales, una estrecha cordillera que abraza a Chile y Argentina. En la amplia meseta del altiplano boliviano, a unos 38º de latitud sur, se desprenden los Andes centrales hasta el norte del Ecuador. Allí, en Pasto, en el extremo sur de Colombia, inician su ascenso los Andes septentrionales, tres grandes ramales que fenecen cerca a la costa norte del país (vertientes occidental y central) y en Venezuela (vertiente oriental).
Para el profesor Thomas Van der Hammen, desde el mioceno hubo montañas en la zona climática del bosque andino, pero el levantamiento hasta alcanzar la altura actual sólo ocurrió entre cinco y tres millones de años antes de nuestra era. La alta montaña colombiana se formó como un archipiélago de clima frío, rodeado de climas templados y cálidos. La fuerza de la tectónica de placas dio al trópico el privilegio de disfrutar de todos los climas y generar así condiciones para el desarrollo de habitat muy diversos.
Desde la formación del istmo de Panamá, hace cinco o seis millones de años, entre el plioceno tardío y el pleistoceno temprano, se conectaron las dos grandes regiones biogeográficas de Norte y Sur América, hasta entonces aisladas y diferenciadas. Tres floras y faunas distintas –la suramericana patagónica, la suramericana tropical y la norteamericana– que competían por la ocupación de las tierras altas, poblaron paulatinamente las montañas colombianas, mediante procesos de evolución y adaptación.
En el cuaternario, hace 2.5 millones de años, se presentaron períodos glaciales e interglaciales y cambios climáticos menores. En la época glacial, la temperatura promedio era 8°C menor que ahora. Este fenómeno favoreció la extensión de los glaciares y un descenso del límite altitudinal del bosque hasta 1.300 m.s.n.m. La zona fría se amplió, se incrementaron las inmigraciones y con ello la biodiversidad en la alta montaña. En las fases interglaciales, la temperatura pudo elevarse hasta 2? por encima de la actual.
Cabe señalar que atravesamos por un período interglacial. Tal situación implica, desde la dimensión y dinámica de los tiempos geológicos, una época de retroceso natural de los glaciares. Según Flórez, el área total de glaciar en Colombia es de 85 Km², mientras que en la última glaciación se cubrieron 17.109 Km² y en la pequeña edad glacial 374 Km².
En Colombia, para pasar a términos más comprensibles, la línea de nieves perpetuas ha subido cerca de 500 m. en los últimos 140 años. El calentamiento global, consecuencia del incremento en los niveles de CO2 y la deforestación, explican la aceleración del retroceso de los glaciares en los últimos 20 años. Según previsión de J.D. Pabón, para el año 2030, aproximadamente, se podría estar dando un incremento de 2°C ó 3°C en la atmósfera que, según las tendencias actuales, definidas por actividad antrópicas, tendría, entre otros múltiples efectos, la desaparición de los glaciares colombianos y el ascenso altitudinal del páramo y el bosque de niebla. El acelerado cambio climático hará imposible la adaptación de muchas especies a la migración altitudinal y provocará un serio deterioro de los ecosistemas de alta montaña.
En términos del poblamiento florístico de la alta montaña, los primeros registros se ubican de cuatro a seis millones de años antes del presente. Dado el carácter septentrional de la región andina colombiana, ésta desempeña un importante papel en el desarrollo de la competencia biogeográfica que originó las actuales flora y fauna de los Andes. En Colombia se encuentra flora y fauna que se desplazó por corredores biológicos, tanto desde el sur como desde el norte de América.
Como área geográfica, a partir del factor topográfico, la franja inferior o bosque alto andino sube hasta los 3.300-3.400 m.; el páramo bajo o subpáramo entre los 3.300-3.600 m.; el páramo entre 3.600-4.100 m. y el superpáramo entre 4.100-4.600 m.
La segunda división se define por los niveles de agua en el sustrato y por la fisiografía que generan complejos zonales y azonales, donde los azonales en la región corresponden a los de mayor contenido de agua en el suelo. Un tercer factor que genera una nueva división tiene que ver con niveles anuales de precipitación. Esta clasificación establece tipos de ambiente: secos, semisecos, húmedos y muy húmedos. La combinación de esos factores, sumados a otros de origen antrópico, genera un gran mosaico de ecosistemas de alta montaña en el país.
En las zonas de páramo hay cuatro tipos de vegetación frecuente: matorrales o vegetación arbustiva, pajonales o vegetación herbácea, frailejonales o vegetación con un estrato arbustivo emergente, prados o vegetación con predominio del estrato rasante o, en algunos casos, con un estrato herbáceo en cobertura. Desde luego, es frecuente encontrar combinaciones entre los diversos tipos de vegetación. La intervención antrópica ha ampliado la frontera del páramo hacia abajo, y ha reemplazado el bosque alto andino por extensos y homogéneos pajonales.
El bosque nublado de Colombia merece mención especial. No es accidental, como decía Alwyn Gentry, que cuando los novelistas tratan de crear ambientes de otros mundos, vuelvan su mirada hacia los bosques de niebla en busca de inspiración. Más que cualquier otra manifestación de vida sobre la tierra, el bosque de niebla es el que evoca con mayor viveza la imagen de extrañas dimensiones en el espacio y en el tiempo. Al describir su vegetación, este autor señala: “Muchos de los grandes árboles se descomponen en heterogéneas asociaciones de plantas estranguladoras, hemiepífitas leñosas, lianas trepadoras y epífitas diversas”. A esto hay que añadir las espesas capas de musgo y líquenes que cubren troncos y ramas, y que al caminar nos obligan a hundirnos en materia orgánica. En este colchón vegetal, maravillosa interfase aire-tierra, se desarrolla gran actividad de pequeños organismos anfibios y reptiles que caracterizan el bosque nublado.
En los bosques de niebla, la sola medida del agua lluvia resulta engañosa, pues buena parte del agua disponible proviene de la niebla y la condensación. Según Jaime Cavelier, la importancia de la neblina como fuente de agua en los bosques montanos tropicales aumenta en la medida en que disminuyen las precipitaciones en forma de lluvia. Se estima que en el bosque alto andino, un 8.1 por ciento de la precipitación en forma de lluvia alcanza el suelo del bosque, el resto queda en la vegetación o se evapora.
Los bosques andinos, que abarcan sólo el 0.2 por ciento, constituyen el hábitat del 6.3 por ciento de todas las especies de aves del planeta, hecho que indica su importancia orbital. La alta montaña en los trópicos es, por excelencia, el lugar de arribo de las aves migratorias. Análisis al respecto determinan que el bosque nublado de la vertiente occidental de esta misma cordillera colombiana es el área de mayor concentración de endemismos o presencia de especies únicas que viven exclusivamente en áreas específicas de América del Sur.
En medio de un gran desconocimiento, avanza implacable la destrucción de la flora y la fauna de los bosques altoandinos. Mientras el botánico Alwyn Gentry señala que cerca de la mitad de las especies del bosque nublado aún no ha sido clasificada, y el biólogo Bernardo Ortiz subraya con preocupación que el 90 por ciento del bosque montano ya se destruyó, Germán Andrade hace una afirmación que debe alertar y crear conciencia en los ciudadanos del mundo: estamos pasando rápidamente de la megadiversidad a la megaextinción. Esta serie de preocupaciones obliga a reorientar los esfuerzos de los proyectos de conservación de los ecosistemas. No sólo es necesario preocuparse de la cobertura vegetal, sino también de la fauna mayor y menor que la habita.
En la medida en que aumenta el frío, disminuye el número de especies adaptadas y aumenta el endemismo. Para Bernardo Ortiz, por ejemplo, de los anfibios que habitan por encima de los 2.500 m., el 98,6 por ciento son endémicos. Los murciélagos son un grupo muy sensible a las bajas temperaturas. Sólo un 10 a 15 por ciento de las especies registradas en Colombia visita las zonas frías.
Las montañas tropicales, a diferencia de las de zonas templadas, son el lugar predilecto para la habitación del “Homo sapiens”. El antropólogo Carlos Castaño calcula que entre los 1.500 y los 3.000 m.s.n.m. se establecieron el 35 por ciento de las etnias y comunidades indígenas prehispánicas, el 38 por ciento de la población criolla durante la colonia y el 58 por ciento de los asentamientos rurales y urbanos de la Colombia actual.
La familia macrolingüística chibcha, que predominó en la habitación de la alta montaña colombiana, manejaba la agricultura intensiva de ladera. A diferencia de los grupos amazónicos, no utilizaba la técnica de tala y quema sino la de corte y cubierta, método relacionado, sin duda, con las características topográficas de sus áreas de cultivo.
La llegada de los españoles acentuó el uso de las laderas andinas, tierras más gratas y saludables por su clima primaveral. En las montañas se encontraban los grupos indígenas más desarrollados que fueron sometidos y pasaron a servir a los conquistadores. Los pequeños policultivos practicados por los indígenas fueron abandonados y el español impuso el monocultivo extensivo. Dentro de los cultivos nativos que desde la Colonia empezaron a desplazar el bosque alto andino y luego los ecosistemas naturales del páramo, está la papa, domesticada por los indígenas más de 5.000 años atrás. Se calcula que existen no menos de 580 especies silvestres y cerca de 5.000 variedades distintas del tubérculo. De manos de los antioqueños se avanzó en la colonización y destrucción del bosque nublado, mientras los cundiboyacenses son protagonistas principales de la extensión de los cultivos de papa y la posterior potrerización del páramo.
La quema para propósitos de ganadería extensiva y cultivo de papa es la forma de intervención antrópica que más viene afectando los ecosistemas de páramo en la alta montaña colombiana. La papa, el haba, el trigo y la cebada son cultivos frecuentes en áreas de páramo. Según los investigadores Francisco González y Felipe Cárdenas, la intervención antrópica en algunas zonas de páramo se inicia desde épocas prehispánicas, pero se intensifica en los últimos 50 años, generando vastas praderas en el piso altitudinal que por naturaleza corresponde a los ecosistemas de páramo. La contribución a la producción agropecuaria, resultante de estas praderas, es muy pobre, pues la capacidad de carga es de una tercera parte con relación a las tierras de aptitud ganadera.
Entre los efectos negativos del uso del páramo para producción directa, Andrés Etter y Orlando Vargas señalan la homogenización de la vegetación con predominio de pajonales y pérdida de la diversidad biótica, la reducción de la fauna por pérdida de fuentes alimenticias y lugares de refugio, el aumento de la escorrentía, la pérdida de la capacidad de regulación hídrica y la aparición o aceleración de procesos erosivos. Además, la introducción de ganado en el ecosistema transforma la estructura del suelo, afecta la capacidad de absorción y retención de agua, conduce a la extinción de especies de flora nativa e introduce especies que entran a competir con las nativas.
La siembra de papa erradica la cobertura vegetal nativa, favorece la pérdida de suelo y afecta la vida silvestre por el uso de plaguicidas y otros agroquímicos. Las fábricas de aguas, como llamaba el geógrafo Ernesto Guhl a los páramos, desaparecen al modificar la estructura y dinámica de sus ecosistemas naturales. Algunas plantas de páramo pueden retener hasta 40 veces su peso en agua, según estima el ecólogo Jorge Hernández,
En el caso del bosque nublado, la situación no es menos alarmante. Algunos
modelos de simulación, según evidencia Cavelier, muestran cómo la conversión del bosque nublado en áreas de pastizales, aumenta la temperatura del aire en 2,5°C y la del suelo en 3,5°C; reduce la evaporación entre el 20 y el 50 por ciento, disminuye la precipitación entre el 20 y el 26 por ciento e incrementa la época de sequía. Al disminuir la cobertura vegetal, aumenta la escorrentía y con ello la pérdida de suelo, situación que genera inundaciones en las partes bajas de las cuencas hidrográficas en épocas de lluvias, y sequías en los períodos de menor precipitación, con efectos económicos, sociales y ecológicos aún no cuantificados.
En un país que ocupa el cuarto lugar del mundo en la disponibilidad per cápita de agua dulce, esta riqueza se ha convertido en un recurso paradójico. Deforestadas sus cumbres, el alto nivel de precipitación se convierte en una amenaza para los pobladores ribereños y agricultores de zonas bajas. Cada año, centenares de familias ven su porvenir enterrado bajo marejadas de lodo. Cuando amaina el diluvio de desgracias, el problema empeora: cada vez las sequías son más intensas y más prolongadas. Nos morimos de sed sobre nuestro propio tesoro. La Evaluación de Conservación de Ecorregiones de América Latina y el Caribe adelantada por un grupo de expertos, liderados por The World Wildlife Fund y el Banco Mundial, en 1995, clasifica los bosques altos andinos colombianos como de interés global, condición crítica y alta prioridad de conservación, entre todos los bosques húmedos de Latinoamérica. La conservación de nuestros páramos y bosques de niebla es vital para nosotros los colombianos, tan estrechamente ligados al ciclo vital de las montañas tropicales, como también para el resto de la humanidad, dada su riqueza biodiversa y su potencial de aprovechamiento y beneficio futuro.
Lo argumentado en este escrito evidencia la importancia de los ecosistemas naturales de alta montaña en el pasado, presente y futuro de la vida local y global, su aporte al proceso regulador del comportamiento hídrico de nuestras cuencas y su importante efecto sobre el resto del país en el control de la erosión de suelo y los deslizamientos en masa en épocas de alta precipitación o intensas sequías. Factores estos que limitan la adecuada utilización del agua en la producción agropecuaria e inciden en el bienestar social de los colombianos.
Por la riqueza y diversidad de su fauna y flora, por la oferta natural con que ha contribuido a la alimentación, al uso medicinal y la satisfacción de necesidades mítico-religiosas, por la importancia creciente que para los seres humanos cobra el paisaje de montaña como fenómeno natural, como paraíso de la biodiversidad, como espacio natural y sagrado por su condición de santuario de los nacimientos de agua y como lugar de expansión del espíritu, en una sociedad cada vez más sedienta, congestionada y aplanada en los valles de la vida urbana, la capacidad de negociación nacional para el aprovechamiento global de la biodiversidad debe generar importantes dividendos tanto a comunidades locales como al pueblo colombiano en general.
Es absurdo, entonces, que estemos destruyendo nuestro ecosistema de alta montaña. El sentido común se opone a nuestra realidad. Una realidad que avanza firme hacia la destrucción de lo poco que aún queda de los ecosistemas naturales de bosque nublado y páramo. Algo falta en nuestro análisis para comprender esta paradoja: la lógica de la destrucción. Una lógica que, lejos de ser irracional, nos demuestra la pobre capacidad de comprensión y gestión de quienes argumentamos en favor de la conservación.
Los actores directos de la destrucción –aparentemente los únicos responsables– son quienes dependen de la transformación de los ecosistemas de alta montaña. Quien arrasa mediante quemas sistemáticas el ecosistema natural de páramo y lo convierte en pajonales simples, de baja productividad ganadera, no es un ignorante, es un profundo conocedor del páramo, de sus virtudes y de los positivos efectos de su conservación sobre el resto de la sociedad. Pero, como actor vital, se encuentra ante la disyuntiva: si quema, destruye el páramo; si no quema, el beneficio social se alcanzará a costa suya, de su familia y de sus parientes próximos.
Aún es tiempo de hacer conservación preventiva en algunos lugares y combinarla con gestión curativa en otros. Eso sí, cada día es más costoso. Paradójicamente, la conservación no depende del habitante del páramo, sino del habitante de la ciudad y de su entendimiento de las interrelaciones globales como ser social y como actor de responsabilidad individual. El reto es la generación de instrumentos de planificación y gestión ambiental que permitan conservar y generar posibilidades sociales de beneficio para el habitante del páramo. Una fórmula que comprometa al ciudadano común que recibe el acueducto en su casa, al productor agropecuario que riega plantíos en los valles, al industrial manufacturero que usa el agua en sus procesos productivos, al turista desprevenido que aprovecha las montañas como espacios de recreación y vida, en fin, a toda la trama social con el pago de sobretasas para la conservación. Mientras esto no se logre, las propuestas para salvar la sagrada montaña no pasarán de ser un ejercicio pedagógico e improductivo y un intento de gestión burocrática ineficiente.
Como ciudadanos del mundo, es nuestra responsabilidad pensar globalmente y contribuir a la identificación y ejecución de mecanismos de transferencia de recursos financieros para la conservación y recuperación de los ecosistemas de alta montaña. No podemos pretender que el habitante del páramo piense globalmente y sufra localmente.
Si no tomamos conciencia de nuestra responsabilidad, si no actuamos ahora, los paisajes capturados por el lente mágico de Cristóbal von Rothkirch, empalidecerán, se perderán muchas de sus especies, se secarán y cuartearán sus suelos, hasta transformarse en fotografías artísticas que demanden la defensa de la Alta Colombia. De nosotros depende que este fabuloso volumen, que hoy publica Benjamín Villegas, no se convierta, por falta de estrategia colectiva, en una extraña versión orográfica del retrato de Dorian Gray.
#AmorPorColombia
Introducción
Valle central y pico El Castillo. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Vertiente noroccidental Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna de Los Témpanos. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Cresta occidental. Pico Tulio Ospina. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna Naboba. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Arenales del Ruiz. Parque Nacional de Los Nevados, Caldas. Cristóbal von Rothkirch.
Picos Sin Nombre y La Aguja. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Pico Pan de Azúcar y Púlpito del Diablo. Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. Cristóbal von Rothkirch.
Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
Laguna Verde. Volcán Azufral, Nariño. Cristóbal von Rothkirch.
Pico norte Nevado del Huila. Cristóbal von Rothkirch.
En el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. La montaña y la estrella son individuos y los individuos caducan. Busqué algo más tenaz, más vulnerable. Pensé en las generaciones de los cereales, de los pastos, de los pájaros, de los hombres. Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca.
Jorge Luis Borges
La escritura del Dios
Texto de: Juan Pablo Ruíz Soto
Las fotografías de la “Alta Colombia” que presenta Cristóbal von Rothkirch, ilustran el arte y la magia del autor y del tema. La integración entre este hombre y el escenario natural en el cual ha pasado parte importante de su vida, nos invitan a abstraernos y a globalizar, a pensar en la alta montaña como lugar sagrado, como expresión de imponentes y positivas fuerzas de la naturaleza, y como soporte de nuestra vida. Por ello, esta introducción se remonta a tiempos geológicos, a la formación de los paisajes naturales, para llegar, finalmente, a nosotros, ciudadanos del mundo que tenemos relaciones, posibilidades y responsabilidades con los espacios naturales y sociales de la alta montaña.
Las montañas son referente obligado de todas las culturas. Su estrecha relación con el ser humano se explica tanto por aspectos espirituales y culturales, como por razones fisiográficas y ecológicas que condicionan de forma significativa la evolución de la especie humana sobre la tierra. Sin las montañas todo sería plano.
Las montañas, su significado e impacto no son uniformes. La alta montaña significa una elevación muy diversa en la geografía mundial, pero siempre es el límite superior, el punto más alto y, por ello, lugar de observación, meditación y comprensión para humanos o dioses.
El origen de las imponentes cimas que sumergen en éxtasis contemplativo nuestro espíritu, está relacionado con choques de placas en la corteza terrestre. Después, los vientos, los glaciares, los volcanes y los ríos, labran y modifican su forma. Vistas así, las montañas son hechos físicos de gran magnitud.
Los cambios de elevación implican cambios rápidos e importantes de temperatura en la superficie de la corteza terrestre. La temperatura y el clima son dos factores destacados para entender el porqué de la gran diversidad en la cobertura vegetal y el poblamiento faunístico de las montañas.
Como señala el meteorólogo Albert Baumgartner en “Clima de Montaña y Gradación de Alturas”, los climas están determinados por lo que se llama el gradiente térmico. En promedio, podemos decir que cada vez que ascendemos 1.000 m., la temperatura desciende entre 5°C y 10°C y las precipitaciones aumentan 70 cm. Cada piso altitudinal tiene su propio régimen de calor, humedad, radiación solar, presión y densidad del aire. El nivel de adaptación y evolución de las distintas especies, explica la diversidad de plantas y animales en los diversos pisos térmicos.
En la alta montaña, la combinación de frío y viento define la apariencia y estructura de sus ecosistemas. Predominan allí la vegetación de baja altura y las formas entrelazadas como estrategia de adaptación a condiciones extremas. Las plantas de estos ecosistemas son de lento crecimiento. Por ello su capacidad de recuperación ante fenómenos de alteración demanda mucho tiempo, agravando la fragilidad general que las caracteriza. La fauna también debe adaptarse a las condiciones climáticas. Los mamíferos se cubren de piel espesa y, en algunos casos, deben ser ágiles trepadores. Por sus atributos y comportamiento, las aves que habitan la alta montaña han sido referente mítico en muy diversas culturas.
En su libro “Montañas Sagradas del Mundo”, el historiador Edwin Bernbaum afirma que en todos los continentes y para muchas culturas, las montañas son lugares de referencia mítica. “Como lo más alto y dramático de las características del paisaje natural, las montañas tienen un extraordinario poder para evocar lo sagrado”, señala al comienzo. Si empezamos por Asia, el continente que exhibe las mayores cimas del mundo, este poder se manifiesta en múltiples lugares del Himalaya. Su propio nombre tiene origen religioso. Himalaya es un dios hindú, padre de Parvati, la esposa de Shiva. En el continente más poblado del mundo, para el budismo, el hinduísmo, el jainismo, el sikhismo y el bon en la tradición tibetana, las altas cumbres del Himalaya son el lugar predilecto de los dioses y el escenario de las prácticas espirituales de los humanos. El Chomolungma, Sagarmatha o monte Everest para los occidentales, es también un lugar mítico para montañistas y ciudadanos de Occidente. En las cercanías del Everest, para los sherpas, el monte sagrado e inexpugnable es el Khumbila, pico que, por su carácter, ningún sherpa se atrevería a escalar. Monte sagrado por excelencia para más de 500 millones de seres humanos, es el Kailas, en el Tibet, sobre la cadena montañosa del Himalaya y origen de cuatro ríos importantes: Hindú, Brahmaputra, Sutlej y Karnali.
Pero no sólo los picos nevados del Himalaya son lugares sacros en Asia. En Japón, según la Universidad de Sophia, hay más de 354 montañas mayores consagradas e innumerables menores. Entre todas sobresale el monte Fuji, cuyo significado se vincula con el fuego y su historia de erupciones.
En el Medio Oriente, los montes están asociados con el cristianismo y el judaísmo. El monte Sinaí, lugar de la más importante alianza entre Dios y el pueblo de Israel, con los Diez Mandamientos. El monte de los Olivos con la fe cristiana. El monte Sión, en la sacrosanta ciudad de Jerusalén, con la tradición hebrea. En Europa, el monte Olimpo fue considerado por los griegos morada de Zeus.
El Kenia y el Kilimanjaro, las mayores elevaciones africanas, han representado lugares sagrados para los kikuyos y los chagga, respectivamente. Los macizos de Ahaggar y Tibesti también han sido vinculados con sus divinidades por otras comunidades del mismo continente.
En Hawai, según la mitología maorí, la vida surgió del Hikuranki. Cuando los Maorí llegaron a Nueva Zelandia, denominaron las elevaciones montes Hikurankis e identificaron algunas montañas como cuerpos petrificados de sus dioses. En su cultura existe la práctica de dejar caer los huesos de algunas personalidades en las grietas profundas de los picos nevados. Al colonizar el norte de Hawai, los polinesios también sacralizaron sus montañas, designándolas como legendario paraíso de sus dioses.
Aunque en Norteamérica los migrantes anglosajones no atribuyeron significado religioso a las montañas, para los nativos un coloso pétreo, como el McKinley? o el Denali, representa una ola de roca que, en el caso de los Koyukon, explica la relación de sus dioses con el agua y la reproducción de la vida sobre la tierra. Función semejante cumplen el San Elías, la segunda elevación de Norteamérica (5.488,8 m.) y el monte Rainier, “La Montaña” para los habitantes de Seattle, en el Estado de Washington, Estados Unidos, en cuyos casquetes glaciales, según ellos, habitan los espíritus. De otra parte, el valle de Yosemite y sus montañas son el santuario de la escalada moderna en esta parte del mundo.
En América Central y Suramérica, las referencias de montañas sagradas, tanto entre grupos aborígenes extintos como vivos, son múltiples. Tenochtitlán, la capital azteca, hoy Ciudad de México, estaba en la montaña. En Tlaloc (4.500 m.), montaña consagrada al dios de la lluvia y las tormentas, perviven aún las ruinas de un templo que estuvo dedicado a su culto. Y, aunque de las montañas venía la lluvia, también de ellas podían descender la enfermedad y las calamidades. Los Aztecas ofrecían sacrificios humanos a los dioses de las cimas nevadas del Popocatepetl y el Iztaccihuatl. Las pirámides repiten o prolongan en sus pináculos la referencia a las cimas como espacio predilecto de los dioses.
En Suramérica, los Andes, la cadena montañosa más extensa del planeta (8.534 Km), bordea la Costa Pacífica. Allí se encuentra el Chimborazo, la montaña más alta del mundo, tomando como referencia el centro de la Tierra. En el extremo norte de Suramérica se halla el Chundúa, que abarca los picos nevados de la Sierra Nevada de Santa Marta o Citurna para los indígenas (5.800 m.) donde, según la tradición de los Tairona y los Kogui, está el origen y centro del universo. La génesis de esta creencia se entiende cuando se asciende a sus picos. Desde un balcón natural al norte del Chundúa, al borde de una pared de más de 500 m. de altura, resguardados por lagunas que señalan el Oriente y Occidente, se divisa el mar Caribe. Sólo allí, acariciados por el viento de la sierra, observando la redondez de la tierra y maravillados por el espectáculo geográfico, se puede sentir cómo el mito nos invade y palpita al filo de la realidad.
Citurna es la montaña intertropical más alta del mundo en vecindad de un litoral. Por estos días (1996), el acceso a Citurna está cerrado para los hermanos menores, como nos denominan, pues Koguis, Arhuacos y Arsarios se sienten agredidos por la profanación de sus lagunas y sus cimas por parte de la cultura occidental que, sin comprender la dimensión mítica, ataca su espacio vital y les niega el inalienable derecho a la autodeterminación. El Chundúa, en la cima de Citurna, es un lugar sagrado con plena vigencia cultural.
Para los Uwa, la Sierra Nevada del Cocuy, al nororiente de Colombia, es el lugar de las deidades, las lagunas su útero y el bosque su piel. Si continuamos hacia el sur de nuestro país, encontramos innumerables montañas de carácter ceremonial o sagrado.
Y más al sur del continente americano, los escaladores chilenos Bión González y Juan Harseim encontraron, en 1952, vestigios del sitio arqueológico más alto del mundo, un templo inca en la cima del monte Llullailaco (6.723 m.), entre Chile y Argentina. Arqueólogos y montañistas han identificado más de 100 sitios incas por encima de los 5.000 m. de altura, al sur de Cuzco, la capital del imperio Inca, iniciando lo que podríamos denominar arqueología de alta montaña. En esta zona, de muy baja humedad, la línea de nieves perpetuas está muy arriba, permitiendo alcanzar las altas cumbres sin dificultad técnica.
Casi todos los hallazgos arqueológicos de alta montaña han sido sitios ceremoniales o lugares de “pagamento”. En 1954, un escalador encontró en el cerro El Plomo, cerca de Santiago de Chile, a 5.430 m., el cuerpo de un niño inca de ocho años que, en traje de ceremonia y sacrificio, permanecía conservado por el hielo. Casos similares se han presentado luego en El Toro (6.386 m.) y en Quehar (6.097,8 m.), en Argentina, donde también se han encontrado ofrendas humanas a los dioses de las montañas, al parecer en petición de lluvia y buenas cosechas. En 1958, cerca del lago Titicaca, en Bolivia, se reportó el último sacrificio humano destinado a solicitar favores de los dioses. No obstante, en la Isla del Sol, en el mismo lago, todavía se realizan frecuentes sacrificios de animales para pedir lluvias o evitar las sequías.
Desde épocas precolombinas, Ausangate, cerca a Cuzco, ha sido considerada morada de dioses. En las fiestas anuales del Cuzco, en las que se mezclan creencias incas y cristianas, se realizan grandes peregrinajes a la base de la montaña. Al amparo del cerro tutelar, se elevan cantos y se ejecutan danzas que representan el ascenso de algunos espíritus de las selvas bajas para interactuar con las deidades de las alturas. Y a menos de 93 Km de allí, espléndida y misteriosa, surge entre la bruma del tiempo la ciudad de Machu-Picchu, centro ceremonial de los Incas, cuya ubicación parece estar determinada por Paumasillo, Salcantay, Verónica y Ausangate, cuatro picos nevados, guardianes vegetales, que celosamente la protegen.
El Fiztroy y el Cerro Torre, dos de las paredes más difíciles de escalar en el mundo, tienen, según los Araucanos, un origen mítico. El cai cai, una serpiente maligna, intentó, mediante inundaciones, eliminar la raza humana; pero una serpiente amiga salvó a algunos seres en las partes altas de las montañas. Cai cai, sin embargo, convirtió sus cuerpos en los dos cerros de difícil acceso.
Esta reseña nos demuestra cómo la grandeza física de las montañas ha suscitado imágenes demiúrgicas en todos los tiempos y continentes, y cómo sólo de manera reciente, y en algunas culturas occidentales, se ha perdido el entendimiento de la estrecha relación que existe entre la vida sobre el planeta y la necesaria conservación y respeto por Pacha Mamma, la madre tierra.
Desde el punto de vista geológico, los Andes se pueden dividir en tres grandes secciones. Los Andes meridionales, una estrecha cordillera que abraza a Chile y Argentina. En la amplia meseta del altiplano boliviano, a unos 38º de latitud sur, se desprenden los Andes centrales hasta el norte del Ecuador. Allí, en Pasto, en el extremo sur de Colombia, inician su ascenso los Andes septentrionales, tres grandes ramales que fenecen cerca a la costa norte del país (vertientes occidental y central) y en Venezuela (vertiente oriental).
Para el profesor Thomas Van der Hammen, desde el mioceno hubo montañas en la zona climática del bosque andino, pero el levantamiento hasta alcanzar la altura actual sólo ocurrió entre cinco y tres millones de años antes de nuestra era. La alta montaña colombiana se formó como un archipiélago de clima frío, rodeado de climas templados y cálidos. La fuerza de la tectónica de placas dio al trópico el privilegio de disfrutar de todos los climas y generar así condiciones para el desarrollo de habitat muy diversos.
Desde la formación del istmo de Panamá, hace cinco o seis millones de años, entre el plioceno tardío y el pleistoceno temprano, se conectaron las dos grandes regiones biogeográficas de Norte y Sur América, hasta entonces aisladas y diferenciadas. Tres floras y faunas distintas –la suramericana patagónica, la suramericana tropical y la norteamericana– que competían por la ocupación de las tierras altas, poblaron paulatinamente las montañas colombianas, mediante procesos de evolución y adaptación.
En el cuaternario, hace 2.5 millones de años, se presentaron períodos glaciales e interglaciales y cambios climáticos menores. En la época glacial, la temperatura promedio era 8°C menor que ahora. Este fenómeno favoreció la extensión de los glaciares y un descenso del límite altitudinal del bosque hasta 1.300 m.s.n.m. La zona fría se amplió, se incrementaron las inmigraciones y con ello la biodiversidad en la alta montaña. En las fases interglaciales, la temperatura pudo elevarse hasta 2? por encima de la actual.
Cabe señalar que atravesamos por un período interglacial. Tal situación implica, desde la dimensión y dinámica de los tiempos geológicos, una época de retroceso natural de los glaciares. Según Flórez, el área total de glaciar en Colombia es de 85 Km², mientras que en la última glaciación se cubrieron 17.109 Km² y en la pequeña edad glacial 374 Km².
En Colombia, para pasar a términos más comprensibles, la línea de nieves perpetuas ha subido cerca de 500 m. en los últimos 140 años. El calentamiento global, consecuencia del incremento en los niveles de CO2 y la deforestación, explican la aceleración del retroceso de los glaciares en los últimos 20 años. Según previsión de J.D. Pabón, para el año 2030, aproximadamente, se podría estar dando un incremento de 2°C ó 3°C en la atmósfera que, según las tendencias actuales, definidas por actividad antrópicas, tendría, entre otros múltiples efectos, la desaparición de los glaciares colombianos y el ascenso altitudinal del páramo y el bosque de niebla. El acelerado cambio climático hará imposible la adaptación de muchas especies a la migración altitudinal y provocará un serio deterioro de los ecosistemas de alta montaña.
En términos del poblamiento florístico de la alta montaña, los primeros registros se ubican de cuatro a seis millones de años antes del presente. Dado el carácter septentrional de la región andina colombiana, ésta desempeña un importante papel en el desarrollo de la competencia biogeográfica que originó las actuales flora y fauna de los Andes. En Colombia se encuentra flora y fauna que se desplazó por corredores biológicos, tanto desde el sur como desde el norte de América.
Como área geográfica, a partir del factor topográfico, la franja inferior o bosque alto andino sube hasta los 3.300-3.400 m.; el páramo bajo o subpáramo entre los 3.300-3.600 m.; el páramo entre 3.600-4.100 m. y el superpáramo entre 4.100-4.600 m.
La segunda división se define por los niveles de agua en el sustrato y por la fisiografía que generan complejos zonales y azonales, donde los azonales en la región corresponden a los de mayor contenido de agua en el suelo. Un tercer factor que genera una nueva división tiene que ver con niveles anuales de precipitación. Esta clasificación establece tipos de ambiente: secos, semisecos, húmedos y muy húmedos. La combinación de esos factores, sumados a otros de origen antrópico, genera un gran mosaico de ecosistemas de alta montaña en el país.
En las zonas de páramo hay cuatro tipos de vegetación frecuente: matorrales o vegetación arbustiva, pajonales o vegetación herbácea, frailejonales o vegetación con un estrato arbustivo emergente, prados o vegetación con predominio del estrato rasante o, en algunos casos, con un estrato herbáceo en cobertura. Desde luego, es frecuente encontrar combinaciones entre los diversos tipos de vegetación. La intervención antrópica ha ampliado la frontera del páramo hacia abajo, y ha reemplazado el bosque alto andino por extensos y homogéneos pajonales.
El bosque nublado de Colombia merece mención especial. No es accidental, como decía Alwyn Gentry, que cuando los novelistas tratan de crear ambientes de otros mundos, vuelvan su mirada hacia los bosques de niebla en busca de inspiración. Más que cualquier otra manifestación de vida sobre la tierra, el bosque de niebla es el que evoca con mayor viveza la imagen de extrañas dimensiones en el espacio y en el tiempo. Al describir su vegetación, este autor señala: “Muchos de los grandes árboles se descomponen en heterogéneas asociaciones de plantas estranguladoras, hemiepífitas leñosas, lianas trepadoras y epífitas diversas”. A esto hay que añadir las espesas capas de musgo y líquenes que cubren troncos y ramas, y que al caminar nos obligan a hundirnos en materia orgánica. En este colchón vegetal, maravillosa interfase aire-tierra, se desarrolla gran actividad de pequeños organismos anfibios y reptiles que caracterizan el bosque nublado.
En los bosques de niebla, la sola medida del agua lluvia resulta engañosa, pues buena parte del agua disponible proviene de la niebla y la condensación. Según Jaime Cavelier, la importancia de la neblina como fuente de agua en los bosques montanos tropicales aumenta en la medida en que disminuyen las precipitaciones en forma de lluvia. Se estima que en el bosque alto andino, un 8.1 por ciento de la precipitación en forma de lluvia alcanza el suelo del bosque, el resto queda en la vegetación o se evapora.
Los bosques andinos, que abarcan sólo el 0.2 por ciento, constituyen el hábitat del 6.3 por ciento de todas las especies de aves del planeta, hecho que indica su importancia orbital. La alta montaña en los trópicos es, por excelencia, el lugar de arribo de las aves migratorias. Análisis al respecto determinan que el bosque nublado de la vertiente occidental de esta misma cordillera colombiana es el área de mayor concentración de endemismos o presencia de especies únicas que viven exclusivamente en áreas específicas de América del Sur.
En medio de un gran desconocimiento, avanza implacable la destrucción de la flora y la fauna de los bosques altoandinos. Mientras el botánico Alwyn Gentry señala que cerca de la mitad de las especies del bosque nublado aún no ha sido clasificada, y el biólogo Bernardo Ortiz subraya con preocupación que el 90 por ciento del bosque montano ya se destruyó, Germán Andrade hace una afirmación que debe alertar y crear conciencia en los ciudadanos del mundo: estamos pasando rápidamente de la megadiversidad a la megaextinción. Esta serie de preocupaciones obliga a reorientar los esfuerzos de los proyectos de conservación de los ecosistemas. No sólo es necesario preocuparse de la cobertura vegetal, sino también de la fauna mayor y menor que la habita.
En la medida en que aumenta el frío, disminuye el número de especies adaptadas y aumenta el endemismo. Para Bernardo Ortiz, por ejemplo, de los anfibios que habitan por encima de los 2.500 m., el 98,6 por ciento son endémicos. Los murciélagos son un grupo muy sensible a las bajas temperaturas. Sólo un 10 a 15 por ciento de las especies registradas en Colombia visita las zonas frías.
Las montañas tropicales, a diferencia de las de zonas templadas, son el lugar predilecto para la habitación del “Homo sapiens”. El antropólogo Carlos Castaño calcula que entre los 1.500 y los 3.000 m.s.n.m. se establecieron el 35 por ciento de las etnias y comunidades indígenas prehispánicas, el 38 por ciento de la población criolla durante la colonia y el 58 por ciento de los asentamientos rurales y urbanos de la Colombia actual.
La familia macrolingüística chibcha, que predominó en la habitación de la alta montaña colombiana, manejaba la agricultura intensiva de ladera. A diferencia de los grupos amazónicos, no utilizaba la técnica de tala y quema sino la de corte y cubierta, método relacionado, sin duda, con las características topográficas de sus áreas de cultivo.
La llegada de los españoles acentuó el uso de las laderas andinas, tierras más gratas y saludables por su clima primaveral. En las montañas se encontraban los grupos indígenas más desarrollados que fueron sometidos y pasaron a servir a los conquistadores. Los pequeños policultivos practicados por los indígenas fueron abandonados y el español impuso el monocultivo extensivo. Dentro de los cultivos nativos que desde la Colonia empezaron a desplazar el bosque alto andino y luego los ecosistemas naturales del páramo, está la papa, domesticada por los indígenas más de 5.000 años atrás. Se calcula que existen no menos de 580 especies silvestres y cerca de 5.000 variedades distintas del tubérculo. De manos de los antioqueños se avanzó en la colonización y destrucción del bosque nublado, mientras los cundiboyacenses son protagonistas principales de la extensión de los cultivos de papa y la posterior potrerización del páramo.
La quema para propósitos de ganadería extensiva y cultivo de papa es la forma de intervención antrópica que más viene afectando los ecosistemas de páramo en la alta montaña colombiana. La papa, el haba, el trigo y la cebada son cultivos frecuentes en áreas de páramo. Según los investigadores Francisco González y Felipe Cárdenas, la intervención antrópica en algunas zonas de páramo se inicia desde épocas prehispánicas, pero se intensifica en los últimos 50 años, generando vastas praderas en el piso altitudinal que por naturaleza corresponde a los ecosistemas de páramo. La contribución a la producción agropecuaria, resultante de estas praderas, es muy pobre, pues la capacidad de carga es de una tercera parte con relación a las tierras de aptitud ganadera.
Entre los efectos negativos del uso del páramo para producción directa, Andrés Etter y Orlando Vargas señalan la homogenización de la vegetación con predominio de pajonales y pérdida de la diversidad biótica, la reducción de la fauna por pérdida de fuentes alimenticias y lugares de refugio, el aumento de la escorrentía, la pérdida de la capacidad de regulación hídrica y la aparición o aceleración de procesos erosivos. Además, la introducción de ganado en el ecosistema transforma la estructura del suelo, afecta la capacidad de absorción y retención de agua, conduce a la extinción de especies de flora nativa e introduce especies que entran a competir con las nativas.
La siembra de papa erradica la cobertura vegetal nativa, favorece la pérdida de suelo y afecta la vida silvestre por el uso de plaguicidas y otros agroquímicos. Las fábricas de aguas, como llamaba el geógrafo Ernesto Guhl a los páramos, desaparecen al modificar la estructura y dinámica de sus ecosistemas naturales. Algunas plantas de páramo pueden retener hasta 40 veces su peso en agua, según estima el ecólogo Jorge Hernández,
En el caso del bosque nublado, la situación no es menos alarmante. Algunos
modelos de simulación, según evidencia Cavelier, muestran cómo la conversión del bosque nublado en áreas de pastizales, aumenta la temperatura del aire en 2,5°C y la del suelo en 3,5°C; reduce la evaporación entre el 20 y el 50 por ciento, disminuye la precipitación entre el 20 y el 26 por ciento e incrementa la época de sequía. Al disminuir la cobertura vegetal, aumenta la escorrentía y con ello la pérdida de suelo, situación que genera inundaciones en las partes bajas de las cuencas hidrográficas en épocas de lluvias, y sequías en los períodos de menor precipitación, con efectos económicos, sociales y ecológicos aún no cuantificados.
En un país que ocupa el cuarto lugar del mundo en la disponibilidad per cápita de agua dulce, esta riqueza se ha convertido en un recurso paradójico. Deforestadas sus cumbres, el alto nivel de precipitación se convierte en una amenaza para los pobladores ribereños y agricultores de zonas bajas. Cada año, centenares de familias ven su porvenir enterrado bajo marejadas de lodo. Cuando amaina el diluvio de desgracias, el problema empeora: cada vez las sequías son más intensas y más prolongadas. Nos morimos de sed sobre nuestro propio tesoro. La Evaluación de Conservación de Ecorregiones de América Latina y el Caribe adelantada por un grupo de expertos, liderados por The World Wildlife Fund y el Banco Mundial, en 1995, clasifica los bosques altos andinos colombianos como de interés global, condición crítica y alta prioridad de conservación, entre todos los bosques húmedos de Latinoamérica. La conservación de nuestros páramos y bosques de niebla es vital para nosotros los colombianos, tan estrechamente ligados al ciclo vital de las montañas tropicales, como también para el resto de la humanidad, dada su riqueza biodiversa y su potencial de aprovechamiento y beneficio futuro.
Lo argumentado en este escrito evidencia la importancia de los ecosistemas naturales de alta montaña en el pasado, presente y futuro de la vida local y global, su aporte al proceso regulador del comportamiento hídrico de nuestras cuencas y su importante efecto sobre el resto del país en el control de la erosión de suelo y los deslizamientos en masa en épocas de alta precipitación o intensas sequías. Factores estos que limitan la adecuada utilización del agua en la producción agropecuaria e inciden en el bienestar social de los colombianos.
Por la riqueza y diversidad de su fauna y flora, por la oferta natural con que ha contribuido a la alimentación, al uso medicinal y la satisfacción de necesidades mítico-religiosas, por la importancia creciente que para los seres humanos cobra el paisaje de montaña como fenómeno natural, como paraíso de la biodiversidad, como espacio natural y sagrado por su condición de santuario de los nacimientos de agua y como lugar de expansión del espíritu, en una sociedad cada vez más sedienta, congestionada y aplanada en los valles de la vida urbana, la capacidad de negociación nacional para el aprovechamiento global de la biodiversidad debe generar importantes dividendos tanto a comunidades locales como al pueblo colombiano en general.
Es absurdo, entonces, que estemos destruyendo nuestro ecosistema de alta montaña. El sentido común se opone a nuestra realidad. Una realidad que avanza firme hacia la destrucción de lo poco que aún queda de los ecosistemas naturales de bosque nublado y páramo. Algo falta en nuestro análisis para comprender esta paradoja: la lógica de la destrucción. Una lógica que, lejos de ser irracional, nos demuestra la pobre capacidad de comprensión y gestión de quienes argumentamos en favor de la conservación.
Los actores directos de la destrucción –aparentemente los únicos responsables– son quienes dependen de la transformación de los ecosistemas de alta montaña. Quien arrasa mediante quemas sistemáticas el ecosistema natural de páramo y lo convierte en pajonales simples, de baja productividad ganadera, no es un ignorante, es un profundo conocedor del páramo, de sus virtudes y de los positivos efectos de su conservación sobre el resto de la sociedad. Pero, como actor vital, se encuentra ante la disyuntiva: si quema, destruye el páramo; si no quema, el beneficio social se alcanzará a costa suya, de su familia y de sus parientes próximos.
Aún es tiempo de hacer conservación preventiva en algunos lugares y combinarla con gestión curativa en otros. Eso sí, cada día es más costoso. Paradójicamente, la conservación no depende del habitante del páramo, sino del habitante de la ciudad y de su entendimiento de las interrelaciones globales como ser social y como actor de responsabilidad individual. El reto es la generación de instrumentos de planificación y gestión ambiental que permitan conservar y generar posibilidades sociales de beneficio para el habitante del páramo. Una fórmula que comprometa al ciudadano común que recibe el acueducto en su casa, al productor agropecuario que riega plantíos en los valles, al industrial manufacturero que usa el agua en sus procesos productivos, al turista desprevenido que aprovecha las montañas como espacios de recreación y vida, en fin, a toda la trama social con el pago de sobretasas para la conservación. Mientras esto no se logre, las propuestas para salvar la sagrada montaña no pasarán de ser un ejercicio pedagógico e improductivo y un intento de gestión burocrática ineficiente.
Como ciudadanos del mundo, es nuestra responsabilidad pensar globalmente y contribuir a la identificación y ejecución de mecanismos de transferencia de recursos financieros para la conservación y recuperación de los ecosistemas de alta montaña. No podemos pretender que el habitante del páramo piense globalmente y sufra localmente.
Si no tomamos conciencia de nuestra responsabilidad, si no actuamos ahora, los paisajes capturados por el lente mágico de Cristóbal von Rothkirch, empalidecerán, se perderán muchas de sus especies, se secarán y cuartearán sus suelos, hasta transformarse en fotografías artísticas que demanden la defensa de la Alta Colombia. De nosotros depende que este fabuloso volumen, que hoy publica Benjamín Villegas, no se convierta, por falta de estrategia colectiva, en una extraña versión orográfica del retrato de Dorian Gray.